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Sérieux y Capgras, Delirio de interpretación

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118 Q 
 
 Serieux et Capgras 
 
 Síntomas del delirio de interpretación 
 
 
 
 
 
I. Síntomas positivos.— A.Concepciones delirantes: variedades, grados de verosimilitud y 
sistematización; disimulación. B. Interpretaciones delirantes: 1. Exógenas o tomadas del 
mundo exterior. 2. Endógenas, tomadas: a) del estado orgánico; b) del estado mental. 
Interpretación de recuerdos: delirio retrospectivo. Transformación del mundo exterior; fal- 
sos reconocimientos. 
 
II. Síntomas negativos.— A. Estado mental: persistencia de la integridad de las facultades 
intelectuales y de los sentimientos afectivos. Lenguaje, escritos, conducta. B. Ausencia de 
trastornos sensoriales.— A veces alucinaciones episódicas: síntoma accesorio y transitorio. 
 
 
 
El delirio de interpretación se caracteriza por la 
existencia de dos órdenes de fenómenos en apa- 
riencia contradictorios: por un lado los trastor- 
nos delirantes manifiestos, por el otro una con- 
servación increíble de la actividad mental. En 
primer lugar síntomas positivos a través de las 
concepciones e interpretaciones delirantes; en 
segundo lugar síntomas negativos, a saber: inte- 
gridad de las facultades intelectuales y ausencia 
o escasez de alucinaciones. 
 
 
1. Síntomas positivos 
Las manifestaciones mórbidas del delirio de 
interpretación residen en las concepciones e in- 
terpretaciones delirantes. 
 
 
A. CONCEPCIONES DELIRANTES 
Con un breve examen, la naturaleza de las 
concepciones delirantes aparece como el síntoma 
principal y llama la atención el tema novelesco. 
Habitualmente encontramos ideas de persecu- 
ción y de grandeza, aisladas, combinadas o sucesi- 
vas. Las ideas de celos, místicas o eróticas son fre- 
cuentes. A veces se observan ideas hipocondríacas, 
excepcionalmente ideas de auto-acusación; más ra- 
ramente aún, ideas de posesión transitorias y sobre 
todo en los débiles. Nunca hay ideas de negación. 
En realidad, estas fórmulas delirantes no tie- 
nen más que un valor contingente; su descripción 
detallada vendrá en el próximo capítulo. Aquí, sólo 
indicaremos brevemente sus caracteres. 
Los rasgos comunes de las concepciones deli- 
rantes están relacionados con el estado mental ca- 
racterístico de los interpretadores, quienes saben 
defender sus ficciones a través de argumentos to- 
mados de la realidad. A veces quiméricas, por lo 
general se mantienen dentro del dominio de lo 
posible, de lo verosímil (provocaciones, perjuicios, 
robos, envenenamientos, etc...). No vemos inter- 
venir allí poderes sobrenaturales. 
La coordinación de estas concepciones en un 
sistema se efectúa de un modo muy variable: ya sea 
rápida o lenta, precisa y segura o rudimentaria y 
dubitativa, pobre o muy compleja. La falta de siste- 
matización proviene tanto de la abundancia de las 
interpretaciones que desorientan al enfermo como 
del carácter dubitativo de este último. En algunos 
casos se trata menos de convicciones delirantes pro- 
piamente dichas que de dudas delirantes (Tanzi): el 
hecho inverosímil es considerado no como seguro 
sino como posible. Volveremos sobre estas diferen- 
cias superficiales cuando estudiemos las variedades 
y la evolución del delirio de interpretación. 
En general, estas concepciones delirantes per- 
manecen secretas. La disimulación es tan frecuen- 
te que casi podríamos considerarla un síntoma. Si 
a veces se la ve en sujetos libres, es por así decir la 
regla entre los internados. El interpretador, descon- 
fiando del entorno y del médico no dice lo que 
piensa sino con reticencias y sobreentendidos. 
Habitualmente, en el período de internación 
hay un período de excitación con cierta locuaci- 
dad, pero pronto el enfermo se encierra en un 
 
 
 
semi-mutismo. Como además la conducta perma- 
nece correcta, esta disimulación se vuelve para 
el médico en una fuente de enormes dificulta- 
des, ya que puede durar mucho tiempo. Una 
mujer supo callar durante un año un delirio de 
grandeza, que sus escritos terminaron por reve- 
lar. Un perseguido interpretador de Séglas y Barbé 
no develó nada de su delirio durante cinco años, 
a pesar de interpretaciones activas. La disimula- 
ción de las ideas de grandeza es particularmente 
frecuente. A veces el paciente se calla, no por 
disimular, sino porque tiene conciencia de lo in- 
verosímil de su delirio: una megalómana, habien- 
do confesado finalmente ser cuñada del rey de 
Inglaterra, dijo: “¡No hablaré de eso, me tomarían 
por loca; es increíble!”. 
 
5. INTERPRETACIONES DELIRANTES 
 
 
Los interpretadores no inventan completa- 
mente los hechos imaginarios; no se trata de fic- 
ciones sin fundamento o ensueños de una fanta- 
sía enfermiza. Se conforman con desvirtuar, dis- 
frazar, o amplificar hechos reales: su delirio se 
apoya más o menos exclusivamente en los datos 
exactos de los sentidos y de la sensibilidad inter- 
na. Una mirada, una sonrisa, un gesto, los gritos 
y las canciones de niños, la tos y las esputacio- 
nes de un vecino, los cuchicheos de los que pa- 
san, pedazos de papel encontrados en la calle, 
una puerta abierta o cerrada, una nada sirve de 
pretexto a las interpretaciones. 
Cuanto más insignificante parece un hecho 
para el común de la gente, más penetrante les 
parece su perspicacia. Allí donde otros sólo ven 
coincidencias, ellos, gracias a su clarividencia in- 
terpretativa, saben desentrañar la verdad y las 
relaciones secretas de las cosas. Esta aptitud para 
adivinar alusiones escondidas, para comprender 
insinuaciones y palabras con doble sentido, para 
interpretar los símbolos, le confirma al enfer- 
mo lo correcto de su propia sutileza: “Yo com- 
prendo –asegura– lo que nadie comprende”. 
Desde este punto de vista, dos enfermos de 
Régis son paradigmáticos. “Yo siento –dice la pri- 
mera enferma– que es mejor vivir sola y alejada 
con esta penetración con la que mi estrella me 
dotó, que siempre me empuja a ir más allá para 
ver lo que hay detrás”. La segunda construye 
una historia a partir de cualquier cosa; las expre- 
siones “por lo que parece, por lo que entendí, 
tal como yo lo adiviné” vuelven a cada momento 
en la conversación. “Me alcanza –declara– una 
palabra para comprender todo lo que usted quiere 
desarrollar”. Ella siente la necesidad de dar ex- 
plicaciones a sus compañeros sobre cualquier 
cosa y luego, interpreta de tal o tal forma, aun- 
que no haya nada que pueda interesarle. 
Si la explicación es buscada en vano por el 
enfermo, esta dificultad misma suscita una nueva 
interpretación: se lo quiere embrollar, se actúa por 
caminos torcidos; sin su “cabeza firme” no llegaría 
a reconocerse. Esta tendencia al simbolismo se 
exagera a veces al punto de aparecer en el len- 
guaje y en la conducta. El sujeto emplea entonces 
frases con doble sentido, expresa su pensamiento 
en forma de retruécanos o jeroglíficos. Un perse- 
guido, luego de haber disparado con revolver a 
un individuo, coloca delante de la casa del herido 
(que para él estaba muerto) un “pedazo” de “aro” 
para indicar con ello: “El muerto era un tonto, así 
sirvo yo a los tontos” (Pactet). [El ejemplo sólo se 
entiende en francés por rima del mismo sonido 
entre tres palabras: “pedazo” = morceau; “aro” = 
cerceau, y “tontos” = sots] 
El campo de las interpretaciones es ilimitado. 
Si no se tomasen en cuenta los principales agen- 
tes que contribuyen a establecer, consolidar, am- 
plificar el delirio, el análisis de éste sería incom- 
pleto. Examinaremos: 1°) las interpretaciones e- 
xógenas, que tienen como punto de partida a los 
sentidos, el mundo exterior; 2°) las interpretacio- 
nes que tienen por fuente las sensaciones inter- 
nas, la cenestesia como también aquellas que uti- 
lizan las modificaciones psíquicas, los trastornos 
funcionales del cerebro, los estados de conciencia 
(Interpretaciones endógenas). 
1º) Interpretaciones exógenas: El máspeque- 
ño incidente de cada día sirve para las búsquedas 
del interpretador. Un empujón en la calle es el 
índice de una emboscada; una mancha en la ropa, 
el más evidente de los ultrajes. Si sus pantalones, 
zapatos, corbatas están rotos, es que están usados 
con “procedimientos sabios”. Si le rehúsan estre- 
charle la mano o bien se la estrechan fríamente, 
entonces recibe “saludos irónicos”. Si encuentra 
 
