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1 Zaldúa, G. (2011). Escenarios contemporáneos de subjetivación. El trabajo y el género en la perspectiva de la Psicología Social Comunitaria, en Revista Investigaciones en Psicología, Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Año 16, Nro. 1, págs. 41-59. Resumen Este trabajo propone reflexionar sobre los efectos de sentido de los procesos de globalización a partir de los posicionamientos sociales y subjetivos y las prácticas discursivas en ámbitos de la vida social. Interrogarnos desde la Psicología Social Comunitaria sobre la implicancia subjetiva y colectiva en la trama sociohistórica de nuestros países latinoamericanos, es reafirmar la apuesta fundante de la transformación social. Desde el análisis de las configuraciones societales y los discursos vinculados a dominios diversos de la praxis social, se analizarán las paradojas y cesuras de dos categorías estructurales de las relaciones sociales y la subjetividad: trabajo y género. A partir del recorte y desde una perspectiva interpretativa crítica se articulan dimensiones constitutivas de las relaciones poder, de las representaciones sobre la realidad y la producción de identidades genéricas que condicionan percepciones, elecciones, posibilidades, trayectorias y espacios en el entramado social. El objetivo de analizar las significaciones émicas de trayectorias de vida en intervenciones psico-comunitarias con colectivos de mujeres migrantes, propicia interpretaciones de mundos culturales en situación de vulnerabilidad y potencia estrategias de resistencia y transformación. Contextos sociohistóricos y escenarios microsociales condicionan las trayectorias y la producción de sentidos singulares y colectivos, asimismo posibilitan dimensiones instituyentes ético políticas transformadoras, insoslayables en la praxis de la Psicología Social Comunitaria. Palabras clave: subjetividad – género – trabajo Introducción Desde los años setenta el campo de la Psicología Social Comunitaria (PSC) en América Latina, con su compromiso con las problemáticas locales y continentales y su ruptura con el objetivismo positivista, se implica en un posicionamiento crítico frente a la realidad sociohistórica y los actores sociales. En articulación con otras disciplinas de las Ciencias Sociales se revisan las formas ideológicas de construir el objeto de las prácticas profesionales y se afirma la centralidad de la liberación de las mayorías populares. La crítica de Baró a las condiciones y mecanismos de dominación, la Investigación Acción Participativa y la Sociología militante de Fals Borda, y la Educación Popular de Freire, son trayectorias emblemáticas de saberes y prácticas de concientización y participación comunitaria. Los desarrollos actuales, refrendando las perspectivas de justicia y cambio social de la PSC, sostienen los principios ético políticos como compromiso, el carácter dialógico de la participación como componente de la acción y fundamento de la transformación del ambiente y las personas frente a las tensiones, conflictos, rupturas, continuidades en los proyectos psico-comunitarios, y en relación a los sentidos y significaciones de la realidad social, la vida cotidiana y las necesidades comunitarias (Montero, 2006). A su vez, los problemas y desafíos que plantea hoy la realidad nos interpela sobre la vigencia de esos principios en cada contexto desde la diversidad de construcciones epistémicas, estatutos científicos, supuestos, encuadres, herramientas metodológicas, dispositivos de intervención, modalidades de evaluación y, centralmente, dimensiones instituyentes como la participación, la reflexividad, el compromiso, que 2 tranversalizan la praxis psicosocial comunitaria. El campo del quehacer de la PSC se nos impone como un conjunto de relaciones sociohistóricas entre posiciones ancladas en ciertas formas de poder, delimitando escenarios, instituciones, actores sociales y producciones de diversos capitales económicos, culturales, sociales, simbólicos con jerarquías y distribuciones desiguales. Indagar como operan los capitales excede esta presentación, sin embargo es un referencial teórico que permite acompañar una mirada compleja. La reflexividad, entendida como programa epistemológico para la ciencia social, impone revisar los sesgos de -las coordenadas sociales del investigador,- el lugar que ocupa en el campo académico y las posiciones intelectuales posibles en el campo de producción simbólica y – la construcción intelectualista como espectáculo, como conjunto de significaciones a ser interpretadas y no como lógica de la práctica (Bourdieu y Wacquant, 2005). Hermenéutica crítica necesaria, en una etapa de globalización neoliberal, que coloniza territorios, culturas, campos y categorías conceptuales dentro de la lógica hegemónica del modelo neoliberal de crecimiento económico y el paradigma posmoderno de la informática y la comunicación. Reconfiguraciones societales que se articulan con prácticas discursivas en los diferentes ámbitos nos convocan a reflexionar sobre los lazos sociales, la intersubjetividad, la constitución subjetiva. Elegiremos un atajo, desde el análisis crítico de las prácticas discursivas proponemos interpretar las paradojas y cesuras