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Alamex, Barcelona, 1986. Vallejo, J., Estados obsesivos. (1987) Salvat Editores, Barcelona . Vallejo, J. (1995a). Clínica. En Vallejo, J., y Berrios, G. (dirs.): Estados obsesivos, 2.a ed. Barcelona: Masson. Vallejo, J. (1995). Terapéuticas biológicas. En Vallejo, J. (dir.): Estados obsesivos, 2.a ed. Barcelona: Masson. Vallejo, J., In: Relaciones entre los estados obsesivos y los trastornos depresivos., 14(6) (1987) Rev. Psiquiatr Fac. Med, Barcelona, pp. 319–335. Vallejo, J., In: Estados obsesivos. Monogr. Psiquiatría, 2 (1989) Jarpyo, Madrid. Vallejo, J.; Olivares, J.; Marcos, T.; et al., Clomipramine versus phenelzine in obsessive-compulsive disorder. A controlled clinical trial, Br. J. Psychiatry 161 (1992) 665–670. Vallejo, J. (1995b). Biología de los trastornos obsesivos. En: Vallejo, J., y Berrios, G. (dirs.): Estados Obsesivos, 2.a ed. Barcelona: Masson. 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Sánchez-Planell Puntos clave • Los síntomas somáticos médicamente inexplicados son frecuentes y producen un deterioro en el funcionamiento y la calidad de vida del paciente comparable al producido por los trastornos ansiosos o depresivos, asociándose también con aumento de gastos y utilización de recursos sanitarios. • El tratamiento de los síntomas somáticos médicamente inexplicados requiere establecer una estrecha alianza terapéutica con el paciente y una firme colaboración con la atención primaria, aconsejando visitas programadas en intervalos de tiempo regulares y controlando los procedimientos diagnósticos y terapéuticos. • El tratamiento del dolor crónico debe ser multidimensional, incluyendo diferentes combinaciones de estrategias cognitivo-conductuales, antidepresivos, analgésicos y terapéutica física. Debe centrarse además en conseguir una restauración funcional. • La hipocondría implica una sintomatología polimorfa, que puede agruparse en tres grandes factores: la preocupación o miedo por la enfermedad (nosofobia), la convicción de enfermedad y los síntomas somáticos. • El tratamiento de la hipocondría y del trastorno dismórfico corporal pasa por establecer una buena alianza terapéutica. Son útiles las técnicas conductuales de exposición con prevención de respuesta y las técnicas de modificación cognitiva, así como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina a dosis altas. así como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina a dosis altas. • Los trastornos depresivos se presentan en más de un tercio de los pacientes que han sufrido una enfermedad coronaria. La depresión parece asociarse con un peor pronóstico cardiológico. Introducción En este capítulo abordamos el complejo tema de aquellos trastornos que se sitúan en la frontera entre psiquiatría y medicina, y que se caracterizan por el predominio clínico de síntomas somáticos. Trataremos tres cuestiones distintas. En primer lugar, los denominados síntomas o preocupaciones somáticas médicamente inexplicados, que clásicamente se consideraban como fenómenos neuróticos, y para los que las clasificaciones actuales utilizan de manera global el término de trastornos somatomorfos. Una parte de ellos ya se revisa en el capítulo dedicado a la histeria, por lo que en estas páginas nos dedicaremos sólo a otros aspectos complementarios. En segundo lugar, la relación que existe entre factores psicológicos y enfermedades médicas, algo que de forma habitual se incluía en el concepto de medicina psicosomática, y que las clasificaciones actuales recogen como factores psicológicos que afectan a entidades médicas. Y por último, dejaremos un breve espacio para otros dos temas parcialmente relacionados y que no se tratan en otro lugar, los trastornos facticios y la simulación. Síntomas somáticos médicamente inexplicados Definiciones Se trata de síntomas físicos, de intensidad suficiente para ser considerados clínicamente, y que no pueden ser explicados por la presencia de una patología médica conocida. Se han utilizado muchas etiquetas para referirse a ellos. Términos anacrónicos, como el de histeria, siguen en uso. Otros términos como los de conversión o somatización son criticables porque implican unos mecanismos psicológicos subyacentes (problemas emocionales que no pueden hacerse conscientes) que no son demostrables de forma generalizada. En los últimos años, tiende a usarse la etiqueta de síntomas somáticos médicamente inexplicados, con la cual se obvia su interpretación psicologista. Mecanismos patogénicos La causa precisa de los síntomas somáticos médicamente inexplicados se desconoce. Sin embargo, las teorías utilizadas para explicarla han sido múltiples. La interpretación psicoanalítica clásica planteaba que los síntomas físicos son sustitutos de impulsos instintivos reprimidos, que permiten la expresión simbolizada de ese deseo prohibido, de forma que el sujeto no necesitaría confrontar de un modo consciente sus impulsos inaceptables. En este mismo sentido, aunque desde otra perspectiva, se propone también el concepto de alexitimia como la pobreza o dificultad en expresar de forma verbal los sentimientos (Nemiah, 1977). Sin embargo, las bases empíricas de estas verbal los sentimientos (Nemiah, 1977). Sin embargo, las bases empíricas de estas afirmaciones son escasas, y más bien sugieren que los síntomas físicos y psicológicos no son canales alternativos para la expresión del malestar, sino manifestaciones simultáneas. Por otro lado, se ha destacado la importancia de los aspectos cognitivos, y se ha asumido que existe una percepción y una evaluación distorsionadas de los estímulos somatosensoriales. El grupo de Harvard desarrolló el concepto de amplificación somatosensorial (Barsky y cols., 1988): los síntomas somáticos empezarían con una sensación periférica, seguida de una elaboración cortical que podría amplificar o reducir esa sensación inicial. Los estados psicológicos aversivos producirían un aumento de la activación y la vigilancia, y reducirían, por lo tanto, el umbral para percibir y expresar eventos corporales. Además de esta amplificación de la percepción, el paciente focalizaría su