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118 Q Serieux et Capgras Síntomas del delirio de interpretación I. Síntomas positivos.— A.Concepciones delirantes: variedades, grados de verosimilitud y sistematización; disimulación. B. Interpretaciones delirantes: 1. Exógenas o tomadas del mundo exterior. 2. Endógenas, tomadas: a) del estado orgánico; b) del estado mental. Interpretación de recuerdos: delirio retrospectivo. Transformación del mundo exterior; fal- sos reconocimientos. II. Síntomas negativos.— A. Estado mental: persistencia de la integridad de las facultades intelectuales y de los sentimientos afectivos. Lenguaje, escritos, conducta. B. Ausencia de trastornos sensoriales.— A veces alucinaciones episódicas: síntoma accesorio y transitorio. El delirio de interpretación se caracteriza por la existencia de dos órdenes de fenómenos en apa- riencia contradictorios: por un lado los trastor- nos delirantes manifiestos, por el otro una con- servación increíble de la actividad mental. En primer lugar síntomas positivos a través de las concepciones e interpretaciones delirantes; en segundo lugar síntomas negativos, a saber: inte- gridad de las facultades intelectuales y ausencia o escasez de alucinaciones. 1. Síntomas positivos Las manifestaciones mórbidas del delirio de interpretación residen en las concepciones e in- terpretaciones delirantes. A. CONCEPCIONES DELIRANTES Con un breve examen, la naturaleza de las concepciones delirantes aparece como el síntoma principal y llama la atención el tema novelesco. Habitualmente encontramos ideas de persecu- ción y de grandeza, aisladas, combinadas o sucesi- vas. Las ideas de celos, místicas o eróticas son fre- cuentes. A veces se observan ideas hipocondríacas, excepcionalmente ideas de auto-acusación; más ra- ramente aún, ideas de posesión transitorias y sobre todo en los débiles. Nunca hay ideas de negación. En realidad, estas fórmulas delirantes no tie- nen más que un valor contingente; su descripción detallada vendrá en el próximo capítulo. Aquí, sólo indicaremos brevemente sus caracteres. Los rasgos comunes de las concepciones deli- rantes están relacionados con el estado mental ca- racterístico de los interpretadores, quienes saben defender sus ficciones a través de argumentos to- mados de la realidad. A veces quiméricas, por lo general se mantienen dentro del dominio de lo posible, de lo verosímil (provocaciones, perjuicios, robos, envenenamientos, etc...). No vemos inter- venir allí poderes sobrenaturales. La coordinación de estas concepciones en un sistema se efectúa de un modo muy variable: ya sea rápida o lenta, precisa y segura o rudimentaria y dubitativa, pobre o muy compleja. La falta de siste- matización proviene tanto de la abundancia de las interpretaciones que desorientan al enfermo como del carácter dubitativo de este último. En algunos casos se trata menos de convicciones delirantes pro- piamente dichas que de dudas delirantes (Tanzi): el hecho inverosímil es considerado no como seguro sino como posible. Volveremos sobre estas diferen- cias superficiales cuando estudiemos las variedades y la evolución del delirio de interpretación. En general, estas concepciones delirantes per- manecen secretas. La disimulación es tan frecuen- te que casi podríamos considerarla un síntoma. Si a veces se la ve en sujetos libres, es por así decir la regla entre los internados. El interpretador, descon- fiando del entorno y del médico no dice lo que piensa sino con reticencias y sobreentendidos. Habitualmente, en el período de internación hay un período de excitación con cierta locuaci- dad, pero pronto el enfermo se encierra en un semi-mutismo. Como además la conducta perma- nece correcta, esta disimulación se vuelve para el médico en una fuente de enormes dificulta- des, ya que puede durar mucho tiempo. Una mujer supo callar durante un año un delirio de grandeza, que sus escritos terminaron por reve- lar. Un perseguido interpretador de Séglas y Barbé no develó nada de su delirio durante cinco años, a pesar de interpretaciones activas. La disimula- ción de las ideas de grandeza es particularmente frecuente. A veces el paciente se calla, no por disimular, sino porque tiene conciencia de lo in- verosímil de su delirio: una megalómana, habien- do confesado finalmente ser cuñada del rey de Inglaterra, dijo: “¡No hablaré de eso, me tomarían por loca; es increíble!”. 5. INTERPRETACIONES DELIRANTES Los interpretadores no inventan completa- mente los hechos imaginarios; no se trata de fic- ciones sin fundamento o ensueños de una fanta- sía enfermiza. Se conforman con desvirtuar, dis- frazar, o amplificar hechos reales: su delirio se apoya más o menos exclusivamente en los datos exactos de los sentidos y de la sensibilidad inter- na. Una mirada, una sonrisa, un gesto, los gritos y las canciones de niños, la tos y las esputacio- nes de un vecino, los cuchicheos de los que pa- san, pedazos de papel encontrados en la calle, una puerta abierta o cerrada, una nada sirve de pretexto a las interpretaciones. Cuanto más insignificante parece un hecho para el común de la gente, más penetrante les parece su perspicacia. Allí donde otros sólo ven coincidencias, ellos, gracias a su clarividencia in- terpretativa, saben desentrañar la verdad y las relaciones secretas de las cosas. Esta aptitud para adivinar alusiones escondidas, para comprender insinuaciones y palabras con doble sentido, para interpretar los símbolos, le confirma al enfer- mo lo correcto de su propia sutileza: “Yo com- prendo –asegura– lo que nadie comprende”. Desde este punto de vista, dos enfermos de Régis son paradigmáticos. “Yo siento –dice la pri- mera enferma– que es mejor vivir sola y alejada con esta penetración con la que mi estrella me dotó, que siempre me empuja a ir más allá para ver lo que hay detrás”. La segunda construye una historia a partir de cualquier cosa; las expre- siones “por lo que parece, por lo que entendí, tal como yo lo adiviné” vuelven a cada momento en la conversación. “Me alcanza –declara– una palabra para comprender todo lo que usted quiere desarrollar”. Ella siente la necesidad de dar ex- plicaciones a sus compañeros sobre cualquier cosa y luego, interpreta de tal o tal forma, aun- que no haya nada que pueda interesarle. Si la explicación es buscada en vano por el enfermo, esta dificultad misma suscita una nueva interpretación: se lo quiere embrollar, se actúa por caminos torcidos; sin su “cabeza firme” no llegaría a reconocerse. Esta tendencia al simbolismo se exagera a veces al punto de aparecer en el len- guaje y en la conducta. El sujeto emplea entonces frases con doble sentido, expresa su pensamiento en forma de retruécanos o jeroglíficos. Un perse- guido, luego de haber disparado con revolver a un individuo, coloca delante de la casa del herido (que para él estaba muerto) un “pedazo” de “aro” para indicar con ello: “El muerto era un tonto, así sirvo yo a los tontos” (Pactet). [El ejemplo sólo se entiende en francés por rima del mismo sonido entre tres palabras: “pedazo” = morceau; “aro” = cerceau, y “tontos” = sots] El campo de las interpretaciones es ilimitado. Si no se tomasen en cuenta los principales agen- tes que contribuyen a establecer, consolidar, am- plificar el delirio, el análisis de éste sería incom- pleto. Examinaremos: 1°) las interpretaciones e- xógenas, que tienen como punto de partida a los sentidos, el mundo exterior; 2°) las interpretacio- nes que tienen por fuente las sensaciones inter- nas, la cenestesia como también aquellas que uti- lizan las modificaciones psíquicas, los trastornos funcionales del cerebro, los estados de conciencia (Interpretaciones endógenas). 1º) Interpretaciones exógenas: El máspeque- ño incidente de cada día sirve para las búsquedas del interpretador. Un empujón en la calle es el índice de una emboscada; una mancha en la ropa, el más evidente de los ultrajes. Si sus pantalones, zapatos, corbatas están rotos, es que están usados con “procedimientos sabios”. Si le rehúsan estre- charle la mano o bien se la estrechan fríamente, entonces recibe “saludos irónicos”. Si encuentra en su camino basura amontonada, es una alusión injuriosa. Nada escapa a su ingeniosidad: ¿qué significan todas las mañanas esas sábanas, esas frazadas rojas en las ventanas de los vecinos? ¿Y esas rasgaduras que descubre con lupa luego de un examen minucioso sobre sus fotografías? ¿Aca- so no es que se burlan de sus arrugas? A otro [paciente] se le habla de la operación de catara- tas: es que lo toman por un marido ciego. Se le pregunta si hay peces en los ríos de su país: es para insinuarle que él es una “caballa”. Las actitudes, los gestos, la mímica de los demás juegan un rol considerable. Dice uno: “¿Por qué la gente se rasca el ojo sino para decirme que soy ciego?”