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Libro CÃtedra SociologÃ-a_removed - Morena Stolerman

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caPítulo i
¿Qué es la modernidad?
 
Cecilia Caputo
Este artículo tiene por objetivo ofrecer una introducción a la com-
prensión de la época moderna para aquellos que no están familiarizados 
con el tema. La necesidad de este trabajo se debe a que los estudios sobre 
la modernidad son muchos y, a la vez, cada uno ilumina un aspecto de la 
cuestión, pero no siempre resulta sencillo encontrar alguno que ofrezca una 
mirada global sobre el tema. 
La época
El concepto de época puede entenderse en dos sentidos complemen-
tarios a los que vamos a llamar cronológico y filosófico. El primero define 
una época por un comienzo y un fin en términos temporales; en cambio 
para el filosófico prevalece la mentalidad imperante.1 
1. Para dar un ejemplo que ilumine esta distinción pensemos en William de Baskerville, 
el personaje principal del film El nombre de la rosa, cuya trama está situada en la Italia 
medieval, quien –al investigar el misterio de una serie de crímenes que se dan en la abadía que 
visita– hace gala de una forma de pensar moderna. Es decir que, aunque vive en el medioevo, 
piensa guiándose por criterios racionales y no dogmáticos como lo hace la mayoría de sus 
contemporáneos. Por lo tanto, si tuviéramos que decir a qué época pertenece, deberíamos decir 
que al medioevo; pero si tenemos en cuenta su mentalidad –el sentido filosófico de época– 
deberíamos decir que a la modernidad. Podríamos ver esta diferencia como un problema o 
podríamos considerar que, al contrario, enriquece nuestra comprensión de lo que es una época.
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Época en sentido “histórico o cronológico”
Por “época” solemos referirnos a un lapso histórico que transcurre 
entre ciertos acontecimientos considerados de particular 
significación: la caída de un imperio, una revolución, el inicio de 
una empresa colonizadora o la aparición de un nuevo sistema de 
producción. El fin del imperio romano, la caída de Constantinopla, 
los inicios del capitalismo, por ejemplo, han sido señalados como 
lindes entre épocas. Pero esos son signos externos, elegidos de un 
modo arbitrario, para indicar transformaciones lentas y difusas 
cuya maduración toma mucho tiempo. La caída del imperio 
romano simboliza, en realidad, el fin de la concepción armónica 
del mundo heredada de Grecia y el inicio del mundo mágico y 
religioso, bárbaro y cristiano. La toma de Constantinopla es una 
fecha elegida al azar para marcar los comienzos de una nueva 
manera de ver el mundo y de actuar sobre él, que despunta en 
el Renacimiento y va desplazando poco a poco la concepción 
medieval del universo, hasta constituir lo que llamamos 
“modernidad” (Villoro, 1993).
En este marco, el autor –como muchos otros– considera como fecha 
de inicio de la modernidad el año de 1453, la caída del Imperio Romano de 
Oriente; nosotros vamos a hacer nuestra la afirmación de Tzvetan Todorov 
según la cual:
El descubrimiento de América es lo que anuncia y funda nuestra 
identidad presente; aun si toda fecha que permite separar dos 
épocas es arbitraria, no hay ninguna que convenga más para 
marcar el comienzo de la era moderna que el año de 1492, en que 
Colón atraviesa el océano Atlántico. Todos somos descendientes 
directos de Colón, con él comienza nuestra genealogía (Todorov: 
2003, 15).
La conquista abre la modernidad por varias razones indiscutibles: 
dio un impulso a la transformación de la economía feudal en el capitalismo, 
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implicó una ampliación de los horizontes vitales europeos planteándole 
conflictos inéditos por el enfrentamiento con nuevas culturas2 y, para 
América, significó la destrucción de las formas de vida imperantes hasta 
el momento. Sin embargo la afirmación de Todorov va más allá de estas 
razones y es ciertamente discutible porque nos dice que todos los individuos 
modernos somos descendientes directos de Colón. ¿Por qué? Es necesario 
tener bien presente que la conquista de América redujo la población de 
América de 80 a 10 millones en menos de un siglo. “Si alguna vez se ha 
aplicado con precisión a un caso la palabra genocidio, es a este” (2003:144). 
Es entonces este genocidio el que abre la modernidad y funda la identidad 
moderna, no solo por las consecuencias particulares que tuvo para América 
sino para todos los individuos modernos. “Colón ha descubierto a América, 
pero no a los americanos” (2003:57). La hipótesis que defiende Todorov 
es que la modernidad es la época en la cual el encuentro con el otro no se 
ha producido, “el otro todavía está por descubrir” (2003:257). Veamos el 
argumento que sostiene dicha hipótesis. La postura de los europeos no 
ha sido solamente la de considerar al otro como alguien diferente y por lo 
tanto susceptible de ser catalogado como superior o inferior: en este caso 
no dudaron de la inferioridad; sino que también se han esforzado por hacer 
desaparecer su alteridad exterior por el camino del asimilacionismo, es 
decir: extendiendo sus valores y su modo de vida al mundo entero. “Ambas 
posturas descansan en el egocentrismo: en la identificación de los propios 
valores con los valores en general, del propio yo con el universo” (2003:50). 
Y así es que se niega la existencia del otro, porque no se lo considera como 
un igual –en tanto ser humano–, pero diferente –por su cultura–; se lo 
considera como ser humano solo si es igual al modelo y si no, lo catalogo 
como inferior porque no hay duda de la superioridad europea y así, en el 
peor de los casos: se lo destruye y, en el mejor: se pierde la posibilidad de 
descubrirlo. Las consecuencias de esta falta las seguimos sintiendo hasta 
hoy en día: el egocentrismo y el individualismo son las características de 
esta modernidad líquida en la que estamos sumergidos (Bauman, 2003:12).
2. Es verdad que no es la primera cultura extraña a la europea con la que se enfrentaron. 
Pero, por ejemplo, problemas como saber si los nativos americanos tenían alma o no tenían 
alma nunca se habían planteado antes al encontrarse con mahometanos, turcos u orientales.
Cecilia Caputo
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La cuestión de la importancia de la conquista de América en la com-
prensión de la modernidad ha sido también analizada por Enrique Dusell, 
quien sostiene que la afirmación del sujeto y su razón como punto de apo-
yo de la modernidad, tal como lo sostuvo Descartes con su famoso cogito 
ergo sum (pienso entonces existo) fue posible porque fue antecedida en un 
siglo por el ego conquiro (yo conquisto) de los españoles. Es decir que el 
pensamiento moderno solo pudo sostenerse en tanto hubo detrás de él una 
voluntad de poder que se impuso y lo hizo posible. Dusell también afirma 
que solamente podemos superar las contradicciones de la modernidad si 
asumimos esta cara oculta que sigue presente en el rostro de los oprimidos: 
los indios, los negros, las mujeres, etc. y logramos incorporarlos como otros 
en pie de igualdad.
Pero la conquista de América no es el único acontecimiento central de 
la modernidad. Para comprenderla debemos tener presente también otros 
acontecimientos históricos relevantes que mencionaremos a continuación 
ubicándolos dentro de lo que podríamos considerar, con Berman (1988:1-
26), los tres períodos en los que podríamos dividir la época moderna.
El primero es aquel que va desde fines del siglo XV o comienzos del 
siglo XVI hasta la revolución francesa (1789), el cual se caracteriza porque 
las personas todavía no tienen conciencia de estar viviendo en un mundo 
nuevo:
• La invención de la imprenta alrededor de 1450 que tuvo como 
consecuencia el inicio de un proceso de ‘socialización’ del saber 
(con lo que estoimplica también a nivel social y político).
• La Reforma religiosa llevada a cabo por Lutero (una de cuyas 
ideas fundamentales es la libre interpretación de las Escrituras 
posibilitada por el acceso a ellas a que dio lugar la imprenta), mo-
vimiento que fue respondido por la Contrarreforma (una de cuyas 
medidas fue, en 1542, la institucionalización de la Inquisición). 
• El Renacimiento y el Humanismo, movimiento artístico e inte-
lectual respectivamente surgidos ambos en la Italia de los siglos 
XV y XVI, que mostraron una nueva concepción del hombre.
• Los fundamentos de la revolución científica del siglo XVII, cuya 
consecuencia central es, por un lado, el abandono de la concepción 
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geocéntrica del universo por la concepción heliocéntrica y, por 
el otro, el proceso científico-filosófico-cultural, que acompaña la 
instauración de la concepción científica del mundo, sobre la que 
volveremos con más detalle. 
El segundo período abarca desde fines del siglo XVIII hasta fines del 
siglo XIX y se caracteriza porque los individuos ya tienen conciencia de 
estar viviendo en una nueva época. Es el período que Hobsbawm llama el 
“siglo XIX largo” ya que incluye el decenio final del siglo XVIII y el primer 
decenio del siglo XX. Algunos de los acontecimientos más relevantes son:
• La consolidación del capitalismo gracias al éxito de la revolución 
industrial y la aparición del mercado mundial con sus consecuen-
cias: imperialismo y colonialismo.
• El Iluminismo o Ilustración, movimiento intelectual del siglo 
XVIII que, de alguna manera, sirvió de fundamento a las revo-
luciones burguesas y cuyo lema es, tal como lo expusiera Kant: 
Atrévete a pensar. 