atención en las sensaciones corporales, las interpretaría de manera errónea, y se alarmaría ante las mismas como consecuencia de un esquema cognitivo distorsionado (Salkovskis y Warwick, 1986). Numerosos procesos fisiológicos periféricos pueden desempeñar también un papel en la génesis de algunas somatizaciones (tonicidad de musculatura lisa y estriada, flujo sanguíneo, funciones endocrinas o actividad cardiorrespiratoria). También a nivel central, algunos autores han planteado la relación entre las somatizaciones y anomalías neurofisiológicas y estructurales (García-Campayo y cols., 2001), implicando vías serotoninérgicas (Rief y cols., 2004), dopaminérgicas y endorfinérgicas. Por último, algunos estudios han implicado a las citocinas, mensajeros del sistema inmunitario,que pueden participar en la génesis de algunos síntomas inespecíficos como la anorexia, la fatiga, el malestar general o la hiperalgesia, síntomas nucleares de muchos síndromes médicamente inexplicados. No obstante, la investigación sobre estos aspectos continúa siendo escasa y con resultados contradictorios (Houtveen y cols., 2007). Nosología Tanto la terminología como la nosología de los síntomas somáticos médicamente inexplicados resultan muy confusas y controvertidas. Desde la perspectiva psiquiátrica, la clasificación americana DSM-IV (American Psychiatric Association, 1994) plantea la existencia de un grupo específico de trastornos somatomorfos, basados en el predominio clínico de síntomas o preocupaciones somáticas, que no se explican por la presencia de enfermedades médicas ni de otros trastornos psiquiátricos, y que además se encuentran fuera del control voluntario por parte del sujeto (en el caso de que los síntomas somáticos sean fingidos o producidos de forma voluntaria, se habla de trastornos facticios o de simulación). En la tabla 16-1 se recogen los trastornos con somatizaciones presentados en el DSM-IV, tanto en el epígrafe de trastornos somatomorfos como en otros capítulos. El planteamiento en la CIE-10 (World Health Organization, 1992) es similar, aunque existen algunas diferencias: a) los trastornos conversivos no se agrupan con el resto de somatomorfos sino con los trastornos conversivos no se agrupan con el resto de somatomorfos sino con los trastornos disociativos, siguiendo el modelo clásico unitario de la histeria; b) se incluye una categoría de disfunción vegetativa o autonómica somatomorfa para los síntomas que representan una activación autonómica; c) el trastorno dismórfico corporal no se contempla como un trastorno independiente, sino como una variante de la hipocondría, y d) se mantiene la neurastenia como categoría independiente. Tabla 16-1 Trastornos con síntomas o preocupaciones somáticas sin causa médica conocida según el DSM-IV (American Psychiatric Association, 1994) Epígrafe Trastornos específicos Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos Trastorno delirante de tipo somático Trastornos somatomorfos Trastorno de somatizaciónTrastorno somatomorfo indiferenciado Trastorno de conversión Trastorno por dolor Hipocondría Trastorno dismórfico corporal Trastorno somatomorfo no especificado mejor en otro lugar Trastornos facticios Trastorno facticio Trastornos sexuales y de la identidad de género (disfunciones sexuales) Dispareunia no debida a enfermedad médica Vaginismo no debido a enfermedad médica Trastornos adaptativos Trastorno adaptativo sin especificar (con quejassomáticas) Otros problemas que pueden ser objeto de atención clínica Simulación Sin embargo, y como los síntomas somáticos médicamente inexplicados se relacionan con todos los aparatos y sistemas corporales, la mayoría de especialidades médicas han definido sus propios síndromes de síntomas inexplicados, o síndromes somáticos funcionales (síndrome del intestino irritable, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, dolor torácico atípico, globus faríngeo, sensibilidad química múltiple, síndrome de hiperventilación, dolor pélvico crónico, disfunción de la articulación temporomandibular, síndrome de la guerra del Golfo, etc.). Pero las clasificaciones psiquiátricas y médicas se están refiriendo a los mismos pacientes y síntomas, poniendo etiquetas diferentes a un mismo problema (Mayou y cols., 2005), lo cual resulta confuso para el paciente y dificulta la investigación. Un tema controvertido en la clasificación de los síntomas somáticos médicamente inexplicados es si existen varios síndromes somáticos funcionales diferentes o bien un único síndrome que recibe diferentes etiquetas dependiendo de la especialidad con la que se encuentra (Aaron y Buchwald, 2001). Teniendo en cuenta todos los factores, la realidad parece ser intermedia, existiendo subgrupos de pacientes, unos que presentan síntomas específicos de sistemas corporales particulares y síndromes funcionales, y otros que son polisintomáticos y cumplirían criterios de varios síndromes funcionales otros que son polisintomáticos y cumplirían criterios de varios síndromes funcionales (Guthrie y cols., 2003), algo que podría explicarse como un continuo de gravedad. La clasificación psiquiátrica está pendiente de revisión para el DSM-V. Muchos autores han sugerido modificaciones importantes, como la inclusión de criterios psicológicos positivos y puntos de corte empíricos en cuanto a número de síntomas (Rief y Hiller, 1999), o como directamente la eliminación de la categoría de trastornos somatomorfos (Mayou y cols., 2005), redistribuyendo sus componentes en otras categorías. Epidemiología Los datos epidemiológicos son escasos y difíciles de comparar al utilizarse en los estudios metodologías y criterios diagnósticos diferentes. Un estudio realizado en el ámbito de la atención primaria (Kirmayer y Robbins, 1991), con 685 pacientes, detectó que una tercera parte de los mismos presentaba algún tipo de somatización, y que éstos podían agruparse en tres categorías diferentes: un 17% del total de pacientes formaba un grupo de somatizadores, un 8% presentaba sobre todo preocupaciones hipocondríacas, y otro 8% correspondía con presentaciones somáticas de cuadros ansiosos o depresivos. Otros autores han