. (...) Para aquella [mujer], los brazos cruzados significan que su hijo está vivo; si uno se rasca la frente se hace alusión al señor X.; si uno se toca la nuca se trata del señor Y.; bostezar, un juego con los dedos sobre la mesa son actos provocativos. (...) Una enferma de Deny y de Camus se aprendió de memoria un pequeño libro análogo a la Clave de los sueños, en el cual se le atribuye una significa- ción particular a todos los objetos usuales: alfiler es injuria; paraguas es protección; escoba es cambio, etc...; así construyó un lenguaje simbólico. Los índices más leves provocan conclusiones extraordinarias: una joven cree ser mirada muchas veces por una actriz, luego está persuadida de ser la hija de esta actriz. Algunos delirios sistematizados eróticos reposan casi exclusivamente sobre la su- puesta significación de movimientos fisonómicos; muchos enamorados de artistas líricos interpretan de esta manera a su provecho las actuaciones. Como vemos, se trata de un verdadero deli- rio de significación personal: tua res agitur, tal podría ser el lema del interpretador, se ha dicho. Las investigaciones de los enfermos se ex- tienden a veces a eventos importantes: tristezas cotidianas, duelos, malos negocios. Atribuyen la muerte de un pariente a un envenenamiento o un crimen. La especialidad de algunos es la ac- tualidad importante: sus cartas a los ministros y soberanos tienen una influencia decisiva en la diplomacia; gracias a sus consejos se firmó la paz entre Rusia y Japón; para ayudarlos es que el rey de Inglaterra hace muchos viajes. No hay signo simbólico más importante para estos sujetos que la palabra; palabra y escritura son una de las fuentes inagotables del “delirio de extrospección”. Frecuentemente, el interpretador se contenta con apropiarse de los gritos de la calle: “¡Eh, excitado!”, “¡tonto!” (...) Joffroy insis- tió muchas veces en este punto: a las preguntas estos enfermos responden con frecuencia: “me lo dijeron”, y es exacto. Que no se enteren de que se los considera unos alucinados, ya que nada les molesta más, nada les hace dudar tanto de la buena fe del médico. Una frase, por anodi- na que fuese, alcanza para hacer surgir las supo- siciones más audaces. “Seguramente que ella lo conoce”, se le dice a una enferma mostrándole un retrato; el de su padre –dirá ella– con seguri- dad un monarca poderoso (...) Diálogos enteros, con el sentido cambiado, provocan concepcio- nes delirantes. Una enferma escucha a su madre y su tío murmurar esto: “Llegamos demasiado tarde, el testamento ya estaba hecho... Sí, si ella no muere, es mal negocio para nosotros...”. Estas palabras se graban en su memoria, y uniéndolas a la muerte reciente de un obispo, ella concluye que es hija de este obispo, y que sus supuestos padres quieren matarla para quitarle su herencia. A veces la expresión percibida toma un sen- tido emblemático: verdaderos juegos de palabras constituyen otros argumentos para el interpreta- dor. Gallo significa orgulloso; pera, imbécil (...); se le ofrece arroz, “se ríen de él” [la homofonía significante sólo se entiende en francés, entre riz – arroz– y rit –del verbo reír– que se pronuncian igual, en el original es: on lui offre du riz, on se rit de lui]; se le da un metro: ¿será que él mismo es un amo? (...) [igual que en el ejemplo anterior, suenan igual métre - metro y maître - amo- ] (...) Estas interpretaciones basadas en similitudes de sonidos, sobre aproximaciones, retruécanos, son bastante características. Ellas utilizan hasta los nom- bres propios de las personas del entorno. Una de nuestras pensionadas (...) [dice:] “mi marido me decía con frecuencia que yo escuchaba «voces», y luego me doy cuenta de que una enfermera es originaria de la Saboya [la homofonía aquí es en- tre voix –voces– y Savoie –Saboya–]. La escritura manuscrita sirve también de pun- to de partida de muchas interpretaciones. El giro de las frases, los trazos de las letras, una palabra subrayada, las faltas de ortografía, la puntuación, la rúbrica de la firma, cualquier cosa levanta sospechas. (...)[Un enfermo] encuentra un punto demasiado grande al final de la frase: eso equi- vale para él a una negación, una retracción de la frase benevolente. La lectura de los diarios provee de innumera- bles datos. Los enfermos encuentran en los artícu- los alusiones personales; sucesos y crónicas na- rran su propia historia; algunos creen mantener una correspondencia a través de los anuncios. Los famosos publican bajo nombres falsos los retratos de sus enemigos: uno de nuestros pensionados toma los retratos del rey y la reina de Italia por los de su mujer y un supuesto amante. (...) Un perió- dico importante reproduce una mezquita con tres puertas, lo que indica las tres salidas de la enfer- ma de tres establecimientos (...). Finalmente, para algunos la cosa se compli- ca: la lectura de los diarios o cartas sirven para descifrar enigmas muy complejos, “verdaderos enigmas”, “jeroglíficos interesantes”. Ellos expli- can, comentan, traducen en un lenguaje claro fórmulas criptográficas. Este desciframiento pa- rece realizado con un procedimiento análogo al de las grillas criptográficas que, aplicadas sobre un texto, esconden ciertas palabras y sólo per- miten ver las partes descubiertas que son las que sirven para componer la frase secreta. Así, nuestra enferma separa palabras, sílabas y letras en un artículo cualquiera, por medio de las cua- les intenta reconstituir el sentido oculto del tex- to. Por ejemplo, en una frase de una carta de su madre: “a vos no te gusta que se te hable del tiempo, pero nosotros no podemos evitarlo. En esta estación en la que tendríamos que salir sin miedo...”, ella lee agrupando las palabras su- brayadas: “En este hospital psiquiátrico de don- de deberíamos salir” [El ejemplo es inentendible en español; en el texto francés dice la carta de la madre: tu n’aimes pas qu’on te parle du temps, mais on ne peut faire autrement. Dans cette saison oú on devrait sortir sans crainte... En negrita inclinada están las pala- bras que la paciente elige usar para armar otra frase: Dans cette maison oú on devrait sortir sans crainte, que significa lo ya señalado: “En este hospital psiquiátrico de donde deberíamos salir”] (...) Cuando [esta] madre (por quien ella se siente perseguida) le escribe “Tú te olvidas de tí misma”, ella concluye que su madre le aconseja suicidarse: “¡Mátate!” [Igual que el ejemplo ante- rior, la paciente subraya dos palabras y una letra de una palabra y construye otra frase; en fran- cés, la madre: Tu oublies toi méme, y ella for- ma –en cursiva–: Tue - toi!, que es: “¡Mátate!](...) Algunos interpretadores llegan incluso a de- cir que se imprime un número especial de un diario para ellos. Un enfermo Legrain escribe: “En junio de 1900, aunque estaba abonado al Matin, recibí de pronto una serie de números donde me decían claramente que yo era el emperador de Alemania” (...). 2. INTERPRETACIONES ENDÓGENAS: A) INTERPRETACIONES TOMADAS DEL ESTADO ORGÁNICO A las innumerables causas provenientes del mundo exterior vienen a sumarse las sensaciones internas. La introspección somática (Vaschide y Vurpas) no es a veces sino la expresión de un delirio de interpretación. Por lo general, el enfermo no apoya sus de- ducciones sobre ningún trastorno mórbido, sino solamente, como lo subrayan los autores citados, sobre la observación minuciosa de su organismo “que les hace considerar patológicas ciertas cons- telaciones que él no había hecho hasta ese mo- mento, tan sólo porque no las había buscado”. Fenómenos fisiológicos, fatiga, erección...) sirven de punto de partida para interpretaciones. Uno de nuestros perseguidos imputa a la intervención del médico las “picazones”, o “los movimientos des- ordenados” que siente en los miembros. Si des- pués de haber leído su diario está cansado, es porque se lo hipnotiza; sus erecciones nocturnas provienen de los ingredientes que se le hace ab- sorber sin que él lo sepa, etc... Una mujer explica las crisis clitoridianas que siente por una influencia extranjera oculta; acusa a diversos personajes de intervenir a distancia sobre sus órganos genitales. Algunos atribuyen los trastornos provocados por la neurastenia a un envenenamiento, la tuber- culosis, la dispepsia, la enterocolitis, etc... Con ocasión de una complicación gástrica, tal sujeto se cree “embebido de arsénico”. Otro escribe: “A veces por la noche, me despierta una sensación indescriptible, como la corriente de un fluido que se hubiese ensañado en golpearme la fren- te, la sien, la parte superior del cerebro; el re- sultado de esta sensación tan penosa se resu- me a través de punzadas torturantes e insopor- tables zumbidos en la oreja... Podría definir este martirio así: plomo fundido o cal viva derrama- dos en las venas. Es sobre todo por la mañana o al dejar la mesa que los actos de crueldad im- placable se encarnizan”. Sacudimientos muscu- lares, estremecimientos, calambres, son consi- derados como corrientes eléctricas. El insomnio o un sueño profundo, la somnolencia, todos son causados por drogas. Cuando tuvo una angina, un enfermo escribió: “En este momento soy víc- tima de los procedimientos más violentos en la