en el campo de la praxis psico-comunitaria en dos ejes estructurantes de la subjetividad y la intersubjetividad: el trabajo y el género. Perspectiva teórico metodológica que orienta un principio de coherencia entre los enunciados o los géneros discursivos y los procesos de legitimación del orden social. En este sentido, el núcleo de la discursividad lo constituye el enunciado, su configuración con sus temas, sus actores, su composición variable en relación a los contextos y la situación dada (Bajtin, 1985). Contextos globalizados y sus consecuencias Tiempos acelerados de cambios tecnológicos y territorios de inclusión y exclusión en espacios que configuran adentro y afuera de la trama societal. La crisis capitalista que se visibiliza desde los setenta, dice Antunes (2005), se caracterizó por la caída de la tasa de ganancia, el agotamiento del patrón de acumulación taylorista fordista, la hipertrofia de la esfera financiera en desmedro de la productiva, el incremento de las privatizaciones, la flexibilización del proceso productivo y la crisis del Estado de Bienestar. A su vez, señala que emerge el sistema ideológico del neoliberalismo con la reestructuración de la producción y el trabajo, y la desregulación de los derechos del trabajo. La emergencia de desocupaciones, precarizaciones y migraciones precipita movilidades que interrumpen vínculos y trayectorias en la construcción de historias con cercanía local, y son parte de conformaciones sociales complejas en tiempos de hegemonía del neoliberalismo y el capital globalizado. Procesos que ponen en cuestión la representación y simbolización del origen, la pertenencia, el reconocimiento de las historias singulares y colectivas. En esas movilidades hacia los márgenes aparecen sectores e instituciones arrasadas en su capacidad de sostén, intercambios y redes débiles, subjetividades frágiles y violencias como pasajes sustitutivos de las palabras en la resolución de conflictos. Expresiones de contextos de marginaciones urbanas, que contrastan con espacios poblacionales de altos ingresos o sectores medios o de trabajadores, en nuestras grandes ciudades latinoamericanas. Z. Bauman señala las nuevas afectaciones diferenciales de la distancia, como producto social, puede emancipar de restricciones territoriales a algunos y, a la vez, confinar a otros, despojados de valor y atribución identitaria: “La globalización augura la libertad de crear significados para algunos y a la vez presagia para otros la condena a la 3 insignificancia y es un proceso con raícesy consecuencias graves […] lejos de homogeneizar la condición humana, la anulación tecnológica de las distancias de tiempo y espacio, tiende a polarizarla” (Bauman, 1998: 28). En este sentido, nos interrogamos sobre los efectos de las diferentes reestructuraciones productivas y los entornos laborales, con sus exclusiones del no trabajo e inclusiones flexibilizadas o precarizadas del trabajo y el género, como elemento constitutivo de las relaciones basadas en las diferencias de los sexos y las relaciones de poder. Decisión que no elude que se pongan en cuestión algunos discursos que incorporan la cuestión social y los efectos de las desigualdades sociales como determinantes de las problemáticas de la salud poblacional. En documentos recientes elaborados por la Comisión de la OMS sobre Determinantes Sociales de la salud y las desigualdades sociales, presidida por el Dr. Marmot (2008), enfatizan que la justicia social es una cuestión esencial, de vida o muerte. La incidencia de las desigualdades que afectan el modo como vive la gente, la probabilidad de enfermar o morir de forma prematura, incumben a las políticas públicas. En este estudio de tres años exponen las desigualdades entre países y regiones, y la relevancia de los determinantes sociales en la agenda global de salud. Tres aspectos requieren advertirse de orden político, epistémico y sociohistórico. El primero está referido a la existencia de brechas entre las retóricas y las prácticas, y a las políticas públicas que son insolventes frente a las necesidades y problemas prevalentes. Señalar las expectativas de vida de más de 80 años en los países desarrollados y 50 años en las zonas del planeta más desiguales es una evidencia, que responde a las inequidades estructurales en la accesibilidad de bienes materiales y simbólicos, y a un orden global injusto. Otro ejemplo, si consideramos los veinte años que pasaron desde la Declaración de Caracas firmada por los países de América Latina en 1990, en el campo de salud mental se evidencia la incongruencia entre propósitos y los efectos reales. Los lineamientos acordados afirman que los cuidados, recursos y tratamientos para personas con trastornos mentales deben salvaguardar la dignidad y los derechos humanos, incluido el desarrollo de servicios de salud mental basados en la comunidad, propiciando la no estigmatización y la reinserción social. A pesar que los modelos comunitarios, la descentralización y la atención primaria son componentes principales de los planes y programas de salud mental en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, la persistencia de instituciones manicomiales, espacios de negación de derechos humanos, y la no implementación de