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UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
CÁTEDRA: LINGÜÍSTICA y DISCURSIVIDAD 
SOCIAL 
2016 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Serie Estudios del Lenguaje 
Cuaderno: Modos de decir en el punto de vista 
estructural 
 
 
 
 
 
 
Lorelei Cisneros 
Modos de decir en el punto de vista estructural 
 Lorelei Cisneros 
 
0. El punto de vista estructural 
Escribir (y estudiar) sobre el Estructuralismo es ciertamente un asunto complejo. Las 
dificultades empiezan en el momento mismo en que se quiere encontrar una definición 
adecuada para ese movimiento intelectual de límites difusos que fue al mismo tiempo 
ciencia, programa, doctrina, método, moda y plataforma ideológica; que impulsó 
aluviones de conjeturas en la antropología, la semiología, la semiótica, el psicoanálisis, 
(por mencionar solo algunos de los diversos campos del saber en los que esta 
perspectiva fructificó) y cuyos postulados resultaron muchas veces degradados, 
resumidos o forzados en esa densa zona de cruce entre disciplinas afines1. 
Por eso, para empezar, conviene recuperar la afirmación de Milner (2003: 9) según la 
cual dentro de esta vasta corriente de pensamiento que se dio en llamar 
“Estructuralismo” es posible encontrar reunidas dos entidades básicamente diferentes. 
Por una parte –señala Milner– el Estructuralismo es un programa de investigaciones 
desarrollado por hombres de ciencia desde fines de la década del ‘20 hasta fines de los 
‘60, que se caracteriza por un cierto número de hipótesis y proposiciones, y que se 
completa en 1968. Por otro lado, el Estructuralismo es un movimiento de doxa que, 
junto a los actores centrales del programa de investigaciones, reúne otros pensadores 
que no participaron de él. Este movimiento se desenvolvió durante la década del ‘60 y 
en gran medida caracteriza intelectualmente el período. Es afectado por Mayo del ‘68 
pero pervive, de diversos modos, hasta mediados de los ‘70. 
Si bien disociar absolutamente estas dos entidades abarcadas por el mismo nombre 
comporta una reducción, al mismo tiempo, resulta operativo si lo que se busca es volver 
explícitas ciertas particularidades que hicieron del Estructuralismo un capítulo 
fundamental en la historia de la ciencia del siglo XX. Y, más específicamente, si el 
propósito es abordar este punto de vista como una forma de reflexión científica dentro 
 
1 Las dificultades en la búsqueda de la definición se vuelven evidentes cuando se revisa la profusión de 
trabajos orientados en ese sentido. Una muestra muy representativa la constituyen dos obras ya clásicas: 
la de Ducrot et al. (1968) ¿Qué es el estructuralismo? y el artículo de Deleuze (1972) “¿En qué se 
reconoce el estructuralismo?”. Los problemas aumentan cuando muchos de sus propios representantes se 
niegan a definirlo. Foucault, por ejemplo, establece que el Estructuralismo no existe como doctrina, que 
solo no tiene fronteras sino que tampoco tiene cuerpo, a su juicio es “una categoría que solo existe para 
los otros, para los que no son” (citado en Piaget: 1999: 116). 
del ámbito de la lingüística, por los resultados ejemplares obtenidos en esta disciplina y 
por el impacto que produjo en otros campos2. 
Por eso, nos ocuparemos aquí del Estructuralismo lingüístico entendido en el primer 
sentido, como un paradigma de investigación, esto es, como un sistema básico de 
creencias que guía el recorrido de los investigadores que lo cultivan, no sólo en las 
cuestiones de método sino también y, fundamentalmente, en su definición del “mundo” 
que se proponen conocer, del lugar del investigador en él y de las posibles relaciones 
que se pueden entablar con ese mundo (Guba y Lincoln: 20023). 
¿Cuál es la forma y la naturaleza de la realidad del lenguaje que estudian los 
estructuralistas?, ¿cuál es la relación entre ella y quien conoce o busca conocer?, ¿por 
medio de qué método/s lo hacen?4 El paradigma estructural representa así el punto de 
vista que han adoptado sus proponentes de acuerdo con la manera en que han elegido 
responder a estas tres preguntas definitorias5. 
 
1. Modos de decir 
Y son estas preguntas, por otro lado, las que funcionan como eje principal alrededor del 
cual organizaremos este cuaderno cuyo título remite directamente a la necesaria 
correspondencia entre la posición paradigmática que orienta una investigación y la 
configuración discursiva en que esa investigación se comunica y valida, su “modo de 
decir”. 
El enlace indisociable entre una teoría y la forma discursivo-retórica que su 
comunicación exige es puesto en evidencia por Pérez y Rogieri en Retóricas del decir 
(2012: 15): 
 
2 El programa de investigaciones estructuralistas halla su primera expresión como programa científico en 
el marco de la lingüística, más específicamente con vistas al estudio de los fonemas, en el año 1928 y, 
desde allí, se extiende rápidamente a otras disciplinas. Cf. Benveniste, 2001:93. 
3 En sus aspectos fundamentales, en estas líneas sigo el enfoque y el trabajo realizado en el marco del 
Proyecto de Investigación “Retórica de los saberes institucionales. Configuraciones verbales en la 
escritura académica” P. Rogieri (dir.) y L. Pérez (co-dir.), (1HUM445 PIP/SCyT-UNR), y del PUAyEA 
(Programa Universitario de Alfabetización y Escritura Académica), dependiente de la Secretaría 
Académica de la Facultad de Humanidades y Artes, creado y coordinado por las Dras. Patricia Rogieri y 
Liliana Pérez. 
4 Si se atiende a las particularidades de las diferentes escuelas enmarcadas en este punto de vista, podría 
decirse que existen “muchos estructuralismos”. No obstante, y a los fines expositivos de este trabajo, nos 
detenemos en las coincidencias amplias que convirtieron a esta perspectiva en un prisma a través del cual 
se consiguió una determinada “mirada estructural”. 
5 Como el lector advertirá, estos interrogantes están vinculados de tal modo que la respuesta que se dé a 
cualquiera de ellos necesariamente demarcará la manera en que se pueda responder a los otros dos. 
Asumir que lo que una teoría es depende del paradigma de investigación 
adoptado implica considerar que las culturas particulares que ellos subsumen 
determinan formas de pensar y escribir, diversas instancias de validación 
retórica de los saberes. Es decir, y en definitiva, modelos de pensar y escribir 
para los acólitos. 
 