• El nacimiento de la ciudad moderna, cuyo exponente es la trans-
formación de París que lleva a cabo Haussmann en torno a 1860 al 
construir los bulevares que caracterizarán a toda ciudad moderna.
El último período corresponde al siglo XX, al que Hobsbawm de-
nomina “siglo XX corto” porque comienza con la primera guerra mundial 
(1914) y termina en los años 90 con la caída del bloque socialista. Según 
Berman se caracteriza porque las personas y sus principales exponentes 
intelectuales perdieron conexión con las raíces de la modernidad y a esto 
se debe la crisis de la cual aún no hemos salido. Algunos de los aconteci-
mientos centrales son:
• La globalización: el mundo se ha convertido en una única unidad 
operativa. Vivimos en una aldea global, eso quiere decir que lo 
que pasa en un rincón del planeta tiene grandes posibilidades 
de incidir en otro aunque se encuentre a miles de kilómetros de 
distancia.
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• Adelantos espectaculares en el campo científico, artístico y cul-
tural, solo a título de ejemplo podemos mencionar la teoría de la 
relatividad, las vanguardias de principios de siglo y los derechos 
humanos.
Podríamos no solamente clasificar, como lo hicimos, estos aconte-
cimientos según un criterio cronológico sino por su pertenencia a lo que 
Berman (1988:2) llama “modernización” y “modernismo”. El primero 
hace referencia a los procesos sociales que caracterizan a la modernidad y 
el segundo a las ideas, los valores y las visiones que encontramos en ella. 
De esta manera, consideramos a la globalización como un aspecto de la 
modernización, mientras que los cambios artísticos tienen que ver con el 
modernismo.
La limitación de esta concepción cronológica de época es que puede 
reducirse a la descripción de los acontecimientos centrales sin preocuparse 
por entender la mentalidad imperante en el conjunto de dicho período y 
que es, en definitiva, lo que hace que se considere a una época determinada 
como una unidad. Veamos entonces el segundo sentido de época.
Época en sentido “filosófico”
Un cambio de época es, ante todo, una transformación en la 
manera en que los hombres ven el mundo y se sitúan en él. 
Las creencias colectivas predominantes en una época son muy 
variadas, pero todas se levantan sobre el supuesto de ciertas 
creencias y actitudes básicas, que son condiciones de las demás 
y que, por ende, no se ponen en cuestión. Se trata de creencias 
ontológicas acerca de lo que se considera razonable admitir como 
existente en el mundo, de supuestos epistémicos, acerca de lo 
que debe valer como razón para justificar cualquier proposición, 
de adhesiones valorativas sobre lo que debe considerarse como 
altamente valioso. Las concepciones religiosas, filosóficas, políticas 
o artísticas más diversas se contraponen en una misma época, pero 
esa contraposición no sería posible sin el supuesto de un consenso 
sobre lo que puede aceptarse como razones y valores válidos. De 
lo contrario, toda argumentación sería imposible. Ese acuerdo 
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está implícito en cualquier controversia y permanece inexpreso 
a través de las diversas expresiones de ideas contrapuestas. Las 
creencias básicas, comunes a una época, determinan la manera 
como, en un lapso histórico, el mundo se configura ante el 
hombre; constituyen pues lo que podríamos llamar una “figura 
del mundo”. “Figura” y no “concepción” o “dibujo”, porque es 
solo un esquema, un marco restringido de conceptos y actitudes 
comunes que delimita las diversas concepciones de una época. 
Una figura del mundo es el supuesto colectivo de las creencias y 
actitudes de una época. Una época dura lo que dura su figura del 
mundo (Villoro, 1993).
Vamos a proponer algunos ejemplos que iluminen estas distinciones: 
creencias ontológicas, supuestos epistémicos y adhesiones valorativas. 
En cuanto a la primera, los individuos modernos somos más propensos a 
creer en la existencia de los virus que en la de las brujas, como se creía en la 
época medieval. ¿Qué queremos decir con esto? Que si bien probablemente 
ninguno de nosotros vio un virus (solo visibles en un microscopio electró-
nico) ni una bruja, estamos mucho más dispuestos a aceptar la existencia 
del primero y no de la segunda porque somos modernos, y la modernidad 
es –como lo afirmó el sociólogo alemán Max Weber– la época del desen-
cantamiento del mundo.3
Un supuesto epistémico hace referencia a lo que se considera una 
razón o argumento válido. Siguiendo la línea del ejemplo anterior, los mo-
dernos vamos a suponer que la causa de una gripe es un virus antes que 
suponer que se debe a una posesión de fuerzas demoníacas. Y las adhesiones 
3. “La intelectualización y racionalización crecientes no significan, pues, un creciente 
conocimiento general de las condiciones generales de nuestra vida. Su significado es muy 
distinto; significan que se sabe o se cree que en cualquier momento en que se quiera se puede 
llegar a saber que, por tanto, no existen en torno a nuestra vida poderes ocultos o imprevisibles, 
sino que, por el contrario, todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión. Pero 
esto significa el desencantamiento del mundo. A la inversa del salvaje, el cual aún cree que 
tales poderes existen, nosotros no tenemos que valernos de medios que obren efectos mágicos 
para controlar a los espíritus. O incitarlos a la piedad. Esto es algo que se puede lograr por 
medio de la técnica y la previsión. He ahí, en esencia, el significado de la intelectualización” 
(Weber, 1919).
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valorativas hacen referencia a aquello que consideramos valioso. Para los 
individuos modernos el valor de la vida humana es más incuestionable que 
el de la salvación del alma humana, si lo comparamos nuevamente con el 
medioevo.
Es interesante tener en cuenta que esto no significa queno podamos 
encontrar ahora, en el presente, gente que siga creyendo en los demonios, 
en las brujas y en la importancia de la salvación del alma. Esto es así porque 
las mentalidades no desaparecen, solo se imponen o prevalecen unas sobre 
las otras. Agreguemos además que tampoco podemos dar por sentado que 
un cambio de mentalidad implique un avance en el sentido de una mejor 
comprensión del mundo. Sin embargo, dada la fe que la modernidad de-
posita en el progreso de la humanidad, sí está dispuesta a afirmar que ella 
implica una evolución respeto a las épocas pasadas. La modernidad es la 
primera época que se autocomprende a sí misma, que mira al pasado como 
una preparación para su advenimiento y que se concibe como universal. 
El pasado sobre el que la modernidad se construye a sí misma es un arco 
que va desde la antigüedad grecorromana que finaliza en el siglo V con la 
caída del Imperio Romano de Occidente pasa luego por los diez siglos que 
comprende la edad media hasta llegar a la época de las luces. Es recién a 
partir del siglo XVIII que se construye la idea de historia universal, apa-
reciendo así –por primera vez– la conciencia histórica. La idea de historia 
universal esconde dentro de sí el ideal de hombre, que no es otro que el 
hombre europeo (Vattimo, 1990:74). La historia universal es el relato por 
el cual el hombre europeo se cuenta a sí mismo el camino por el cual ha 
evolucionado desde su pasado primitivo hacia el presente luminoso con 
vistas hacia un futuro de emancipación. La confianza en el progreso de la 
humanidad es un supuesto incuestionable para la mentalidad moderna.
Racionalidad y subjetivación 
Los dos términos claves que se encuentran a la base del pensamiento 
de la época moderna son el sujeto y la razón.
Sujeto
En el pensamiento antiguo, tanto griego como romano, el 
hombre tiene un puesto determinado en un orden que abarca a la 
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totalidad de los entes. Es un ente entre otros. Solo a partir del todo 
podemos determinar el lugar que le corresponde y, por lo tanto, 
su naturaleza. El pensamiento moderno ejecuta una inversión en 
ese punto de vista: ya no considera al hombre desde el mundo sino 
el mundo desde el hombre. El hombre es sujeto ante el que todo 
puede ser objeto. No es solo un ente entre los entes, con un puesto 
asignado en el todo, sino un centro de actos que pueden dirigirse 
a todo.4 (...) La naturaleza del hombre no puede ser del mismo 
orden que la de las cosas no humanas. Todas las cosas tienen 
una naturaleza establecida y obedecen a leyes fijas; el hombre, 
en cambio, puede elegir para sí su propio puesto en el cosmos: su 
naturaleza es libertad. Esta idea apunta ya en el famoso Discurso 
sobre la dignidad del hombre de Pico della Mirandola.5 Desde 
entonces el hombre es visto como un sujeto autónomo, abierto al 
mundo, para transformarlo según sus proyectos y su trabajo. Más 
tarde se presentará como autor de su propia historia, constructor 
de su sociedad, legislador de su propia ley moral. En suma, desde 
Pico hasta Sartre, pasando por Descartes o por Kant, el hombre 
ya no es solo una criatura de la naturaleza, sujeta a sus leyes; 
es también un sujeto que tiene al mundo como correlato de su 
conocimiento y de su acción. Naturaleza y sociedad las transforma 
con su acción; en la diversidad del mundo establece la unidad de la 
razón: nombra todas las cosas, las relaciona entre sí, las recrea. El 
hombre es la fuente de sentido de todas las cosas (Villoro, 1993).
Villoro se refiere al paso del teocentrismo medieval al antropocen-
trismo moderno. El mundo medieval gira en torno a la idea de Dios, el 
4. Heidegger resumió el pensamiento moderno en estos términos: “…lo importante es que la 
esencia del hombre se transforma desde el momento en que el hombre se convierte en sujeto 
(…), esto significa que se convierte en aquel ente sobre el que se fundamenta todo ente en lo 
tocante a su modo de ser y su verdad. El hombre se convierte en centro de referencia de lo 
ente como tal” (Heidegger, 2000:73).
