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Resúmen Psicología Clínica de Niños y Adolescentes - Andrea Perez

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TRABAJO PRÁCTICO N°1: Relación de interdependencia teoría-clínica
Aulagnier. Capítulo VI “Historia de una demanda e imprevisibilidad de su futuro” En El sentido perdido
Un paradigma procura a la comunidad científica un criterio para seleccionar problemas de los que está segura que tienen solución. Tales serán los únicos problemas que la comunidad reconocerá como científicos y los únicos que invitará a sus adeptos a resolver.
La relación del analista con su teoría y en especial con ese conjunto conceptual que le permite fundar una praxis, muestra que todo cambio en el modelo teórico supone una modificación de la relación entre este y el analista.
La teoría de Freud nunca pretendió ser una simple oferta de conceptos. Reivindicaba una intención práctica, definida por los efectos que el lícito esperar de su aplicación en la práctica analítica.
Si en la evolución de una teoría que no puede quedar separada de su proyecto concedemos una importancia privilegiada al factor tiempo, es porque el uso “cultural” de nuestros conceptos acarrea la consecuencia de que hoy en día ed del exterior que vuelve al campo de la experiencia analítica un proyecto elaborado por el campo social y sus ideologías. Podrán hallar acceso al campo psicoanalítico proyectos y demandas que vienen de otra parte y que le hacen correr el riesgo de ser “colonizado” poco a poco por un poder-saber extraños.
Existen tres anomalías que dan testimonio de las contradicciones surgidas entre nuestra teoría y ciertos efectos de su aplicación:
 1- Cierto abuso de la interpretación aplicada
 2- La trivialización de los conceptos freudianos
 3- El a priori de la certeza
Hay una trivialización y deterioro de conceptos teóricos que en rigor conservan su valor, pero cuyos efectos se ven desbaratados. Hay una trivialización de su significación: reducidos a una simple función explicativa, privados de toda acción innovadora y perturbante, se intentará volverlos conformes con el conjunto de los enunciados del discurso cotidiano del sujeto. El paradójico resultado es culminar en la ideologización de la nueva ciencia por el campo cultural, con un derecho de préstamo ejercido sobre sus enunciados. 
Lo que sorprende cada vez más en los modelos teóricos que se utilizan en nuestra disciplina es su reducción a una serie mínima de enunciados de alcance universal, en provecho de una difusión del modelo pero a costa de lo que constituía su armazón específica y su mira singular. El mayor riesgo que amenaza al discurso analítico es el de deslizarse del registro del saber al de la certeza. Implica caer en la trampa de una idealización del paradigma, transformando sus enunciados en una serie de fórmulas mágicas que actúan por la sola fuerza de su enunciación, sin tener que atender al lugar, al tiempo y al lento trabajo necesario para ofrecerles un suelo sobre el cual pueden actuar. 
La falta de cuestionabilidad sobre el psicoanálisis y sus efectos provoca que el paradigma se transforme en dogma. 
No puede haber statu quo teórico. A falta de nuevos aportes, toda teoría se momifica. Teoría y práctica analíticas deben anhelar que aparezcan innovaciones probatoria de que ella siguen vivas.
Bleichmar. Capítulo XV “Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre. Una propuesta respecto al futuro del psicoanálisis”
Lo que está en riesgo no es sólo la supervivencia de un modo de práctica llamada clínica, sino la racionalidad de los enunciados mismos que la sostienen y el riesgo de que caiga como una ideología más. El psicoanálisis corre el riesgo de sucumbir ante la imposibilidad de abandonar los elementos obsoletos y realizar un ejercicio de recomposición. 
Resulta urgente separar aquellos enunciados de permanencia, que trascienden las mutaciones en la subjetividad que las modificaciones históricas y políticas ponen en marcha, de los elementos permanentes del funcionamiento psíquico que no sólo se sostienen sino que cobran mayor vigencia en razón de que devienen el único horizonte explicativo posible para estos nuevos modos de emergencia de la subjetividad. Para ello es necesario tomar los paradigmas de base del psicoanálisis y en muchos casos darlos vuelta. 
Es necesario diferenciar los descubrimientos de carácter universal de la impregnación histórica en la cual inevitablemente se ven inmersos, trabajar sobre sus contradicciones y acumulación de hipótesis adventicias.
Propongo tres puntos al debate: 
1. Posicionamiento respecto a la obra de Freud
2. Sexualidad infantil
3. Lugar del inconsciente
Posicionamiento respecto a la obra freudiana
Los textos de Freud se inscriben como punto de partida. El respeto por los mismos presupone someterlos a un trabajo que sostenga sin mistificación las contradicciones que inevitablemente los atraviesan. EL rigor de lectura no confundiéndose con obediencia, pero tampoco reemplazando lo que en ellos fue dicho para hacerlos coincidir con lo que a cada escuela le gustaría que digan. 
Un modelo de lectura que permita al otro ir más allá de la posición que uno mismo haya asumido, permitiendo realizar tanto con el discurso freudiano como con el propio un movimiento de metabolización, apropiación y ruptura en las coagulaciones e impasses que arrastre.
Sexualidad infantil
La sexualidad infantil, anárquica en los comienzos, no subordinable al amor de objeto, opera a lo largo de la vida como un plus irreductible tanto a la autoconservación como a su articulación con el fin biológicamente determinado: la procreación .
La sexualidad adulta imprime una impronta sobre la cría humana, en razón de la disparidad de saber y de poder con la cual se establece la parasitación simbólica y sexual que sobre ella se ejerce, y cuyo retorno del lado del lacanismo no ha pasado de ser “deseo narcisista”, subsumiendo esta cuestión central en cierto espiritualismo deseante del lado del discurso y anulando el carácter profundamente “carnal” de las relaciones entre el niño y quienes lo tienen a su cargo. 
Es en aquellos planteos impregnados por una visión teleológica de la sexualidad, sometida a un fin sexual reproductivo, donde se manifiesta más claramente la necesidad de revisión y eso no solo por la caducidad histórica de los planteos, sino porque entran en contradicción con enunciados centrales de la teoría y de la práctica psicoanalítica, enunciados que han hecho estallar la relación existente entre sexualidad y procreación. 
Parece necesario volver a definir el aporte fundamental de Tres Ensayos: el hecho de que la sexualidad humana no sólo comienza en la infancia, sino que se caracteriza por ser no reductible a los modos genitales, articulados por la diferencia de los sexos, con los cuales la humanidad ha establecido, desde lo manifiesto, su carácter. 
Los dos tiempos de la sexualidad humana no corresponden a dos fases de una misma sexualidad, sino a dos sexualidades diferentes: una desgranada de los cuidados precoces, implantada por el adulto, con formas parciales y otra con primacía genital, establecida en la pubertad y ubicada en el camino madurativo que posibilita el ensamble genital y la existencia de una primacía de carácter genital. 
La maduración puberal encuentra todo el campo ya ocupado por la sexualidad para-genital: los primeros tiempos han marcado fantasmática y erógenamente un camino que si no encuentra vías de articulación establece que el recorrido se oriente bajo formas fijadas, las cuales determinan, orientan u obstaculizan, los pasajes de un modo de goce a otro.
El psicoanálisis ha introducido la sexualidad en sus dos formas: pulsional y de objeto, que no se reducen ni a la biología ni a los modos dominantes de representación social. La sexualidad no se reduce entonces a los modos de ordenamiento masculino-femenino. La identidad sexual tiene un estatuto tópico, como toda identidad, que se posiciona del lado del yo. 
Es en este punto en donde se hace más clara la diferencia entre producción de subjetividad, históricamente determinada y premisas universales de la constitución psíquica. 
Es indudable la necesidad de redefinir el llamadocomplejo de Edipo. En primer lugar, porque nace y se ha conservado impregnado de los modos con los cuales la forma histórica que impone la estructura familiar acuñó el mito como modo universal del psiquismo. Tanto los nuevos modos de acoplamiento como las nuevas formas de engendramiento y procreación dan cuenta tanto de sus aspectos obsoletos como de aquellos más vigentes que nunca. Es insostenible la conservación del Edipo entendido como una novela familiar, como argumento que se repite de modo más o menos idéntico a lo largo de la historia y para siempre. Se diluye así el gran aporte del psicoanálisis: el descubrimiento del acceso del sujeto a la cultura a partir de la prohibición del goce sexual intergeneracional. El Edipo debe ser entendido como la prohibición con la cual cada cultura pauta y restringe, a partir de la preeminencia de la sexualidad del adulto sobre el niño, la apropiación gozosa del cuerpo del niño por parte del adulto. La dependencia del niño respecto del adulto sexuado, y el modo metabólico e invertido con el cual se manifiesta y toma carácter fundacional respecto al psiquismo. 
Estatuto del inconsciente y consecuencias respecto al método
El inconsciente es un existente cuya materialidad debe ser separada de su conocimiento; existió antes de que este conocimiento fuera posible y el descubrimiento freudiano implica su conceptualización, no su invención. El icc existe en algún lado más allá del proceso de la cura analítica que posibilita su conocimiento. 
