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Geografía histórica y medio ambiente

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Geografía histórica y medio ambiente
La conceptualización de la geografía histórica comúnmente aceptada por los geógrafos, se desprende de una visión parcial de lo que el cono- cimiento histórico puede significar y el cual se suele considerar total- mente ajeno a las discusiones teóricas y metodológicas de la geografía. David Harvey, en Explanation in Geography (1971:80-82), aduce que una de las seis formas explicativas de la geografía es la concerniente a los modos temporales de explicación. Ahondando en la forma temporal de explicación en geografía, Harvey cita a Darby, y para este último, los cimientos de la geografía son la geomorfología y la geografía histórica, fundamento interdisciplinario que invita a la reflexión. Asimismo, Har- vey propugna por no encasillarse en un solo modelo explicativo, lo acon- seja tanto cuando habla de que sus categorías explicativas no se excluyen unas a las otras, como cuando sustenta que uno de los mayores errores en el entendimiento de la explicación temporal en geografía ha sido tomarla como única aproximación posible.
Por otra parte, la geografía histórica perdió parte de sus posibilidades
analíticas a partir de mediados del siglo XX, al alejarse de las temáticas am- bientales, las cuales no siempre le resultaron ajenas, ya que además de las tradiciones naturalistas germánicas, tuvo en los estudios de paisaje de Carl Sauer un gran impulso. Para este último autor, retomando el discur- so de Alfred Hettner, la geografía en todas sus ramas debe ser una ciencia genética que debe avocarse al estudio de orígenes y procesos (Castro, 2009:14). Desde esta perspectiva, la geografía tenía una clara injerencia sobre aspectos temporales en su quehacer, y no debía conformarse con el conocimiento de las características contemporáneas del espacio en sus diversas escalas, sino que debía incluir las dinámicas y elementos del pa- sado. Sin embargo, tal presencia del pasado en el espacio contemporáneo era comprendida como una mera suma o resta de elementos físicos, sin que las causas culturales, políticas o socioeconómicas que determina- ban su presencia fueran categorías de análisis. El desgastado discurso de la geografía humana en el análisis de la relación sociedad-medio y de la región, se debe en buena medida a la exclusión del conocimiento histo- riográfico en sus análisis y discursos. Por tanto, los geógrafos carecen, por lo general, de sustentos filosóficos en su aproximación a la relación sociedad-medio y en la definición de lo regional.
Para explicar las limitantes del análisis temporal basado en la estruc- tura y apariencia física del espacio, retomemos en primera instancia la propuesta de Robin Collingwood (1956:216) con respecto a la naturaleza de los procesos naturales y los procesos históricos, los primeros, nos dice este autor, es una mera progresión de eventos, mientras que los segundos son la sucesión de los diversos pensamientos. Esta diferenciación nos per- mite entender que, desde la aproximación físico-estructural, únicamente ponderaremos los cambios externos que se manifiestan en la morfología de los elementos presentes en el espacio, sin que reconozcamos las rela- ciones sociales o económicas subyacentes que determinan la ausencia o presencia de elementos y su distribución. En este sentido, es importante tomar en cuenta que, aunque los seres humanos se encuentran sujetos a condicionantes físicas y biológicas, sus acciones y pensamientos no responden a la lógica de estas determinantes, por lo que todo análisis del espacio que se precie de histórico debe enfocarse en las características que guardan y han guardado las diversas sociedades y sus instituciones. Pero esta inclusión de la cultura y la ideología en el análisis de lo hallado en el espacio no ha sido fácil de lograr en la geografía, lo cual ha perjudicado la relación de la disciplina en su conjunto con la geografía histórica. Para Alan Baker (2003:214), el antagonismo entre los practi- cantes de la geografía contemporánea y la geografía histórica se basa, además de las visiones actuales de muchos geógrafos, en la insistencia de Hartshorne en subrayar la separación de la geografía y la historia, y como aduce Baker, afectando particularmente la relación de la geografía histórica con el resto de cuerpo académico de la geografía. Así, además de verse marginada del cuerpo teórico aceptado por la mayor parte de los profesionales de la geografía, la geografía histórica, al igual que la cultural, se mantuvieron encasilladas epistemológicamente en el cambio y la reconstrucción de la apariencia física de lo distribuido en el espacio. Leonard Guelke (1982:21) argumenta que la inclusión de esquemas más humanísticos en geografía histórica, no implicó la adopción de un reno- vado concepto de historia que se basara en el análisis temporal del pen- samiento humano. Por tanto, hasta principios de la década de 1980, se puede decir que la geografía histórica tenía una clara connotación positi- vista, aproximación que le dificultaba explicar procesos sociales, siendo que los principios teórico-metodológicos que utilizaba se desprendían del quehacer de la ciencia natural. Por su parte, Derek Gregory (1982:250) aduce que la prioridad en el discurso de la geografía histórica, una vez superadas las posiciones positivistas y estructuralistas, es la vinculación dialéctica entre acción y estructura, lo que implica la conjunción de las formas estéticas y el estatus teórico de la narrativa utilizada.
