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1 NADIA, UN CASO DE PSICOSIS 1 Nieves Soria Nadia vino a verme ya que, según me dijo, escuchaba voces hacía varios meses. En esta ocasión (no era la primera vez que le ocurría) se trataba de la voz del médico a quien se dirigiera un año antes para pedirle tratamiento, ya que tenía miedo de quedarse sola. Según me hizo saber en tono confidencial, él la perseguía con una máquina para ayudarla. Sin embargo, jamás consideró la posibilidad de hablar el asunto con él, quien continuaba llevando adelante su tratamiento psiquiátrico cuando ella terminó su tratamiento conmigo. Nadia refiere que todo comenzó durante el embarazo de su tercer hijo (no es casual que ella misma sea tercera hija), en el cual comenzó a sentir que su marido la rechazaba. Al nacer su hijo escuchaba la voz de su suegra que le decía cómo debía cuidarlo. Nadia no recuerda casi nada de su pasado. Sin historia, la exigencia de un goce siempre presente, se le impone en la voz de su médico que le dice "Hacete la manuela". Ella debe responder a esta orden masturbándose para poder calmarse. Nadia me explica su situación diciéndome que su médico le dijo que tiene psicosis, que es una enfermedad que ataca a la cabeza, aclarándome: "la gente se queda como pegada. Parece que la mente está conectada con la parte genital, y se despeja con la manuela". El empuje al goce que hacen presente las voces es cada vez mayor: si al principio repetían lo que ella decía, y luego lo comentaban, pasaron más adelante a contestarle cuando ella pensaba, después a adivinar lo que ella iba a pensar, y finalmente, cuando están más feroces, se vuelven groseras, diciéndole "hacete la paja", o hacen presente lo que Lacan dio en llamar el empuje-a-la-mujer diciéndole "hacete una manuela femenina", lo que implica que ella debe “masturbarse pensando en una mujer, poniéndose morbosa y degenerada". En relación con este punto, Nadia dirá que hace dos o tres años participó de una organización de mujeres para hacerse caricias vaginales, lo que finalmente no se concretó. Se trataba de un delirio según el cual la charla de las mujeres con las que se relacionaba le hacía signo de un sentido sexual velado, interpretando ella entonces que esas charlas eran el "entrenamiento" previo al acto, que nunca llegó. Ya que antes de ello un significante en lo real, "la indecible", se hizo presente para ella a través de la voz alucinada de alguna de esas mujeres. Este significante la había detenido en el camino de algún posible pasaje al acto (ya que las voces le ordenaban el acto sexual con mujeres), alejándose el sujeto de todas sus relaciones femeninas, y llegando a la conclusión de que si bien ella de cierta manera se hizo homosexual con tantos problemas en la vida, y sería mejor que realizara actos sexuales con mujeres, podría al menos por un tiempo, quizás hasta los cincuenta años, arreglárselas con su actual marido. Este plazo estaba terminándose para la época de su consulta conmigo. El goce no extraído del cuerpo toma para Nadia la forma de la mierda. Ella está llena de mierda, y tanto la masturbación como las relaciones sexuales serían modos de extracción de la misma. Sin embargo, ella no puede vaciarse lo suficiente de esta mierda por haber elegido no realizar actos sexuales con mujeres. A partir de una pesadilla que ubica el problema del sujeto psicótico, que es mantener el goce en alguna relación con el falo, Nadia comenzará un tiempo de historización en el tratamiento. La pesadilla era la siguiente: tenía que agarrar un lagarto que se le escapaba. Era chico y estaba en una pecera. Era un bicho feo. Se despierta con un ruido como que algo se había caído. Nadia comienza ubicando un corte en el tiempo a los quince años, cuando tuviera su primer novio: antes el tiempo no pasaba nunca, después pasa volando. A partir de este corte, ella logra introducir retroactivamente en el "antes" el empuje-a-la-mujer: ya de chica hablaban mal de ella, ahora se da cuenta de que esto ocurría porque creían que a ella le gustaban las mujeres. Ella era muy vergonzosa, se ponía colorada. Este rasgo de la vergüenza logra ser ubicado sin embargo ahora como rasgo ideal en relación