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PSICOLOGIA CLINICA DE NIÑES 1 PSICOLOGÍA CLÍNICA DE NIÑXS Y ADOLESCENTES Unidad Temática A: La relación establecida entre teoría y clínica. • Relación teoría - clínica. • Posición ante el saber. • Ruptura con el campo de las certezas. • Posición de interrogación. • Teorización flotante. • El caso clínico. • Lugar de la creación. • La investigación clínica. Aulagnier, P. (1984). Capítulo 1 Punto B "Las cuatro versiones de la historia de Philippe". Las cuatro versiones de la historia de Philippe. a) La de Philippe (28 años), quien es su protagonista y su autor. Versión que reconstruye una historia con arreglo a una causalidad delirante, que liga la totalidad de los acontecimientos pasados, presentes y los de un futuro ya previstos por Philippe, con una causa situada fuera de tiempo y fuera de la realidad. Merced a lo cual se produce esa indiferenciación temporal que es propia del delirio. En el caso de Philippe, como es frecuente en la esquizofrenia, esta versión está al servicio de hacer inocentes a los dos progenitores de toda responsabilidad por su destino psíquico. b) La versión de los padres; proporcionada en las cinco entrevistas que con ellos tuve. Versión que ignora y niega el papel que ellos desempeñaron. c) La mía (Aulagnier), que se elabora y se modifica en el hilo de mi escucha. Versión para uso personal, que articula una serie de hipótesis interpretativas que parten de los acontecimientos de que hablan los relatos de Philippe y de sus padres. La forma definitiva de esta versión diferirá según la continuación que tengan o no las reuniones. Si no desembocan en el establecimiento de una relación analítica, la última coincidirá con la construcción definitiva de una versión hipotética acerca de las consecuencias de una historia infantil sobre el vivenciar actual de un sujeto. Si las reuniones se transforman en sesiones, aquella versión que les había precedido servirá a un objeto particular: me aportará elementos que me ayudaran a formular interpretaciones en virtud de las cuales se pueda hacer entre el discurso del sujeto y el mío, ese trabajo de ligazón que es la obra y el objetivo del trabajo analítico. d) La que Philippe y yo empezamos a escribir juntos. 2 Aulagnier, P. (1980). Capítulo I "Sociedades de psicoanalisis y psicoanalista de sociedad". Capítulo 1: Sociedades de Psicoanálisis y Psicoanalistas de Sociedad. (El capítulo comienza refiriéndose a los debates y disidencias que se producen entre las distintas Escuelas de Psicoanálisis del momento) La cuestión pone forzosamente en juego, para cada analista, su opción “política”. Pues bien, de la política a la polémica la asociación no es solo fonética: el deslizamiento resulta tan fácil para el autor como para el lector. Con el fin de precavernos contra este peligro hemos tratado de basar nuestro análisis en una reflexión teórica; pero aun así reconocemos que nuestro análisis y nuestra crítica hallaron su fuente principal en las cuestiones que nos planteó la Escuela Freudiana de París. Y esto por las siguientes razones: 1) La crítica de las instituciones de sociedades de tipo clásico data de largo tiempo atrás, sobre todo gracias a la contribución de Jacques Lacan; 2) El punto de partida de lo que legítimamente podemos llamar “movimiento lacaniano” fue rico en promesas y permitió creer en una saludable renovación del funcionamiento de las sociedades psicoanalíticas aunque esto culminó en un indisimulable fracaso que planteó el problema de la alienación; 3) Hemos formado parte de la Escuela Freudiana de París desde su fundación y esa experiencia nos permite elucidar ciertos fenómenos propios de los grupos psicoanalíticos. Pero resulta evidente que a su vez este análisis se inserta en una problemática más general: la que plantea, desde el origen, la existencia de “sociedades psicoanalíticas”. Definiremos ahora el sentido que otorgamos a dos términos que hallaran frecuente empleo en este texto. Por didacta designamos al analista que analiza a un sujeto, al que llamamos candidato, que en el transcurso de su propio análisis, descubre o confirma su deseo de ser analista. Lo extraterritorial: sociedad de psicoanálisis y sociedad de demanda. Con la poca ortodoxa fórmula “sociedad de demanda”, queremos marcar la relación hoy existente entre la sociedad, y la función del psicoanalista a la que esa sociedad apela. No somos sociólogos, y nuestro interés fue siempre incitado por la psique del sujeto, pero nuestra experiencia así como nuestro trabajo en el medio hospitalario, nos permiten formular dos observaciones: 1) La demanda de psicoterapeutas crece de manera progresiva; 2) El malestar que segrega la sociedad contemporánea muestra la exacerbación de determinados conflictos psíquicos y revela el callejón sin salida al que conducen la mayoría de las soluciones propuestas. 3 Estos dos factores explican porque el analista-terapeuta se ve solicitado cada vez más, porque las listas de espera se alargan. De esto deriva otro tipo de demanda: el analista pasa a ser el enseñante, el invitado de élite. Tal estado de cosas plantea el problema de las repercusiones que el analista provoca en nuestra disciplina y particularmente en dos registros: a) la vocación; b) la contrapartida exigida por la sociedad como precio de su demanda. A propósito de la vocación. A mitad de camino entre el llamado, la misión, el destino, el interés, este término sigue marcado por el uso que se le dio en el campo religioso. ¿A que “llamado” responderá, pues, el futuro analista? La respuesta hoy en día más frecuente se apoya en dos conceptos: el “deseo de saber”, en su sentido más general, y el “deseo de transgredir” en su sentido más específico. La contrapartida adeudada A partir del momento en que la sociedad reconoce la legitimidad de una función, la designa como necesaria y recurre a ella, es normal que exija ciertas garantías en recompensa. Podemos hablar de recuperación, de resistencia, de renegación, pero si reducimos el problema a estas dimensiones practicamos algo que es necesario en un psicoanálisis pero imposible en otra parte: ponemos entre paréntesis la realidad de los hechos. Hay psicoanalistas que ejercen en hospitales, que enseñan en facultades, que funcionan en instituciones. Desde ese momento la sociedad, basándose en modelos conocidos, planteara la cuestión de la legitimidad del “título”: en una primera instancia, incómoda frente a la oscuridad de ciertas definiciones que le son propuestas, se limitará a atribuir la responsabilidad a las sociedades formadoras y las considerara garantes de la habilitación de un nuevo y extraño funcionario, el analista. En un segundo momento, intentará planificar el problema y considerará la posibilidad de diplomas o estatutos sobre los cuales podrá legislar. Las sociedades psicoanalíticas hallaran tres razones para responder: ellas temen en igual grado las falsificaciones y la desvalorización de sus funcionarios; temen aún más la intromisión en los procesos de formación de modelos heterogéneos y por razones mucho más ambiguas y contradictorias, no quieren llevar el debate extramuros. Las sociedades psicoanalíticas no pueden seguir haciendo oídos sordos frente a una sociedad en la que están cada vez más integradas. Lo que la sociedad exige de ellas anula esa extraterritorialidad que querrían reivindicar. Al mismo tiempo, nadie puede sostener que este tipo de institución sea inútil. La desaparición de estas sociedades solo dejaría lugar a dos soluciones finalmente idénticas: o bien el paso del poder a las cátedras universitarias o la reducción de la obra de Freud a la nada. Por lo tanto, las sociedades psicoanalíticas, como organismo de formación, se ven confrontadas con una doble contradicción: por una parte, los procesos de habilitación que talessociedades establecen se vuelven condición para la posibilidad de ejercer. Por otra parte, al tiempo que denuncian el error que consistiría en moldear la formación analítica sobre cualquier otro “modelo” existente; no pueden prescindir de modelos so pena de caer en la anarquía y la irresponsabilidad absoluta. 4 Al sujeto supuesto saber, se agrega una sociedad supuesta saber, que según los movimientos transferenciales en juego, reforzará el vínculo transferencial frente al analista o lo desplazara a otro registro, en ambos casos se tornará mucho más difícil desenmascararlo. Hemos dicho en la primera parte que es utópico imaginar conjuntamente la permanencia del psicoanálisis en nuestra cultura y la ausencia de toda sociedad formadora. Asimismo, quisimos demostrar que la situación didáctica lleva en sí misma su propia posibilidad de destrucción. Por desgracia, la experiencia nos prueba que no basta con saber: la ironía del destino de las sociedades psicoanalíticas consiste en que precisamente el saber específico que sus representantes ostentan sobre el fenómeno transferencial, se disuelve en el momento en que actúa sobre la propia textura social. Tal disolución no nos parece un accidente inevitable, y ello siempre que se den dos condiciones: 1) Que el peligro representado por este “resto” que amenaza escapar a la experiencia didáctica sea la preocupación primera de todo analista interesado en el problema de la formación y 2) Que el analista encuentre y sepa mantener una cierta “modestia”. Y aquí no estamos ironizando. En función misma de su objeto, nuestra teoría induce más que cualquier otra la posibilidad de una fuga hacia la brillantez teórica; estamos más desprovistos que otros investigadores de una posibilidad de experimentación; nuestro oficio pone a prueba nuestro narcisismo. Frente al éxito o al fracaso de una cura, el analista sabe que está solo para responder, que nadie puede reproducir exactamente la misma experiencia y confirmar o invalidar sus