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• I cántaro Cuentos fantásticos argentinos Cuentos fantásticos argentinos CORTÁZAR - ÜCAMPO ÜESTERHELD - BORGES SIIUA - BIOY CASARES • !cántaro Colección de l MiRADOR Coordinadora de Literatura: Karina Echevarría Secciones especiales: Silvia Ojeda y María Martha Lucero Corrector: Mariano Sanz Coordinadora de Arte: Natalia Orranto Diagramación: Azul De Fazio Gerente de Preprensa y Producción Editorial: Carlos Rodríguez Imagen de tapa: Latinstock Cuenros fantásricos argentinos I Julio Cortázar ... [cr al. J ; compilado por Silvia Ojcda ; María Martha Lucero. - 2a ed. - Boulognc: Cántaro, 201 7. 144 p.; 19 x 14 cm. - (Del mirador; 264) ISBN 978-950-753-448-5 1. Narrativa. 2. Cuemo. l. Comízar, Julio 11. Ojeda, Silvia, comp. IIJ. Lucero, María Marcha, comp. CDD A863 © Editorial Puerro de Palos S. A., 2008 Editorial Puerto de Palos S. A. forma parte del Grupo Macmillan Avda. Blanco Encalada 104, San Isidro, provincia de Buenos Aires, Argenrina lntcrnor: www.pucrrodepalos.com.ar Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723. Impreso en la Argenrina I Printed in Argentina ISBN 978-950-753-448-5 No se pcrmire la reproduccic'm parciaJ o rora l. el almaccnamienlo, el alquiler, la transmisión o la transformació n de csre libro, en cuaJquier medio, sea electrónico o mecánico. mcdianrc forocopias, digi tal ización y orros mérodos, sin el permiso previo y escriro del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446. Puertas de acceso Ficciones en tránsito La palabra tránsito proviene del latín 'transitio, -oms que significa ''.Acción de pasar más allá". 1 Es un término que uti- lizamos constantemente en nuestra vida cotidiana: normas de tránsito, pasajeros en tránsito, tránsito congestionado. Pero ¿cuántas veces nos hemos detenido a reflexionar sobre su signi- ficado? Veamos qué nos dice el Diccionario de La Real Academia Española2 : Tránsito: m. Acción de transitar. 11 2. Actividad de personas y vehículos que pasan por una calle, una carretera, etc. 11 3. Paso (11 sitio por donde se pasa de un Lugar a otro). 114. En conventos, seminarios y otras casas de comunidad, pasillo o corredor: 11 5. Lugar determinado para hacer alto y descanso en alguna jornada 1 Corominas, Joan , Breve diccionario etimológico de In lengua cnstelln11n, 3a. edición, Madrid, Grcdos, 1998. 2 Real Academia Española, Diccionario de In Lengua EspniloÚI, Vigésima segunda edición, Bs. As., Ed. Planeta, 2003. 6 Puertas de acceso o marcha. 11 6 Muerte de una persona santa y justa, o que ha dejado buena opinión con su virtuosa vida y muy especial- mente, de la Virgen María. 11 7. Fiesta que la Iglesia católica celebraba el día 15 de agosto para conmemorar la muerte de la Virgen. En todas las acepciones, está presente la idea de desplaza- miento; en algunas, de pasaje: pasar de un lado a otro. ¿Y qué sucedería si ese otro lado se presentara no como lo cotidiano, lo familiar, lo esperable sino como lo desconocido: amenazante, asom broso, paradisíaco o hasta levemente familiar, pero, al fi n, extraño? Los relatos que forman esta antología muestran de qué modo se transforman los personajes, el tiempo y el espacio al realizar este tránsito al más allá. Pero ¿qué puerta conecta uno y otro mundo? ¿Qué hay detrás de esa puerta? Viaje al centro de lo fantástico El teórico y crí tico li terario francés de origen búlgaro Tzvetan Todorov, en su Introducción a La Literatura fantástica3 afirma: Llegamos así al corazón de lo fantástico. En un mundo que es el nuestro, el que conocemos, sin diablos, sílfides ni vampiros, se produce un acontecimiento imposible de explicar por las leyes de ese mismo mundo familiar. EL que percibe el acontecimiento debe optar por una de Las dos soluciones posibles: o bien se trata de una ilusión de Los sentidos, de un producto de La imagina- ción, y Las Leyes del mundo siguen siendo fo que son, o bien el acontecimiento se produjo realmente, es parte integrante 3 Todorov, TI.Vetan, !11trod11cció11 a In liternturn fa11tdsticn, Barcelona, Ediciones Buenos Aires, 1982. Puertas de acceso 7 de La realidad, y entonces esta realidad está regida por Leyes que desconocemos. (. . .) Lo fantástico ocupa el tiempo de esta incertidumbre. No debemos olvidar que un relato literario, un cuento, por ejemplo, es una construcción ficcional. Esto quiere deci r que hay un autor quien decide qué va a contar y cómo lo va a hacer. Para ello, elegirá el narrador que más le convenga a su historia, los personajes adecuados, el tiempo y el lugar en el que los va a situar. Es momento ahora de hacer una distinción importante: a qué llamamos historia y a qué discurso. Dijimos que un autor decide qué quiere contar y cómo lo va a hacer. Entonces, imagina una serie de acciones que realizan los personajes, ordenadas lógica y cronológicamente: la historia. Ahora bien, nuestro autor decidirá también cómo quiere contarla: quizás, comenzando por el final para luego desarrollar las acciones que condujeron a esa situa- ción; o, quizás, yendo hacia atrás y hacia delante en el tiempo, para provocar así un desorden constante en la cronología. Esto es el discurso: el modo en que el autor decide narrar la historia. A veces, el tiempo de la historia y el del discurso coinciden. A veces, no. Los textos con los que nos proponemos trabajar, plantean un desplazamiento en el tiempo y en el espacio que provoca la aper- tura a mundos desconocidos y que perturba la percepción de la real idad. Vamos a detenernos, por lo tanto, en la construcción narrativa de estos dos conceptos. 8 Puertas de acceso La construcción del espacio Lugar y espacio De acuerdo con lo que plantea la crítica y teórica literaria holandesa Mieke Bal en su Teoría de la narrativa1, hay una dis- tinción fundamental entre lugar y espacio. El lugar es la posición geográfica en la que se sitúa a los per- sonajes y en la que suceden los acontecimientos. El concepto de lugar se relaciona con la forma física, que se puede medir matemáticamente, de las dimensiones espaciales. En cambio, el concepto de espacio se vincula con la percepción que un perso- naje o el narrador tiene de un lugar determinado. Cómo vive o habita ese lugar, qué experiencia tiene de él, cómo se relaciona y reacciona ante él. Por ejemplo, veamos cómo se construye el espacio en este fragmento de "La casa de azúcar", de Silvina Ocampo. Por fin encontré una casita en la calle Montes de Oca, que parecía de azúcm: Su blancura brillaba con extraordinaria lu- minosidad. Tenía teléfono y, en el frente, un diminuto jardín. Pensé que esa casa era recién construida, pero me enteré de que en 1930 la había ocupado una familia y que, después, p ara alquilarla, el propietario le había hecho algunos arreglos. Tuve que hacer creer a Cristina que nadie había vivido en fa casa y que era el lugar ideal: la casa de nuestros sueños. Cuando Cristina fa vio, exclamó: -¡Qué diferente de los departamen- tos que hemos visto! Aquí se respira olor a limpio. Nadie podrá influir en nuestras vidas y ensuciarlas con pensamientos que envician el aire. 4 Bal, Mieke, Teoría de /111111rr11riv11, Madrid, Cáredra, 1999. Puertas de acceso 9 Cristina, la protagonista imaginada por Ocampo, es extre- madamente supersticiosa y construye un espacio de seguridad en una casa (lugar) que cree nueva, inocente, incontaminada. Su manera de percibir esa casa es lo que la hace sentir protegida y le brinda ese espacio de seguridad del que hablamos antes. Hay tres sentidos que colaboran en la percepción del espacio: • la vista: a través de las formas, de los colores, de los volú- menes; • el oído: los sonidos contribuyen a presentar el espacio indi- cando también cercanía o lejanía; •el tacto: señala contigüidad respecto de la persona u objeto. El lugar de la acción y el lugar de la actuación Los espacios pueden funcionar de dos modos en una his- toria: marco, cuando solo se presenta ellugar de los hechos, y espacio tematizado, cuando se convierte en objeto de presen- tación por sí mismo; en este caso pasa a ser un lugar de actua- ción y no solo el escenario de la acción. En él resultan de igual importancia las siguientes cuestiones: esto está sucediendo aquí y cómo es aquí. Por otra parte, tanto el espacio siendo marco como el tema- tizado pueden operar en forma estable o dinámica. En el primer caso, será un marco fijo (tematizado o no) en el cual suceden los acontecimientos. En el segundo, será un factor