Estas propuestas renovadas sobre los alcances analíticos de la geo- grafía histórica, amplían las posibilidades de entendimiento de las cues- tiones ambientales, en tanto que la mera evidencia física deja de ser la única categoría de análisis y toda transformación del entorno se examina a través de las acciones y discursos de la economía, la política, la so- ciedad y, por supuesto, de la cultura. En la comprensión y articulación de estas dinámicas, la perspectiva histórica juega un papel fundamental, por tanto, es indispensable revisar la vinculación entre el conocimiento geográfico y el histórico a través de lo que en geografía ha significado el análisis historiográfico y las herramientas utilizadas tradicionalmente desde la geografía histórica, así como los avances y limitantes que esta subdisciplina presenta ante la utilización de los principios teóricos y me- todológicos de la historia. 
El aislamiento de lo geográfico con respecto a lo histórico ha comenzado a romperse gracias al denominado giro cul- tural o lingüístico, el cual ha enriquecido los alcances analíticos de la geografía en su conjunto; renovada aproximación, en la que la geografía histórica y cultural ocupan posiciones privilegiadas en las narrativas con- temporáneas. Para Robin Butlin (1993:68) es necesario llevar a cabo una geografía histórica de las comunidades, espacios cuyos protagonistas de- ben ser tomados en cuenta para entender las formas en que el paisaje ha sido construido y el territorio organizado, en tanto que muchos de estos protagonistas conservan prácticas y ritos que se pierden en el tiempo y que en diversas ocasiones únicamente se conservan como tradición oral. Ante tal apertura multidisciplinaria, cabe citar a Fernand Braudel (1984:39), quien acotó el enriquecimiento de la historia, gracias a las adquisiciones obtenidas de otras disciplinas cercanas, lo que había he- cho que prácticamente se hubiese construido de nuevo. Sin exagerar, se puede decir lo mismo de la geografía a la luz de los aportes culturales e historiográficos que han fortalecido y afirmado su episteme. Así, para Carlos Antonio Aguirre (1996:49), reconocido historiador mexicano de- dicado al estudio de la escuela de los Annales, lo social-histórico, debe ser interpretado fuera de los marcos que intentan imponernos las actuales configuraciones disciplinares de las diferentes ciencias sociales.
Entre las cuestiones que son propias de las renovadas formas de abordar la geografía, y en particular la geografía histórica, destaca el papel que juegan las escalas, tanto espaciales,como temporales. Esto debido a que la sociedad, la economía, las identidades y las instituciones operan influenciadas no solo por los acontecimientos locales, regionales y nacionales, sino por determinantes dictadas desde los centros de poder financiero y cultural, respaldadas en muchos casos por inercias culturales y políticas arraigadas en las diversas sociedades siendo, tanto en cues- tiones de identidad, como de características institucionales, donde más fácilmente se identifica la presencia de diversas escalas temporales, sin que esto quiera decir que el comportamiento económico escape a ellas, aunque resulta más difícil identificarlas dada la aparente contemporanei- dad de lo económico.
