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1 1976-1979: LA HYBRIS PROCESISTA, EL FIN DE UNA ÉPOCA NOVARO- CAP. 6 El clima de “guerra interna” que precedió al golpe y las guerrillas, dieron el marco para que la Junta Militar pusiera en marcha su plan de “aniquilamiento de la subversión”. Este plan conto con un amplio consenso en las filas militares. LA “GUERRA ANTISUBVERSIVA” Y LAS CRITICAS INTERNACIONALES La Junta Militar que tomo el poder en marzo de 1976, dedico sus dos primeros años de gobierno a aplicar su “plan antisubversivo,” que además de fines represivos contemplaba metas políticas, incluso económicas e internacionales. De acuerdo con la idea de que la subversión era la síntesis de los problemas que afectaban al país, todas las iniciativas de gobierno se organizaron en esta etapa con relación directa o indirecta con dicho plan. La represión se inspiró en experiencias de otros países del Tercer Mundo. Pero su elaboración fue esencialmente doméstica y abrevo en aquellas solo en la medida en que sus enseñanzas fueran funcionales a las conclusiones que los militares argentinos habían ido extrayendo de su propia experiencia. De allí que la solución consistiera en organizar un ejército clandestino de represores y el desarrollo de un “plan batalla” que encadeno el secuestro de sospechosos de pertenecer a las guerrillas y organizaciones revolucionarias, la tortura en centro clandestinos de detención para obtener de ellos la mayor cantidad posible de información sobre otros miembros. Este plan se puso a prueba en 1975, en la provincia de Tucumán. Por otro lado, el llamado “operativo independencia” había creada una decena de centros de detención y tortura donde cumplieron “turnos” miles de oficiales de las tres fuerzas y fueron asesinadas centenares de personas. La capacidad de resistencia de Montoneros, del ERP -ejército revolucionario del pueblo,- de partidos de extrema izquierda, de las organizaciones de base de la Tendencia y de las bases combativas de los sindicatos se agotó rápidamente y sus estructuras colapsaron. Las guerrillas buscaron mantenerse activas a la espera de una nueva ola de movilización de los sectores populares. La renuncia de los grupos guerrilleros a replegarse le facilito las cosas a la represión, dado que dejo expuestos a sus miembros, secuestros y siguió alimentando el “clima de guerra” que justificaba las operaciones de “limpieza” ante la opinión pública. Al ocultar cruentos crímenes que se estaban cometiendo o atribuirlos a bandas que operaban fuera del gobierno y que este tardaba en someter, la junta espera evitar o al menos moderar las críticas internacionales por la violación de derechos humanos. Los militares argentinos, no se tomaban muy en serio el interés de los países centrales por los derechos humanos en el tercer mundo: habían aprendido de instructores de esos países la importancia de combatir la amenaza comunista y las técnicas de represión que estaban aplicando con ese fin porque lo consideraban una muestra superficial y pasajera de los “deseos liberales” que tornaban débiles a las democracias occidentales frente al enemigo y que habrían de acallarse una vez demostrada la eficacia del método. Advertían que la argentina era poco importante en términos estratégicos para las potencias occidentales y que pocos creían que fuera posible aquí una revolución socialista. La intervención de la junta en todos los asuntos que considerara fundamentales y en la aprobación de la legislación, utilizando la regla de la unanimidad, complicaron los asuntos en los que hubiera disenso. 2 El Proceso desplego un peculiar despotismo que, a la vez que concentraba poder de las fuerzas armadas, desconcentraba internamente su capacidad de decidir y ejecutar políticas, de modo tal que debilitaba las jerarquías y la propia unidad del aparato estatal. El resultado fue un monstruo de muchas cabezas, propenso tanto a actuar sin control ni coordinación como a quedar inmovilizado por instancias de bloqueo interno. Obvio que a nivel externo argentina estaba en la lona. Se plantearon tres posiciones al respecto, reflejo de opciones muy distintas sobre la inserción internacional que debía darse el régimen y los planes políticos domésticos, que no tardaron en chocar. Los occidentalitas buscaban aliarse con Washington para obtener el apoyo político y financiero necesario para la reinserción del capitalismo argentino en los mercados mundiales y la del país como potencia regional en el concierto de los grandes del hemisferio. Proponían terminar con las décadas de relativo aislamiento. Para Videla, en particular, contar con el apoyo estadounidense era esencial para neutralizas los planes, que algunos generales querían desestabilizar. El regionalismo defensivo, apuntaba a aprovechar la presencia en la región de otros regímenes militares para concretar la ansiada “zona de influencia argentina” que haría contrapeso a los Estados Unidos. el plan cóndor, implicaba la coordinación con los servicios de inteligencia para secuestrar a exiliados de países latinoamericanos, que también sufrían golpes de estado, en la argentina o argentinos en esos otros países. El aislacionismo guerrero, juntaba a los sectores nacionalistas de las tres fuerzas, y en particular el jefe de la armada. Proponían integrar el plan represivo a una estrategia más amplia de uso de la fuerza para resolver conflictos donde la diplomacia había probado ser insuficiente. El Proceso creía que podría conquistar un respaldo de masas perdurable e irrebatible que haría innecesario el apoyo externo e incluso el de los actores locales organizados. El conflicto entre estas tres posturas tuvo manifestaciones públicas aún más resonantes. LA PAZ PROCESISTA Y SUS EFECTOS SOBRE UNA SOCIEDAD EN RÁPIDA MUTACIÓN La debilidad y la docilidad de una sociedad hasta poco antes efervescente e ingobernable puede explicarse por la conjunción de la violencia e inflación que se vivió entre 1974 y 1976. La dirigencia política en general acepto que durante un buen tiempo no correspondía “hacer política” y guardo silencio, se mostró parcial o completamente de acuerdo con los argumentos