En estos “modelos de pensar y de escribir”, se reconoce la intersección del trabajo 
conceptual con los diversos modos de nombrar y legitimar el saber en cada cultura. 
Se entiende, entonces, que las teorías comunican un saber científico que es, en sí 
mismo, un efecto de la palabra porque su configuración resulta de una doble y 
simultánea intervención: la de la lengua, forma pura ordenadora de toda experiencia que 
media entre los datos sensibles y la conceptualización, y la de un determinado discurso 
disciplinar, que se convierte en generador de matrices para la elaboración y 
comprensión de los enunciados de ese ámbito. 
En lo que sigue, proponemos acercarnos a los modos de configuración conceptual-
discursiva del Estructuralismo en lingüística, modos que alcanzaron, de alguna manera, 
a todo aquel que se dispuso a pensar y a decir desde ese campo6. 
 
2. Sobre la ontología del punto de vista estructural 
¿Cuál es la forma y la naturaleza de la realidad que estudian los estructuralistas en 
lingüística? 
Es un hecho canónicamente admitido que la ciencia del lenguaje ganó impulso a partir 
de 1916 con la publicación del Curso de Lingüística General. Sin embargo, el riesgo es 
creer que se leen en el Curso proposiciones que se formularon después de él y sobre él. 
Señala Milner: “El estructuralismo no se equivocaba al creerse surgido del Curso, pero 
no está en el Curso” (2003: 18). 
Es cierto que Saussure nunca empleó el término “estructura” en ningún sentido. Sin 
embargo la novedadde su doctrina es recogida por el Estructuralismo 
fundamentalmente en lo atinente a la respuesta que se otorga en el CLG a la pregunta 
ontológica: ¿qué cosa permite decir que una entidad lingüística existe o no?, ¿cuáles son 
las propiedades de esa entidad? 
 
6 Para un tratamiento exhaustivo de las fuentes teóricas que sustentan los temas de este cuaderno cf. 
Condito, Vanesa (2013). El estructuralismo en lingüística- Ficha de trabajo. Cátedra de Lingüística y 
Discursividad social, Facultad de Psicología, UNR. 
Como sabemos, Saussure plantea que el objeto de estudio de la lingüística es 
enteramente relacional7. Esto surge con evidencia del CLG porque Saussure advierte 
que la lingüística no se establecerá como ciencia más que cuando considere su objeto 
desde el punto de vista de lo diferencial y de lo negativo. Por ello, toma como 
propiedades descriptibles sólo propiedades distintivas: un signo no existe sino por 
diferencias: 
De una manera discreta, casi oblicua, Saussure introdujo un nuevo tipo de 
entidades del que la tradición filosófica no le proporcionaba ejemplos. Ser y 
ser uno, estas propiedades estaban hasta entonces enlazadas: «Omne ens est 
unum», escribía Santo Tomás. La entidad lingüística tal como la describía 
Saussure no existía sino por diferencias; su ser estaba atravesado, pues, por 
la multiplicidad de todas las otras entidades de la misma lengua: ya no era, 
propiamente hablando, una unicidad; había, por lo tanto, seres que no eran 
un ser o cuya unicidad se definía de otra manera: se trataba de la unicidad de 
un entrecruce de determinaciones múltiples y no de una unicidad centrada 
alrededor de un punto íntimo de identidad consigo mismo (Milner, 2003: 
42). 
 
A partir de Saussure es posible establecer, entonces, que los datos de la lengua no 
existen por sí mismos. Se abandona la idea de que sean fenómenos objetivos o 
magnitudes absolutas pues lo que pasa a ser considerado no es ya el hecho lingüístico 
sino la relación. 
Así, esta “unicidad nacida en el cruce de determinaciones múltiples” instala la noción de 
valor, porque es la que permite concebir lo diferencial8. Al definirse solo por 
propiedades distintivas, una entidad solo existe como opositiva y relacional9, es 
resultante del sistema que la domina y la organiza en relación con otras10. 
 