garganta, sobre las amígdalas; ellas se inflaron sabiamente”. Y agrega: “Se hace que mis cabe- llos caigan cuando me peino; el peluquero me lastimó la cara esta mañana y me arrancó pelos: parece ser que es para hacerme envejecer; mis cabellos son grises como los de un viejo; me aflojan los dientes para que no pueda masticar; la sangre está viciada y aparecen eczemas por causa de maniobras infames... Gracias al des- pliegue de mi ciencia personal y de la robustez de mi constitución [es] que logro conservar in- tactas mis fuerzas físicas e intelectuales”. Las mujeres explican sus trastornos menstrua- les y los accidentes de la menopausia por la in- tervención de sus enemigos. Tal enferma, ha- biendo llegado a la edad crítica, atribuye a cho- rros de fluido sus accesos de calor y su alter- nancia de rubor y palidez: le “arrugan la piel”, se la “vuelve amarilla”, se le “deforman las me- jillas”. Los tres puntos dolorosos de su neuralgia facial se deben a tres granos de plomo tirados allí, mientras dormía. B) INTERPRETACIONES TOMADAS DEL ESTADO MENTAL Algunos estados de conciencia, algunos tras- tornos funcionales psíquicos sirven de alimento a las interpretaciones (delirio por introspección men- tal de Vaschide y Vurpas). Algunos enfermos se sorprenden al ser asaltados por pensamientos inu- suales, o bien observan una relación entre estos pensamientos y los hechos concomitantes. Uno de ellos pensaba en el mariscal de Biron, un traidor nacido en su país, cuando su hermano entra en el mismo momento: entonces su herma- no lo traiciona, es el amante de su mujer. (...) Otro enfermo se sorprende de las confe- siones extraordinarias que él hace a sus pa- dres; es preciso que a través de “finos proce- dimientos” se lo obligue a “develar su espí- ritu”. Algunos buscan incluso una causa a sus sentimientos: tal sujeto, sorprendido de no ex- perimentar ningún afecto por su madre, llegó a la conclusión que no era su hijo. Son interpretadas hasta las manifestaciones por emociones, fatiga, agotamiento nervioso. Uno de nuestros enfermos (...) no puede concebir su pusilanimidad: se proyectan sobre él rayos espe- ciales que tienen la propiedad de dar la ilusión del miedo. “¿Por qué soy irascible, nervioso, ex- citado o bien atontado, lelo, incapaz de decir nada? ¿Cómo es que algunos días escribo con di- ficultad como si me retuviesen la mano? ¡A veces, yo, profesor, cometo errores de ortogra- fía! ¿Se trata de hipnotisno, sugestión? Otras ve- ces no puedo quitar mi mirada de las lámparas eléctricas. ¿Por qué un día yo di vueltas alrede- dor de un pozo y me sentía empujado a tirar- me? ¡Con seguridad [es] magnetismo! Algunos interpretan trastornos neurasténicos o psicasténicos.(...) En otros casos, los episodios delirantes agu- dos (estados de depresión, accesos alucinatorios, etc...) que aparecen a veces durante el delirio de interpretación, son considerados por el sujeto mis- mo como accesos de locura, pero los atribuye a un envenenamiento o sugestiones. Algunos llegan incluso hasta interpretar su delirio retrospectivo: no es natural recordar así el más mínimo suceso del pasado; se actúa sobre ellos para que puedan acordarse de los pecados más ínfimos. Por último, cierto número de concepciones delirantes toman prestado quimeras a los sueños del sueño normal, aceptadas sin modificación o desvirtuadas. Un místico justifica su pedido de la Tiara por los terrores nocturnos de su infancia; predice los acontecimientos políticos por haber- los visto en sueños.(...) INTERPRETACIÓN DE RECUERDOS La observación del momento presente, la interpretación de los hechos actuales no es su- ficiente para los enfermos. Empujados por la necesidad de encontrar nuevos motivos a sus pa- decimientos, o de satisfacer mejor su orgullo, ex- cavan en lo más lejano de su memoria; la revivis- cencia de antiguos recuerdos provee un amplio material para los errores de juicio (delirio retros- pectivo). Uno de ellos se pregunta si es “por ha- ber guardado, como a pesar suyo, estampillas hace veinte años que lo molestarán durante toda su vida”. Algunas frases insignificantes, pronuncia- das hace mucho tiempo, vienen a confirmar los propósitos de hoy, aclarar los sobreentendidos. Reflexiones pueriles de la infancia, pequeños cumplidos, caricias o reprimendas toman de pron- to una significación precisa. (...) En esta investigación retrospectiva, la inter- pretación juega todavía un rol predominante, pero no es la única en cuestión. Las ilusiones, la falsifi- cación de recuerdos deben tenerse en cuenta. Sin duda que la trama del delirio retrospectivo impli- ca algunos hechos exactos, pero los adornos son en gran parte obra de la imaginación. Un paranoi- co de Bleuler construyó su delirio únicamente so- bre ilusiones de la memoria: éstas no se produje- ron sino bastante tiempo después del hecho real, un año incluso. Un enfermo de Kraepelin dibuja- ba con detalles el castillo de su padre del cual afirmaba que había sido ministro de finanzas de Hanovre; cuando se le probó que nunca había habido tal nombre como ministro, sostenía que se habían destruido todoslos archivos de Hanovre con malevolencia, y que se habían sustituido con otra impresión de documentos falsos. TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO EXTERIOR Entrenados durante años en esta gimnasia es- pecial del espíritu, los enfermos hacen progresos sorprendentes en el arte de interpretar: su perspi- cacia se agudiza y adquiere una penetración singu- lar. Al final, a través de la deformación sistemática de los hechos llegan a una concepción delirante del mundo exterior. El interpretador ya no ve nada bajo el sentido común; todo le parece extra- ño, vive en un medio ficticio desde el cual son rechazadas las explicaciones naturales. “Es el mundo al revés”, dice uno; “es un laberinto de sobreentendidos”; “qué gran comedia, cada uno juega bien su rol, hay que tener la cabeza bien puesta para no volverse loco”. Todo lo que se realiza a su alrededor es artificial, ilusorio, prepa- rado; hasta el calendario se vuelve engañoso. En- tonces se producen errores de personalidad, fre- cuentes falsos reconocimientos: el entorno está vestido de nombres fingidos reales o ficticios. Una hija cree reencontrar a su madre en una de sus compañeras. Una madre no reconoce más a su hija ya que afirma haber sido cortada en pedazos. II. Síntomas negativos La extravagancia de ciertas interpretaciones, la paralógica flagrante de los enfermos, dejaría su- poner en ellos la existencia de un debilitamiento intelectual. Esta impresión desaparece si uno aban- dona el terreno del delirio. Uno se encuentra a veces en presencia de una gran inteligencia, y la misma persona que se mos- traba manifiestamente alienada, aparece lúcida y razonable. La ausencia de trastornos graves de la vida intelectual o de la vida afectiva, la falta o escasez de trastornos sensoriales, constituyen dos 1 caracteres importantes del delirio de interpretación. A. ESTADO MENTAL En el interpretador existe sin duda una consti- tución especial cuya fórmula trataremos de dar: hipertrofia e hiperestesia del yo, falla circunscrip- ta de la autocrítica; pero se trata allí más bien de condiciones del desarrollo de la psicosis que de síntomas que la revelan. ¿Debemos admitir una disminución psíquica congénita que predispon- dría a las interpretaciones erróneas? Nosotros no lo pensamos así. Encontramos en estos sujetos, 1. Entre los signos negativos, notemos además la ausencia de sintomas físicos que encontramos en muchas enfermedades men- tales: ni insomnio, ni cefalalgia, ni trastornos somáticos que indi- can autointoxicación; no hay adelgazamiento, ni temblores o tras- tornos pupilares. Es sin duda, un delirio “esencialmente psicológi- co”, para emplear la expresión de Lasègue a propósito del delirio de persecución. como en los no delirantes, grados muy diferen- tes de desarrollo intelectual, desde los débiles hasta inteligencias superiores. Las concepciones delirantes, si se analizan, tienen claramente el carácter de ideas fijas, predominantes; sin em- bargo, incluso en la exposición de trastornos vesánicos más característicos, se nota la persis- tencia de la actividad de los centros corticales superiores. La interpretación falsa aparece exa- gerada, extravagante pero raramente absurda; a veces se mantiene verosímil. La aparición del delirio no modifica nada la inteli- gencia. No hay ni trastorno de la conciencia, ni con- fusión en las ideas, tampoco alteración general de las facultades silogísticas; el sujeto aprecia exacta- mente los hechos que no pone en relación con sus preocupaciones mórbidas. Su memoria permane- ce fiel: no olvida nada de las cosas adquiridas con anterioridad y sabe sacar provecho de ello; a ve- ces incluso puede citar una cantidad de datos y nombres propios con una rapidez y una precisión cercanos a la hipermnesia, que lo seducen a él mismo. “Por momentos, dice uno de nuestros enfer- mos, mi memoria toma una agudeza sorprendente: veo en el pasado las cosas