transformaciones que incluyan servicios comunitarios muestran la brecha entre los enunciados, las prácticas y las prioridades de las agendas políticas. El segundo aspecto de orden epistémico, nos advierte de olvidos o no reconocimientos de los enunciados de un sanitarismo contra hegemónico que asociaba los determinantes económicos y sociales, y en particular las condiciones de trabajo extremas, con los efectos destructivos de la vida y la salud desde hace más de tres décadas en América Latina. Breilh (2003) afirma que las relaciones de poder en la ciencia epidemiológica, como cualquier operación simbólica, explica la historia de disensos científicos. En el siglo XIX desde una doctrina progresista miasmática debatían con los sostenedores de un contagionismo conservador o entre las explicaciones unicausales y las teorías sociales a principios del siglo XX, o entre el modelo multicausal versus la epidemiología crítica en la actualidad. Para Breilh, el no registro del pensamiento crítico latinoamericano, podría ser la decisión de ignorar un enfoque cuestionador de las relaciones de poder de la sociedad de mercado, que integra el análisis de los modos de vivir históricamente estructurados de clase-etnia-género, y de sus perfiles de salud, con la estructura de propiedad y acumulación, sus políticas de Estado y sus relaciones culturales. Con respecto al tercer aspecto sociohistórico, entendemos que el modelo de la OMS que incorpora lo social en la salud, aunque abre el 4 análisis más allá del biopoder y la medicalización, conserva la impronta del modelo multicausalista. Analiza factores sociales externos que operan como determinantes estructurales (gobernanza y política) de modo aleatorio, y no como lógicas estructurantes sociohistóricas sistémicas del capitalismo, de relaciones de acumulación y de propiedad y sus expresiones de clase, género, etnia y cultura. El trabajo, modelos productivos y subjetividades El amor y el trabajo son constitutivos de la identidad, que necesita ser confirmada por la mirada del otro. La identidad no se estabiliza y requiere de la dinámica del reconocimiento del ser y el hacer. En el ámbito erótico, la identidad se siente a través del reconocimiento del ser. En el ámbito social esta búsqueda es por medio del reconocimiento del hacer. El trabajo contribuye con un lugar para hacer y hacerse con los otros, pero puede por el contrario obstaculizar la construcción de la identidad y ser fuente de sufrimiento (Dessors y Molinier, 1998: 13). Las condiciones laborales y el sufrimiento de los trabajadores se acentúo con los cambios de la organización del trabajo en las últimas décadas. Flexibilización horaria, precarización de contratos, pérdida de beneficios sociales y salarios depreciados son una modalidad que impacta en las subjetividades. A su vez, propician otros modos de subjetivación en los espacios integrados de los modelos emergentes con trabajadores más calificados, multifuncionales, polivalentes con mayor realización en el espacio del trabajo (Antunes, 2005). Es habitual señalar los momentos que los sectores de la economía dominaron: la agricultura y extracción de materia primas, como producción primaria; la industria y fabricación de bienes durables, como producción secundaria; y la provisión de servicios y la información, como producción terciaria. Estos pasajes producen impactos en las relaciones sociales y en la producción de subjetividades. Como señala Jameson (1999), las perspectivas cuantitativas de los cambios no pueden aprehender la transformación cualitativa durante la progresión de un paradigma a otro, ni la jerarquía entre los sectores económicos en el contexto de un paradigma. El dominio industrial no sólo transformó a los trabajadores del campo hacia la industria, sino que la agricultura quedó bajo el dominio, y como componente, de las economías industriales modernas. De este modo, se desvanece la otra ilusión que algunos países productores de materias primas alcanzaran el desarrollo que otros países tuvieron. En la globalización las relaciones de poder son diferentes en relación a las posiciones de dominación o subordinación. Pero, a su vez, la crisis mundial muestra como repercute las debacles del mercado, actuando desde lo impensable: por un lado, el Estado interventor para salvar el Mercado Financiero y, por otro, reflotando estrategias subsidiarias al desempleo. Hoy los servicios financieros dominan y sus efectos son más notables. Las desterritorializaciones de las producciones generan problemas incluso en los países centrales ampliando la desocupación. Pero, esto no significa que si la desterritorialización de las fábricas se realiza en nuestros países, nos posicionemos mejor en cuanto a beneficios colectivos. El dominio de la economía informacional define la jerarquía de la producción, y en ese movimiento hay lugares excluidos totalmente de las nuevas tecnologías y de las redes del mercado mundial. Procesos híbridos, globales que pueden integrar la modernización industrial con la informatización, producen procesos de subjetivación al insertarse en un modo culturalde valores de consumo y pragmatismo, que naturalizan los estatutos de inclusión y exclusión del otro. En fin, en los escenarios actuales el trabajo