Los orígenes del icc están atravesados por inscripciones provenientes de las primeras vivencias sexuales que acompañan a los cuidados con los cuáles el adulto toma a cargo a la cría. Carácter posible de la inscripción de la sexualidad, a partir de un plus que se instala en el marco de los cuidados precoces.
Si es el hecho de que un exceso de la sexualidad del otro determina el surgimiento de la representación psíquica, en virtud del carácter no descargable de esta implantación, debemos decir que el icc no surge de la ausencia del objeto sino de su exceso, del plus de placer. Es una acción realizada, efectivamente cumplida, la vivencia de satisfacción, aquello que genera el origen de toda representación. 
Estas primeras inscripciones, que anteceden a toda instalación del sujeto en sentido estricto, cuyo emplazamiento yoico discursivo se verá concretado mucho más tarde, dan cuenta de los orígenes para-subjetivos del icc y por ende de toda realidad psíquica.
El descubrimiento fundamental del psicoanálisis es la afirmación de que la representación antecede al sujeto pensante, vale decir, que en los orígenes existe, por así decir, “un pensamiento sin sujeto”. El icc permanecerá para siempre en el orden de lo para-subjetivo y como tal, no es reductible a una segunda conciencia, ni a las leyes con las cuales funciona el sujeto. 
La diversidad simbólica del psiquismo se observa en la coexistencia de representaciones secundariamente reprimidas con elementos que nunca tuvieron el estatuto de representación palabra (lo originariamente reprimido) así como signos de percepción que no logran articularse, sea por su origen arcaico e intranscriptible, sea por haber irrumpido en procesos traumáticos no metabolizables. Estos elementos pueden hacerse manifiestos sin por ello ser conscientes, pueden activarse a partir del movimiento mismo del dispositivo analítico o de vicisitudes de la vida y dejar al sujeto librado a la repetición compulsiva.
Se torna necesario precisar el estatuto metapsicológico de la materialidad psíquica a abordar, sabiendo que nuestras intervenciones tienen que lograr el máximo de simbolización posible con el mínimo de intromisión necesaria. 
En la posibilidad de implementación del método analítico en el trabajo con niños, constituyen condiciones para poder poner en marcha el dispositivo clásico de la cura: el emplazamiento de la represión, que pone en marcha el sufrimiento intra-subjetivo, la existencia de un discurso articulado bajo los modos que conocemos a partir de la lingüística estructural, el funcionamiento del preconsciente en lo que hace a la temporalidad, la lógica del tercero excluido y la negación. En los casos en los cuales esto no sea posible, es necesario crear las posibilidades previas para que ello ocurra, mediante lo que hemos llamado “intervenciones analíticas”.
Esto ocurre en virtud de la no homogeneidad de la simbolización psíquica, en la cual coexisten representaciones de diverso orden y sobre las cuales nos vemos obligados en muchos casos a ejercer movimientos de re-simbolización, no sólo de des-represión.
Ante los fenómenos que emergen como no secundariamente reprimidos, no plausibles de interpretación y cuyo estatuto puede ser del orden de lo manifiesto sin por ello ser conscientes, consideramos necesaria la introducción de un modo de intervención que llamaremos “simbolizaciones de transición”, cuya característica fundamental es la de servir como puente simbólico en aquellas zonas del psiquismo en las cuales el vacío de ligazones psíquicas deja al sujeto librado a la angustia intensa o a la compulsión.
Si se trata de recuperar lo fundamental del psicoanálisis para ponerlo en marcha hacia los tiempos futuros, este trabajo no puede realizarse sin una depuración al máximo de los enunciados de base y un ejercicio de tolerancia al dolor de desprenderse de nociones que nos han acompañado tal vez más de lo necesario. El futuro del psicoanálisis depende de embarcarnos en un proceso de revisión del modo mismo con el cual quedamos adheridos no sólo a las viejas respuestas, sino a las antiguas preguntas que hoy devienen un lastre que paraliza nuestra marcha.
TRABAJO PRÁCTICO N°2: Origen de la clínica de niños y adolescentes
Freud, Anna “Psicoanálisis del niño. (Caso clínico La niña del demonio)
No es posible abrir juicio sobre la técnica del psicoanálisis con niños, sin haber establecido antes en qué casos conviene emprenderlo. Melanie Klein sostiene que toda perturbación del desarrollo anímico o mental de un niño podría ser eliminada o, al menos, mejorada por el análisis. Opina que también tiene grandes ventajas para el desarrollo del niño normal. La mayoría de los analistas vieneses opinan que el análisis del niño sólo se justifica frente a una verdadera neurosis infantil. 
El análisis con niños es un recurso a veces costoso y complicado, con el cual en algunos casos no puede hacerse demasiado. Es posible que el análisis genuino necesite ciertos cambios y modificaciones para esta aplicación. El adulto es un ser maduro e independiente, mientras que el niño por su parte es inmaduro y dependiente. Es natural que ante objetos tan dispares el método tampoco pueda ser el mismo. 
Anna Freud trabajó en al análisis de unos diez casos infantiles. Una característica de la consulta con niños es que la decisión de analizarse nunca parte del pequeño paciente. En muchos casos ni siquiera es el niño quien padece, con frecuencia el mismo no percibe ningún trastorno; sólo quienes le rodean sufren por sus síntomas. Así, en la situación del niño falta todo lo que consideramos indispensable en la el adulto: la consciencia de enfermedad, la resolución espontánea y la voluntad de curarse.
Considero que vale la pena tratar de alcanzar en el niño aquellas disposiciones y aptitudes favorables para el análisis, logrando hacer “analizables” en el sentido del adulto a los pequeños pacientes. Para ello introduce un período de introducción que no es necesario en el tratamiento con adultos. Ese período no tiene nada que ver con la verdadera labor analítica, en esa fase no se puede pensar en hacer consciente lo inconsciente, ni en ejercer influencia analítica.
Caso de la Niña del demonio: niña de seis años que sufría una neurosis obsesiva extraordinariamente grave y definida para su edad, conservando sin embargo una gran inteligencia. En este caso tuve que establecer una condición ya existente de antemano en la pequeña neurótica: la escisión de la personalidad infantil.
Toda mi manera de proceder presenta demasiados puntos de contradiccióncon las reglas técnicas del psicoanálisis que hasta ahora venimos aplicando. Imaginemos que gracias a todas las medidas tomadas el niño llega a tener confianza en el analista, a adquirir consciencia de su enfermedad, anhelando así un cambio en su estado. Con ello llegamos a nuestro segundo tema: el examen de los medios a nuestro alcance para realizar el análisis infantil propiamente dicho. 
La técnica del análisis con adultos nos ofrece cuatro medios auxiliares: los recuerdos conscientes del enfermo, la interpretación de los sueños, las ocurrencias, las asociaciones y las reacciones transferenciales. El niño, en cambio, poco puede decirnos sobre la historia de su enfermedad. Él mismo no sabe cuándo comenzaron sus anomalías. Así, el analista de niños recurre a los padres de los pacientes para completar la historia.
La interpretación de los sueños, en cambio, es un terreno en el cual nada nuevo tenemos que aprender. Los sueños infantiles son más fáciles de interpretar, el niño sigue con el mayor placer la reducción de las imágenes o palabras del sueño a situaciones de su vida real. Junto con este, es muy frecuente el análisis de los ensueños diurnos, así como la narración de las fantasías, que nos permiten reconstruir la correspondiente situación interior en que se encuentra el niño.
El dibujo es otro recurso técnico auxiliar que ocupa un sitio muy preeminente en muchos de los análisis infantiles. En algunos casos puede suplantar a las demás fuentes de información.
El niño anula todas las ventajas mencionadas por su negativa a asociar, es decir, pone en apuros al analista por la casi absoluta imposibilidad de utilizar precisamente aquel recurso sobre el cual se funda la técnica analítica: excluir con su voluntad consciente toda crítica de las asociaciones que surgen y no dejar de comunicar nada de lo que se le ocurra. Esta falta de disposición asociativa en el niño conduce a buscar recursos para suplirla. Hug Hellmuth recurrió a los juegos con el niño. Melanie Klein sustituye la técnica asociativa del adulto por una técnica lúdica en el niño, basándose en las hipótesis de que al niño pequeño le es más afín la acción que el lenguaje y equiparando las acciones dentro del juego con las asociaciones verbales, complementándolas con interpretaciones. 
En los recursos con el análisis infantil, advertimos la necesidad de integrar la historia clínica mediante las informaciones que nos suministran los familiares, en lugar de fundarnos exclusivamente sobre los datos que nos ofrece el paciente. 
No tiene duda que la técnica del juego elaborada por Klein tiene sumo valor para la observación del niño. Tenemos así la posibilidad de reconocer sus distintas reacciones, la intensidad de sus inclinaciones agresivas, de sus sentimientos compasivos y de su actitud ante los diferentes objetos y personas representados por los juguetes. Puede realizar con él todos los actos que en el mundo real habrían de quedar restringidos. Todas estas ventajas hacen del método lúdico de Klein un recurso poco menos que indispensable para conocer al niño pequeño que todavía no domina la expresión verbal. 