7 A propósito, Benveniste (2001: 40) transcribe un segmento de las notas preparatorias de una obra que 
Saussure nunca llegará a escribir: “La ley enteramente final del lenguaje es, por lo que nos atrevemos a 
decir, que nunca hay nada que pueda residir en un término, por consecuencia directa de que los símbolos 
lingüísticos carezcan de relación con lo que deben designar, así que a es impotente para designar nada sin 
el socorro de b, a éste le pasa lo mismo sin el auxilio de a, o que ninguno de los dos vale más que por su 
recíproca diferencia, o que ninguno vale, ni aun por una parte cualquiera de sí (...) de otro modo que por 
este mismo plexo de diferencias enteramente negativas”. 
8 En este sentido y aunque aclara que ningún sistema puede en complejidad igualarse con la lengua, 
Saussure acerca la lingüística a las ciencias que trabajan con valores, como la economía política: “Y es 
que aquí, como en economía política, estamos ante la noción de valor, en las dos ciencias se trata de un 
sistema de equivalencia entre cosas de órdenes diferentes: en una, un trabajo y un salario, en la otra, un 
significado y un significante” (CLG, 2005: 162). 
9 Si bien su importancia ha sido ampliamente destacada, no debe pasarse por alto que, entendida en su 
definición más general, la noción de valor (y sobre todo los desarrollos posteriores relacionados con ella) 
reveló ser decisiva para el estructuralismo más allá de la lingüística. En ese sentido, nótese, por ejemplo y 
por nombrar sólo un caso, que Lévi-Strauss establece el programa de investigaciones de la antropología 
estructural sobre la noción de intercambio. 
10 Recordemos, a propósito, las afirmaciones saussureanas: “La lengua es un sistema que no conoce más 
que un orden propio y peculiar” (CLG, 2005: 76), “la lengua es un sistema en el que todas sus partes 
pueden y deben considerarse en su solidaridad sincrónica” (CLG, 2005: 172). 
La realidad lingüística debe buscarse, de este modo, en oposiciones y relaciones que se 
establecen en el marco de una organización mayor. Y esta es justamente la gran 
proposición del CLG que los estructuralistas se encargan de discernir y desarrollar: el 
hecho de presuponer el sistema en el elemento (Ducrot, 1975: 51). 
Es importante subrayar que el planteo saussureano se sostiene sobre el principio de la 
sistematicidad de lo real: es ante todo el sistema el que hay que deslindar y describir11. 
 
Como veremos más adelante (cf. 4. La metodología estructural), el razonamiento 
estructural radicaliza estas proposiciones y sistematiza su método. 
Ahora bien, ¿cómo se llega a la explicitación de la estructura? 
Concebida la lengua como un sistema, se trata de analizar las relaciones en el interior de 
ese sistema, el arreglo interno de sus unidades, su trama de dependencias internas. Se 
asume que esas unidades están en una disposición formal que obedece a determinados 
principios constantes. 
Se trata, en suma, de dar cuenta de su estructura que, tal como se puede advertir, es una 
noción última que presupone al sistema como principio epistemológico. 
El todo no resulta más que de las relaciones o composiciones cuyas leyes son las del 
sistema de la lengua constituido por elementos formales articulados en combinaciones 
igualmente limitadas. Elementos y combinaciones establecen, así, la base para el estudio 
estructural: 
El análisis estructural de un campo fenoménico consiste en mostrar que 
existe un orden (el sistema) cuyo principio explicativo se encuentra en la 
configuración subyacente (la estructura) que lo define en su singularidad y 
en su variabilidad. (Peñalver Simó, 1972: 70) 
 
Vemos de este modo cómo es que en la noción de sistema el estructuralismo lingüístico 
encuentra sus fundamentos: 
Si se agregan (a la noción de lengua como sistema) los otros dos principios, 
igualmente saussureanos, de que la lengua es forma, no sustancia, y de que 
las unidades de la lengua no pueden definirse sino por sus relaciones, se 
habrán indicado los fundamentos de la doctrina que, algunos años más tarde, 
sacaría a la luz la estructura de los sistemas lingüísticos. (Benveniste, 2001: 
93) 
 
 
11 Como se verá más adelante, ninguna operación estructural sería posible si no se partiera de la 
presunción de sistematicidad del objeto científico. 
En 1948, Hjelmslev, el principal exponente de la escuela estructuralista de Copenhague 
denominada Glosemática, define así este punto de vista: 
Entendemos por lingüística estructural un conjunto de investigaciones que 
descansan sobre las hipótesis de que es científicamente legítimo describir el 
lenguaje como si fuera esencialmente una entidad autónoma de 
dependencias internas, o, en una palabra, una estructura (Hjelmslev, 
1972:27). 
 
Tal como apunta Milner (2003: 43), el estructuralismo generalizado de la década del ‘50 
extendió progresivamente la validez de estos presupuestos a todos los campos de la 
experiencia: 
Tomado en extensión, el programa podía aplicarse a toda especie de 
realidad, si se admite (hipótesis estructuralista fuerte) que toda realidad 
puede ser considerada desde el solo punto de vista de sus relaciones 
sistémicas. Llevado al extremo, conducía a una ontología de nuevo tipo. Se 
comprende que haya terminado por afectar a todos los sectores de la cultura, 
desde el psicoanálisis hasta la filosofía. 
 
En efecto, la doctrina saussureana impregna, de un modo u otro, toda la lingüística 
estructural, que construyó un modelo de inteligibilidad con pretensionesde resultar 
válido para cualquier objeto, lo que pone en evidencia la capacidad de esta disciplina 
para desarrollar por sí sola una epistemología propia que se desbordó de su ámbito 
particular y alcanzó, de diversas maneras, el conjunto de las llamadas “ciencias del 
hombre”. 
Este hecho reenvía a una articulación particular entre la cuestión de la lingüística y la 
cuestión de la ciencia, a la que pasamos a referirnos con algo más de precisión en lo que 
sigue. 
 