calificado, descalificado o el no trabajo condicionan las existencias sociales. La actual etapa, marca un proceso de integración de la industria a los servicios, en particular en los países dominantes, que se caracteriza por múltiples actividades, por 5 ejemplo, del cuidado de la salud, educación, finanzas, entretenimientos, publicidad, entre otros. Trabajos móviles y flexibles que requieren habilidades cognitivas, informáticas, afectivas y comunicacionales. Los intercambios de comunicación y conocimientos en la producción de servicios produce bienes inmateriales, no materiales, ni durables y son productos del trabajo inmaterial. Negri y Hardt (2000) señalan, a partir del nuevo paradigma productivo, el pasaje a una sociedad y una economía sostenidas tanto en el conocimiento como en los servicios, ya que han adquirido un lugar mucho más central en la producción económica y social mundial. Se pueden identificar tres tipos de trabajo inmaterial en la etapa de servicios de la economía informacional: 1- el implicado en la producción industrial, informatizado y con tecnologías comunicacionales que transforman el proceso de producción; 2- el de las tareas analíticas y simbólicas, creativas y rutinarias; y 3- el de la producción y manipulación de afectos que requiere contacto virtual o real. Las prácticas y relaciones sociales se modifican al ritmo de las tecnologías de la información y la comunicación. Algunos autores lo definen como servicios simbólico- analíticos, que incluyen tareas de resolución e identificación de problemas, circulación clave para las nuevas competencias y factor de desventajas para otros trabajos rutinarios de carga y descarga de datos, de valor y calificación menores. Producción y reproducción social en que el trabajo se transforma en trabajo inmaterial y la fuerza de trabajo en intelectualidad de masa, definida por Marx como General Intellect, que puede transformarse en un sujeto social políticamente hegemónico. A su vez, en los Grundrisse, Marx señaló la posibilidad de transformación radical del sujeto en relación a la producción. Cualidades del trabajo y el placer, el trabajo inmaterial y la intelectualidad de masa implican nuevos procesos de subjetivación y poder, y por tanto, procesos instituyentes o destituyentes de sí. Para Negri y Lazzaratto (2001) en esta etapa de reorganización de la producción y el consumo, adquieren importancia la innovación y la creación activa del imaginario del consumidor. En relación al proceso comunicativo, afirman que el consumidor interviene de manera activa en la construcción del producto-servicio, y la producción de subjetividad deja de ser solamente un instrumento de control social por la reproducción de las relaciones mercantiles para tornarse productiva en la construcción del consumidor. Esta perspectiva parece dudosa de verificarse en nuestros países y exige interrogar a los procesos alienantes del consumidor. La descalificación que afecta a quienes quedan excluidos son parte de esos procesos de borramiento que dejan fuera del juego social. En la medida que el trabajo inmaterial sea más valorizado en relación al trabajo material, los desplazamientos y la pérdida de valoración subjetiva y social, heridas narcisistas y sociales, se acrecentarán. Es decir, en la medida que el orden económico se legitime políticamente, los efectos en la organización del trabajo –que produce la asimetría en la distribución– seguirán reproduciendo integrados, precarizados y excluidos. Los dispositivos comunicacionales de la publicidad ligados al consumo son formas que producen necesidades y deseos, y como trabajo inmaterial opera ideológicamente en las relaciones sociales y las subjetividades para la constitución de consumidores solventes o insolventes. A su vez, la cara afectiva del trabajo inmaterial de la interacción y el contacto humano es central en el trabajo de las mujeres, sostenedor de la “mística femenina” centrado en el trabajo afectivo y del cuidado. Por otro lado, la industria del entretenimiento basada en la manipulación del afecto constituye escenas ficcionales frente a la desolación, el aburrimiento y el desamor. Estos son trabajos o productos intangibles, servicios personales o de proximidad centrados en la creación y manipulación de afectos, pueden ser reales o virtuales. Acción comunicativa y efectos inmateriales que nos interrogan sobre la 6 complejidad de las interacciones actuales y las lógicas dominantes. Dice Jamenson (1999) que el trabajo inmaterial involucra cooperación e interacción social, no impuestas u organizadas desde afuera, sino inmanentes a la propia actividad laboral. La creación de excedente social, la productividad y riqueza, se constituye a través de redes lingüísticas, comunicacionales y afectivas, y se lleva a cabo en una desterritorialización de la producción en las fábricas y las ciudades industriales. Pero, también se basa en una cooperación abstracta con consecuencias en la negociación de intereses, con pérdida de las seguridades y estabilidades contractuales, precarización del cuentapropismo, trabajo domiciliario, a destajo, etcétera. El panóptico virtual es también otra modalidad de la producción en red y el control de las ciudades globales, que administran las redes globales de