Klein da un importante paso más. Pretende que todas estas asociaciones lúdicas del niño equivalen exactamente a las asociaciones libres del adulto y, en consecuencia, traslada continuamente cada uno de estos actos infantiles a la idea que le corresponde, procurando averiguar la significación simbólica oculta tras cada acto del juego. Su intervención consiste en traducir e interpretar los actos del niño a medida que se producen. 
Anna Freud considera que aquellos niños para los cuales Klein elaboró la técnica lúdica, sobre todo aquellos que se encuentran en el primer período de madurez sexual, son aún demasiado pequeños para presentarse a la influencia analítica. Así mismo, tampoco considera pertinente equiparar las asociaciones lúdicas del niño con las del adulto, al no estar regidas por las mismas representaciones. Considera como un exceso el atribuir sentido simbólico a todos los actos y ocurrencias del paciente, así se trate de un niño o de un adulto.
Cabe preguntarse si el niño se encuentra en la misma situación de transferencia que el adulto, de qué manera y bajo qué forma se manifiestan sus tendencias transferenciales y en qué medida se prestan para la interpretación. Este es el punto más importante para Anna Freud: la función de la transferencia como recurso técnico auxiliar en el análisis del niño. Considera que la vinculación cariñosa, la transferencia positiva es la condición previa de todo el trabajo ulterior, ya que el niño sólo es capaz de hacer algo cuando lo hace por amor a alguien. 
El análisis del niño aún exige de esta vinculación muchísimo más que el del adulto, pues además de la finalidad analítica, persigue también cierto objetivo pedagógico. Toda labor verdaderamente fructífera deberá realizarse siempre mediante la vinculación positiva con el analista.
Nos convertimos en un blanco contra el cual el niño, tal como sucede en el adulto, dirige sus impulsos amistosos u hostiles, de acuerdo a las circunstancias. No obstante todo eso, el niño no llega a formar una neurosis de transferencia. Podemos aducir dos razones teóricas para ello: una reside en la misma estructura infantil, la otra debe buscarse en el analista. 
El pequeño paciente no está dispuesto, como lo está el adulto, a reeditar sus vinculaciones amorosas, porque, por así decirlo, aún no ha agotado la vieja edición. Sus primitivos objetos amorosos, los padres, todavía existen en la realidad y no sólo en la fantasía. El niño mantiene con ellos todas las relaciones de la vida cotidiana y experimenta todas las vivencias reales de la satisfacción y el desengaño.
El niño no desarrolla una neurosis de transferencia. A pesar de todos sus impulsos cariñosos y hostiles contra el analista, sigue desplegando sus reacciones anormales donde ya lo ha venido haciendo: en el ambiente familiar. De allí que el analista dirija su atención hacia el punto en que se desarrollan las reacciones neuróticas: hacia el hogar del niño. Cuando las circunstancias o la personalidad de los padres no permiten llegar a esta colaboración, el análisis se resiente de una falta de material. 
En el niño pequeño carecemos de las formaciones reactivas y los recuerdos encubridores que sólo se forman en el curso del período de latencia y a través de los cuáles el análisis ulterior puede captar el material que en ellos están condensado. Así nos encontramos en inferioridad de condiciones en lo que refiere a la obtención del material inconsciente. 
En el niño, el mundo exterior es un factor inconveniente para el análisis, pero orgánicamente importante, que influye en lo más profundo en sus condiciones interiores. Es cierto que también la neurosis del niño es un asunto interno, determinado igualmente por aquellas tres potencias: la vida instintiva, el yo y el superyó.
Lo que al principio fue una exigencia personal, emanada de los padres, sólo al pasar del apego al objeto, a la identificación con éstos se convierte en un ideal del yo, independiente del mundo exterior y de sus modelos. El niño todavía está muy lejos del desprendimiento de los objetos amados, y subsistiendo el amor objetal, las identificaciones sólo se establecen lenta y parcialmente. Ya existe un superyó, pero son evidentes las múltiples interrelaciones entre este superyó y los objetos a los cuales debe su establecimiento. 
Éstas es la diferencia más importante entre el análisis del niño y el del adulto: los objetos del mundo exterior seguirán desempeñando un importante papel en el análisis, mientras el superyó infantil todavía no se haya convertido en el representante impersonal de las exigencias asimiladas del mundo exterior y mientras permanezca orgánicamente vinculado a éste. Estos mismo padres o educadores fueron las personas cuyas desmesuradas exigencias impulsaron al niño a la excesiva represión y con ello a la neurosis. 
Bajo la influencia del análisis el niño aprenderá a dominar su vida instintiva y parte de los impulsos infantilesha de ser suprimida o condenada por su inutilidad en la vida civilizada.
Es preciso que el analista logre ocupar durante todo el análisis el lugar del ideal del yo infantil y no iniciar su labor de liberación analítica antes de cerciorarse de que podrá dominar completamente al niño. Sólo si el niño siente que la autoridad del analista sobrepasa la de sus padres, estará dispuesto a conceder este nuevo objeto amoroso, equiparado a sus progenitores, el lugar más elevado que le corresponde en su vida afectiva. Antes de iniciar un análisis, es necesario cerciorarse de que la personalidad y la preparación analítica de los padres garanticen la posibilidad de la continuidad en la labor educativa una vez finalizado el análisis.
Las condiciones del análisis del niño establecidas hasta esta parte son: la debilidad del ideal del yo infantil, la subordinación de sus exigencias y de su neurosis bajo el mundo exterior, su incapacidad de dominar por sí mismo los instintos liberados y la consiguiente necesidad de que el analista domine pedagógicamente al niño. El analista reúne en su persona dos misiones difíciles y diametralmente opuestas: la de analizar y educar a la vez, si puede lograrlo, corrige con ello toda una fase de educación equivocada y desarrollo anormal.
El análisis infantil por ahora deberá quedar limitado a los hijos de analistas, de pacientes analizados o de padres que conceden al análisis cierta confianza y respeto. Sólo en estos casos la educación analítica en el curso del tratamiento podrá continuarse sin interrupción con la educación en el seno de la familia.
El análisis del niño exige ante todo una nueva técnica: un objeto distinto requiere diferente métodos de ataque. Así han surgido la técnica lúdica de Melanie Klein para el análisis precoz y mis recomendaciones para el análisis del período de latencia. Exige, pues, que el analista de niños, adaptándose a la peculiar condición de sus pacientes, agregue a su actitud y preparación analítica, una segunda: la pedagógica. Se debe influir desde el exterior, creando nuevas impresiones y revisando las exigencias que el mundo exterior impone al niño. Las potencias contra las cuales debemos luchar en la curación de las neurosis infantiles no son únicamente interiores, sino también exteriores. El analista de niños necesita conocimientos pedagógicos tanto teóricos como prácticos, que le permitan comprender y criticar las influencias educativas a las que está sometido el niño, llegando a asumir las funciones de educador durante todo el curso del análisis. 
Freud, S. Conferencia 34 “Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones”. En Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis.
Cuando en el tratamiento de un neurótico adulto pesquisábamos el determinismo de sus síntomas, por regla general éramos conducidos hacia atrás hasta su primera infancia. Ello nos obligó a familiarizarnos con las particularidades psíquicas de la infancia. Discernimos que a los primeros años de vida, hasta el quinto tal vez, les corresponden por varias razones una particular significatividad.
En primer lugar, porque contienen el florecimiento temprano de la sexualidad, que deja como secuela incitaciones decisivas para la vida sexual de la madurez. En segundo lugar, porque las impresiones de ese período afectan a un ser inacabado y endeble, en el que producen el efecto de traumas. De la tormenta de afectos que provocan, el yo no puede defenderse si no es por vía de represión, y así adquiere en la infancia todas sus predisposiciones a contraer luego neurosis y perturbaciones funcionales. Comprendimos que la complejidad en la infancia se debe a que el niño debe apropiarse en un breve lapso de los resultados de un desarrollo cultural que se extendió a lo largo de milenios: el dominio sobre las pulsiones y la adaptación social, al menos los primeros esbozos de ambos. Mediante su propio desarrollo sólo puede lograr una parte de ese cambio, mucho debe serle impuesto por la educación. En este período, muchos niños atraviesan por estados que es lícito equiparar a las neurosis. No hemos tenido empacho en aplicar la terapia analítica a estos niños que mostraban inequívocos síntomas neuróticos o bien estaban en camino de un desfavorable desarrollo del carácter.
Se demostró que el niño es un objeto muy favorable para la terapia analítica; los éxitos son radicales y duraderos. Desde luego, es preciso modificar en gran medida la técnica de tratamiento elaborada para adultos. Psicológicamente, el niño es un objeto diverso del adulto, todavía no posee un superyó, no tolera mucho los métodos de la asociación libre y la transferencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores reales siguen presentes.
Las resistencias internas que combatimos en el adulto están sustituidas en el niño, las más de las veces , por dificultades externas. Cuando los padres se erigen en portadores de la resistencia, a menudo peligra la meta del análisis o este mismo y por eso suele ser necesario aunar al análisis del niño algún influjo analítico sobre sus progenitores.