que permita el accionar de los personajes. Este movimiento podrá constituir una transición de un espacio a otro (a menudo, opuestos). Pero ¿de qué manera informa un texto sobre el espacio? Pue- de hacerlo implícitamente. Por ejemplo, si el personaje va en auto, sabremos que el espacio es exterior y supondremos que es una calle o una ruta. Hay indicios del texto que pueden comu- nicarnos datos sobre el espacio. Por otra parte, la información puede ser dada de manera explícita, a través de indicaciones muy 10 Puertas de acceso breves (Cristina deja el abrigo sobre fa mesa, luego de cerrar la puerta del departamento) o de un segmento descriptivo (el espa- cio será, entonces, un objeto explícito de presentación). Por último, debemos tener en cuenca que el efecto de la in- formación sobre el espacio no se determina solo por la forma en que se comunica, sino también por la distancia desde la que se presenta (desde lejos, desde cerca, desde arriba, etc.). En "La noche boca arriba", de Julio Cortázar, se describe de la siguiente manera el recorrido que el protagonista hace por la ciudad: El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenia nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronro- neaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones. Dejó pasar los ministerios (el msa, el blanco) y fa serie de co- mercios con brillantes vitrinas de fa calle Central Ahora entraba en fa parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarradas por setos bajos. En este fragmento, el espacio está presentado desde la mira- da del protagonista ( ... porque para si mismo, para ir pensando, no tenía nombre ... ). H ay una cercanía con la ciudad descripta, el personaje se encuentra inmerso en ella, recorre sus calles (la des- cripción es dinámica) sintiendo en su cuerpo el sol y el viento. Se evidencia w1a sensación placentera, de bienestar, reforzada por las imágenes ronroneaba, viento fresco, más agradable, verdadero paseo. El motociclista percibe el espacio a través de la vista, del oído y del tacto. Puertas de acceso 11 El espacio y sus representaciones Corno se ha visto, hay indicios que pueden comunicarnos daros sobre un espacio. Pero ¿de qué manera se logra esto? No olvidemos que los textos están hechos de palabras. Y es con este material con el cual se van a construir los personajes, el tiempo, el espacio, la secuencia de acciones, en fin, el texto. Entonces, son los sustantivos, adjetivos, verbos, los que crearán la ilusión de realidad dentro de la ficción. Dice Luz Aurora Pimencel5: Nombrar es conjurar. D e todos los elementos lingüísticos que se reúnen para crear una ilusión de realidad, el nombre propio es quizás el de más alto valor referencial. Nombrar Buenos Aires es provocar en el lector una imagen visual de la ciudad. D e esa, y no de otra. Con sus caracterís- ticas geográficas, arquitectónicas, sociales, culturales, históricas. Nombrar un lugar es suficiente para proyectar un espacio fic- cional concreto. Sin embargo, el nombre propio puede aludir a un lugar creado por un autor, sin correspondencia extratextual, fuera del texto. En este caso, resulta necesario saber si se refiere a una gran ciudad, un pueblo pesquero, un barrio, una ciudad de provincia. El lector, entonces, asocia el espacio con lo que conoce acerca de una gran ciudad, un pueblo pesquero, etc. y construye en su imaginación un espacio ficcional que se corres- ponde con los datos que posee acerca del espacio real aludido. Pero ¿qué sucede con los sustantivos comunes? Selva, hospital, cripta, dormitorio, árbol, ciudad, calle son palabras que también nos remiten a espacios determinados a partir de nuestro conoci- miento de la realidad. Sin embargo, será tarea de los adjetivos el 5 Pimcncel, Luz Aurora, El espacio en la ficción, México, Siglo XXJ, 2001. 12 Puertas de acceso acotar su significado para darnos una idea más exacta del mundo ficcional que el texto propone. Por ejemplo, la palabra casa abre un ámbito de significados en nuestra mente, pero si la casa es vieja o misteriosa o blanquísima no solo se limitan las posibilida- des, sino que se de.fine un espacio preciso que unos personajes determinados deben habitar. Ahora bien, un relato es capaz de construir un mundo, pero también puede desdoblarlo en distintos planos de la realidad, o sea, generar ficciones dentro de la .ficción. Por ejemplo, un cuen- to de Cortázar, "Continuidad de los parques", narra la historia del lector de una novela quien se "mete" tanto en el argumento del libro que está leyendo que termina por vivir esa misma his- toria. Los planos de realidad y de ficción se confunden, y el pro- tagonista del cuento será asesinado del mismo modo que e! de la novela que lee (que también es un hombre que está leyendo una novela). Ambos mundos conviven en el texto en una relación de contigüidad. ¿Cómo delimitarlos si los dos están construidos de la misma forma, con palabras? Para ello, es necesario recurrir a ciertas marcas textuales que indiquen el pasaje de uno a otro. Veamos el siguiente fragmento: Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intru- siones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protago- nistas; la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamen- te en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido Puertas de acceso 13 por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. 6 Las marcas que posibilitan el pasaje de un mundo a otro son las construcciones de gerundio irse desgajando I dejándose ir, el verbo "ganó"( ... la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida ... ) y la idea ilusoria de absorción con que se asocia el ingreso en el espa- cio ficcional de la novela. Por otra parce, el narrador señala cuál será el nivel de "realidad" (el sillón favorito de terciopelo verde, los ventanales que dan al parque de robles, los cigarrillos al al- cance de la mano, el libro) a partir del cual se da paso a los otros niveles, por ejemplo, el de la novela. En un relato fantástico, los niveles pueden confundirse, transformarse, subvertirse y po- ner en duda, o eliminar, el concepto de realidad. Una estrategia discursiva que ayuda a poner en evidencia el pasaje de un nivel a otro es el uso de la sinécdoque. La sinécdo- que es un tropo que se de.fine por el uso de un término figurado por un término propio.7 Por ejemplo: el género en lugar de la especie (los astros, en lugar de los planetas), el codo en lugar de la parte (este libro por algunas de sus páginas), la materia prima por el pro- ducto (el acero por la espada), la especie por el género (el pan por alimento), la parte en lugar del todo (unacabeza de ganado por el anima~ .8 En el cuento de Cortázar "La noche boca arriba'', por ejemplo, el olor permite el pasaje de un mundo a otro. 6 Corcázar, Julio, "Continuidad de los parques", En C11mto1 completoI 1, Madrid, Alfaguara, 1994. 7 Cano, María Fernanda, Configuraciones. Un utudio sobre lnI jig11ra1 retóricnI, Buenos Aires, Cántaro, 2000. 8 Ídem. 14 Puertas de acceso El espacio metaf01-izado La metáfora, otra estrategia discursiva fundamental en la construcción del espacio literario, se define tradicionalmente como la sustitución de un término propio por una palabra cuya significación propia está en relación de analogía con la palabra sustituida. 9 Por ejemplo, si digo La Luna es una moneda de plata hago una correspondencia entre ambos elementos por su for- ma redonda y su color plateado. Ahora bien, ¿qué relación guarda la metáfora con la construc- ción del espacio ficcional? En un texto, Ja caracterización de un espacio puede vincularse con la de w1 personaje en especial. En el cuento "Luna", de Enrique Anderson Imbert, un farmacéutico y su esposa deciden darle un escarmiento a Jacobo, un niño tonto que solía subirse a las terrazas para espiar la vida de sus vecinos. Para eso, dejan una torta en el patio y, como saben que el niño los está espiando desde la azotea, hablan de una palabra mágica con la cual alguien podría descender hasta el patio, robar la torta y huir, sin daño alguno. Veamos este fragmento: Se entraron dejando La torta sobre La mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces "tarasá': se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con La alegria de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre Las chimeneas de fa azotea. 