resultados. Habiendo renunciado al socorro de la ciencia del cuerpo, hoy se sueña con el recurso a las ciencias más celebradas de las que esperamos la prueba de nuestras operaciones. Sueño bien comprensible y al que todos nos inclinamos: hay que saber renunciar a él. Renunciamiento difícil, sin duda. O bien los analistas tienen la “modestia” de probarse de manera continua como analistas en función y como representantes de una sociedades y en este caso existirán sociedades de psicoanálisis, o sea organismos que podrán pretender que han sabido aplicar a sí mismos la experiencia freudiana; o bien los analistas huirán hacia el sueño, asegurados en una teoría sin fallas, y nosotros asistiremos a la producción de psicoanalistas de sociedad. Capítulo VI: Historia de una demanda e imprevisibilidad de su futuro. Cuando se observa la práctica psicoanalítica actual y se advierte la parte que ocupan en el discurso de sus practicantes la ideología, la repetición, las estereotipias, se tiene la impresión de estar contemplando un traje de arlequín, que le quita al análisis toda alegría y valor. Propondré tres factores responsables de tal estado de las cosas, no datan de hoy y su poder y efectos se han amplificado con el tiempo. La esperanza de tomar de las disciplinas físico-matemáticas un modelo que pudiera ofrecer una representación de la “cosa psíquica”, que aboliera toda diferencia entre la “cosa” y su “representación”, supone muchas ilusiones. No obstante eso, tomaremos de un físico el concepto paradigma, para designar un “conjunto teórico-práctico” particular pero necesario y presente en 5 toda disciplina científica. Esta definición sólo puede aplicarse en parte al modelo teórico y praxis psicoanalítica. Dicha colonización disciplinar la observamos mediante tres anomalías cotidianas que dan testimonio de contradicciones surgidas entre teoría y ciertos efectos de su aplicación: desconocerlas equivale a renunciar al psicoanálisis. Tres fenómenos denuncian la presencia de dichas contradicciones: 1) Cierto abuso de la interpretación aplicada: afirmar que el modelo analítico sólo puede ser teórico práctico y que esta “práctica” exige el respeto de los parámetros del espacio en que se desarrolla la sesión, implica olvidar su posibilidad de acción en ese vasto dominio que Freud privilegió hacia el final de su vida, el psicoanálisis aplicado. Aplicar el modelo fuera del campo analítico implica su preexistencia y exige una reducción. Por eso más que de psicoanálisis aplicado, fórmula contradictoria en sus términos, hablaremos de “interpretación aplicada” y al respecto operaremos un triple recorte: en la teoría, en la aplicación y en su proyecto. Cuando el analista propone su interpretación de un fenómeno étnico, casi nunca pretende ejercer sobre estos un poder cualquiera de modificación; su intención se limita a explicar por qué razón hay casos en que es posible plantear una identidad causal entre dos fenómenos heterogéneos en su forma, tiempo y espacio. Así, cuando un analista interpreta determinado conflicto social, postula una analogía entre lo que muestra lo escrito o lo visto y otras manifestaciones por él analizadas durante las experiencias a las que debe su interpretación. Aplica un “saber” adquirido en otra parte, con un fin explicativo del que resulta único beneficiario. No tiene ningún deseo ni poder de cambiar la estructura social. Del saber interpretativo espera una prima de conocimientos que le de placer, placer que no puede compartir salvo con el colega que vea en su trabajo una confirmación de la legitimidad del propio. Por eso hablamos de reducción del modelo teórico del que se extraen los conceptos que permiten comprender tal o cual aspecto del funcionamiento psíquico. Agreguemos que en este caso ganancia de placer y prima narcisistica no ponen en tela de juicio el valor del trabajo resultante: invitan a una gran vigilancia, pero el placer que así puede encontrar el intérprete puede ser paralelo a un rigor del pensamiento que evita cierto escollo, el de no ver ya en el fenómeno estudiado más que una respuesta preformada por su propio deseo de hallar una confirmación de su saber. Otra cosa sucede cuando se comprueba que la interpretación se pone al servicio de un deseo de dominio sobre sí mismo y sobre el otro o los otros, y cuando se espera que ella ofrezca un medio que permitiría abolir toda causa de conflicto, se trate de un conflicto trabado entre dos sujetos o de uno cuya escena sea campo social. En ambos casos se espera la realización de un mismo fin: obtener la prueba de que “sufrimiento psíquico” y “sufrimiento neurótico” son sinónimos, y desconocer que tal negativa a aceptar cualquier causa de sufrimiento y cualquier forma de conflicto, no es sino la forma privilegiada que puede cobrar el rechazo del Yo en lo relativo a la irreductibilidad de la realidad psíquica. 6 2) La trivialización de los conceptos freudianos: así como el uso prolongado de un instrumento acaba por desafilarlo o desajustar algunos de sus engranajes, a la larga el empleo de una palabra lleva a trivializar lo que era insulto o elogio extremo; en nuestra disciplina asistimos a similar trivialización y deterioro de conceptos teóricos que en rigor conservan su valor, pero cuyos efectos se ven desbaratados. El deterioro se manifiesta de modo privilegiado en la forma de una trivialización de su significación: reducidos a una simple función explicativa, privados de toda acción innovadora y perturbante, se intenta volverlos conformes con el conjunto de los enunciados del discurso cotidiano del sujeto, discurso que ante todo se le demanda que permanezca en lo cotidiano. Durante una época el esfuerzo de los analistas se dirigió a lograr una formalización de la teoría y de la experiencia que se acercara cuanto fuese posible a las exigencias de la ciencia. Sin embargo, los logros en este dominiotuvieron el paradójico resultado de culminar en la ideologización de la nueva “ciencia” por el campo cultural, ideologización que corrió pareja con un derecho de préstamo ejercido sobre sus enunciados. De esto resultó un discurso híbrido gracias al cual los ideólogos, que se lo apropian, esperan hacer pactar al statu quo de la institución, con la interpretación que el discurso de Freud ofrece del deseo de inmutabilidad y de la negativa a todo cambio. Consideramos que la esencia del modelo analítico es proponer otra interpretación de la relación que une al sujeto con sus instituciones socioculturales; dicha interpretación siempre pondrá en peligro el statu quo que toda institución apunta a preservar, y muestra que el complemento de justificación que el saber siempre ha ofrecido al poder es una necesidad para su ejercicio pero que, opuestamente, nuestro saber teórico y clínico no basta, por sí solo, para darnos conocimiento de los medios necesarios para la instalación de otras instituciones. Si indagamos en el discurso freudiano para indagar el atributo que lo diferencia de cualquier discurso cultural, no recurriremos al término “contradicción”, sino al de “distancia”: necesidad de mantener una distancia, una diferencia, con todos los otros discursos, cualesquiera que fuesen. Esa distancia y esa oferta representan el riesgo que el discurso psicoanalítico seguirá haciendo correr al saber instituido, pero también aquello por medio del cual podrá instrumentarse su propia desnaturalización. En efecto, es más fácil llenar una distancia que negar una contradicción patente, más narcisisante ofrecer lo que los otros esperan que aceptar lo “nuevo”. El medio más seguro para responder a esa espera será excluir del campo y del discurso analíticos a todo elemento cuyo surgimiento solo es concebible si se respetan los parámetros que definen y reservan la experiencia del mismo nombre. Lo que sorprende en los modelos teóricos que se utilizan en nuestra disciplina es su reducción a una serie mínima de enunciados de alcance universal, en provecho de una difusión del modelo, pero a costa de lo que constituía su armazón específica y su mira singular. El mayor riesgo que amenaza al discurso psicoanalítico es el deslizarse del registro del saber hacia la certeza. Cuando opera ese deslizamiento se comprueba que el analista no hace más que demandar al modelo exactamente lo que le demanda el profano. Liberado de la necesidad de tener que mostrar la legitimidad de su teoría, en y por medio de la experiencia, reclamará el derecho de desplazar su campo de batalla a lo extra-analítico. Lo cual, en sí, nada tendría de criticable si al hacerlo no corriera el riesgo de 7 encontrarse él mismo fuera de su campo, es decir, de instaurar una relación con su teoría y con su práctica en la cual, mira narcisista u esperanza de dominio tienen los roles primordiales. Hoy en día el problema es el parentesco entre el discurso analítico y los discursos ideológicos que circulan en la cultura y que proclaman con la misma fuerza y utilizando los mismos términos, la adaptación social, o a la inversa, la universalidad y la supremacía de la subversión. Merece reflexión la anulación de toda diferencia entre la interpretación que en el transcurso de un análisis permite revelar lo que es efecto del deseo inconsciente, y aquella por la cual el discurso cultural y el sujeto singular se arrogan el derecho de denunciar o justificar todo deseo, desde el momento en que favorece o perturba el orden que defiende el primero (discurso cultural) o los intereses particulares que privilegia el segundo (sujeto) 3) El a priori de la certeza: todos sabemos que entre los sujetos que llegarán a ser analistas el objetivo didáctico de sus demandas está con frecuencia presente desde la apertura de partida. La motivación que se antepone como razón de la demanda es a menudo la incomodidad y los límites que siente el sujeto enfrentado a las exigencias