producción. Combinaciones que pueden potenciar la información democrática y los rizomas, no jerárquicos pero, por otro lado, funcionan modos oligopólicos, y ponen en cuestión esa ilusión que las nuevas tecnologías promoverían igualdad y democratización de las relaciones sociales. Más bien verificamos las brechas de inequidad y exclusión entre países, regiones y sectores sociales. Reapropiación privada de bienes, de lo común-público, como la salud, la educación, los servicios sociales, son construidos como bienes públicos que se privatizan. Las ofertas y demandas de servicios informáticos comunicacionales virtuales, ampliadas hasta la infancia como nicho a capturar, se instalan como necesidades de existencia. Las inclusiones de tecnologías que amplían el horizonte informacional suponen implicancias en la constitución subjetiva. Las brechas en la accesibilidad institucional, a su vez, también operan en las representaciones devaluadas de servicios educativos o de salud. En algunos países como Uruguay, con el Plan Ceibal, se proponen incluir a los alumnos y docentes en las nuevas tecnologías y, a su vez, impactar intergeneracionalmente para la inclusión informática. Por otra parte, en relación a los movimientos sociales y la pertenencia a redes, ha facilitado la organización y participación en defensa del medio ambiente, de derechos humanos y ante las violencias de géneros, étnico culturales, de clases, etcétera. Redes que habilitan demandas y exigencias de derechos políticos, sociales, identitarios, de diversidades sexuales, colectivos territoriales, en clave participativa, solidaria y cooperativa. Contracaras de un proceso abierto que instala otras dimensiones del trabajo como producción de las relaciones sociales y la subjetividad. Las paradojas y cesuras en los escenarios neoliberales del trabajo Desde nuestro continente, los movimientos sociales y los procesos políticos emergentes son expresiones de resistencias a las modalidades que se impusieron en los 80/90 de crecimiento económico vinculado a la ilusión decimonónica de progreso, vinculada a los mercados y las corporaciones. Crisis que se abate sobre el mundo del trabajo y, en consecuencia, de los trabajadores y su capacidad de intervención en la sociedad y en sus producciones identitarias. Abramo (1999) señala la necesidad de visibilizar las múltiples y heterogéneas realidades del trabajo en contextos de reestructuraciónproductiva. El principal problema es que a partir de los procesos de ajuste y nuevos patrones competitivos dominantes globalizados, se producen procesos de segmentación y precarización de las condiciones de trabajo, con efectos en el aumento de la pobreza y la exclusión social. El derecho al trabajo garantiza la posibilidad de inclusión social, de protección social, pero los procesos desregulatorios destituyen los derechos y el contrato social. Interrogaciones sobre las incertidumbres de las existencias, de sus soportes en tiempos de crisis y los embates sobre los sistemas de protección Paradoja del desarrollo económico que crea pobreza e indigencia. Pobreza es la manifestación social histórica de la explotación que se resuelve emancipando el trabajo, decía Marx. 7 Paradoja de discursos que anunciaban la asociación de crecimiento con oportunidades, horizontes de libertad sin incumbencia del Estado, pero sí del Mercado. Paradoja de libertad de flujo de mercancías, desregulando mercados, pero no de personas, regulando o rechazando las migraciones. Estos dispositivos simbólicos epistémicos de función política, generaron consensos, que posibilitaron la privatización de los recursos naturales y los servicios públicos, y la fetichización de la moneda fuerte. Crisis que llevó a latinoamericanos a emigrar a las ciudades del primer mundo y a otras/os a ciudades argentinas. Dramas de las migraciones que conjugan las búsquedas de nuevos destinos, con los mecanismos materiales y simbólicos de la discriminación y el racismo. Discriminaciones y estigmatizaciones que posicionan a los migrantes pobres latinoamericanos como ciudadanos no jerarquizados, como fueron en otras décadas los inmigrantes internos “cabecitas negras” o los trabajadores europeos indeseables de principio del siglo pasado, que resistían con sus organizaciones sindicales y políticas. Represión y expulsión por la Ley de Residencia completaban el mecanismo de dominación. Estas operatorias son reinstalados en las “ciudades de acogida” a través de discursos y prácticas racistas en función de sus marcas de “otro social”. Los supuestos valores que se les atribuye a la comunidad boliviana en Buenos Aires, como fuertes frente al trabajo excesivo o a las inclemencias climáticas, y la asociación con la tranquilidad y obediencia, son encubridores de formas referenciales, jerárquicas y legitimadoras, de la apropiación de los cuerpos para la explotación laboral. “No teníamos ni domingo para salir” dice una migrante boliviana que permaneció en un taller textil ilegal por largo tiempo con su familia. Enuncia un momento vivido no como una marca cultural, sino como modalidad de captura en lógicas de explotación por la vulnerabilidad de las/los migrantes. La discriminación cultural opera como fronteras espaciales de separación y exclusión “Pensamos