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Capítulo I EL CONTEXTO INTELECTUAL La vida de Max Weber Max Weber nació en Erfurt, Alemania, en una distinguida familia cosmopolita de empresarios, académicos, políticos, y mujeres de particular fortaleza. La mayor parte de su infancia y juventud la pasó en Berlín, donde concurrió a una excelente escuela que requería de un agotador régimen de estudio. Tempranamente reconocido como un estudiante excepcional, desarrolló una precoz pasión por el aprendizaje y una particular inclinación por la filosofía, la literatura y por la historia antigua y medieval. Sus cartas de adolescente discurren sobre, entre otros, Goethe, Kant, Hegel, Spinoza y Schopenhauer. También muestran su preocupación, como hijo mayor, por su madre, sobrecargada de tareas domésticas y con fuertes inclinaciones religiosas. Aunque estaba fuertemente influenciado por la obsesión paterna por el trabajo -su padre era una figura central en el gobierno municipal de Berlín y en el gobierno estatal de Prusia-, Weber deploraba su estilo patriarcal y el tratamiento poco cuidadoso hacia su mujer. Weber estudió historia económica, leyes y filosofía en las universidades de Heidelberg, Berlín y Göttingen. Sus cartas dan muestra de una aguda conciencia de las diferentes calidades de las clases y seminarios que cursaba, así como de su imposibilidad de recortar sus hábitos más bien irresponsables en cuanto a gastos de dinero. En Berlín se convirtió en el protegido de Goldschmidt, experto en historia del derecho y de Mommsen, historiador del Imperio Romano. En 1893 fue convocado para una cátedra de derecho comercial en la Universidad Humboldt de Berlín, siendo inusitadamente joven, y en 1894 aceptó una cátedra de economía y finanzas en Friburgo. A la edad de 33, recién casado con una prima distante, Marianne Schnitger, Weber echó de su casa a su padre, después de que éste maltratara a su madre. La muerte del padre, ocurrida poco después, sirvió como catalizador de una enfermedad mental que le imposibilitó trabajar por un lapso de más de cinco años. Durante gran parte de este tiempo Weber analizó pasivamente el destino de las personas que habitaban el nuevo mundo secularizado, urbano y capitalista. Un viaje a los Estados Unidos en 1904 lo ayudó en su recuperación. Viajando a través de varios estados del este, del sur y del medio-oeste, pudo apreciar el dinamismo de Norteamérica, su energía y su singularidad, a la vez que la confianza en sí mismos y el recelo a las autoridades, muy extendidos entre sus habitantes. Completó su obra más famosa, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (EP), poco después de retornar a Alemania. Aunque 1 sería incapaz de volver a dar clases hasta 1918, Weber comenzó nuevamente a publicar sobre una amplia gama de temáticas. Su interés en el “protestantismo ascético” de las iglesias cuákera, metodista, presbiteriana, calvinista, baptista y congregacionalista de Norteamérica, provenía en parte de la religiosidad de su madre, Helene, y de la hermana de ésta, Ida Baumgarten. Como activistas sociales cristianas, y admiradoras del unitarismo norteamericano de mediados de siglo, las piadosas hermanas transmitieron al joven Weber una elevada sensibilidad por las cuestiones morales, un criterio sobre las formas de llevar una vida digna y con sentido, basada en standards éticos, y un respeto por el valor y la singularidad de cada persona. Marianne reafirmó esos valores, aún cuando se opusieran a las enseñanzas del padre de Max: la necesidad de evitar todo “idealismo ingenuo”, de enfrentar los diversos caminos que plantea la vida en forma pragmática, incluso sin consideraciones morales, y de evitar el sacrificio personal. Oponiéndose a estas enseñanzas paternas, Weber libró a lo largo de su vida apasionadas batallas defendiendo posiciones éticas, y se enfrentó implacablemente con aquellos que carecían de un sentido estricto de la justicia y de la responsabilidad social. Como relata un estudiante suyo, Paul Honigsheim, Weber parecía poseído cuando se discutían cosas que amenazaran la autonomía del individuo (cfr. Honigsheim, 1968, pp. 6, 43) –hayan sido madres que buscaban la custodia de sus hijos, estudiantes mujeres en las universidades alemanas, o bohemios y rebeldes políticos que vivían en los márgenes de la sociedad. No resulta llamativo, entonces, que sus preocupaciones por el destino de la nación alemana y por el futuro de la civilización occidental, lo condujeran continuamente a la arena de la política. Opuesto enfáticamente a la definición de ésta como Realpolitik, como “realismo moderado” o como negociación, instó vehementemente a que los políticos actúen con referencia a un código moral inexorable: una “ética de la responsabilidad” (Verantwortungsethik) 1 . El largo camino hacia una sociología empírica del sentido subjetivo Mucho antes que Weber formulara su concepción sociológica, muchos pensadores occidentales de los siglos XVII y XVIII habían intentado descubrir, a través de la investigación sistemática de los mundos natural y social, pruebas de la existencia de un Ser todopoderoso y 1 Son varios los estudios que se abocan a la vida de Weber. Cfr. Gerth and Mills (1946, pp. 3- 44), Loewenstein (1966, pp. 91-104), Honigsheim (1968), Coser (1971, pp. 234-243), Marianne Weber (1975), Kaesler (1988, pp. 1-23) y Roth (1997). 