Aclaremos nuestras ideas sobre la tarea inmediata de la educación. El niño debe aprender el gobierno sobre lo pulsional. Es imposible darle la libertad de seguir todos sus impulsos sin limitación alguna. Les haría la vida intolerable a los padres y los niños mismo sufrirían grandes perjuicios. Por tanto, la educación tiene que inhibir, sofocar. Ahora bien, por el análisis mismo hemos sabido que esa misma sofocación de lo pulsional conlleva el peligro de contraer neurosis. La educación tiene que buscar su senda entre la permisión y la frustración. Por eso se tratará de decidir cuánto se puede prohibir, en qué épocas y por qué medios. 
La eficacia terapéutica del psicoanálisis permanece reducida por una serie de factores sustantivos y de difícil manejo. En el niño, donde se podría contar con los mayores éxitos, hallamos las dificultades externas de la situación parental.
Klein,M. “Simposium sobre análisis infantil”. En contribuciones al psicoanálisis
Hug Hellmuth fue la primera en emprender el análisis sistemático de niños. 
En 1921 Klein publicó el primer artículo “El desarrollo de un niño”. Allí llegaba a la conclusión de que era perfectamente posible e incluso saludable explorar el complejo de Edipo hasta sus profundidades y que en esa tarea se podían obtener resultados por lo menos iguales a los obtenidos en el análisis con adultos. A su vez, plantea que no solo era innecesario que el analista se empeñara en ejercer una influencia educativa, sino que ambas cosas eran incompatibles (punto de contradicción con Anna Freud). Llegó a intentar el análisis de niños muy pequeños, de tres a seis años de edad.
La propuesta de Anna Freud señala cuatro puntos principales: la convicción de que el análisis de niños no debe ser llevado demasiado lejos, que no se deben tratar demasiado la relación del niño con sus padres, o sea que no se debe explorar demasiado el complejo de Edipo; y que se debe combinar el análisis del niño con influencias educativas. Anna Freud establece límites bien definidos a la aplicación del tratamiento. Ella piensa que en el análisis con niños no solo no podemos descubrir más sobre el primer período de la vida que cuando analizamos adultos, sino que incluso descubrimos menos. Se dice que la conducta del niño en el análisis es evidentemente distinta a la del adulto, y que por consiguiente es necesario emplear una técnica diferente. Creo que esta argumento es incorrecto. No es necesario imponer restricción alguna al análisis, tanto en lo que respecta a la profundidad de su penetración como en lo que respecta al método con el que trabajamos. 
Con esto señalo ya el punto principal de mi crítica al libro de Anna Freud: supone que no se puede establecer la situación analítica con los niños y encuentra inadecuado o discutible el análisis puro del niño, sin intervención pedagógica.
Klein considera un grave error asegurarse una transferencia positiva por parte del paciente con el empleo de las medidas que Anna Freud describe o utilizarsu ansiedad para hacerlo sometido, intimidarlo o persuadirlo por medios autoritarios. Con estos medios, nunca se podría establecer una situación analítica ni llevar a cabo un análisis completo. Todos los medios que juzgaríamos como incorrectos en el análisis con adultos son especialmente señalados por Anna Freud como valiosos en el análisis de niños. Su objetivo es la introducción al tratamiento, aquello que llama la “entrada” en el análisis. Esto se debe a que Anna Freud piensa que lo niños son seres muy diferentes a los adultos, sin embargo, lo que busca con sus técnicas de introducción es que la actitud del niño hacia el análisis sea como la del adulto. Esto resulta contradictorio.
Anna Freud coloca al consciente y el yo del niño en primer plano, cuando indudablemente nosotros debemos trabajar en primer lugar y sobre todo con el inconsciente. Pero en el inconsciente, los niños no son de ninguna manera fundamentalmente distintos de los adultos. Lo único que sucede es que en los niños el yo no se ha desarrollado aún plenamente y por lo tanto, los niños están mucho más gobernados por el inconsciente. A él debemos aproximarnos y a él debemos considerar el punto fundamental de nuestro trabajo. No podemos esperar encontrar ninguna base definitiva para nuestro trabajo analítico en un propósito consciente que como sabemos, ni siquiera en los adultos se mantendría por mucho tiempo como único soporte del análisis. 
El análisis no puede ahorrarle al paciente ningún sufrimiento y esto aplica también a los niños.
El método de Klein presupone que desde el comienzo quiere atraer hacia ella tanto la transferencia positiva como la negativa y además, investigarla hasta su origen, en la situación edípica. Estas dos medidas concuerdan plenamente con los principios psicoanalíticos. Interpretamos esa transferencia positiva, es decir, que tanto en el análisis de adultos como en el de niños la retrotraemos hasta el objeto de origen. Otra novedad que introduce, en contraposición a los planteos de Anna Freud es el hecho de poder ser independientes del conocimiento del ambiente del niño. Podemos garantizar para nuestro trabajo todo el valor y el éxito de un análisis equivalente en todo sentido al análisis de los adultos. 
Por otra parte, los niños no pueden dar y no dan asociaciones de la misma manera que el adulto, por lo tanto no podemos obtener suficiente material únicamente por medio de la palabra. Los medios para suplir la falta de asociaciones verbales son el dibujo, el relato de fantasías y el juego (juguetes, agua, recortando, dibujando).
Anna Freud cree dudoso que uno esté justificado para interpretar como simbólico el contenido del drama representado en el juego del niño y piensa que muy probablemente éste sea ocasionado simplemente por observaciones reales o experiencias de la vida diaria. 
El método que Klein propone implica que recolectando el material psíquico que el niño expresa en numerosas repeticiones, por varios medios -como el juego, agua, recortando, dibujando- acompañando estas actividades con un sentimientos de culpa, ella se dispone a interpretar estos fenómenos y enlazarlos en el inconsciente y con la situación analítica. En este sentido utiliza pequeños juguetes como recursos para ganar acceso a la fantasía y liberarla.
Podemos establecer un contacto más rápido y seguro con el inconsciente de los niños si, actuando con la convicción de que están mucho más profundamente dominados por el inconsciente y los impulsos instintivos, acortamos la ruta que toma el psicoanálisis de adultos por el camino del contacto con el yo y nos conectamos directamente con el inconsciente del niño. Sólo interpretando y por lo tanto aliviando la angustia del niño siempre que nos encontremos con ella, ganaremos acceso a su inconsciente y lograremos que fantasee.
Los niños no pueden asociar, no porque les falte capacidad para poner sus pensamientos en palabras, sino porque la angustia se resiste a las asociaciones verbales. La representación por medio de juguetes está menos investida de angustia que la confesión por la palabra hablada. Los niños están tan dominados por su inconsciente que para ellos es verdaderamente innecesario excluir deliberadamente ideas conscientes. No consideraría terminado ningún análisis de niños, ni siquiera el de niños muy pequeños, a menos de lograr finalmente que se exprese con palabras, hasta el grado de que es capaz el niño, y así de vincularlo con la realidad.
La técnica de juego nos provee una rica abundancia de material y nos da acceso a los estratos más profundos de la mente. Si la usamos incondicionalmente llegamos al análisis del complejo de Edipo y una vez allí no podemos poner límites al análisis en ninguna dirección.
En relación a la transferencia, Anna Freud considera que en los niños puede haber una transferencia satisfactoria pero que no se produce una neurosis de transferencia. Justifica este supuesto en el hecho de que los niños no están capacitados para comenzar una nueva edición de sus relaciones de amor, porque sus objetos de amor originales, los padres, todavía existen como objetos en la realidad. Klein considera que esta afirmación es incorrecta. El análisis de niños muy pequeños ha demostrado que incluso un niño de tres años ha dejado atrás la parte más importante del desarrollo de su complejo de Edipo. Por consiguiente está ya muy alejado, por la represión y los sentimientos de culpa, de los objetos que originalmente deseaba. Sus relaciones con ellos sufrieron distorsiones y transformaciones, por lo que los objetos amorosos actuales son imagos de los objetos originales. De ahí que con respecto al analista los niños pueden muy bien entrar en una nueva edición de sus relaciones amorosas. En mi experiencia aparece en los niños una plena neurosis de transferencia. Los síntomas cambian, se acentúan o disminuyen de acuerdo con la situación analítica, con lo cual mi experiencia está en plena contradicción con las observaciones de Anna Freud.
Melanie Klein considera que si bien el yo de los niños no es comparable al de los adultos, el superyó, por otra parte, se aproxima estrechamente al de los adultos y no está influido radicalmente por el desarrollo posterior como lo está el yo. En niños de tres, cuatro y cinco años encontramos un superyó de una severidad que se encuentra en la más tajante contradicción con los objetos de amor reales, los padres. La formación del superyó tiene lugar sobre la base de varias identificaciones. Este proceso que termina con el complejo de Edipo, o sea con el comienzo del período de latencia, comienza a una edad muy temprana. El complejo de Edipo se forma por la frustración sufrida por el destete, es decir al final del primer año de vida o comienzo del segundo. Parejamente con esto vemos los comienzos de la formación del superyó. Este superyó es un producto sumamente resistente, inalterable en su núcleo y que no es esencialmente diferente al de los adultos. La única diferencia es que el yo más maduro de los adultos está más capacitado para llegar a un acuerdo con el superyó. Entendiendo por superyó la facultad que resulta de la evolución edípica a través de la introyección de los objetos edípicos y que con la declinación del complejo de Edipo asume una forma duradera e inalterable. Difiere fundamentalmente de aquellos objetos que realmente iniciaron su desarrollo. La evolución del superyó del niño, aunque no menos que la del adulto, depende de varios factores. Si por alguna razón esta evolución no se ha realizado totalmente y las identificaciones no son totalmente afortunadas, entonces la angustia, a partir de la cual se originó toda la formación del superyó, tendrá preponderancia en su funcionamiento.