con el padre: él era tan bueno que era vergonzoso. Ella es igual. Quedan anudados de esta manera un rasgo ideal con el empuje-a-la-mujer de su goce. Había sido la falta de este anudamiento la que años atrás había impedido que un intento de estabilización por la vía de la metáfora delirante se sostuviera: en esa época ella estaba convencida de ser "La Mensajera de la Paz", famosa en el mundo entero. Al no haber podido anudarse este intento de estabilización por la vía del ideal con el empuje-a-la-mujer de su goce, éste último había encontrado finalmente la solución del pasaje al acto, un intento de suicido que la llevó a una internación. Efectivamente, Nadia me explicará aquel momento del siguiente modo: “no podía seguir siendo a la vez lesbiana y La Mensajera de la Paz”. Algo nuevo se producirá como efecto de este tiempo historización: las voces comienzan a decirle: "si querés librarte de esto, tenés que rezar". De la orden de masturbarse a la orden de rezar, cierta extracción de goce del cuerpo es operada. 1 Una primera versión de este trabajo fue publicada en Ancla, Psicoanálisis y Psicopatología, revista de la Cátedra II de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la UBA, n° 1, Buenos Aires, 2007. 2 El resultado es que las voces, que se habían ido alejando paulatinamente hasta transformarse en un murmullo, cesan ahora por completo, a medida que ella comienza a rezar e ir a misa. Sin embargo, esta pérdida de goce hace correr al sujeto el riesgo de "quedar plantado". Así, comenzará a angustiarse frente al silencio, debiendo hacer esfuerzos para contener el grito horroroso que brota de su interior en esos momentos. Sólo la voz del marido como llamado a ese Otro que se retira, logra cubrir en parte ese silencio, cuando Nadia le pide que rece sobre ella, esto es, poniendo sus manos sobre su cabeza. Sin embargo, esta voz del marido no logra fijar un anudamiento del goce en la medida en que no incluye la dimensión del empuje-a-la- mujer, por la que se sentía destinada a tener relaciones sexuales con mujeres. Es así como, en los momentos de silencio, Nadia comienza a sentir el impulso de matarse, llegando a huir de su trabajo hasta la avenida con la idea de arrojarse bajo un colectivo en cierta oportunidad, impulso que sólo es detenido ante la idea de llamarme. El silencio la envuelve impidiéndole dormir, hasta llevarla a una señal de alarma, una pulsación de goce silencioso en el cuerpo, allí donde el significante se ha retirado: una vibración en la vagina. En este momento Nadia comienza a adjudicar la causa de lo que le ocurre a la medicación que le da su médico, planteando encontrarse en un callejón sin salida. Comienza a plantear en el tratamiento conmigo que no sabe cuánto tiempo más va a aguantar el tratamiento médico, ya que le quita las ganas de vivir. Es en este momento que decido, previa supervisión, comenzar a poner en duda este sentido que le daba el sujeto al vacío de goce, sentido que la empujaba al pasaje al acto, ya que al ubicar en un mismo objeto el goce que permite vivir y el goce mortífero, dejaba al sujeto sin una solución que le permitiera soportar la separación del goce de la cadena significante. Mis intervenciones apuntaron a esta paradoja: ¿cómo puede ser que el mismo objeto que le hace bien le haga mal? La respuesta inmediata de Nadia a estas intervenciones fue retomar la cuestión de su relación con las mujeres, pero logrando plantearse esta vez la posibilidad de mantenerlas en el plano de la amistad, sin "entrenamientos" ni exigencias de pasar al acto, ya que ahora el tiempo de realización de su homosexualidad quedaba postergado indefinidamente. Llegamos a esta formulación final a través de una serie de intervenciones en las cuales yo cuestionaba las interpretaciones delirantes que ella comenzabaa hacer de lo que le decían estas mujeres. Por ejemplo, Nadia llegaba diciendo: "Todas mis amigas me están proponiendo caricias vaginales". Yo le preguntaba de qué modo lo hacían. Y ella respondía: "Me dicen: "cualquier cosa que necesites, avisame"”. En esa oportunidad mi intervención fue decirle: "¿Y quién dijo que Ud. necesita caricias vaginales?". A la sesión siguiente diría que quizás sus amigas