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El Internet y su evolución

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Editorial: 256
Fecha de publicación: 27/2/2001
Título: Internet y evolución
Mucha gente junta, algo barrunta
Ahora que tenemos el genoma humano, que estamos aprendiendo a hacer malabares con los
genes, que cada vez nos ponemos más máquinas por dentro y por fuera del cuerpo, que po-
seemos una cultura con una considerable capacidad de transformación del entorno, ya sean
nuestras células o todo lo que nos rodea, que salimos al espacio y cada vez miramos con más
ganas al planeta más próximo, ¿nos encontramos también, como sostienen muchos exper-
tos, más cerca de dar un salto evolutivo en cuanto especie? En los últimos años, muchos de
los evangelistas de la Red han sostenido esta posibilidad como algo inminente. La emergen-
cia de una inteligencia compartida con las máquinas en redes de ordenadores, la posibilidad
de volcar y compartir nuestras memorias personales en estas redes, la manipulación genéti-
ca y los cambios introducidos por una medicina cada vez más omnipresente, entre otros fac-
tores, estarían contribuyendo a una mutación, discreta como todas, pero decisiva desde el
punto de vista del ser humano con el que hemos intimado hasta ahora.
Los expertos dedicados a la evolución, desde los paleobiólogos, hasta los socio-ambienta-
listas, pasando por genetistas del desarrollo, antropólogos y tecnólogos de todo pelaje, coin-
ciden en que este salto evolutivo está en el aire. Lo que no está claro, desde luego, es hacia
donde nos llevará. Ninguna capacidad de pronóstico –una actividad en la que nunca hemos
brillado especialmente en cuanto especie– podría fijar una ruta cierta a un posible cambio en
nuestra dotación genética. De todas maneras, éste es un tema de discusión e investigación de
creciente importancia en la comunidad científica especializada en la evolución. Y las discre-
pancias muestran tanto un alineamiento con ciertos valores culturales, como visiones dife-
rentes de cómo hemos llegado hasta aquí y qué está a punto de sucedernos.
Sí hay acuerdo sobre cómo empezó todo. Durante miles de millones de años, las fuerzas
naturales de la evolución se encargaron de ir diversificando los palos de la baraja genética. La
gran centrifugadora de la vida, alimentada por la competencia por recursos escasos, los de-
predadores, las enfermedades, las hambrunas y, a veces, la mala suerte de encontrarse con un
meteorito o un volcán de fiesta en el camino, se encargó de juntar, separar, combinar, modi-
ficar o neutralizar las reservas genéticas de las especies. Las mejor adaptadas al medio tenían
más posibilidades de ver el próximo día. Las que no, se fueron quedando por el camino y su
único legado a la posteridad quizá haya sido una marca en el registro fósil. En estas estába-
mos cuando hace unos 5 millones de años, del primate surgieron dos líneas evolutivas:
una se concretó en los chimpancés. La otra, tras ponerse de pie, crecerle el cerebro y co-
menzar a fabricar herramientas de piedra hace unos dos millones de años, finalmente pasó
los filtros necesarios hasta llegar a cuajar en una especie hecha y derecha, con rasgos tan di-
ferenciales como un bolsillo para el teléfono móvil y una mesa para Internet.
¿A qué precio? He aquí el dilema. Porque si algo ha demostrado la evolución es que nin-
guno de sus pasos es gratis. De una u otra manera están respaldados por una factura. La cul-
tura del “Homo sapiens” es el resultado, casi desde el principio de su aventura, de un deno-
dado esfuerzo por suprimir las fuerzas que le permitieron existir. Armas para liquidar
© Editorial UOC 256 Historia Viva de Internet
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Fernández, H. L. Á. (2011). Historia viva de internet. volumen ii. los años de en.red.ando (1999-2001). Retrieved from http://ebookcentral.proquest.com
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depredadores, agricultura para abastecerse de alimento en todas las estaciones, ciudades para
protegerse de las inclemencias de la naturaleza, medicina para tratar de aminorar el impacto
de la enfermedad. En menos de 100.000 años hemos conseguido protegernos con bastante
éxito de las mismas fuerzas biológicas que nos hicieron aparecer. Quedan bastantes asuntos
pendientes todavía, pero que nadie dude de que estamos en ello.