más pequeñas, detalles en los que no pensaba hace mucho tiempo”. Haciendo abstracción de las concepciones delirantes, los juicios de los interpretadores per- manecen sensatos, sus apreciaciones con fre- cuencia justas. Algunos son finos observadores, cáusticos e irónicos, escribiendo de una forma agradable, a veces mordaz. La capacidad profe- sional permanece intacta: uno de nuestros pen- sionados sigue dirigiendo una importante casa industrial, se lo consulta cada vez que hay que tomar una decisión. Algunos son capaces de adquirir nociones nuevas; aprenden la jurispru- dencia, la mecánica, lenguas extranjeras, hacen trabajos científicos o literarios. Esta vivacidad en la inteligencia se manifiesta en la defensa de sus convicciones delirantes. Con frecuencia, el interpretador despliega en ella to- dos los recursos de una dialéctica cerrada. Avanza de deducción en deducción, confiando en el valor de sus silogismos cuyas premisas son aportadas por el incuestionable testimonio de los sentidos. Todo se relaciona, todo se encadena en su histo- ria, ningún detalle es superfluo para él. Si se lo contradice, se detiene con aire sorprendido, pre- guntándose si uno es sincero. Acumula prueba sobre prueba, tiene para cada objeción una res- puesta siempre lista, sabe replicar a los argu- mentos. Cita datos, precisa los puntos más pe- queños, aporta declaraciones confirmatorias, plan- tea dilemas, se adueña del hecho más pequeño para emplearlo habitualmente para su causa. Re- curre a las informaciones de su entorno, de su familia, subyugados con frecuencia por el vigor de sus razones. “¿Me quieren hacer pasar por un alucinado? ¡Nunca deliré y nunca voy a hacerlo! Todo lo que afirmo es exacto: las pruebas exis- ten. Si mi historia puede parecer extraordinaria, todo lo que yo cuento es sin embargo verdad!”. Si se le resiste más abiertamente, si se trata de hacerle ver apenas sus errores, pone la sonrisa irónica de alguien cuya convicción, que se sos- tiene de hechos indudables, es y permanecerá inquebrantable. Termina por cerrar la controver- sia entrando en un mutismo de desprecio, o bien, atribuyendo la vivacidad de su interlocutor a un móvil interesado por lo cual lo pone de ahí en más, entre sus enemigos. Entonces, toda discu- sión con el interpretador es en vano; por lo co- mún irrita, jamás persuade. Los sentimientos afectivos no presentan nin- gún trastorno primitivo. Los enfermos conservan las mismas relaciones con sus padres, amigos y todas las personas que engloban su delirio. El amor pro- pio, el sentimiento de la dignidad para nada es alte- rado. Una vez internado, el sujeto es sensible a los cuidados que se tienen por él. “El paranoico”, dijo Tanzi, “no siempre es un hombre de acción sino que siempre es un hombre de carácter”. Los senti- mientos éticos, estéticos y religiosos persisten sin alteración. El humor varía, como en cada uno de nosotros, según las circunstancias o el estado orgá- nico; él refleja además el color que toman las ideas delirantes: expansivo en ciertos casos de megalo- manía; triste y acrimonioso en los perseguidos. Pero no hay nada comparable a la depresión o a la eufo- ria, tan frecuentes en las otras psicosis. Esta mezcla de razón y de sinrazón, este con- traste notado en las antiguas descripciones de los “delirios parciales”, de la “locura razonante”, no se observa en ningún lado con tanta fuerza como en el delirio de interpretación. Se lo encuentra en el lenguaje, los escritos y la conducta de los enfermos. En general, la conversación de los interpreta- dores, muy variable según su educación anterior, es fácil, con frecuencia impregnada de cierto refi- namiento, apuntando a la elegancia y a veces al énfasis. Algunos hablan con una abundancia pro- lija: es un flujo de palabras inagotable; todoel tiempo tienen incidentes sin que pierdan por eso el hilo de las ideas, y uno se sorprende de verlos orientarse en ese laberinto de hechos: agotan al oyente mucho más rápido de lo que ellos mismos se cansan. Algunos tienen un lenguaje medido o son de pocas palabras, juzgando inútil detallar acon- tecimientos conocidos universalmente. Todos sa- ben sostener una charla sin relación con su deli- rio; hay algunos que tienen réplicas divertidas, expresiones humorísticas. No los vemos interrum- pirse bruscamente en medio de una frase para interpelar un individuo imaginario o responder- le, como lo hacen los alucinados. Nunca notamos verbigeración, o la “ensalada de palabras” de los dementes precoces. Las estereotipias verbales, los neologismos, son raros. A los escritos de los interpretadores se apli- can las mismas constataciones negativas: las cons- trucciones gramaticales no son incorrectas, hay au- sencia de verbigeración, de estereotipia verdade- ra, de neologismos, de signos cabalísticos, de fór- mulas de hechizo o de exorcismo. La escritura es correcta, sin trastornos gráficos elementales, no recargada, sin exageración de palabras subraya- das. Los enfermos no se adueñan de papeluchos para escribir en ellos frases insignificantes o ideas delirantes en todos los sentidos. Su estilo, reflejo de su lenguaje y estado mental, no presenta nada anormal; éste varía solamente de acuerdo a la educación y la cultura. Estos escritos impresionan a veces muy fuer- temente a los padres, los magistrados, administra- dores, que no conciben que un alienado pueda escribir tan correctamente, incluso además de un modo literario. Legrand du Saulle subraya que ciertas denuncias son redactadas “en los térmi- nos más fríos, más medidos, más pérfidos. Fre- cuentemente tienen una apariencia de sinceridad y un aire de verosimilitud que de entrada po- drían imponerlos”. Algunos interpretadores son grafómanos que todos los días cubren con tinta una decena de páginas, envían cartas a todos lados (cartas a ve- ces estereotipadas) y creen tener comunicantes en toda Europa. Con la misma abundancia de de- talles exponen sus dolencias al Presidente de la República, a los embajadores, a los ministros o a sus amigos. En general, redactan e incluso llegan a veces a imprimir memorias, “confesiones” a me- nudo muy interesantes desde todo punto de vista. Notemos que estos grafómanos no son siem- pre los más locuaces. Algunos incluso sólo deli- ran en sus escritos y saben ocultar todas sus con- cepciones vesánicas en los interrogatorios mejor dirigidos o en las conversaciones más insidiosas. Una inglesa de nuestro servicio, grafómana infa- tigable, de quien casi no se le puede sacar pala- bra, escribe al Presidente de la República: “Pido saber por qué estoy detenida por Francia; si es porque me ofrecieron la corona de las islas britá- nicas ¿Concierne eso a Francia? Pido ser tratada como una prisionera de Estado, envíenme al cas- tillo de Fontainebleau”. Muchos enfermos cultos, con pretensiones li- terarias exageradas, componen obras que no du- dan en considerar obras maestras. Poetas tampo- co faltan: sus poesías, más o menos bien hechas según sus aptitudes, pueden no tener ninguna relación con el delirio; a veces por el contrario son su expresión. El aspecto exterior, la actitud, no presentan nada anormal. No hay trastornos de la mímica in- voluntaria o emotiva (no más por otra parte que de la mímica voluntaria). Como dice Drommard: “la mímica permanece perfectamente normal en tanto función... ella se mantiene adecuada a las emociones que exterioriza... ella es exactamente lo que sería en un sujeto sano con el mismo esta- do de ánimo... La desconfianza del perseguido, el orgullo del megalomaníaco... en una palabra to- dos estos estados de ánimo, no tienen una ex- presión mímica diferente de la que traduciría sen- timientos análogos de un sujeto normal”2. Enton- ces, la fisonomía refleja las preocupaciones del 2.. Dromard, Ensayo de clasificación de los trastornos de la mími- ca en los alienados, Journal de Psychologie, enero 1906. sujeto. Ella es según el caso, resignada o descon- tenta, seria o sonriente, altanera o afable, inquie- ta y crispada o calma y serena. A veces, cuando el sujeto expone sus interpretaciones, su fisono- mía toma una expresión maligna, guiñe el ojo con aire de entenderlo todo y con la satisfacción de haber desbaratado todas las artimañas y ser el único en adivinar las alusiones secretas. La conducta de estos enfermos, su manera de comportarse en la vida cotidiana, está bajo la de- pendencia de su carácter anterior. Es decir, que aún aquí encontramos sobre todo síntomas nega- tivos. La actividad motriz no está alterada: ni tras- torno de la voluntad susceptible de influenciar la manera de actuar, ni abulia, ni impulsiones; tam- poco se observan estereotipias de actitud o ges- to, estos trastornos catatónicos o este manieris- mo frecuentes en los dementes precoces. Las manías o los tics sólo testimonian a favor de una tara degenerativa. El aspecto también es normal. La vestimenta no llama para nada la atención; a lo sumo encontramos cierto refinamiento, algo original en el vestuario, excepcionalmente excen- tricidades; casi