venir por un bien, pero no somos bienvenidos” dice una migrante peruana, al referirse a los obstáculos a nivel de las instituciones y de las imágenes que le devuelven en la cotidianidad de la calle. En los servicios sanitarios y educativos se manifiestan tensiones que son atribuidas a las particularidades culturales de los migrantes, cómo hablan o si no responden a las consignas o los tratamientos o los inadecuados hábitos de higiene, son resaltados como diferencias culturales y reafirman un racismo implícito. “Hay modos culturales que son como barreras, la higiene, el lenguaje”, señala una profesional de salud, que a su vez está amenazada en su propia identidad profesional por los efectos de la devaluación de las profesiones asistenciales en los espacios públicos. Las violencias simbólicas a través de palabras y prácticas descalificadoras y diversas modalidades de explotación, legitiman las relaciones de clase, étnico raciales y de género inequitativas. En los países centrales la migración marcada por la pobreza y la feminización, también es percibida como amenazante, se imponen políticas de control administrativo y de seguridad policial a través de las directivas de retorno o los ignominiosos muros fronterizos. Asimismo las cesuras, rupturas, interrupciones operan en las identidades, en las intersubjetividades, en relación a los entornos y contextos. Cesura con la identidad cultural e histórica, que encuentra obstáculos para el mercado por la existencia de comunidades originarias, que afirman su pertenencia histórica a los lugares, a sus culturas. Movimientos que a lo largo del continente afirman su llamado a que quepan otros mundos y resisten ser arrasados por lógicas hegemónicas. Cesura entre el discurso del cuidado del medio ambiente y los convenios internacionales de protección del planeta y la violación permanente por las explotaciones a cielo abierto de las minas, la contaminación de las papeleras, el uso del biocombustibles. Efectos que resisten diversos movimientos 8 ambientalistas con una activa militancia en contra de esas explotaciones y brindando aportes argumentales insoslayables sobre las amenazas a la vida planetaria. Cesura en los derechos sociales, del trabajo, la protección social, la flexibilidad del mercado laboral y la precarización de las condiciones de trabajo. Aún, en el trabajo estable se advierte disminuida la seguridad social, con exposición a procesos peligrosos, o incrementos de ritmos o cargas y brechas mayores entre el trabajo prescripto y el real. En los trabajo precarizados las carencias de protección social y las sobre-exigencias son mayores. En la situación de desafiliación por desempleo, fuera de la protección social y con estrategias de sobrevivencia, incluido el trabajo infantil, se muestra el derrumbe de la sociedad salarial y la promesa de la gradual reducción de desigualdades, dice Castel (2009). Pero, a pesar de esa pérdida de trabajo asalariado por la crisis y desindustrialización, en Argentina se produjo un fenómeno inédito, la recuperación por los trabajadores de más de 200 empresas quebradas y cerradas por medio de la autogestión. Los actos de “ocupar, resistir y producir” son emblemáticos y dieron lugar a distintas modalidades de organización, participación democrática y cooperación en las actividades productivas y administrativas. Cesura ético política entre los valores de la equidad, libertad y bienestar y la exclusión y falta de acceso a los derechos de ciudadanía, a las relaciones de equidad de género, a la inclusión con libertad de elección, sin discriminaciones de género, etnia o clase social. En este campo las resistencias por la ciudadanía social son instituyentes de territorios y subjetividades insurgentes en los movimientos sociales por la tierra, trabajo, géneros, culturas que hoy se organizan en Latinoamérica. Paradojas y cesuras en las identidades genéricas Los temas de género se han instalado en las agendas políticas y, sin embargo, persisten las paradojas y cesuras alrededor del impacto en la socialización, en los posicionamientos del sujeto en el mundo, en consecuencia, en las relaciones de poder socio-simbólicas. Lo femenino y lo masculino, los atributos y roles genéricos en las distintas sociedades son signatarios de valores diferenciales que no están definidos por el orden biológico. Poder y violencia simbólica que construye realidades, opera en los imaginarios y funda sistemas de dominación como el patriarcado. Los mecanismos de inferioridad de la mayoría de mujeres, salvo excepciones, y de otras identidades sexuales son prácticas de sexismo y en los casos de migrantes se articula con el racismo. Repensar un mundo del dominio masculino jerarquizado en las significaciones imaginarias y en la realidad social y las categorías que identifican a las mujeres desde la lógica de la superioridad masculina, ha sido un desafío permanente para los colectivos feministas y de mujeres. “Ser para otro” fue para Simonede Beauvoir la condición de inferioridad de la mujer frente al otro sexo. Inferiorización, control y uso, sin posibilidad de trascendencia, son atributos derivados de la condición de opresión. En su obra El segundo sexo ratifica la construcción ontológica de que ser es llegar a ser: “uno no nace