de una práctica que le revela la insuficiencia de su conocimiento de nuestra teoría: se ve que la “demanda” es ya un producto, un resultado de la práctica del modelo. También se habla de un malestar subjetivo, pero acá daremos gracias al modelo que permitió reconocer que la causa debe ser buscada en la psique del demandante. En la mayor parte de los casos resulta que no solo el pre-investimiento del modelo preexiste a la demanda sino, hecho más grave, que su verdad, antes de toda puesta a prueba por la experiencia, es considerada como obvia. En una extensa práctica raramente hemos oído al joven psiquiatra, sociólogo, psicólogo o filósofo decir en las entrevistas preliminares que quería intentar la experiencia para saber si “la teoría dice la verdad”. Parece que le resulta absurdo imaginar que la experiencia que emprende pueda llevarle a declarar falso el paradigma pre-investido, lo que queda confirmado por otro fenómeno: el sujeto en análisis podrá interrumpir su propia experiencia o reconocer que ésta ha fracasado, pero es raro que justifique ante sus propios ojos esa interrupción o ese fracaso por su descubrimiento de la no verdad de la teoría. Dos explicaciones son posibles: a) Puede afirmarse que cualquiera que sea la forma que tome la resistencia no está en sus manos renegar de lo que enuncia nuestro discurso acerca de la estructura del inconsciente. Pero cómo sabemos que la renegación del afecto, del saber y hasta de lo visto, es una de las vías privilegiadas que toman los mecanismos de defensa, semejante afirmación produce perplejidad. b) Hay que creer que en el caso de un didáctico, el sujeto está dispuesto a cuestionar sus amores, sus deseo, su trabajo, pero no ese saber; aquí hay un bien del que no quiere ser despojado y prefiere acusarse del fracaso o acusar de él al analista, pero preservar su fe en un paradigma transformado en dogma. 8 Si esto es así, y tal es nuestra opinión, debemos concluir que antes de que se comience la experiencia, la existencia de un saber particular relativo a la psique es investida por el sujeto como una certeza al abrigo de lo cuestionable. El fenómeno nos enfrenta a una molesta paradoja: mientras que nuestra teoría viene a asegurar que lo que nos puede demostrar que los únicos caracteres que nos pueden asegurar que un “saber” no ha caído ya del lado del dogma, serían su cuestionabilidad y la exigencia de un periódico recuestionamiento de nuestra relación con ese mismo saber; vemos en este caso al futuro analista, o a aquel que desea llegar a serlo, rehusar de todo cuestionamiento en nombre de una certeza preestablecida. Lo que intentamos destacar es que el analista corre el riesgo de escamotear la paradoja al proclamar que si cree en el modelo, es porque la experiencia que prosigue le prueba su verdad, y seríamos los últimos en discutirle. Si la certeza preexiste a la experiencia, la cual en rigor es la única que puede jactarse de aportar al sujeto la prueba objetiva de la verdad del paradigma ¿Qué recurso posee el analista para probar y probarse que es en efecto a su propia experiencia, y solo a ella, que debe esa prueba? Creemos en la necesidad para el analista de estar advertido de los efectos del deterioro por el que siempre estarán amenazados sus conceptos, y de la astucia de un Yo, comenzando por el suyo propio, que siempre tenderá a anular lo que se presenta bajo el aspecto de algo “diferente” que viene a comprometer su statu quo identificatorio. Creemos así que no puede haber statu quo teórico; a falta de nuevos aportes toda teoría se momifica. Teoría y práctica psicoanalítica deben anhelar que aparezcan innovaciones probatorias de que ellas siguen vivas, pero, a la inversa, habría que exigir que aportes y modificaciones respeten un proyecto que debe permanecer fiel a la definición que Freud le dio. ¿Cómo recuperar y preservar un proyecto que constantemente arriesga a bastardearse? La experiencianos mostró que si bien la teoría de Lacan podría defender mejor los conceptos contra el peligro de su trivialización, no ofrecía ninguna protección contra su fetichización; entre estos dos accidentes sus motivaciones y consecuencias son idénticas. A partir de semejante comprobación hemos renunciado a toda posibilidad de hacer pronósticos. También es cierto que la inquietud de defender el porvenir del psicoanálisis nos pareció, a menudo, una maniobra y un desplazamiento que permite a los analistas no reflexionar sobre el presente. Estamos convencidos de que la teoría psicoanalítica posee los medios que permitirán a esa reflexión convertirse en la promesa de un porvenir posible. Aulagnier, P. (1994). Prefacio. En Los destinos del placer. Ha habido razón en denunciar lo que puede tener de terrorista el saber; pero en nuestra disciplina también habría que recordar lo que la ignorancia tiene de aterrorizadora por sus consecuencias. 9 El título que he elegido se inspira en otro conocido por todos nosotros: Las pulsiones y sus destinos. Si, como escribe Freud, la pulsión no conoce más que una meta, esta meta solo esta catectizada, tan intensa como ciegamente, porque alcanzarla permite volver a encontrar ese estado de placer hacia el cual apunta la psique, sea cual fuere la instancia, o el proceso, que se considere. Este estado de placer y/o estado de quietud, de no necesidad, de silencio del cuerpo, son los únicos dos fines que conoce la actividad psíquica, los dos objetivos antinómicos que persigue. Durante el encuentro inaugural boca-pecho, experiencia igualmente inaugural de un poder y de una posibilidad de placer de las zonas erógenas, un mismo objeto se ofrece a la vez como causa de la desaparición de la necesidad y como causa del placer órgano-sensorial. Primera fusión causal y primera fusión en el registro de la representación, a partir de las cuales el objeto que satisface la necesidad de placer, puede convertirse en el objeto que, al tornarse durante su ausencia responsable del retorno de la necesidad, se ofrece a Tánatos como soporte de su deseo de destrucción. La pregunta que abordaré en estos seminarios puede formularse así: ¿Qué sucede con esas fuerzas pulsionales “ciegas” una vez que el yo tenga que “hablarlas” y pueda hacerlo, transformándolas así en esas demandas que un yo dirige a otro yo tornándolas compatibles con esas “exigencias de la realidad” que debe considerar si quieren conservarse vivo? Alienación – amor – pasión: tres destinos que la búsqueda del placer puede imponer a nuestro pensamiento y a nuestras catectización, pero también tres “destinos” que la experiencia analítica puede imponer tomando como instrumento esa condición cuya presencia es necesaria para que haya análisis: el amor de trasferencia. En el análisis de la relación amorosa, relación de la cual hice el prototipo de lo que llamo las relaciones de simetría, he intentado demostrar el compromiso que el amante está obligado a preservar entre placer y sufrimiento, entre catectizaciones privilegiadas y su posibilidad de cambiar de objeto, entre el yo pensado y el cuerpo que él habita: compromisos sin los cuales no podría preservar su investimento de la realidad, ya que se supone que eso implica la catectización por el pensamiento y por el yo de ese índice de realidad que le concierne, y que es lo único que puede darle un estatuto de existente ante su mirada y ante la mirada de los otros. En el análisis del estado de alienación y del estado pasional, que he tomado como prototipo de las relaciones de asimetría, he querido aislar una “patología” particular de las catectizaciones que no pertenecen ni al registro de las neurosis ni de la psiquis. Tanto la fuerza alienante como el objeto catectizado pasionalmente tienen la extraña propiedad de satisfacer tanto los objetivos de Eros como los de Tánatos, y tornan posible así una fusión pulsional temporaria, y siempre precaria, que impone silencio al conflicto del mismo nombre y al conflicto identificatoria. La droga, el juego, el otro amado apasionadamente permiten huir del conflicto y creer realizable y realizada la loca esperanza de haber excluido toda razón, toda posibilidad de sufrimiento psíquico. La pasión no implica un cambio cuantitativo en relación con el amor, sino un cambio cualitativo; ella 10 transforma lo que hubiera debido permanecer como objeto de placer y objeto de demanda, en un objeto que se ubica en la categoría de la necesidad. Alienar su pensamiento de la ideología identificatoria que el otro defiende e impone no es simplemente optar por nuevas referencias identificatorias cuya catectización sería más segura; ante todo consiste en descatectizar el propio proyecto y los propios ideales identificatorios, lo que implica la descatectizacion nada menos que del tiempo futuro. Bleichmar, S. (1994). "Teoría y clínica - articulación o fractura". Parecería que los psicoanalistas nos hemos instalado en el interior de una revolución gestada a fines del siglo pasado, atravesada por todas las utopías de su tiempo, cuya herencia recibimos. Esta revolución de pensamiento que produjo el psicoanálisis no se redujo solo a la posibilidad de capturar significativamente las determinaciones deseantes acerca de las cuales filósofos y poetas se habían interrogado desde los comienzos de la humanidad misma. Tampoco al hecho de generar, por primera vez, de modo sistemático, una comprensión de las “motivaciones de la conducta” y poder erigir ante ella un sistema de transformaciones que no se quedará en lo fenoménico y su recomposición. El psicoanálisis constituyó, y constituye aún hoy, una teoría de la subjetividad y un método para su conocimiento que abrió las condiciones para la comprensión y transformación de aspectos del accionar humano no abarcables hasta ese momento, por las múltiples disciplinas que pretendían su cercamiento. Y, sin embargo, esto no es suficiente