 
 
en su camino basura amontonada, es una alusión 
injuriosa. Nada escapa a su ingeniosidad: ¿qué 
significan todas las mañanas esas sábanas, esas 
frazadas rojas en las ventanas de los vecinos? ¿Y 
esas rasgaduras que descubre con lupa luego de 
un examen minucioso sobre sus fotografías? ¿Aca- 
so no es que se burlan de sus arrugas? A otro 
[paciente] se le habla de la operación de catara- 
tas: es que lo toman por un marido ciego. Se le 
pregunta si hay peces en los ríos de su país: es 
para insinuarle que él es una “caballa”. 
Las actitudes, los gestos, la mímica de los demás 
juegan un rol considerable. Dice uno: “¿Por qué la 
gente se rasca el ojo sino para decirme que soy 
ciego?”. (...) Para aquella [mujer], los brazos cruzados 
significan que su hijo está vivo; si uno se rasca la 
frente se hace alusión al señor X.; si uno se toca la 
nuca se trata del señor Y.; bostezar, un juego con los 
dedos sobre la mesa son actos provocativos. (...) 
Una enferma de Deny y de Camus se aprendió de 
memoria un pequeño libro análogo a la Clave de 
los sueños, en el cual se le atribuye una significa- 
ción particular a todos los objetos usuales: alfiler es 
injuria; paraguas es protección; escoba es cambio, 
etc...; así construyó un lenguaje simbólico. 
Los índices más leves provocan conclusiones 
extraordinarias: una joven cree ser mirada muchas 
veces por una actriz, luego está persuadida de ser la 
hija de esta actriz. Algunos delirios sistematizados 
eróticos reposan casi exclusivamente sobre la su- 
puesta significación de movimientos fisonómicos; 
muchos enamorados de artistas líricos interpretan 
de esta manera a su provecho las actuaciones. 
Como vemos, se trata de un verdadero deli- 
rio de significación personal: tua res agitur, tal 
podría ser el lema del interpretador, se ha dicho. 
Las investigaciones de los enfermos se ex- 
tienden a veces a eventos importantes: tristezas 
cotidianas, duelos, malos negocios. Atribuyen la 
muerte de un pariente a un envenenamiento o 
un crimen. La especialidad de algunos es la ac- 
tualidad importante: sus cartas a los ministros y 
soberanos tienen una influencia decisiva en la 
diplomacia; gracias a sus consejos se firmó la paz 
entre Rusia y Japón; para ayudarlos es que el rey 
de Inglaterra hace muchos viajes. 
No hay signo simbólico más importante para 
estos sujetos que la palabra; palabra y escritura 
son una de las fuentes inagotables del “delirio de 
extrospección”. Frecuentemente, el interpretador 
se contenta con apropiarse de los gritos de la 
calle: “¡Eh, excitado!”, “¡tonto!” (...) Joffroy insis- 
tió muchas veces en este punto: a las preguntas 
estos enfermos responden con frecuencia: “me 
lo dijeron”, y es exacto. Que no se enteren de 
que se los considera unos alucinados, ya que 
nada les molesta más, nada les hace dudar tanto 
de la buena fe del médico. Una frase, por anodi- 
na que fuese, alcanza para hacer surgir las supo- 
siciones más audaces. “Seguramente que ella lo 
conoce”, se le dice a una enferma mostrándole 
un retrato; el de su padre –dirá ella– con seguri- 
dad un monarca poderoso (...) Diálogos enteros, 
con el sentido cambiado, provocan concepcio- 
nes delirantes. Una enferma escucha a su madre 
y su tío murmurar esto: “Llegamos demasiado 
tarde, el testamento ya estaba hecho... Sí, si ella 
no muere, es mal negocio para nosotros...”. Estas 
palabras se graban en su memoria, y uniéndolas 
a la muerte reciente de un obispo, ella concluye 
que es hija de este obispo, y que sus supuestos 
padres quieren matarla para quitarle su herencia. 
A veces la expresión percibida toma un sen- 
tido emblemático: verdaderos juegos de palabras 
constituyen otros argumentos para el interpreta- 
dor. Gallo significa orgulloso; pera, imbécil (...); 
se le ofrece arroz, “se ríen de él” [la homofonía 
significante sólo se entiende en francés, entre riz – 
arroz– y rit –del verbo reír– que se pronuncian 
igual, en el original es: on lui offre du riz, on se rit 
de lui]; se le da un metro: ¿será que él mismo es 
un amo? (...) [igual que en el ejemplo anterior, 
suenan igual métre - metro y maître - amo- ] (...) 
Estas interpretaciones basadas en similitudes 
de sonidos, sobre aproximaciones, retruécanos, son 
bastante características. Ellas utilizan hasta los nom- 
bres propios de las personas del entorno. Una de 
nuestras pensionadas (...) [dice:] “mi marido me 
decía con frecuencia que yo escuchaba «voces», y 
luego me doy cuenta de que una enfermera es 
originaria de la Saboya [la homofonía aquí es en- 
tre voix –voces– y Savoie –Saboya–]. 
La escritura manuscrita sirve también de pun- 
to de partida de muchas interpretaciones. El giro 
de las frases, los trazos de las letras, una palabra 
subrayada, las faltas de ortografía, la puntuación, 
 
 
 
la rúbrica de la firma, cualquier cosa levanta 
sospechas. (...)[Un enfermo] encuentra un punto 
demasiado grande al final de la frase: eso equi- 
vale para él a una negación, una retracción de 
la frase benevolente. 
La lectura de los diarios provee de innumera- 
bles datos. Los enfermos encuentran en los artícu- 
los alusiones personales; sucesos y crónicas na- 
rran su propia historia; algunos creen mantener 
una correspondencia a través de los anuncios. Los 
famosos publican bajo nombres falsos los retratos 
de sus enemigos: uno de nuestros pensionados 
toma los retratos del rey y la reina de Italia por los 
de su mujer y un supuesto amante. (...) Un perió- 
dico importante reproduce una mezquita con tres 
puertas, lo que indica las tres salidas de la enfer- 
ma de tres establecimientos (...). 
Finalmente, para algunos la cosa se compli- 
ca: la lectura de los diarios o cartas sirven para 
descifrar enigmas muy complejos, “verdaderos 
enigmas”, “jeroglíficos interesantes”. Ellos expli- 
can, comentan, traducen en un lenguaje claro 
fórmulas criptográficas. Este desciframiento pa- 
rece realizado con un procedimiento análogo al 
de las grillas criptográficas que, aplicadas sobre 
un texto, esconden ciertas palabras y sólo per- 
miten ver las partes descubiertas que son las 
que sirven para componer la frase secreta. Así, 
nuestra enferma separa palabras, sílabas y letras 
en un artículo cualquiera, por medio de las cua- 
les intenta reconstituir el sentido oculto del tex- 
to. Por ejemplo, en una frase de una carta de su 
madre: “a vos no te gusta que se te hable del 
tiempo, pero nosotros no podemos evitarlo. En 
esta estación en la que tendríamos que salir sin 
miedo...”, ella lee agrupando las palabras su- 
brayadas: “En este hospital psiquiátrico de don- 
de deberíamos salir” 
[El ejemplo es inentendible en español; en el 
texto francés dice la carta de la madre: tu n’aimes 
pas qu’on te parle du temps, mais on ne peut faire 
autrement. Dans cette saison oú on devrait sortir 
sans crainte... En negrita inclinada están las pala- 
bras que la paciente elige usar para armar otra 
frase: Dans cette maison oú on devrait sortir 
sans crainte, que significa lo ya señalado: “En 
este hospital psiquiátrico de donde deberíamos 
salir”] (...) Cuando [esta] madre (por quien ella se 
siente perseguida) le escribe “Tú te olvidas de tí 
misma”, ella concluye que su madre le aconseja 
suicidarse: “¡Mátate!” [Igual que el ejemplo ante- 
rior, la paciente subraya dos palabras y una letra 
de una palabra y construye otra frase; en fran- 
cés, la madre: Tu oublies toi méme, y ella for- 
ma –en cursiva–: Tue - toi!, que es: “¡Mátate!](...) 
Algunos interpretadores llegan incluso a de- 
cir que se imprime un número especial de un 
diario para ellos. Un enfermo Legrain escribe: “En 
junio de 1900, aunque estaba abonado al Matin, 
recibí de pronto una serie de números donde me 
decían claramente que yo era el emperador de 
Alemania” (...). 
 
 
2. INTERPRETACIONES ENDÓGENAS: A) 
INTERPRETACIONES TOMADAS DEL ESTADO ORGÁNICO 
 
 
A las innumerables causas provenientes del 
mundo exterior vienen a sumarse las sensaciones 
internas. La introspección somática (Vaschide y 
Vurpas) no es a veces sino la expresión de un 
delirio de interpretación. 
Por lo general, el enfermo no apoya sus de- 
ducciones sobre ningún trastorno mórbido, sino 
solamente, como lo subrayan los autores citados, 
sobre la observación minuciosa de su organismo 
“que les hace considerar patológicas ciertas cons- 
telaciones que él no había hecho hasta ese mo- 
mento, tan sólo porque no las había buscado”. 
Fenómenos fisiológicos, fatiga, erección...) sirven 
de punto de partida para interpretaciones. Uno de 
nuestros perseguidos imputa a la intervención del 
médico las “picazones”, o “los movimientos des- 
ordenados” que siente en los miembros. Si des- 
pués de haber leído su diario está cansado, es 
porque se lo hipnotiza; sus erecciones nocturnas 
provienen de los ingredientes que se le hace ab- 
sorber sin que él lo sepa, etc... Una mujer explica 
las crisis clitoridianas que siente por una influencia 
extranjera oculta; acusa a diversos personajes de 
intervenir a distancia sobre sus órganos genitales. 
Algunos atribuyen los trastornos provocados 
por la neurastenia a un envenenamiento, la tuber- 
culosis, la dispepsia, la enterocolitis, etc... Con 
ocasión de una complicación gástrica, tal sujeto se 
cree “embebido de arsénico”. Otro escribe: “A 
veces por la noche, me despierta una sensación 
 
 
 
indescriptible, como la corriente de un fluido 
que se hubiese ensañado en golpearme la fren- 
te, la sien, la parte superior del cerebro; el re- 
sultado de esta sensación tan penosa se resu- 
me a través de punzadas torturantes e insopor- 
tables zumbidos en la oreja... Podría definir este 
martirio así: plomo fundido o cal viva derrama- 
dos en las venas. Es sobre todo por la mañana o 
al dejar la mesa que los actos de crueldad im- 
placable se encarnizan”. Sacudimientos muscu- 
lares, estremecimientos, calambres, son consi- 
derados como corrientes eléctricas. El insomnio 
o un sueño profundo, la somnolencia, todos son 
causados por drogas. Cuando tuvo una angina, 
un enfermo escribió: “En este momento soy víc- 
tima de los procedimientos más violentos en la 
garganta, sobre las amígdalas; ellas se inflaron 
sabiamente”. Y agrega: “Se hace que mis cabe- 
llos caigan cuando me peino; el peluquero me 
lastimó la cara esta mañana y me arrancó pelos: 
parece ser que es para hacerme envejecer; mis 
cabellos son grises como los de un viejo; me 
aflojan los dientes para que no pueda masticar; 
la sangre está viciada y aparecen eczemas por 
causa de maniobras infames... Gracias al des- 
pliegue de mi ciencia personal y de la robustez 
de mi constitución [es] que logro conservar in- 
tactas mis fuerzas físicas e intelectuales”. 
Las mujeres explican sus trastornos menstrua- 
les y los accidentes de la menopausia por la in- 
tervención de sus enemigos. Tal enferma, ha- 
biendo llegado a la edad crítica, atribuye a cho- 
rros de fluido sus accesos de calor y su alter- 
nancia de rubor y palidez: le “arrugan la piel”, 
se la “vuelve amarilla”, se le “deforman las me- 
jillas”. Los tres puntos dolorosos de su neuralgia 
facial se deben a tres granos de plomo tirados 
allí, mientras dormía. 
 
