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LA ANTROPOLOGÍA Y EL ANORMAL RUTH BENEDICT

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LA ANTROPOLOGÍA Y EL ANORMAL* RUTH BENEDICT
Antropología social moderna: estudio de las variedades y de los elementos comunes del ambiente cultural y de sus efectos en el comportamiento humano.
Los pueblos primitivos proveen de un laboratorio aún no enteramente viciado por la expansión de una civilización mundial estandarizada. Entre estos pueblos simples ha habido suficiente aislamiento para el desarrollo de formas sociales localizadas. La mayoría de las culturas más simples no alcanza la amplia difusión que, identificamos con la naturaleza humana misma.
En las culturas más avanzadas, la estandarización de costumbres y creencias ha brindado un falso sentido de las formas particulares que se han convertido en habituales, y debemos efectuar una investigación más amplia para corroborar las conclusiones que apresuradamente basamos en esta cuasi-universalidad de las costumbres que nos son familiares.
La civilización moderna se convierte en uno de una larga serie de ajustes sociales posibles. Estos ajustes (formas de mostrar ira, o alegría o pena en cualquier sociedad, o de las principales pulsiones humanas, como el sexo) resultan más variables que la experiencia de una cultura en particular. En ciertos campos, como la religión, estos límites de variabilidad son bien conocidos y pueden ser razonablemente descriptos. En otros, no es posible aún dar un informe generalizado, pero eso no nos absuelve de la tarea de indicar la significación del trabajo que ha sido realizado y de los problemas que han surgido.
Uno de estos problemas se relaciona con las categorías de normal/anormal y nuestras conclusiones sobre ellas. ¿Hasta qué punto estas categorías están culturalmente determinadas, o hasta qué punto podemos considerarlas absolutas? ¿Hasta qué punto podemos considerar la falta de habilidad para operar socialmente como diagnóstico de anormalidad, o hasta qué punto es necesario considerar esto como una función de la cultura?
Uno de los hechos más sorprendentes que emergen del estudio de la amplia variedad de culturas lo constituye la facilidad con la que nuestros anormales funcionan en otras culturas, sin peligro ni dificultad para la sociedad. Por ejemplo, lejos de considerar a las crisis catalépticas como manchas en el escudo familiar o como evidencias de temibles enfermedades, se ha volcado en ellas la aprobación cultural y se las ha convertido en el camino hacia la autoridad. Se tornan las características sobresalientes del tipo social más respetado, el que opera con mayor honor y gratificación en la comunidad. Fueron precisamente los individuos catalépticos quienes, en esta cultura, fueron escogidos para la autoridad y liderazgo. En cada parte del mundo se encuentran ejemplos de tipos “anormales” en la estructura social, culturalmente seleccionados por el grupo. Esos fenómenos son ejemplo del hecho de que quienes consideramos como anormales pueden funcionar adecuadamente en otras culturas.
Otro ejemplo: no siempre la actitud cultural hacia los homosexuales los ha ubicado en un plano ético alto, pero sí ha sido muy variada. Por otro lado, existieron los “berdaches” (varones que en la pubertad o más tarde adoptaban la vestimenta y las tareas femeninas), no se consideraba que estuvieran dotados de poderes sobrenaturales -cosa que sí sucedió en Siberia-, aunque sí se los trató como líderes en las ocupaciones femeninas, como curadores de enfermedades o, entre ciertas tribus, como los organizadores de asuntos sociales. Sea como fuere, estaban socialmente ubicados. No se les exponía a los conflictos que acometen al desviado que es excluido de la participación en los patrones reconocidos de su sociedad.
Estos ejemplos permiten afirmar que la normalidad se define culturalmente. Si un adulto formado en los estándares de cualquiera de estas culturas fuese transportado a nuestra civilización, caería dentro de nuestras categorías de anormalidad. Debería enfrentarse a los dilemas psíquicos de lo socialmente no disponible. Sin embargo, en su propia cultura, conforman el pilar de la sociedad, el resultado final de las normas inculcadas de comportamiento.
Ninguna civilización puede utilizar en sus normas tradicionales todo el rango potencial de comportamiento humano. De la misma forma en que hay un gran número de posibles articulaciones fonéticas y la posibilidad de ser del lenguaje depende de la selección y estandarización de pocas de ellas para posibilitar la comunicación, también la factibilidad del comportamiento organizado de cualquier tipo, desde los usos locales de vestimenta y vivienda hasta los principios de la ética y la religión, dependen de una selección similar entre características posibles del comportamiento. En cuanto a las obligaciones económicas o los tabúes sexuales, esta selección es, igual que en el campo de la fonética, un proceso no racional y subconsciente. Este proceso sucede en el grupo durante largos períodos de tiempo y está históricamente condicionado por innumerables sucesos de aislamiento o de contacto social. 