5. Esta centralidad conferida al hombre se puede observar en el Discurso del humanista 
cuando nos enteramos que Dios –habiendo creado todas las criaturas celestes y terrestres– se 
da cuenta que no le queda ninguna característica para darle al hombre; así que decide darle 
al hombre la libertad para que elija ser lo que quiera ser.
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mundo moderno no va a deshacerse de Dios pero sí va a empezar a despla-
zar la fuente última de sentido hacia el hombre mismo. El pensamiento de 
Descartes, considerado el primer filósofo moderno, es un buen ejemplo de 
esto. La piedra angular de su filosofía es el famoso cogito ergo sum: pienso, 
existo. La única razón por la que podemos estar seguros, ciertos, de nuestra 
existencia es porque pensamos. Todo puede ser un sueño,6 pero de lo que 
no podemos dudar es de ser seres pensantes. De esta manera, el filósofo 
francés erige al yo como lo único de lo que no podemos dudar y punto de 
partida de todo conocimiento.
 Esta conversión del hombre en sujeto tuvo sus consecuencias. 
Derivó, en primer lugar, en la transformación del mundo en objeto; y así 
fue posible considerar a la naturaleza como un conjunto de objetos puestos 
al servicio del hombre. Pero en segundo lugar, tuvo como consecuencia la 
conversión del hombre mismo en objeto. El hombre no solo se convirtió 
en objeto cuando el capitalismo lo redujo a ser fuerza de trabajo, un engra-
naje más dentro del conjunto de las fuerzas productivas, sino que también 
se convirtió en objeto de conocimiento cuando nacieron las ciencias del 
hombre en el siglo XIX.7 
Razón
El segundo concepto clave es el de razón. La modernidad formula 
un proyecto de racionalización del universo. Se trata de una razón 
totalizadora, porque dirigida a todo; única, porque se ejerce por 
igual en todos los órdenes del ser; universal, porque es compartida 
por todos los sujetos (Villoro, 1993).
Esto no quiere decir, de ninguna manera, que los hombres hayan 
comenzado a usar su razón o a ser racionales en la modernidad. Podemos 
afirmar que el advenimiento del pensamiento racional lo encontramos en la 
Grecia antigua, más precisamente en el siglo VI a.C., con el surgimiento del 
pensamiento filosófico, cuya novedad es apartarse del pensamiento mítico o 
6. Cf. Matrix, el famoso film que los hermanos Wachowsi presentaron en 1999. 
7. Va a ser Michel Foucault quien señale esta correlación a la largo de su obra. 
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mágico.8 La gran diferencia entre la razón pre-moderna y la moderna es que 
esta última se vuelve totalizadora, lo cual significa que no solo los sujetos 
son racionales sino que el mundo mismo lo es. Veamos una ilustración de 
este supuesto en la obra de teatro que Bertold Brecht escribió sobre la vida 
de Galileo Galilei:
Barberini: (...) Ustedes los astrónomos piensan en círculos o 
elipses y en velocidades proporcionadas, es decir, en movimientos 
simples adecuados a sus cerebros. ¿Qué pasaría si a Dios se le 
hubiese ocurrido dar este movimiento a sus astros? (Dibuja 
en el aire, con el dedo, una trayectoria muy complicada con 
velocidades irregulares) ¿Qué sería entonces de sus cálculos?
Galilei: Amigo mío, si Dios hubiese construido un mundo así, 
entonces habría construido nuestros cerebros de la misma 
manera, de modo que reconocerían inmediatamente a esos 
movimientos como si fueran los más simples. Yo creo en la razón 
(Brecht, 1964:150).
Esto quiere decir que la modernidad supone una homogeneidad entre 
el sujeto y el objeto: ambos están construidos con el mismo criterio racional. 
Para la visión medieval, el mundo era un lugar poblado de misterios y, por 
tanto, heterogéneo en relación al hombre.En el Renacimiento, en algunas ideas de Leonardo da Vinci se 
anuncia ya esta idea. En el siglo XVII se convierte en el proyecto 
de una ciencia universal, capaz de expresarse en ideas claras y de 
formularse en lenguaje matemático. Todo debe estar sujeto a las 
condiciones marcadas por la razón. En la Ilustración se vuelve 
el ideal del dominio universal de la razón. En los siglos XIX y 
XX se concreta en el avance triunfal de la ciencia y la técnica, 
transformadoras de la morada humana. Volver el mundo racional 
no es solo explicarlo y comprenderlo, es también transformarlo. 
8. Si tenemos en cuenta los estudios recientes sobre filosofía no occidental podemos poner 
en cuestión esta afirmación (Tola y Dragonetti, 2008). 
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La razón está ligada a la acción técnica tanto en la naturaleza 
como en la sociedad. La suprema dignidad del hombre, pensaban 
los renacentistas, consiste en su capacidad de recrear el mundo 
en torno para construir una “segunda naturaleza”, a su imagen y 
semejanza; esto lo logra por el arte y por la técnica. Transformar 
es el signo de dominar. La razón, una y universal, se entiende 
ante todo ligada a la capacidad de dominio. Es un instrumento 
para establecer sobre la Tierra, al fin, el regnum hominis de que 
hablaba Francis Bacon (Villoro, 1993).
Veamos entonces cómo fue el nacimiento de esta ciencia moderna 
capaz de transformar, gracias a su alianza con la técnica, al mundo y ponerlo 
al servicio del hombre.
La ciencia moderna
El conjunto de la naturaleza era, para los hombres de fines de la 
Edad Media, un mundo cerrado: cerrado, porque el universo tenía límites 
más allá de los cuales no había nada, y cuyo centro era la Tierra (Koyré, 
1992:11); mundo, en el sentido de cosmos. El término griego cosmos 
significa lo contrario de caos, o sea, orden y también armonía y belleza. 
Y el mundo medieval –o, mejor, la astronomía medieval que se apoyaba 
en la metafísica aristotélica– era efectivamente ordenado y armónico: a 
diferencia de lo que se observa en el mundo sublunar (o sea, en la Tierra), 
los cielos son incorruptibles, inmutables, eternos –más aún, los planetas 
están fijos en esferas concéntricas que se mueven en círculos (además de 
ser la figura perfecta, el movimiento circular es el tipo de movimiento más 
semejante al reposo)– y, por si eso no alcanzara, hasta se pensaba que las 
esferas producían un sonido armonioso, una música, al girar. Como se ve, 
este era un orden jerárquico y armónico... que empieza a desmoronarse 
en el Renacimiento. Reale caracteriza al Renacimiento como una época de 
renovación, retorno a los orígenes y ruptura (1999:38), marcado por el res-
cate de la cultura clásica que el Humanismo había iniciado: renovación del 
pensamiento y, lo que es más importante, conciencia de estar inaugurando 
un pensamiento nuevo; retorno a los orígenes ya sea en la Grecia clásica, 
ya sea en el cristianismo primitivo (como es el caso de Lutero o Erasmo), 
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ruptura con el pasado inmediato. Esta actitud, por su parte, muestra un 
rasgo profundamente moderno que ya hemos mencionado: la conciencia 
histórica. Tener conciencia histórica significa, recordemos, un posiciona-
miento en el tiempo: reconocer el pasado como el camino que hubo de 
recorrerse para llegar a este presente que nosotros haremos futuro. 
Tanto la ruptura con el pasado inmediato y el sentimiento de origina-
lidad del presente, pues, implican conflicto. Como señala Koyré, “después 
de haber destruido la física, la metafísica y la ontología aristotélicas, el 
Renacimiento se encontró sin física y sin ontología, es decir, sin posibilidad 
de decidir con anticipación si algo es posible o no” y la consecuencia de esto 
es que “no hay ningún criterio que permita decidir si la información que 
se recibe de tal o cual ‘hecho’ es verdadera o no” (2000:42). Desde ya, esta 
situación es de una profunda angustia, a partir de la cual o bien se intenta 
buscar un nuevo fundamento para construir un nuevo orden, o bien los 
hombres se resignan a bucear en la incerteza y la locura –pero siempre en 
tensión entre ambos extremos. Una lucha íntima, una tensión nunca del 
todo resuelta subyace, en efecto, en toda la modernidad. En este marco, el 
pensamiento intenta construir un orden: el orden de la razón. 
Con respecto a la construcción científica del orden de la naturaleza, 
diremos que si bien ésta se construye sobre la base de la razón en el siglo 
XVII, la primera ontología que la modernidad se dio a sí misma, según 
Koyré, fue la magia. La magia concibe, en general, a todas las cosas que 
constituyen la naturaleza en una interconexión íntima y al hombre como un 
microcosmos. De dicha interconexión se desprende una influencia mutua; y 
de la situación privilegiada del hombre como reuniendo en sí mismo todos 
los elementos naturales, la posibilidad de gobernar las fuerzas e influencias 
naturales para su provecho. La astrología, por ejemplo, supone esto y, de 
hecho, tiene una fuerte presencia en la época, al punto que representantes 
de la revolución científica, como J. Kepler o el mismo Galileo, hacían ho-
róscopos por encargo. De la magia a la filosofía de la naturaleza, y de allí a 
la ciencia, he ahí el camino de la ciencia moderna.