encontrado cifras similares de somatizaciones en pacientes de atención primaria (De Waal y cols., 2004). Además de frecuentes, los síntomas somáticos médicamente inexplicados producen un deterioro en el funcionamiento y la calidad de vida del paciente, comparable a la producida por los trastornos ansiosos o depresivos, y se asocian con aumento de gastos y utilización de recursos sanitarios, como resultado de visitas clínicas y pruebas diagnósticas excesivas, prescripciones terapéuticas, remisiones a especialistas y procedimientos quirúrgicos (Reid y cols., 2002). Revisaremos a continuación los diferentes trastornos, agrupados desde un punto de vista académico en aquellos en los que predominan los síntomas somáticos y aquellos en los que predominan los aspectos cognitivos. Trastornos con predominio de síntomas somáticos Incluimos en este apartado el trastorno de somatización, el trastorno somatomorfo indiferenciado, el trastorno de conversión (tratado en otro capítulo), el trastorno por dolor y el trastorno somatomorfo no especificado de otra manera. Trastorno de somatización y trastorno somatomorfo indiferenciado El trastorno de somatización se caracteriza por la presencia, a lo largo de la vida, de múltiples síntomas somáticos clínicamente relevantes, que afectan a diferentes aparatos y sistemas (en general una combinación de síntomas gastrointestinales, sexuales, neurológicos y de dolor), sin evidencia de causa orgánica que los justifique y sin que tampoco sean simulados ni provocados de forma intencionada, ni formen parte exclusiva de otros trastornos psiquiátricos (p. ej., ansiosos o depresivos). El trastorno se inicia antes de los 30 años, principalmente durante la adolescencia, es de evolución se inicia antes de los 30 años, principalmente durante la adolescencia, es de evolución crónica y condiciona un importante deterioro del funcionamiento. Este trastorno se considera jerárquicamente superior al resto de trastornos considerados en este apartado (trastorno por dolor o trastorno conversivo) u otros trastornos sexuales o disociativos, por lo que estos últimos diagnósticos no deben realizarse si se cumplen criterios para trastorno de somatización, aunque no existan diferencias clínicas entre ellos. Con la hipocondría, sin embargo, sí existen diferencias clínicas; en la hipocondría la clínica se centra más en los aspectos cognitivos que en los somáticos, no preocupan tanto los síntomas como la supuesta enfermedad subyacente, los síntomas somáticos suelen ser únicos y no múltiples, y los pacientes suelen buscar confirmaciones etiológicas más que tratamientos sintomáticos. Por último, lo que diferencia al trastornode somatización de los trastornos facticios y de la simulación es el control voluntario que en estos últimos el paciente ejerce sobre sus síntomas (fingimiento o autoinducción). La prevalencia-vida del trastorno puede situarse entre el 0,1 y el 0,2%. Es más frecuente en mujeres, con una proporción de 5-20:1 y en clases sociales y niveles educativos bajos. Sobre todo desde el marco de la atención primaria se ha planteado la necesidad de modificar los criterios del trastorno de somatización. El alto umbral de síntomas requerido para el diagnóstico excluye a numerosos pacientes somatizadores que, sin embargo, también presentan un deterioro funcional considerable, elevada comorbilidad psiquiátrica y un exceso de utilización de recursos sanitarios (Barsky y cols., 2001). Para solucionar este problema se han realizado diferentes propuestas, como el trastorno somatomorfo abreviado (Escobar y cols., 1989) o el trastorno multisomatomorfo (Kroenke y cols., 1997); en ambos casos sobre la base, fundamentalmente, de la reducción del número de síntomas requeridos para el diagnóstico. En el DSM-IV (American Psychiatric Association, 1994) se incluye el trastorno somatomorfo indiferenciado, propuesta que es excesivamente laxa porque sólo requiere la presencia de un síntoma somático. Los instrumentos para la detección de estos trastornos han seguido también líneas diferentes. Por un lado, la elaboración de listados de síntomas somáticos (Othmer y DeSouza, 1985; Kroenke y cols., 2002; Rief y Hiller, 2003), y por otro, el desarrollo de escalas que incluyen no sólo estos síntomas, sino también otros aspectos cognitivos, como fue el Índice Whiteley (Pilowsky, 1967), desarrollado posteriormente en el Cuestionario de conductas de enfermedad (Pilowsky, 1993). El trastorno de somatización, y probablemente el trastorno somatomorfo indiferenciado y otros constructos equivalentes, presentan cifras muy altas de comorbilidad, tanto con patología depresiva (Garyfallos y cols., 1999) como con trastornos de personalidad. En este caso se ha cifrado la comorbilidad en hasta un 60%, sobre todo por lo que respecta a los trastornos por evitación, paranoide, autodestructivo y obsesivo-compulsivo, así como también dependiente e histriónico (Garyfallos y cols., 1999). El tratamiento de las somatizaciones está poco sistematizado. En cualquier caso, es fundamental establecer una estrecha alianza terapéutica con el paciente y una firme fundamental establecer una estrecha alianza terapéutica con el paciente y una firme colaboración con la atención primaria. Progresivamente, y teniendo en cuenta las reticencias del enfermo, se debe intentar aumentar la introspección sobre el hecho de que en la génesis o modulación de sus síntomas somáticos puedan estar implicados factores psicológicos, haciendo que sean capaces de afrontarlos, expresar emociones subyacentes y desarrollar estrategias alternativas para expresar sentimientos. La primera intervención terapéutica cuya eficacia fue empíricamente demostrada consistió en una lista de recomendaciones para el médico general en el manejo de estos pacientes (Smith y cols., 1995), aconsejando visitas programadas en intervalos de tiempo regulares para controlar los procedimientos diagnósticos y terapéuticos. De igual manera, pueden ponerse en marcha experimentos conductuales dirigidos a romper el círculo vicioso de los síntomas y sus consecuencias y estrategias cognitivo- conductuales (Kroenke y Swindle, 2000; Allen y cols., 2006; Smith