3. Sobre la epistemología en el punto de vista estructural 
¿Cuál es la relación entre la realidad del lenguaje y quien conoce o busca conocer? 
Se ha dicho que las obras clásicas de la lingüística son (o deberían ser) también clásicos 
de la epistemología. Ciertamente, la lingüística es una de las disciplinas que más ha 
reflexionado acerca de su metodología, de sus razonamientos, de la naturaleza de sus 
datos y ha sido, quizás, la que más ha buscado el camino hacia una cientificidad nueva e 
independiente de la de las ciencias naturales12. 
Como vimos, en el Estructuralismo, y bajo el influjo saussureano, esa preocupación se 
expresa en el esfuerzo por formalizar el objeto de estudio. En sus comienzos, se 
construye lógicamente un segmento del mundo sensible –en particular, los fonemas– 
con el planteo de que, para esto, no hay ninguna necesidad de una teoría de la 
semejanza, sino solamente una teoría de la diferencia. La fonología es, en efecto, una 
teoría de las funciones distintivas de los fonemas y de las estructuras de sus relaciones. 
No hay dudas sobre su filiación: toma de Saussure el principio epistemológico básico al 
que nos referimos en el apartado anterior, el sistema implica la totalidad, es decir, las 
entidades estudiadas constituyen un todo significativo y es imposible comprenderlas 
fuera de ese orden. 
Peñalver Simó explicita las implicancias de este principio: 
1° Sólo lo sistemático es inteligible científicamente. Identificar 
inteligibilidad y sistematicidad es una reducción epistemológica que 
manifiesta una vez más el verdadero proyecto del análisis estructural: la 
búsqueda de la exactitud y del rigor en el razonamiento. Se trata de descubrir 
en lo percibido las organizaciones, las correlaciones, las correspondencias; 
todo lo que puede ser enunciado bajo el término genérico de relación. 
La reducción estructural no implica la negación de lo asistemático, sino la 
declaración de su no-pertinencia. La sistematicidad no puede ser ni buscada 
ni obtenida más que a un cierto nivel: el nivel relacional. (...) 
2º Pero esta presunción de sistematicidad supone además que el objeto 
considerado puede y debe ser analizado en sí mismo. Es lo que Hjelmslev 
llamaba el estudio inmanente del objeto (Hjelmslev, 1953). «Antes de hacer 
la historia de un objeto determinado, antes de plantearse las cuestiones de 
origen, evolución, difusión, antes de explicar los caracteres de un objeto por 
las influencias externas (...), conviene circunscribir, definir y describir este 
objeto» (Ruwet, 1963, p. 566). Descubrir lo que hay de específico en un 
objeto, lo que lo constituye como tal, es buscar lo sistemático, lo que hay de 
constante en todo proceso. El proceso es el conjunto de acontecimientos, 
fluctuaciones y cambios dados a la experiencia vivida y sólo a ella accesible. 
El análisis estructural postula en todo proceso la existencia de «un sistema 
correspondiente, gracias al cual el proceso puede ser analizado en un número 
 
12 Concretamente, es en la década del ‘60 al ’70 que un conjunto de intelectuales entienden, incluso sin 
ser algunos de ellos lingüistas, que la lingüística en general y la estructuralista en particular, abre un 
camino de conocimiento nuevo, cuando no, como estamos señalando, una nueva ontología: “(La 
lingüística) se vuelve indisociable (del conjunto de las ciencias humanas), en efecto, sobre todo en virtud 
del hecho de que otras ciencias confluyen con ella en pos de modelos paralelos a los suyos. Puede 
suministrar a ciencias cuya materia es más difícil de objetivar, como la culturología –de admitirse el 
término– modelos que ya no habrá por fuerza que imitar mecánicamente, sino que procuran cierta 
representación de un sistema combinatorio, de suerte que estas ciencias de la cultura puedan a su vez 
organizarse, formalizarse a la saga de la lingüística. En aquello que ya ha sido intentado en el campo 
social, la primacía de la lingüística es abiertamente reconocida” (Benveniste, 2004: 29). 
limitado de elementos, recurrentes a un número limitado de combinaciones» 
(Hjelmslev, 1953: 9)13. 
 
El sistema, entonces, se ofrece como una totalidad que permite postular la 
inteligibilidad de lo relacional, la realidad intrínseca de la lengua, independientemente 
de todo presupuesto teórico o de todo enfoque historicista. Con el estructuralismo, la 
lingüística empieza a constituirse como una ciencia sistemática, formal y rigurosa en los 
procedimientos, preocupada por formular el algoritmo del lenguaje. 
En Introducción a una ciencia del lenguaje (2000: 36 y ss), Milner indica que, al ser 
examinado, y pese a sus pretensiones de originalidad, el punto de vista estructuralista se 
revela tributario de una representación muy antigua de la ciencia. De acuerdo con su 
planteo, el estructuralismo lingüístico supone un renacimiento de la epistemología 
aristotélica, según la cual, una teoría será validada sólo por sus propiedades intrínsecas: 
especificidad del objeto, evidencia de los axiomas (que son indemostrables), 
inteligibilidad inmediata de los términos primitivos y rigor formal de la deducción 
(Milner, 1995: 36). 
Frente a la epistemología estándar, para la cual la validación es estrictamente extrínseca 
(con hipótesis, test, refutación, propios de una epistemología de la falsación), el 
Estructuralismo retorna a las validaciones estrictamente internas y al criterio del mínimo 
absoluto. 
Para Milner, la fuerza del Estructuralismo como programa reside justamente en el 
principio de economía que sostiene la elección de lo mínimo. El principio de lo mínimo 
plantea que se trata de obtener el máximo posible de propiedades a partir del mínimo 
posible de operaciones, en rigor, de sólo una: el corte o la división, un dispositivo 
teórico que encontramos en todas las variantes de la perspectiva estructural. 
La lingüística es formalizable si y solo si se funda en este principio que, como el lector 
recordará, ya estaba en Saussure: “Podemos representar el hecho lingüístico en su 
conjunto, es decir, la lengua, como una serie de subdivisiones contiguas proyectadas a 
un tiempo en el plano indefinido de las ideas confusas (A) y en el no menos 
indeterminado de los sonidos (B)” (CLG, 2005: 212). 
 