Por su parte Anna Freud consideraba que el desarrollo del superyó, con reacciones reactivas y recuerdos encubridores, tiene lugar en alto grado durante el período de latencia. Klein va a sostener que todos estos mecanismos están ya establecidos cuando surge el complejo de Edipo y son activados por este.
Critica la posición pedagógica propuesta porAnna Freud y sostiene que si el complejo de Edipo es el complejo nuclear de las neurosis, si el análisis evita analizar este complejo, tampoco puede resolver la neurosis. Anna Freud siente que ella no debe intervenir entre el niño y sus padres y que la educación del hogar peligraría y se crearían conflictos si se le hace consciente al niño su oposición a los padres. Este punto es el que determina principalmente la diferencia entre las opiniones teóricas de las dos autoras y sus métodos de trabajo. 
Klein considera que lo que se necesita no es reforzar el superyó sino aliviarlo. Si el analista se torna representante de los agentes educativos, si asume el rol del superyó, bloquea el camino de los impulsos instintivos a la conciencia: se vuelve un representante de los poderes represores. Por eso propone abstenerse de toda influencia educativa directa, proponiendo solo analizar y no desear moldear y dirigir la mente de los pacientes.
Klein, M. Capítulo I “Fundamentos psicológicos del análisis del niño” (Caso Rita - Caso Trude - Caso Ruth)
Los niños, aún en los primeros años, no sólo experimentan impulsos sexuales y ansiedad, sino que sufren también grandes desilusiones. Esto se evidencia en el análisis de niños de corta edad. 
Rita, que contaba con 2 años y 9 meses, tenía una marcada preferencia por su madre hasta el final de su primer año. Manifestó después un gran afecto por su padre y celos por su madre, terrores nocturnos y miedo a los animales, volviéndose cada vez más ambivalente y difícil de manejar. Presentaba una marcada neurosis obsesiva, con ceremoniales y todos los síntomas de depresión melancólica, sumados a ansiedad y una fuerte frustración. Podemos entender a partir de este caso al pavor nocturno, cuando aparece a la edad de 18 meses, como una elaboración neurótica del complejo de Edipo. Su carácter obsesivo se evidenció en un largo ritual antes de dormir, con todos los signos de esa actitud compulsiva que ocupaba totalmente su mente. Era evidente que su ansiedad era causada no solamente por los padres verdaderos, sino también por la excesivamente severa imagen introyectada de sus padres. Esto corresponde a lo que llamamos superyó en los adultos. 
Trude, de 3 años y 9 meses, quería robar los niños del vientre de su madre embarazada, matarla y ocupar su lugar en el coito con el padre. Fueron estos impulsos de odio y agresión los que en ese segundo año originaron una fuerte fijación en la madre y un sentimiento de culpa, que se expresaba, entre otros modos, con sus terrores nocturnos. Así vemos que la temprana ansiedad y los sentimientos de culpa de un niño se originan en los impulsos agresivos relacionados con el conflicto edípico. El juego de los niños nos permite extraer conclusiones definidas sobre el origen de este sentimiento de culpa en los primeros años. 
Los análisis tempranos muestran que el conflicto edípico se hace presente en la segunda mitad del primer año de vida y que al mismo tiempo el niño comienza a modificarlo y a construir su superyó. 
Fueron justamente las diferencias entre la mente infantil y la del adulto las que me revelaron el modo de llegar las asociaciones del niño y comprender su inconsciente. La relación del niño con la realidad es débil, aparentemente no hay ningún atractivo que los lleve a soportar las pruebas de un análisis ya que, por regla general, no se sienten enfermos y todavía no pueden ofrecer en grado suficiente aquellas asociaciones verbales que son el instrumento fundamental en el tratamiento analítico de adultos. Estas características especiales de la psicología infantil han suministrado las bases de la técnica del “análisis del juego” que he elaborado. El niño expresa sus fantasías, sus deseos y sus experiencias de un modo simbólico por medio de juguetes y juegos, el mismo lenguaje que no es familiar en los sueños, nos acercamos a él como Freud nos ha enseñado a acercarnos al lenguaje de los sueños. Debemos no sólo desentrañar el significado de cada símbolo separadamente, sino tener en cuenta todos los mecanismos y formas de representación usados en el trabajo onírico. Solo comprendemos su significado si conocemos su conexión adicional y la situación analítica global. Sólo se obtendrá un resultado analítico completo si tomamos estos elementos de juego en su verdadera conexión con los sentimientos de culpa del niño, interpretándolos hasta en su menor detalle.
El juego es el mejor medio de expresión del niño. Empleando la técnica de juego vemos pronto que el niño proporciona tantas asociaciones a los elementos separados de su juego como los adultos a los elementos separados de sus sueños. Jugando el niño habla y dice toda clase de cosas que tienen el valor de asociaciones genuinas. Las interpretaciones son fácilmente aceptadas por el niño y a veces con marcado placer. La relación entre los estratos inconsciente y consciente de su mente es aún comparativamente accesible y de tal modo el camino de regreso al inconsciente es más fácil de encontrar. Los efectos de las interpretaciones son a menudo más rápidos. 
Si nos acercamos al niño con la técnica del análisis del adulto, es casi seguro que no penetraremos en los niveles más profundos y sin embargo el éxito y el valor, en el análisis de niños como en el de adultos, dependen de que lo logremos. Pero si consideramos las diferencias que existen entre la psicología del niño y la del adulto, el hecho de que su icc está en más estrecho contacto con lo cc y que sus impulsos primitivos trabajan paralelamente a procesos mentales sumamente complicados, y si podemos captar correctamente los modos de pensamiento y expresión característicos del niño, entonces desaparecerán los inconvenientes y desventajas y encontraremos que podemos esperar que el análisis del niño llegue a ser tan profundo y extensivo como el del adulto. 
Detrás de toda forma de actividad de juego yace un proceso de descarga de fantasías de masturbación, operando en la forma de un continuo impulso a jugar; y este proceso,, que actúa como una compulsión de repetición, constituye el mecanismo fundamental del juego infantil y de todas las sublimaciones subsiguientes. Las inhibiciones en el juego y en el trabajo surgen de una represión fuerte e indebida de aquellas fantasías, que por medio del juego lograrían representación y abreacción. 
Uno de los resultados de los análisis tempranos es capacitar al niño para adaptarse a la realidad. Si esto se logra, disminuirán las dificultades educativas, porque será capaz de tolerar las frustraciones impuestas por la realidad.
En el análisis de niños el enfoque debe ser algo distinto del que corresponde al análisis de adultos. Tomando el camino más corto posible, a través del yo, nos dirigimos en primera instancia al inconsciente del niño y de aquí, gradualmente, nos ponemos también en contacto con su yo. El análisis ayuda mucho a fortificar el yo, hasta ahora débil, del niño y ayuda a su desarrollo, aliviando el peso excesivo de su superyó, que presiona sobre él más severamente que el yo del adulto. 
TRABAJO PRÁCTICO N°3: Especificidad de la clínica con niños
Aulagnier, P. Capítulo I “La actividad de representación, sus objetivos y su meta” Capítulo II “El proceso originario y el pictograma”. En La violencia de la interpretación
Capítulo I: La actividad de representación, sus objetos y su meta
Este libro se propone poner a prueba un modelo del aparato psíquico que privilegia el análisis de una de sus tareas específicas: la actividad de representación.
Por actividad de representación entendemos el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad orgánica. Este último puede definirse como la función mediante la cual se rechaza un elemento heterogéneo respecto de la estructura celular o, inversamente, se lo transforma en un material que se convierte en homogéneo a él. Esta definición puede aplicarse en su totalidad al trabajo que opera en la psique, con la reserva de que, en este caso, el elemento absorbido y metabolizado no es un cuerpo físico sino un elementode información.
Si consideramos la actividad de representación como la tarea común a los procesos psíquicos, se dirá que su meta es metabolizar un elemento de naturaleza heterogénea convirtiéndolo en un elemento homogéneo a la estructura de cada sistema. El término elemento engloba aquí a dos conjuntos de objetos: aquellos cuyo aporte es necesario para el funcionamiento del sistema y aquellos cuya presencia se impone a este último.
Nuestro modelo defiende la hipótesis de que la actividad psíquica está constituida por el conjunto de tres modos de funcionamiento, o por tres procesos de metabolización: el proceso originario, el proceso primario y el proceso secundario. 
Las representaciones originadas en su actividad serán respectivamente, la representación pictográfica o pictograma, la representación fantaseada o fantasía y la representación ideíca o enunciado. Las instancias originadas en la reflexión de esta actividad sobre sí misma serán designadas como el representante, el fantaseante y el enunciante o el Yo.