para evitar la profundidad de una crisis que hace a sus fundamentos mismos. De la esperanza mesiánica parecería que algunos pasan hoy a la desesperanza y aun al tedio más empobrecedor. Se trata de saber mínimamente, donde estamos parados. La práctica analítica está en crisis a nivel de sus fundamentos. Y está en crisis también en razón del no asentamiento de sus paradigmas de base, de la imposibilidad de seguir remodelando un edificio que ya tiene un siglo sin revisar sus cimientos. La dificultad para la normalización de paradigmas, los intercambios sostenidos sin revisión de los fundamentos, son dos de los elementos que confluyen en esta crisis. El tercer elemento a subrayar, consiste en el hecho de que práctica y teoría parecen ir cada una por su lado. A la oposición entre teoría y clínica –que propone a la primera como realizando la abstracción, los conceptos, las ideas y a la segunda como aludiendo a la descripción concreta –opondremos, siguiendo a Laplanche, aquella establecida entre teorética y práctica. La primera incluyendo tanto el descriptivo –vale decir el conocimiento del objeto, su modelización, las leyes que rigen su funcionamiento- como el prescriptivo- las indicaciones que del objeto mismo se desprenden para operar en su transformación. Vayamos en primer lugar al descriptivo. Sabemos que en Freud, en el interior de las mutaciones que los diversos modelos van planteando, se sostienen algunos ejes generales considerados por el 11 mismo como invariables más allá de las transformaciones que sufran: posicionamiento tópico de los sistemas psíquicos –desde una tópica en la cual siempre los lugares se definen, paradójicamente, no por relación al inconsciente sino al posicionamiento del sujeto, vale decir del yo; concepción del conflicto en tanto intra-subjetivo –vale decir inter-sistémico-; circulación de dos tipos de energía – libre/ligada, procesos primarios/secundarios-; lugar de la sexualidad infantil en tantoreprimida; noción de defensa no sólo en su operancia en la clínica sino respecto a la complejización del funcionamiento psíquico en general… A partir de estos ejes presentes en los diversos modelos que van armando el esqueleto de su obra, se define un prescriptivo: conjunto de reglas que permiten el conocimiento y la transformación del objeto en la clínica –vale decir en la praxis específica propuesta-. Se trata, en realidad, de poner en concordancia las relaciones entre objeto y método. La praxis se define entonces por un modo particular de articulación entre ambos que permite el trabajo sobre el objeto. Si el objeto es el inconciente, y sobre todo el inconciente reprimido, es coherente que el método consista en la libre asociación: vale decir en la posibilidad de desplegar, de hacer circular representaciones que permitan el acceso a aquello que se sustrae al sujeto. El modelo es aparentemente simple, siempre y cuando nos enfrentemos al modo de funcionamiento de un aparato psíquico constituido, regido por un funcionamiento normalmente neurótico. En este caso descriptivo y prescriptivo concuerdan. Las hipótesis explicativas de un síntoma deben estar, mínimamente en concordancia con el método mediante el cual se busca el sentido del mismo. El análisis individual no puede sostenerse sino a condición de suponer que la neurosis es el efecto de la incidencia del inconsciente singular, de las transacciones que este establece con el preconciente-conciente, en la producción sintomal de un ser humano. Y una vez escogida esta opción, la explicación causal debe ser buscada en el entramado fantasmático del sujeto mismo (lo cual no implica, en modo alguno, desestimar las determinaciones intersubjetivas, exógenos, que llevaron a la formación de tal fantasmática), en razón de que el síntoma es el efecto de una transacción intrasubjetiva, es decir intrapsíquica, tendiente a un reequilibramiento de la economía libidinal en el marco de los circuitos deseantes y defensivos que esta impone. Una tarea de “depuración de paradigmas” y de ordenamiento de nuestro piso teórico se hace necesaria si pretendemos dar un orden de racionalidad a una práctica que suponemos plausible de producir transformaciones. El movimiento teórico que Freud opera no es lineal y mucho menos homogéneo. Señalemos algunas líneas al respecto. En primer lugar, las propias contradicciones internas a la obra. Hasta 1905, dominantemente, Freud se sostiene en una propuesta que concibe al inconsciente como exógenamente fundado. El concepto de huella mnémica alude a contenidos inscriptos, provenientes del exterior. La teoría de la fantasía–residuo de lo visto y lo oído- dando cuenta de un inconsciente cuyo orden de proveniencia es concebido por relación a experiencias vividas. 12 Luego, con la teoría de la fantasía, la línea deviene cada vez más endogenista. Algunos grandes hitos: el concepto de “representante representativo pulsional” –efecto de la delegación de lo somático en lo psíquico”-, la concepción filogenética del fantasma, la culminación en 1923 de la reformulación de lo inconsciente como ello, en tanto reservorio pulsional filogenéticamente constituido. La legalidad del inconsciente –concepto de proceso primario- es prácticamente subsumida en la legalidad fantasmática – articulación de guiones y temporalización, entonces, de un inconsciente que deviene “intencional”. Sin embargo, como contrapartida, a partir de la “Metapsicología”, la obra toma un rumbo definidamente exogenista respecto a la fundación del yo: este se define, cada vez más, como residuo identificatorio; conjuntamente a esto, el superyó, como residuo del Complejo de Edipo, afirma como lugar de refundación identificatoria la instauración exógena que hará a todo el carácter de las instancias segundas. ¿Qué consecuencias trae este movimiento en la clínica? La fórmula conocida: “analizar es hacer consciente lo inconsciente”, puede entrar en disyunción o en conjunción con esta otra, “analizar es llenar las lagunas mnémicas”. Entra en conjunción cuando se supone un inconsciente históricamente determinado, efecto de inscripciones –huellas mnémicas- , residuo de procesos efectivamente vividos –“histórico- vivenciales”. Por el contrario, entra en disyunción cuando suponemos un inconsciente constituido por fantasmas originarios filogenéticamente determinados o efecto de la delegación pulsional de los somático en lo psíquico; en este último caso, todo está allí de entrada, y no es entonces necesario apelar al “rellenamiento de las lagunas mnémicas” para que lo inconsciente se haga consciente, en razón de que este inconsciente, primordial y ahistórico, no es efecto, necesariamente, de las experiencias vivenciales que inscriben los circuitos deseantes constituidos a lo largo de la vida. A modo de ejemplo simplemente: la dominancia que toma, del lado del kleinismo, uno de los modos de concebir la interpretación: hacer consciente lo inconsciente como transcripción al discurso manifiesto del “lenguaje de la pulsión”. Esta postura, tan discutida a partir de los años 60 en Francia y de los 70 en nuestro propio país, bajo la denominación de “técnica de traducción simultánea”, no será sino el efecto de la culminación, hasta las últimas consecuencias, de una de las líneas abiertas en el pensamiento de Freud mismo y a la cual nos acabamos de referir. Un entramado conceptual no opera sino como un modelo que posibilita el cercamiento de un aspecto de lo real; da cuenta entonces de lo real, pero no lo captura en su totalidad. El proceso contradictorio que describimos proviene del hecho de que el objeto cuyo conocimiento se propone se sustraiga permanentemente, lo cual lleva a que los diversos movimientos que en su cercamiento encontramos no sea sino el efecto de su intento de aprehensión desde diversas posiciones. ¿Cómo reencontrar ejes fecundos que se tensen en la dirección de una búsqueda progresiva? 13 Indudablemente cada movimiento permitió generar un acrecentamiento de la predicción de hechos nuevos, de nuevos contenidos empíricos. Tal el caso del kleinismo, que extendió los límites de la analizabilidad a la infancia y a las psicosis, generando conceptos que ampliaron nuestro horizonte clínico general y abrió nuevas condiciones para pensar fenómenos insospechados: conceptos como el de defensas precoces, angustias psicóticas, la reinscripción de la angustia como angustia del yo ante el ataque de la pulsión de muerte, todos ellos amplían nuestras posibilidades de comprensión y generan nuevas perspectivas clínicas. El lacanismo, por su parte, definió por primera vez de manera radical el desatrapamiento del mundo simbólico respecto de la biología, inauguró una posibilidad de definir el orden de materialidad específico con el cual pensar la fundación del inconciente por relación a la estructura determinante del Edipo y llevó hasta las últimas consecuencias propuestas de Freud por relación a la función determinante del otro en la constitución psíquica y a sus consecuencias en el plano de la clínica. Cada una de ellas parecería correr el riesgo de haber agotado sus posibilidades productivas, en razón de que conserva sus ojos en las antiguas preguntas, sigue enlazada al antiguo horizonte donde no son “visibles” los nuevos problemas. De la relación entre objeto y método en la construcción de una teorética. La problemática produce la conexión jerárquica y necesaria en la que se articulan los temas de un discurso. No se aprehende abordando un repertorio finito y riguroso de conceptos, sino produciendo el concepto de su nexo, la reconstitución del entramado en que se tejen las doctrinas. De la concepción que hace a un inconsciente en tanto existente, tópicamente definido y constituido por contenidos específicos y por una legalidad que en él opera, se desprende la premisa del análisis individual, singular del sujeto