13 Hjelmslev sostiene que la teoría en la que se inscribe su propuesta tiene como propósito sustituir la 
lingüística tradicional, basada en hipótesis exteriores a la lengua (una lingüística trascendente), por una 
lingüística inmanente o interna, que describe la lengua a partir de presupuestos que le son propios. 
Así, el objeto esencial de esta perspectiva es la estructura del sistema cuyo análisis debe 
dar cuenta de la manera más económica de las leyes de combinación relacionales que 
definen el sistema como totalidad estructurada y como actividad estructurante14. 
De qué modo se lleva a cabo ese análisis, será el tema del próximo apartado que se 
ocupa de las cuestiones de método, procedimientos y operaciones del Estructuralismo 
lingüístico. 
 
4. La metodología estructural 
En “Los niveles del análisis lingüístico” (1964) Benveniste explicita las implicancias 
del estudio científico del lenguaje que llevan a cabo los estructuralistas y destaca la 
novedad que ese estudio conlleva: 
El gran cambio ocurrido en lingüística reside precisamente en esto: se ha 
reconocido que el lenguaje debía ser descrito como una estructuraformal, 
pero que esta descripción exigía previamente el establecimiento de 
procedimientos y de criterios adecuados, y que en suma la realidad del 
objeto no era separable del método propio para definirlo (2001: 118). 
 
Ciertamente, los investigadores estructuralistas advierten que la lingüística debe 
proporcionarse un método de análisis que dé cuenta de los elementos y las 
combinaciones, y que sea capaz de deslindar constantemente unidades que se 
condicionan recíprocamente y cada una de las cuales depende de otras sin las que no 
sería definible. En otras palabras, debe procurarse un método que pueda captar esa red 
de dependencias que constituye su objeto de estudio. 
Pero lo verdaderamente relevante del planteo de Benveniste es que, en el marco de la 
lingüística estructural, ese objeto y ese método no pueden disociarse, constituyen, en 
rigor, una misma entidad. 
Puntualicemos un poco más esta afirmación. 
En un artículo-programa de la fonología publicado en 1933, Trubetzkoy formula los que 
pueden considerarse los principios fundamentales del método estructural. Levi-Strauss 
(1968: 29), recupera así sus principales postulados: 
 
 
14 Lo señalado aparece claramente expresado por Benveniste (2007: 96): “Considerar la lengua (o cada 
parte de una lengua, fonética, morfología, etc.) como un sistema organizado por una estructura por revelar 
y describir, es adoptar el punto de vista ‘estructuralista’”. 
(...) en primer lugar, la fonología pasa del estudio de los fenómenos 
lingüísticos "conscientes" al de su estructura "inconsciente"; en segundo 
lugar, rehúsa tratar los "términos" como entidades independientes, y toma 
como base de su análisis, por el contrario, las "relaciones" entre los términos; 
en tercer lugar, introduce la noción de "sistema": “la fonología actual no se 
limita a declarar que los fonemas son siempre miembros de un sistema; ella 
‘muestra’ sistemas fonológicos concretos y pone en evidencia su estructura”; 
en fin, por último, busca descubrir "leyes generales" ya sea que las encuentre 
por inducción o bien "deduciéndolas lógicamente, lo cual les otorga un 
carácter absoluto". 
 
La cita es interesante en más de un sentido. Por un lado, la afirmación del nivel 
inconsciente de la estructura explicativa de lo real implica un principio metodológico 
esencial. Como advierte Peñalver Simó (1972: 193), se trata de un movimiento por 
medio del cual el fenómeno dado se “objetiviza” científicamente, se vuelve hecho 
científico. Y esta objetivación puede considerarse la primera operación del análisis 
estructural: “su objeto se sitúa en un nivel que escapa a la percepción sensible, pero esos 
objetos concebidos y no percibidos no son, sin embargo, una ficción; son entidades 
deducidas o inducidas a partir de la experiencia”. 
En particular, importa subrayar de este segmento la referencia a la naturaleza inferencial 
del conocimiento científico y a las formas de razonamiento por medio de las cuales ese 
conocimiento se alcanza. Resulta destacable porque entendemos que estas estructuras 
formales que expresan las distintas vías lógicas por las que es posible derivar un saber 
se nos ofrecen como argumentos, como tramas organizadas de proposiciones. Dicho de 
otro modo, lo ciertamente relevante es que aparecen como verdaderos esquemas 
verbales que permiten la conceptualización. 
Incumbe, entonces, a nuestros propósitos el hecho de que estas formas de 
razonamientos aludidas no responden sólo al plano de la lógica sino, y 
fundamentalmente, remiten también al plano de lo verbal y, en consecuencia, pueden 
ser examinadas como “modos de decir” que, lejos de resultar universalmente valederos 
para todos los dominios, responden, como vimos, a campos discursivos determinados. 
¿Cuáles son esas configuraciones retóricas, esos modos de decir, que dan existencia a 
los contenidos conceptuales en el estructuralismo? 
Como se sabe, antes de que esta corriente de indagación se impusiera, la lingüística 
avanzaba de lo especial a lo general. Por medio de un procedimiento inductivo, iba del 
componente a la clase, a través de un movimiento de síntesis y un método 
generalizador. 
Si bien la inducción resulta el método apropiado para introducir leyes generales de 
carácter fáctico a partir de la observación y generalización de casos, sin embargo, no 
conduce a la constante sino sólo al casuismo y por ello no siempre es apta para hacer 
una descripción exhaustiva, sencilla y ajustada a la exigencia de la no-contradicción en 
el marco de un estudio formal como el que se propone el Estructuralismo. 
Si reduce la lengua a los elementos significativos de que se constituye y define estos 
elementos por su mutua relevancia, el investigador debe trazar un movimiento analítico 
y especificativo que vaya de la clase al singular, del todo a la parte15. La tarea del 
lingüista será, pues, deslindar y describir estas configuraciones específicas, esa 
arquitectura singular que conforman las partes en el todo. 
Sobre las transformaciones que la lingüística experimenta y el esfuerzo de los 
estructuralistas por sistematizar sus itinerarios y métodos, escribe Benveniste en un 
artículo publicado en 1954: 
Partiendo de la expresión lingüística nativa, se procede por vía analítica a 
una descomposición estricta de cada enunciado en sus elementos, y luego 
por análisis sucesivos a una descomposición de cada elemento en unidades 
cada vez más sencillas. Esta operación tendrá por fin deslindar las unidades 
‘distintivas’ de la lengua, y ya hay aquí un cambio radical de método. 
(2001: 10). 
Este análisis está sostenido por dos presupuestos: la naturaleza articulada de la lengua16 
y el carácter discreto de sus elementos. 
 