no se ven adornos y condecora- ciones salvo en los débiles, e incluso lo hacen con discreción; no tienen esa locura de ostenta- ción de los dementes megalómanos. Calmos, lim- pios, reservados, higiénicos, se interesan en el entorno, en los hechos cotidianos, políticos u otros; adoran leer, ocuparse de varios trabajos. Los interpeladores pueden vivir mucho tiem- po en libertad, despertando la atención sólo a través de raras extravagancias incomprensibles para el entorno. Sin embargo algunos, rápidamen- te agresivos, se entregan a la violencia. Estas re- acciones, consecuencia de las ideas delirantes y del carácter anterior, contrastan por su singulari- dad en una vida que hasta allí fue normal. Su estudio se hará en el próximo capítulo. B. Ausencia de trastornos sensoriales A grandes rasgos, podemos decir que lo que caracteriza el delirio de interpretación es la ausen- cia de trastornos sensoriales. Sin embargo, en algunos casos hay alucinaciones: pero ellas no aparecen si no con intervalos distanciados, sólo juegan un rol secundario en la elaboración del delirio y no tienen influencia sobre su evolu- ción. Para nada es así en otras psicosis sistematizadas en donde estos trastornos dirigen la escena mórbida. En otros casos, podríamos confundir algunos interpretadores con alucinados, en razón de su ma- nera de expresarse que se presta al equívoco: mu- chos son los que, interpretando palabras o frases realmente percibidas, declaran que se los injuria en la calle; ya hemos señalado esta causa de error. ALUCINACIONES EPISÓDICAS En algunos se observan trastornos sensoriales auditivos, en realidad escasos, pero existen con certeza ¿se trata de alucinaciones? En general pen- samos que son ilusiones. En efecto los enfermos no escuchan “voces” en la soledad de su habita- ción, no dicen que se les habla a través de los muros o por teléfono. En la inauguración de una estatua, una enferma escucha que la llaman tres veces por su nombre; en la calle los pasantes gritan a alguien: “¡Date vuelta!”; para esta última se proclamaba en medio de la gente : “¡Ahí está nuestra reina!”. Por el contrario, a veces la aluci- nación aparece en el silencio de la noche, pero su aparición está subordinada, subraya Tanzi, a una emoción intensa, como en la gente normal, o bien está ligada al miedo, al fanatismo, a la aten- ción expectante. Esta alucinación auditiva se re- duce siempre a una palabra o frase breve. Acaso no le pasa a ciertos obsesivos e inclusoal hombre “normal”, que en medio de una medita- ción o bajo influencia del cansancio escuchan una palabra con claridad, o un llamado. Lo mismo pue- de producirse en nuestros enfermos como eco de preocupaciones delirantes. Es un síntoma aislado, estamos lejos de un delirio con base alucinatoria. En muy pocos casos encontramos alucinacio- nes psicomotrices verbales, “voces interiores”. Dos de nuestros pensionados declaran tener, uno “pen- samientos extraterrestres”, el otro “inspiraciones an- gelicales”, un tercero a veces habla de “comunica- ciones magnéticas” que parecen más bien fenóme- nos de intensa representación mental. Si admiti- mos que las alucinaciones psíquicas no son sino la interpretación delirante del lenguaje interior, es decir “consisten en pensamientos de los que el enfermo desconoce el origen personal y que atri- buye a una influencia exterior” (Francotte), nos ex- plicamos su posible existencia en nuestros sujetos. Las alucinaciones y las ilusiones de la vista pa- recen de excepción, salvo en los místicos. Nosotros sólo observamos un ejemplo, y además se trata de una alucinación hipnagógica, unos años an- terior a la sistematización del delirio, pero que ejerció una influencia considerable sobre éste. Nuestro enfermo, sentado en su escritorio a la noche, vio surgir un fantasma vestido de blanco delante de él. Tiempo después se convenció de que la Virgen se le había aparecido y lo había elegido para salvar a Francia, por eso las persecuciones de los alemanes. Las alucinaciones –o más bien las ilusiones– del gusto y olfativas son tan escasas como las de la vista. No se observan estos trastornos de la sensibilidad general que a veces son tan inten- sos en los perseguidos alucinados. En general, el rol de las alucinaciones en el delirio de interpretación permanece entonces nulo, a veces borrado, siempre efímero: se trata por lo tanto de un síntoma episódico y secundario. Sin embargo, en algunos casos aumenta la repercusión del delirio sobre los centros sensoria- les; las alucinaciones (sobre todo las del oído) in- tervienen de forma más activa aunque intermiten- te. Para terminar, pueden aparecer accesos aluci- natorios cortos, con o sin confusión: es entonces una verdadera complicación. Estudiaremos estos casos ulteriormente. Traducción: Adrián Liebesman 128 Q Síntomas del delirio de interpretación Serieux et Capgras El delirio de la reivindicación Definición El delirio de reivindicación fue descripto en el extranjero con el nombre de locura de reivindica- ción o posesiva, y en Francia con el de locura de los perseguidos-perseguidores. Estos términos tie- nen una significación menos precisa que la que le atribuimos a la expresión “delirio de reivindica- ción”. Creemos, efectivamente, que los reivindica- dores constituyen una categoría de personas neta- mente circunscripta y muy diferenciada del grupo de los interpretadores. El delirio de reivindicación es una psicosis sistematizada, caracterizada por el predominio ex- clusivo de una idea fija, que se impone al espíritu en forma obsesiva, orientando sólo la actividad mórbida del sujeto en sentido manifiestamente patológico y exaltándolo en la medida de los obs- táculos encontrados. El reivindicador se nos pre- senta esencialmente como un obsesivo y un ma- níaco. Hay en él una combinación íntima de estos dos estados, que conducen más a un delirio de los actos que a un delirio de las ideas. Sus tendencias interpretativas y su paralógica están menos mar- cadas que las de los interpretadores. Algunos autores consideran el delirio de rei- vindicación como un tipo de paranoia mejor es- bozada que el delirio de interpretación, que éstos encuadran dentro de la demencia paranoica. Otros autores (Wallon, Deroubaix, etc.) sólo establecen entre estas dos formas matices poco apreciables, confundiéndolas bajo la misma etiqueta. No po- dríamos admitir una semejanza tan completa. In- dudablemente estas dos enfermedades tienen en común numerosos puntos de contacto, pero exa- gerándolos, podemos dejarnos engañar por sim- ples analogías superficiales, por apariencias. Los datos clínicos actuales no permiten todavía separar con una barrera infranqueable el delirio de in- terpretación del delirio de reivindicación; por esta razón los describiremos paralelamente. Esta semejanza conserva un carácter provisorio y no nos sorprendería que un día la experiencia nos demostrara el buen fundamento de la teoría de Specht, que clasifica a la locura querulante den- tro de la psicosis maníaco-depresiva. Descripción En el delirio de reivindicación encontramos espíritus exaltados, razonadores, exagerados, fa- náticos que sacrifican todo al triunfo de una idea dominante, individuos son en su mayoría perse- guidores y perseguidores repentinos; desde el co- mienzo eligen a una persona o a un grupo de personas que persiguen con odio o su amor enfer- mizos, Sin embargo, existen algunos que nunca llegan a ser perseguidores ni tampoco reivindica- dores: su exaltación no se ejerce a expensas de otra persona sino que se emplea sólo en búsque- das especulativas. A esta psicosis convendría me- jor, pues, la denominación de “delirio a base de representaciones mentales exageradas u obsesi- vas”, empleada por Deny y Camus, o la denomi- nación de “delirio paranoico con ideas prevalentes” adoptada por Dupré. Nosotros conservamos, por lo breve, el término “delirio de reivindicación” empleado por Séglas, luego por Cullére. A pesar de su aparente diversidad –que sólo se debe a la naturaleza de la idea obsesiva y a las formas variables de las reacciones– todos los rei- vindicadores son idénticos. Su psicosis se caracte- riza por dos signos constantes: le idea prevalente, la exaltación intelectual. Desde este punto de vista, no existe ninguna diferencia fundamental entre un pleitista dedicado a obtener la repara- ción de una denegación de justicia pretendida o real y un interesado en buscar le piedra filosofal que gasta su energía y su fortuna en varios tra- bajos de laboratorio, o algún sociólogo soñador cuyo ardor lo emplea en propagar sus teorías y en apurar su realización. Todos estos enfermos son degenerados. Tie- nen de ello las marcas físicas y mentales: des- equilibrio de sus facultades, obsesiones, impul- siones, perversiones sexuales, preocupaciones hipocondríacas, etc. Su defecto al juzgar, su ines- tabilidad los hace lanzarse a empresas temera- rias, dilapidar su fortuna, entusiasmarse con pro- yectos o invenciones quiméricas. Algunos, sin embargo, testimonian aptitudes remarcables: ima- ginación brillante, buena memoria, razonamien- to hábil. Muchos de ellos están desprovistos de toda noción del bien y del mal, cometen faltas de delicadeza, abusos de confianza, estafas, tenien- do permanentemente en la boca palabras de pro- bidad, de conciencia y de honor. Un enfermo de Kraepelin encontraba muy perjudicial el atraso de la llegada de una postal, mientras que el incesto con su nuera, la malver- sación de cierta cantidad de dinero, no eran más que ínfimos pecadillos. Los más violentos se com- placen en alabar su propia dulzura y quien ha cometido una tentativa de asesinato, se sorprende de que se tenga en cuenta un episodio tan fútil en toda una vida de bondad y caridad. Esta locura moral no constituye sin embargo, un carácter in- trínseco del delirio de reivindicación: manifesta- ción de tendencias individuales, puede no existir o ser reemplazada en algunos reivindicadores al- truistas por sentimientos éticos hipertrofiados. Ante cualquier incidente que se produzca, la psicosis aparece inmediatamente con sus dos sín- tomas esenciales: 1º) la idea obsesiva, 2º)la wxaltación maníaca. No volveremos aquí sobre el análisis de los síntomas negativos pues son los mismos que los del delirio de interpretación. 