oficiales sobre la presión. No se especificarse que era exactamente lo que se apoyaba, dado que se podía decir que no se sabía con precisión lo que sucedía. Se estableció así un pacto de silencio entre el gobierno de facto y la sociedad. Mantener la “apariencia” de una guerra en las calles resulto bastante útil. Un recurso de los militares ante la cantidad de desaparecido fue simular enfrentamiento para explicar que más de un millar de muertos (en realidad desaparecidos) figuraron como “muertos de combate.” Los medios de comunicación y los voceros de distintos grupos sociales aportaron más que suficiente a la creencia del golpe de estado: proyectaban la idea de que los militares esta vez lograrían sus objetivos, que no habría vuelta atrás y que por lo tanto convenía colaborar con ellos y adecuarse a los parámetros que se estaban imponiendo. Esto permitió movilizar los sentimientos nacionalistas heridos por sucesivas frustraciones, pero para nada debilitados: unirse era el camino y quienes no lo entendían así revelaban ser portadores para que el país naufrague en crisis indefinidamente. 3 Después del silencio inicial, se popularizaron frases como “por algo será” y “algo habrán hecho” para justificar los secuestros. La frontera entre los subversivos y el resto de los argentinos dividió también a los “activistas políticos” del grueso de la sociedad, que se despolitizo para acceder a beneficios que dispensaba el régimen. En 1978, comenzaron a regresar al país muchos artistas que se habían exiliado antes o poco después de que haya iniciado el golpe. Más bien, a partir de 1978, las clases medias y alteas disfrutaron de una nueva ola de modernización del consumo facilitada por la apertura comercial y el dólar barato.1 José Alfredo Martínez de Hoz, una de las familias másaristocráticas del país, fue convocado por los tres comandantes para fórmula el programa económico del Proceso poco antes del golpe. Los miembros maduros de las clases más altas, en general fueron las más entusiastas, debido a la oportunidad que se les ofrecía de “retomar el mando” en las empresas, en las instituciones y en sus propias familias. Interesados por sobre todas las cosas en el orden y la autoridad y reivindicaron las acciones dirigidas a complementar la ofensiva antisubversiva: desactivar a los sectores populares, cortar sus canales de actuación colectiva y liquidar los mecanismos económicos y estatales que los había fortalecido. La devaluación y el congelamiento de paritarias constituían una estrategia habitual para este tipo de gobierno y situaciones de crisis. A esto se le sumaron medidas más audaces tales como la liberación de los precios junto con el congelamiento de los salarios, una nueva ley de contratos de trabajo y proyectos para reducir al mínimo el poder sindical, entre otros. Todo esto fue facilitado por la masiva presencia del terror en los lugares de trabajo: la represión ilegal con las bases sindicales. Muchos gremialistas junto a muchos ex funcionarios peronistas fueron reprimidos; fueron intervenidos los más importantes sindicatos y la CGT, se prohibieron huelgas. Los militares del Proceso no estaban dispuestos a repetir el error de la Libertadora: sabían que, de eliminar esa dirigencia moderada y tradicional, corrían el riego de fomentar otra base más combativa. Los cambios en las relaciones de trabajo y mercados laborales, fueron los primeros en generar tensiones entre el equipo económico y los mandatos militares, tensiones que, dado el complicado sistema institucional establecido, resultaron muy difíciles de resolver. La política económica en si fue también objeto de fuertes debates y, en la medida en que se saldaron muy parcialmente, acumulo inconsistencias. Los militares habían aceptado el ajuste inicial pero no que se afectara el nivel de empleo, temiendo que la desocupación hiciera reverdecer las protestas. Además, en el terreno de la política económica, se toleró que las divergencias se hicieran públicas: clarín, fue crítico con la gestión de economía y conto para elle con el respaldo o al menos la tolerancia de los jefes militares que compartían su perspectiva. Se profundizaron las pautas de acumulación y especulación ya establecidas a lo largo del ciclo de alta inflación, pero también introdujeron rasgos novedosos: el desinterés por las actividades productivas dirigidas al marcado interno e intensivas en mano de obra, hasta entonces privilegiadas casi siempre por los subsidios estatales; y a la distancia con respecto a las entidades tradicionales del empresariado. 1 Vamos argentina! En este año ganamos la copa del mundo (para vos faca que amas a la selección argentina). La obtención de la copa dio rienda suelta a expresiones espontaneas: muchos intelectuales, artistas y políticos se sumaron a los festejos masivos, y en algunos casos, fueron más allá de lo deportivo, reconociendo a la junta militar el mérito por haber logrado que ganemos, y por haber hecho posible la fiesta de todos. 4 El Proceso continuaba avanzando en la destrucción de os pilares del antiguo orden que aseguraba la integración y movilización de los sectores subalternos y el igualitarismo de la sociedad. Las clases superiores se cohesionaron en torno a un proyecto político en el que creían ver soluciones largamente buscadas, mientras las populares se dispersaban y fracturaban. Este vuelco en la distribución de poder, que pronto se completaría con cambios económicos aún más profundos, produjo una acelerada desigualdad de condiciones. UNAS POCAS EXPRESIONES DE RESISTENCIA Los disensos económicos solo se toleraban cuando provenían de voces internas del régimen o de quienes respetaban el orden político. Esto quedó demostrado cuando un sector de los gremios autodenominado “comisión de los 25” convoco a una huelga general en abril de 1979. Ante ella, el gobierno reacción con dureza: detuvo a muchos dirigentes y dispuso la caducidad del mandato de los detenidos que aún lo conservaban. También en el terreno de los medios de comunicación se comprobó que la “paz procesista” no suponía relajamiento definitivo del terror.
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