15 Como se advertirá, en el pasaje citado, Trubetzkoy considera la inducción y la deducción como 
razonamientos válidos y posibles para el descubrimiento de las leyes en lingüística. Peñalver Simó señala 
al respecto que a esta afirmación hay que entenderla en un sentido diferente: “El método estructural 
implica en realidad una serie de operaciones intelectuales en la que se ejerce no solo la inducción y la 
deducción, sino también la analogía. Estas tres formas de razonamiento se realizan en diferentes 
momentos del análisis, según un proceso cognoscitivo que, considerado como un todo, constituye lo que 
podríamos denominar el razonamiento estructural”. 
Por otro lado, Dubois (1968: 7) sostiene que el estructural constituye un método combinado: 
“Considerando entonces que la lengua se describe en términos de órdenes, el estructuralismo define un 
método combinatorio, cuyas aproximaciones pueden ser diversas, pero que llevan todas a una taxonomía. 
La diferencia entre métodos aparecía frecuentemente como una diversidad de teorías, aunque de hecho se 
trata de simples modalidades. En la medida en que la Lingüística estructural privilegia el enunciado, 
impone un método inductivo-deductivo: las reglas de las sintaxis por ejemplo son inferidas de la 
consideración de un corpus (conjunto de enunciados producidos) y estas reglas, una vez definidas, deben 
rendir cuenta por un movimiento inverso de las frases posibles, no incluidas en la muestra considerada”. 
16 Martinet, figura de relieve en el desarrollo de la fonología estructuralista, plantea el concepto de la 
doble articulación del lenguaje: “Una lengua es un instrumento de comunicación con arreglo al 
cual la experiencia humana se analiza, de modo diferente en cada comunidad, en unidades 
dotadas de un contenido semántico y de una expresión fónica, los monemas. Esta expresión 
Se asume, en efecto, que las unidades que constituyen el objeto no son algo continuo ni 
idéntico sino, por lo contrario, discontinuo y desemejante17. Y, dado precisamente ese 
carácter, el procedimiento discriminatorio que sobre la lengua se debe llevara cabo es el 
de la descomposición (que se distingue del procedimiento de la división con el que 
tendría que proceder un investigador puesto ante unidades continuas). 
Objeto, método y procedimiento se determinan mutuamente, resultan indisociables. 
El estructuralismo sostiene dos operaciones específicas de las que dependen las demás: 
la segmentación y la sustitución. Analizar una expresión lingüística supone, entonces, 
segmentarla primero en partes cada vez más reducidas hasta llegar a los elementos no 
descomponibles y paralelamente identificar tales elementos por las sustituciones que 
permiten. 
Se asume, también, que los elementos lingüísticos se dejan recombinar. Al ser 
separados y distinguidos unos de otros, pueden reagruparse para formar unidades 
nuevas que, a su vez, son susceptibles de formar otras más complejas. 
Así, la segmentación, que disocia unidades, aparece en concurso con otra operación, la 
integración, que reúne estas unidades en unidades de orden superior. Constituyen lo que 
Benveniste denomina forma y sentido, respectivamente: 
La forma de una unidad lingüística se define como su capacidad de 
disociarse en constituyentes de nivel inferior. 
El sentido de una unidad lingüística se define como su capacidad de integrar 
una unidad de nivel superior. (Benveniste, 2001: 125). 
 
 
fónica se articula a su vez en unidades distintivas y sucesivas, los fonemas, en número 
determinado en cada lengua, cuya naturaleza y relaciones mutuas difieren también de una lengua 
a otra. Esto implica: 1°) que reservamos el término de lengua para designar un instrumento de 
comunicación doblemente articulado y de manifestación vocal, y 2.°) que, aparte de esta base 
común, como lo indican las expresiones «de modo diferente» y «difieren» en la formulación 
precedente, no hay nada propiamente lingüístico que no pueda diferir de una lengua a otra. En 
este sentido es en el que se debe entender la afirmación de que los hechos de lengua son 
«arbitrarios» o «convencionales»” (Martinet, 1984: 28-29). 
La unidad lingüística es, así, un articulus (recordemos a propósito que en latín significa ‘miembro, 
subdivisión en partes, juntura’). El antecedente de estas formulaciones puede hallarse, una vez más, en el 
CLG: “Se podrá llamar a la lengua el domino de las articulaciones”, “cada término lingüístico es un 
miembro, un articulus donde se fija una idea en un sonido” (2005:213). 
17 Propiedad que constituye el fundamento del lenguaje humano y permite distinguirlo del de los 
animales, no reducible a elementos identificables y distintivos, cf. Benveniste: ([1965] 2001) 
“Comunicación animal y lenguaje humano”. 
De este modo, la estructura lingüística se constituye por operaciones de análisis 
descendientes y ascendentes que son posibles merced a la naturaleza articulada del 
lenguaje. 
Pero antes de avanzar en este sentido, conviene hacer algunas observaciones acerca de 
los criterios a través de los cuales es posible distinguir una unidad en este marco. 
Vimos más arriba que lo propio de una unidad es lo que la distingue de otras. Añadamos 
ahora que el carácter discontinuo de la lengua permite también que la descripción 
lingüística se sostenga sobre el concepto de oposición. Ser distinto es, para estos 
investigadores, ser opuesto.18 
Todo el mecanismo del lenguaje está construido sobre este principio. Las unidades están 
en oposición o bien son idénticas, tertium non datur. Pero el análisis de los elementos 
como opuestos o como idénticos debe basarse en una determinada propiedad. Así, cada 
unidad es caracterizada por un elemento pertinente o marca, un rasgo, que falta en los 
otros términos con los que esa unidad establece una oposición19. 
Sobre la productividad de este procedimiento, anota Milner (2003:136): “Todo rasgo 
puede ser concebido como el valor positivo o negativo de una propiedad: con esto, toda 
oposición, por compleja que sea, se resume en un haz de las más simples asimetrías”. 
La explicitación de la red de relaciones que se fundamenta mínimamente en la 
oposición conduce al análisis de los rasgos distintivos (o merismas, en términos de 
Benveniste, 2001: 120) que constituyen las unidades discretas últimas de la lengua, los 
elementos más elementales. 
Así, al menos para dos de las principales escuelas europeas del Estructuralismo, la de 
Praga20 y la de Copenhague, los rasgos distintivos son los constituyentes últimos del 
análisis lingüístico. 
 