mujer, se hace” El feminismo histórico sufragista y emancipador del siglo XIX y principios del XX y el feminismo autónomo o movimiento de liberación que afirmaba que “lo personal es político”, apostaban en sus dimensiones sociohistóricas a la lucha de las mujeres como un asunto político, de derechos, de acceso a lo público. La condición del cuerpo femenino socializado para la reproducción y la masculinidad dominante, plantean construcciones de género privilegiando el nivel social, cultural y simbólico en los hombres. La condición de subordinación y desigualdad que las mujeres han transitado y transitan, actúan a nivel subjetivo y social. El sistema de patriarcado estructura privilegios a través de relaciones de poder, y se vuelve una tarea central enfrentarlo para la transformación psíquica, sexual, ideológica y social de las mujeres y la 9 plena defensa de los derechos humanos para todas y todos. Las paradojas sobre la igualdad, negada o soslayada, se manifestaron hasta en los movimientos revolucionarios a través de la división sexual del trabajo, en general las mujeres fueron relegadas y se perpetuaban los estereotipos sexistas o los temas de la agenda de las mujeres eran postergados. La paradoja que produjo la reflexión, la conceptualización, como politización para los grupos oprimidos llevó al feminismo radical a dar centralidad a las relaciones de opresión, no de explotación, que fueron soslayadas. En este sentido Heidi Hartmann (1976), critica por “la ceguera ante el sexo” al marxismo y plantea el diálogo necesario con el feminismo. La noción de patriarcado y la lógica del capital, permiten entender las posiciones diferenciales y las jerarquías sexuales y raciales, y el modo en que las mujeres funcionamos como objeto transaccional de los pactos y los conflictos. Producción y reproducción, trabajo y sexo son tensiones que persisten y reclaman la interrogación teórica. Amoros (2008) señala que el trabajo en la era de globalización neoliberal se ha caracterizado como “la economía doméstica fuera del hogar”: puestos precarios, horarios infinitamente elásticos, carencia de derechos laborales y consideración del trabajador más como servidor que como empleado. Por otra parte, afirma que las mujeres son explotadas como seres sexuales y sujetos amorosos con el sueldo que se convierte en salario familiar, o la mano de obra en las maquilas o en las desapariciones. Interpelar por lo inmoral, deslegitimar el sistema de dominación es a la vez teoría crítica y política, concluye la autora. En las últimas décadas la inclusión en la academia y en las políticas públicas de las diferencias entre géneros de tipo biológicas, culturales, económicas y educativas han sido abordadas de manera descriptiva, sin analizar como esas diferencias se tornan desigualdades e inequidades. Género, categoría, perspectiva, enfoque, son modalidades para remitir a las características psicológicas y las adscripciones socioeconómicas y culturales atribuidas a los sexos. La inclusión del género y la presencia de mujeres con esa perspectiva en organismos internacionales han potenciado temas postergados en las agendas, aunque también se ha criticado el alejamiento de las posturas feministas más comprometidas y participativas. Algunas cuestiones vinculadas a los órdenes de opresión han sido visibilizadas y se invoca a actuar intersectorialmente con políticas inclusivas, que incorporen la diversidad de posiciones identitarias de elección sexual, de etnia y de ciudadanía en contextos sociales. La equidad de género ha sido una propuesta para asignar beneficios a grupos en desventaja, para revertir la desigualdad y las diferencias jerárquicas intragénero o intergénero. El empoderamiento, perspectiva de reinvindicación y de poder de los movimientos de mujeres y del movimiento negro, hoy se torna una herramienta o un proceso técnico político propiciador de cambios en el Estado o la Sociedad Civil para el acceso a oportunidades, para optar y poder decidir, de autovaloración para autogestionarse en lo público y privado, para participar en el cambio de un orden justo. En la investigación acción participativa con mujeres migrantes se visualizaron las posibilidades de empoderamiento subjetivo, social, político, jurídico, económico y cultural, propiciando a nivel individual la autoconfianza y la autoestima, y a nivel comunitario la cooperación y la solidaridad. Las dificultades en la negociación sobre los derechos sexuales y reproductivos, y en relación al número de hijos a tener se manifiesta en la frase de una migrante boliviana: “la vecina me tiene las pastillas anticonceptivas” que, por un lado, plantea la dificultad de negociar con la pareja, pero a su vez señala la búsqueda de alternativas para poder decidir sobre su capacidad reproductiva. El protagonismo y la valoración de las capacidades y la asociatividad permiten superar comportamientos vinculados al lugar de víctimas de las violencias múltiples y 10 posicionarse en el derecho a tener derechos. “Ahora sé que lo que le pasó a mi hermana no le puede pasar a ninguna mujer”, migrante paraguaya cuya hermana falleció por aborto séptico. En este proceso posibilitador de la autonomía, la libertad en la toma de decisiones, la confianza, la participación