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El clima en México a lo largo de los últimos cuatrocientos años

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El clima en México a lo largo de los últimos cuatrocientos años
En el México central y meridional, el régimen pluviométrico es por mu- cho más importante que el régimen térmico, como determinante climá- tica primordial. Esto incluso aplica para el norte del país, pero por su localización, su nivel de precipitación invernal es sustancialmente mayor que en el México localizado en los trópicos. Dentro del México tropical, existen dos porciones continentales que a su vez manifiestan profundas diferencias con respecto a la abundancia y regularidad de las precipita- ciones: las localizadas al oriente y al poniente del istmo de Tehuantepec. A continuación se presenta una breve reconstrucción del clima en Mé- xico a lo largo de los últimos cuatrocientos años, buscando paralelismos ante capítulos extremos en precipitación o temperatura con los aportes de reconocidos autores en la materia en otras latitudes, primordialmente Europa y Norteamérica.
La propuesta de Le Roy Ladurie (1990:125-126) es que en ciertas zonas subtropicales, durante el inicio de la onda cálida del siglo XX (1890-1940), se ha producido una disminución de las lluvias, una menor frecuencia de ciclones tropicales y una ampliación de las zonas áridas. El enfriamiento reciente, desde 1940, se acompaña por el contrario de una pluviosidad subtropical más intensa. En resumen, calentamiento de la zona templada y sequía de los trópicos irían a la par y viceversa. De acuerdo con lo observado con la conjunción de fuentes documentales con fuentes instrumentales en México, tal aumento de la precipitación sí se ha manifestado en la Cuenca de México y el valle Puebla-Tlaxcala a lo largo del siglo hasta la década de 2000 (Hernández y Garza, 2010:101), aunque en ambos casos, siguiendo la recomendación de Jáuregui (1995), se debe ponderar el papel jugado por la extensa e intensa urbanización.
El siglo XIX fue también más húmedo en lo general, comparado con el siglo XVIII (Garza, 2002), sin embargo, se reconocen importantes dis- minuciones de la precipitación en sentido regresivo durante las décadas de 1890, 1870, 1840, 1820 y 1800, siendo la primera década parte de la profunda y prolongada anomalía de fines del siglo XVIII, la cual en Méxi- co comenzó hacia el decenio de 1760. Según Le Roy Ladurie (1990:116), basándose en series meteorológicas muy antiguas de Holanda y Dina- marca, los inviernos comenzaron a ser en Europa occidental menos fríos a partir de las décadas de 1790 y 1800, pero como acota más adelante, no será sino hasta 1855 cuando definitivamente se comience a notar que por primera vez en mucho tiempo, invierno y verano se calentaron simultá- neamente, dando un tiro de gracia a los glaciares alpinos: estos últimos sufrieron, en el transcurso de los años 1860-1870, un retroceso como no se había visto en los dos siglos anteriores (Ibid.:134). Ante esta situación manifiesta en Europa, se puede aducir que en México solo resultan con graves deficiencias de precipitación dos décadas en la segunda mitad del siglo XIX, a diferencia de la primera mitad que registra tres, con una dé- cada de 1810 también bastante irregular, pero no extremadamente seca.
Del siglo XVIII se puede aducir que existen dos periodos de profunda inestabilidad climática: el más remoto es el denominado mínimo Maun- der, sobre el que se ahondará más adelante, mientras que el segundo es un periodo que en México, por su extrema sequedad, se comienza a ma- nifestar hacia 1760 y perdura alrededor de cincuenta años, siendo espe- cialmente agudas las pulsaciones de la década de 1780. De acuerdo con los registros de las catedrales de México y Morelia (ACM: libros 40 al 60 y ACCM: libros XXII al XL) el número de años en que hubo falta extre- ma de precipitación fue de diecinueve en el caso de la primera ciudad, y dieciséis, en el caso de la segunda. En cuanto a las actas de cabildo civil se tiene que en la capital novohispana hubo doce años con registros que indican extrema sequedad, mientras que en el ayuntamiento de la antigua Valladolid fueron nueve (ACCM libros 75-A a 121-A y AHMM: libros 21 al 90). Es curioso observar que en ambos casos la diferencia es por tres, lo que invita a pensar que hubo tres años que en la Cuenca de México se consideraron extremadamente secos, mientras que en la cuenca del Cuitzeo no se percibieron así. La respuesta a esta diferencia podría ser la mayor exposición de Morelia al océano Pacífico, en episodios en los que el Golfo de México permaneció en calma la mayor parte del año.