10 Jacobo logra su p ropósito utilizando la palabra supuesta- mente mágica con que el farmacéutico quiso burlarse de él. 9 fdem. 10 A d 1 b E . "L " n erson m err, nnque. una , en Cuentos escogidos, Buenos Aires, Cántaro, 1998. Puertas de acceso 15 El movimiento ascendente del final representa, en el plano de interpretación del texto, la superioridad del niño "tonto", ob- jeto de burla de sus vecinos, quien no solo se eleva físicamente, sino tam bién moralmente por sobre ellos. La metáfora, por lo tanto, propicia una transformación en el nivel de la realidad y posibilita también el tránsito entre los disti ntos mundos crea- dos en un texto ficcional. La construcci6n del tiempo Un escritor sueña una obra que jamás existirá. Una mujer recuerda hechos y personas que nunca conoció. Un hombre re- vive en un pasado ajeno y otro nace a un mundo desconocido. Alguien respira, nuevamente, los olores de su infancia. Seres ex- traños conviven en un tiempo eterno o se repiten en universos paralelos. En todos los relatas, existen seres de ficción que se mueven en una categoría abstracta que determina el orden y fa duración de sus acciones, es decir, actúan en el tiempo. En las historias que hemos escogido, esta concepción va más allá, y el tiempo vive como otro protagonista, crea mundos si- m ultáneos y engañosos que envuelven a personajes y lectores, diluyendo los límites de la realidad ficcional. El tiempo de la hist01'Ía y el tiempo del relato Debido a que los universos .ficcionales creados por el autor se construyen sobre un tiempo interno, propio de la historia y diferente del de la realidad discursiva, sería imposible, entonces, anal izar una narración sin considerar, entre otras, sus relaciones tem porales. Como hemos visco, en el tiempo de la historia, las acciones siguen un orden lógico-causal, se desarrollan cronológicamente. 16 Pue rtas de acceso O bserven, al respecto, el siguiente fragmento de "La casa de azú- car", de Silvina Ocampo. Una mañana temprano golpearon a fa puerta y alguien dejó un paquete. Desde mi cuarto oí que mi mujer protestaba, fuego oí el ruido del papel estrujado. Bajé fa escalera y encontré a Cris- tina con un vestido de terciopelo entre los brazos. En el ejemplo citado, la secuencia narrativa es cronológica: golpean a fa puerta - dejan un paquete - fa mujer protesta - fa mujer abre el paquete - el esposo baja fa escalera - fa mujer tiene un vestido entre los brazos. Las acciones se encadenan en el tiempo. Un suceso es causa del siguiente. En el tiempo del relato, el autor decide el orden en que se pre- sentarán las acciones. Puede adelantarse o retroceder en el tiempo, según las necesidades que el texto le demande. Veamos qué ocurre en este fragmento de "El árbol de la buena muerte", de Héctor Oesterheld. Roberto fe hizo describir ladrillo por ladrillo fa casa, quiso saber el nombre de cada flor en el cantero que estaba delante, quiso saber cómo era fa calle antes de que fa pavimentaran, no se cansaba de oírla contar cómo jugaban los chicos a fa pelota, cómo remontaban barriletes, cómo iban en bandadas de guarda- polvos al colegio, tres cuadras más affd. Todo fe interesaba a Roberto, el almacén del barrio, fa li- brería, fa lechería... ¿No tuvo acaso que explicarle cómo eran fas moscas? Hasta quiso saber cudntas patas tenían ... ¡Como si alguna vez María Santos se hubiera acordado de contarlas! Puertas de acceso 17 Aquí, el recuerdo de María Santos interrumpe el orden cro- nológico de la historia y trae al presente su vida pasada. La se- cuencia es, entonces, el pedido de Roberto - salto al pasado de María - relato de su juventud - retorno al presente. La aplicación de un orden lógico-causal colocaría en primer lugar a la juventud de María, luego su viaje a otro lugar y, por último, su relación con Roberto. La alteración del orden cronológico es algo muy frecuente en los textos contemporáneos. Los relatos policiales, por ejemplo, presentan, muchas veces, el desenlace al principio de la obra. Se comienza por mostrar un crimen ya consumado y se retrocede en el tiempo para reconstruir los hechos desencadenantes. Los cuentos seleccionados evidencian un doble juego tem- poral que trasciende esta clasificación. Los tiempos ficcionales, al igual que los espacios, se alteran, se desdoblan y marcan una transformación que obliga a analizar detenidamente el tiempo discursivo. Es una organización compleja que requiere una lec- tura atenta y perceptiva. Por eso, en muchos relatos, podemos encontrar alternancias de anticipaciones y retrocesos narrativos, que se entremezclan y generan un presente ambiguo, difuso. Vean, por ejemplo, el siguiente cuento de Chuang Tzu, un filósofo chino que vivió entre los siglos 1v y m antes de Cristo. Sueño de la mariposa 11 Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar igno- raba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu. 11 En Borgcs, Bioy Casares, Ocampo, Antología de la litem111m famdstica, Buenos Aires, Sudamericana, 1999. 18 Puertas de acceso ¿Podrían señalar un punto presente? ¿ Tzu retrocede hasta su sueño? ¿O la mariposa anticipa lo que recordará al desper- tar? ¿Dónde comienza el laberinto? ¿En esos personajes que se multiplican en el sueño de los otros? ¿En el tiempo, como una referencia abstracta que trasciende las acciones? ¿Y por qué no, en todos? Los cuentos que forman esta antología se mueven en ese lí- mite y construyen una serie de tiempos y de espacios múltiples que perturban la tranquilidad del lector. Pero el tiempo no está solo. Cada historia teje una telaraña que ayuda a desplegar esos universos atemporales y extraños. Lo cotidiano se vuelve desconocido. Como, por ejemplo, en este fragmento de "La trama celeste", de Adolfo Bioy Casares. AL salir, Morris buscó Rivadavia. Se encontró frente a dos torres que parecían la entrada de un castillo o de una ciudad antigua; realmente eran la entrada de un hueco, interminable en la oscuridad. Tuvo La impresión de estar en un Buenos Aires sobrenatural y siniestro. Caminó unascuadr-as; se cansó; llegó a Rivadavia, tomó un taxímetro y Le dio La dirección de su casa: Bolívar 971. El proceso de extrañamiento y la búsqueda de un pasado perdido se ven, aquí, reforzados por el campo léxico de la os- curidad; hay un tiempo pretérito que no puede recuperarse y un presente nuevo, que se vuelve ajeno. Los adjetivos sobrena- tural y siniestro trazan un espacio y un tiempo inquietantes. El mundo real se quiebra e irrumpe un escenario sin claridad ni formas. Puertas de acceso 19 Las ruptu1·as de la temporalidad lineal Entre las diversas relaciones que existen entre el tiempo de la historia y el tiempo del discurso, las más estudiadas son las que se vinculan con el orden temporal. Según el orden en que suceden las acciones en el relato y en la enunciación pueden evi- denciarse concordancias o desaj ustes entre ambos. Cuando hay coincidencia entre el tiempo de la historia y el del discurso, decimos que los textos son simultáneos. Hay distintas clases de alteraciones en el orden de los suce- sos. La no correspondencia entre ambos tiempos se denomina anacronía. El teórico literario francés Gerard Genette, en "Discurso del relato"12, destaca los siguientes conceptos: La pr-olepsis se produce cuando se adelanta La narración de un hecho. Cronológicamente, ese acontecimiento debería rela- tarse después. En este caso se habla de relatos predictivos que anticipan sucesos no ocurridos. Un ejemplo de esca relación aparece, de manera explícita, en "El milagro secreto", de Jorge Luis Borges: Esa demor-a (cuya importancia apreciará después el lector) se debía al deseo administrativo de obr-ar impersonal y pausa- damente ... Con un carácter indicia!, podemos apreciar la misma re- lación en "La noche boca arriba'', de Julio Cortázar. Aquí, las instancias temporales se encadenan como eslabones. Con cada 12 Gcncttc, G., "Discurso del rdaco", en: Fig11r11s 111, París, Scuü, 1972. í 20 Puertas de acceso descenso al sueño, se atraviesa una línea que anticipa la inmi- nencia de la muerte. Hay un avance en la visión predictiva del protagonista. Por el contrario: La analepsis muestra un salto al pasado. EL desarrollo crono- lógico del relato se interrumpe para mostrar acciones anteriores en el tiempo que afectan a fa historia que se estd contando. En "La casa de azúcar'', de Silvina Ocampo, la pervivencia del recuerdo es el hilo que permite enlazar las diferentes histo- rias. Las retrospecciones reconstruyen un mundo que solo apa- rece indicialmente en el tiempo presente. Las rupturas de la linealidad de la secuencia temporal y la superposición de pasado, presente y futuro permiten armar una visión "atemporal" del mundo y del hombre. En ese ámbito in- definido, historias y personajes transitan frente a un lector que debe abrirse a las múltiples posibilidades que despliegan instan- cias y espacios diferentes. Los personajes se transforman y deam- bulan entre las variaciones temporales que los definen. El tiempo marca su subjetividad. Como afirma el estudioso estadounidense Roben Levine en Una geografía del tiempo13: El término ''tempo" viene de La teoría de La música, donde se refiere a la velocidad con que se ejecuta una pieza. EL tempo mu- sical, así como el tiempo de la experiencia personal, es subjetivo en extremo ( . .) Podemos tocar Las mismas notas en La misma secuencia, pero siempre estard La cuestión del tempo. 