psíquico.El análisis como método de conocimiento del inconsciente y de transformación de las relaciones entre este y el preconciente –conciente que solo puede ser plausible a partir de considerar que el sufrimiento psíquico es siempre propiciado por un conflicto inter-sistémico, vale decir intrapsíquico. La intersubjetividad no será concebida entonces como el motor del conflicto, ni como su vía de resolución, sino como el campo privilegiado en el cual el conflicto se produce a partir de la activación de determinaciones intrasubjetivas. En este sentido Freud no presenta fisuras. El síntoma será siempre el efecto de una transacción entre sistemas, una “formación del inconsciente” en tanto solución de compromiso entre sistemas en pugna. El reconocimiento del realismo del inconsciente tendrá una consecuencia clínica mayor: ni el sueño, ni el síntoma, ni la transferencia misma, podrán ser considerados como productos puros del campo clínico, sino que plantearán su vigencia más allá de las fronteras del análisis. El síntoma no se agotará 14 en su significación ni el sueño en su relato, ya que su existencia será independiente del campo analítico. A partir de ello, el analista nunca podrá formular, sino como metáfora, que una formación del inconsciente de cualquier tipo le sea destinada. Ello no impedirá que reconozca la neurosis de transferencia como un producto nuevo, pero no inédito, ya que el análisis no hará sino recoger, recuperar, de modo privilegiado, aquello que es patrimonio del funcionamiento psíquico más allá de sus fronteras. Del lado de los orígenes del inconsciente, por su parte, dos líneas quedan abiertas a partir de la propuesta freudiana. Por una parte, aquella que considera al inconsciente como existente desde los orígenes, vale decir, endógenamente constituido. El mundo exterior puede ser concebido así como una pantalla de proyección sobre el cual el mundo interno se explicita. Por otra, la que concibe al inconsciente como fundado, efecto esta fundación de la presencia sexualizante del otro humano, operando en los orígenes para instaurar ciertas experiencias inscriptas destinadas a la fijación tópica y la retranscripción por aprés-coup. Desde esta segunda perspectiva no se trata de que el otro se inscriba como tal en el inconsciente en constitución. El inconsciente será definido como efecto residual del contacto sexualizante con el semejante, y los restos metabólicos de este proceso constituirán inscripciones que, siendo de origen heterónimo, han perdido la referencia al orden de partida. Concebido el semejante como agente privilegiado en la constitución del inconsciente, este inconsciente no será necesariamente reflejo homotésico –por correspondencia, punto a punto- del deseo del otro. La recomposición, transcripción, metabolización de estos elementos primarios, su fijación y represión, permitirá las complejidades a partir de las cuales los destinos de pulsión devendrán destino del sujeto psíquico. Una vez constituido el inconsciente por represión originaria, el sentido del síntoma no podrá ser buscado en otro lugar que en las construcciones significantes, auto teorizantes, que el sujeto mismo produzca. No habrá “sentido perdido”, en razón de que este sentido nunca se produjo. Ello a partir de que el semejante sexualizante, constituyente, ignoró él mismo el hecho de que sus propios actos propician tales inscripciones. Si la “fijación” al inconsciente no será directa ni inmediata, sino efecto de la represión originaria, si su fuerza de constrainvestimiento fijara tópicamente estos representantes al inconsciente, antes de que ella opere (o si fracasara) no podrá hablarse en sentido estricto de “síntoma”. El “síntoma”, en sentido psicoanalítico, como rehusamiento de una inlograda satisfacción pulsional, sólo podrá ser concebido como formación del inconsciente a partir de una separación plena entre ambos sistemas. Toda manifestación de displacer y sufrimiento anteriores a este clivaje, o efecto de una falla del mismo (caso de los procesos psicóticos) deberá ser explorada en sus órdenes de determinación constituyente, y en tal sentido la técnica –vale decir, la prescripción clínica- efecto del reconocimiento del modo tópico de funcionamiento dominante del aparato psíquico en cuestión. 15 La pesquisa del momento estructural constitutivo definirá, bajo parámetros metapsicológicos, la elección clínica; se realizará entonces un proceso de ajuste entre nuestras prescripciones respecto al modelo de aparato psíquico funcionante y las determinaciones que lo rigen. Bleichmar, S. (2005). Capítulo 15 "Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre. El Psa corre el riesgo de sucumbir, no en razón de la fuerza de sus oponentes, ni de la racionalidad de los argumentos con los cuales intentan su relevamiento sino implosionado por sus propias contradicciones internas. Es por ello que deviene tarea urgente separar aquellos enunciados de permanencia , que trascienden las mutaciones en la subjetividad que las modificaciones históricas ponen en marcha, de los elementos permanentes del funcionamiento psíquico que no solo se sostienen sino que cobran mayor vigencia en razón de que devienen el único horizonte explicativo posible para estos nuevos modos de emergencia de la subjetividad. POSICIONAMIENTO RESPECTO DE LA OBRA DE FREUD: Los textos de Freud se inscriben como punto de partida no reductibles a ningún lector supremo que se atribuya mesianicamente ser el único que “ha escuchado la palabra”, ni diluibles en una literalidad que los coagule como textos sagrados El rigor de lectura no se confunde como obedeciendo pero tampoco reemplazando lo que en ellos fue dicho para hacerlos coincidir con lo que a cada escuela le gustaría que digan. Es importante hacer atravesar los escritos de Freud por el método analítico, sin reemplazar lo que dicen por lo que en realidad Freud quiso decir ya que lo que en realidad quiso decir es lo que dice. Se trata de abarcar la obra desde una triple perspectiva: problemática, histórica y crítica. Desde el punto de vista histórico, el pensamiento freudiano no podría ser abarcado bajo una simple cronología. Es necesario mostrar no solo los resultados sino el encaminamiento por el cual se llega a los mismos, lo cual permite que se puedan rehacer tramos e iniciar nuevas direcciones. No se trata de descartar algo como erróneo en sí mismo, sino de recuperar el movimiento que lo hace desembocar en una vía errada para desde allí, rehacerlo. Cada escuela ha intentando sostenerse a costa de una renegación de los aspectos de la obra freudiana que no le s “sintónicos” en un esfuerzo de síntesis que opera por recortes y exclusiones SEXUALIDAD INFANTIL: La vulgata psicoanalítica ha homologado desde siempre el aporte fundamental del psa respecto de la sexualidad infantil con el complejo de edipo. Eso despoja a la sexualidad infantil de su carácter mayor:anárquica en los comienzos, no subordinado al amor de objeto, opera a lo largo de la vida como un plus irreductible tanto a la autoconservación como a la procreación. El aporte central que implica considerar cómo sexual todo aquello que siendo del orden del placer comporta un plus que no se reduce a actividades auto conservativas, viene aparejado de una puesta de sexualidad en dos tiempos, tiempos que Freud consideró biológicamente determinados. 16 ¿Donde quedan los dos tiempos, uno que corresponde a la pulsión parcial y el otro a lo genital cuando incluimos a la sexualidad del adulto como productora de excitaciones,si el adulto está atravesado simultáneamente por sus deseos icc “pregenitales” infantiles y ellos se ensamblan en su sexualidad genital? Es en razón de esto que más allá del carácter sucesivo de tres ensayos, es en aquellos planteos que quedan impregnados por una visión teológica de la sexualidad, sometida a un fin sexual reproductivo dondese manifiesta la necesidad de revisión. El aporte fundamental de tres ensayos es el hecho de que la sexualidad humana no sólo comienza en la infancia, sino que se caracteriza por ser no reductible a los modos genitales, articulados por la diferencia de los sexos. La autora sostiene que los dos tiempos de la sexualidad son en realidad DOS SEXUALIDADES DIFERENTES: una desgranada de los cuidados precoces, implantada por el adulto, productora de excitaciones que encuentran vías de ligazón y descarga bajo formas parciales y otra con primacía genital, establecida en la pubertad y ubicada en el camino madurativo que posibilidad el ensamblaje genital. Por otro lado, hay una fácil homologación entre polimorfismo perverso y perversión propiamente dicha. Se torna necesario redefinir el concepto de perversión considerando de este orden todo proceso de goce sexual que tenga como prerrequisito la des-subjetivación del otro,devenido en partenaire. No se trata de la trasgresión de la zona, ni del modo de ejercicio de la genitalidad, sino de la imposibilidad de articular el cuento en la escena sexual con otro ser humano. Es indudable por último la necesidad de REDEFINIR EL COMPLEJO DE EDIPO. En primer lugar, porque nace y se ha conservado impregnado necesariamente, de los modos con los cuales la forma histórica que impone la estructura familiar acuñó el mito como modo universal del psiquismo. Es insostenible conservar el edipo entendido como una novela familiar, vale decir como un argumento que se repite, de modo más o menos idéntico, atravesado por contenidos representacionales hacia “el papa” y “la mama” a lo largo de la historia y para siempre. El gran aporte del psicoanálisis es el descubrimiento del acceso del sujeto a la cultura a partir de la prohibición del goce sexual intergeneracional. El edipo debe ser concebido entonces como la prohibición con la cual cada cultura pauta y restringe, a partir de la preeminencia de la