B) INTERPRETACIONES TOMADAS DEL ESTADO MENTAL 
Algunos estados de conciencia, algunos tras- 
tornos funcionales psíquicos sirven de alimento a 
las interpretaciones (delirio por introspección men- 
tal de Vaschide y Vurpas). Algunos enfermos se 
sorprenden al ser asaltados por pensamientos inu- 
suales, o bien observan una relación entre estos 
pensamientos y los hechos concomitantes. Uno 
de ellos pensaba en el mariscal de Biron, un 
traidor nacido en su país, cuando su hermano 
entra en el mismo momento: entonces su herma- 
no lo traiciona, es el amante de su mujer. (...) 
Otro enfermo se sorprende de las confe- 
siones extraordinarias que él hace a sus pa- 
dres; es preciso que a través de “finos proce- 
dimientos” se lo obligue a “develar su espí- 
ritu”. Algunos buscan incluso una causa a sus 
sentimientos: tal sujeto, sorprendido de no ex- 
perimentar ningún afecto por su madre, llegó 
a la conclusión que no era su hijo. 
Son interpretadas hasta las manifestaciones 
por emociones, fatiga, agotamiento nervioso. Uno 
de nuestros enfermos (...) no puede concebir su 
pusilanimidad: se proyectan sobre él rayos espe- 
ciales que tienen la propiedad de dar la ilusión 
del miedo. “¿Por qué soy irascible, nervioso, ex- 
citado o bien atontado, lelo, incapaz de decir 
nada? ¿Cómo es que algunos días escribo con di- 
ficultad como si me retuviesen la mano? ¡A 
veces, yo, profesor, cometo errores de ortogra- 
fía! ¿Se trata de hipnotisno, sugestión? Otras ve- 
ces no puedo quitar mi mirada de las lámparas 
eléctricas. ¿Por qué un día yo di vueltas alrede- 
dor de un pozo y me sentía empujado a tirar- 
me? ¡Con seguridad [es] magnetismo! 
Algunos interpretan trastornos neurasténicos 
o psicasténicos.(...) 
En otros casos, los episodios delirantes agu- 
dos (estados de depresión, accesos alucinatorios, 
etc...) que aparecen a veces durante el delirio de 
interpretación, son considerados por el sujeto mis- 
mo como accesos de locura, pero los atribuye a 
un envenenamiento o sugestiones. 
Algunos llegan incluso hasta interpretar su 
delirio retrospectivo: no es natural recordar así el 
más mínimo suceso del pasado; se actúa sobre 
ellos para que puedan acordarse de los pecados 
más ínfimos. 
Por último, cierto número de concepciones 
delirantes toman prestado quimeras a los sueños 
del sueño normal, aceptadas sin modificación o 
desvirtuadas. Un místico justifica su pedido de la 
Tiara por los terrores nocturnos de su infancia; 
predice los acontecimientos políticos por haber- 
los visto en sueños.(...) 
 
 
 
INTERPRETACIÓN DE RECUERDOS 
 
 
La observación del momento presente, la 
interpretación de los hechos actuales no es su- 
ficiente para los enfermos. Empujados por la 
necesidad de encontrar nuevos motivos a sus pa- 
decimientos, o de satisfacer mejor su orgullo, ex- 
cavan en lo más lejano de su memoria; la revivis- 
cencia de antiguos recuerdos provee un amplio 
material para los errores de juicio (delirio retros- 
pectivo). Uno de ellos se pregunta si es “por ha- 
ber guardado, como a pesar suyo, estampillas hace 
veinte años que lo molestarán durante toda su 
vida”. Algunas frases insignificantes, pronuncia- 
das hace mucho tiempo, vienen a confirmar los 
propósitos de hoy, aclarar los sobreentendidos. 
Reflexiones pueriles de la infancia, pequeños 
cumplidos, caricias o reprimendas toman de pron- 
to una significación precisa. (...) 
En esta investigación retrospectiva, la inter- 
pretación juega todavía un rol predominante, pero 
no es la única en cuestión. Las ilusiones, la falsifi- 
cación de recuerdos deben tenerse en cuenta. Sin 
duda que la trama del delirio retrospectivo impli- 
ca algunos hechos exactos, pero los adornos son 
en gran parte obra de la imaginación. Un paranoi- 
co de Bleuler construyó su delirio únicamente so- 
bre ilusiones de la memoria: éstas no se produje- 
ron sino bastante tiempo después del hecho real, 
un año incluso. Un enfermo de Kraepelin dibuja- 
ba con detalles el castillo de su padre del cual 
afirmaba que había sido ministro de finanzas de 
Hanovre; cuando se le probó que nunca había 
habido tal nombre como ministro, sostenía que se 
habían destruido todoslos archivos de Hanovre 
con malevolencia, y que se habían sustituido con 
otra impresión de documentos falsos. 
 
 
TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO EXTERIOR 
Entrenados durante años en esta gimnasia es- 
pecial del espíritu, los enfermos hacen progresos 
sorprendentes en el arte de interpretar: su perspi- 
cacia se agudiza y adquiere una penetración singu- 
lar. Al final, a través de la deformación sistemática 
de los hechos llegan a una concepción delirante 
del mundo exterior. El interpretador ya no ve 
nada bajo el sentido común; todo le parece extra- 
ño, vive en un medio ficticio desde el cual son 
rechazadas las explicaciones naturales. “Es el 
mundo al revés”, dice uno; “es un laberinto de 
sobreentendidos”; “qué gran comedia, cada uno 
juega bien su rol, hay que tener la cabeza bien 
puesta para no volverse loco”. Todo lo que se 
realiza a su alrededor es artificial, ilusorio, prepa- 
rado; hasta el calendario se vuelve engañoso. En- 
tonces se producen errores de personalidad, fre- 
cuentes falsos reconocimientos: el entorno está 
vestido de nombres fingidos reales o ficticios. Una 
hija cree reencontrar a su madre en una de sus 
compañeras. Una madre no reconoce más a su 
hija ya que afirma haber sido cortada en pedazos. 
 
II. Síntomas negativos 
 
 
La extravagancia de ciertas interpretaciones, 
la paralógica flagrante de los enfermos, dejaría su- 
poner en ellos la existencia de un debilitamiento 
intelectual. Esta impresión desaparece si uno aban- 
dona el terreno del delirio. 
Uno se encuentra a veces en presencia de una 
gran inteligencia, y la misma persona que se mos- 
traba manifiestamente alienada, aparece lúcida y 
razonable. La ausencia de trastornos graves de la 
vida intelectual o de la vida afectiva, la falta o 
escasez de trastornos sensoriales, constituyen dos 
1 
caracteres importantes del delirio de interpretación. 
 
 
A. ESTADO MENTAL 
 
 
En el interpretador existe sin duda una consti- 
tución especial cuya fórmula trataremos de dar: 
hipertrofia e hiperestesia del yo, falla circunscrip- 
ta de la autocrítica; pero se trata allí más bien de 
condiciones del desarrollo de la psicosis que de 
síntomas que la revelan. ¿Debemos admitir una 
disminución psíquica congénita que predispon- 
dría a las interpretaciones erróneas? Nosotros no 
lo pensamos así. Encontramos en estos sujetos, 
 
 
 
 
1. Entre los signos negativos, notemos además la ausencia de 
sintomas físicos que encontramos en muchas enfermedades men- 
tales: ni insomnio, ni cefalalgia, ni trastornos somáticos que indi- 
can autointoxicación; no hay adelgazamiento, ni temblores o tras- 
tornos pupilares. Es sin duda, un delirio “esencialmente psicológi- 
co”, para emplear la expresión de Lasègue a propósito del delirio 
de persecución. 
 