De la concepción científica moderna del orden del universo, seña-
laremos sus rasgos principales. En general, los que se suelen subrayar son 
los tres que siguen: el carácter matemático, el carácter experimental y, en 
relación con esto último, el uso de instrumentos. El carácter matemático 
es el más importante, sobre todo por sus consecuencias. Se puede explicar 
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recurriendo a la distinción que Galileo propone entre las propiedades 
subjetivas y las propiedades objetivas de las cosas. Las primeras son pro-
piedades cualitativas, que resultan del contacto de los objetos con nuestros 
sentidos, tales como frío, calor, color, dulzor, etc. Estas son muy variables 
de persona en persona (lo que para uno es caliente, para otro puede ser 
tibio, por ejemplo) e imprecisas. En consecuencia, con ellas no es posible 
construir un conocimiento científico. En cambio, las segundas, son las 
propiedades matemáticas, cuantificables, las únicas sobre las que se puede 
constituir un conocimiento científico. El nuevo orden del mundo es, pues, 
un orden racional. La racionalidad de la naturaleza, a su vez, es homogé-
nea. La posibilidad de cuantificar tanto el espacio como el tiempo implica 
una homogeneidad opuesta a la jerarquía heterogénea de la concepción 
aristotélica (la diferencia entre el mundo sublunar y el supralunar). Para la 
concepción matemática del mundo, un centímetro del espacio es idéntico a 
otro, una porción de tiempo es idéntica a otra y, si hay leyes que explican un 
fenómeno en un lugar y tiempo determinados, explicarán el mismo tipo de 
fenómeno en cualquier tiempo y lugar. Dicho en otras palabras, la natura-
leza es uniforme. Lewis Mumford subraya la relevancia del reloj mecánico 
como máquina modelo de la modernidad. Por un lado, en el reloj se ve 
claramente la cuantificación del tiempo y la intercambiabilidad de espacio 
y tiempo (el tiempo se mide según el espacio recorrido por la aguja) a la que 
Descartes dio expresión matemática en los “ejes cartesianos”; asimismo, el 
reloj como máquina sirvió como imagen del universo, concebido como un 
mecanismo perfecto. Recordemos que el reloj mecánico hace su aparición 
en las Iglesias de Europa en el siglo XIV. Su difusión se dará de la mano de 
la revolución industrial a partir del siglo XVIII, pero recién se masificará 
haciafines del siglo XIX, en el marco de la mecanización del trabajo en las 
fábricas, con la aparición del reloj de pulsera. El reloj será piedra angular 
en el proceso de consolidación de la sociedad capitalista industrial. De este 
momento es la famosa frase “El tiempo es dinero” acuñada por Benjamin 
Franklin (Raffin, 2006:26).
En lo que hace al carácter experimental de la ciencia moderna, recor-
demos que, desde el Renacimiento, el naturalismo impuso la idea de que, 
si hemos de conocer la naturaleza, entonces debemos interrogarla a ella 
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misma y no a los libros considerados portadores de la verdad sobre ella.9 
Pero esta experiencia no puede ser la de la percepción cotidiana, de ahí que 
se diferencia la mera experiencia de la experimentación. Por ejemplo, la 
experiencia nos dice que el Sol del mediodía cabría en las manos, o que la 
Tierra está perfectamente inmóvil; en cambio, la razón y la experimentación 
demuestran otra cosa. En este sentido, Francis Bacon subrayó la impor-
tancia de liberar a la percepción y al pensamiento de todos los prejuicios o 
“ídolos” (como él los llamaba) que obstaculizan el conocimiento científico. 
Esta diferencia es de suma importancia, sobre todo porque, a su vez, la ex-
perimentación guarda con la teoría una relación que la experiencia cotidiana 
no tiene: por un lado, la teoría sugiere la interpretación de lo que se observa 
en la experimentación; por el otro, la teoría subyace a los instrumentos que 
se utilizan en la experimentación, por eso Galileo construía él mismo los 
telescopios con los que observaba el cielo.10 
El proyecto de racionalización en lo social
Ideal de la modernidad ha sido la racionalización, no solo de 
la Naturaleza sino también de la sociedad. Solo la modernidad 
intentó la construcción de una sociedad política con base en 
reglas puramente racionales. Solo ella concibió la sociedad como 
resultado de un acto racional y libre de los individuos o bien 
como efecto de causas sometidas a leyes necesarias. La ciudad 
ideal debe ser construida por la razón. También en este campo 
impera la idea de la razón como instrumento para lograr los fines 
humanos. La explicación racional del origen de la sociedad política 
y la construcción racional de la utopía son dos caras de la misma 
concepción de la sociedad como un orden sujeto a reglas que el 
hombre puede conocer y dominar (Villoro, 1993).
9. Esta idea de consultar los libros de Aristóteles o de la Revelación, por su parte, tiene su 
lógica interna: para conocer la obra de un creador, qué mejor fuente que la verdad sobre la 
obra que el mismo creador reveló, teniendo en cuenta también la debilidad de los instrumentos 
con que el hombre cuenta para conocer por su propia cuenta. 
10. Agradezco la colaboración de Andrea Pac para este apartado.
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Las utopías renacentistas, especialmente la Utopía de Tomás Moro, 
muestran cómo la capacidad racional del hombre puede construir una 
sociedad ideal donde reine la paz y la justicia. Pero también podemos en-
contrar la presencia de la idea de razón debajo de dos conceptos centrales 
del pensamiento político moderno: pacto social y revolución. Jean-Jacques 
Rousseau, pensador paradigmático del primer período de la modernidad y 
Karl Marx del segundo (Berman, 1989:3-9) nos pueden ayudar en esta tarea. 
El pacto o contrato social (Rousseau, 1769) es el acto de asociación por el 
cual los hombres deciden unirse para formar una sociedad civil dejando 
atrás el estado de naturaleza. De esta manera renuncian a la libertad natu-
ral y a la posibilidad de hacer justicia por mano propia y ganan la libertad 
civil, la justicia y la moralidad. De esta manera, se invierte la visión clásica 
del origen de la sociedad: ya no es la comunidad la que crea al hombre (tal 
como lo plantea Aristóteles en su Política)11 sino el hombre el que, con su 
razón, crea la sociedad. Solo un pensador perteneciente a la cosmovisión 
moderna podía engendrar esta idea por la cual el hombre se erige en un 
sujeto que, con la sola ayuda de la razón, puede crear el orden social como 
modo de salvaguardar su vida y sus bienes. De la misma manera, Marx 
es profundamente moderno al afirmar que la revolución es la llave por 
la cual los hombres pueden, a través de una decisión racional, cambiar el 
orden establecido con el fin de alcanzar una sociedad libre de la opresión 
y la injusticia. 
En ambos conceptos –pacto social y revolución– encontramos al 
hombre como sujeto racional dominando el orden social, por eso podemos 
afirmar que la modernidad lleva a cabo también un proyecto de racionali-
zación de la sociedad. 
La posibilidad de este proyecto viene dada por el proceso de secula-
rización que inició la modernidad. Ya hemos mencionado este concepto de 
la mano de Weber, quien la describe como la desaparición de la magia del 
11. “La razón por la cual el hombre es más que la abeja o cualquier animal gregario, un animal social 
es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal 
que tiene la palabra.(...) La ciudad es por naturaleza anterior a la casa y a cada uno de nosotros, porque 
el todo es necesariamente anterior a la parte; (...) Es evidente, pues, que la ciudad es por naturaleza y 
anterior al individuo, porque si el individuo no se basta a sí mismo será semejante a las demás partes en 
relación con el todo, y el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, 
no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios” (Aristóteles, 1997:43).
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mundo. La mirada religiosa va a dejar de estar presente en todos los aspectos 
del mundo y del hombre y, paulatinamente, va a circunscribirse a su propio 
ámbito: el espiritual. Este proceso se va a dar en diversos ámbitos, como el 
del conocimiento y de las ciencias en general, entre otros. Observemos por 
un momento el caso del arte. 
En las obras de arte del período medieval, la temática es exclusiva-
mente religiosa; en cambio en el Renacimiento empiezan a aparecer otros 
motivos además del religioso, por ejemplo: personajes importantes de la 
antigüedad grecolatina constituyen el tema de “La escuela de Atenas”, el 
cuadro de Rafael. Si nos adentramos aún más en la modernidad, nos en-
contramos con el surgimiento del arte moderno, que ya no va a buscar la 
representación fiel de la realidad sino la expresión del artista. Movimientos 
como el impresionismo, el expresionismo, el cubismo, el surrealismo, el 
dadaísmo, entre otros, nos muestran cómo el arte se ha independizado de 
toda atadura –no solo de la religiosa–, idea que se plasmó en la afirmación: 
“el arte por el arte”. De esta manera, la modernidad inaugura una separa-
ción entre las esferas del conocimiento, el arte y la moralidad.12 Cada una 
va a regirse por su propia lógica y ya no se va a dar por sentado que existe 
una convergencia entre la verdad, la belleza y el bien. Incluso estos valores 
van a ponerse en cuestión, pero ahí ya estamos dentro de la crisis de la 
modernidad. 
Crisis de la modernidad
Revisemos los puntos centrales del proyecto de la modernidad an-
tes de abordar su crisis. “El concepto profano de época moderna expresa 
la convicción de que el futuro ha empezado ya: significa la época que vive 
orientada hacia el futuro, que se ha abierto a lo nuevo” (Habermas, 1989:16). 