En lo tocante a escalas temporales se piensa relevante ahondar un poco más, ya que resultan fundamentales en la construcción y evolución del paisaje. Este concepto, como ya ha sido mencionado, se considera esencial en la vinculación del conocimiento geográfico con el históri- co; en tanto que el paisaje es una muestra fehaciente de la interrelación sociedad-medio a través del tiempo, así como de la trama temporal de lo meramente social y económico. Las escalas temporales han sido ma- gistralmente explicadas por Fernand Braudel (1984:74), y aunque sus propuestas han sido delimitadas como estructuralistas y positivistas por las escuelas ‘posmodernas’, se es de la idea que la explicación de las diversas duraciones trasciende encuadres epistemológicos, ya que en pri- mera instancia, este autor las considera útiles tanto a diversas disciplinas, como a una concepción amplia de lo social, en la que tiene cabida la relación sociedad-medio y el entendido de que cada realidad segrega sus escalas de tiempo de acuerdo con sus determinantes ideológicas.
Entre las escalas temporales propuestas por Braudel, existen dos que resultan relevantes al quehacer geográfico, una es la denominada lar- ga duración, ya que en ella surgen las identidades, consecuencia de una prolongada relación de una determinada sociedad con un cierto bioma; identidades que generan símbolos que las poblaciones locales y regiona- les recrean con respecto a valores culturales, económicos o políticos. La otra es esa temporalidad corta y violenta de profundas alteraciones que deconstruye y reconstruye al paisaje o dicta las pautas de reorganización del territorio, reconstrucciones y pautas que han de durar por un cierto tiempo hasta que un nuevo lapso violento sea desencadenado por agentes biológicos o tecnológicos. Asimismo, cabe recalcar que el científico so- cial debe construir marcos temporales que estén sujetos a los paradigmas de sus respectivas disciplinas.
En las nuevas consideraciones epistemológicas del denominado giro cultural o lingüístico una de las premisas es la exposición de las capaci- dades, las necesidades, la percepción y los símbolos del colectivo bajo escrutinio; características y dinámicas de la población que se han con- figurado en temporalidades de distinta duración y cuyo análisis vincula profundamente a la geografía histórica con la geografía cultural, las cua- les comparten en sus quehaceres, tanto el estudio de las formas de apro piación del entorno, como el entendimiento de la organización del terri- torio en diversas temporalidades. Estas dos vertientes del conocimiento tienen en los estudios del paisaje dedicados a la evolución del mismo, métodos que permiten entreverar los aspectos biofísicos y humanos en la construcción de identidades, las formas de organización político-territo- rial y los procesos económicos.
Una de las cuestiones que no han permitido un aquilatamiento más profundo de la geografía histórica y su viabilidad respecto de temáticas ambientales, es la consolidación de la denominada historia ambiental a lo largo de las últimas décadas. Subdisciplina que en mucho se benefició de una posición imprecisa desde la geografía, en general, con respecto a la consideración temporal de la problemática ambiental y a la falta de impulso desde la geografía histórica de estudios que abordaran al entor- no. Así, la falta de construcción teórica en la geografía en su conjunto y de forma especialmente aguda en el ámbito de la geografía histórica, coadyuvó al afianzamiento de la historia ambiental, mayormente apoya- da por antropólogos e historiadores de la esfera anglosajona.
A principios de la década de 1990, Stanley Trimble, en el prefacio de la obra de Dilsaver y Colten (1992:xx), argumentaba que durante las últimas tres décadas el panorama de la geografía histórica no había sido alentador y aunque las renovadas construcciones teóricas respecto a la relación sociedad-medio le han brindado nuevos bríos, la competencia desde la historia ambiental había eclipsado en buena medida el reco- nocimiento y trascendencia de los argumentos esbozados desde la geo- grafía histórica. En este sentido, cabe destacar que una revisión de las temáticas propuestas por la historia ambiental permite reconocer que no existe mayor diferencia con los argumentos utilizados con anterioridad o paralelamente por parte de la geografía histórica. Las temáticas de índole ambiental que han sido propias de la geografía histórica y que son utili- zadas hoy en día por la historia ambiental son: la creación de los paisajes y las antiguas formas de entender y apropiarse del entorno, así como el cambio ambiental de origen antrópico a través del análisis de los siste-mas políticos y los modelos económicos imperantes.

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