sexualidad del adulto sobre el niño, la apropiación gozosa del cuerpo del niño por parte del adulto. ESTATUTO DEL ICC: Nos ubicamos en una perspectiva que separa como dos órdenes diferentes la existencia del icc de su conocimiento. El icc es un existente cuya materialidad debe ser separada de su conocimiento, existió antes de que este conocimiento fuera posible y el descubrimiento freudiano implica su conceptualización, no su invención. El icc existe en algún lado más allá del proceso de la cura analítica. La definición del origen de la pulsión pone en juego los orígenes mismos de las representaciones que constituyen la materialidad de base del icc. Sus orígenes están atravesados por inscripciones provenientes de las primeras vivencias sexuales que acompañan los cuidados con los cuales el adulto toma a cargo a la cría. Si es el hecho de que un exceso de sexualidad del otro determina el 17 surgimiento de la representación psíquica, debemos decir que el icc no surge de la ausencia de objeto sino de su exceso, vale decir del plus de placer que se genera el el movimiento de resolución de la autoconservación a partir de que esta está en manos del adulto excedido, el mismo, por sus propios deseos icc. El descubrimiento fundamental del psa es la afirmación de que la representación antecede al sujeto pensante, vale decir, que en los orígenes existe, un “pensamiento sin sujeto”. Luego, esta realidad originaria pre-subjetiva, deviene subjetiva.Las consecuencias de esta afirmación son: Destitución definitiva del modo maquineo con el cual se ha concebido la defensa: siendo icc y preconciente las estructuras con su propia legalidad y su propio emplazamiento en el interior de la tópica psíquica, los enunciados que el sujeto formula no son simplemente el modo engañosos de encubrimiento de lo icc que habría que desechar para buscar después la verdad icc, sino producciones psíquicas de pleno derecho que coexisten con las mociones que deben ser sacadas a la luz y liquidación de las jerarquías con las cuales se concibe al sujeto del icc como el que enuncia la verdad, frente al yo homologado a una suerte de falsa conciencia que se engaña- Nuestras intervenciones deben lograr el máximo de simbolización posible con el mínimo de intromisión necesaria. Ello implica un ejercicio de aquello que podemos denominar oferta de “simbolización de transición”, modos de paisaje,con los cuales posibilitar una operatoria de tránsito. En los casos en los cuales esto no es posible, es necesario crear las posibilidades previas para que ello ocurra, mediante lo que se denomina INTERVENCIONES ANALÍTICAS. Ante fenómenos que emergen como no secundariamente reprimidos, no plausibles de interpretación y cuyo estatuto puede ser del orden de lo manifiesto sin por ello ser conscientes hay que abordarlos mediante SIMBOLIZACIONES DE TRANSICIÓN, cuya característica principal es la de servir como puente simbólico en aquellas zonas del psiquismo en las cuales el vació de ligazones psíquicas deja al sujeto librado a la angustia intensa o a la compulsión. Estas ideas se relacionan con los procesos de NEO GENESIS. El icc es de origen exógeno, tiene una materialidad heterogénea, es una realidad para-subjetiva cerrada a toda intencionalidad. Hornstein, L. (2013). introducción. En Las encrucijadas actuales del psicoanálisis. Subjetividad y vida cotidiana. En los escritos y en la práctica de Freud, todo está en revisión. Los escritos no son las Tablas de la Ley, sino un work in progress. No lo lastima retractarse, más bien lo enriquece. El psicoanálisis está en crisis. Arrastra el peso muerto de los análisis ortodoxos, con su técnica esclerosada y su falta de swing. Lo instituyente, lo novedoso, lo creativo tienen que hacerse un espacio en una tradición que privilegia lo instituido, lo frizado. 18 Ya en 1895 Freud arriba a la conclusión de que la neurosis es un edificio con muchas dimensiones. El psicoanálisis hoy es también un edificio con muchas dimensiones. Solo es posible orientarse en este laberinto teniendo presentes los planos originales que constituyen sus cimientos. Freud en 1893 decía que el inconsciente es un quiste que hay que extirpar. En 1895, lo piensa como un infiltrado, por lo que la meta del psicoanálisis es disolver la resistencia para facilitar la circulación por ámbitos bloqueados. Enquistarse o aislarse es el riesgo que corren las instituciones y cada psicoanalista evitando el intercambio con otras corrientes y otras disciplinas. El análisis de la influencia de los condicionamientos sociales sobre la historia individual permite deslindar los elementos de una historia propia y los que comparte con aquellos que están inmersos en similares contradicciones sociales, psicológicas, culturales y familiares. Hay subjetivación cuando el ser puede acontecer. La alteración es poder convertirse en otro sin dejar de ser uno mismo, pese a perder cierto número de cualidades o adquirir algunas nuevas. La alteración es la forma viva de la subjetividad. Mientras que la alteridad, a diferencia de la alteración, supone una relación entre dos seres. Es lo opuesto a la identidad, es aceptar lo diferente. Freud, como los buenos músicos, improvisaba. Después, el psicoanálisis se militarizó y marco militarmente el paso, el paso de ganso. Se hipotecó atándose a criterios formales. Por ejemplo, el analista que propone Freud se asemeja más bien a un trabajador empeñoso, dispuesto a ayudar a otro a desatascarse: nada que ver con el observador no participante que proponen algunas corrientes actuales. La ortodoxia es una máquina de impedir: borra el espacio para la imaginación, pontifica que el pasado determina absolutamente el presente, sobredimensiona la transferencia, privilegia el programa en desmedro de la estrategia, ritualiza la diversidad. Una práctica innovadora se redujo a una técnica estereotipada. La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservarun monolitismo que ya no existe. Propone un psicoanalista “objetivo” espectador de un proceso que se desarrolla según etapas previsibles. Un psicoanalista es singular cuando su clínica y sus otras producciones lo muestran, no cuando detenta un rasgo diferencial hecho de emblemas y fueros. Para no caer en la tentación de la teoría verdadera, lo mejor es no abandonar la aspiración a actualizar la teoría, y entonces hay búsqueda y no puertos de llegada. O el Psicoanálisis acepta el cambio o se muere: no es una declaración apocalíptica. Es lo que le pasa a cualquier ser vivo o cualquier ser teórico. Hoy en día es conveniente implementar una nueva práctica de la cura, un nuevo psicoanálisis más abierto y más a la escucha de los malestares contemporáneos, de la miseria, de los nuevos derechos de las minorías y de los progresos de la ciencia. Retorno a Freud, si, relectura infiel de Lacan, ciertamente, pero lejos de toda ortodoxia o de toda nostalgia hacia un pasado caduco. No estamos solos. Las prácticas, los escritos freudianos y post freudianos y el horizonte epistemológico proveen recursos para re interrogar los fundamentos que rigen nuestra comprensión, nuestra nosografía y nuestra acción. Es decir, metapsicología, clínica y técnica nos implican y están implicadas. 19 Implicar. El diccionario separa en tres acepciones lo que no siempre está tan separado: 1) envolver, enredar; 2) contener; 3) impedir, envolver contradicción. De ninguna de las tres se deriva que la implicación sea una esclavitud. ¿Es posible disfrutar del pensamiento? ¿Es posible escribir o leer sin eslóganes? Yo apuesto a que sea posible. Mannoni, M. (1965). Capítulo 2 "La experiencia analítica". Capítulo 5 "La enseñanza del psicoanálisis". En Un saber que no se sabe. (pp. 32 - 52 y pp. 95 - 105). España. Editorial Gedisa. Capítulo 2: La experiencia analítica. ¿De qué está hecho el pensamiento creador? Las primeras cartas de Freud dejan entrever las crisis por las que debió atravesar. Es bien sabido que durante largos años Fliess es el único confidente de Freud: “Tengo la sensación de encontrarme frente a uno de los grandes secretos de la naturaleza”. Ese “Secreto” que Freud necesita comunicar a alguien tiene que ver con sus hipótesis acerca del lugar que ocupa en el origen de una neurosis el “daño sexual” sufrido por el sujeto. Para Freud, es imprescindible crear una posición terapéutica totalmente diferente de la habitual en su tiempo, por penosa que sea para el médico que la adopte. Comienza a escribir el “Proyecto de una psicología para neurólogos”, que le envía a Fliess. Su propósito es crear una especie de robot, una máquina pensante cuyos mecanismos de funcionamiento se explican en función del principio de constancia. Freud trata de elaborar una teoría psicológica en lenguaje neurológico. Algunas de estas ideas reaparecen en La Interpretación de los Sueños, pero despojadas de toda connotación neurológica. Un mes más tarde, abandona todo aunque es de notar que las elaboraciones del “Proyecto” aparecen en un momento de resistencia en la relación de Freud con Fliess. Las modificaciones teóricas. Entre 1904 y 1918, Freud retoma y profundiza el tema de la resistencia. Freud descubre la resistencia, en primer lugar, como un obstáculo a la comunicación, cuando siente la necesidad de escribir a Fliess pero las ideas ya no fluyen. El mismo problema aparece con sus pacientes, que aunque bien dispuestos de pronto no comprenden lo que les dice. Toma conciencia entonces de que la aparición de la resistencia es inevitable en un tratamiento y en ella reside el secreto de la neurosis. Abandona entonces el enfoque topológico para adoptar al dinámico e induce al paciente a ver su enfermedad como un adversario digno de él, reconociendo al mismo tiempo en la resistencia una valiosa fuente de información. Freud no dice aunque la resistencia es del yo, sino que la resistencia es la transferencia, y aconseja no enfocar el problema de la transferencia mientras esta no se haya convertido en resistencia. El enfoque dinámico da paso después a un enfoque estructural. En 1918, Freud habla del psiquismo fragmentado del neurótico, fisurado por las resistencias. Se insinúa ya su idea de que eliminando las resistencias, se crean las condiciones para la síntesis de un yo virtual. 