De esta manera, la modernidad es la época que confía en el progreso de 
la humanidad, lo que va unido a la idea de la historia universal como un 
proceso unitario, lineal y racional. La historia es considerada como un 
12. “Con las ciencias experimentales modernas, con las artes convertidas en autónomas, y con las teorías 
de la moral y el derechofundadas en principios, se desarrollaron aquí esferas culturales de valor que 
posibilitaron procesos de aprendizaje de acuerdo en cada caso con la diferente legalidad interna de los 
problemas teóricos, estéticos y práctico-morales” (Habermas, 1989:11).
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progresivo proceso de emancipación (Vattimo, 1990:74). La humanidad, 
entendida como una, se despliega en la historia desde su pasado primitivo 
hacia un futuro brillante. Que la humanidad sea “una” significa que se ha 
elegido a un grupo humano concreto para representarla y que se ha dejado 
de lado a otros grupos que no representan el avance de la humanidad. Y, 
¿quiénes han sido los que han realizado los más grandes aportes al avance 
civilizatorio sino los europeos? Ahora bien, como ya hemos mencionado, 
esos aportes culturales han venido acompañados de un afán de poderío 
que se manifestó principalmente en la expansión imperialista. Cuando 
los pueblos colonizados comenzaron a rebelarse, es que asistimos al inicio 
de la crisis de la modernidad. Se ponen en cuestión los ideales modernos: 
quizá no sea ya lícito hablar de la historia universal como aquel relato que 
nos cuenta las vicisitudes por las que ha pasado el hombre para llegar a 
este presente de esplendor. Porque constatamos que no podemos pensar 
que el hombre moderno es el hombre, que los hombres que conservan una 
forma de vida ancestral no son hombres atrasados sino solamente hombres 
que eligen una forma de vida diferente a la vida moderna. Al caer la idea 
de una historia universal, cae también el supuesto de que la historia es un 
proceso racional. Que la historia es racional implica, no solamente, que es 
un proceso que se puede explicar racionalmente sino que se despliega se-
gún una racionalidad interna hacia ese futuro promisorio. Evidentemente 
en este siglo XXI transitamos por un mundo donde la idea de un futuro 
mejor ya no es, de ninguna manera, evidente; más bien su contrario es lo 
que está a la orden del día. 
La rebelión de los pueblos colonizados no es el único acontecimiento 
ligado a la crisis de la modernidad. También el proyecto de racionalización 
del universo ha entrado en crisis cuando constatamos que la conversión del 
mundo en una morada digna para el hombre ha devenido en el agotamiento 
de los recursos naturales, en la contaminación del planeta, en la elimina-
ción de un gran número de especies animales y vegetales; consecuencias 
indeseadas pero quizá necesarias, que atentan contra el mismo proyecto. 
En cuanto a la racionalización de la sociedad, la idea de revolución 
ya no cuenta con la fuerza que tuvo durante el siglo XX; más bien creemos 
que la época de las revoluciones ya pasó. Y, como afirma Bauman (2003:11), 
incluso si quisiéramos hacer una revolución, no sabríamos qué edificio 
tomar porque el poder ya no se encuentra en un lugar determinado.
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Si consideramos los conceptos regentes de la modernidad, también 
la subjetividad y la racionalidad han entrado en crisis, tanto cada una por 
separado como la relación entre ellas. En cuanto a la relación entre ellas, 
escuchemos a Touraine:
El drama de nuestra modernidad estriba en que se desarrolló 
pugnando contra la mitad de sí misma, expulsando el sujeto 
en nombre de la ciencia, rechazando toda contribución del 
cristianismo, que vive todavía en Descartes y el siglo siguiente, 
destruyendo, en nombre de la razón y de la nación, la herencia 
del dualismo cristiano y de las teorías del derecho natural que 
hicieron nacer las declaraciones de los derechos del hombre y el 
ciudadano en ambos lados del Atlántico.
De manera que se continúa llamando modernidad a lo que 
constituye la destrucción de una parte esencial de ella. Cuando 
solo hay modernidad por la creciente interacción del sujeto y la 
razón, de la conciencia y la ciencia, nos han querido imponer 
la idea de que había que renunciar al concepto de sujeto para 
hacer triunfar la ciencia, que había que ahogar el sentimiento y 
la imaginación para liberar la razón y que era necesario aplastar 
las categorías sociales identificadas con las pasiones, mujeres, 
niños, trabajadores y pueblos colonizados, bajo el yugo de la élite 
capitalista identificada con la racionalidad (1999:207).
La crítica de Touraine apunta a la excesiva racionalidad de la mentali-
dad moderna, que ha terminado por ahogar al sujeto y su libertad, negando 
aquellos aspectos no racionales que son tan humanos como la misma razón: 
el sentimiento y la imaginación, la pasión; pero también, la conexión con 
lo espiritual (que Touraine identifica con el cristianismo), que va más allá 
de la adhesión a una religión en particular. Crisis entonces del encuentro 
entre razón y sujeto. Analicemos ahora a cada uno de ellos en sí mismo.
Si tuviéramos que caracterizar al sujeto moderno diríamos que es un 
sujeto racional que guía sus acciones en función de sus intereses propios 
y que se ha independizado, conquistando así su libertad subjetiva. Logra 
su independencia al abandonar su adscripción a la comunidad a la que 
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pertenece, es decir: ya no va a estar determinado por el lugar que dicha 
comunidad le asigne sino que va a elegir su propio camino. Se lo suele 
identificar con el sujeto cartesiano, que, como vimos, se erige en el punto de 
partida de todo conocimiento válido. Este modelo comienza a resquebrajarse 
cuando Nietzsche, en pleno siglo XIX y Freud, a principios del siglo XX, 
introducen el concepto de inconsciente. Freud lo considera determinante 
del aparato psíquico y demuestra que solemos actuar movidos no por nues-
tra conciencia en busca de intereses propios, sino gobernados por motivos 
inconscientes que escapan a nuestra consciencia y que, muchas veces, van 
en contra de dichos intereses. En definitiva, los estudios de Freud afirman 
que no nos conocemos a nosotros mismos y que, por lo tanto, no somos 
sujetos enteros sino divididos: una parte, la consciencia, es racional; pero 
la otra, el inconsciente, no lo es. Algunos afirman entonces que el sujeto 
moderno ha desaparecido y nos encontramos ahora en presencia de un 
sujeto posmoderno, descentrado; incluso hay quienes afirman que más bien 
debemos considerar la muerte del sujeto (Foucault, 1988:375).
La crisis de la razón encuentra en la crítica que le hace Horkheimer 
su punto de partida. Esta razón moderna, afirma nuestro autor, terminó 
revelándose meramente como razón instrumental, es decir: se convirtió 
en una razón que solo se usa como instrumento para un fin, que queda 
fuera del ámbito de la razón. El ejemplo más mentado es el holocausto 
judío perpetrado por los nazis, dado que echaron mano de la racionalidad 
técnica para llevar a cabo su plan; pero su objetivo escapa a todo examen 
racional. Podríamos ampliar con creces las críticas que ha recibido la razón 
moderna, pero recordemos que este trabajo apunta a desarrollar la moder-
nidad y no su crisis. Si nos hemos detenido en ella es porque no es posible 
entender la modernidad sin tener presente que la modernidad incluye su 
crisis como parte de ella.
El fin de la modernidad
La cuestión de si la modernidad sigue vigente o aún no ha concluido 
es una discusión abierta. Los que defienden su final, lo van a ubicar a partir 
de mediados del siglo XX con la segunda guerra mundial, en particular en 
relación al genocidio nazi y a la bomba atómica que destruyó Hiroshima y 
Nagasaki. Estos dos acontecimientos entran en flagrante contradicción con 
los principios de la modernidad que la humanidad parecía defender. Por 
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eso es que algunos pensadores van a decir que el proyecto de la modernidad 
está agotado y que hemos entrado en una nueva época: la posmodernidad. 
Otros no van a tomar una posición tan definida pero sí van a pensar cuál 
es el vínculo entre la modernidad y estos acontecimientos que podríamos 
calificar de antimodernos. Por último, están los que afirman que el proyecto 
moderno sigue vigente, que es cuestión de ajustarlo. Ejemplo de la primera 
posición es Vattimo, quien afirma que en la época posmoderna “se abre 
camino un ideal de emancipación a cuya base misma están, más bien, la 
oscilación, la pluralidad, y en definitiva, la erosión del propio principio de 
realidad” (1990:82) Ejemplo de la segunda es Bauman, quien afirma que: 
Sospechamos que, aunque nos neguemos a admitirlo, el 
Holocausto podría haber descubierto un rostro oculto de 
la sociedad moderna [… Por eso] propongo que tratemos el 
Holocausto como una prueba rara, aunque significativa y fiable, 
de las posibilidades ocultas de la sociedad moderna (1997:9-15). 
Ejemplo de la tercera es Habermas, quien considera a la modernidad 
como un proyecto inacabado y no superado (1989). No es nuestra intención 
profundizar en los argumentos de cada uno para defender su posición, solo 
diremos que todos ellos tienen buenas razones para sostener lo que afirman. 