1º) «Idea obsesiva»: repentinamente, el reivin- dicador descubre el hecho material o la idea abs- tracta que dirige desde ese momento su actividad pervertida. No hay ninguna búsqueda ni tampoco ninguna acumulación de interpretaciones en el momento en que el hecho se produce, en el que la idea surge, cuando la persona se en- cuentra inmersa en su delirio, ahí da libre curso a su exaltación. Un proceso perdido, una he- rencia no recibida, un noviazgo roto, un adelan- to retrasado, una obra desdeñada, un concurso fracasado, un empleo rechazado, cualquier de- cepción por mínima que sea, a partir del mo- mento en que se le considera inmerecida, se convierte en una preocupación obsesiva y pro- voca no solamente la necesidad imperiosa de una revancha sino también la de infligir un cas- tigo a la persona culpable del daño. En otras circunstancias puede ser la sospecha de un des- cubrimiento, una teoría sociológica, una misión religiosa que se quiere llevar hasta sus últimas consecuencias. Esta idea conductora va tomando día a día, para el reivindicador, una importancia mayor, un valor desmesurado. Si se lo defraudó con una suma ínfima, se declara víctima de un crimen in- audito, grita escandalosamente y como no se le presta la atención suficiente a sus recriminacio- nes, saca como conclusión que se trata de la co- rrupción universal. El reivindicador es propenso a agrandar Ios hechos más simples cuando su personalidad está en juego; pero, remarquémos- lo, no modifica su primer significado: la expli- cación que da no contraría el sentido común, no se opone abiertamente a la razón. Sus deduc- ciones serían justificadas si la causa no fuere ínfima, ni el perjuicio invocado fuese menos insignificante. Si por casualidad el daño inicial es realmente considerable, el reivindicador pa- recerá un hombre dotado de una energía tenaz o de una tozudez invencible, pues sus razona- mientos serán siempre de una lógica exacta. Es decir que la idea obsesiva del reivindicador no llega a ser el origen de un sistema de interpreta- ciones delirantes. Seguramente, no habría que pedirle a estos enfermos la comprensión imparcial de cualquier acontecimiento que les interese. Son incapaces de discutir: ningún argumento los convence por más poderoso que sea, si éste no armoniza con su estado afectivo. Aceptan sólo los juicios de las personas que los aprueban, declaran falsos o inexistentes a todos los demás. Tienen una “concepción uni- lateral del derecho”. “Un hombre inteligente hace él mismo su ley”, dice un enfermo de Forel. En consecuencia, aparecen en los reivindicadores errores de juicio, interpretaciones falsas pero que derivan más de la pasión que del delirio. Dicen que los jueces son unos vendidos, que los pro- pios abogados están pagados por sus adversarios, que los testigos no hacen más que acumular men- tiras, se viola la ley: todo es una comedia indigna de la justicia... Por otra parte, en ciertos casos, estas acusaciones contra los jueces o del medio, provienen sólo de la mala fe. Sandor constituye un buen ejemplo de esto: se sabe que este céle- bre perseguidor de ministros del Segundo Impe- rio, reconoció haber escrito cartas falsas e inven- tado completamente algunas de sus difamaciones. ¿Acaso la idea conductora que dirige los pen- samientos y los actos del reivindicador, posee los caracteres de la idea obsesiva? Sin duda, se trata efectivamente de una obsesión día a día más tirá- nica y no de una reivindicación legítima de dere- chos injustamente dañados. Para satisfacer esa obsesión, el reivindicador descuida su profesión, sin preocuparse por el futuro ni por sus verda- deros intereses; sólo lo guía su sed de venganza, no duda en sacrificar su fortuna, su libertad, su familia y su vida misma. El reivindicador no lucha contra su obsesión, sólo busca satisfacerla. Pero en su camino en- cuentra obstáculos que lo incitan y le provocan a veces una angustia comparable a aquella que determine la resistencia interior en las crisis de pulsiones. En plena batalla, cuando los fracasos repetidos lo han sobreexcitado, puede ser asalta- do por la idea de asesinato: muchas veces se debate contra este pensamiento que lo invade cada vez más y entonces se presenta como un verdadero obsesivo ansioso. Una enferma, luego de un juicio según ella injusto, quedó obsesionada y angustiada durante tres meses y terminó, para “liberarse del enorme peso que la ahogaba”, insultando al juez Lamartine. Mostró claramente este carácter obsesivo en Louvel, asesino del duque de Berry: muestra a este fa- nático “dando vueltas en su estrecha mente una idea mal concebida, sufriendo hasta que su mano fatal la descargue, por medio de un crimen, del peso y del martirio de su pensamiento”. Régis, quien hizo un estudio profundo de los “regici- das” y de los “magnicidas”, los define como de- generados que, extraviados por un delirio reli- gioso o político, bajo el imperio de una obsesión a la que no pueden resistirse, llegan a matar a una persona importante. Se sabe que las características de la obsesión son la irresistibilidad, la tortura moral provocada por cualquier tentativa de resistencia, el alivio lue- go de su satisfacción. Este último síntoma no se manifiesta menos que los demás en el reivindica- dor. En efecto, su enfermedad es esencialmente paroxística y es fácil ver que los períodos de remi- sión coinciden con un éxito parcial de las reivindi- caciones, o se presenta luego de una escena de escándalo. Uno de nuestros enfermos acusa a los servicios de la intendencia militar de haberle causa- do un perjuicio enorme, multiplica sus actitudes, se entrega a innumerables extravagancias hasta el día en que realiza su proyecto, durante mucho tiempo aplazado, de romper los vidrios del Ministerio de Guerra: desde ese momento y durante unos meses permanece tranquilo. R. Lorov dice que el perse- guidor homicida “viendo a su víctima vencida, sa- borea un sentimiento de triunfo y reencuentra la calma de espíritu al menos durante algún tiempo”. 2º) Exaltación maníaca: El reivindicador no es sólo un obsesivo sino también un maníaco razona- dor. Los actos y los gestos de estas personas no po- drían ser considerados exclusivamente como un modo de reacción a las concepciones que los subyu- gan. Las anomalías de su conducta tienen otra causa: Schüle dice: “Sus pensamientos y sus sentimientos son impulsados por una fuerza maníaca”, con lo cual coincide Magnan. La necesidad de pelea, es uno de los móviles de sus actos. Animado por una vanidad insensata, por un espíritu de contradicción sistemáti- co, ávido de satisfacer su actividad mórbida, aun al precio del escándalo, el reivindicador emprende mil actividades, escribe a los personajes de la actuali- dad, consulta con abogados, pide audiencias, pasan las noches redactando voluminosas memorias, pre- senta demandas, suscita campañas de prensa, hace llegar peticiones al parlamento. La menor discusión lo irrita: se deja llevar por violentas cóleras contra su interlocutor: “tiene una necesidad insaciable de rom- per todo lo que se le opone”. Fracasos, condenas, iniquidades nuevas exaltan su combatividad agresiva: luchar llega a ser para él no ya un medio, sino el único objetivo de su vida. A medida en que aumenta su excitación, los reivindicadores quieren a cualquier precio hacer recaer sobre ellos la atención pública, vistiéndose con ropa extraña, tirando tiros al aire cuando pasa el Presidente (falsos “regicidas” de Régis): otros individuos presentan su candidatura en las eleccio- nes. Se hacen arrestar esperando comparecerante un tribunal; buscan introducirse cerca del Presiden- te de la República: hasta llegan a redactar escritos y carteles difamatorios; imprimen afiches, hacen distribuir panfletos en la vía pública. El