13 Levine, Roberc, Una geografía del tiempo, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006. Puertas de acceso 2 1 Las coordenadas de tiempo y espacio: el cronotopo A través del análisis del espacio y del tiempo, hemos visto que es muy difícil explicar los procesos que asumen estas categorías del relato por separado. Los lugares y las instancias temporales adquieren, sobre todo en este tipo de historias que se deslizan entre distintas realidades, un vínculo muy cercano. Esa interdependencia existente entre ambas coordenadas es lo que el teórico literario y lingüista ruso Mijail Bajtín 14 ha de- nominado con el término cronotopo. El cronotopo es un térmi- no compuesto de dos palabras griegas, chronos: 'tiempo' y topos: 'lugar'. Es una categoría que sirve para expresar el carácter indi- soluble de ambos elementos; es un cruce por el cual se interrela- cionan y conforman una unidad dentro del relato. El cronotopo aparece, así, como una conjunción del tiem- po y del espacio que se articula como un signo único dentro de las narraciones. En ese eje, se mueven los personajes de las his- torias, construidos a su vez por el entramado espacio-temporal que los define. En los relatos que integran esta antología, la conformación del cronotopo (es decir, la construcción del vínculo espacio- tiempo) es metáfora, a su vez, de la mutación de los protago- nistas. El análisis de los elementos textuales pertinentes muestra de qué manera los personajes se van articulando como emergentes de un cronotopo que los moldea. Las transformaciones del tiem- po y del espacio funcionan como la variable necesaria para el descubrimiento de otras realidades. 14 Bajcín, M., "Las formas del ciempo y del cronocopo en la novela'', en: Ttorítt y tJtétictt dt In novt/11, Madrid, Taurus, 1991. 22 Puertas de acceso En el cuento "Correr", de Ana María Shua15, un hombre, Mauricio Stock, sale a correr por la ciudad de Buenos Aires. La sucesión de calles de fácil identificación, enmarca un espacio co- tidiano y familiar. En su muñeca, un cronómetro señala el ritmo acompasado de la acción. Espacio y tiempo forman parte de un ritual matutino absolutamente predecible. Pero de pronto, todo se transforma. La aparición de una mu- jer que corre unos metros detrás de Stock nos introduce en una ciudad que se vuelve un laberi nto agobiante. Pero el mecanismo que se había puesto en marcha en su cuer- po y en su mente estaba por completo fuera de control. El señor Stock desactivó fa alarma, dejó el pasto, que fe complicaba fa velocidad, y corrió también él por el cemento. En este fragmento, podemos ver cómo no solo el espacio y el tiempo se han modificado, sino que han transitado de un ámbito real a otro irreal: el de la paranoia. El avance de la mu- jer, por su parte, contribuye a crear una atmósfera opresiva y ambigua. Stock no la ve, pero siente su presencia. La ciudad se transforma, el tiempo se acelera, y emerge un cronotopo que arma una estructura asfixiante, incomprensible, que obsesiona al personaje y lo aleja de su realidad. En ese cruce, se pierden los últimos rastros de un tiempo y de un espacio cotidianos. El lugar conocido, el barrio, las calles, son reemplazados por un no lugar16, es decir, un ámbito de cir- culación hacia otro sitio que busca ser reivindicado como propio y seguro. 15 Shua, Ana Maria, "Correr", en Como una bu.na madre, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 200 l. 16 Augé, Marc. Los no lugares, espacios del a11011imato. Barcelona, Gedisa, 1992. Puertas de acceso 23 Sobre el final, el protagonista refleja en sí mismo la mutación que ha marcado la construcción del nuevo cronotopo. ... el corazón le reventaba en el pecho cuando se largó a fon- do en una levantada que ni él sabía que era capaz de hacer, mil metros a tres minutos quince, a tres minutos cinco segundos el kilómetro: si hasta ahora había corrido por su honor, ahora corría por su vida . . . En ese proceso, su delirio persecutorio lo lleva, finalmente, a la desesperación y a la muerte. Como en este relato, en cada uno de los textos que forman esta antología, es posible señalar uno o varios cronotopos que acompañan el tránsito de sus protagonistas. En algunos, las ca- tegorías espacio-temporales sufren sucesivas transformaciones que profundizan la atmósfera de extrañamiento y enfrentan a los personajes con realidades impensadas. En los relatos de ciencia ficción, el cronotopo se construye de una manera particular que surge del planteo de una hipóte- sis: ¿qué sucedería si .. . ? Si la pregunta afecta al curso de la histo-ria (¿qué habría pasado si Napoleón no hubiese sido derrotado?), el resultado será un mundo alternativo o paralelo, nacido de una distorsión de la realidad. En 1876, el filósofo francés Charles Renouvier les puso por nombre ucronías 17 (del griego: u= 'no'; chronos= 'tiempo') . Las ucronías se relacionan con los mundos paralelos y los viajes en el tiempo. Si la historia modificada da como resultado un presente mejorado, hablamos de eucro- nías (eu = bien); si la consecuencia es un presente indeseable, discronías. 17 Capanna, Pablo. E~c1mos. Crandt!i relator de ficción. Buenos Aires, Simurg, 1999. 24 Puertas de acceso Ligado a este concepto, aparece en los relatos de ciencia fic- ción la idea de utopía (topos= ' lugar'; utopía: 'el no lugar'). La utopía positiva plantea la existencia de un mundo futuro mejor; la distopía (antiutopía o utopía negativa) propone un mundo fu- turo donde características presentes en el mundo actual llevan a la creación de un espacio amenazante, que a veces podría atentar contra la continuidad de la vida del hombre que lo creó. Hasta aquí, un recorrido por la teoría literaria acerca de lo fantástico. Transitemos ahora por los cuentos que les propone- mos, como caminantes preparados para la aventura. ¡Y a disfrutar del viaje! La noche boca arriba JULIO CORTÁZAR Julio Cortázar, "La noche boca arriba", Final del juego © 1956, Sucesión Julio Cortázar Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos; le llamaban la guerra jlorida1• A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón don- de el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones. Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de co- mercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba 1 L1s g11errns floridas o Xochiyaoyotl (del náhuatl : xochi: 'flor'; yao: 'guerra') eran un cipo de guerra rirual propio de los pueblos aztecas del Valle de México, en los siglos anteriores a la conquisra. Consistía en el acuerdo enrrc varias ciudades para organizar combates en los que se capturaban prisioneros de ambos bandos que eran sacrificados rirualmence. Por lo general, esca.< guerras se realizaban en épocas de sequía extrema. 28 Julio Cortázar en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas2 que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarca- das por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo sobre la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involun- tario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dor- mirse de golpe. Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla, y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Vo- ces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado ... ". Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole a beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio. La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subie- ron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda 2 Con la palabra vil/ns se hace referencia a las casas alejadas dd cenero de la ciudad, rodeadas por jardines. la noche boca arriba 29 lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por roda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima ... ". Los dos se rieron, y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado3. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento. Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, son- riendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás. Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la 3 El cloroformo es, a temperatura ambiente, un líquido volátil alcamente inflamable, transparencc, de olor característico a cítricos y sabor dulce. En el pasado, era utilizado como anestésico. 30 Julio Cortázar izquierda de la calzada4 empezaban las marismas5, los temblade- rales6 de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que solo ellos, los motecas7, conocían. Lo que más le torturaba era el olor, como si aun en la ab- soluta aceptación del sueño algo se rebelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceiíidor8 de lana tejida. Un sonido in- esperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Espe- ró, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac9; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. H abía sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor 4 La palabra cnlznda se usa en el cuento en dos de sus acepciones: en primer lugar, como la parte de la calle comprendida entre dos aceras (por donde circula el motociclisca); en segundo lugar, como camino utilizado para la circulació n de vehículosy personas. 5 Una 11111ris11111 es un terreno pantanoso, de aguas salobres, en las proximidades de la costa, por lo general junto a la desembocadura de un río. 6 Un umblndern/ es un terreno pantanoso, abundante en turba y cubierto de césped. A causa de su escasa consistencia, retiembla cuando se anda sobre él. 7 Los mvtecm son un pueblo invencado por Cortázar en este cuento. 8 Un u1íidor es una faja, cinca, correa o cordel con que se ciñe el cuerpo por la cintura. 9 El vivac es el paraje donde las tropas pasan la noche a cielo descuhierto. La 11oche /Joca arriba 3 1 a guerra. Se enderezó despacio, venteando'º. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de Ja guerra flo rida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpi- taban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante. -Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de al lado-. No brinque tanto, amigazo. Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los venta- nales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedar- se despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio Llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino' '· Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo IO En el texto, la palabra vemenr se relaciona con la acción de algunos animales de tomar el viento con el olfato. Recordemo" q ue el moteca es perseguido como en la cacería de un animal. 11 Op11/i110 es de color entre blanco y aw lado, con reflejos que brillan con los colores del arcoiris. 32 Julio Cortázar sano para verificar alguna cosa12. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro13, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse. Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no le iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sa- bor del caldo, y suspiró de fel icidad, abandonándose. Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensa- ciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzadá', pensó. "Me salí de la calzada". Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Ja- deante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silen- cio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el man- go del puñal, subió como el escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, 12 El médico le ajustó el temiómetro para controlar su presión arccrial. 13 Los gemelos de teatro son anteojos dobles, de alcance apropiado para mirar el escenario en un espectáculo determinado. La 11oc/1e boca arriba 33 y Ja súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes mo- recas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se Je estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en los muchos prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la se- ñal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores. Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era in- soportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás. -Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado- . A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno14 • Tome agua y va a ver que duerme bien. Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin ... Pero no quería seguir pensando en la pesa- dilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían 14 El duodeno es la primera porción del intestino delgado, que comunica direcramente con el estómago. 1 1 1 1 1 34 Julio Cortázar en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las creinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo ha- bían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su gargan ta afiebrada la frescura del agua mineral. Q uizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo altose iba apagando poco a poco. Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante15 de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas di- recciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Q uiso endere- zarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobi llos. Estaba 15 Rezumar es dejar pasar a través de los poros o grietas gotas de algún líquido. La noche boca arriba 35 estaqueado 16 en el suelo, en un piso de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el men- tón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales 17 de la fiesta. Lo ha- bían traído al teocalli 18, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno. Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus com- pañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos19 de los sacerdotes se le acercaron mirán- dolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su 16 &taquear es torturar a alguien amarrando sus extremidades con tiras de cuero entre cuatro estacas. 17 Un atabal es un rambor pequeño o tamboril que suele tocarse en fiestas públicas. 18 El teocalli es el templo de los antiguos nal1uas de México. 19 Los acóLitoJ son los que ayudan al sacerdote en una ceremonia religiosa. 1 -- 36 julio Cortázar lugar lo aferraron manos calientes, duras como bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban delante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un re- flejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara frente a él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya se iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero rodavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida. Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen translúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó, buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía fo rmarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero go- zando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vi- gilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada ... Le coscaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerce que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía inter- minable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, La noche boca arriba 37 subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de humo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, bri- llante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrifi- cado que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una úl tima esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque otra vez estaba inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía la m uerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despier- to, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus p iernas. En la menti ra infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados en tre las hogueras. La casa de azúcar , SILVINA ÜCAMPO Silvina Ocampo, "La casa de azúcar", La furia y otros cuentos, © Herederos de Silvina Ocampo, 2016. Las supersticiones1 no dejaban vivir a Cristina. Una mone- da con la efigie2 borrada, una mancha de tinta, la luna vista a través de dos vidrios, las iniciales de su nombre grabadas por azar sobre el tronco de un cedro la enloquecían de temor. Cuan- do nos conocimos llevaba puesto un vestido verde, que siguió usando hasta que se rompió, pues me dijo que le traía suerce y que en cuanto se ponía otro, azul, que le sentaba mejor, no nos veíamos. Traté de combatir estas manías absurdas. Le hice notar que tenía un espejo roto en su cuarto y que por más que yo le insistiera en la conveniencia de tirar los espejos rotos al agua, en una noche de luna, para quitarse la mala suerte3, lo guardaba; que jamás temió que la luz de la casa bruscamente se apagara, 1 Las mpe11ticiones son creencias extrañas a la fe religiosa y contrarias a la razón. Muchas personas creen que cierras acciones voluntarias o involuncarias pueden alterar su destino. 