18 Nuevamente, pueden remontarse al CLG las referencias en este sentido: “ Cuando se comparan los 
signos entre sí —términos positivos—, ya no se puede hablar de diferencia; la expresión sería impropia, 
puesto que no se aplica bien más que a la comparación de dos imágenes acústicas, por ejemplo padre y 
madre, o a la de dos ideas, por ejemplo la idea 'padre' y la idea 'madre'; dos signos que comportan cada 
uno un significado y un significante no son diferentes, sólo son distintos. Entre ellos no hay más que 
oposición. Todo el mecanismo del lenguaje, de que hablaremos luego, se basa en oposiciones de este 
género y en las diferencias fónicas y conceptuales que implican” (CLG, 2005: 224). 
19 Así por ejemplo, la unidad lingüística /d/ del español tiene el rasgo “sonoro” que la distingue de /t/ (que 
es “sordo”), el rasgo “bucal” que la distingue de la consonante “nasal”/n/, el rasgo “dental” que la 
distingue de /b/ (que es “labial”) y de /g/ (que es “gutural”). 
20 El Círculo lingüístico de Praga, fundado en 1926, reúne a un grupo de lingüistas entre los que se 
destacan R. Jakobson y N.S. Trubetzkoy, cuyos desarrollos sobre fonología resultan fundamentales para 
otorgarle a esta disciplina un lugar de relevancia dentro de los estudios lingüísticos. 
Existen, no obstante, algunas discrepancias, dentro de las diferentes corrientes, en torno 
de la naturaleza de los rasgos distintivos21. 
En el marco de la Fonología de la escuela de Praga se reduce los rasgos distintivos a 
rasgos binarios, esto es, a la oposición en pares. La formulación central es que los 
rasgos pueden ser sistematizados en parejas, lo cual implica que una unidad, si es 
analizada desde ese par con fines distintivos, debe poseer uno de los términos de la 
oposición. 
El principio del sistema binario fue defendido por Jakobson, quien llevó a su máxima 
radicalización el binarismo fonológico al establecer doce pares de oposiciones binarias 
que permitirían, a su juicio, describir los sistemas fonológicos de todas las lenguas 
naturales. En Observaciones sobre la clasificación de las consonantes, de 1938, 
describe el sistema de correlaciones de las consonantes a través de series de oposiciones 
binarias que enfrentan “términos marcados” a “no marcados”, a partir de un rasgo 
pertinente. Así, por ejemplo, tomando en cuenta el rasgo pertinente de la “sonoridad”, 
opone los términos que se caracterizan por la presencia de esa marca pertinente en el 
sistema (las consonantes sonoras) a los que carecen de esa marca (las consonantes 
sordas) y así las dos series se definen una en relación a la otra (Dubois, 1968: 9). 
Los valores binarios adscriptos a los rasgos resultan, de este modo, muy productivos 
para algunas de las vertientes del Estructuralismo, que hacen de la oposición de 
entidades marcadas y no marcadas uno de los aspectos esenciales de su análisis22. 
Si bien hay diferencias entre las distintas escuelas en cuanto al número o la relación 
entre ellos, la metodología estructural se fundamenta en la noción de nivel. Se asume 
que la estructura lingüística está conformada por una serie de órdenes jerarquizados, en 
los que cada unidad se determina por sus combinaciones en el orden superior.“Una 
unidad lingüística no será admitida como tal más que si puede identificársela en una 
unidad más elevada” (Benveniste, 2001: 122). 
Vimos más arriba que los rasgos distintivos son unidades mínimas que pueden concurrir 
en una unidad de complejidad mayor. Esta unidad es el fonema, un concepto de carácter 
 