2 sobrenatural. Si las patas de aún el más pequeño de los insectos se mueven en forma coordinada, decían, este extraordinario logro alcanza en sí para indicar la inteligencia de un Ser superior que lo creó (Weber, 1992b: p. 90 y ss. [1998: p. 206]). Se creía que la “mano de Dios” debía estar presente, al igual que en las “leyes naturales” del mundo social. Una vez probada, la existencia de Dios implicaba la necesidad de que “Sus hijos” sigan Sus Mandamientos. Por lo tanto, la investigación de los mundos natural y social acudía a sostener la promesa del renacimiento de un cristianismo dispuesto a imponerse. El “orden divino” haría su aparición en la tierra y el triunfo de la compasión cristiana y del amor universal barrería entonces con el peligro de la “guerra de todos contra todos” hobbesiana. Aunque el siglo XIX acabó con estas esperanzadas y optimistas investigaciones, los pensadores sociales en Occidente sólo a desgano dejaron de lado una idea prominente de todas las religiones de salvación: que toda la historia y las actividades humanas poseen un sentido último y una dirección. Incluso cuando decaían las explicaciones abiertamente teológicas sobre el propósito de la vida y de la historia, persistía la noción de que la vida humana tenía un componente más importante que la simple actividad mundana. Sean los utilitaristas en Inglaterra al comienzo del siglo o los darwinistas sociales spencerianos al final, sean los hegelianos o los marxistas en Alemania, sean los seguidores de Saint-Simon o de Comte en Francia: todas estas escuelas, aunque diferentes en todo lo demás, articulaban la idea de que la historia se movía según leyes y en una dirección evolutiva. Tenía, por lo tanto, un sentido propio. En sus amplios estudios históricos, el distinguido historiador de mediados de siglo Ranke había descubierto el accionar de los valores del humanismo cristiano a través de las épocas, y el filósofo idealista Hegel había planteado la historia de Occidente como una realización progresiva de la idea de libertad. Aún los intelectuales alemanes completamente secularizados de finales de siglo –el filósofo Heinrich Rickert, por ejemplo- sostenían que la historia ofrecía evidencias de la firme jerarquía de los valores verdaderos, capaces, de hecho, de guiar nuestras vidas hasta la actualidad. El historiador económico Gustav Schmoller, a su vez, buscaba descubrir, a través de la investigación histórica, la justificación moral subyacente al desarrollo del capitalismomoderno. La historia siguió teniendo una teleología y un “sentido objetivo” para todos estos pensadores. El actuar de acuerdo a un sistema unificado de valores aseguraría el progreso, así como, en última instancia, el orden justo de la sociedad. A lo largo del siglo XIX, y pese a haber puesto Marx “patas para arriba” al pensamiento etéreo hegeliano, prevaleció un desgano resistente a abandonar la noción de una fuerza conductora trascendental, aún cuando ya haya tomado una forma sublimada e impersonal, más que comprendida como la Voluntad directa de un Dios monoteísta. Aún el “socialismo científico” de Marx formuló “leyes dialécticas de la 3 historia”; el presente, sostenía, debe ser comprendido como una entre varias etapas históricas, todas ellas conduciendo a través de un camino predestinado hacia sociedades más avanzadas. La mirada optimista del cristianismo protestante sobre la capacidad del hombre para dominar su naturaleza humana pecaminosa y para mejorar la existencia en la tierra, constituyó el antecedente cultural que facilitó el florecimiento de las ideas seculares de Progreso, Razón y Libertad, así como de todos los ideales de justicia natural y de todas las escalas de valores. Los trabajos de Max Weber son directamente antagónicos a esas ideas de los siglos XVII, XVIII y XIX. Con su sociología, se cristalizó un nuevo posicionamiento para la especie humana, firmemente opuesto a la noción de que la historia tenga un sentido independiente: ahora las personas existían como los inequívocos realizadores de sus destinos, centro y causa de sus actividades. En el comienzo del siglo XX, Weber insistió en que el sentido podía surgir solamente de las luchas de esas personas por dar forma a “vidas plenas de sentido”, y de las elecciones que tomaran al respecto: “... toda acción singular importante, y la vida de conjunto, si es que no se lo toma como un hecho natural sino que es conducida conscientemente, significa una cadena de decisiones definitivas, a través de las cuales el alma [...] elige su propio destino ...” (Weber, 1973c: 507 y ss, énfasis original [1997c: p. 238]; cfr. también 1992b: 100, 103 y ss. [1998: p. 217 y ss.]). Diferentes corrientes de pensamiento que