 
 
como en los no delirantes, grados muy diferen- 
tes de desarrollo intelectual, desde los débiles 
hasta inteligencias superiores. Las concepciones 
delirantes, si se analizan, tienen claramente el 
carácter de ideas fijas, predominantes; sin em- 
bargo, incluso en la exposición de trastornos 
vesánicos más característicos, se nota la persis- 
tencia de la actividad de los centros corticales 
superiores. La interpretación falsa aparece exa- 
gerada, extravagante pero raramente absurda; a 
veces se mantiene verosímil. 
La aparición del delirio no modifica nada la inteli- 
gencia. No hay ni trastorno de la conciencia, ni con- 
fusión en las ideas, tampoco alteración general de 
las facultades silogísticas; el sujeto aprecia exacta- 
mente los hechos que no pone en relación con sus 
preocupaciones mórbidas. Su memoria permane- 
ce fiel: no olvida nada de las cosas adquiridas con 
anterioridad y sabe sacar provecho de ello; a ve- 
ces incluso puede citar una cantidad de datos y 
nombres propios con una rapidez y una precisión 
cercanos a la hipermnesia, que lo seducen a él 
mismo. “Por momentos, dice uno de nuestros enfer- 
mos, mi memoria toma una agudeza sorprendente: 
veo en el pasado las cosas más pequeñas, detalles 
en los que no pensaba hace mucho tiempo”. 
Haciendo abstracción de las concepciones 
delirantes, los juicios de los interpretadores per- 
manecen sensatos, sus apreciaciones con fre- 
cuencia justas. Algunos son finos observadores, 
cáusticos e irónicos, escribiendo de una forma 
agradable, a veces mordaz. La capacidad profe- 
sional permanece intacta: uno de nuestros pen- 
sionados sigue dirigiendo una importante casa 
industrial, se lo consulta cada vez que hay que 
tomar una decisión. Algunos son capaces de 
adquirir nociones nuevas; aprenden la jurispru- 
dencia, la mecánica, lenguas extranjeras, hacen 
trabajos científicos o literarios. 
Esta vivacidad en la inteligencia se manifiesta 
en la defensa de sus convicciones delirantes. Con 
frecuencia, el interpretador despliega en ella to- 
dos los recursos de una dialéctica cerrada. Avanza 
de deducción en deducción, confiando en el valor 
de sus silogismos cuyas premisas son aportadas 
por el incuestionable testimonio de los sentidos. 
Todo se relaciona, todo se encadena en su histo- 
ria, ningún detalle es superfluo para él. Si se lo 
contradice, se detiene con aire sorprendido, pre- 
guntándose si uno es sincero. Acumula prueba 
sobre prueba, tiene para cada objeción una res- 
puesta siempre lista, sabe replicar a los argu- 
mentos. Cita datos, precisa los puntos más pe- 
queños, aporta declaraciones confirmatorias, plan- 
tea dilemas, se adueña del hecho más pequeño 
para emplearlo habitualmente para su causa. Re- 
curre a las informaciones de su entorno, de su 
familia, subyugados con frecuencia por el vigor 
de sus razones. “¿Me quieren hacer pasar por un 
alucinado? ¡Nunca deliré y nunca voy a hacerlo! 
Todo lo que afirmo es exacto: las pruebas exis- 
ten. Si mi historia puede parecer extraordinaria, 
todo lo que yo cuento es sin embargo verdad!”. 
Si se le resiste más abiertamente, si se trata de 
hacerle ver apenas sus errores, pone la sonrisa 
irónica de alguien cuya convicción, que se sos- 
tiene de hechos indudables, es y permanecerá 
inquebrantable. Termina por cerrar la controver- 
sia entrando en un mutismo de desprecio, o bien, 
atribuyendo la vivacidad de su interlocutor a un 
móvil interesado por lo cual lo pone de ahí en 
más, entre sus enemigos. Entonces, toda discu- 
sión con el interpretador es en vano; por lo co- 
mún irrita, jamás persuade. 
Los sentimientos afectivos no presentan nin- 
gún trastorno primitivo. Los enfermos conservan las 
mismas relaciones con sus padres, amigos y todas 
las personas que engloban su delirio. El amor pro- 
pio, el sentimiento de la dignidad para nada es alte- 
rado. Una vez internado, el sujeto es sensible a los 
cuidados que se tienen por él. “El paranoico”, dijo 
Tanzi, “no siempre es un hombre de acción sino 
que siempre es un hombre de carácter”. Los senti- 
mientos éticos, estéticos y religiosos persisten sin 
alteración. El humor varía, como en cada uno de 
nosotros, según las circunstancias o el estado orgá- 
nico; él refleja además el color que toman las ideas 
delirantes: expansivo en ciertos casos de megalo- 
manía; triste y acrimonioso en los perseguidos. Pero 
no hay nada comparable a la depresión o a la eufo- 
ria, tan frecuentes en las otras psicosis. 
Esta mezcla de razón y de sinrazón, este con- 
traste notado en las antiguas descripciones de 
los “delirios parciales”, de la “locura razonante”, 
no se observa en ningún lado con tanta fuerza como 
en el delirio de interpretación. Se lo encuentra en 
 
 
 
el lenguaje, los escritos y la conducta de los 
enfermos. 
En general, la conversación de los interpreta- 
dores, muy variable según su educación anterior, 
es fácil, con frecuencia impregnada de cierto refi- 
namiento, apuntando a la elegancia y a veces al 
énfasis. Algunos hablan con una abundancia pro- 
lija: es un flujo de palabras inagotable; todoel 
tiempo tienen incidentes sin que pierdan por eso 
el hilo de las ideas, y uno se sorprende de verlos 
orientarse en ese laberinto de hechos: agotan al 
oyente mucho más rápido de lo que ellos mismos 
se cansan. Algunos tienen un lenguaje medido o 
son de pocas palabras, juzgando inútil detallar acon- 
tecimientos conocidos universalmente. Todos sa- 
ben sostener una charla sin relación con su deli- 
rio; hay algunos que tienen réplicas divertidas, 
expresiones humorísticas. No los vemos interrum- 
pirse bruscamente en medio de una frase para 
interpelar un individuo imaginario o responder- 
le, como lo hacen los alucinados. Nunca notamos 
verbigeración, o la “ensalada de palabras” de los 
dementes precoces. Las estereotipias verbales, 
los neologismos, son raros. 
A los escritos de los interpretadores se apli- 
can las mismas constataciones negativas: las cons- 
trucciones gramaticales no son incorrectas, hay au- 
sencia de verbigeración, de estereotipia verdade- 
ra, de neologismos, de signos cabalísticos, de fór- 
mulas de hechizo o de exorcismo. La escritura es 
correcta, sin trastornos gráficos elementales, no 
recargada, sin exageración de palabras subraya- 
das. Los enfermos no se adueñan de papeluchos 
para escribir en ellos frases insignificantes o ideas 
delirantes en todos los sentidos. Su estilo, reflejo 
de su lenguaje y estado mental, no presenta nada 
anormal; éste varía solamente de acuerdo a la 
educación y la cultura. 
Estos escritos impresionan a veces muy fuer- 
temente a los padres, los magistrados, administra- 
dores, que no conciben que un alienado pueda 
escribir tan correctamente, incluso además de un 
modo literario. Legrand du Saulle subraya que 
ciertas denuncias son redactadas “en los térmi- 
nos más fríos, más medidos, más pérfidos. Fre- 
cuentemente tienen una apariencia de sinceridad 
y un aire de verosimilitud que de entrada po- 
drían imponerlos”. 
Algunos interpretadores son grafómanos que 
todos los días cubren con tinta una decena de 
páginas, envían cartas a todos lados (cartas a ve- 
ces estereotipadas) y creen tener comunicantes 
en toda Europa. Con la misma abundancia de de- 
talles exponen sus dolencias al Presidente de la 
República, a los embajadores, a los ministros o a 
sus amigos. En general, redactan e incluso llegan 
a veces a imprimir memorias, “confesiones” a me- 
nudo muy interesantes desde todo punto de vista. 
Notemos que estos grafómanos no son siem- 
pre los más locuaces. Algunos incluso sólo deli- 
ran en sus escritos y saben ocultar todas sus con- 
cepciones vesánicas en los interrogatorios mejor 
dirigidos o en las conversaciones más insidiosas. 
Una inglesa de nuestro servicio, grafómana infa- 
tigable, de quien casi no se le puede sacar pala- 
bra, escribe al Presidente de la República: “Pido 
saber por qué estoy detenida por Francia; si es 
porque me ofrecieron la corona de las islas britá- 
nicas ¿Concierne eso a Francia? Pido ser tratada 
como una prisionera de Estado, envíenme al cas- 
tillo de Fontainebleau”. 
Muchos enfermos cultos, con pretensiones li- 
terarias exageradas, componen obras que no du- 
dan en considerar obras maestras. Poetas tampo- 
co faltan: sus poesías, más o menos bien hechas 
según sus aptitudes, pueden no tener ninguna 
relación con el delirio; a veces por el contrario 
son su expresión. 
El aspecto exterior, la actitud, no presentan 
nada anormal. No hay trastornos de la mímica in- 
voluntaria o emotiva (no más por otra parte que 
de la mímica voluntaria). Como dice Drommard: 
“la mímica permanece perfectamente normal en 
tanto función... ella se mantiene adecuada a las 
emociones que exterioriza... ella es exactamente 
lo que sería en un sujeto sano con el mismo esta- 
do de ánimo... La desconfianza del perseguido, el 
orgullo del megalomaníaco... en una palabra to- 
dos estos estados de ánimo, no tienen una ex- 
presión mímica diferente de la que traduciría sen- 
timientos análogos de un sujeto normal”2. Enton- 
ces, la fisonomía refleja las preocupaciones del 
 
 
 
2.. Dromard, Ensayo de clasificación de los trastornos de la mími- 
ca en los alienados, Journal de Psychologie, enero 1906. 
 
