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Ciclos biogeoquímicos

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Ciclos biogeoquímicos
La vida no puede existir sin energía solar; sin embargo, tampoco puede existir sin el ciclaje de elementos que provienen de la Tierra, el agua y el aire de la envoltura geográfica. Al conjunto de procesos relacionados con el intercambio de materia entre los componentes vivos y no vivos de la biosfera se les denomina biogeoquímicos.
Como resultado de estas acciones se generan los procesos funcionales −o de operación− de la circulación del sistema, en donde los procesos son todos aquellos que actúan en un paisaje imprimiéndole una dinámica propia, como las fases de desarrollo, de transformación y evolución ligadas a sus características estructurales. Por tanto, tienen como consecuencia en la perspectiva temporal y espacial la redistribución de materia y energía en el paisaje y la generación de cambios en la estructura.
Los procesos y la dinámica que conciernen el estudio del paisaje son de múltiple origen y están activos a diferentes escalas de jerarquía y en dimensiones de su dinámica; en este sentido, destacan los siguientes:
• Procesos climáticos: precipitación, evaporación, acción eólica, etcétera.
• Procesos geomorfológicos: meteorización, erosión, sedimentación, tectonismo, etcétera.
• Procesos hidrológicos: disolución, suspensión, transporte.
• Procesos pedológicos: lixiviación, podsolización, ferralitización, salinización, gleyzación, etcétera.
• Procesos bióticos (de origen animal/vegetal): ciclos biogeoquímicos, migración, predación, reproducción, fotosíntesis, producción de biomasa, etcétera.
• Procesos culturales: fertilización, mecanización, comercio, producción, transporte, quemas, deforestación, reforestación, contaminación, etcétera.
Los procesos pueden ser de origen más o menos natural dependiendo del tipo y grado de la intervención humana en el paisaje. Así, podemos encontrar toda una gama de paisajes, desde aquellos donde predominan los procesos naturales hasta aquellos donde dominan los procesos de tipo cultural.
En general, las actividades humanas, además de crear procesos nuevos, tienen como consecuencia el activar o acentuar, o bien retardar o desactivar, los procesos naturales operantes, cambiando su intensidad, dirección y dinámica.
Con referencia a los flujos de materia, energía e información (dirección de procesos en los paisajes), se entiende que el efecto de los procesos ecológicos es el de inducir flujos de materia y energía hacia y a través del paisaje. Los procesos pueden darse dentro de una unidad de paisaje, como resultado de las relaciones entre los factores formadores, conocidas como relaciones verticales (Tabla 7.2), o bien, entre unidades de paisaje diferentes, conocidas como relaciones laterales de carácter corológico (Neef, 1967; Zonneveld, 1979).
Los diferentes procesos naturales actúan diferencialmente en las dimensiones corológica (espaciales) y topológica (verticales) arriba mencionadas, pudiendo ser mayor su efecto en una u otra.
Una gran parte de la dinámica de un paisaje está determinada por las relaciones corológicas o espaciales, es decir, por el flujo de materia y energía entre las diferentes unidades colindantes de un paisaje. Estos flujos siempre tienen una dirección y una intensidad, de manera que de dos unidades colindantes siempre hay uno que funciona como fuente y otro como receptor de algunas sustancias o elementos.
La dinámica y dirección de acción de los diferentes procesos que actúan en el paisaje están supeditadas, en mayor o menor grado, a la influencia de la gravedad. Así, los que dependen en mayor parte de la gravedad los hemos llamado pasivos, mientras que aquellos que actúan en contra de esta se llaman activos. Este hecho tiene indudable importancia cuando se trata de conocer la dinámica de un paisaje y se piensa en el manejo ecosistémico.
En general los procesos activos son aquellos generados por las actividades de los agentes bióticos, en especial los móviles, como la fauna y el hombre. La característica particular de estos procesos es que implican una inversión de energía por parte del agente que lo desencadena. Y no tienen una dirección e intensidad muy definida, además de que cabe en ellos la posibilidad de la intencionalidad por parte del agente.
En este sentido, Etter (1991) definió los procesos pasivos “… como los geomorfológicos e hidrológicos [que] tienen una posibilidad de predicción mayor, especialmente en cuanto a su dirección se refiere, ya que siguen los gradientes gravitacionales. En contraposición los procesos activos tienden a ser más aleatorios en su dirección e intensidad”.
Los procesos activos pueden reforzar el efecto de los procesos pasivos, o actuar en sentido contrario, como es común en las actividades humanas o de la fauna. Ejemplos de esto son la destrucción de tierras por uso del suelo inadecuado y el papel del manglar en la creación de nuevos terrenos.
De acuerdo con lo anterior, el último autor referido estableció: “… en condiciones naturales del desarrollo de un paisaje, y bajo condiciones estables de pocas perturbaciones, la actividad biótica tiende hacia la maximización de la biomasa y hacia un equilibrio en el cual la productividad neta va decreciendo”.

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