ponían al individuo en primer lugar llegaban aquí a una síntesis: el individuo de la Ilustración, dotado de razón y racionalidad; el individuo creativo e introspectivo de los románticos alemanes (Goethe y Schiller fundamentalmente) y el individuo orientado a la actividad del protestantismo ascético 2 . El mismo antagonismo a la noción de que el flujo de la historia contenía un sentido trascendental da cuenta también de la oposición por principio de Weber a fundar al conocimiento y a la actividad más allá de lo empírico. Con la importante excepción de Nietzsche, vio más agudamente que sus contemporáneos que una vez realizado el determinante vuelco del teocentrismo y cuasi-teocentrismo al antropocentrismo, un conjunto sistemático de ideas religiosas, el “curso de la historia” o la Idea de progreso no podían ya ofrecer el fundamento último de las ciencias sociales. Las investigaciones sobre las personas, en tanto que individuos que buscan otorgar sentido a sus acciones, debía entonces anclarse firmemente en la realidad: “El tipo de ciencia social que queremos impulsar es una ciencia de la realidad (Wirklichkeitswissenschaft)” (Weber, 1973a, p. 170, énfasis original [1997a, p. 61]). 2 El hecho de que a estas importantes corrientes de pensamiento sea, por otro lado, tan difícil darle una unidad, sentó las bases para las tensiones que cruzan toda la sociología weberiana, como se mostrará más adelante. 4 Si bien el carácter secular e industrial de la Alemania del cambio de siglo influenció directamente la formación de este principio central de la sociología de Weber, como él mismo reconocía, no debe concluirse que sus trabajos sean aptos sólo para investigar aquellas pocas épocas y civilizaciones en las que el individualismo se impuso y se desvanecieron las constelaciones unificadas de valores. Por el contrario, su investigación se caracteriza por su alcance radicalmente comparativo e histórico. Sabía bien que el sentido subjetivo podía ser creado de una vasta variedad de formas; de hecho su investigación reveló que por milenios el faro primordial y la guía conductora de las personas se habían originado en diversas orientaciones hacia el reino sobrenatural (cfr. Weber, 1992b: p. 101 [1998: p. 207]). Aún cuando el sentido subjetivo está en el centro de la sociología de Weber, y por lo tanto el individualismo dominante en las “ideas de valor” (Wertideen)de su propia época se manifiesta en sus axiomas fundamentales, la metodología de Weber deja enfáticamente abierto –para ser estudiado empíricamente- el grado en el que la formación de sentido subjetivo está influenciado por el mundo terrenal o por el reino sobrenatural. Este desplazamiento monumental hacia una sociología radicalmente empírica, fundada en el sentido subjetivo, debe entenderse como fundacional del conjunto de la sociología de Weber. El reconocimiento de este vuelco permite hacer más fácilmente comprensible sus características centrales. El rechazo a la búsqueda de valores verdaderos, de leyes generales y de hechos objetivos El rechazo de Weber a los valores anclados en religiones y en ideas cuasi-supranaturales como base de su sociología, y su focalización en la realidad empírica y en el sentido subjetivo, lo llevaron a oponerse inequívocamente a los muchos intentos de fines del siglo XIX por definir el objetivo de la ciencia como la creación de nuevas constelaciones de valores acordes a la sociedad industrial. Sus distinguidos colegas Rickert, Dilthey, Schmoller, Roscher y Knies, coincidían en que las investigaciones de la vida social deben ser llevadas a cabo para corroborar ideales y normas – incluso, de hecho, en nombre de la ciencia. Temían que las sociedades seculares, capitalistas e industriales, carecieran de valores, y ese horrible vacío debía ser llenado con valores descubiertos por la ciencia. Si no, su pesadilla se haría pronto realidad: las personas se convertirían en meros “átomos” sin rumbo, carentes de reflexión, de compromiso profundo hacia otros y también del sentido de una comunidad verdadera (Gemeinschaft). Con el ocaso de la religión, debía encontrarse urgentemente una nueva fuente de valores. La ciencia ofrecía nuevas esperanzas. 5 La idea de que la ciencia debía ser vista como la fuente legítima de valores personales resultaba, en cambio, inaceptable para Weber. Veía en esas propuestas una intrusión clandestina de legados cuasi-religiosos, pero ahora en un dominio que, apropiadamente definido, implicaba exclusivamente investigaciones empíricas. Más aún, negaba la posibilidad de que la ciencia pudiera servir como fuente de valores basándose en que no podía existir una “ciencia objetiva”. La propia esperanza en una ciencia de esas características le resultaba un engaño, que en última instancia hundía sus raíces en un mundo ya superado de valores unificados. Ahora está claro, sostenía Weber, que cada época –probablemente incluso cada generación o cada década- produce sus propios “valores-ideas culturalmente significativos”. Invariablemente, insistía, nuestras