aspecto de estos panfletos es a veces en sí mismo característi- co: cada uno de sus alegatos está seguido por los términos “cuyo testimonio... pruebas... sic.”; la ma- yoría de las frases están subrayadas dos, tres o cuatro veces; ciertas palabras están escritas con ca- racteres especiales o con tinta roja. Llegan final- mente a tentativas de chantaje, a las injurias, a las amenazas, a los actos de violencia y a veces se erigen en justicieros: organizan un secuestro y gol- pean mortalmente el que han condenado. Esta hiper-actividad no puede, en conse- cuencia, ser asimilada a una relación secundaria y accesoria: sólo son contingentes los modos variables a través de los cuales se manifiesta; pero en sí misma sigue siendo una de las ex- presiones esenciales de la psicosis. Evolución El delirio de reivindicación tiene una evolu- ción estrechamente ligada por un lado a la irresis- tibilidad de la idea dominante, y por otro lado a la persistencia de la exaltación mórbida. No hay en su evolución ninguna fase determinada. El comien- zo es súbito. Lo único que permite preverlo son los signos de degeneramiento y la impetuosidad del carácter, el orgullo desmesurado y la suscepti- bilidad mórbida. Éstas son las condiciones habituales del desarrollo de la psicosis. Luego, desde el mo- mento en que acontece una causa ocasional ba- nal, que fija la fórmula de la idea obsesiva, la psicosis se manifiesta con todos sus síntomas. Después evoluciona por crisis sucesivas, se- paradas por intermitencias más o menos largas “la marcha de la enfermedad es básicamente remi- tente” (Arnaud). Durante estas intermitencias “el enfermo deja de estar obsesionado, su excitación maníaca se calma o sólo se manifiesta por medio de una leve exuberancia. Está contento consigo mismo, no lamenta sus tribulaciones pasadas, se alegra con sus pequeños éxitos y declara estar preparado para sostener nuevamente la lucha. Pero apenas aconte- ce cualquier incidente, su humor belicoso se des- pierta; llevado por una nueva obsesión, retoma sus fuerzas y se deja llevar por su agitación”. La marcha progresiva del delirio se acelera a través de estas remisiones y estos paroxismos al- ternantes. El enfermo agranda el círculo de sus reivindicaciones. Pasa de un proceso a otro, y a medida que le deniegan sus demandas, éstas van tomando mayor importancia. Las injusticias se acu- mulan, la cantidad de jueces venales, de aboga- dos indignos, de testigos falsos, no deja de au- mentar. Si se le brinda ayuda, cree que es una nueva prueba de que está en su derecho, que se lo teme, y así continúa su campaña. Muy frecuentemente la excitación se pone al servicio de ideas obsesivas más o menos imbricadas. Nuevos reclamos se suman a los ante- riores. El reivindicador deja de lado el hecho real que orientó su delirio para afirmarse en pretensio- nes imaginarias que defiende con la misma ener- gía. A veces ya no es un daño personal lo que lo obsede, sino la injusticia en general. Asume el rol de líder del derecho y el defensor de los oprimi- dos. Este rol desinteresado que se atribuye, le da una idea aún más encumbrada de su personali- dad, se cree un instrumento de la Providencia, se proclama “el mártir de la verdad”. Pero si con el tiempo las ideas de orgullo alcanzan un grado extremo, no llegan nunca sin embargo a verda- deras concepciones delirantes, a la megalomanía, como sucede con los interpretadores. La internación, generalmente, no hace más que aumentar le excitación de los reivindicadores. Envían protestas, amenazan a los médicos que incluyen entre sus enemigos, fomentan el desor- den, recriminan sin cesar, dirigen denuncias a las autoridades. Son considerados, con justicia, los en- fermos más difíciles de los asilos, más aún por su lucidez, ya que llegan a ser tomados por vícti- mas de un secuestro arbitrario. Encuentran defensores en la prensa y también en el Parlamento. El delirio de reivindicación, tipo de locura convincente, puede extenderse a todo el medio, puede arrastrar multitudes. Un enfer- mo de Forel, un médico, fue elegido diputado; se escribió una novela sobre su caso y logró miles de firmas para pedir en su favor. ¿Cómo termina el delirio de reivindicación? Por regla general debe admitirme que es un estado cró- nico incurable, pero nunca se encamina hacia la de- mencia. Efectivamente, esta psicosis es considerada como “un estado mórbido continuo del carácter”, como la manifestación de una personalidad psico- pática, incapaz de modificarse en su esencia. Pero si en vez de considerar esta personalidad en mí misma se sigue la evolución de los síntomas que hemos definido, se percibe que, a la larga, la hiperestesis efectiva se atenúa, la excitación dismi- nuye y termina por desaparecer. En este sentido, es justo llegar a la conclusión con Wernicke y Ziehen, de que el delirio de reivindicación puede curarse. Habría que señalar aquí los accidentes que pue- den ocurrir y modificar momentáneamente la marcha del delirio de reivindicación; pero nos bastará con remitir al lector al parágrafo que consagramos a este tema en el delirio de interpretación. Sólo notemos que accesos súbitos interpretativos y aun alucinantes pueden acontecer a título episódico. Finalmente, po- dría suceder que un delirio de interpretación siguiera a un delirio de reivindicación o se asociara a él (forma mixta de transición). Las analogías etiológicas de estas dos psicosis, explican estas transformaciones. Variedades El delirio de reivindicación reviste aspectos va- riados según la naturaleza de la idea prevalente; se puede en principio establecer dos grandes divisio- nes, según que esta idea provenga únicamente del egoísmo o por el contrario, del altruismo: de donde tenemos: 1º) un delirio de reivindicación egocéntri- ca: 2º) un delirio de reivindicación altruista. En los casos tipo de la primera variedad, en la base de la psicosis yace un hecho determinado, ya sea daño real, o una interpretación sin funda- mento: el enfermo apunta sólo a la satisfacción de sus ideas egoístas, a la defensa de sus propios intere- ses. Generalmente es el enemigo de una persona por la cual se cree perjudicado, de la justicia que lo condena, de la sociedad que no responde a sus lla- mados. Se conduce como un ser insociable, persegui- dor agresivo y llega a ser rápidamente peligroso. El delirio de reivindicación altruista se basa, por el contrario, en una idea abstracta y se tradu- ce en teorías sobre la ciencia, la filosofía, la polí- tica, la religión, etc. Inversamente, a los anterio- res, que son siempre perseguidores en conflicto con los demás, éstos, dominados aún por pre- ocupaciones altruistas, son a veces soñadores inofensivos o aún filántropos generosos, nocivos sólo para ellos mismos y su familia, a la que de- jan en la ruina: sacrifican su fortuna en la impre- sión de numerosos escritos, en la preparación de experiencias múltiples, en el ardor de su proseli- tismo. A menudo es verdad, su exaltación, su apego a utopías que tratan de realizar por todos los medios, hace de ellos fanáticos temibles. Estas dos grandes variedades se encuentran en cierto número de subdivisiones que aún es posible describir en el delirio de reivindicación, según la fórmula de la idea obsesiva. “La idea de perjuicio” es la más frecuente y convierte al enfermo en un perseguido-posesivo: los “procesivos” son los más característicos de los reivindicadores. La causa accidental del delirio es, según Krafft-Ebing, o bien un proceso perdido o bien el rechazode pretensiones audaces. Lejos de reconocer que su causa injusta estaba destinada al fracaso, estos enfermos imputan su falta de éxito a la parcialidad, a la corrupción de los jueces. Sus apelaciones son cada vez más voluminosas, sus demandas están atiborradas de invectivas contra los Tribunales, engendrando nuevas represiones que los irritan. Llegan a cuestionar no sólo la equidad sino también la validez de los juicios adversos, se niegan a pagar la multa, se libran a la acción. Bajo el nombre de “delirio razonador de des- pojo”, varios autores describen las reivindicacio- nes más o menos violentas de algunos individuos que “expropiados sus bienes, rechazan acertar la cosa juzgada, considerándose despojados y siem- pre legítimos propietarios” (Régis). En esta categoría, hay que incluir a los perseguido- res “hipocondríacos”, que acusan al médico que los atendió, no cesan de reclamar los daños y perjuicios y no temen hacerse justicia por medio de un crimen. Una “idea ambiciosa” puede también obsesionar al reivindicador, provocarle reacciones violentas y con- vertirlo a veces en un perseguidor homicida. Puede por ejemplo creer que una mujer se fija en él y en- tonces el enfermo la persigue asiduamente, con car- tas o amenazas (reivindicadores enamorados), o aun puede tener la idea de una misión que tiene que cumplir, ya sea social o religiosa (reivindicadores po- líticos o místicos). Algunos regicidas entran en este grupo; también se encuentran aquí