2 La efigie es la imagen o representación de una persona. En las caras de las monedas, suelen aparecer las efigies de personajes históricos relevantes. 3 Anciguamence, los espejos eran considerados reflejos del alma y danarlos atraía la mala suerte. Según la creencia popular, las consecuencias podían evitarse realizando ciertos rituales como el que se menciona en el relato. 42 Silvina Ocampo y a pesar de que fuera un anuncio seguro de muerte, encendía con tranquilidad cualquier número de velas4; que siempre deja- ba sobre la cama el sombrero5, error en que nadie incurría. Sus temores eran personales. Se infligía verdaderas privaciones; por ejemplo: no podía comprar frutillas en el mes de diciembre, ni oír determinadas músicas, ni adornar la casa con peces rojos, que tantole gustaban. Había cierras calles que no podíamos cruzar, ciertas personas, ciertos cinematógrafos que no podíamos fre- cuentar. Al principio de nuestra relación, estas supersticiones me parecieron encantadoras, pero después empezaron a fasti- diarme y a preocuparme seriamente. Cuando nos comprome- timos tuvimos que buscar un departamento nuevo, pues según sus creencias, el destino de los ocupantes anteriores influiría so- bre su vida6 (en ningún momento mencionaba la mía, como si el peligro la amenazara solo a ella y nuestras vidas no estuvieran unidas por el amor). Recorrimos todos los barrios de la ciudad; llegamos a los suburbios más alejados, en busca de un departa- mento que nadie hubiera habitado: todos estaban alquilados o vendidos. Por fin encontré una casita en la calle Montes de Oca7, que parecía de azúcar. Su blancura brillaba con extraordinaria luminosidad. Tenía teléfono y, en el frente, un diminuto jardín. En muchas culcuras, las velas encendidas durante determinadas fest ividades re- presentan los elementos esenciales del hogar, por lo cual su número no debe ser alterado. De esta forma, según algunas creencias, se aleja la amenaza de una desgracia inm_inente. 5 Poner un sombrero encima de la cama es, en algunos países de Europa y de América, presagio de mala suerte y el anuncio de una muerte segura. 6 El miedo de Cristina a sufrir la influencia de los habitantes anteriores es un punto clave del relato. Sus temores supersticiosos son el síntoma de lo que vivirá en la nueva casa. 7 La calle Montes de Ocn se encuentra en el barrio porteño de Barracas y se extiende desde la avenida Caseros hasta el Riachuelo. La casn de azúcar 43 Pensé que esa casa era recién construida, pero me enteré de que en mil novecientos treinta la había ocupado una familia, y que después, para alquilarla, el propietario le había hecho algunos arreglos. Tuve que hacer creer a Cristina que nadie había vivido en la casa y que era el lugar ideal: la casa de nuestros sueños. Cuando Cristina la vio, exclamó: -¡Qué diferente de los departamentos que hemos visto! Aquí se respira olor a limpio. Nadie podrá influir en nuestras vidas y ensuciarlas con pensamientos que envician el aire. En pocos días nos casamos y nos instalamos allí. Mis suegros nos regalaron los muebles del dormitorio, y mis padres, los del comedor. El resto de la casa lo amueblaríamos de a poco. Yo te- mía que, por los vecinos, Cristina se enterara de mi mentira, pero felizmente hacía sus compras fuera del barrio y jamás conversaba con ellos. Éramos felices, tan felices que a veces me daba miedo8• Parecía que la tranquilidad nunca se rompería en aquella casa de azúcar, hasta que un llamado telefónico destruyó mi ilusión. Fe- lizmente Cristina no atendió aquella vez al teléfono, pero quizá lo atendiera en una oportunidad análoga. La persona que llamaba preguntó por la señora Violeta9: indudablemente se trataba de la inquilina anterior. Si Cristina se enteraba de que yo la había en- gañado, nuestra felicidad seguramente concluiría: no me hablaría más, pediría nuestro divorcio, y en el mejor de los casos tendría- mos que dejar la casa para irnos a vivir, tal vez, a Villa Urquiza10, 8 Es importante señalar, aquí, el cambio que se produce en el personaje. Sus temores contrastan con la apariencia ideal de la cmn de nztícnr y se vinculan con las manías supersticiosas de Cristina. 9 El color violeta representa en algunas leyendas aborlgenes la memoria de los pueblos. IO Villa Urquizn es un barrio porteño, lindero a la zona de Bdgrano, fundado en 1887. Para la época del relato, era un sector alejado del centro de la ciudad y con pocas vías de comunicación. 44 Silvina Ocampo tal vez a Quilmes 11 , de pensionistas en alguna de las casas donde nos prometieron darnos un lugarcito para construir ¿con qué? (con basura, pues con mejores materiales no me alcanzaría el di- nero) un cuarto y una cocina. Durante la noche yo tenía cuidado de descolgar el tubo, para que ningún llamado inoportuno nos despertara. Coloqué un buzón en la puerta de calle; fui el deposi- tario de la llave, el distribuidor de cartas. Una mañana temprano golpearon a la puerta, y alguien dejó un paquete. Desde mi cuarto oí que mi mujer protestaba, luego oí el ruido del papel estrujado. Bajé la escalera y encontré a Cris- tina con un vestido de terciopelo entre los brazos. -Acaban de traerme este vestido -me dijo con entusiasmo. Subió corriendo las escaleras y se puso el vestido, que era muy escotado. -¿Cuándo te lo mandaste hacer? - Hace tiempo. ¿Me queda bien? Lo usaré cuando tengamos que ir al teatro, ¿no te parece? -¿Con qué dinero lo pagaste? -Mamá me regaló unos pesos. Me pareció raro, pero no le dije nada, para no ofenderla. Nos queríamos con locura. Pero mi inquietud comenzó a molestarme hasta para abrazar a Cristina por la noche. Ad- vertí que su carácter había cambiado: de alegre se convirtió en triste, de comunicativa en reservada, de tranquila en ner- viosa. No tenía apetito. Ya no preparaba esos ricos postres, un poco pesados, a base de cremas batidas y de chocolate, que me agradaban, ni adornaba periódicamente la casa con volantes de 11 Qui/mes es una localidad situada al sur de la provincia de Buenos Aires, a diecisiete kilómetros de Capital Federal. Al igual que Villa Urquiza, en la década del cincuenta era, todavía, una zona distante y en desarrollo. La casa de azúcar 45 nylon12, en las tapas de la letrina13, en las repisas del comedor, en los armarios, en todas partes, como era su costumbre. Ya no me esperaba con vainillas a la hora del té, ni tenía ganas de ir al teatro o al cinematógrafo de noche, ni siquiera cuando nos mandaban entradas de regalo. Una tarde entró un perro en el jardín y se acostó frente a la puerta de calle, aullando. Cristina Je dio carne y le dio de beber y, después de un baño, que le cambió el color del pelo, declaró que le daría hospitalidad y que lo bautizaría con el nombre Amor, porque llegaba a nues- tra casa en un momento de verdadero amor. El perro tenía el paladar negro, lo que indica pureza de raza. Otra tarde llegué de improviso a casa. Me detuve en la entra- da porque vi una bicicleta apostada en el jardín. Entré silencio- samente y me escurrí detrás de una puerta y oí la voz de C ristina. -¿Qué quiere? -repitió dos veces. -Vengo a buscar a mi perro - decía la voz de una mucha- cha-. Pasó tantas veces frente a esta casa que se ha encariñado con ella. Esta casa parece de azúcar. Desde que la pintaron, llama la atención de todos los transeúntes. Pero a mí me gustaba más antes, con ese color rosado y romántico de las casas viejas. Esta casa era muy misteriosa para mí. Todo me gustaba en ella: la fuente donde venían a beber los pajaritos; las enredaderas con flores, como cornetas amarillas; el naranjo. D esde que tengo ocho años esperaba conocerla a usted, desde aquel día en que hablamos por teléfono, ¿recuerda? Prometió que iba a regalarme un barrilete. - Los barriletes son juegos de varones. 