observaciones de la realidad empírica se realizan con referencia a ellos. La base empírica sobre la que se basa la ciencia “cambia” continuamente (cfr. Weber, 1973a, pp. 170- 178 [1997a: p: 61-68]). Esta inevitable “referencia a valores” (Wertbeziehung) de nuestras observaciones, hace que ciertos eventos y acontecimientos sean visibles para nosotros, a la vez que ocluye otros. Sólo algunas “realidades” cobran relieve ante los valores culturalmente significativos de una etapa específica: los de la actualidad, por ejemplo, se corporizan entérminos como igualdad para todos, libertad, derechos individuales, igualdad de oportunidades, globalización, etc., y dicotomías tales como capitalismo / socialismo y Primer Mundo / Tercer Mundo. La perspectiva específica de cada era permite ver a quienes viven en ella sólo una porción selectiva del pasado y del presente. Consecuentemente, nuestra búsqueda actual de conocimiento no puede tomar la misma forma que en los siglos XVII o XVIII –como si fuera la búsqueda de absolutos ocultos-, ya que ya no existe el prerrequisito en última instancia para una búsqueda de estas características: la creencia extendida en un conjunto de valores unificados. Por la misma razón, nuestro conocimiento no puede más anclarse en las ideas cuasi-supranaturales del siglo XIX. Más aún, dado que nuestro conocimiento es invariablemente desde una perspectiva, no podemos aspirar a encontrar “leyes generales” en la historia ni a escribir la historia como Ranke proponía: “como de hecho ocurrió”. Por lo tanto, en el famoso “debate por el método” (Methodenstreit), Weber se opuso tanto a la posición “nomotética” sostenida por Menger –la tarea de las ciencias sociales es la formulación de leyes generales- como a la posición “ideográfica” sostenida por la “escuela histórica de economía” de Schmoller: el objetivo debe ser ofrecer descripciones exhaustivas de casos específicos 3 . 3 El rechazo a estas posiciones condujo a Weber a adoptar el tipo ideal como herramienta fundamental de investigación. Esta construcción desarticuló los argumentos de la Methodenstreit y respondió a varios de los conflictos irreconciliables que allí se planteaban. Por ejemplo, pese a ser “general” y “sintético”, el tipo ideal constituye sólo una herramienta heurística y no una ley histórica. 6 Weber reprobaba vehemente y reiteradamente por ilusorio cualquier intento de crear valores a través de la ciencia. En la nueva época post-religiosa y post cuasi-religiosa, esos engaños debían ser dejados de lado: El destino de una época de la cultura que ha comido del árbol del conocimiento es tener que saber que no podemos leer el sentido de lo que ocurre en el mundo del resultado de una investigación por más acabada que ésta sea, sino que debemos ser capaces de crearlo, que las “cosmovisiones” (Weltanschauungen) no pueden ser nunca productos del avance en el conocimiento empírico, y que también los más altos ideales, que con la mayor intensidad nos movilizan, en todo momento sólo se hacen eficaces en lucha contra otros ideales, que son para otros tan sagrados como para nosotros los nuestros (Weber, 1973a: p. 154, énfasis original [1997a: p. 46]; cfr. también 1973c: 507 y ss. [1997c: p. 238]). No conozco ningún ideal que pueda ser demostrado científicamente. Sin duda, es más difícil aún la tarea de tener que encontrarlo en uno mismo en una época en la que la cultura es tan subjetiva. Nosotros no tenemos ningún tipo de paraíso ni de lecho de rosas que prometer, ni en este mundo ni en el más allá, ni en el pensamiento ni en la acción. Y es el estigma de nuestra dignidad como seres humanos que la paz de nuestras almas no pueda ser tan grande como la de aquellos que sueñan con un paraíso tal (Weber 1988b: p. 420 [No conocemos traducción al español de este texto (N.deT.)]). La multicausalidad de Weber Para Weber resultaba inaceptable la búsqueda de una única “mano conductora”, sea la de un Dios monoteísta, la de las “leyes del mercado” de Adam Smith, o la de la lucha de clases de Karl Marx como motor de la historia. Veía en esas fuerzas que todo lo dominan, residuos de visiones del mundo ya anticuadas, caracterizadas por ideas religiosas y cuasi-religiosas. De hecho, el inflexible rechazo de Weber a definir las “leyes generales de la vida social” (Menger), 7 los “estadios de desarrollo histórico” (Bücher, Marx) o la Evolución 4 como punto principal de partida para explicaciones causales 5 , le abrieron el camino para su focalización en la realidad empírica y en el sentido subjetivo. Y lo que no es menos importante, también le proveyeron las condiciones subyacentes que le permitieron adoptar modos radicalmente multicausales de explicación. Al haber abandonado toda referencia a alguna forma de impulso “necesario” de la historia, pasaron a primer plano en la sociología de Weber las innumerables acciones y creencias de las personas, como fuerzas causales que determinan el contorno del pasado y del presente. Su investigación empírica lo convenció de que el cambio histórico requería