inventores, refor- madores, anarquistas, profetas, taumaturgos, fanáticos de cualquier tipo (Régis). Señalemos también ciertos literatos incomprendidos que persiguen con su odio a los editores culpables de haber rechazado sus obras. Diagnóstico No insistiremos aquí sobre el diagnóstico del de- lirio de reivindicación con ciertos estados psicopáti- cos como los episodios de reivindicación que pue- den encontrarse en la exaltación maníaca, en algunos degenerados y finalmente con las tendencias proce- sivas, el espíritu pleitero de individuos a los cuales no se puede, con este solo signo, considerar psicópatas. En cuanto a los pseudo-reivindicadores, Krae- pelin, los considera como anormales que presen- tan rasgos comunes con los reivindicadores para- noicos (alto concepto de sí mismos, susceptibilidad despertada por el menor perjuicio, imposibilidad de respetar y comprender los derechos de los demás). Pero en los pseudo-reivindicadores, no habría verdadero delirio, ni desarrollo progresivo introduciéndose en un punto de partida único de naturaleza vesánica, al cual las personas vuelven siempre, ni habría incorregibilidad absoluta. Estos individuos son predispuestos patológicos, tienen una inclinación invencible hacia las peleas, pero sin asociación de delirio. El reivindicador, fuera de lo que concierne a su sistema delirante, perma- nece calmo y dispuesto a vivir tranquilo; el pseu- do-reivindicador se pelea siempre con todos. Sólo examinaremos en este párrafo los signos diferenciales que separan el delirio de reivindica- ción del delirio de interpretación. Las dos catego- rías de enfermos tienen puntos en común por la analogía de sus anomalías constitucionales; sin embar- go, los estigmas físicos y mentales de degeneración están mucho más marcados en el reivindicador; lo mismo sucede con los trastornos de la afectividad. Este último aparece sobre todo como un espíritu exaltado, imperiosamente dominado por su pa- sión; el interpretador como un espíritu falso, diri- gido por sus tendencias paralógicas. En el primero, no se descubre un tema deliran- te en desarrollo progresivo, sino una serie de pe- ríodos de excitación que sobrevienen cuando los hechos reales emocionan profundamente al sujeto. En el segundo, es una verdadera novela vesánica largamente preparada que se va agrandando a causa de la irradiación progresiva de la concepción pre- dominante y la proliferación de las interpretacio- nes delirantes. El delirio de reivindicación tiene como punto de partida una idea fija: el delirio de interpretación sólo llega secundariamente a la idea fija, luego de una lenta incubación. En numerosos casos, el reivindicador se distin- gue del interpretador con la misma facilidad que del alucinado. Cuando el interpretador se contenta con vivir su sueño delirante sin pasar a la acción, nunca se lo considerará como un reivindicador; esta asimilación se produce sólo si se convierte en un perseguidor. Pero, de la misma manera que no se piensa en describir aisladamente a los alucinados perseguidores, no se debe dar un valor esencial a las reacciones episódicas del interpretador. Este enfermo, en efecto, reacciona como un alucinado: cuando siendo injuriado, responde con una amenaza y aún, si su carácter lo predispone, puede llegar a ensañarse contra sus pretendidos enemigos. Obedece entonces a un móvil podero- so: defiende su honor, su libertad, su vida. Es por una causa fútil, por el contrario, que el reivindica- dor se desgasta en esfuerzos múltiples, sacrifica su honor, su libertad, su vida. La excitación del inter- pretador es siempre transitoria, a veces muy pasa- jera; la del reivindicador está siempre en primer plano, forma parte intrínseca de su anomalía. Aún cuando recupera la calma, el interpretador no aban- dona sus quimeras y fuera de los paroxismos inter- currentes establece la sistematización de su delirio. El reivindicador, por el contrario, reencuentra el sentido común desde el momento en que su pasión declina: con la mente fría ya no le divier- te más elaborar nuevas ficciones, ni reflexionar sobre los hechos pasados para encontrarles explicaciones fantásticas. Sería sorprendente que una persona lúcida, en conflicto con el mundo exterior, no interpretase a su manera, bajo la influencia de su idea obsesiva y de su estado pasional, los acontecimientos que lo afectan. Lo mismo sucede aún en estado normal, bajo la in- fluencia de estados emocionales. En caso semejante el reivindicador comete pues errores de juicio, pero estas interpretaciones falsas no sobrepasan un cierto límite: permanecen estrictamente circunscriptas al objetivo de sus afanes. Por ejemplo, en caso de per- der un juicio, acusa a jueces y abogados de parciali- dad o de corrupción, y al salir del tribunal, interpreta mal los gestos o lar palabras de los auditores. A veces, sus acusaciones tienen un carácter tal que no se sabría decir si dependen de la falsedad del juicio o de la mala fe. En suma, se mantiene siempre en el terreno de las realidades, mientras que el interpreta- dor se pierde cada vez más en el campo de las concepciones manifiestamente delirantes. El reivindicador, aún desnaturalizando los ac- tos de sus adversarios, como sucede en todos los estados pasionales, conserva la noción exacta del medio que lo rodea, no se deja llevar por ilusiones de falso reconocimiento, ni se desvía nunca hacia el delirio metabólico o palignóstico. No se lo ve tergiversar un incidente cualquiera ni interpretar erróneamente las conversaciones de la gente, los juegos o las canciones de los niños. Ignora las per- secuciones físicas y no atribuye a maniobras tene- brosas la menor de sus sensaciones. Tampoco tie- ne ideas de grandeza propiamente dichas; no se atribuye riquezas colosales, no reniega de su fami- lia, no se disfraza con títulos imaginarios, no se proclama rey. En el reivindicador están ausentes, en resumen, las interpretaciones múltiples que el interpretador hace a propósito de las más insignifi- cantes impresiones sensoriales, sensitivas o cenes- tésicas, actuales o pasadas. Comparemos por ejemplo las conclusiones que cada uno de estos enfermos saca de la lectura de los diarios. El reivindicador se conforma con subrayar y coleccionar noticias,artículos que se relacionan mu- cho o poco con su problema y, sin deformarlos, los toma como otros tantos argumentos a su favor: sin duda, los entiende mal algunas veces y no teme des- figurar a su arbitrio las prescripciones de la ley, ni tampoco crearse un código personal, siempre alrede- dor del sentido general del texto que estudia. Por el contrario, el interpretador no se preocupa en absoluto por la significación real de sus lecturas, porque para él es un juego el cambiarlas: puede ser un hecho policial anodino o un aviso o cualquier pasaje o una expresión banal el que llama su atención y a veces reúne en una frase enigmática para cualquiera que no sea él, palabras dispersas tomadas de varias colum- nas. Nunca el reivindicador dirá que tal diario, con una tirada de miles de ejemplares, fue impreso sólo para él o es imposible de conseguir para cualquier otra persona; el interpretador no dudará en formular con la mayor sangre fría y la más firme convicción una conclusión tan monstruosa. Tales diferencias pa- recen mostrar que se está en presencia de dos cate- gorías de enfermos profundamente distintos. Para captar bien estas diferencias, es importante no creer sinóni- mas las denominaciones delirio de reivindicación y locura de perseguidos-perseguidores. No será super- fluo, pera terminar, insistir aún sobre este punto. La mayoría de los individuos descriptos como perseguidores familiares no están afectados, según nuestra opinión, de delirio de reivindicación sino más bien de delirio de interpretación. El epíteto de “perseguidores” exclusivamente sintomático, sólo tie- ne en cuenta las reacciones. Hecha la abstracción de esta apariencia –sin valor nosográfico– el delirio de interpretación aparece en estos sujetos, con sus in- terpretaciones múltiples, su sistematización, su ex- tensión progresiva, ningún punto de partida exacto, ningún estimulante real, sino una serie de inferen- cias y deducciones basadas en hechos disfrazados. He aquí por ejemplo, una enferma que, gra- cias a varias frases escuchadas, a miradas signifi- cativas, a miles de detalles reveladores, se cree hija de un obispo y privada de una gran herencia por sus padres adoptivos: se irrita con ellos y ter- mina por pegarle un tiro a su padre. Es una perse- guidora familiar, pero es ante todo una delirante, y si sus recriminaciones no fueran injustificadas, su agresión sería tal vez explicable. La reacción es aquí, en cierta medida, proporcionada a lo exci- tante y se ve inmediatamente cómo difiere de la del delirio de reivindicación, donde un daño míni- mo pero real, tiene un eco exagerado en la activi- dad porque a esto se agrega una exaltación es- pontánea, independiente de este móvil. Traducción corregida por Silvia Salvarezza
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