A los calificativos de consciente e inconsciente les volveremos a otorgar el sentido que conservan en una parte de la obra de Freud: el de una cualidad que determina que una producción psíquica sea situable en lo que puede ser conocido por el Yo o inversamente, sea excluida de ese campo. 
Los tres procesos que postulamos no están presentes desde un primer momento en la actividad psíquica, se suceden temporalmente y su puesta en marcha es provocada por la necesidad que se le impone a la psique de conocer una propiedad del objeto exterior a ella, propiedad que el proceso anterior estaba obligado a ignorar. La instauración de un nuevo proceso nunca implica el silenciamiento del anterior. La información que la existencia de lo exterior a la psique impone a esta última seguirá metabolizada en tres representaciones homogéneas con la estructura de cada proceso. Entre los elementos heterogéneos que cada sistema podrá metabolizar se debe otorgar una importancia similar a aquellos originados en el exterior del psiquismo y aquellos que son endógenos a la psique, aunque heterogéneos en relación con uno de los tres sistemas. Los objetos psíquicos producidos por lo originario son tan heterogéneos respecto de la estructura de lo secundario como la estructura de los objetos del mundo físico que el Yo encuentra y de lo que nunca conocerá nada más que la representación que forja acerca de ellos. Para cada sistema, sólo puede existir una representación que ha metabolizado al objeto originado en esos espacios, transformándolo en un objeto cuya estructura se ha convertido en idéntica a la del representante. Toda representación, indisociablemente, es representación del objeto y representación de la instancia que lo representa. 
El objetivo del trabajo del Yo es forjar una imagen de la realidad del mundo que lo rodea y de cuya existencia está informado, que sea coherente con su propia estructura. La representación del mundo, obra del Yo, es, así, representación de la relación que existe entre los elementos que ocupan su espacio y al mismo tiempo, de la relación que existe entre el Yo y estos elementos. Pudiendo establecer entre los elementos un orden de causalidad que haga inteligibles para el Yo la existencia del mundo y la relación que hay entre estos elementos.
Lo que caracteriza a la estructura del Yo es el hecho de imponer a los elementos presentes en sus representaciones un esquema relacional que está en consonancia con el orden de causalidad que impone la lógica del discurso. Lo que definimos como el postulado estructural, o relacional, o causal, que particulariza a cada sistema: postulado que da testimonio de la ley según la cual funciona la psique y a la que no escapa ningún sistema. Ese postulado puede plantearse por medio de tres formulaciones, según cada proceso considerado:
1. El proceso originario se caracteriza por el postulado del autoengendramiento: todo existente es autoengendrado por la actividad del sistema que lo representa.
2. El proceso primario se caracteriza por el postulado de que todo existente es un efecto del poder omnímodo del deseo del Otro.
3. El proceso secundario se rige por el postulado de que todo existente tiene una causa inteligible que el discurso podrá conocer.
Tanto si se trata de lo originario, lo primario o lo secundario, podemos dar una misma definición del objetivo característico de la actividad de representación: metabolizar un material heterogéneo de tal modo que pueda ocupar un lugar en una representación que, en última instancia, es sólo la representación del propio postulado.
Consideramos que todo acto de representación es coextenso con un acto de catectización, y que todo acto de catectización se origina en la tendencia característica de la psique de preservar o reencontrar una experiencia de placer.
Toda puesta en representación implica una experiencia de placer, de no ser así, estaría ausente la primer condición necesaria para que haya vida, es decir, la catectización de la actividad de representación. Es este, podríamos decir, el placer mínimo necesario para que existan una actividad de representación y representantes psíquicos del mundo. Esto demuestra la omnipotencia del placer en la economía psíquica. 
Placer y displacer se refieren, en este texto, a las dos representaciones del afecto que pueden producirse en el espacio psíquico.
Vivir es experimentar en forma continua lo que se origina en una situación de encuentro: consideramos que la psique está sumergida desde un primer momento en un espacio que le es heterogéneo, cuyos efectos padece en forma continua e inmediata. Podemos plantear incluso, que es a través de la representación de estos efectos que la psique puede forjar una primera representación de sí misma y que es ese el hecho originario que pone en marcha a la actividad psíquica.
El estado de encuentro y el concepto de violencia
Si mediante el término “mundo” designamos el conjunto del espacio exterior a la psique, diremos que ella encuentra este espacio en un primer momento, bajo la forma de los dos fragmentos particularísimos representados por su propio espacio corporal y por el espacio psíquico de los que lo rodean, y en forma más privilegiada, por el espacio psíquico materno. La primera representación que la psique se forja de sí misma como actividad representante se realizará a través de la puesta en relación de los efectos originados en su doble encuentro con el cuerpo y con las producciones de la psique materna. Si nos limitamos a este estadio, diremos que la única propiedad característica de estos dos espacios de la que el proceso originario quiere y puede estar informado concierne a la cualidad del placer y displacer del afecto presente en este encuentro. 
El comienzo de la actividad del proceso primario y del proceso secundario partirá de la necesidad que enfrentará la actividad psíquica de reconocer otros dos caracteres particulares del objeto cuya presencia es necesaria para su placer: el carácter de la extraterritorialidad, lo que equivale a reconocer la existencia de un espacio separado del propio, información que solo podrá ser metabolizada por la actividad del proceso primario; y la propiedad de significar, o de significación, que posee ese mismo objeto, lo que implica reconocer que la relación entre los elementos que ocupan el espacio exterior está definida por la relación entre las significaciones que el discurso proporciona acerca de estos mismos elementos. Esta información no metabolizable por el proceso primario, exigirá la puesta en marcha del proceso secundario, gracias a la cual podrá operarse una puesta en sentido del mundo que respetará un esquema relacional idéntico al esquema que constituye la estructura del representante, que en esta último caso no es otro que el Yo. 
El poder de que dispone la psique concierne al remodelamiento que impone a todo existente al insertarlo en un esquema relacional preestablecido. Para que la actividad psíquica sea posible, requiere que pueda incorporar un material exógeno.
Las palabrasy los actos maternos se anticipan siempre a lo que el niño puede conocer de ellos. Si la oferta antecede a la demanda, si el pecho es dado antes que la boca sepa que lo espera, este desfasaje, por otra parte, es aún más evidente y más total en el registro del sentido. La palabra materna derrama un flujo portador y creador de sentido que se anticipa en mucho a la capacidad del infans de reconocer su significación y de retomarla por cuenta propia. La madre se presenta como un “Yo hablante” o un “Yo hablo” que ubica al infans en situación de destinatario de un discurso, mientras que él carece de la posibilidad de apropiarse de la significación del enunciado y que “lo oído” será metabolizado inevitablemente en un material homogéneo con respecto a la estructura pictográfica.
Pero, si es cierto que todo encuentro confronta al sujeto con una experiencia que se anticipa a sus posibilidades de respuesta en el instante en que la vive, la forma más absoluta de tal anticipación se manifestará en el momento inaugural en que la actividad psíquica del infans se ve confrontada con las producciones psíquicas de la psique materna y deberá formar una representación de sí misma a partir de los efectos de este encuentro. Cuando hablamos de las producciones psíquicas de la madre, nos referimos en forma precisa a los enunciados mediante los cuales habla del niño y le habla al niño. El discurso materno es el responsable del efecto de anticipación impuesto, ilustrando de forma ejemplar lo que entendemos por violencia primaria.
La madre posee el privilegio de ser para el infans el enunciante y el mediador privilegiado de un discurso ambiental, del que le transmite, bajo una forma predigerida y premodelada por su propia psique, las conminaciones, las prohibiciones y mediante el cual le indica los límites de lo posible y de lo lícito. Por eso en este texto la denominaremos la portavoz. 
A través del discurso que dirige a y sobre el infansa, se forja una representación ideica de éste último, con la que identifica desde un comienzo al ser del infansa definitivamente precluido de su conocimiento. El orden que gobierna los enunciados de la voz materna se limita a dar testimonio de la sujeción del Yo que habla a tres condiciones previas: el sistema de parentesco, la estructura lingüística, las consecuencias que tienen sobre el discurso los afectos que intervienen en la otra escena. Trinomio que es causa de la primera violencia, radical y necesaria, que la psique del infans vivirá en el momento del encuentro con la voz materna. 
El fenómeno de la violencia, tal como lo entendemos aquí, remite en primer lugar a la diferencia que separa a un espacio psíquico, el de la madre, en que la acción de la represión ya se ha producido, de la organización psíquica propia del infans. La madre, en principio, es un sujeto en el que ya ha operado la represión e implantado la instancia llamada Yo; el discurso que ella dirige al infans lleva la doble marca responsable de la violencia que él va a operar.
Esta violencia primaria designa lo que en el campo psíquico se impone desde el exterior a expensas de una primera violación de un espacio y de una actividad que obedece a leyes heterogéneas al Yo. Por otra parte, la violencia secundaria que se abre camino apoyándose en su predecesora, de la que representa un exceso por lo general perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del Yo.