por un lado grandes figuras carismáticas, y, por otro, estratos y organizaciones “portadores”. Más aún, estos portadores eran, por ejemplo, en algunos períodos organizaciones políticas y de dominación, en otros estamentos u organizaciones económicas, y en otros organizaciones religiosas. Sus investigaciones, abarcando un amplio espectro de temas, épocas y civilizaciones, le permitieron extraer una contundente conclusión. Más que un punto de apoyo causal, lo que encontró en ellas fueron sólo movimientos permanentes de agrupamientos de distinto tipo: políticos, económicos, religiosos, legales, de estratos sociales y familiares (cfr. por ejemplo, Weber, 1976: p. 201 [1987: p. 275]). Sin portadores poderosos, ni el “espíritu” de Hegel ni el humanismo cristiano de Ranke podían ser capaces de mover la historia. Tampoco podían hacerlo las ideas, ni las cosmovisiones, ni el problema del sufrimiento injusto. Del eurocentrismo a una sociología comparativa del sentido subjetivo Aunque debilitado por la secularización, el capitalismo y la urbanización, la escala de valores prevaleciente en Occidente era aún sustentable en el siglo XIX y constituía un rasero con el cual los científicos sociales europeos evaluaban las sociedades del mundo, su “evolución” y “racionalidad” relativas. ¿Han experimentado el mismo grado de “avance” que el Occidente moderno? El rechazo de Weber a las constelaciones de valores cuasi-religiosos del siglo XIX implicaba tanto su escepticismo en relación a la expandida creencia en el “progreso” 4 La frecuente traducción del término weberiano Entwicklung (desarrollo) como “evolución” ha causado mucha confusión. 5 Aunque no lo discuta en ningún lado, Weber seguramente veía del mismo modo la centralidad dada por Durkheim al “hecho social” en su sociología: la manifestación de un modo de pensar aún penetrado por los legados secularizados de las religiones occidentales. 8 como su conciencia de la contingencia de ellos. También sentó las bases para el carácter radicalmente comparativo de su sociología y para su ruptura con las ideas eurocéntricas. El desplazamiento hacia una sociología del sentido subjetivo completamente antropocéntrica tuvo el efecto de deslegitimizar todas las configuraciones de valor centradas en Occidente. Con la desaparición de la justificación subyacente a una ciencia social orientada exclusivamente a las “ideas occidentales”, se desvanecieron también los parámetros sobre qué otras culturas podían ser observadas y evaluadas. Mientras que sus colegas miraban esos desarrollos con grandes dudas y percibían correctamente que la metodología de Weber amenazaba en su punto nodal la “superioridad de Occidente”, así como la misma esencia de sus existencias, Weber vio una enorme ventaja para la investigación: los científicos sociales estaban ahora liberados para investigar al “otro” en sus propios términos. Desde su perspectiva, la liberación de esa rígida orientación significaba que ahora podían realizarse exploraciones empíricas irrestrictas de los sentidos subjetivos, en Oriente y en Occidente, en las civilizaciones antiguas y en las modernas. Sin embargo, Weber apoyaba este giro radical de concepciones no sólo debido a las ventajas queveía en cuanto a la metodología de las ciencias sociales. El interés que lo inducía a otorgarle una legitimidad incondicional a la investigación descentrada, intercivilizacional, era aún mayor. Se necesitaban urgentemente estudios comparativos “irrestrictos” para plantear eficazmente cuestiones que involucraban a su propia civilización: ¿en qué sentidos precisos puede decirse que la modernidad occidental es única?, ¿cuáles son los parámetros de un cambio social posible en Occidente? y ¿cómo se dan las orientaciones de acción por valores y la formación del sentido subjetivo como tal? Mientras que estas mismas preguntas perturbaban profundamente también a sus colegas, sólo Weber comprendió los potenciales logros de una sociología que, a través de rigurosos estudios histórico-comparativos, fuera capaz de aislar los límites de cada caso y cada desarrollo, definiendo las fuerzas causales significativas, y extrayendo conclusiones sobre las circunstancias bajo las que ocurre el cambio social, la acción se orienta por valores y se forma el sentido subjetivo. Una sociología con estas características echaría agudamente luz sobre los singulares dilemas y crisis de la modernidad occidental. Así las personas estarían en mejores condiciones de tomar decisiones independientes y con conocimientos para hacerlo, así como posiblemente de adoptar incluso claras posiciones éticas (cfr. Weber, 1992b: p. 103 y ss. [1998: p. 223 y ss.]; Kalberg, de próximo aparición). No puede 9 entenderse lo enorme y minucioso de sus estudios comparativos sin tener en cuenta esta preocupación acuciante que lo motivaba 6 . Conflicto y acción ética La modalidad de investigación de Weber se alejaba de un punto de vista único también en otro sentido. Al romper inequívocamente con todas las escuelas de pensamiento que enfatizaban