 
 
sujeto. Ella es según el caso, resignada o descon- 
tenta, seria o sonriente, altanera o afable, inquie- 
ta y crispada o calma y serena. A veces, cuando 
el sujeto expone sus interpretaciones, su fisono- 
mía toma una expresión maligna, guiñe el ojo 
con aire de entenderlo todo y con la satisfacción 
de haber desbaratado todas las artimañas y ser el 
único en adivinar las alusiones secretas. 
La conducta de estos enfermos, su manera de 
comportarse en la vida cotidiana, está bajo la de- 
pendencia de su carácter anterior. Es decir, que 
aún aquí encontramos sobre todo síntomas nega- 
tivos. La actividad motriz no está alterada: ni tras- 
torno de la voluntad susceptible de influenciar la 
manera de actuar, ni abulia, ni impulsiones; tam- 
poco se observan estereotipias de actitud o ges- 
to, estos trastornos catatónicos o este manieris- 
mo frecuentes en los dementes precoces. Las 
manías o los tics sólo testimonian a favor de una 
tara degenerativa. El aspecto también es normal. 
La vestimenta no llama para nada la atención; a 
lo sumo encontramos cierto refinamiento, algo 
original en el vestuario, excepcionalmente excen- 
tricidades; casi no se ven adornos y condecora- 
ciones salvo en los débiles, e incluso lo hacen 
con discreción; no tienen esa locura de ostenta- 
ción de los dementes megalómanos. Calmos, lim- 
pios, reservados, higiénicos, se interesan en el 
entorno, en los hechos cotidianos, políticos u 
otros; adoran leer, ocuparse de varios trabajos. 
Los interpeladores pueden vivir mucho tiem- 
po en libertad, despertando la atención sólo a 
través de raras extravagancias incomprensibles 
para el entorno. Sin embargo algunos, rápidamen- 
te agresivos, se entregan a la violencia. Estas re- 
acciones, consecuencia de las ideas delirantes y 
del carácter anterior, contrastan por su singulari- 
dad en una vida que hasta allí fue normal. Su 
estudio se hará en el próximo capítulo. 
 
B. Ausencia de trastornos sensoriales 
 
A grandes rasgos, podemos decir que lo que 
caracteriza el delirio de interpretación es la ausen- 
cia de trastornos sensoriales. Sin embargo, en 
algunos casos hay alucinaciones: pero ellas no 
aparecen si no con intervalos distanciados, sólo 
juegan un rol secundario en la elaboración del 
delirio y no tienen influencia sobre su evolu- 
ción. Para nada es así en otras psicosis 
sistematizadas en donde estos trastornos dirigen 
la escena mórbida. 
En otros casos, podríamos confundir algunos 
interpretadores con alucinados, en razón de su ma- 
nera de expresarse que se presta al equívoco: mu- 
chos son los que, interpretando palabras o frases 
realmente percibidas, declaran que se los injuria 
en la calle; ya hemos señalado esta causa de error. 
 
ALUCINACIONES EPISÓDICAS 
 
 
En algunos se observan trastornos sensoriales 
auditivos, en realidad escasos, pero existen con 
certeza ¿se trata de alucinaciones? En general pen- 
samos que son ilusiones. En efecto los enfermos 
no escuchan “voces” en la soledad de su habita- 
ción, no dicen que se les habla a través de los 
muros o por teléfono. En la inauguración de una 
estatua, una enferma escucha que la llaman tres 
veces por su nombre; en la calle los pasantes 
gritan a alguien: “¡Date vuelta!”; para esta última 
se proclamaba en medio de la gente : “¡Ahí está 
nuestra reina!”. Por el contrario, a veces la aluci- 
nación aparece en el silencio de la noche, pero 
su aparición está subordinada, subraya Tanzi, a 
una emoción intensa, como en la gente normal, o 
bien está ligada al miedo, al fanatismo, a la aten- 
ción expectante. Esta alucinación auditiva se re- 
duce siempre a una palabra o frase breve. 
Acaso no le pasa a ciertos obsesivos e inclusoal hombre “normal”, que en medio de una medita- 
ción o bajo influencia del cansancio escuchan una 
palabra con claridad, o un llamado. Lo mismo pue- 
de producirse en nuestros enfermos como eco de 
preocupaciones delirantes. Es un síntoma aislado, 
estamos lejos de un delirio con base alucinatoria. 
En muy pocos casos encontramos alucinacio- 
nes psicomotrices verbales, “voces interiores”. Dos 
de nuestros pensionados declaran tener, uno “pen- 
samientos extraterrestres”, el otro “inspiraciones an- 
gelicales”, un tercero a veces habla de “comunica- 
ciones magnéticas” que parecen más bien fenóme- 
nos de intensa representación mental. Si admiti- 
mos que las alucinaciones psíquicas no son sino 
la interpretación delirante del lenguaje interior, es 
decir “consisten en pensamientos de los que el 
 
 
 
enfermo desconoce el origen personal y que atri- 
buye a una influencia exterior” (Francotte), nos ex- 
plicamos su posible existencia en nuestros sujetos. 
Las alucinaciones y las ilusiones de la vista pa- 
recen de excepción, salvo en los místicos. Nosotros 
sólo observamos un ejemplo, y además se trata 
de una alucinación hipnagógica, unos años an- 
terior a la sistematización del delirio, pero que 
ejerció una influencia considerable sobre éste. 
Nuestro enfermo, sentado en su escritorio a la 
noche, vio surgir un fantasma vestido de blanco 
delante de él. Tiempo después se convenció 
de que la Virgen se le había aparecido y lo 
había elegido para salvar a Francia, por eso las 
persecuciones de los alemanes. 
Las alucinaciones –o más bien las ilusiones– 
del gusto y olfativas son tan escasas como las de 
la vista. No se observan estos trastornos de la 
sensibilidad general que a veces son tan inten- 
sos en los perseguidos alucinados. 
En general, el rol de las alucinaciones en el 
delirio de interpretación permanece entonces nulo, 
a veces borrado, siempre efímero: se trata por lo 
tanto de un síntoma episódico y secundario. 
Sin embargo, en algunos casos aumenta la 
repercusión del delirio sobre los centros sensoria- 
les; las alucinaciones (sobre todo las del oído) in- 
tervienen de forma más activa aunque intermiten- 
te. Para terminar, pueden aparecer accesos aluci- 
natorios cortos, con o sin confusión: es entonces 
una verdadera complicación. Estudiaremos estos 
casos ulteriormente. 
 
Traducción: Adrián Liebesman 
 
 
 
 
 
 
 
128 Q Síntomas del delirio de interpretación 
Serieux et Capgras 
 
El delirio de la reivindicación 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Definición 
 
 
 
El delirio de reivindicación fue descripto en el 
extranjero con el nombre de locura de reivindica- 
ción o posesiva, y en Francia con el de locura de 
los perseguidos-perseguidores. Estos términos tie- 
nen una significación menos precisa que la que le 
atribuimos a la expresión “delirio de reivindica- 
ción”. Creemos, efectivamente, que los reivindica- 
dores constituyen una categoría de personas neta- 
mente circunscripta y muy diferenciada del grupo 
de los interpretadores. 
El delirio de reivindicación es una psicosis 
sistematizada, caracterizada por el predominio ex- 
clusivo de una idea fija, que se impone al espíritu 
en forma obsesiva, orientando sólo la actividad 
mórbida del sujeto en sentido manifiestamente 
patológico y exaltándolo en la medida de los obs- 
táculos encontrados. El reivindicador se nos pre- 
senta esencialmente como un obsesivo y un ma- 
níaco. Hay en él una combinación íntima de estos 
dos estados, que conducen más a un delirio de los 
actos que a un delirio de las ideas. Sus tendencias 
interpretativas y su paralógica están menos mar- 
cadas que las de los interpretadores. 
Algunos autores consideran el delirio de rei- 
vindicación como un tipo de paranoia mejor es- 
bozada que el delirio de interpretación, que éstos 
encuadran dentro de la demencia paranoica. Otros 
autores (Wallon, Deroubaix, etc.) sólo establecen 
entre estas dos formas matices poco apreciables, 
confundiéndolas bajo la misma etiqueta. No po- 
dríamos admitir una semejanza tan completa. In- 
dudablemente estas dos enfermedades tienen en 
común numerosos puntos de contacto, pero exa- 
gerándolos, podemos dejarnos engañar por sim- 
ples analogías superficiales, por apariencias. Los 
datos clínicos actuales no permiten todavía separar 
con una barrera infranqueable el delirio de in- 
terpretación del delirio de reivindicación; por 
esta razón los describiremos paralelamente. Esta 
semejanza conserva un carácter provisorio y no 
nos sorprendería que un día la experiencia nos 
demostrara el buen fundamento de la teoría de 
Specht, que clasifica a la locura querulante den- 
tro de la psicosis maníaco-depresiva. 
 
Descripción 
 
 
En el delirio de reivindicación encontramos 
espíritus exaltados, razonadores, exagerados, fa- 
náticos que sacrifican todo al triunfo de una idea 
dominante, individuos son en su mayoría perse- 
guidores y perseguidores repentinos; desde el co- 
mienzo eligen a una persona o a un grupo de 
personas que persiguen con odio o su amor enfer- 
mizos, Sin embargo, existen algunos que nunca 
llegan a ser perseguidores ni tampoco reivindica- 
dores: su exaltación no se ejerce a expensas de 
otra persona sino que se emplea sólo en búsque- 
das especulativas. A esta psicosis convendría me- 
jor, pues, la denominación de “delirio a base de 
representaciones mentales exageradas u obsesi- 
vas”, empleada por Deny y Camus, o la denomi- 
nación de “delirio paranoico con ideas prevalentes” 
adoptada por Dupré. Nosotros conservamos, por 
lo breve, el término “delirio de reivindicación” 
empleado por Séglas, luego por Cullére. 
A pesar de su aparente diversidad –que sólo 
se debe a la naturaleza de la idea obsesiva y a las 
formas variables de las reacciones– todos los rei- 
vindicadores son idénticos. Su psicosis se caracte- 
riza por dos signos constantes: le idea prevalente, 
 