y cols., 2006; Sumathipala y cols., 2008). Un metaanálisis ha sugerido también la utilidad de los antidepresivos para el tratamiento de los síntomas somáticos médicamente inexplicados (O’Malley y cols., 1999) encontrando diferencias de hasta el 32% de efecto entre antidepresivo y placebo. Estudios randomizados y controlados han sido positivos con venlafaxina para el trastorno multisomatomorfo, aunque a expensas fundamentalmente de los síntomas álgicos (Kroenke y cols., 2006). Diversos estudios también han sido positivos con paroxetina en el dolor torácico atípico (Doraiswamy y cols., 2006), la fibromialgia (Patkar y cols., 2007), el síndrome de intestino irritable (Creed y cols., 2003) y el trastorno somatomorfo indiferenciado (Han y cols., 2008). Trastorno por dolor Se caracteriza por la presencia de dolor como foco predominante de atención clínica, para el que se juzga que hay factores psicológicos que desempeñan un papel importante en su inicio, gravedad, exacerbación y/o mantenimiento, junto con la ausencia de entidades médicas o mecanismos patogénicos conocidos (como en el caso de las cefaleas tensionales) que justifiquen plenamente la presencia del síntoma. Se trata probablemente de un grupo heterogéneo de pacientes, aunque en general presentan historias clínicas largas y complicadas, un deterioro considerable en el funcionamiento en diferentes áreas, y la mayoría de las veces están sometidos a politerapias farmacológicas con intencionalidad analgésica y/o ansiolítica. El dolor físico es para estos pacientes el centro de toda su existencia y la fuente de todo su malestar, negando otros motivos de disforia o malestar emocional. Se le asocia con trastornos depresivos mayores en el 25-50% de los casos, y con distimias y otros trastornos depresivos menores en el 60-100%, sobre todo en las formas crónicas. Suelen considerarse factores de mal pronóstico la presencia de problemas caracterológicos previos, sobre todo rasgos de pasividad importante, la existencia de compensaciones económicas o su posibilidad en el futuro, el uso de sustancias psicoactivas o la propia cronicidad de su evolución. Los cuadros álgicos son muy frecuentes, tanto que algunos datos sugieren que hasta un Los cuadros álgicos son muy frecuentes, tanto que algunos datos sugieren que hasta un 10-15% de la población presenta cada año algún tipo de absentismo laboral por problemas de dolor. Sin embargo, en estas cifras se incluyen cualquier tipo de problemas álgicos, con independencia de su etiopatogenia. El trastorno por dolor parece ser más frecuente en mujeres, con una proporción de 2:1, como consecuencia sobre todo de la mayor prevalencia de cefaleas y dolores musculoesqueléticos. En cuanto al diagnóstico diferencial, en primer lugar hay que descartar la presencia de factores orgánicos. De todas formas, éstos no excluyen la coexistencia de factores psicológicos, y por lo tanto no se descarta directamente el diagnóstico psiquiátrico. No en vano el dolor es un síntoma extraordinariamente sensible a influencias emocionales, cognitivas, atencionales y situacionales. El tratamiento del dolor crónico debe ser abordado en su multidimensionalidad, considerando siempre y en todos los casos tanto los aspectos orgánicos como los componentes psiquiátricos presentes, de forma primaria o secundaria (Dobscha y cols., 2009). El tratamiento debe centrarse además no tanto en planteamientos estrictamente curativos, sino sobre todo en aspectos paliativos, consiguiendo lo que se ha llamado u n a restauración funcional. El plan terapéutico deberá incluir diferentes combinaciones de estrategias cognitivo-conductuales, medicación y terapia física. El tratamiento debe iniciarse con una correcta información al paciente y la familia sobre la importancia de los factores psicológicos en la génesis y mantenimiento del dolor, tanto si existe como si no una base orgánica evidente. Esto facilitará establecer una adecuada alianza terapéutica, que permita asegurar la colaboración y el cumplimiento por parte del paciente. Se ha demostrado la utilidad de los antidepresivos (amitriptilina, imipramina, ISRS) (Hauser y cols., 2009), aunque no queda claro si por su efecto antidepresivo o por un efecto analgésico directo (posiblemente estimulando vías eferentes inhibitorias del dolor). En todos los casos parece que las dosis útiles son más bajas que las utilizadas como antidepresivas. También se han utilizado técnicas de biofeedback, sobre todo con dolores migrañosos, miofasciales y estados de tensión muscular,y entrenamientos en relajación. Otro aspecto extremadamente importante es el preventivo. Debemos aprender a manejar el dolor a lo largo del camino que lleva a la cronicidad. Las intervenciones conductuales precoces mejoran claramente la evolución. El tratamiento debe enfocarse a devolver al paciente a su papel ocupacional lo antes posible. Trastornos con predominio de síntomas cognitivos Tanto la hipocondría como el trastorno dismórfico corporal, los dos representantes de esta categoría, se caracterizan por la presencia de ideas relacionadas con temas de aspecto físico o de salud. Como siempre que se define un trastorno por el contenido de una idea, existe controversia sobre la forma en que esas ideas pueden presentarse una idea, existe controversia sobre la forma en que esas ideas pueden presentarse (delirantes, obsesivas o sobrevaloradas) y si ello da lugar a categorías diagnósticas diferentes. La clasificación DSM-IV toma una actitud claramente categorial, separando aquellos trastornos en los que, a pesar de que el contenido de las ideas sea equivalente al de los trastornos somatomorfos, la cualidad de las mismas sea delirante (trastorno delirante de tipo somático) u obsesiva (trastorno obsesivo-compulsivo [TOC]), dejando para la hipocondría y el trastorno dismórfico la presencia de ideas sobrevaloradas sin características delirantes. Aunque esta clasificación parece plenamente consolidada, algunos autores todavía la cuestionan (Phillips, 2004). Hipocondría Este trastorno se define por el miedo a tener, o la creencia de que se tiene, una enfermedad física grave basándose en la interpretación