sistemas unificados de valores, jerarquías trascendentes ancladas en valores y un futuro común y pacífico para la humanidad –a través del Progreso y la Evolución-, su sociología desterraba toda una serie de presuposiciones que tendían a poner obstáculos a los análisis empíricos de la realidad. Lo importante es que gracias a esto, su investigación estaba en mejores condiciones de evaluar en qué contexto podían aparecer conflictos sociales, así como sus límites y causas. Para él, la “lucha por la existencia” no tenía lugar en el magnífico escenario de la “evolución humana” y en respuesta a la ley de la “supervivencia del más apto”, como creían los darwinistas sociales, sino que exclusivamente como resultado de las difíciles decisiones que acompañan las actividades cotidianas. La historia se desarrolla a partir de estas decisiones, aunque no de modo unilineal o en forma directa. Weber insistía en que las paradojas, las ironías y las consecuencias no previstas se manifestaban constantemente 7 , así como el incesante conflicto, en muchos casos sin mayor sentido. Los diversos órdenes (económico, político, legal y de dominación), señala Weber, más que fundirse en una síntesis que conduce al Progreso o 6 Es también inconcebible que sin haber realizado este quiebre con la ciencia social eurocéntrica, así como con todas las escuelas cuasi-religiosas y organicistas, la sociología de Weber pudiera adoptar uno de sus aspectos más fuertes: su permanente “perspectivismo”, o su capacidad de “rotar” factores. Este procedimiento comienza centrándose en un tipo ideal particular (por ej. ascetismo), desde la perspectiva de un tipo ideal radicalmente diferente (por ej. misticismo), y examina luego sistemáticamente las diferencias entre ambos en relación a la influencia de cada uno sobre la acción social. El “punto de vista” (Gesichtspunkt) es determinante; queda aquí descartada la “realidad tal cual es”, así como cualquier tipo de perspectiva absolutista. A Weber le preocupaba especialmente hacer notar que un fenómeno particular (por ej. la huída mística del mundo) es completamente “irracional”, pero sólo desde el punto de vista de un segundo fenómeno (por ej. la orientación ascética “intramundana” hacia la actividad en este mundo). (cfr. Weber 1972If: pp. 539 y ss. [1998d: pp. 529 y ss.]; Jaspers, 1946: pp. 37 y ss.). 7 “Es absolutamente cierto y (...) un hecho básico de toda historia, que el resultado final de una acción política está frecuentemente –más precisamente, regularmente-, en una relación completamente inadecuada, o muchas veces directamente paradójica, con su sentido original” (Weber, 1992a: p. 230 [1998a: p. 157]). 10 que propulsar un proceso de “generalización de valores” como en Parsons, siguen sus propias leyes de desarrollo y entran muy frecuentemente en conflictos irreconciliables entre sí (cfr. Weber, 1992b: pp. 98-109 [1998: pp. 217 y ss.], 1972If: pp. 536-573 [1998d: pp. 527-562], 1973c: pp. 507 y ss. [1997c: pp. 238 y ss.]). Al formular “una ciencia empírica de la realidad concreta” y enfatizar que las personas - más que Dios, las leyes naturales o la Evolución- otorgan sentido a la historia, la sociología de Weber se ve confrontada inevitablemente con varias cuestiones decisivas. ¿Cómo orientar nuestra acción? ¿Cómo actuar responsablemente? ¿En qué se basa la acción ética? La liberación de las miradas del mundo basadas en la religión o en sus legados, condujo naturalmente a una mayor libertad, pero esto llevó implícitamente a preguntarse cómo los individuos, en sociedades industrializadas, burocratizadas y capitalistas, toman sus decisiones. Su rechazo a todas las corrientes que definían a la libertad individual moderna como simple “libertad filistea de acuerdo a propias conveniencias” (Löwith, 1970: p. 122) convertía a estas dudas en más urgentes, así como también lo hacía su oposición a las respuestas de Nietzsche: la insistencia de Weber en que la actividad tiene lugar en un contexto social determinado le cerró la posibilidad de depositar esperanzas en profetas o en grandes “superhombres” (Weber, 1992b: 110 [1998, pp. 231 y ss.]). Más aún, señalaba que el secularismo, el industrialismo y la Ilustración habían ya otorgado derechos al “pueblo” en un grado tal que el llamado de Nietzsche a héroes autoritarios había ido demasiado lejos: cercenaría inevitablemente el espacio público, abierto, ahora tan indispensable para las elecciones con base ética de los individuos. Weber sabía bien que la ciencia social que proponía no ofrecía una guía ética a los individuos. Era agudamente consciente que esa posición decepcionaba en particular a las generaciones más jóvenes de su tiempo (cfr. Weber, 1992b: pp. 89-110 [1998: pp. 207 y ss.]). ¿Tendría sentido, finalmente, el poner en primer plano el sentido subjetivo y la “realidad empírica concreta”? ¿O el individuo moderno, dejado a la deriva sin valores ni tradiciones obligatorios y directrices, forzado ahora a encontrar el sentido por referencia a sus propios “demonios”, se convertiría o bien en un actor oportunista o bien en uno psicológicamente paralizado? Weber rechazaba los llamados a volver a “un heroísmo irracional romántico que se sacrifique en medio del delirio de la auto-descomposición” (Salomon, 1935b: p. 384), y desdeñaba, por utópica, toda esperanza de que un proletariado politizado daría lugar a una sociedad más justa. ¿Se mantendrían las configuraciones de valores vinculantes, capaces de anclar las decisiones éticas? ¿Sobreviviría la persona orientada y unificada por valores? Estas cuestiones cruciales pueden ser mejor tratadas si nos abocamos primero a la sociología de Weber y luego al contexto social en el cual escribió. 