12 Los volantes de nylon son adornos de tapicería, plegados o fru ncidos, confeccionados con una tela elástica y resistente. 13 La letrina es un lugar destinado en algunas casas para verter los residuos; también se usa como baño o retrete. 46 Silvina Ocampo - Los juguetes no tienen sexo. Los barriletes me gustaban por- que eran como enormes pájaros: me hacía la ilusión de volar sobre sus alas. Para usted fue un juego prometerme ese barrilete; yo no dormí en roda la noche. Nos encontramos en la panadería, usted estaba de espaldas, y no vi su cara. Desde ese día no pensé en otra cosa que en usted, en cómo sería su cara, su alma, sus ademanes de mentirosa. Nunca me regaló aquel barrilete. Los árboles me hablaban de sus mentiras. Luego fuimos a vivir a Morón14, con mis padres. Ahora, desde hace una semana estoy de nuevo aquí. - H ace tres meses que vivo en esta casa, y antes jamás fre- cuenté estos barrios. Usted estará confundida.-Yo la había imaginado tal como es. ¡La imaginé tantas veces! Para colmo de la casualidad, mi marido estuvo de novio con usted. -No estuve de novia, sino con mi marido. ¿Cómo se llama este perro? - Bruto. - Lléveselo, por favor, antes de que me encariñe con él. - Violeta, escúcheme. Si llevo el perro a mi casa, se morirá. No lo puedo cuidar. Vivimos en un departamento muy chico. Mi marido y yo trabajamos, y no hay nadie que lo saque a pasear. - No me llamo Violeta. ¿Qué edad tiene? - ¿Bruto? Dos años. ¿Quiere quedarse con él? Yo vendría a visitarlo de vez en cuando, porque lo quiero mucho. -A mi marido no le gustaría recibir desconocidos en su casa, ni que aceptara un perro de regalo. - No se lo diga, entonces. La esperaré todos los lunes a las siete de la tarde en la Plaza Colombia15• ¿Sabe dónde es? Frente 14 Morón es una localidad simada al ocsre de la provincia de Buenos Aires. Fue fu ndada en 1910 y está delimitada por los partidos de Hurlingham e lruzaing6. 15 La Pinza Colombia se encuentra comprendida por la avenida Montes de Oca y las calles Brandsen, Pinzón e Isabel la Católica, en el barrio de Barracas. l.a casa de azLÍcar 47 a la iglesia Santa Felicitas16, o si no, la esperaré donde usted quie- ra y a la hora que prefiera; por ejemplo, en el puente de Consti- rución 17 o en el Parque Lezama18• Me contentaré con ver los ojos de Bruto. ¿Me hará el favor de quedarse con él? -Bueno. Me quedaré con él. _(;racias, Violeta. -No me llamo Violeta. -¿Cambió de nombre? Para nosotros usted es Violeta. Siem- pre la misma misteriosa Violeta. Oí el ruido seco de la puerta y el taconeo de Cristina, su- biendo la escalera. Tardé un rato en salir de mi escondi te y en fingir que acababa de llegar. A pesar de haber comprobado la inocencia del d iálogo, no sé por qué, una sorda desconfianza comenzó a devorarme. Me pareció que había presenciado una representación de teatro y que la realidad era otra. No confesé a Cristina que había sorprendido la visita de esa muchacha. Esperé los acontecimientos, temiendo siempre que Cristina descubrie- ra mi mentira, lamentando que estuviéramos instalados en ese barrio. Yo pasaba codas las tardes por la plaza que queda frente a la iglesia de Santa Felicitas, para comprobar si Cristina había acudido a la cita. C ristina parecía no advertir mi inquietud. A veces llegué a creer que yo había soñado. Abrazando al perro, un día Cristina me preguntó: 16 La iglesia de S11111n Felicit11s se encuentra sobre la calle Isabel la Católica entre Pinzón y Brandsen, frente a la Plaza Colombia. Fue construida en 1875 por los padres de Felicitas Guerrero, una joven ar istócrata asesinada por un amante despechado. 17 El puente de Comtitución es una vieja csrrucrura de hierro que une las calles Paracas y Guanahani , en el barrio de Barracas. En aquellos afios, era el único paso habilitado, por encima de las vías, después de la estación Consrirución. 18 El Parque Lezamt1 está limitado por las calles Defensa, Brasil, avenida Paseo Colón y avenida Martín Garda. En él confluyen los barrios de San Tdmo, La Boca, Barracas y Constitución. 48 Silvina Ocampo -¿Te gustaría que me llamara Violeta? -No me gusta el nombre de las flores. -Pero Violeta es lindo. Es un color. -Prefiero tu nombre. Un sábado, al atardecer, la encontré en el puente de Consti- tución, asomada sobre el parapeto 19 de fierro. Me acerqué y no se inmutó. - ¿Qué haces aquí? -Estoy curioseando. Me gusta ver las vías desde arriba. -Es un lugar muy lúgubre, y no me gusta que andes sola. - No me parece tan lúgubre. ¿Y por qué no puedo andar sola? -¿Te gusta el humo negro de las locomotoras? -Me gustan los medios de transporte. Soñar con viajes. Irme sin irme. "Ir y quedar y con quedar partirse". Volvimos a casa. Enloquecido de celos (¿celos de qué? . .. de todo), durante el trayecto apenas le hablé. -Podríamos tal vez comprar alguna casita en San Isidro o en Olivos20, es tan desagradable este barrio - le dije, fingiendo que me era posible adquirir una casa en esos lugares. -No creas. Tenemos muy cerca de aquí el Parque Lezama. -Es una desolación. Las estatuas están ya rotas, las fuentes sin agua, los árboles apestados. Mendigos, viejos y lisiados van con bolsas para tirar o recoger basuras. -No me fijo en esas cosas. - Antes no querías sentarte en un banco donde alguien había comido mandarinas o pan. -He cambiado mucho. 19 El parapeto es una baranda que se coloca en los puentes o escaleras para evirar caídas. 20 San Isidro y Olivos son localidades residenciales ubicadas en la zona norte del Gran Buenos Aires, a más de veinte kilómetros del cenero de la ciudad. La casa de azúcar 49 -Por mucho que hayas cambiado, no puede gustarte un arque como ese. Ya sé que tiene un museo con leones de már- ~ol que cuidan la entrada21 y que jugabas allí en tu infancia, pero eso no quiere decir nada. -No te comprendo -me respondió Cristina. Y sentí que me despreciaba, con un desprecio que podía conducirla al odio. Durante días, que me parecieron años, la vigilé, tratando de disimular mi ansiedad. Todas las tardes pasaba por la plaza frente a la iglesia y los sábados por el horrible puente negro de Consti- tución. Un día me aventuré a decir a Cristina: -Si descubriéramos que esta casa fue habitada por otras per- sonas, ¿qué harías, Cristina? ¿Te irías de aquí? -Si una persona hubiera vivido en esta casa, esa persona tendría que ser como esas figuritas de azúcar que hay en los pos- tres o en las tortas de cumpleaños: una persona dulce como el azúcar. Esta casa me inspira confianza, ¿será el jardincito de la entrada que me infunde tranquilidad? ¡No sé! No me iría de aquí por todo el oro del mundo. Además no tendríamos adónde ir. Tú mismo me lo dijiste hace un tiempo. No insistí, porque iba a pura pérdida. Para conformarme pensé que el tiempo compondría las cosas. Una mañana sonó el timbre de la puerta de calle. Yo estaba afeitándome y oí la voz de Cristina. Cuando concluí de afeitar- me, mi mujer ya estaba hablando con la intrusa. Por la abertura de la puerta las espié. La intrusa tenía una voz tan grave y los pies tan grandes que eché a reír. -Si usted vuelve a ver a Daniel, lo pagará muy caro, Violeta. -No sé quién es Daniel y no me llamo Violeta -respondió mi mujer. 21 Se refiere al Museo Histórico Nacional fundado en 1889 y trasladado al predio accual, en el Parque Lezama, en 1897. 