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Debates de las ciencias sociales, de 1945 hasta el presente

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Immanuel Wallerstein, “Debates de las ciencias sociales, de 1945 hasta el presente”
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El título del capítulo ya es lo suficientemente explícito. El texto comienza describiendo, a grandes rasgos, tres procesos que transcurrían al finalizar la segunda guerra mundial y que “afectaron profundamente la estructura de las ciencias sociales”: el cambio de la estructura política mundial; la expansión del sistema universitario en todo el mundo; y la expansión geográfica de la población y su capacidad productiva. Siendo con diferencia la principal fuerza económica, Estados Unidos había movido de Europa el centro de la producción académica. Aunado a esto, motivados por la guerra fría ambos bloques geopolíticos (Estados Unidos y la URSS) aumentaron los presupuestos destinados a la investigación, esto dio paso a la reafirmación histórica de los pueblos no occidentales, poniendo bajo sospecha muchos de los supuestos de las ciencias sociales. Así la expansión económica había reforzado la legitimidad de las ciencias sociales, aportando al desarrollo de los paradigmas científicos no encaminados a una producción de tecnologías.
Uno de los aspectos en los que repercutieron estos cambios fue en La validez de las distinciones entre las ciencias sociales. Los estudios de área fueron desplazando al estudio del ‘mundo moderno’ y el ‘mundo no moderno’ en relación con las supuestas líneas divisorias entre ambos mundos, que tenían que ver con el pasado, el mercado, el estado y la sociedad civil, comprendiendo la historia y las ciencias nomotéticas (economía, ciencia política y sociología), respectivamente. Los estudios de área se interesaron en estudiar regiones no occidentales, pero ya no en relación con occidente, sino a sus propios procesos. La expansión geográfica del objeto de estudio y el aumento en número de académicos de países no occidentales había contribuido a la generación de múltiples voces que pondrían en la discusión el quehacer de la investigación sociales. Comenzaría a cuestionarse, por ejemplo, la herencia positivista de las ciencias naturales en las ciencias sociales, que, en su anhelo por prestigio y validez cuantificable, habían terminado por heterogeneizar el objeto de estudio, el campo y las estrategias metodológicas, universalizando el camino de modernización. Así mismo, el intercambio entre disciplinas se dio añadiendo una dimensión histórica a los estudios sociales y aportando herramientas de las ciencias sociales para ampliar la visión de los estudios históricos, esto terminaría por poner como foco de debate la validez de las distinciones entre las ciencias sociales en las décadas de 1950 y 1960.
Otro de los aspectos que colocaron sobre la mesa estos procesos de transición fue El grado en que el patrimonio heredado era parroquial en las ciencias sociales. Se cuestionaron los principios que no tenían justificación teórica ni empírica para comenzar a ser reemplazados por premisas más justificables sin pretender ser incuestionables, sino abriéndole lugar a la reflexión en torno al peso del lugar y la diferencia. Consecuentemente, estos cuestionamientos llevaron a desplazar la tendencia a la universalización, parroquial en tanto que no era justificable y que no dejaba espacio a la diferencia, por una tendencia a aceptar la coexistencia de interpretaciones distintas.
La realidad y la validez de la distinción entre las dos culturas fue el último aspecto sacudido por los procesos que estaba atravesando el mundo. La incapacidad cada vez más notoria de las teorías científicas más antiguas de responder a fenómenos más y más complejos dio paso al paradigma de la complejidad, cambiando la comprensión de la naturaleza como mecanicista, pasiva y determinista, por una donde los sistemas complejos se autoorganizaban, una naturaleza activa y creativa, así llegaron los métodos de análisis de sistemas complejos a las ciencias sociales. Los estudios culturales surgen de aquí: los estudios de sistemas sociohistóricos no ‘eurocéntricos’, el análisis histórico local y la estimación de los valores asociados con la realización tecnológica de los estudios tomaron una importancia central. Ante el supuesto implícito, pero muy palpable, de que la ciencia era más precisa, eficaz, y en consecuencia más importante que la filosofía o las artes, y el escepticismo sobre los logros del progreso tecnológico, en las ciencias sociales se halló un potencial reconciliador entre las humanidades y las ciencias sociales, produciéndose un enriquecimiento entre disciplinas.

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