11 Capítulo II LA TEORÍA Algunos intérpretes ven a Weber como un “teórico de las ideas”, otros como un “teórico de los intereses”. Mientras que los primeros se centran en la EP y enfatizan el fuerte papel de los valores, la religión y la cultura en su sociología, los últimos tomansu obra analítica, Economía y Sociedad (E&S) como su más importante fuente, para afirmar que Weber presenta una teoría del conflicto no marxista, basada en el poder, en el conflicto y en los intereses individuales. Otros lo interpretan centralmente como un taxonomista talentoso comprometido en la creación de un vasto armamento de “tipos ideales” destinado a dotar a la disciplina sociológica de firmes fundamentos conceptuales. De hecho, cada uno de estas interpretaciones puede derivase legítimamente del rico flujo de sus escritos sociológicos (cfr. Kalberg, 1998: pp. 208-14). Sin embargo, todos esos comentarios se equivocan, tanto por negar la posibilidad de interpretaciones contradictorias sobre su obra como por centrarse demasiado estrechamente sobre aspectos de la misma. Los grandes temas que permiten superar la aparente fragmentación de la sociología de Weber y que permiten darle un cierto grado de unidad, son muy frecuentemente desatendidos: el modo en el que relaciona ideas e intereses; su preocupación por definir la singularidad de la modernidad occidental y de plantear una explicación causal de sus orígenes; su búsqueda por entender cuáles constelaciones de fuerzas sociales dan lugar a nociones extendidas de compasión, de acción ética, y de autonomía individual; su intento de analizar cómo las acciones se orientan por valores y su focalización en el modo en que las personas, en diferentes entornos sociales, otorgan un sentido a sus vidas. La presente discusión sobre la sociología de Weber busca articular estos temas centrales mientras llama la atención sobre el modo en el que los valores, la cultura y la religión adquieren un lugar fuertemente preeminente en su sociología, y el modo, a la vez, en el que la dominación, el poder, los intereses individuales y el conflicto mantienen su centralidad. También se busca subrayar aquí el carácter fuertemente indispensable de los “conceptos claros”, en tanto que piedras angulares fundacionales de sus trabajos. Esta amplia tarea puede llevarse mejor a cabo por medio de un breve examen de sus tres obras más importantes: EP, E&S y La ética económica de las religiones universales (EERU). Antes de eso, resulta indispensable detenerse en los aspectos centrales de la metodología que subyace a su sociología. 12 La metodología de Weber La sociología de Weber parte de una crítica a todas las perspectivas que ven a las sociedades como unidades cuasi-orgánicas, holísticas, y que separan “partes” de éstas como componentes completamente integrados en un “sistema” más grande de estructuras objetivas. Todas las escuelas organicistas de pensamiento entienden a la colectividad dentro de la cual el individuo actúa como una estructura ilimitada, y a la acción e interacción social como meras expresiones particulares de este “todo”. El pensamiento romántico y conservador alemán de principios del siglo XIX, así como Comte y Durkheim en Francia, entran dentro de esta tradición. Las teorías orgánicas generalmente parten de un grado de integración social que, para Weber, debe ser cuestionado. En sus análisis las sociedades no son vistas nunca como entidades claramente formadas y cerradas, con límites definidos. Partiendo de las probabilidades de fragmentación, de tensión, de conflicto abierto y el uso del poder, Weber rechazó la noción de que la sociedades debieran entenderse como una unidad. Más aún, según él, si las teorías orgánicas son utilizadas más que como un medio para facilitar conceptualizaciones preliminares, surge fuertemente el riesgo de “reificación”: las “sociedades” y el “todo orgánico” pueden ser vistas como la unidad fundamental de análisis, más que el individuo (Weber, 1976: pp. 4-7 [1987: pp. 5 y ss.]). Esto puede llevar a que las personas sean incorrectamente entendidas como simples “productos socializados” de fuerzas sociales. Por el contrario, Weber sostiene que las personas son capaces de interpretar sus realidades sociales, otorgándole “sentido subjetivo” a ciertos aspectos de ellas e iniciando acciones independientes: “... somos personas propias de una cultura, dotados de la capacidad y de la voluntad de tomar posición frente al mundo y de conferirle un sentido” (Weber, 1973a: p. 180, énfasis original [1997a: p. 70]). Para Weber existe por lo tanto un espacio para la libertad y la elección. Muchos de los axiomas sobre los que gira su metodología siguen siendo centrales incluso para la sociología actual. Sólo podemos analizar aquí algunos de sus componentes fundamentales: su sociología comprensiva, los cuatro tipos de acción social, el sentido subjetivo, la neutralidad valorativa y los tipos ideales. Para finalizar este apartado se discutirá el propósito de la sociología weberiana. 