50 Silvina Ocampo -Usted está mintiendo. - No miento. No tengo nada que ver con Daniel. -Yo quiero que usted sepa las cosas como son. -No quiero escucharla. Cristina se tapó las orejas con las manos. Entré en el cuarto y dije a la intrusa que se fuera. De cerca le miré los pies, las ma- nos y el cuello. Entonces advertí que era un hombre disfrazado de mujer. No me dio tiempo de pensar en lo que debía hacer; como un relámpago desapareció dejando la puerta entreabierta tras de sí. No comentamos el episodio con Cristina; jamás comprende- ré por qué; era como si nuestros labios hubieran estado sellados para todo lo que no fuese besos nerviosos, insatisfechos o pala- bras inútiles. En aquellos días, tan tristes para mí, a Cristina le dio por cantar. Su voz era agradable, pero me exasperaba, porque forma- ba parte de ese mundo secreto, que la alejaba de mí. ¡Por qué, si nunca había cantado, ahora cantaba noche y día mientras se vestía o se bañaba o cocinaba o cerraba las persianas! Un día en que oí a Cristina exclamar con un aire enigmático: -Sospecho que estoy heredando la vida de alguien, las di- chas y las penas, las equivocaciones y los aciertos. Estoy embru- jada -fingí no oír esa frase atormentadora. Sin embargo, no sé por qué empecé a averiguar en el barrio quién era Violeta, dónde estaba, todos los detalles de su vida. A media cuadra de nuestra casa, había una tienda donde ven- dían tarjetas postales, papel, cuadernos, lápices, gomas de borrar y juguetes. Para mis averiguaciones, la vendedorade esa tienda me pareció la persona más indicada: era charlatana y curiosa, sensible a las lisonjas22. Con el pretexto de comprar un cuaderno 22 Las lisonjas son alabanzas afectadas que se utilizan para ganar la voluntad de alguien. La casa de az úcar 51 y lápices, fui una tarde a conversar con ella. Le alabé los ojos, las manos, el pelo. No me atreví a pronunciar la palabra Violeta. Le expliqué que éramos vecinos. Le pregunté finalmente quién había vivido en nuestra casa. Tímidamente le dije: -¿No vivía una tal Violeta? Me contestó cosas muy vagas, que me inquietaron más. Al día siguiente traté de averiguar en el almacén algunos otros deta- lles. Me dijeron que Violeta estaba en un sanatorio frenopático23 y me dieron la dirección. -Canto con una voz que no es mía -me dijo Cristina, re- novando su aire misterioso- . Antes me hubiera afligido, pero ahora me deleita. Soy otra persona, tal vez más feliz que yo. Fingí de nuevo no haberla oído. Yo estaba leyendo el diario. De tanto averiguar detalles de la vida de Violeta, confieso que desatendía a Cristina. Fui al sanatorio frenopático, que quedaba en Flores. Ahí pre- gunté por Violeta y me dieron la dirección de Arsenia López, su profesora de canto. Tuve que tomar el tren en Retiro, para que me llevara a Olivos. Durante el trayecto, una tierrita me entró en un ojo, de modo que en el momento de llegar a la casa de Arsenia López, se me caían las lágrimas como si estuviese llorando. Desde la puerta de calle oí voces de mujeres, que hacían gárgaras con las escalas, acompañadas de un piano, que parecía más bien un organillo. Alta, delgada, aterradora, apareció en el fondo de un corredor Arsenia López con un lápiz en la mano. Le dije tímidamente que venía a buscar noticias de Violeta. 23 La fi'enopatía era una parte de la medicina que estudiaba las enfermedades mentales. En 1880 se instaló en Barracas, sobre la avenida Montes de O ca, el Instituto Frcnopát ico Argentino, el centro más importante de la época. 52 Silvina Ocampo -¿Usted es el marido? -No, soy un pariente -le respondí secándome los ojos con un pañuelo. -Usted será uno de sus innumerables admiradores - me dijo, entornando los ojos y tomándome la mano-. Vendrá para saber lo que todos quieren saber, ¿cómo fueron los últimos días de Violeta? Siéntese. No hay que imaginar que una persona muerta, forzosamente haya sido pura, fiel, buena. -Quiere consolarme - le dije. Ella, oprimiendo mi mano con su mano húmeda, contestó: -Sí. Quiero consolarlo. Violeta era no solo mi discípula, sino mi íntima amiga. Si se disgustó conmigo, fue tal vez por- que me hizo demasiadas confidencias y porque ya no podía engañarme. Los últimos días que la vi, se lamentó amargamen- te de su suerte. Murió de envidia. Repetía sin cesar: "Alguien me ha robado la vida, pero lo pagará muy caro. No tendré mi vestido de terciopelo, ella lo tendrá; Bruto será de ella; los hombres no se disfrazarán de mujer para entrar en mi casa, sino en la de ella; perderé la voz que transmitiré a esa otra gar- ganta indigna; no nos abrazaremos con Daniel en el puente de Constitución, ilusionados con un amor imposible, inclinados como antaño24, sobre la baranda de hierro, viendo los trenes alejarse". Arsenia López me miró en los ojos y me dijo: - No se aflija. Encontrará muchas mujeres más leales. Ya sa- bemos que era hermosa ¿pero acaso la hermosura es lo único bueno que hay en el mundo? Mudo, horrorizado, me alejé de aquella casa, sin revelar mi nombre a Arsenia López que, al despedirse de mí, intentó abra- zarme, para demostrar su simpatía. 2 La palabra antafw significa en tiempo pasado. Ln cnsn de azúcar S3 Desde ese día, Cristina se transformó, para mí al menos, en Violeta. Traté de seguirla a todas horas, para descubrirla en los brazos de sus amantes. Me alejé tanto de ella que la vi como a una extraña. Una noche de invierno huyó. La busqué hasta el alba. Ya no sé quién fue víctima de quién en esa casa de azúcar, que ahora está deshabitada. El árbol de la buena muerte HÉCTOR GERMÁN ÜESTERHELD Héccor Oescerheld, "El árbol de la buena muerte", El etemauta y otros cuentos. © Herederos de Héctor Germán Oescerheld. María Santos cerró los ojos, aflojó el cuerpo, acomodó la espal- da contra el blando tronco del árbol. Se estaba bien allí, a la sombra de aquellas hojas transparentes que filtraban la luz rojiza del sol. Carlos, el yerno, no podía haberle hecho un regalo mejor para su cumpleaños. Todo el día anterior había trabajado Carlos, limpiando de ma- lezas el lugar donde crecía el árbol. Y había hecho el sacrificio de madrugar todavía más temprano que de costumbre para que, cuan- do ella se levantara, encontrara instalado el banco al pie del árbol. María Santos sonrió agradecida; el tronco parecía rugoso y áspero, pero era muelle1, cedía a la menor presión como si es- tuviera relleno de plumas. Carlos había tenido una gran idea cuando se le ocurrió plantarlo allí, al borde del sembrado. Tuf-cuf-cuf Hasta María Santos llegó el ruido del tractor. Por entre los párpados entrecerrados, la anciana miró a Marisa, su hija, sentada en el asiento de la máquina, al lado de Carlos. 1 Muelle significa 'blando', 'cómodo'. 58 Héctur Germán Oesterheld El brazo de Marisa descansaba en la cintura de Carlos, las dos cabezas estaban muy juntas: seguro que hacían planes para la nueva casa que Carlos quería construir. María Sancos sonrió; Carlos era un buen hombre, un marido inmejorable para Marisa. Suerte que Marisa no se casó con Lar- ca, el ingeniero aquel: Carlos no era más que un agricultor, pero era bueno y sabía trabajar, y no les hacía faltar nada. ¿No les hacía falcar nada? Una punzada dolida borró la sonrisa de María Sancos. El rostro, viejo de incontables arrugas, viejo de muchos soles y de mucho trabajo, se nubló. No, Carlos podría hacer feliz a Marisa y a Roberto, el hijo, que ya tenía 18 años y estudiaba medicina por televisión. No, nunca podría hacerla feliz a ella, a María Santos, la abuela ... Porque María Santos no se adaptaría nunca - hacía mucho que había renunciado a hacerlo a la vida en aquella colonia de Marte-. De acuerdo con que allí se ganaba bien, que no les faltaba nada, que se vivía mucho mejor que en la Tierra; de acuerdo con que allí, en Marte, toda la familia tenía un porvenir mucho me- jor; de acuerdo con que la vida en la Tierra era ahora muy dura ... D e acuerdo con todo eso; pero, ¡Marte era tan diferente! ... ¡Qué no daría María Santos por un poco de viento como el de la Tierra, con algún "panadero"2 volando aleo! - ¿Duermes, abuela? -Roberto, el nieto, viene sonriente, con su libro bajo el brazo. -No, Roberto. Un poco cansada, nada más. 2 Los p111111dero1 son los frutos (llamados vi/111101) de algunas plan ras (de la familia de las compuestas}. como el diente de león, la v11r11 de oro. Su estructura está formada por pelos simples o plumosos que sostienen al fruto y que tienen por función facilitar su dispersión con auxilio del vienco. En la Argentina, se llama p111111dero a la semilla que se desprende de la Aor del cardo y se cree que es símbolo de fecundidad y de prosperidad. El árbol de la bue11a muerte 59 -¿No necesitas nada? -No, nada. -¿Seguro? -Seguro. Curiosa, la insistencia de Roberto; no acostumbraba a ser tan solíciro3; a veces, se pasaba días enteros sin acordarse de que ella existía. Pero, claro, eso era de esperar; la juventud, la juventud de siempre, tiene demasiado quehacer con eso, con ser joven. Aunque en verdad, María Sancos no tiene por qué quejarse: últimamente Roberto había estado m uy bueno con ella, pasaba horas enteras a su lado, haciéndola hablar de la Tierra. Claro; Roberto no conocía la Tierra; él había nacido en Mar- te, y las cosas de la Tierra eran para él algo can raro, como cin- cuenta o sesenta años atrás lo habían sido las cosas de Buenos Aires - la capital-, tan raras y fantásticas para María Sancos,
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