Los defensores de la posmodernidad van a hacer hincapié en la caída de 
algunos de los pilares de la época, como la fe en el progreso de la humani-
dad y en la guía de la razón. Los defensores del proyecto moderno siguen 
apostando a la razón y a la ciencia como modo de conocernos a nosotros 
mismos y al mundo. Quizá esto muestre que tanto la modernidad como la 
posmodernidad pueden ser entendidas como épocas contradictorias en 
sí mismas. Es necesario tener presente que no hay acuerdo en cuánto a 
qué mentamos cuando hablamos de posmodernidad. Para sus defensores, 
decíamos, es una nueva época con características positivas que la distin-
guen claramente de la modernidad. En cambio para los defensores de la 
modernidad, la posmodernidad no es más que la crisis de la modernidad, 
por eso es negativa y es necesario superarla si queremos salir airosos de 
la crisis actual.
 
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caPítulo iv
sociología y Producción de 
conocimiento cientíFico
Dan Adaszko
¿Qué es la sociología?
La idea original de este capítulo surgió al constatar que, tras varios 
años de docencia en sociología, muchos alumnos finalizaban la asignatura 
sin lograr sintetizar en sus cabezas qué es y en qué consiste concretamente 
dicha disciplina científica. Esto motivó el interés del autor, quien le asigna 
mucha importancia al género de la divulgación científica, por escribir un 
artículo de este carácter, que pudiera intentar dar respuesta, al menos en 
parte, a ese interrogante. Tras constatar, después de tres años, que el resul-
tado fue muy positivo y valorado por los estudiantes, se ha decidido realizar 
algunas correcciones y modificaciones al texto original, transformándolo 
en el capítulo que aquí se presenta.
La sociología es una ciencia que nació en Europa Occidental en 
la segunda mitad del siglo XIX y se consolidó hacia principios del XX. A 
partir de ese momento, aquella se instaló en las principales universidades 
y centros de investigación del globo como una de las disciplinas “madres” 
dentro de las ciencias sociales, junto a la economía, la ciencia política y 
la antropología. Todas ellas nutren de teorías, interpretaciones sobre la 
realidad y datos de investigaciones empíricas a muchas otras disciplinas, 
sean estas científicas o no.
Así, el conocimiento que la sociología produce acerca de lo social 
es utilizado por ella misma o por otras disciplinas. Ejemplo de ello es que 
el trabajo social, el derecho, la historia, la economía, las ciencias de la 
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comunicación, el periodismo, la administración de empresas, la pedagogía, 
etc., se nutren de sus producciones a efectos de complementar o sustentar 
sus propias teorías. La medicina y la salud pública se enriquecen de sus 
ideas a efectos de comprender, por ejemplo, las relaciones de poder que se 
establecen entre médicos y pacientes, para entender los procesos de salud 
y enfermedad a nivel poblacional o para explicar por qué las enfermeda-
des no se distribuyen de igual modo entre ricos y pobres. La política, para 
interpretar los procesos sociales ligados a ella. La publicidad, el marketing 
y la investigación de mercado, para comprender por qué la gente se rige 
de acuerdo a determinados patrones de consumo. Estos son algunos po-
cos ejemplos, entre muchísimos otros, acerca de la utilización de la teoría 
sociológica.
¿Pero qué es la sociología? En resumidas cuentas es una disciplina 
que indaga e intenta explicar científicamente distintos fenómenos y proble-
máticas de la realidad social dentro de una misma totalidad, a diferencia 
de otras ciencias que abordan lo social de manera fragmentada. Como 
ejemplo, son temas habituales de su interés, las relaciones sociales inter e 
intra grupales; la conformación y el lugar de las instituciones; las distintas 
modalidades en que se manifiestan los conflictos sociales; la estratifica-
ción y la organización en clases; los procesos de transformación política; 
la objetivación de las relaciones sociales como el derecho y el Estado; la 
reproducción de la cultura, los mecanismos de socialización; los sistemas 
de legalidad y legitimidad dentro de una sociedad; entre tantos otros temas. 
Algunas preguntas acerca de estos son: por qué surgieron y cuáles fueron 
las condiciones de posibilidad para ello, de qué modos se han desarrollado, 
a la vez que la forma en que desaparecen y son reemplazados por otros.
Hace un siglo, el célebre sociólogo francés Émile Durkheim llamaría 
a este conjunto de fenómenos colectivos “hechos sociales” y diría que son el 
objeto de estudio propio de la sociología, que lo distingue de otras ciencias 
como la psicología, la economía o la historia. Los hechos, fenómenos o pro-
cesos que estudia la ciencia de la que trata este capítulo son producidos por 
una sociedad como un colectivo y no por sus individuos en forma aislada.1
1. Si bien a primera vista esta definición de sociología es extremadamente abarcativa, a medida 
que el alumno vaya ingresando en el tema podrá ir recortando y delimitando el campo de 
conocimiento al que nos estamos refiriendo. 
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Dan Adaszko
Fuera del propio campo científico y de las universidades, durante el 
siglo XX lo que el sociólogo norteamericano Right Mills denominó “imagi-
nación sociológica” inspiró a intelectuales, periodistas, escritores, cineastas 
dramaturgos y políticos de todo el mundo. Y es que esta ciencia no tiene 
bordes claramente definidos sino que se trata de un conjunto de teorías y 
conocimiento en continuo cambio y expansión.
Por último, cabe remarcar que –a diferencia de lo que mucha gente 
no familiarizada con la teoría social cree–, en el presente no puede identifi-
carse al pensamiento sociológico con ninguna corriente ideológica o política 
en particular. Esta ciencia –al igual que la economía, la ciencia política, u 
otras– ha producido conocimiento acerca de la sociedad que fue utilizado 
tanto por el pensamiento progresista, revolucionario o conservador. 
¿Cómo surgió esta ciencia?
Esta disciplina no tuvo una evolución distinta a la de la mayoría de 
las ciencias modernas. Podría pensarse en tres etapas, estando caracte-
rizada la primera por la delimitación del objeto y el método, la segunda 
por el desarrollo de grandes paradigmas y teorías, a la vez que por una 
sofisticación metodológica, y una tercera etapa de apertura e integracióninterdisciplinaria con otras ciencias y formas de conocimiento.
En efecto, en principio y conforme al pensamiento positivista impe-
rante en el siglo XIX, estuvo atravesada por el interés por fijar los límites 
y diferencias con respecto a otros campos de conocimiento; se delimitó un 
objeto de estudio propio y se definieron métodos de investigación y vali-
dación de sus enunciados.
Dentro de esta primera etapa (segunda mitad del siglo XIX y pri-
meros años del XX) no hubo una única corriente o paradigma dominante. 
En Francia se desplegó una sociología positivista que intentó aplicarle al 
pensamiento acerca de la sociedad métodos semejantes a los de las cien-
cias naturales y exactas (en especial la biología y la física), asignándole al 
sociólogo un rol análogo al del médico, pero en este caso para la sociedad.
En el Reino Unido esta inclinación a copiar el modelo de las ciencias 
naturales fue aún más significativa, plasmándose en el fuerte impacto que 
tuvo la teoría de Darwin en el pensamiento de la época y en la fuerza que 
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mostraban el empirismo y el método experimental a partir de los avances 
de las ciencias naturales.2
Las primeras sociologías francesa e inglesa fueron profundamente 
conservadoras: pretendían encontrar leyes que explicaran los mecanismos 
de control y ordenamiento social a efectos de evitar los graves problemas 
que se estaban suscitando en Europa a los ojos de la burguesía de aquel 
entonces. La crisis y el orden eran las contracaras de una misma moneda. 
Lo que hoy conocemos como sociedad moderna era una gran revolución 
cultural, económica y política y estaba modificando todos los cimientos de la 
sociedad. En terminología sociológica diríamos que se estaba concluyendo 
el pasaje de la comunidad pre moderna a la sociedad moderna.
Por el contrario, durante el mismo período en Alemania se rechazó el 
positivismo, a la par que emergieron dos nuevos paradigmas de pensamien-
to sobre la sociedad. Por un lado la sociología comprensiva, fundamentada 
en el individualismo metodológico y que desistiría de cualquier analogía 
entre lo biológico y lo socio-cultural, a la vez que de toda pretensión de 
abordar lo social a través de una teoría totalizadora. Pondría asimismo 
un mayor énfasis en la comprensión del sentido de la acción social de los 
sujetos: ¿por qué y con qué intensiones actuamos socialmente?
Unas décadas antes, en las mismas latitudes Marx daría origen al 
materialismo histórico, un paradigma por completo diferente y que se 
constituiría en el punto de partida de las corrientes marxistas. 
Muchos autores han agrupado a las distintas líneas de pensamiento 
sociológico en dos grandes conjuntos: las llamadas “teorías del orden” y las 
“teorías del conflicto”, dependiendo en cuál de los dos términos pusieran 
el acento para explicar el desarrollo y cambio de una sociedad. Bajo esta 
mirada, el positivismo clásico se encontraría dentro de las primeras, mien-
tras que el materialismo histórico sería un claro ejemplo de las segundas. 
No obstante esto, al modo de ver de muchos sociólogos –entre los que 
se encuentra el autor de este capítulo–, esta clasificación es sumamente 
reduccionista y más que ordenar, por lo general lleva a perder la riqueza y 
heterogeneidad de la producción sociológica. 
Durante la primera etapa de la sociología se produjo una gran 
cantidad de material epistemológico y metodológico a partir del que se 
2. Ver Portantiero, (1988) “Introducción a la sociología clásica”, en La sociología clásica.
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pretendió diferenciar a esta ciencia de otros campos de conocimiento. Un 
interrogante que guio a este período –más allá de las diferencias en cada 
país– fue: ¿cómo indagar, explicar y comprender aquel tema (la sociedad) 
que hasta ese momento había sido el objeto de la reflexión exclusiva de la 
filosofía, la teología y el derecho pero, esta vez, con métodos científicos?