20 Hasta aquí el aspecto clínico de las diferentes posiciones teóricas de Freud, desde el comienzo. Sin embargo, las diversas modalidades en que las desarrolla serán recibidas de diferentes maneras por sus discípulos, tropezando así con incomprensiones y resistencias. La manera en que Freud emprende su investigación está signada por un estilo. Su trabajo con el paciente está inserto en una búsqueda de la verdad del sujeto, siguiendo el mismo camino que antes adoptó para sí mismo. Su efecto se hace notar no solo en el tipo de vínculos establecidos con los pacientes, sino también en sus formulaciones teóricas sobre la singularidad de la experiencia analítica, que de hecho aparece como una experiencia humana. La experiencia humana que la aventura analítica restituye se forma, según Freud, a partir de la idea de reencuentro y recuperación del pasado. Capítulo 5: La enseñanza del Psicoanálisis. ¿Es posible enseñar psicoanálisis? Freud estaba persuadido de que el psicoanálisis tenía algo que ofrecer a las disciplinas universitarias. Según él, sin embargo, el psicoanalista en formación podía prescindir de la universidad, porque las sociedades psicoanalíticas habían sido concebidas para brindarle la enseñanza necesaria. Además, estas sociedades existían debido precisamente a que el psicoanálisis estaba excluido de las universidades. No obstante, la historia del movimiento analítico muestra, en opinión de los propios analistas, que las sociedades y los institutos de psicoanálisis no cumplieron con lo que cabía esperar de ellos. Desde un principio Freud concibió dos direcciones dentro de la enseñanza del psicoanálisis, según esta se orientará a los no analistas o a los analistas. En otras palabras, se impartirá información sobre el psicoanálisis, a la manera de la docencia académica; o bien, una forma predominantemente de iniciación. ¿Es posible salvaguardar al mismo tiempo la doctrina analítica y la estabilidad de la institución analítica? Esta es la pregunta que se formulan abiertamente los analistas didácticos de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Muestra que si bien en los primeros tiempos del movimiento analítico, las exigencias de los analistas fueron sobre todo teóricas, en una segunda etapa, ya alcanzada la institucionalización, las exigencias se refieren por el contrario a la enseñanza. Freud concibió su obra como susceptible de todos los desarrollos y todas las modificaciones. Sin embargo, no previó que cuando se erige una institución para defender una causa, la obra queda momificada. Paradójicamente, esa momificación permite que la institución se consolide y de ahí en más esté dedicada a la “entronización” de la obra. Cuando se le exige a un candidato que ajuste sus tratamientos a un determinado modelo, en el mismo acto se le está vedando la posibilidad de recrear junto con su paciente. Este camino no puede sino conducir a la paralización del análisis. La enseñanza de lo que enseña el inconsciente. 21 Lacan aceptó el reto que algunos consideraron imposible: enseñar lo que enseña el inconsciente. Sin embargo, al final de su vida tuvo la impresión de haber fracasado. La inquietud por la formalización que demostró a partir de 1970 parecía ir a la par de los ideales de la ciencia oficial. En efecto, Lacan trató, con fines didácticos, de transmitir una teoría sin contradicciones. Mientras el uso del matema como un “ardid poético”, sus discípulos, por el contrario, transformaron la matematización en un proyecto que debía ser tomado al pie de la letra. La transmisión del análisis quedócomprometida, ya que la principal preocupación pasó a ser que el discurso de los miembros guardara fidelidad a la escuela. Así, el lenguaje lacaniano se convirtió en ritual. En sus comienzos, sin embargo, la enseñanza lacaniana insistía en la necesidad de poner el acento en la división del sujeto. Evitar que el paciente reconozca la verdad de una división era anular la esencia del descubrimiento freudiano. Mannoni, M. (1976). PróIogo. En El psiquiatra, su loco y el psicoanálisis. (pp. 9 - 14). México. Siglo Veintiuno. El movimiento actual de antipsiquiatría ataca nuestras posiciones ideológicas tradicionales. La antipsiquiatría ha nacido de una protesta contra la medicalización de lo no-médico; como movimiento que se opone desde un primer momento y ante todo a cierta forma de monopolio del saber médico. Por el contrario, la actitud psicoanalítica no hace del saber un monopolio del analista. El analista, por el contrario, presta atención a la verdad que se desprende del discurso psicótico. La aplicación, en nombre de un saber instituido, de medidas intempestivas de “cura” no logra otra cosa que aplastar aquello que demanda hablar en el lenguaje de la locura y al mismo tiempo lo fija en un delirio, con lo que aliena aún más al sujeto. En Francia, durante estos últimos años, el grupo de Lacan ha efectuado un esfuerzo muy marcado en el plano de la reorganización de las instituciones de cura, organismos a los que se ha querido sustraer no solamente de la esclerosis administrativa, sino incluso de los fundamentos no científicos del sistema que se halla en vigor en el dispensario. Estudios aún no publicados tienen por objeto el análisis de lo que se pone en juego cuando se pide una consulta y el modo en que la respuesta inoportuna que se da dentro del sistema tradicional puede sofocar una verdad, alterar el sentido de esa demanda. En este libro, trato no solamente a la madre y al hijo, sino a la actitud inconsciente colectiva de los “bien pensantes” ante el “anormal”. Muestro los efectos de esa actitud, sin tener “solución” que proponer. No basta con cuestionar la actitud defensiva de una sociedad que excluye con excesiva facilidad al niño o al adulto “anormales”. Es preciso analizar también la actitud inversa, surgida del desconocimiento de aquella enseñanza. En este segundo caso, el retardado o el loco se convierte en objeto de un verdadero culto religioso: se halla en peligro de verse recuperado por instituciones caritativas, compartido como objeto de ciencia y de cura por una multitud de especialistas. El mito 22 de la norma y el peso de los prejuicios científicos desempeñan el papel de factores de alienación social, no solo para el enfermo mental sino también para quienes lo curan y para sus padres. Habría que volver a plantear, sobre bases teóricas diferentes de las que por lo general se usan, la noción misma de institución. Y no es posible repensar la institución sin comenzar por cuestionar el origen mismo de su existencia. El paciente sirve con frecuencia de pantalla para lo que el que cura no quiere ni saber ni oír, porque ello señala de inmediato las motivaciones profundas de las relaciones jerárquicas instituidas, así como la función de un determinado orden vigente. Rother de Hornstein (2015) “Adolescencias contemporáneas. Un desafío para el psicoanálisis” Introducción Un psicoanálisis contemporáneo exige retrabajar los fundamentos metapsicológicos y clínicos como punto de partida y reelaborarlos. El requisito es un pensamiento teórico siempre anclado en la clínica, es decir, que sea capaz de desafiar los dogmatismos y las falsas seguridades y que se actualice para no poder vigencia. - Los intercambios entre especialistas ahondan el grado de especialización. - Los intercambios interdisciplinarios ensanchan y perforan las fronteras entre disciplinas y enriquecen el pensamiento generalista. Desde una perspectiva de los sistemas abiertos, permanencia/cambio; repetición/creatividad; orden/desorden; determinismo/azar; realidad/representación; construcción/reconstrucción no son contradictorios. Sino que posibilitan la resignificación de conceptos básicos, la creación de otros y pensar desde diferentes perspectivas los desafíos de la clínica. La clínica actual nos enfrenta a múltiples respuestas a una misma problemática al interrogar los procesos psíquicos y formular nuevas estrategias terapéuticas. - Represión originaria - Pasaje del yo de placer al de realidad - Fin del complejo de Edipo - Metamorfosis de la pubertad - Duelos - Recomposición identificatoria Se introducen en el sistema de bucles de complejidad que intentan una reconstrucción siempre problemática e incompleta del pasado. 