Designamos violencia primaria a la acción mediante la cual se le impone a la psique de otro una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo del que lo impone, pero que se apoyan en un objeto que corresponde para el otro a la categoría de lo necesario. La violencia primaria alcanza su objetivo, que es convertir a la realización del deseo del que la ejerce en el objeto demandado por el que la sufre. Se juegan ahí tres registros fundamentales: lo necesario, el deseo y la demanda.
En el primer caso estamos ante una acción necesaria, de la que el Yo del otro es el agente, tributo que la actividad psíquica paga para preparar el acceso a un modo de organización que se realizará a expensas del placer y en beneficio de la constitución futura de la instancia llamada Yo. En el segundo caso, por el contrario, la violencia se ejerce contra el Yo.
La categoría de lo necesario corresponde al conjunto de las condiciones indispensables para que la vida psíquica y física puedan alcanzar y preservar un umbral de autonomía por debajo del cual solo puede persistir a expensas de un estado de independencia absoluta. 
Con el término vida psíquica se designa toda forma de actividad psíquica que exige dos condiciones: la supervivencia física del cuerpo y la persistencia de una catexia libidinal que resista a una victoria definitiva de la pulsión de muerte. Cuando estas dos condiciones se cumplen, se encuentra garantizada la presencia de una actividad psíquica, cualesquiera que sean su modo de funcionamiento y sus producciones.
La entrada en acción de la psique requiere como condición que al trabajo de la psique del infans se le añada la función de prótesis de la psique de la madre, prótesis que consideramos comparable a la del pecho, en cuanto extensión del cuerpo.
El primer encuentro boca-pecho lo consideramos como la experiencia originaria de un triple descubrimiento: para la psique del infans, la de una experiencia de placer; para el cuerpo, la de una experiencia de satisfacción y para la madre, no puede postularse nada universal. Este primer encuentro, el proceso originario tendrá la función de representarlo. En el momento en el que la boca encuentra el pecho, encuentra y traga un primer sorbo del mundo. Entre los espacios psíquicos del infans y de la madre, un mismo objeto, una misma experiencia de encuentro, se inscribirá recurriendo a dos escrituras y a dos esquemas relacionales heterogéneos.
Capítulo II: El proceso originario y el pictograma
El postulado de autoengendramiento
Lo que caracteriza a cada proceso de metabolización, determinado por el encuentro entre el espacio psíquico y el espacio exterior a la psique, se define por la especificidad del modelo relacional impuesto a los elementos de los representado.
En la fase que analizamos, la del proceso originario, el conjunto de las producciones de la actividad psíquica se adecuará al postulado del autoengendramiento. En nuestro análisis separamos lo que se relaciona con la economía placer-displacer, característica de este postulado, y lo que se relaciona con la particularidad de lo representado que él engendra: el pictograma.
En principio, el encuentro original se produce en el mismo momento del nacimiento, pero nos permitimos desplazar ese momento para situarlo en el de una primera e inaugural experiencia de placer: el encuentro entre boca y pecho. Cuando hablamos de momento originario o de encuentro originario, nos referimos a ese punto de partida.
Podemos aislar una serie de factores responsables de la organización de la actividad psíquica en esta fase:
1.La presencia de un cuerpo cuya propiedad es preservar por autorregulación su estado de equilibrio energético. Toda ruptura de este estado se manifestará mediante una experiencia inconocible, una x que, en el a posteriori del lenguaje se designa como sufrimiento. Toda aparición de esta experiencia suscita, cuando es posible, una reacción que apunta a eliminar su causa. Esta reacción, que se origina en la homeostasis del sistema, escapa a todo conocimiento por parte de la psique. Sin embargo, esta última es informada acerca de un posible estado de sufrimiento del cuerpo, ante el cual responde mediante la única acción a su alcance: la alucinación de una modificación en la situación de encuentro, que niegue su estado de falta. Entonces, la primer respuesta natural del estado psíquico es desconocer la necesidad, desconocer el cuerpo y conocer solamente el estado que la psique desea reencontrar. La conducta de llamada aparece solo frente al fracaso de poder omnímodo del pictograma. 
2.Un poder de excitabilidad al que se debe la representación en la psique de losestímulos originados en el cuerpo y que alcanzan al espíritu, exigencia de trabajo requerido al aparato psíquico como consecuencia de su ligazón con lo corporal. El trabajo requerido al aparato psíquico consistirá en metabolizar un elemento de información, proveniente de un espacio que le es heterogéneo, en un material homogéneo a su estructura, para permitir a la psique representarse lo que ella quiere reencontrar de su propia experiencia. 
3.Un afecto ligado a esta representación, siendo la representación de un afecto y el afecto de la representación indisociables para y en el registro de lo originario.
4.Desde un primer momento, la doble presencia de un vínculo y de una heterogeneidad entre la x de la experiencia corporal y el afecto psíquico, que se manifiesta en y por su representación pictográfica. El afecto es coextenso con la representación y la representación puede conformarse o no a la realidad de la experiencia corporal. 
5.La exigencia constante de la psique: en su campo no puede aparecer nada que no haya sido metabolizado previamente en una representación pictográfica. La representabilidad pictográfica del fenómeno constituye una condición necesaria para su existencia psíquica. Lo originario sólo puede conocer los fenómenos que responden a las condiciones de representabilidad, los restantes carecen de existencia para él. 
Las condiciones necesarias para la representabilidad del encuentro
La actividad del proceso originario es coextensa con una experiencia responsable del desencadenamiento de la actividad de una o varias funciones del cuerpo, originada en la excitación de las superficies sensoriales correspondientes.La primera condición de la representabilidad del encuentro nos remite pues al cuerpo y más precisamente a la actividad sensorial que lo caracteriza. 
Una segunda ley general de la actividad psíquica: la meta a la que apunta nunca es gratuita, el gasto de trabajo que implica debe asegurarse una prima de placer. De no ser así, la no catectización de la actividad de representación pondría fin a la actividad vital misma. Esta prima de placer, a partir del momento en que se la experimenta, se convierte en meta de la actividad psíquica.
Si bien es cierto que en lo representado del pictograma no puede existir una diferencia entre la representación que acompaña al amamantamiento y la representación de esta experiencia en ausencia del pecho, postulamos que la psique percibe muy precozmente un suplemento de placer cuando a la representación la acompaña una experiencia de satisfacción real: a condición, sin embargo, de que esta satisfacción pueda proporcionar placer y no se reduzca a calmar la necesidad. Así, la prima de placer como meta de la actividad de representación, se encuentra relacionada con la posibilidad de una representación y de una experiencia que puedan poner respectivamente en escena y en presencia la unión de dos placeres, el del representante y el del objeto que él representa y que encuentra en el transcurso de la experiencia. 
El cuerpo, al mismo tiempo que es el sustrato necesario para la vida psíquica, el abastecedor de los modelos somáticos a los que recurre la representación, obedece a leyes heterogéneas de las de la psique. EL cuerpo aparecerá en un primer momento ante la instancia psíquica como prueba irreductible de la presencia de otro lugar y, de ese modo, como objeto privilegiado de deseo de destrucción. Como otro lugar, será detestado en toda ocasión en la que denuncie los límites del poder de la psique y desmienta la alucinación de la inexistencia de lo exterior a ella. Si la vida prosigue, el cuerpo, como conjunto de órganos y de funciones sensoriales gracias a los cuales la psique descubre su poder, se convierte en fuente y lugar de un placer erógeno. 
El préstamo tomado del modelo sensorial por la actividad de lo originario
La función de los sistemas sensoriales implica la toma en sí de la información, fuente de excitación y fuente de placer, y el intento de rechazar fuera de sí esta misma información cuando se convierte en fuente de displacer.
Paralelamente a los objetos de necesidad que son el alimento, el aire, el aporte calórico, durante la fase de vigilia es necesario un aporte de información sensorial continuo; de no recibirlo, la psique enfrenta dificultades para poder funcionar sin verse obligada a alucinar la información de que carece. 
Lo percibido por la vista, el oído, el gusto, lo será por la psique como una fuente de placer autoengendrado por ella, que forma parte por excelencia de lo que es tomado en el interior de la misma, o de lo contrario, como una fuente de sufrimiento que se debe rechazar. 
Pictograma y especularización
Desde el origen de la actividad psíquica se comprueba la presencia y la pregnancia de un fenómeno de especularización: toda creación de la actividad psíquica se presenta ante la psique como reflejo, representación de sí misma. 
En esta fase el mundo, lo exterior a la psique, no existe fuera de la representación pictográfica que lo originario forja acerca de él, se deduce que la psique encuentra al mundo como un fragmento de superficie especular, en la que ella mira su propio reflejo. De lo exterior a sí, solamente conoce en un principio lo que puede presentarse como imagen de sí. 
Lo que la actividad psíquica contempla y catectiza en el pictograma es el reflejo de sí misma que le asegura que, entre el espacio psíquico y el espacio de lo exterior a la psique, existe una relación de identidad y de especularización recíprocas. A partir de la experiencia de placer, todo placer de una zona es al mismo tiempo, y debe serlo, placer global del conjunto de las zonas. 
Pictograma y placer erógeno
La experiencia inaugural de placer hace coincidir: a) la satisfacción de la necesidad; b) la ingestión de un objeto incorporado; c) el encuentro por parte de la organización sensorial, de objetos, fuente de excitación y causa de placer.