 
 
la exaltación intelectual. Desde este punto de 
vista, no existe ninguna diferencia fundamental 
entre un pleitista dedicado a obtener la repara- 
ción de una denegación de justicia pretendida o 
real y un interesado en buscar le piedra filosofal 
que gasta su energía y su fortuna en varios tra- 
bajos de laboratorio, o algún sociólogo soñador 
cuyo ardor lo emplea en propagar sus teorías y 
en apurar su realización. 
Todos estos enfermos son degenerados. Tie- 
nen de ello las marcas físicas y mentales: des- 
equilibrio de sus facultades, obsesiones, impul- 
siones, perversiones sexuales, preocupaciones 
hipocondríacas, etc. Su defecto al juzgar, su ines- 
tabilidad los hace lanzarse a empresas temera- 
rias, dilapidar su fortuna, entusiasmarse con pro- 
yectos o invenciones quiméricas. Algunos, sin 
embargo, testimonian aptitudes remarcables: ima- 
ginación brillante, buena memoria, razonamien- 
to hábil. Muchos de ellos están desprovistos de 
toda noción del bien y del mal, cometen faltas de 
delicadeza, abusos de confianza, estafas, tenien- 
do permanentemente en la boca palabras de pro- 
bidad, de conciencia y de honor. 
Un enfermo de Kraepelin encontraba muy 
perjudicial el atraso de la llegada de una postal, 
mientras que el incesto con su nuera, la malver- 
sación de cierta cantidad de dinero, no eran más 
que ínfimos pecadillos. Los más violentos se com- 
placen en alabar su propia dulzura y quien ha 
cometido una tentativa de asesinato, se sorprende 
de que se tenga en cuenta un episodio tan fútil en 
toda una vida de bondad y caridad. Esta locura 
moral no constituye sin embargo, un carácter in- 
trínseco del delirio de reivindicación: manifesta- 
ción de tendencias individuales, puede no existir 
o ser reemplazada en algunos reivindicadores al- 
truistas por sentimientos éticos hipertrofiados. 
Ante cualquier incidente que se produzca, la 
psicosis aparece inmediatamente con sus dos sín- 
tomas esenciales: 1º) la idea obsesiva, 2º)la 
wxaltación maníaca. No volveremos aquí sobre 
el análisis de los síntomas negativos pues son los 
mismos que los del delirio de interpretación. 
 
1º) «Idea obsesiva»: repentinamente, el reivin- 
dicador descubre el hecho material o la idea abs- 
tracta que dirige desde ese momento su actividad 
pervertida. No hay ninguna búsqueda ni tampoco 
ninguna acumulación de interpretaciones en el 
momento en que el hecho se produce, en el 
que la idea surge, cuando la persona se en- 
cuentra inmersa en su delirio, ahí da libre curso 
a su exaltación. Un proceso perdido, una he- 
rencia no recibida, un noviazgo roto, un adelan- 
to retrasado, una obra desdeñada, un concurso 
fracasado, un empleo rechazado, cualquier de- 
cepción por mínima que sea, a partir del mo- 
mento en que se le considera inmerecida, se 
convierte en una preocupación obsesiva y pro- 
voca no solamente la necesidad imperiosa de 
una revancha sino también la de infligir un cas- 
tigo a la persona culpable del daño. En otras 
circunstancias puede ser la sospecha de un des- 
cubrimiento, una teoría sociológica, una misión 
religiosa que se quiere llevar hasta sus últimas 
consecuencias. 
Esta idea conductora va tomando día a día, 
para el reivindicador, una importancia mayor, un 
valor desmesurado. Si se lo defraudó con una 
suma ínfima, se declara víctima de un crimen in- 
audito, grita escandalosamente y como no se le 
presta la atención suficiente a sus recriminacio- 
nes, saca como conclusión que se trata de la co- 
rrupción universal. El reivindicador es propenso 
a agrandar Ios hechos más simples cuando su 
personalidad está en juego; pero, remarquémos- 
lo, no modifica su primer significado: la expli- 
cación que da no contraría el sentido común, no 
se opone abiertamente a la razón. Sus deduc- 
ciones serían justificadas si la causa no fuere 
ínfima, ni el perjuicio invocado fuese menos 
insignificante. Si por casualidad el daño inicial 
es realmente considerable, el reivindicador pa- 
recerá un hombre dotado de una energía tenaz 
o de una tozudez invencible, pues sus razona- 
mientos serán siempre de una lógica exacta. Es 
decir que la idea obsesiva del reivindicador no 
llega a ser el origen de un sistema de interpreta- 
ciones delirantes. 
Seguramente, no habría que pedirle a estos 
enfermos la comprensión imparcial de cualquier 
acontecimiento que les interese. Son incapaces de 
discutir: ningún argumento los convence por más 
poderoso que sea, si éste no armoniza con su estado 
afectivo. Aceptan sólo los juicios de las personas 
 
 
 
que los aprueban, declaran falsos o inexistentes 
a todos los demás. Tienen una “concepción uni- 
lateral del derecho”. “Un hombre inteligente hace 
él mismo su ley”, dice un enfermo de Forel. En 
consecuencia, aparecen en los reivindicadores 
errores de juicio, interpretaciones falsas pero que 
derivan más de la pasión que del delirio. Dicen 
que los jueces son unos vendidos, que los pro- 
pios abogados están pagados por sus adversarios, 
que los testigos no hacen más que acumular men- 
tiras, se viola la ley: todo es una comedia indigna 
de la justicia... Por otra parte, en ciertos casos, 
estas acusaciones contra los jueces o del medio, 
provienen sólo de la mala fe. Sandor constituye 
un buen ejemplo de esto: se sabe que este céle- 
bre perseguidor de ministros del Segundo Impe- 
rio, reconoció haber escrito cartas falsas e inven- 
tado completamente algunas de sus difamaciones. 
¿Acaso la idea conductora que dirige los pen- 
samientos y los actos del reivindicador, posee los 
caracteres de la idea obsesiva? Sin duda, se trata 
efectivamente de una obsesión día a día más tirá- 
nica y no de una reivindicación legítima de dere- 
chos injustamente dañados. Para satisfacer esa 
obsesión, el reivindicador descuida su profesión, 
sin preocuparse por el futuro ni por sus verda- 
deros intereses; sólo lo guía su sed de venganza, 
no duda en sacrificar su fortuna, su libertad, su 
familia y su vida misma. 
El reivindicador no lucha contra su obsesión, 
sólo busca satisfacerla. Pero en su camino en- 
cuentra obstáculos que lo incitan y le provocan 
a veces una angustia comparable a aquella que 
determine la resistencia interior en las crisis de 
pulsiones. En plena batalla, cuando los fracasos 
repetidos lo han sobreexcitado, puede ser asalta- 
do por la idea de asesinato: muchas veces se 
debate contra este pensamiento que lo invade 
cada vez más y entonces se presenta como un 
verdadero obsesivo ansioso. 
Una enferma, luego de un juicio según ella 
injusto, quedó obsesionada y angustiada durante 
tres meses y terminó, para “liberarse del enorme 
peso que la ahogaba”, insultando al juez Lamartine. 
Mostró claramente este carácter obsesivo en Louvel, 
asesino del duque de Berry: muestra a este fa- 
nático “dando vueltas en su estrecha mente una 
idea mal concebida, sufriendo hasta que su mano 
fatal la descargue, por medio de un crimen, del 
peso y del martirio de su pensamiento”. Régis, 
quien hizo un estudio profundo de los “regici- 
das” y de los “magnicidas”, los define como de- 
generados que, extraviados por un delirio reli- 
gioso o político, bajo el imperio de una obsesión 
a la que no pueden resistirse, llegan a matar a 
una persona importante. 
Se sabe que las características de la obsesión 
son la irresistibilidad, la tortura moral provocada 
por cualquier tentativa de resistencia, el alivio lue- 
go de su satisfacción. Este último síntoma no se 
manifiesta menos que los demás en el reivindica- 
dor. En efecto, su enfermedad es esencialmente 
paroxística y es fácil ver que los períodos de remi- 
sión coinciden con un éxito parcial de las reivindi- 
caciones, o se presenta luego de una escena de 
escándalo. Uno de nuestros enfermos acusa a los 
servicios de la intendencia militar de haberle causa- 
do un perjuicio enorme, multiplica sus actitudes, se 
entrega a innumerables extravagancias hasta el día 
en que realiza su proyecto, durante mucho tiempo 
aplazado, de romper los vidrios del Ministerio de 
Guerra: desde ese momento y durante unos meses 
permanece tranquilo. R. Lorov dice que el perse- 
guidor homicida “viendo a su víctima vencida, sa- 
borea un sentimiento de triunfo y reencuentra la 
calma de espíritu al menos durante algún tiempo”. 
 
2º) Exaltación maníaca: El reivindicador no es 
sólo un obsesivo sino también un maníaco razona- 
dor. Los actos y los gestos de estas personas no po- 
drían ser considerados exclusivamente como un 
modo de reacción a las concepciones que los subyu- 
gan. Las anomalías de su conducta tienen otra causa: 
Schüle dice: “Sus pensamientos y sus sentimientos 
son impulsados por una fuerza maníaca”, con lo cual 
coincide Magnan. La necesidad de pelea, es uno de 
los móviles de sus actos. Animado por una vanidad 
insensata, por un espíritu de contradicción sistemáti- 
co, ávido de satisfacer su actividad mórbida, aun al 
precio del escándalo, el reivindicador emprende mil 
actividades, escribe a los personajes de la actuali- 
dad, consulta con abogados, pide audiencias, pasan 
las noches redactando voluminosas memorias, pre- 
senta demandas, suscita campañas de prensa, hace 
llegar peticiones al parlamento. La menor discusión 
lo irrita: se deja llevar por violentas cóleras contra su 
 
 
 
interlocutor: “tiene una necesidad insaciable de rom- 
per todo lo que se le opone”. Fracasos, condenas, 
iniquidades nuevas exaltan su combatividad agresiva: 
luchar llega a ser para él no ya un medio, sino el 
único objetivo de su vida. 
A medida en que aumenta su excitación, los 
reivindicadores quieren a cualquier precio hacer 
recaer sobre ellos la atención pública, vistiéndose 
con ropa extraña, tirando tiros al aire cuando pasa 
el Presidente (falsos “regicidas” de Régis): otros 
individuos presentan su candidatura en las eleccio- 
nes. Se hacen arrestar esperando comparecerante 
un tribunal; buscan introducirse cerca del Presiden- 
te de la República: hasta llegan a redactar escritos 
y carteles difamatorios; imprimen afiches, hacen 
distribuir panfletos en la vía pública. El aspecto de 
estos panfletos es a veces en sí mismo característi- 
co: cada uno de sus alegatos está seguido por los 
términos “cuyo testimonio... pruebas... sic.”; la ma- 
yoría de las frases están subrayadas dos, tres o 
cuatro veces; ciertas palabras están escritas con ca- 
racteres especiales o con tinta roja. Llegan final- 
mente a tentativas de chantaje, a las injurias, a las 
amenazas, a los actos de violencia y a veces se 
erigen en justicieros: organizan un secuestro y gol- 
pean mortalmente el que han condenado. 
Esta hiper-actividad no puede, en conse- 
cuencia, ser asimilada a una relación secundaria 
y accesoria: sólo son contingentes los modos 
variables a través de los cuales se manifiesta; 
pero en sí misma sigue siendo una de las ex- 
presiones esenciales de la psicosis. 
 