puedan ayudarla simplemente hablando. A partir de este momento se abrió un tiempo de evacuación de goce del cuerpo: durante unos meses Nadia tuvo episodios de violentas evacuaciones compulsivas de excrementos, así como extraños períodos de hipo, al cual también le atribuía un sentido de expulsión de mierda. Durante este período mis intervenciones apuntaron a confirmar la posibilidad de localización del goce en la conversación con las mujeres, cuyo prototipo se encontraba ya en la transferencia, donde ella hablaba con una mujer a la que llamaba su amiga. (De hecho, Nadia nunca dejaba de llamarme para el día del amigo, y en ese último tiempo solía traerme a menudo alguno de esos presentes tan propios de las amigas: una receta, un chisme... que obligaban el retorno tan esperado en la sesión siguiente: o bien ella preguntarme: ¿cómo me había salido ese plato? ¿le había gustado a mi marido?, o bien yo por mi parte: ¿qué pasó con la historia de infidelidad de su vecina y el novio?, etc., etc.). El sujeto comienza a tener ganas de salir de la casa para encontrarse con estas mujeres. Es en la medida en que las voces de las mujeres con las que ella habla logran cubrir el silencio, que Nadia ya no lo escucha. En este momento Nadia plantea que continúa haciéndose la manuela "por las dudas", a lo que respondo que ella ya no la necesita. Paralelamente al cese de la práctica de la masturbación, Nadia recobra las ganas de vivir. El último tiempo del tratamiento de Nadia constó fundamentalmente del relato que ella me hacía de sus conversaciones con mujeres, respecto de las cuales es interesante precisar que la charla de Nadia, si bien se adapta a las convenciones generales de la conversación (lo que le permite hacer cierto lazo social), transcurre para el sujeto en un tiempo marcado por la ironía. Así, ella va construyendo en el tratamiento un saber-hacer con lalengua que le posibilita localizar en ella un goce propio sin Otro. Daré algunos ejemplos de ello: 1. Alguien le pregunta: "¿Te gusta el mate amargo? Ella responde "¿Más de lo que lo tengo?" 2. Por su trabajo tiene dos comunicaciones telefónicas con la mujer de un cliente. En la primera, ante un reclamo que le hace Nadia respecto de algo con lo que el cliente no había cumplido, la mujer le dice a Nadia que vaya a ver a un psicólogo porque está muy nerviosa. En la segunda comunicación, Nadia llama preguntando si es la casa de Fulano, nombre de su cliente. Atiende la mujer, que responde: "Si, pero no habla él". Nadia le dice entonces que puede recomendarle su analista. 3. Nadia me trae un recorte de un dibujo humorístico de Caloi, en el cual figuran un paciente acostado en un diván, y su analista detrás diciendo: "Vamos, suéltelo. Deje volar libremente a su inconsciente". Alrededor, 3 todo tipo de trampas, redes, armas, etc. pueblan el consultorio. Nadia me dice: "Sé que me estoy riendo de mí". Cada vez que me relataba sus intervenciones irónicas en las conversaciones con mujeres, Nadia prorrumpía en accesos de risa que evidencian claramente un goce. Pero se trataba ahí, como ya planteara Freud en su texto sobre el humor al diferenciarlo del chiste, de una contribución a lo cómico mediada por el superyó. De este modo el superyó como empuje al goce fue encontrando su lugar en la conversación con las mujeres. Éste parece ser el modo que Nadia encuentra actualmente para aliviarse del goce del Otro, alivio que Freud describía en el texto mencionado del siguiente modo: "El humor quiere decirnos: "Mira, ¡ahí tienes ese mundo que te parecía tan peligroso!, ¡No es más que un juego de niños, bueno apenas para tomarlo en broma!". Luego de un par de años en que el tratamiento transcurría en estas condiciones, Nadia me planteó su interés en que dejáramos de vernos. Me dijo que no le parecía que pudiese esperar algo más de la relación conmigo, y que para ella estaba bien el punto al que había llegado, que le gustaba vivir así. Me aclaró que si alguna vez volvía a necesitarme me llamaría, pero que le parecía difícil que eso ocurriera. Me volvió a llamar al año para saludarme y decirme que me recordaba con cariño. No volví a saber más de ella.
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