A la vista de los acontecimientos, los expertos están de acuerdo en dos cosas: primero, la
selección natural ya no funciona en la especie humana y, segundo, la cultura y la tecnología
que han conseguido esto no ha producido cambios genéticos reseñables. Además, los usos y
costumbres generados por esa cultura y esa tecnología tienden a homogeneizar cada vez más
la reserva genética de la especie, afectando a uno de los engranajes cruciales de la evolución: la
variabilidad genética. En otras palabras, cada vez más las enfermedades de unos son las del
resto. Y los tratamientos son los mismos. No les damos tiempo a los genes a que se acicalen
adecuadamente para cada fiesta. Y esto tiene sus riesgos. Cuando aparece un virus inespera-
do, no se escapa ni el apuntador. Nuestras defensas evolutivas andan bajo mínimos, por más
que las culturales y tecnológicas nos parezcan asombrosas.
Aquí es donde el debate se abre en dos líneas nítidas. Para unos, nuestra evolución está
llegando al parón definitivo, con todo lo que ello significa en cuanto estancamiento de la do-
tación genética. Para otros, por el contrario, esto está empezando. O mejor dicho, estamos
en el umbral de un espectacular cambio de dirección. La tecnología, en general, e Internet, en
particular, son las dos bombas que están proporcionando este nuevo impulso a la especie. La
globalización aumenta el potencial de la diversidad genética al poner en contacto versiones
especializadas de los genes que, hasta ahora, no se habían encontrado nunca. Y por globali-
zación se entiende tanto el contacto físico, como el virtual que permite transferir destrezas
nuevas u obtener una visión de nuestro propio entorno corporal independientemente de las
distancias físicas, culturales, religiosas e incluso económicas, todo ello a través de las redes.
El hecho de que la cultura de la especie vaya derivando hacia el manejo masivo y acele-
rado de información y conocimiento, plantea un asalto en toda regla a la evolución de nues-
tro motor central: el cerebro. Aunque es muy poco lo que se sabe todavía al respecto, se esti-
ma que más de un tercio de la dotación genética humana está involucrada, de una u otra
manera, en su desarrollo o funcionamiento. ¿De qué manera le está afectando –si lo está ha-
ciendo– el constante crecimiento del poder de procesamiento de las máquinas? ¿Cómo se
está adaptando a un mundo donde ya hay generaciones cuyas interacciones sociales son en
parte electrónicas (y hasta se emparejan por este medio)?
Y, para seguir con las preguntas, ¿cómo le afectará la aparición de individuos con “genes
de diseño” para resolver problemas –o caprichos– específicos pero que, después, irán pasan-
do a los descendientes? Todo apunta a que, con o sin mapa del genoma, enmenos de dos dé-
cadas este tipo de intervención “a la Dolly” estará tan extendida y será tan fácil de adquirir
como un paquete de aspirinas en un supermercado. Genes relacionados con la longevidad,
las facultades cognitivas o la capacidad para lidiar con el estrés encabezan la lista de “los más
buscados” en los laboratorios especializados del mundo. Si existen, los encontrarán. Y si los
encuentran, alguien pagará inmediatamente para que se “los pongan”. De esta manera, tres
factores claves en los mecanismos naturales de la evolución se convertirán en parte adquiri-
da del genoma por la vía del desarrollo tecnológico.
Si leemos bien estos signos, todo apunta a que efectivamente estamos a punto de dar un
nuevo salto evolutivo con la canónica modificación de nuestra dotación genética incluída.
Pero al ser un salto impulsado por factores culturales, nos queda por saber qué cultura impe-
© Editorial UOC 257 Internety evolución
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Fernández, H. L. Á. (2011). Historia viva de internet. volumen ii. los años de en.red.ando (1999-2001). Retrieved from http://ebookcentral.proquest.com
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