Evolución 
 
 
El delirio de reivindicación tiene una evolu- 
ción estrechamente ligada por un lado a la irresis- 
tibilidad de la idea dominante, y por otro lado a la 
persistencia de la exaltación mórbida. No hay en 
su evolución ninguna fase determinada. El comien- 
zo es súbito. Lo único que permite preverlo son 
los signos de degeneramiento y la impetuosidad 
del carácter, el orgullo desmesurado y la suscepti- 
bilidad mórbida. Éstas son las condiciones habituales 
del desarrollo de la psicosis. Luego, desde el mo- 
mento en que acontece una causa ocasional ba- 
nal, que fija la fórmula de la idea obsesiva, la 
psicosis se manifiesta con todos sus síntomas. 
Después evoluciona por crisis sucesivas, se- 
paradas por intermitencias más o menos largas 
“la marcha de la enfermedad es básicamente remi- 
tente” (Arnaud). Durante estas intermitencias “el 
enfermo deja de estar obsesionado, su excitación 
maníaca se calma o sólo se manifiesta por medio de 
una leve exuberancia. Está contento consigo mismo, 
no lamenta sus tribulaciones pasadas, se alegra con 
sus pequeños éxitos y declara estar preparado para 
sostener nuevamente la lucha. Pero apenas aconte- 
ce cualquier incidente, su humor belicoso se des- 
pierta; llevado por una nueva obsesión, retoma sus 
fuerzas y se deja llevar por su agitación”. 
La marcha progresiva del delirio se acelera a 
través de estas remisiones y estos paroxismos al- 
ternantes. El enfermo agranda el círculo de sus 
reivindicaciones. Pasa de un proceso a otro, y a 
medida que le deniegan sus demandas, éstas van 
tomando mayor importancia. Las injusticias se acu- 
mulan, la cantidad de jueces venales, de aboga- 
dos indignos, de testigos falsos, no deja de au- 
mentar. Si se le brinda ayuda, cree que es una 
nueva prueba de que está en su derecho, que se 
lo teme, y así continúa su campaña. 
Muy frecuentemente la excitación se pone 
al servicio de ideas obsesivas más o menos 
imbricadas. Nuevos reclamos se suman a los ante- 
riores. El reivindicador deja de lado el hecho real 
que orientó su delirio para afirmarse en pretensio- 
nes imaginarias que defiende con la misma ener- 
gía. A veces ya no es un daño personal lo que lo 
obsede, sino la injusticia en general. Asume el rol 
de líder del derecho y el defensor de los oprimi- 
dos. Este rol desinteresado que se atribuye, le da 
una idea aún más encumbrada de su personali- 
dad, se cree un instrumento de la Providencia, 
se proclama “el mártir de la verdad”. Pero si con 
el tiempo las ideas de orgullo alcanzan un grado 
extremo, no llegan nunca sin embargo a verda- 
deras concepciones delirantes, a la megalomanía, 
como sucede con los interpretadores. 
La internación, generalmente, no hace más 
que aumentar le excitación de los reivindicadores. 
Envían protestas, amenazan a los médicos que 
incluyen entre sus enemigos, fomentan el desor- 
den, recriminan sin cesar, dirigen denuncias a las 
autoridades. Son considerados, con justicia, los en- 
fermos más difíciles de los asilos, más aún por su 
 
 
 
lucidez, ya que llegan a ser tomados por vícti- 
mas de un secuestro arbitrario. 
Encuentran defensores en la prensa y también 
en el Parlamento. El delirio de reivindicación, tipo 
de locura convincente, puede extenderse a todo 
el medio, puede arrastrar multitudes. Un enfer- 
mo de Forel, un médico, fue elegido diputado; 
se escribió una novela sobre su caso y logró 
miles de firmas para pedir en su favor. 
¿Cómo termina el delirio de reivindicación? Por 
regla general debe admitirme que es un estado cró- 
nico incurable, pero nunca se encamina hacia la de- 
mencia. Efectivamente, esta psicosis es considerada 
como “un estado mórbido continuo del carácter”, 
como la manifestación de una personalidad psico- 
pática, incapaz de modificarse en su esencia. 
Pero si en vez de considerar esta personalidad 
en mí misma se sigue la evolución de los síntomas 
que hemos definido, se percibe que, a la larga, la 
hiperestesis efectiva se atenúa, la excitación dismi- 
nuye y termina por desaparecer. En este sentido, es 
justo llegar a la conclusión con Wernicke y Ziehen, 
de que el delirio de reivindicación puede curarse. 
Habría que señalar aquí los accidentes que pue- 
den ocurrir y modificar momentáneamente la marcha 
del delirio de reivindicación; pero nos bastará con 
remitir al lector al parágrafo que consagramos a este 
tema en el delirio de interpretación. Sólo notemos 
que accesos súbitos interpretativos y aun alucinantes 
pueden acontecer a título episódico. Finalmente, po- 
dría suceder que un delirio de interpretación siguiera 
a un delirio de reivindicación o se asociara a él (forma 
mixta de transición). Las analogías etiológicas de estas 
dos psicosis, explican estas transformaciones. 
 
Variedades 
 
 
El delirio de reivindicación reviste aspectos va- 
riados según la naturaleza de la idea prevalente; se 
puede en principio establecer dos grandes divisio- 
nes, según que esta idea provenga únicamente del 
egoísmo o por el contrario, del altruismo: de donde 
tenemos: 1º) un delirio de reivindicación egocéntri- 
ca: 2º) un delirio de reivindicación altruista. 
En los casos tipo de la primera variedad, en la 
base de la psicosis yace un hecho determinado, 
ya sea daño real, o una interpretación sin funda- 
mento: el enfermo apunta sólo a la satisfacción de 
sus ideas egoístas, a la defensa de sus propios intere- 
ses. Generalmente es el enemigo de una persona 
por la cual se cree perjudicado, de la justicia que lo 
condena, de la sociedad que no responde a sus lla- 
mados. Se conduce como un ser insociable, persegui- 
dor agresivo y llega a ser rápidamente peligroso. 
El delirio de reivindicación altruista se basa, 
por el contrario, en una idea abstracta y se tradu- 
ce en teorías sobre la ciencia, la filosofía, la polí- 
tica, la religión, etc. Inversamente, a los anterio- 
res, que son siempre perseguidores en conflicto 
con los demás, éstos, dominados aún por pre- 
ocupaciones altruistas, son a veces soñadores 
inofensivos o aún filántropos generosos, nocivos 
sólo para ellos mismos y su familia, a la que de- 
jan en la ruina: sacrifican su fortuna en la impre- 
sión de numerosos escritos, en la preparación de 
experiencias múltiples, en el ardor de su proseli- 
tismo. A menudo es verdad, su exaltación, su 
apego a utopías que tratan de realizar por todos 
los medios, hace de ellos fanáticos temibles. 
Estas dos grandes variedades se encuentran 
en cierto número de subdivisiones que aún es 
posible describir en el delirio de reivindicación, 
según la fórmula de la idea obsesiva. 
“La idea de perjuicio” es la más frecuente y 
convierte al enfermo en un perseguido-posesivo: 
los “procesivos” son los más característicos de los 
reivindicadores. La causa accidental del delirio es, 
según Krafft-Ebing, o bien un proceso perdido o 
bien el rechazode pretensiones audaces. Lejos de 
reconocer que su causa injusta estaba destinada al 
fracaso, estos enfermos imputan su falta de éxito a 
la parcialidad, a la corrupción de los jueces. Sus 
apelaciones son cada vez más voluminosas, sus 
demandas están atiborradas de invectivas contra los 
Tribunales, engendrando nuevas represiones que 
los irritan. Llegan a cuestionar no sólo la equidad 
sino también la validez de los juicios adversos, se 
niegan a pagar la multa, se libran a la acción. 
Bajo el nombre de “delirio razonador de des- 
pojo”, varios autores describen las reivindicacio- 
nes más o menos violentas de algunos individuos 
que “expropiados sus bienes, rechazan acertar la 
cosa juzgada, considerándose despojados y siem- 
pre legítimos propietarios” (Régis). 
En esta categoría, hay que incluir a los perseguido- 
res “hipocondríacos”, que acusan al médico que los 
 
 
 
atendió, no cesan de reclamar los daños y perjuicios y 
no temen hacerse justicia por medio de un crimen. 
Una “idea ambiciosa” puede también obsesionar 
al reivindicador, provocarle reacciones violentas y con- 
vertirlo a veces en un perseguidor homicida. Puede 
por ejemplo creer que una mujer se fija en él y en- 
tonces el enfermo la persigue asiduamente, con car- 
tas o amenazas (reivindicadores enamorados), o aun 
puede tener la idea de una misión que tiene que 
cumplir, ya sea social o religiosa (reivindicadores po- 
líticos o místicos). Algunos regicidas entran en este 
grupo; también se encuentran aquí inventores, refor- 
madores, anarquistas, profetas, taumaturgos, fanáticos 
de cualquier tipo (Régis). Señalemos también ciertos 
literatos incomprendidos que persiguen con su odio a 
los editores culpables de haber rechazado sus obras. 
 