Cada sociedad, comenzando con una débil inclinación en una dirección u otra, lleva su preferencia cada vez más lejos, integrándose cada vez de forma más completa con la base elegida y descartando aquellos tipos de comportamiento que son incongruentes. Los comportamientos anormales, han sido utilizados por diferentes civilizaciones en los fundamentos de su vida institucional. Por el contrario, las características más valoradas de nuestros individuos normales han sido consideradas por otras culturas como aberrantes. 
En resumen, la normalidad se define culturalmente. Es un término para el segmento socialmente elaborado del comportamiento humano en cualquier cultura; en tanto la anormalidad es un término para el segmento que una civilización en particular no usa. Nuestra mirada sobre el problema se encuentra condicionada por hábitos de larga tradición de nuestra propia cultura. Esta es una cuestión que ha sido planteada más frecuentemente con relación a la ética que en relación con la psiquiatría. Reconocemos que la moralidad difiere en todas las sociedades y que es un término conveniente para designar los hábitos socialmente aprobados.
El concepto de lo normal es una variante del concepto de “el bien”. Refiere a lo que la sociedad ha aprobado. Una acción normal es aquella que cae dentro de los límites del comportamiento esperado por una sociedad en particular. Su variabilidad entre pueblos es, una función de la variabilidad de los patrones de comportamiento que cada sociedad ha creado para sí misma, y nunca puede ser completamente separada de los tipos de comportamiento culturalmente institucionalizados.
Cada cultura es un desarrollo elaborado de las potencialidades del segmento que ha elegido. Mientras esté bien integrada y sea consistente en sí misma, una civilización tenderá a llevar cada vez más lejos, de acuerdo con su naturaleza, el impulso inicial hacia una acción, y estas elaboraciones incluirán características más extremas y más aberrantes, según otras culturas.
Cada una de esas características, en la medida en que refuerzan los modos de comportamiento elegidos, es normal para esa cultura. Aquellos individuos con estos rasgos, no sufren el desprecio o la desaprobación social que sus rasgos suscitarían en una sociedad organizada de modo diferente. Por el otro lado, aquellos individuos cuyas características no congenian con el tipo seleccionado de comportamiento en esa comunidad son los desviados, sin importar cómo esos rasgos de su personalidad sean evaluados en otra civilización.
A partir del conocimiento que tenemos de culturas distintas entre sí, las diferencias de temperamento ocurren en todas las sociedades. Estos tipos de temperamento parecen tener recurrencia universal. Esto es, hay un rango discernible de comportamiento humano que se encuentra toda vez que se observa agrupamientos suficientemente numerosos de individuos. Sin embargo, la relación entre tipos de comportamiento en las diferentes sociedades no es universal. La mayoría de los individuos se forman de acuerdoa tradiciones de su cultura y son moldeables por la fuerza de la sociedad en la cual han nacido. La pequeña proporción de los desviados en cualquier cultura no es función del instinto sobre la base del cual la sociedad ha construido su sanidad, sino que se explica por el hecho universal de que, la mayoría de la humanidad adopta fácilmente las formas que se le presentan.
El relativismo de la normalidad sugiere que la aparente debilidad del aberrante es ilusoria. Se trata de individuos sobre los cuales esa cultura ha ejercido más presión que la habitual. Su incapacidad para adaptarse es un reflejo del hecho de que para él la adaptación implica un conflicto interno que no se suscita en los llamados normales. En cualquier sociedad, la inculcación de la tolerancia y la apreciación hacia los tipos menos usuales es de fundamental importancia para una higiene mental satisfactoria. Del lado del paciente, el complemento de esta tolerancia es una educación en la confianza personal y la honestidad consigo mismo. Si puede ser llevado a darse cuenta de que lo que lo ha empujado a su situación miserable es la desesperación por la falta de apoyo social, podrá lograr una actitud más independiente y menos tortuosa, y encontrará los fundamentos para un adecuado funcionamiento en su modo de existencia.
Desde el punto de vista de las categorías absolutas de una psicología de lo anormal, debemos esperar encontrar en cualquier cultura una gran proporción de los tipos anormales más extremos entre quienes, desde el punto de vista local, están más lejos de pertenecer a esta categoría. La cultura, de acuerdo con sus preocupaciones principales, incrementará e intensificará los síntomas histéricos, epilépticos y paranoides y al mismo tiempo dependerá socialmente en un grado cada vez mayor de estos individuos. 
Se produce confusión entre el uso de la inadecuación social como criterio de anormalidad y el uso de síntomas fijos definidos. Estas confusiones están presente en casi todas las discusiones de la psicología de lo anormal y pueden ser aclaradas mediante una consideración adecuada del carácter de la cultura y no de la constitución del individuo anormal. Sin embargo, el peso que tiene la seguridad social en la situación total del anormal no puede ser exagerado, y la psiquiatría comparativa deberá ocuparse de este aspecto del problema.