errónea de síntomas corporales. Los síntomas físicos implicados pueden ser sensaciones corporales normales, percepciones aumentadas del funcionamiento fisiológico, o bien concomitantes somáticos de las emociones. Los exámenes físicos y las diferentes pruebas diagnósticas son negativas, a pesar de lo cual el paciente persiste en su convencimiento de que está enfermo y reacciona con alarma ante cualquier signo indicativo de enfermedad, observando constantemente el funcionamiento de su cuerpo. A pesar de ello, las ideas del paciente no tienen características delirantes. Para que la hipocondría pueda ser considerada como tal, el trastorno debe ser lo suficientemente intenso como para provocar malestar o deterioro del funcionamiento, y haber durado por lo menos 6 meses consecutivos. La hipocondría implica una sintomatología polimorfa, que puede agruparse en tres grandes factores: la preocupación o miedo por la enfermedad (nosofobia), la convicción de enfermedad y los síntomas somáticos. No queda claro si estos tres componentes son necesarios para el diagnóstico, si alguno de ellos es una simple característica asociada, o si definen categorías nosológicas independientes, ya que existen algunas evidencias de respuesta diferenciada al tratamiento. Además se asocian conductas de seguridad, que incluyen la búsqueda de confirmaciones sobre su salud por parte de médicos, amigos y familiares, comprobaciones repetidas de referencias médicas (libros, internet) buscando información sobre la enfermedad temida, comprobaciones frecuentes sobre el funcionamiento corporal (p.ej. monitorizando frecuencia cardíaca o tensión arterial) y evitaciones fóbicas de desencadenantes ambientales. La prevalencia estimada de hipocondría en atención primaria se sitúa en un 4,2-8,5%. Las tasas de comorbilidad psiquiátrica de la hipocondría son elevadas, de hasta el 80%, sobre todo con trastornos ansiosos, depresivos y de personalidad. En este último caso en concreto, algunos autores sugieren que en realidad la hipocondría no es un trastorno sino un patrón de personalidad con una tendencia importante a interpretar sensaciones somáticas (Tyrer y cols., 1999). La hipocondría suele iniciarse entre los 20 y los 30 años, y su evolución suele ser crónica, aunque pueden existir formas transitorias relacionadas con períodos de estrés, por lo común la muerte o enfermedad grave de alguien importante para el paciente, o una enfermedad grave pero ya resuelta del propio individuo. En el diagnóstico diferencial hay que distinguir en primer lugar la preocupación normal por estar enfermo, que cede al conocer los resultados negativos de las exploraciones médicas, así como la preocupación que tiene un individuo como consecuencia de presentar realmente enfermedades médicas graves. Del mismo modo, las preocupaciones hipocondríacas son comunes en otros trastornos psiquiátricos, que por lo tanto deben descartarse: 1. En el trastorno de pánico las preocupaciones hipocondríacas son frecuentes, pero claramente secundarias a las crisis de pánico, y mejoran con el tratamiento de las mismas. También las características clínicas suelen ser diferentes (Salkovskis y Clark, 1993): a) en el trastorno de pánico se anticipa una catástrofe inmediata para la salud (miedo a un infarto), mientras que en la hipocondría se anticipa una catástrofe diferida (miedo al cáncer); b) en el trastorno de pánico los síntomas que son foco de atención son concomitantes de la ansiedad (p. ej., cardiocirculatorios o respiratorios), mientras que en la hipocondría pueden ser también otros síntomas no relacionados con la ansiedad, y c) en el trastorno de pánico se desarrollan conductas de evitación y huida, mientras que en la hipocondría se desarrollan comprobaciones y búsqueda de resultados. El único solapamiento con el trastorno de pánico sería el hecho de que ambos trastornos comparten una interpretación errónea y catastrófica de síntomas físicos. 2. Con el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) las relaciones son complejas. Las preocupaciones hipocondríacas son también intrusivas y persistentes como las ideas obsesivas, y las conductas de seguridad tienen una cualidad de imperiosidad e irresistible similar al de los rituales compulsivos. Sin embargo, en el TOC predomina el miedo a enfermar y contaminarse, frente al convencimiento del hipocondríaco. Además, las ideas del hipocondríaco carecen del componente egodistónico de las auténticas ideas obsesivas, por lo que, a pesar de algunas similitudes, ambos trastornos pueden ser distinguidos como independientes (Greeven y cols., 2006). 3. En la esquizofrenia, además de que existen otros síntomas psicóticos, los delirios sobre enfermedades suelen ser más bizarros que en la hipocondría. Con el trastorno delirante de tipo somático la diferencia clínica puede ser más sutil, sólo en cuanto a las características delirantes de las ideas hipocondríacas. Los pacientes hipocondríacos suelen ser enfermos que aceptan mal un abordaje psiquiátrico, centrados como están en preocupaciones por enfermedades médicas. Por ello, un primer aspecto del tratamiento es conseguir una buena alianza terapéutica. Una vez conseguida, el sujeto puede ser abordado con técnicas cognitivo-conductuales. En términos conductuales, las conductas de seguridad previenen la extinción natural de la ansiedad patológica por la salud. Por tanto, las técnicas de exposición con prevención de respuesta son útiles, especialmente para el componente nosofóbico del trastorno (Abramowitz y Moore, 2007). El otro componente, el de convicción de enfermedad, respondería mejor a técnicas de modificación cognitiva (Barsky y Ahern, 2004). También se han utilizado tratamientos psicofarmacológicos, en especial inhibidores También se han utilizado tratamientos psicofarmacológicos, en especial inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), siempre a dosis altas similares a las utilizadas en el tratamiento del trastorno obsesivo. Los resultados fueron positivos en diversos estudios abiertos, pero también en estudios randomizados controlados con placebo utilizando paroxetina (Greeven y cols., 2007). Trastorno