y la acción política, los obstáculos públicos y privados son múltiples. El acceso a políticas y dispositivos de prevención de la violencia de género a nivel físico, sexual, simbólico, económico, patrimonial y mediático, junto con el acceso a la justicia y la asistencia, son claves para garantizar la protección integral. Las deudas pendientes en América Latina, como la prevalencia de las violencias contra las mujeres, en particular el feminicidio, la mortalidad de mujeres gestantes por abortos clandestinos, la fecundidad adolescente, ilustran las paradojas entre los compromisos asumidos en las Convenciones contra la discriminación hacia las mujeres y las realidades y problemáticas de la salud pública. Otra estrategia incorporada a las cuestiones de género es el mainstreaming. Incluye el análisis de género y la equidad en las organizaciones y en las políticas. Es un proceso técnico político propuesto para las culturas organizacionales, la definición de agendas y el cambio de las instituciones que representen los intereses de las mujeres. Se supone que la información sobre las desigualdades, las estrategias de abogacía social y las redes de trabajo, influirán en los procesos decisorios, participarán de la política, se erradicará la pobreza, se incorporarán a las ciencias y a las nuevas tecnologías. Pero, la cesura entre los programas, lineamientos, pactos, convenciones de erradicación de las violencias y la equidad de género, en un contexto de exclusión y violencias de grandes sectores de mujeres en nuestro continente, es una evidencia. Capturadas en el asistencialismo y el lugar de vulnerabilidad no participan de procesos decisorios y tampoco de lo político. La existencia de oficinas técnicas, con poca capacidad de convocatoria participativa no contribuye activamente a resolver las brechas y las fronteras entre el poder hegemónico y el subalterno. Cesura entre el derecho de ciudadanía y las intervenciones estatales o de agencias supranacionales dirigidas por expertos, técnicos, políticos imponen las agendas en función de prioridades, sin deliberaciones. Demandas insatisfechas de espacios de convocatoria amplia, facilitadores de la dialogicidad y reflexividad sobre las representaciones y prácticas obstaculizadorasa nivel simbólico y material de la equidad de género y subjetividades autónomas. Se captura así la potencia instituyente de los colectivos. Sin embargo, movimientos sociales autónomos transitan otros escenarios y constituyen potentes espacios de reflexión y acción con modalidades de educación popular, de investigación acción participativa, de feminismos militantes, de colectivos de gays, lesbianas, travestis y transgéneros. Campañas por los derechos sexuales y reproductivos, por la despenalización y legalización del aborto, por la igualdad de derechos a las diversidades sexuales, contra la trata y las violencias, incluyen múltiples actores sociales y modalidades de intervención en el escenario social. Encuentros y jornadas articulando con movimientos sociales, políticos, académicos, redes, blogs, teléfonos abiertos, consejerías psicológicas-médico- jurídicas, propuestas legislativas, aportes técnicos sanitarios, artísticos, son rizomáticos y generan flujos creativos, innovadores e instituyentes de la equidad y autonomía. Nuevos desafíos y temas estratégicos de género están pendientes en las agendas sociales, políticas, académicas: el acceso a oportunidades, a la satisfacción de necesidades específicas, a los derechos sexuales y reproductivos, incluidos la despenalización y legalización del aborto, a la participación igualitaria y el acceso a la educación y a las nuevas tecnologías, y la participación y gestión política igualitaria. A modo de consideraciones finales 11 Repensar los contextos contemporáneos y las lógicas subjetivantes conlleva cuestionar las modalidades de poder heterónomo, asimétrico, que domina, oprime, fragmenta, encubre, enmascara y propicia la resignación, el fatalismo, la compulsión a la repetición. Proponer interrogantes sobre la autonomía, el reconocimiento de sí, de las/los otras/otros, sobre la dignidad y la esperanza, sobre los proyectos liberadores, es un desafío epistémico y ético político. El abordaje metodológico del trabajo material e inmaterial, el lugar de las relaciones de género en la producción de subjetividades y sus vicisitudes en la globalización, generan las condiciones de posibilidad de interrogarnos sobre las hegemonías y los horizontes autogestivos, democráticos y emancipadores. Referencias bibliográficas Abramo, L. (1999) Desafíos atuais da sociologia do trabalho na America Latina. Seminario Los retos teóricos de los estudios del trabajo hacia el siglo XXI, comp. De la Garza. Clacso. Buenos Aires. Amoros, C. (2008) Mujeres e imaginarios de la globalización .Reflexiones para una agenda teórica del feminismo. Homo Sapiens. Rosario. Antunes, R. (2005) Los sentidos del trabajo. Ensayo sobre la afirmación y la negación del trabajo. Ediciones Herramienta. Buenos Aires. Bajtin, M. (1985) Estética de la creación verbal. Siglo XXI. México. Bauman, (1998) La globalización. Consecuencias humanas. Paidos. Buenos Aires. Beauvoir, Simone (1949) El segundo sexo. Paris. 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