23 El psiquismo es un continuo reordenamiento de representaciones. La historia no es pura repetición ni solo es transformación a partir de remodelaciones de las fantasías. El abanico de respuestas del sujeto ante experiencias significativas depende de su historia libidinal e identificatoria. Pensar la ADOLESCENCIA es indagar los códigos en que se instituye y que son propios de cada época, de cada generación, de cada subcultura. El imaginario social propone nuevos ideales, nuevos proyectos, estimulando o apagando ilusiones. ¿Cuáles son los aconteceres que el tránsito por la adolescencia obliga a tramitar? Los cambios corporales, la reemergencia de la sexualidad, los diversos duelos, renunciar a los progenitores de la infancia, a la sexualidad infantil, a las formas defensivas infantiles. Son cuestiones que bien tramitadas posibilitan responder con más firmeza a las demandas sociales y crear nuevos vínculos. Son experiencias que exigen trabajos psíquicos para apropiarse de nuevas herramientas que los ayuden a procesar nuevas realidades, a procurarse otros vínculos, otros referentes identificatorios, a interesarse por nuevos espacios. La sexualidad adolescente modifica las vivencias previamente consolidadas en el seno de la familia, reestructura y transforma esa identidad al desprenderse saludablemente de los mandatos familiares. Formula interrogantes apremiantes. Es un desafío no solo para los adolescentes (que atraviesan esta etapa turbulenta llena de incertidumbres, angustias, radicalizaciones, decepciones, miedos) sino también para los padres. Flujo turbulento que plantea al psicoanálisis una doble tarea: 1. Revisar los procesos psíquicos en juego 2. Comprender las nuevas identidades que se modelan hoy a la luz de las aceleradas transformaciones Los adolescentes de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI nacieron sumergidos en los nuevos avances tecnológicos, rodeados de computadoras, teléfonos celulares, videojuegos, música digital 🡪 Herramientas que contribuyen a configurar la identidad. Las nuevas generaciones imponen sugerentes y singulares discontinuidades subjetivas con respecto a las generaciones de sus antecesores. Se produjo una brecha generacional que no podemos ignorar. Rand, N. Y Torok M. (1997). Capítulo 2 Punto 1 “El Psicoanálisis aplicado frente a la vida de la obra: ¿imponer la teoría o escuchar el texto?”. En Tisseron, S. El psiquismo ante la prueba de las generaciones. (pp. 35 - 40). Buenos Aires. Amorrortu Editores. 24 Unidad Temática B: La especificidad del objeto. Diversos modelos conceptuales. • La organización del psiquismo. Estructura, prehistoria, historicidad, resignificación. • El psiquismo coma psiquismo en constitución. • Subjetividad • Lo intrapsíquico - lo intersubjetivo. • Lo normal y lo patológico en la infancia y en la adolescencia. Conceptos de salud y enfermedad. • Nociones generales sobre las problemáticas psíquicas. Definir lo específico en el Niño y en el Adolescente. Aulagnier, P. (1984). Capítulo "Dos notas de pie de página". Mi conceptualización del proceso identificatorio ha permanecido fiel a la propuestade La Violencia de la Interpretación. Ocho años después solo puedo agregar estas dos notas. La primera de estas notas tratará del trabajo del historiador en este tiempo de apertura del proceso identificatorio, en que un niño pasa a sustituir el infans que ya no es. La segunda estará referida a lo que se instala en ese tiempo de clausura que pone fin a un primer modo de identificación y da acceso a un segundo, que deberá tomar en cuenta lo que llamaré efecto de encuentro. Es en ese tiempo de conclusión cuando el yo firmará un compromiso con la realidad cuyas cláusulas decidirá sobre los posibles de su funcionamiento psíquico. T0 designa el momento del nacimiento del infans; T1 el advenimiento del yo; T2 un giro y una encrucijada en el movimiento identificatorio, que no se prestan a una definición unívoca. Trabajo de historiador: el niño sustituye al infans que ya no es. Luego adviene a lo que se instala en el tiempo de clausura que pone fin a un primer modo de identificación dando acceso al Efecto de Encuentro> tiempo de conclusión, cuando el Yo firmará un compromiso con la realidad, cuyas cláusulas decidirán los posibles de su funcionamiento psíquico > refiere a la Potencialidad (en vez de estructura). Aulagnier Castoriadis, P. (1975). Capítulo I "La actividad de representación, sus objetos y su meta". Capitulo II "El proceso originario y el pictograma". Capítulo IV "El espacio al que el Yo puede advenir'' Capítulo 1: La actividad de representación, sus objetos y su meta. Este libro se propone poner a prueba un modelo del aparato psíquico que privilegia el análisis de una de sus tareas específicas: la actividad de representación. Este modelo no escapa al inconveniente que se observa en toda ocasión en la que se privilegia un aspecto de la actividad psíquica: omitir otros aspectos igualmente importantes. Dedicaremos este primer capítulo a consideraciones generales referentes a la actividad psíquica, para nosotras los factores que en cada sistema, pese a la especificidad de su modo de operar, obedecen a leyes comunes al conjunto del funcionamiento psíquico. Por actividad de representación entendemos el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad orgánica. Si consideramos la actividad de representación como la tarea 25 común a los procesos psíquicos, se dirá que su meta es metabolizar un elemento de naturaleza heterogénea convirtiéndolo en un elemento homogéneo a la estructura de cada sistema. Así definido, el término “elemento” engloba aquí dos conjuntos de objetos: aquellos cuyo aporte es necesario para el funcionamiento del sistema y aquellos cuya presencia se impone a este último. Nuestro modelo defiende la hipótesis de que la actividad psíquica está constituida por el conjunto de tres modos de funcionamiento, o por tres procesos de metabolización: el proceso originario, el proceso primario, el proceso secundario. Las representaciones originadas en su actividad serán, respectivamente, el pictograma, la fantasía y el enunciado (representación ideica). Los tres procesos que postulamos no están presentes desde un primer momento en la actividad psíquica, se suceden temporalmente y su puesta en marcha es provocada por la necesidad que se le impone a la psique de conocer una propiedad del objeto exterior a ella, propiedad que el proceso anterior estaba obligado a ignorar. Esta sucesión temporal no es mensurable. La instauración de un nuevo proceso nunca implica el silenciamiento del anterior; en espacios diferentes, que poseen relaciones no homólogas entre sí, prosigue la actividad que los caracteriza. Lo que caracteriza la estructura del Yo es el hecho de imponer a los elementos presentes en sus representaciones un esquema relacional que está en consonancia con el orden de causalidad que impone la lógica del discurso. Propondremos a continuación, tres formulaciones, de acuerdo con los procesos que hemos considerado: 1) Todo existente es auto-engendrado por la actividad del sistema que lo representa; este es el postulado del auto-engendramiento cuyo funcionamiento caracteriza al proceso originario. 2) Todo existente es un efecto del poder omnímodo del deseo del Otro, este es el postulado característico del funcionamiento de lo primario. 3) Todo existente tiene una causa inteligible que el discurso podrá conocer; este es el postulado de acuerdo con el cual funciona lo secundario. Nos ocuparemos de la relación que existe entre el postulado y lo que hemos designado como el elemento que informa a la psique acerca de la propiedad del objeto. Podremos reflexionar así sobre la relación que existe entre la actividad de representación y la economía libidinal. Consideramos que todo acto de representación es coextenso con un acto de catectización, y que todo acto de catectización se origina en la tendencia característica de la psique de preservar o reencontrar una experiencia de placer. A partir de lo originario, la actividad psíquica, forjara dos representaciones antinómicas entre el representante y el representado, acorde cada una de ellas, con la realización de un propósito de deseo. En una, la realización del deseo implicaría un estado de reunificación entre el representante y el objeto representado y justamente esta unión es la que se presentará como causa del placer experimentado. En la segunda, el propósito del deseo será la desaparición de todo objeto que pueda suscitarlo, lo que determina que toda representación del objeto se presente como causal del displacer del representante. Esta dualidad inherente a los propósitos del deseo puede ilustrarse recurriendo a los dos conceptos que el discurso llama amor-odio. El primero definirá al movimiento 26 que lleva la psique a unirse al objeto; el segundo, al movimiento que la lleva a rechazarlo, a destruirlo. El propósito de este circunloquio sobre el placer era permitirnos explicitar la relación que postulamos entre la puesta en actividad de un sistema y lo que hemos designado como elemento que informa este último de una propiedad de objeto. Vivir es experimentar en forma continua lo que se origina en una situación de encuentro. El análisis de lo que entendemos como estado de encuentro nos permitirá explicitar la acepción que le otorgamos a los dos conceptos presentes en nuestro título: la violencia y la interpretación. 2. El estado de encuentro y el concepto de violencia La psique y el mundo se encuentran y nacen uno con otro, uno a través del otro. Decir que el encuentro inaugural ubica frente a frente a la psique y al mundo no explica la realidad de la situación vivida por la actividad psíquica en su origen. Si mediante el término “mundo” designáramos el conjunto del espacio exterior a la psique, diremos que ella encuentra este espacio, en un primer momento, bajo la forma de los dos fragmentos particularísimos representados por su propio espacio corporal y por el espacio psíquico de los que lo rodean, y en forma más privilegiada, por el espacio psíquico materno. El encuentro se opera entre la actividad psíquica y los elementos por ella metabolizables que la informan acerca de las “cualidades” del objeto que es causa de afecto. Cualquiera que sea el sistema considerado, el término “representatibilidad” designa la posibilidad de determinados objetos de situarse en el esquema relacional característico del postulado del sistema: la especificidad del esquema va a decidir cuáles son los objetos que la psique puede conocer. Las palabras y los actos maternos se anticipan siempre a lo que el niño puede conocer de ellos. La palabra materna derrama un flujo portador y creador de sentido que anticipa en mucho a la capacidad del infans de reconocer su significación y de retomarla por cuenta propia. La madre se presenta como un “Yo hablante” o un “Yo hablo” que ubica al infans en situación de destinatario de un discurso, mientras
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