dismórfico corporal Consiste en la preocupación repetida y persistente por un defecto imaginado o exagerado de la apariencia física, que provoca un malestar significativo o se asocia con un deterioro del funcionamiento. Las preocupaciones más comunes afectan a lacara o cabeza (p. ej., pérdida de cabello o alteraciones de su consistencia, acné, arrugas, cicatrices, arañas vasculares, palidez o rubicundez, asimetrías o desproporciones, vello excesivo, tamaño y forma de la nariz), aunque también pueden centrarse en otras partes del cuerpo. En ocasiones la queja es específica, otras es más vaga y confusa. Como promedio los pacientes tendrían a lo largo del trastorno preocupaciones sobre cuatro regiones corporales diferentes. Es habitual que se asocien: a) ideas de referencia (la gente percibe y comenta la deformidad física del sujeto); b) comprobaciones delante del espejo, o bien evitación de superficies reflectantes por la ansiedad que produce percatarse del defecto; c) intentos de ocultar la deformidad (camuflaje) con maquillaje, ropa o cualquier otro complemento; d) evitación de actividades sociales (hasta el 30% de estos pacientes estarían limitados al domicilio), y e) ideas (80% de los casos) e intentos de suicidio (24-28%), así como una tasa muy alta de suicidios consumados, del 0,3% (Phillips y cols., 2005a). Estos pacientes a menudo buscan y reciben tratamiento médico, dental o quirúrgico para solucionar los supuestos defectos físicos. La edad de inicio habitual se sitúa entre los 15 y los 20 años, aunque también se han descrito casos en la infancia. El inicio suele ser insidioso, y la intensidad de los síntomas oscila a lo largo del tiempo, aunque la evolución suele ser crónica y continua. La prevalencia transversal se sitúa en un 0,7-2,4% de la población general (Rief y cols., 2006). En el 90% de los casos se observan episodios depresivos mayores a lo largo de la vida; en el 70%, trastornos ansiosos, y en el 30%, trastornos psicóticos, al igual que fobia social (Phillips y cols., 2005b). La comorbilidad es igualmente alta con trastornos de personalidad, en especial los trastornos evitativo, dependiente, obsesivo-compulsivo y paranoide. Una parte de estas cifras representa probablemente solapamientos diagnósticos o conflictos nosológicos más que una auténtica comorbilidad. Se ha profundizado especialmente en la relación con el TOC basándose en la preocupación supuestamente obsesiva que presentan estos individuos por la imagen corporal, las comprobaciones compulsivas, y la respuesta positiva a los ISRS. En cualquier caso, el paciente dismórfico experimenta pensamientos egosintónicos, de características sobrevaloradas y no obsesivas, con peor insight (Eisen y cols., 2004). Para el diagnóstico diferencial, el trastorno debe distinguirse de la preocupación normal por la apariencia. Igualmente, y como siempre que se define un síndrome a partir de un único síntoma, deben descartarse todos aquellos trastornos en los que este síntoma pueda estar presente. En este caso, las alteraciones de la imagen corporal pueden aparecer en el trastorno delirante de tipo somático, en la anorexia nerviosa, en pueden aparecer en el trastorno delirante de tipo somático, en la anorexia nerviosa, en los trastornos de la identidad sexual y en algunos síndromes neurológicos, así como en los cuadros depresivos, en el TOC y en la esquizofrenia. La mayoría de estos pacientes suelen presentar una mala respuesta a cualquier tipo de tratamiento cosmético o quirúrgico, con persistencia o empeoramiento de la queja inicial, o con aparición a corto o medio plazo de síntomas en otra área corporal. Desde el punto de vista psicofarmacológico, diversos estudios no controlados y tres controlados (Hollander y cols., 1999; Phillips y cols., 2002; Phillips y Rasmussen, 2004) han demostrado una mejor respuesta del cuadro a fármacos serotoninérgicos (clomipramina, fluvoxamina, fluoxetina, citalopram, escitalopram). Tanto estos estudios como la experiencia clínica sugieren que la pauta de tratamiento debe ser similar a la utilizada en el trastorno obsesivo, es decir, dosis altas, tratamiento prolongado, que no se debe considerar inefectivo hasta al menos 4 meses tras su comienzo, y considerar que la falta de respuesta a un determinado inhibidor de la recaptación de serotonina no comporta necesariamente el fracaso de otro agente con similar mecanismo de acción. También se ha señalado que la respuesta terapéutica a fármacos serotoninérgicos es igualmente favorable en pacientes con dismorfofobia delirante (Phillips y cols., 2001), aunque en general se aconseja en estos casos un tratamiento combinado del inhibidor de recaptación de serotonina junto con antipsicóticos, preferentemente atípicos o pimocida. Diversos estudios han señalado también la eficacia del tratamiento psicoterapéutico de orientación cognitivo-conductual (Neziroglu y Yaryura-Tobias, 1993 ; Rosen y cols., 1995) sobre todo en los casos con ideación sobrevalorada, con necesidad de programas de mantenimiento a largo plazo (McKay, 1999). No se dispone de estudios controlados que evalúen la eficacia de tratamientos combinados psicofarmacológicos y psicoterapéuticos, pero en la práctica clínica la mayoría de pacientes presentan una mejor respuesta con esta estrategia conjunta. Un enfoque terapéutico racional comportaría abordar los casos de intensidad moderada con ISRS y psicoterapia, en tanto que los casos refractarios o con sintomatología delirante responderían mejor ante la asociación psicofarmacológica señalada anteriormente, incorporando el abordaje cognitivo-conductual tras la posible mejoría sintomática. Factores psicológicos que afectan a entidades médicas Definiciones y criterios diagnósticos El concepto de medicina psicosomática surgió a partir de la observación de las asociaciones existentes entre diferentes experiencias emocionales y la aparición de algunas enfermedades somáticas; en un principio se centró en los siete trastornos clásicos: hipertensión, tirotoxicosis, colitis ulcerosa, ulcus péptico, migraña, asma bronquial y artritis reumatoide. Sin embargo, hoy en día la medicina psicosomática no puede