De la comparación de lo ocurrido en México y algunas situaciones en otras partes del mundo, se puede aducir que el panorama se complicó primero en México, en tanto que la década de 1770 resulta, a grandesra sgos, tan seca como la de 1780, mientras que los capítulos más álgidos, al menos en Europa occidental, se manifiestan primordialmente en esta última década. Aunque en México se habla de fuertes heladas fuera de temporal (AACM, 106-A: 1-VIII-1786) como parte de esta gran anoma- lía, en contraposición, en Francia vienen los años de elevados contrastes en temperatura y precipitación, con inviernos que se mantienen extre- madamente fríos y veranos ardientes y secos que arruinan cosechas y son preludio de la Revolución Francesa (Le Roy Ladurie, 1990:80). Para Demarée y Ogilvie (2001:219) tales anomalías, que en 1783 se manifes- taron en buena parte del hemisferio norte como un velo de bruma cons- tante que llegó a durar hasta tres meses, fueron especialmente virulentas en Europa occidental, donde se describieron como la “gran niebla seca”, cuyo origen se reconoce en la erupción del volcán Laki en Islandia. En cuanto a capítulos climáticos anómalos provocados por erupciones vol- cánicas, estos mismos autores piensan necesario ponderar la latitud del volcán y el tiempo preciso del año en que ocurre la erupción, así como el modelado e influencia que puedan ejercer sobre este inmenso aerosol factores internos del sistema climático, tales como El Niño, el cual posi- blemente ocurrió en este caso, entre 1782 y 1786.
En cuanto a la influencia de las erupciones volcánicas en el compor- tamiento climático global, se piensa necesario ahondar, ya que según Jürg Luterbacher (2001:47), entre 1400 y 1850 las erupciones configuraron entre el 18 y 25% de la variación por década de la temperatura promedio del hemisferio norte, cuyas latitudes medias parecen ser espacialmente sensibles a este tipo de fenómeno, manifestando calentamiento en invier- no y enfriamiento en verano, al menos durante el año siguiente a la erup- ción. Por su parte, Alan Robock (2000:192-193) señala que la nube de aerosol posterior a una gran erupción produce calentamiento en la estra- tósfera, pero enfriamiento sobre la superficie, así, las erupciones en zo- nas tórridas producen un calentamiento más prolongado en los trópicos, que para el invierno boreal provoca continentes más cálidos ante una Os- cilación del Atlántico Norte (vientos del oeste más fuertes) más intensa. Por su parte, la primera mitad del siglo XVIII, con excepción de la primera década, resultó bastante benigna en la Nueva España, tal y comoma nifiestan los escasos registros de ceremonias de rogativa pro pluvia en seis capitales del virreinato. Para Le Roy Ladurie (1990:131), el entibia- miento general registrado entre 1709 y 1740 no fue suficiente para lograr el retroceso de los glaciares alpinos, ya que en particular, los inviernos permanecieron bastante fríos. En cuanto a la transición del siglo XVII al XVIII se vivió otro de los capítulos más terribles de la Pequeña Edad de Hielo, el ya citado mínimo Maunder, el cual fue consecuencia de una marcada disminución de la actividad solar entre 1675 y 1715. Le Roy Ladurie (1990:127) acota que si hay un periodo en el que se puede hablar en verdad de una pequeña edad glacial, es la década de 1689-1698, la cual manifestó en todas sus estaciones, temperaturas medias inferiores a la normal. Esta situación provocó en Europa occidental una horrible escasez y en México el año del chahuixtle en 1692, que se caracterizópor una nubosidad constante, lo que pudrió los granos y condujo al ya mencionado motín de 1692 (AACM, 371-A: 19-IX-1692).
Con respecto a las primeras ocho décadas del siglo XVII se puede ar- gumentar, de acuerdo con la información obtenida en México, que fue el periodo entre 1635 y 1645 el que presenta el mayor número de registros concernientes a falta de precipitación, etapa seca a la que precede otra de fuertes precipitaciones que incluso condujeron a la inundación de la Ciudad de México por cerca de cinco años, en el tránsito de la década de 1620 a la de 1630. Le Roy Ladurie (1990:80) argumenta que en Europa occidental es particularmente frío el lapso entre 1639 y 1643, así como el de 1625 a 1633. Así, se puede observar que periodos de frío en Europa occidental no significarán siempre lo mismo para el México central y meridional, que en el primer grupo de años presentó un comportamiento seco, mientras que en el segundo fue extremadamente húmedo. Los re- gistros de ceremonia de rogativa comienzan a ser asentados en las actas de cabildo de México y Puebla hacia la década de 1600, por lo que con anterioridad solo se encuentran referencias aisladas respecto al compor- tamiento climático.
Aunque no se cuenta con datos continuos respecto al comportamien- to climático en México durante el siglo XVI, se puede reconocer que el inicio formal de la denominada Pequeña Edad de Hielo en Europa occidental, coincide con un gran periodo seco, que en México y el resto de Norteamérica ha sido ampliamente reconocido entre las décadas de 1540 y 1570 (Ibid.:45-46). Por último, es necesario acotar que una re- construcción de esta índole debe echar mano de cuantas fuentes físicas, documentales e instrumentales sean posibles.
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