21 La discusión enfrenta particularmente los puntos de vista de Jakobson y Martinet. 
22 Trubetzkoy se refiere al concepto marcado / no marcado en el marco de su análisis de las oposiciones 
privativas, que “son aquellas en las que uno de los miembros se caracteriza por la presencia de una marca 
y el otro por la ausencia de esa misma marca [...]. El miembro de la oposición que se caracteriza por la 
presencia de la marca se llama miembro “marcado”, y el que se caracteriza por la ausencia de la marca, 
miembro “no marcado”» (1973: 66). 
derivado desde el punto de vista de la estructura lingüística, que remite a los elementos 
de articulación despojados de significación. El ensamble selectivo y distintivo de 
fonemas produce elementos significantes, los signos23, que aparecen así como las más 
pequeñas de las unidades que comportan significado propio y cuya combinación da 
lugar a la frase, última unidad de análisis del nivel superior. 
La noción de nivel resulta, entonces, esencial para el procedimiento de análisis 
estructuralista que, como estuvimos señalando, apunta a delimitar elementos a partir de 
relaciones. Benveniste advierte que el nivel constituye, en rigor, un operador, pues no 
resulta algo exterior al análisis sino que está en el análisis. (2001: 121). 
Pueden reconocerse, así, dos tipos de relación entre entidades lingüísticas: entre 
elementos de niveles distintos (relaciones integrativas) y entre elementos de un mismo 
nivel (relaciones distribucionales). 
En lo atinente a las relaciones integrativas, escribe Benveniste: 
Un signo es materialmente función de sus elementos constitutivos, pero el 
solo medio de definir estos elementos como constitutivos es identificarlos en 
el interior de la unidad determinada, donde desempeñan una función 
integrativa. Una unidad será reconocida como distintiva a un nivel dado si 
puede identificársela como “parte integrante” de la unidad de nivel superior, 
de la que se torna integrante. (2001: 124). 
 
Merced a estas articulaciones, las unidades no se sustituyen sino que se integran en una 
unidad más compleja. 
Las relaciones distribucionales, por otro lado, establecen que una unidad se define por el 
conjunto de los alrededores en que aparece en un mismo nivel, ya sea en su relación con 
los demás elementos simultáneamente presentes en la frase, ya sea en su relación con 
los demás elementos con los que puede ser mutuamente sustituible. 
Recordemos a propósito que, en el marco del Estructuralismo, la combinación y 
selección representan las dos operaciones básicas de la actividad verbal: en toda 
conducta lingüística es posible advertir este carácter doble pues supone la selección de 
determinadas entidades lingüísticas en un “repertorio de posibilidades” y su 
combinación en unidades de complejidad mayor, que remiten a los planos del 
paradigma y del sintagma, respectivamente. 
 
23 Tomamos la distinción de Benveniste, quien con el término “signo”, remite a categorías como 
morfema, lexema y palabra. Cf. Benveniste, 2001: 122. 
Todo signo lingüístico se dispone según dos modos: 1) La combinación. 
Todo signo está formado de otros signos constitutivos y/o aparece 
únicamente en combinación con otros signos. Esto significa que toda unidad 
lingüística sirve a la vez como contexto para las unidades más simples y/o 
encuentra su propio contexto en una unidad lingüística más compleja. De 
aquí que todo agrupamiento efectivo de unidades lingüísticas las conglobe 
en una unidad superior. Combinación y contextura son dos caras de la misma 
operación 2) La selección. La opción ente dos posibilidades implica que se 
pueden sustituir una de ellas por la otra, equivalente a la primera bajo un 
aspecto y diferente de ella bajo otro. De hecho, selección y sustitución son 
dos caras de la misma operación. (Jakobson y Halle, 1974: 109). 
 
Aun con sus divergencias, las diferentes escuelas estructuralistas toman el par 
sintagma/paradigma como conceptos metodológicos. El concepto de sintagma permite 
dar cuenta del hecho de que no hay frase, en una lengua, que no se presente como la 
combinación o reunión de varias unidades (sucesivas o simultáneas) que puedan 
aparecer también en otras frases. El paradigma, por otro lado, constituye la reserva de 
elementos virtuales (ya que sólo uno de ellos se actualiza en el discurso) que son 
capaces de reemplazarse mutuamente en un sintagma, cualquiera sea el principio que 
lleve a reunirlos. Para Jakobson, por ejemplo, los ejes sintagmático y paradigmático 
corresponden a dos operaciones de la actividad conceptualizadora (1975: 138). La 
dicotomía reviste, en consecuencia, una significación y alcance primordiales para 
comprender el comportamiento humano en general. 
De este modo, se asume que los elementos entran en dos tipos de relaciones cuya 
definición se deduce de la naturaleza misma de toda estructura, en tanto tal, sea o no una 
estructura lingüística24. 
 
Como los conceptos de estructura, nivel, rasgo distintivo, marcado/no marcado, también 
la distinción sintagma/paradigma se extiende más allá del análisis lingüístico, se vuelve 
productiva y orienta las investigaciones en otras ramas del saber. 
De qué modo este análisis trascendió la lingüística, en qué medida adquirió perfiles 
propios en el discurso de cada disciplina y cuáles son esos rasgos específicos en otras 
ciencias y en el Psicoanálisis en particular constituirán, seguramente, el tema de un 
próximo cuaderno. 
 
24 El par sintagma/paradigma ha sido particularmente fecundo en el ámbito de la Semiología pues ha 
permitido el análisis de objetos no estrictamente lingüísticos como las modas, las comidas, entre otros. Cf. 
Barthes, 1990: 53 y ss. 
5. Un cierre parcial 
Como se desprende de lo desarrollado, el punto de vista que orienta el discurso 
estructuralista está sustentado en una ontología de la identidad fundada en la diferencia 
y la oposición y en un minimalismo epistemológico que determina métodos y 
procedimientos. 
El recorrido trazado hasta aquí recupera sólo algunas de las proposiciones que se 
formulan desde esta perspectiva porque el propósito central de estas líneas no es 
reconstruir la sistematicidad lógica de un paradigma científico sino intentar describir, 
bajo el supuesto de la correlación entre modo de decir y modo de conceptualizar, la 
configuración discursiva que dio origen a algunos de sus principales conceptos. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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