¿Pero cuál es el motivo por el que en aquellos tiempos imperara tanta 
obsesión por construir un campo de conocimiento que llevara la impronta 
científica (que tuviera la etiqueta de “ciencia”), si hasta los siglos XVIII y 
parte del XIX solo se entendía por tal a aquellas disciplinas que se ocupaban 
de los fenómenos ligados a la naturaleza y que tenían por objeto explicarlos y 
descubrir leyes inherentes a los mismos? ¿Por qué la sociedad decimonónica 
incorporó a la sociedad como objeto de estudio de las ciencias?
Durante la Modernidad la ciencia y la razón se consolidaron como 
las “verdaderas” y “legítimas” formas de conocer y explicar la realidad, 
desplazando a un segundo plano a cualquier otro modo de aproximación 
(como por ejemplo, la fe, la religión, los mitos, las leyendas, los saberes 
populares, la teología, la filosofía, el arte, entre otros).
En la primera modernidad la creencia en la ciencia llegó a convertirse 
en una verdadera fe, con toda la connotación religiosa que esto implica. Esta 
creencia irrestricta y sin reparos en la ciencia implicó tanto consecuencias 
positivas, por los avances que posibilitó, como negativas, ya que, como se 
demostró posteriormente, los métodos científicos solo pueden explicar y dar 
cuenta de una pequeña porción de la realidad, a la vez que también pueden 
ser utilizados para fines no benignos para la humanidad.
No puede decirse que la ciencia sea un producto netamente moderno, 
pero sí afirmar en forma categórica que lo que se impuso a partir de los 
siglos XVI y XVII fueron los métodos empíricos y experimentales y que la 
“ciencia” fue homologada a ellos. Los términos “empírico” y “experimental” 
no son sinónimos y, por lo general, las ciencias sociales no pueden trabajar 
con los segundos aunque sí con los primeros.
La “veneración” por la ciencia a partir de esos siglos no fue fortuita 
sino que se basó en los impresionantes avances en el campo de la física y 
la astronomía de la mano de pioneros como Copérnico, Galileo, Kepler o 
Newton; en la aparición dentro de la matemática del cálculo infinitesimal 
por parte de Leibnitz y Newton –lo que revolucionó el pensamiento de su 
tiempo (desde la industria hasta la filosofía)–; y los avances en la biología, 
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la química y la medicina. Lo que se imponía en estos era la racionalidad 
instrumental en la aplicación del método científico.
Estamos en condiciones de aseverar, sin lugar a dudas, que la física 
fue la disciplina madre y modelo de las ciencias modernas, teniendo este 
atributo consecuencias positivas y negativas para aquellas otras disciplinas 
que durante la Modernidad buscaran el estatus de “ciencia”. Por un lado, 
dejó una huella imborrable al fijar como meta fundamental de la indaga-
ción científica la explicación de todos los aspectos de la realidad a través de 
métodos racionales y mediante el descubrimiento de leyes universales no 
basadas en fundamentos teológicos. El ser humano podría descubrir todo 
por medio de su intelecto. Pero por otro, con sus métodos de investigación y 
su forma restringida de entender el concepto de “racionalidad”, condicionó 
fuertemente al resto de las disciplinas que también procuraron explicar la 
realidad de un modo no religioso.
Fue por estas razones que quien durante los siglos XIX y XX quisiera 
legitimar y hacer socialmente aceptable nuevas formas de pensar la realidad 
–como fue el caso de las ciencias sociales– debería colocarle a su disciplina 
y al conocimiento que esta produjera el rótulo de “ciencia” y construirla a 
imagen y semejanza de aquellas que ya estaban con-sagradas.3 
Se hace necesario tomar en consideración que ninguna de las ciencias 
-sociales,naturales o exactas- acuña una autonomía completa con respecto a 
lo que suceda en la realidad social que la circunda. La economía se desarrolló 
tratando de dar respuestas a los problemas de la producción, distribución y 
circulación originados en el ingreso del Capitalismo en su etapa industrial, 
así como dando respuesta al interrogante sobre qué es lo que le da su valor 
a las mercancías. La antropología se formó acompañando al colonialismo 
británico en África, Asia y Oceanía. La sociología, como respuesta conserva-
dora a los conflictos entre las clases sociales en la Europa de mediados del 
siglo XIX. La astronomía moderna acompañó la llegada de los europeos al 
3. Esta obsesión por asemejarse a las otras ciencias fue uno de los tantos motivos que 
produjeron un cisma dentro de las ciencias económicas y la irrupción de las teorías neoclásicas 
a fines del siglo XIX. Es posible postular, sin lugar a dudas, que la economía del siglo XX en 
adelante ha tenido, más que ninguna otra ciencia social, una obstinación por parecerse a 
una ciencia natural, tratando de encontrar leyes universales del funcionamiento económico; 
obstinación que la ha hecho oscilar de frustración en frustración –ya que la mayoría de las 
veces ha fallado en sus predicciones.
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nuevo mundo. La matemática, al desarrollo del sistema financiero y como 
apoyatura de la astronomía y la física. Esta última experimentó un gran 
avance acompañando a la revolución industrial (aunque la precede y no se 
limita en absoluto a ella), y de la mano de la experimentación de una infini-
dad de inventores que pretendían hacerse ricos patentando sus productos.4 
La química moderna emergió, entre otras circunstancias, de la obsesión de 
los alquimistas medievales por inventar oro. La ciencia política se desarrolló 
a la par de la unificación de los Estados nacionales, de la consolidación de 
las monarquías absolutas y de la comparación de los distintos regímenes 
políticos que afloraban a ambos lados del Océano Atlántico. La demografía 
intentó dar una explicación acerca de los problemas derivados del creci-
miento poblacional que surgieron a partir de la “transición demográfica”. 
La biología fue motorizada por el descubrimiento de nuevas especies tras 
la conquista de territorios coloniales. Las ciencias de la administración 
surgieron acompañando el salto productivo en las fábricas de finales del 
siglo XIX; entre otros tantos ejemplos.
En resumidas cuentas, la ciencia es una expresión y producto de lo 
que sucede en una sociedad y no se desarrolla autónomamente a esta. Los 
espacios de autonomía en lo que respecta a la invención, la creatividad y la 
imaginación del científico, si bien existen, están acotados a las condiciones 
de posibilidad de una época.
La segunda etapa en el desarrollo de la sociología se llevó adelante a lo 
largo del siglo XX y consistió en: a) la profundización y asentamiento de los 
paradigmas y de las corrientes de pensamiento que ya estaban circulando; 
b) la aparición de nuevas teorías c) el avance en el desarrollo metodológico; 
y d) la especialización temática dentro de la propia ciencia. Esto último 
significó que ya no existiera una única sociología sino múltiples áreas de 
competencia sobre los que los profesionales de esta ciencia intervienen: 
trabajo, urbanismo y medio ambiente, derecho, industria, salud, cultura, 
política, economía, demografía, etc. 
Finalmente, la tercera etapa que la sociología atraviesa en el presente 
está caracterizada por una integración a otros saberes y conocimientos. Las 
limitaciones disciplinares quedaron así dentro de los estudios de grado de 
4 Durante el siglo XX los grandes avances de la física se produjeron a la sazón de la industria 
bélica.
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los sociólogos, pero el posgrado y el ejercicio profesional se abrió claramente 
a la interdisciplina.
Todos los estudios de la sociología, desde que naciera hasta la ac-
tualidad, y más allá de las especializaciones referidas, tienen por objeto 
comprender y dar respuestas a dos preguntas fundamentales: ¿cómo es la 
sociedad en la que vivimos? y ¿por qué es de ese modo?
Los bordes de las ciencias
A decir verdad, las ciencias tal como las conocemos hoy y como están 
organizadas en las universidades son relativamente recientes y en muchos 
casos comienzan a desaparecer y entremezclarse. Gran parte de las nuevas 
carreras universitarias no se corresponden con las disciplinas científicas 
clásicas, sino con áreas temáticas muy diversas.
Hasta los siglos XVIII y XIX el conocimiento acerca de un tema o 
problema no estaba encerrado dentro de una disciplina concreta con una 
etiqueta como sociología, economía, ciencias políticas, psicología, biología, 
física, etc. Durante la etapa en que se fueron constituyendo las nuevas co-
rrientes de pensamiento e investigación en la Modernidad, el conocimiento 
tenía un carácter transversal y no un límite concreto. La mayor parte de la 
gente ilustrada de aquellos tiempos contaba con sólidos conocimientos en 
filosofía, derecho, teología, ciencias, matemática y arte.
Por ejemplo, muchos de los primeros astrónomos, físicos y químicos 
modernos eran sacerdotes.5 La formación de base de uno de los fundadores 
de la Economía Política moderna, Adam Smith, no era la economía sino la 
filosofía, actividad que ejerció como profesor de moral en la universidad. 
El creador de la corriente alemana de sociología, Max Weber, era abogado. 