limitarse sólo a un grupo reducido de trastornos, sino que debe plantear que el organismo humano es indivisiblemente psicosomático, y que todas las enfermedades se ven influidas de manera conjunta por factores biológicos y psicológicos. Para la clasificación por categorías y el estudio de la influencia de los factores psicológicos, el DSM-IV propone el término de «Factores psicológicos que afectan a entidades médicas», incluido en el epígrafe de «Otras condiciones que pueden ser foco de atención clínica». En esta categoría se recogen todos aquellos factores psicológicos o conductuales específicos que afectan negativamente a una entidad médica, bien porque influyen en el curso de la enfermedad, interfieren con el tratamiento, constituyen riesgos adicionales de morbilidad, o condicionan respuestas fisiológicas relacionadas con el estrés que precipitan o exacerban síntomas de la enfermedad médica. Los factores psicológicos implicados pueden ser trastornos mentales de los ejes I o II por sí mismos, pero también síntomas psicopatológicos, rasgos de personalidad o estilos de afrontamiento que no cumplan criterios de trastornos específicos. También deben considerarse una serie de conductas de salud desadaptadas (p. ej., descontroles dietéticos, sedentarismo, promiscuidad sexual, toxicomanías) o respuestas fisiológicas a estresores ambientales (Stoudemire, 1995). Modelos explicativos Las teorías básicas en el campo de la medicina psicosomática derivan de tres áreas fundamentales: el psicoanálisis, la psicofisiología y la psicobiología. La tradición psicoanalítica está representada sobre todo por el modelo de la especificidad (Alexander, 1950). La premisa central era que pueden encontrarse constelaciones específicas de conflictos intrapsíquicos que dan lugar a enfermedades físicas concretas. Por lo tanto, la investigación se centraba en identificar en cada enfermedad los factores psicológicos específicos (habitualmente en el ámbito de la personalidad) y explicar los mecanismos etiopatogénicos. La tradición psicofisiológica se materializa en el modelo del estrés (Wolff, 1953); este modelo plantea que el factorpsicológico es inespecífico y actúa a través de una respuesta general al estrés, que sólo produce su efecto sobre aquellos sistemas somáticos supuestamente más vulnerables en cada individuo. Por último, el denominado modelo holístico (Meyer, 1957) plantea una integración biopsicosocial a través de la integración del funcionamiento de los sistemas nervioso, endocrino e inmunitario. Por problemas de espacio, sólo nos referiremos de manera específica a la influencia de factores psicológicos en la enfermedad coronaria, ya que ha sido una de las patologías más ampliamente estudiadas. Sin embargo, pueden hacerse planteamientos parecidos en numerosas enfermedades médicas (respiratorias, digestivas, oncológicas, dermatológicas, reumatológicas, etc.). Enfermedad coronaria La enfermedad coronaria se ha relacionado fundamentalmente con tres factores psicológicos: personalidad o estilos de afrontamiento, hiperreactividad fisiológica a estímulos ambientales y estados afectivos. Respecto al primer factor, es clásico el denominado «patrón de conducta tipo A», descrito hace más de 30 años en relación con la enfermedad coronaria (Friedman y cols., 1986). Se trata de un grupo complejo de rasgos psicológicos y conductuales entre los que se incluyen hostilidad, impaciencia, agresividad, ambición, competitividad, estándares de funcionamiento excesivamente altos, conducción temeraria y otras características motoras y del lenguaje (movimientos corporales excesivamente rápidos, tensión de la musculatura facial y corporal o lenguaje explosivo). La relación entre el patrón A y la enfermedad coronaria es compleja. Diferentes estudios epidemiológicos han demostrado que el patrón A es un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedad coronaria, aunque tal vez no para su curso una vez instaurada. Además, en los últimos años se han desarrollado investigaciones dirigidas a identificar los componentes del patrón A que están más directamente relacionados con la enfermedad coronaria, entre los que cabe destacar, sobre todo, la hostilidad. En segundo lugar se encuentra la hiperreactividad fisiológica a estímulos ambientales (Manuck y cols., 1986). Existen numerosas evidencias de que la activación del sistema nervioso simpático contribuye al desarrollo de aterosclerosis y enfermedad coronaria, aunque la mayoría de los datos surgen de estudios con primates. Para explicar esta relación se han esgrimido hipótesis sobre diferentes mecanismos, tanto procesos hemodinámicos (p. ej., hipertensión o aumento de la turbulencia) como mecanismos neuroendocrinos (p. ej., influencias catecolaminérgicas sobre la agregación plaquetaria y el tono vascular), o la afectación catecolaminérgica directa sobre el miocardio (aumento de la frecuencia cardíaca, contractilidad y velocidad de conducción, acortamiento del período refractario auriculoventricular). En este sentido cabe destacar los estudios que relacionan numerosas situaciones ambientales estresantes agudas con accidentes cardíacos. Por último, los estados afectivos. Los trastornos depresivos se presentan en más de un tercio de los pacientes que han sufrido una enfermedad coronaria (Frasure-Smith y Lesperance, 2008; Birket-Smith y cols., 2009). Varios estudios han asociado la depresión con un peor pronóstico cardiológico, tanto en pacientes que han sufrido un infarto (van Melle y cols., 2004; Drago y cols., 2007), como en pacientes ambulatorios con enfermedad coronaria o insuficiencia cardíaca (Frasure-Smith y Lesperance, 2008), aunque no siempre ha sido confirmado (Birket-Smith y cols., 2009). El efecto negativo de la depresión puede ser temporal, aunque la ventana para que se produzcan intervenciones beneficiosas no ha sido todavía establecida. Por todo ello, los sujetos con riesgo coronario o los pacientes coronarios son candidatos claros a intervenciones terapéuticas o preventivas, como el manejo del estrés, el biofeedback o las técnicas de relajación, incluidas ya en muchos protocolos de rehabilitación cardíaca. Diversos