En este estadio, el pecho debe ser considerado un fragmento del mundo que presenta la particularidad de ser, simultáneamente, audible, visible, táctil, olfativo, alimenticio y así, dispensador de la totalidad de los placeres. Por su presencia, este fragmento desencadena la actividad del sistema sensorial y de la parte del sistema muscular necesaria para el acto de succión. 
La boca se convertirá en representante, pictográfico y metonímico, de las actividades del conjunto de las zonas, representante que autocrea por ingestión la totalidad de los atributos de un objeto (el pecho) que a su vez, será representado como fuente global y única de los placeres sensoriales. Zona y objeto primordiales que solo existen uno a través del otro, indisolubilidad correlativa de su representación y de su postulado. 
Este objeto-zona complementario es la representación primordial mediante la cual la psique pone en escena toda experiencia de encuentro entre ella y el mundo. 
Hasta ahora hemos hablado del objeto-zona complementario como coextenso con una experiencia de placer. Pero también se observa la presencia de los fenómenos de displacer y sufrimiento. La complementariedad zona-objeto y su corolario, es decir, la ilusión de que toda zona auto engendra el objeto adecuado a ella, determina que el displacer originado en la ausencia del objeto o en su inadecuación, por exceso o por defecto, se presentará como ausencia, exceso o defecto de la zona misma. En este estadio, el objeto malo es indisociable de una zona mala, el pecho malo de la boca mala.
En lo originario, todo órgano de placer puede convertirse en algo de lo que es posible mutilarse para anular el displacer con respecto al cual aquel, súbitamente, se muestra causante. 
La reproducción de lo mismo
El término originario define una forma de actividad y un modo de producción que son los únicos presentes en una fase inaugural de la vida. Tiende al mantenimiento de un estado estático. Este objetivo puede realizarse de dos maneras:
1. Mediante la fijación de la energía a un soporte (lo representado) que ella catectiza; en este caso existe una atracciónentre la actividad representante y la imagen representada cuya presencia o retorno deseará la psique a partir de ese momento.
2. Mediante el intento de anular toda razón de búsqueda y de espera, gracias al retorno a un silencio primero, a un antes del deseo, momento en el que ignoraba estar “condenado a desear”. En ello se origina el odio que acompaña a la primera experiencia de no placer que revela la existencia de “otro lugar” y la dependencia psíquica frente a él. 
Existe así una antinomia entre los dos caminos de que dispone la energía psíquica para alcanzar su meta. El conflicto está presente desde un primer momento. 
En el registro económico, lo originario queda bajo el dominio de esta fuerza ciega que tiende a preservar un estado de quietud y que, abandonada a sí misma, sólo podría oscilar entre una fijación perpetua al primer soporte encontrado y la imposible aniquilación de sí misma. 
El pictograma no es sino la primera representación que se da acerca de sí misma la actividad psíquica a través de su “puesta en forma” del objeto-zona complementario y del esquema relacional que ella impone a estas dos entidades. 
Cualquiera que sea la diversidad de las experiencias de placer o displacer del infans, cualquiera que sea la causa (endógena o exógena), la experiencia misma, será metabolizada. 
En nuestra opinión, este esquema relacional, primera metabolización de la relación psique-mundo y de la relación de la psique con sus producciones, sigue operando siempre. Es a través de esta misma representación que el proceso originario metabolizará las producciones psíquicas tanto de lo primario como de lo secundario, en todos los casos en que estas producciones tienen que ver con la puesta en escena y la puesta en sentido de un afecto.Alegría y dolor, como sentimientos del Yo, serán metamorfoseados a través de este proceso en jeroglíficos corporales.
A propósito de la actividad de pensar
A partir de un momento dado, que caracteriza el pasaje del estado de infans al de niño, la psique adquirirá conjuntamente los primeros rudimentos del lenguaje y una nueva función: ello dará lugar a la constitución de un tercer lugar psíquico en el que todo existente deberá adquirir el status de “pensable”, necesario para que adquiera el de “decible”.
Se instala así una función de intelección cuyo producto será el flujo ideico que acompañará al conjunto de la actividad, desde la más elemental hasta la más elaborada, de la que el Yo puede ser el agente. Toda fuente de excitación, toda información, solo logra tener acceso al registro del Yo si puede dar lugar a la representación de una idea. Se observa una traducción simultánea en idea de toda forma de vivencia del Yo que tenga la cualidad de lo consciente.
En lo primario tiene lugar lo pensable. Allí se observan representaciones ideicas. Después de una primera fase, imagen de palabra e imagen de cosa se han unido, pero también las conexiones que unen entre sí estos pensamientos-ideas dan nacimiento a un “lenguaje” cuya lógica difiere de la que impondrá, por etapas, el discurso que constituye al Yo.
En un primer momento, el surgimiento de la función de intelección como nueva forma de actividad se presentará ante la psique como una nueva zona-función erógena cuyo objeto y cuya fuente de placer será la idea. Es esta una condición necesaria para que el proceso primario catectice esta “zona pensante” y su forma de actividad. Podemos decir que la actividad de pensar es una condición de existencia del Yo. 
Para el Yo, lo que no puede tener una representación ideica no tendrá existencia, lo que no quiere decir que no pueda sufrir sus efectos. Por ello toda actividad del Yo comporta una producción ideica, una autoinformación, especie de comentario de la vivencia en juego y objetivo de la actividad de pensar, función de lo secundario. Lo que se desarrolla en este registro se acompaña con lo que llamamos los sentimientos del Yo, es decir, el afecto en su forma consciente. 
Lo que caracteriza al sistema psíquico es que nunca renuncia a sus modos de representación. Nuestra hipótesis acerca del pictograma postula su copresencia en un lugar precluido al Yo y a su entendimiento. Ello determina que todo acto de catectización operado por el Yo y por consiguiente, el conjunto de las relaciones presentes entre el Yo y su objeto darán lugar a una triple inscripción en el espacio psíquico:
1) En el registro del Yo observamos la inscripción del enunciado de un sentimiento, enunciado mediante el cual el Yo conoce y transmite su conocimiento acerca de su relación con los “emblemas-objetos” por él catectizados y que también cumplen una función de referencias identificatorias.
2) En el registro de lo primario, los anhelos del Yo y sus sentimientos se traducirán en una fantasía que pondrá en escena lo ya presente de la reunificación operada o de un despojo padecido. 
3) En el registro de lo originario se tendrá un pictograma en el cual el propio Yo se presenta como zona complementaria, y el objeto catectizado -idea o imagen- interviene como “lugarteniente” del objeto complementario. Este pictograma es la representación que forja lo originario se los sentimientos que unen al Yo con sus objetos. 
El concepto de originario: conclusiones
La especificidad de la actividad de lo originario reside en su metabolización de todas las experiencias, fuente de afecto, en un pictograma cuya estructura hemos definido. La única condición necesaria para esta metabolización es que el fenómeno responsable de la experiencia responda a los caracteres de la representabilidad.
Las representaciones originarias son precluidas del espacio que comprende lo primario-secundario.
La catectización de la actividad sensorial constituye la condición misma de existencia de una vida psíquica, ya que es condición necesaria para la catectización de la actividad de representación. Toda información sensible sólo es tal en la medida en que dispone de una representación en el espacio psíquico.
A su vez, la catectización de la actividad de representación constituye una condición necesaria para la vida: es el único camino a través del cual las funciones del cuerpo pueden ser erogenizadas y lo que de ello resulta, convertirse para la psique en objeto de placer cuya presencia alucina. Son así alucinadas la actividad del conjunto de las zonas erógenas y la presencia del conjunto de los objetos que se adecuan a ella. El pictograma es la representación que la psique se da de sí misma como actividad representante; ella se re-presenta como fuente que engendra el placer erógeno de las partes corporales, contempla su propia imagen y su propio poder en lo que engendra, es decir lo visto, oído, percibido que se presenta como autoengendrado por su actividad.
El espacio y la actividad de lo originario son, para nosotros, diferentes del inconsciente y de los procesos primarios. La propiedad de esta actividad es metabolizar toda vivencia afectiva presente en la psique en un pictograma que es, indudablemente, representación del afecto y afecto de la representación. Lo único que esta actividad puede tener como representado es lo que hemos definido como objeto-zona complementario.
La puesta en forma del pictograma se apoya en el modelado del funcionamiento sensorial, por ello toda experiencia de placer reproduce la unión órgano sensible-fenómeno percibido, y toda experiencia de displacer implica el deseo de automutilación del órgano y de destrucción de los objetos de excitación correspondientes.
De este préstamo tomado de las funciones del cuerpo se deduce que en lo originario lo único que puede representarse del mundo es lo que puede darse como reflejo especular del espacio corporal. Definiendo aquí como cuerpo el lugar de la serie de experiencias que dependen del encuentro sujeto-existente, experiencias que la psique se representa como efecto de su poder de engendrar los objetos fuente de excitación y de engendrar lo que es causa de placer o de displacer. 
Esta metabolización que opera la actividad de representación persiste durante toda la existencia.

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