Los primeros astrónomos no tenían una formación sólida en la materia 
sino que eran, básicamente, grandes experimentadores. Leibnitz, uno de 
los creadores (junto a Newton) del cálculo diferencial e integral (lo que 
se estudia en el presente en análisis matemático) tenía como formación 
básica la filosofía y el derecho y no la matemática. Francis Bacon, quien 
propusiera y defendiera el método inductivo para la investigación científica 
también era un filósofo. Uno de los grandes filósofos modernos, Emanuel 
5. Todas las primeras universidades europeas pertenecían a la Iglesia.
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Kant, respondió desde esa disciplina a algunas preguntas y postulados que 
Newton formulara previamente desde la física y la astronomía. Descartes, 
uno de los autores paradigmáticos de la filosofía racionalista moderna era 
un destacado matemático que fortaleció los vínculos entre el álgebra y la 
geometría. Bayes, el creador de una de las ramas centrales del cálculo de 
probabilidad en la estadística, era un sacerdote que, en verdad, estaba 
intentando demostrar la existencia de Dios. Karl Marx tuvo su formación 
básica en derecho y filosofía y recién en su exilio en Inglaterra se especializó 
en economía. 
Como estos ejemplos hay infinidad que demuestran que en un prin-
cipio los campos de conocimiento no tenían barreras sólidas, ni títulos uni-
versitarios. La delimitación de espacios académicos con objetos de estudio 
y métodos propios fue, de algún modo, un “capricho” del positivismo del 
siglo XIX. En rigor, la delimitación de campos científicos separados con 
carreras universitarias y métodos propios, hoy en día se vuelve cada vez más 
obsoleta y en muchos casos se transforma en un límite para la construcción 
de nuevos conocimientos.
¿Cuáles son algunos de los rasgos que distinguen a las ciencias 
sociales de las naturales y de las exactas?
En primer lugar, a diferencia de las naturales y las exactas, en nin-
guna de las ciencias sociales –con excepción de la economía donde existe 
una hegemonía de las teorías neoclásicas– hay un paradigma o corriente 
dominante, sino que coexiste una diversidad de ellos, los que discuten y se 
disputan la “verdadera” interpretación de lo que sucede en la realidad social.
Amodo de ejemplo, podemos citar que en la física actual hay una teo-
ría dominante acerca de la relación entre el tiempo y el espacio compartida 
por la mayoría de los científicos que se desempeñan en esa disciplina. En 
la química, el camino que transitan los distintos científicos e instituciones 
de investigación son similares y se va modificando al ritmo de los nuevos 
descubrimientos. Si surge una nueva teoría, se discute y se disputa el lugar 
de la “verdad” con la teoría que ya estaba asentada, en los canales institu-
cionalizados para esa disputa –revistas especializadas, congresos, etc.–. 
Si la nueva teoría se impone, la anterior cae. El conocimiento va siguiendo 
una dinámica de desarrollo lineal en la que se suceden distintas etapas que 
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van superando a las previas en cuanto a hipótesis, teorías y métodos, pero 
siempre puede identificarse algún paradigma que domina y oscurece al resto.
Esta dinámica no se da del mismo modo en las ciencias sociales, sino 
que en estas los paradigmas o corrientes coexisten en forma simultánea. Así 
como en la economía no hay una explicación unívoca y dominante acerca 
del por qué se producen fenómenos como el desempleo, el crecimiento 
económico o la inflación de precios, tampoco en la sociología prevalece una 
visión dominante y hegemónica acerca del por qué se producen los conflic-
tos sociales, qué criterios utilizar para la estratificación social, cómo son 
los procesos de comunicación institucional, cómo y por qué se desintegró 
la sociedad feudal y se desarrolló el sistema capitalista, etc. En términos 
de Bourdieu, el campo en las ciencias exactas y naturales es mucho más 
homogéneo y hegemónico que el de las ciencias sociales.
Otro aspecto que las diferencia sustancialmente es que en estas 
últimas no es posible utilizar métodos experimentales, lo que fue un rasgo 
distintivo y central en las ciencias naturales durante la Modernidad. Un 
experimento es un proceso observado y controlado sistemáticamente, en el 
que a un cierto elemento o conjunto de ellos se les aplica un tratamiento, o 
se lo somete a una serie de estímulos o factores, evaluando con posterioridad 
si aquel sufrió modificaciones y de qué naturaleza. Los cambios y diferen-
cias se miden con distintas técnicas y pruebas –por ejemplo estadísticas– a 
partir de las cuales se aceptan, reformulan o rechazan hipótesis. De un 
modo formal podemos definir a un experimento como un procedimiento 
mediante el cual se confirman o refutan hipótesis acerca de un fenómeno, 
por medio de la manipulación o alteración de factores que se presumen 
pueden estar relacionados entre sí de acuerdo a alguna teoría. Existe una 
gran variedad de diseños experimentales y de criterios para clasificarlos de 
acuerdo a la disciplina científica en la que se desarrollen y a los propósitos 
de la investigación en la que se enmarquen.
Ejemplos de experimentos son: aplicar distintos reactivos a idénticas 
células e indagar si posteriormente se verifican reacciones diversas; utilizar 
distintos tratamientos de calor para comparar el efecto sobre algún metal 
determinado; darles un tratamiento farmacológico a un grupo de pacientes 
con una cierta enfermedad y a otros no, a efectos de evaluar qué diferencias 
experimentó cada uno de los dos grupos (a esto se lo llama protocolo de 
investigación clínica); arrojar una moneda y calcular la probabilidad de que 
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caiga de cada lado; comparar la precisión de dos máquinas que fabrican 
una cierta pieza bajo determinadas condiciones, etc.
En todos los casos los métodos experimentales son: (a) empíricos 
porque se basan en observaciones; (b) utilizan la medición para describir 
y comparar resultados; (c) pueden identificarse y aislarse claramente fac-
tores a ser aplicados durante el tratamiento; (d) tienen -o buscan tener- un 
control total sobre el procedimiento; (e) pueden ser replicables por otros 
investigadores siguiendo la metodología utilizada; y (f) si se aplica exacta-
mente el mismo procedimiento, se debería arribar a idénticos resultados. 
La aplicación de un método de esta naturaleza implica la estandarización 
de procedimientos y por ello la replicabilidad del experimento.
Como puede preverse, en lo social, económico, político y cultural no 
es factible la experimentación tal como fue planteado para las otras cien-
cias. No solo se trata de que experimentar en estos campos pueda llegar a 
ser inmoral y colisionar con la ética profesional, sino que no hay modo de 
controlar el experimento o saber con precisión en qué medida un factor 
afecta o modifica la situación original. De los cinco puntos mencionados 
previamente, únicamente pueden cumplirse el (a) –aunque no todo enun-
ciado de las ciencias sociales se basa necesariamente en la observación 
empírica–, en ciertos casos el (b), el (e) y el (f), pero nunca el (c) ni el (d).
Si a un grupo de alumnos se les aplica cierto programa educativo y 
a otros no, aunque hayan llegado a resultados heterogéneos, es muy difícil 
afirmar con certeza que esas diferencias se deban al programa aplicado y 
no a otros motivos. Tampoco se puede saber si el grupo que tuvo mejores 
resultados no hubiera arribado al mismo lugar sin aplicársele tratamien-
to alguno. Si en una economía se efectúa una emisión de moneda y esto 
produce inflación, nada quita que esta última pudiera haber sucedido sin 
esa emisión monetaria (en muchos casos, existen emisiones que no pro-
ducen inflación). Si una persona que tiene un determinado conflicto se ve 
en la necesidad de encarar una psicoterapia, es probable que evolucione 
o altere su situación de algún modo; sin embargo, no hay forma de saber 
cómo hubiera evolucionado sin esa psicoterapia e, incluso, podría suceder 
que arribe al mismo punto de llegada sin hacer ningún tratamiento. A 
veinte consumidores se les puede aplicar un mismo estímulo -como ser un 
incentivo monetario para comprar un producto- y, sin embargo, pueden 
reaccionar de veinte maneras diferentes (o no).
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Esto se debe fundamentalmente a tres razones estrechamente vincu-
ladas. En lo social los procesos no siguen una dinámica mecánica y previsible 
ni una relación lineal unívoca causa-efecto, como en muchos fenómenos 
físicos, químicos o biológicos, en donde un proceso puede expresarse siem-
pre con la misma ecuación.
Una segunda razón es que no existen dos seres humanos idénticos, 
un presupuesto fuerte que sí se aplica a los elementos con los que se ex-
perimenta en las ciencias naturales y exactas. Pueden ser casi idénticas y 
reaccionar del mismo modo dos células, dos moléculas, dos objetos en caída 
libre, dos ratones de laboratorio, pero no dos personas, dos mentalidades, 
dos organizaciones sociales o dos culturas.
La tercera razón, ya no de orden estática sino dinámica, es que como 
lo social y lo cultural están en continuo cambio -y nuestras personalidades 
también lo están-, que en el presente se pueda formular una relación entre 
factores mediante alguna ecuación, un esquema conceptual, etc., no implica 
que dentro de algún tiempo este pueda seguir siendo utilizado. Este es otro 
de los motivos que conducen a la imposibilidad de la replicabilidad de las 
condiciones experimentales en el campo de las ciencias sociales. Aunque 
se reitere un procedimiento, el escenario social o los sujetos involucrados 
en el experimento ya habrán cambiado.
En esta línea, mientras que las ciencias naturales y exactas realizan 
sus análisis en base a lo que se denomina datos experimentales, las ciencias 
sociales lo hacen sobre datos observacionales. Los primeros

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