metaanálisis habían concluido que las intervenciones psicosociales se asociaban con reducciones significativas en la mortalidad y morbilidad cardíacas, con probable influencia del género (Linden y cols., 2007). Igualmente algunos grandes estudios habían aportado resultados positivos (Mendes de Leon y cols., 1991), aunque otros estudios sugerían que las intervenciones psicológicas después de un infarto no tenían un impacto positivo sobre el pronóstico médico después de un infarto no tenían un impacto positivo sobre el pronóstico médico (ENRICHD, 2003), aunque probablemente no en todos los aspectos (Saab y cols., 2009). Trastornos facticios Se caracterizan por la presencia de síntomas físicos o psíquicos que son fingidos o producidos de forma intencionada con la finalidad por parte del sujeto de asumir el papel de enfermo. No existen incentivos externos para la conducta (p. ej., ganancias económicas o evitar responsabilidades legales), ya que en este caso hablaríamos de simulación. Las conductas se consideran voluntarias porque son deliberadas y finalistas, aunque no sean controlables y a veces exista un componente compulsivo. Los trastornos facticios con signos y síntomas predominantemente psicológicos suelen distinguirse de aquellos en los que predominan los síntomas físicos, también denominados síndrome de Münchausen. La característica esencial de estos últimos es la capacidad del paciente para presentar síntomas físicos que les permiten conseguir admisiones y estancias hospitalarias. Para apoyar su historia, el enfermo finge o se provoca una serie de síntomas muy variables, que pueden incluir hematomas, hemoptisis, dolores abdominales, fiebre, hipoglucemias, náuseas, vómitos, mareos o convulsiones. La orina sometida a análisis puede haber sido contaminada con sangre o heces; el sujeto puede ingerir anticoagulantes, insulina u otros fármacos con el objeto de provocarse síntomas o alteraciones en las exploraciones médicas complementarias. Suelen ser pacientes litigantes, sobre todo cuando se pone en duda alguna de sus quejas, y que abandonan el hospital en el que están ingresados cuando creen que van a ser descubiertos, pero acuden a otro hospital y empiezan el ciclo de nuevo. Muchos presentan síntomas diferentes en admisiones hospitalarias diferentes. Se han descrito tres tipos clínicos diferentes (Asher, 1951): a) tipo abdominal agudo, con antecedente de múltiples laparotomías, y que podría ser la forma más frecuente, en la que el sujeto ingiere objetos y solicita intervenciones quirúrgicas para retirarlos; b) tipo hemorrágico, con hemorragias episódicas por varios orificios, que a veces utiliza sangre de animales o bien consume anticoagulantes, y c) tipo neurológico, con ataques, desmayos, cefaleas graves, anestesias o síntomas cerebelares. A estos tipos originales se pueden agregar otros cuadros dermatológicos, cardiológicos o respiratorios. Mención aparte merece el trastorno facticio por poderes (Meadow, 1982), en el que el paciente produce de manera intencionada síntomas en otro individuo que está bajo sus cuidados, por lo común un niño. La única motivación es que el cuidador asuma de forma indirecta el papel de enfermo, lo cual no debe confundirse con los abusos físicos y los intentos consiguientes para ocultarlos. El trastorno facticio siempre tiene que ser un diagnóstico de exclusión, pero es preciso tenerlo presente a la hora de realizar el diagnóstico diferencial frente a otros trastornos. Pueden hacernos sospechar la presencia de un trastorno facticio, en lugar de una enfermedad médica real, la existencia de seudología fantástica (creando una historia médica sorprendente, exagerada o imposible), las conductas desadaptadas en el marco médica sorprendente, exagerada o imposible), las conductas desadaptadas en el marco sanitario, la presencia de conocimientos médicos extensos, el uso-abuso de analgésicos, los antecedentes de múltiples intervenciones quirúrgicas, la escasez de amigos y la ausencia de visitas durante su ingreso, y elcurso clínico fluctuante con complicaciones o síntomas nuevos cuando las exploraciones complementarias de los primeros resultaron negativas. La prevalencia se sitúa en un 0,032-9,36% en diferentes recursos asistenciales (Kocalevent y cols., 2005). La relación de estos trastornos con los trastornos de personalidad resulta especialmente compleja. Por su estilo de vida caótico, sus relaciones interpersonales alteradas, sus crisis de identidad, el abuso de sustancias, las automutilaciones y las tácticas manipuladoras, en la mayoría de casos podrían también recibir el diagnóstico de trastorno límite de la personalidad. A veces tienen también rasgos histriónicos debido a su necesidad de atención y dramatismo. Simulación Se caracteriza por la presencia de síntomas físicos o psíquicos que son producidos de forma intencionada o que son fingidos (al igual que el trastorno facticio). No obstante, dicha conducta viene motivada por la existencia de incentivos externos, no psicológicos, como pueden ser evitar responsabilidades laborales o militares, evitar procesamientos penales, obtener tóxicos o conseguir pensiones. El cuadro debe sospecharse en los siguientes casos: a) presentaciones en contextos médico-legales; b) cuando existen discrepancias importantes entre las quejas del sujeto sobre su malestar o incapacidad y los datos objetivos; c) si hay falta de cooperación durante la evaluación diagnóstica y en el cumplimiento del tratamiento, o d) en caso de que exista un trastorno antisocial de la personalidad (LoPiccolo y cols., 1999). Bibliografía Aaron, L.A.; Buchwald, D., A review of the evidence for overlap among unexplained clinical conditions, Ann. Intern. Med 134 (2001) 868–881. Abramowitz, J.S.; Moore, E.L., An experimental analysis of hypochondriasis, Behav. Res. Ther 45 (2007) 413–424. Alexander, F., Psychosomatic Medicine. (1950) WW Norton, Nueva York . Allen, L.A.; Woolfolk, R.L.; Escobar, J.I.; Gara, M.A.; Hamer, R.M., Cognitive-behavioral therapy for somatization disorder: a randomized controlled trial, Arch. Intern. Med 166 (2006) 1512–1518. 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