Diagnóstico 
 
No insistiremos aquí sobre el diagnóstico del de- 
lirio de reivindicación con ciertos estados psicopáti- 
cos como los episodios de reivindicación que pue- 
den encontrarse en la exaltación maníaca, en algunos 
degenerados y finalmente con las tendencias proce- 
sivas, el espíritu pleitero de individuos a los cuales no 
se puede, con este solo signo, considerar psicópatas. 
En cuanto a los pseudo-reivindicadores, Krae- 
pelin, los considera como anormales que presen- 
tan rasgos comunes con los reivindicadores para- 
noicos (alto concepto de sí mismos, susceptibilidad 
despertada por el menor perjuicio, imposibilidad 
de respetar y comprender los derechos de los 
demás). Pero en los pseudo-reivindicadores, no 
habría verdadero delirio, ni desarrollo progresivo 
introduciéndose en un punto de partida único de 
naturaleza vesánica, al cual las personas vuelven 
siempre, ni habría incorregibilidad absoluta. 
Estos individuos son predispuestos patológicos, 
tienen una inclinación invencible hacia las peleas, 
pero sin asociación de delirio. El reivindicador, fuera 
de lo que concierne a su sistema delirante, perma- 
nece calmo y dispuesto a vivir tranquilo; el pseu- 
do-reivindicador se pelea siempre con todos. 
Sólo examinaremos en este párrafo los signos 
diferenciales que separan el delirio de reivindica- 
ción del delirio de interpretación. Las dos catego- 
rías de enfermos tienen puntos en común por la 
analogía de sus anomalías constitucionales; sin embar- 
go, los estigmas físicos y mentales de degeneración 
están mucho más marcados en el reivindicador; lo 
mismo sucede con los trastornos de la afectividad. 
Este último aparece sobre todo como un espíritu 
exaltado, imperiosamente dominado por su pa- 
sión; el interpretador como un espíritu falso, diri- 
gido por sus tendencias paralógicas. 
En el primero, no se descubre un tema deliran- 
te en desarrollo progresivo, sino una serie de pe- 
ríodos de excitación que sobrevienen cuando los 
hechos reales emocionan profundamente al sujeto. 
En el segundo, es una verdadera novela vesánica 
largamente preparada que se va agrandando a causa 
de la irradiación progresiva de la concepción pre- 
dominante y la proliferación de las interpretacio- 
nes delirantes. El delirio de reivindicación tiene 
como punto de partida una idea fija: el delirio de 
interpretación sólo llega secundariamente a la 
idea fija, luego de una lenta incubación. 
En numerosos casos, el reivindicador se distin- 
gue del interpretador con la misma facilidad que 
del alucinado. Cuando el interpretador se contenta 
con vivir su sueño delirante sin pasar a la acción, 
nunca se lo considerará como un reivindicador; esta 
asimilación se produce sólo si se convierte en un 
perseguidor. Pero, de la misma manera que no se 
piensa en describir aisladamente a los alucinados 
perseguidores, no se debe dar un valor esencial a 
las reacciones episódicas del interpretador. 
Este enfermo, en efecto, reacciona como un 
alucinado: cuando siendo injuriado, responde con 
una amenaza y aún, si su carácter lo predispone, 
puede llegar a ensañarse contra sus pretendidos 
enemigos. Obedece entonces a un móvil podero- 
so: defiende su honor, su libertad, su vida. Es por 
una causa fútil, por el contrario, que el reivindica- 
dor se desgasta en esfuerzos múltiples, sacrifica su 
honor, su libertad, su vida. La excitación del inter- 
pretador es siempre transitoria, a veces muy pasa- 
jera; la del reivindicador está siempre en primer 
plano, forma parte intrínseca de su anomalía. Aún 
cuando recupera la calma, el interpretador no aban- 
dona sus quimeras y fuera de los paroxismos inter- 
currentes establece la sistematización de su delirio. 
El reivindicador, por el contrario, reencuentra 
el sentido común desde el momento en que su 
pasión declina: con la mente fría ya no le divier- 
te más elaborar nuevas ficciones, ni reflexionar 
sobre los hechos pasados para encontrarles 
explicaciones fantásticas. 
 
 
 
Sería sorprendente que una persona lúcida, en 
conflicto con el mundo exterior, no interpretase a su 
manera, bajo la influencia de su idea obsesiva y de su 
estado pasional, los acontecimientos que lo afectan. 
Lo mismo sucede aún en estado normal, bajo la in- 
fluencia de estados emocionales. En caso semejante 
el reivindicador comete pues errores de juicio, pero 
estas interpretaciones falsas no sobrepasan un cierto 
límite: permanecen estrictamente circunscriptas al 
objetivo de sus afanes. Por ejemplo, en caso de per- 
der un juicio, acusa a jueces y abogados de parciali- 
dad o de corrupción, y al salir del tribunal, interpreta 
mal los gestos o lar palabras de los auditores. A 
veces, sus acusaciones tienen un carácter tal que no 
se sabría decir si dependen de la falsedad del juicio 
o de la mala fe. En suma, se mantiene siempre en el 
terreno de las realidades, mientras que el interpreta- 
dor se pierde cada vez más en el campo de las 
concepciones manifiestamente delirantes. 
El reivindicador, aún desnaturalizando los ac- 
tos de sus adversarios, como sucede en todos los 
estados pasionales, conserva la noción exacta del 
medio que lo rodea, no se deja llevar por ilusiones 
de falso reconocimiento, ni se desvía nunca hacia 
el delirio metabólico o palignóstico. No se lo ve 
tergiversar un incidente cualquiera ni interpretar 
erróneamente las conversaciones de la gente, los 
juegos o las canciones de los niños. Ignora las per- 
secuciones físicas y no atribuye a maniobras tene- 
brosas la menor de sus sensaciones. Tampoco tie- 
ne ideas de grandeza propiamente dichas; no se 
atribuye riquezas colosales, no reniega de su fami- 
lia, no se disfraza con títulos imaginarios, no se 
proclama rey. En el reivindicador están ausentes, 
en resumen, las interpretaciones múltiples que el 
interpretador hace a propósito de las más insignifi- 
cantes impresiones sensoriales, sensitivas o cenes- 
tésicas, actuales o pasadas. 
Comparemos por ejemplo las conclusiones que 
cada uno de estos enfermos saca de la lectura de los 
diarios. El reivindicador se conforma con subrayar y 
coleccionar noticias,artículos que se relacionan mu- 
cho o poco con su problema y, sin deformarlos, los 
toma como otros tantos argumentos a su favor: sin 
duda, los entiende mal algunas veces y no teme des- 
figurar a su arbitrio las prescripciones de la ley, ni 
tampoco crearse un código personal, siempre alrede- 
dor del sentido general del texto que estudia. Por el 
contrario, el interpretador no se preocupa en absoluto 
por la significación real de sus lecturas, porque para 
él es un juego el cambiarlas: puede ser un hecho 
policial anodino o un aviso o cualquier pasaje o una 
expresión banal el que llama su atención y a veces 
reúne en una frase enigmática para cualquiera que no 
sea él, palabras dispersas tomadas de varias colum- 
nas. Nunca el reivindicador dirá que tal diario, con 
una tirada de miles de ejemplares, fue impreso sólo 
para él o es imposible de conseguir para cualquier 
otra persona; el interpretador no dudará en formular 
con la mayor sangre fría y la más firme convicción 
una conclusión tan monstruosa. Tales diferencias pa- 
recen mostrar que se está en presencia de dos cate- 
gorías de enfermos profundamente distintos. Para captar 
bien estas diferencias, es importante no creer sinóni- 
mas las denominaciones delirio de reivindicación y 
locura de perseguidos-perseguidores. No será super- 
fluo, pera terminar, insistir aún sobre este punto. 
La mayoría de los individuos descriptos como 
perseguidores familiares no están afectados, según 
nuestra opinión, de delirio de reivindicación sino 
más bien de delirio de interpretación. El epíteto de 
“perseguidores” exclusivamente sintomático, sólo tie- 
ne en cuenta las reacciones. Hecha la abstracción de 
esta apariencia –sin valor nosográfico– el delirio de 
interpretación aparece en estos sujetos, con sus in- 
terpretaciones múltiples, su sistematización, su ex- 
tensión progresiva, ningún punto de partida exacto, 
ningún estimulante real, sino una serie de inferen- 
cias y deducciones basadas en hechos disfrazados. 
He aquí por ejemplo, una enferma que, gra- 
cias a varias frases escuchadas, a miradas signifi- 
cativas, a miles de detalles reveladores, se cree 
hija de un obispo y privada de una gran herencia 
por sus padres adoptivos: se irrita con ellos y ter- 
mina por pegarle un tiro a su padre. Es una perse- 
guidora familiar, pero es ante todo una delirante, 
y si sus recriminaciones no fueran injustificadas, 
su agresión sería tal vez explicable. La reacción es 
aquí, en cierta medida, proporcionada a lo exci- 
tante y se ve inmediatamente cómo difiere de la 
del delirio de reivindicación, donde un daño míni- 
mo pero real, tiene un eco exagerado en la activi- 
dad porque a esto se agrega una exaltación es- 
pontánea, independiente de este móvil. 
 
Traducción corregida por Silvia Salvarezza

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