La tendencia reciente en la psicología de lo anormal a utilizar el modo de laboratorio como normal y de definir anormalidades en función de este nivel promedio, sólo tiene valor en la medida en que señala que los aberrantes son aquellos individuos susceptibles a serias perturbaciones debido a que sus hábitos no son sostenidos culturalmente. Es probable que se encuentren en este mismo grupo tipos extremos de anormalidad, y que el grupo pase desapercibido en los estudios basados en una única cultura, excepto por sus formas institucionales extremas.
Pero el problema principal no deviene de la variabilidad de lo normal de cultura en cultura, sino de su variabilidad de era en era.
Hay otro factor central en el condicionamiento cultural de la anormalidad. Las formas particulares de comportamiento a las que son susceptibles los individuos inestables de cualquier grupo son, problemas de configuración cultural, como ocurre con cualquier otro comportamiento. Es por esta razón que los desórdenes epidémicos de un continente o de una era suelen ser infrecuentes o ignorados en otras partes del mundo o en otros períodos.
Las evidencias más claras de la configuración cultural del comportamiento de individuos inestables se encuentran en el fenómeno del trance, en donde el individuo puede regresar portando comunicaciones de los muertos, visitar el mundo de los no-nacidos, traer información sobre objetos perdidos, experimentar la unidad cósmica, adquirir un espíritu guardián eterno, u obtener información de eventos futuros. El individuo se apega a las reglas y expectativas de su cultura y su experiencia responde a patrones locales. No es sólo la experiencia del trance la que tiene una clara distribución geográfica y temporal. Se ha pensado que tipos de inestabilidad como la histeria del Ártico o los ataques frenéticos de los malayos eran enfermedades raciales. Pero por lo que conocemos este fenómeno no coincide con la distribución racial. Los ataques frenéticos han sido descriptos con síntomas y tratamientos semejantes en partes del mundo tan diferentes como Melanesia y Tierra del Fuego.
Los individuos inestables en una cultura adquieren formas características que serán poco comunes, o estarán ausentes en otra cultura; y esto es incluso más notorio cuando se ha asignado valor social a una forma u otra. En todos estos casos, la experiencia particular que se elige socialmente es objeto de considerable elaboración y es usualmente modelada en detalle de acuerdo con los estándares locales. Esto es, cada cultura aunque selecciona un número pequeño del gran campo de experiencias límite, impone sin dificultad su tipo seleccionado sobre ciertos individuos. El particular comportamiento de un individuo inestable no es el modo único e inevitable en que su anormalidad puede expresarse. Él ha tomado un ejemplo de comportamiento condicionado por la tradición. Por el contrario, en toda sociedad hay formas de inestabilidad que están fuera de uso. No se presentan, al menos en el presente, para su imitación por los individuos influenciables que constituyen, en cualquier sociedad, un grupo considerable de los anormales. Parece claro que no es ésta una cuestión de la naturaleza de la sanidad, o de una tendencia biológica heredada dentro de un grupo local, sino que simplemente es una cuestión de configuración social.
El problema de entender el comportamiento humano anormal en un sentido absoluto, independiente de los factores culturales, está lejos de ser resuelto. Las categorías de comportamiento límite que derivan del estudio de las neurosis y psicosis de nuestra civilización son categorías de tipos locales de inestabilidad. Dan mucha información acerca de las presiones y exigencias de la civilización occidental, pero no proveen de un cuadro final del comportamiento humano inevitable.
Es imposible establecer una definición de anormalidad que pueda ser considerada válida para todo el material comparativo. Lo mismo pasa con la ética: todas nuestras convenciones locales de comportamiento moral e inmoral carecen de validez absoluta y, sin embargo, es posible que pueda desentrañarse una porción pequeña de lo correcto e incorrecto compartido por toda la raza humana. Cuando se disponga de los datos en psiquiatría, es probable que esta definición de las tendencias humanas anormales sea muy diferente de nuestra psicosis culturalmente condicionada y altamente elaborada, como las descriptas, por ejemplo, bajo los términos de esquizofrenia y maníaco-depresivo.
REFLEXIÓN:
PROPUESTA RELATIVISTA
NORMAL/ANORMAL DEPENDEN DE CADA CULTURA.
CADA CULTURA TIENE DIFERENTES CONCEPCIONES DE LO QUE ES NORMAL/ANORMAL.
CADA CULTURA DEBE SER ESTUDIADA EN SU PROPIO CONTEXTO PARA EVALUAR LAS DIFERENCIAS DE CONCEPCIONES.

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