13 Comprensión y sentido subjetivo En el centro de la sociología de Weber está el intento por parte de los sociólogos de “comprender” (verstehen) los modos en los que las personas ven su propia “acción social”. Esta acción con sentido subjetivo constituye la preocupación del científico social, más que el comportamiento meramente reactivo o imitativo (como ocurre, por ejemplo, cuando personas que están juntas en un espacio público abren sus paraguas simultáneamente al comenzar a llover). La acción social, insiste Weber, implica tanto una orientación con sentido de la propia conducta hacia la de otros, como el aspecto relacionado con la propia interpretación o reflexión por parte del individuo. Las personas son sociales, pero no solamente: están provistas de la habilidad de interpretar activamente situaciones, interacciones y relaciones referenciándolos en valores, creencias, intereses, emociones, poder, autoridad, costumbres, convenciones, hábitos, ideas, etc. La sociología (...) es una ciencia que pretende entender la acción social para así explicarla causalmente en su desarrollo y en sus efectos. Para eso debe entenderse la “acción” como una conducta humana (sea un acto externo o interno al individuo, omitido o consentido), si y en la medida en que el o los actores asocien a ésta un sentido subjetivo. La acción “social”, en cambio, es una acción de este tipo en el que el sentido pensado por el o los actores se refiera a la conducta de otros y su desarrollo esté orientado por ella (Weber, 1976, p. 1; énfasis original [1987: p. 5]) 8 . 8 Siguiendo a Weber, utilizaré los términos “acción con sentido” y “acción social” como sinónimos. Pese a su énfasis en la capacidad de la especie humana en dotar a la acción de sentido subjetivo, Weber sin embargo afirma que esto no ocurre muy frecuentemente: “La acción real transcurre (...) en la mayoría de los casos por impulso o por costumbre. Sólo ocasionalmente, y en el caso de acciones masivas iguales sólo en algunos individuos, se eleva un sentido (sea racional o irracional) a la conciencia. La acción con sentido realmente efectiva, i.e. completamente consciente y clara, es en realidad siempre un caso extremo. Esta constatación debe ser siempre tenida en cuenta para cada observación histórica y sociológica al analizar la realidad. Pero esto no debe impedir que la sociología construya sus conceptos por medio de la clasificación de los posibles “sentidos pensados”, como si la acción efectivamente transcurriera según una orientación conciente de sentido” (Weber, 1976: p. 10; énfasis original [1987: p. 18]). Por esta razón, aparte de por su énfasis en los cuatro tipos de acción (ver 14 La posición determinante de la acción con sentido separa a la sociología de Weber, en sus fundamentos, de las distintas escuelas conductistas, estructuralistas y positivistas. Los sociólogos pueden entender la acción plena de sentido de otros o a través de la “comprensión racional”, que implica la aprehensión intelectual del sentido que los actores atribuyen a sus acciones, o a travésde la comprensión “intuitiva” o “empática”, que refiere a la comprensión del “contexto emocional en el que la acción tiene lugar” (Weber, 1976, p. 2; énfasis original [1987: p. 6]). Así, por ejemplo, el sociólogo puede entender la motivación detrás de la orientación de los empleados públicos siguiendo estatutos impersonales y leyes, así como la motivación detrás de la orientación mutua entre dos buenos amigos. En la medida en que esto ocurre, señala Weber, se obtiene la explicación causal de la acción. Al reparar sólo en la actividad externa, el conductismo basado en estímulo / respuesta soslaya los aspectos que son principales para Weber: los diversos motivos posibles detrás de una actividad observable, el modo en el que el acto pleno de sentido subjetivo varía de acuerdo a ellos, y las diferencias significativas que se desprenden con respecto a la acción. Los cuatro tipos de acción social y sentido subjetivo La acción social puede conceptualizarse mejor cuando se la ve implicada en uno de los “cuatro tipos ideales de acción con sentido”: racional de acuerdo al fin, racional de acuerdo a valores, afectiva y tradicional. Cada tipo refiere a las orientaciones motivacionales típico- ideales (ver infra) de los actores. Weber define la acción como racional de acuerdo al fin (zweckrational), cuando el actor se “orienta según el fin, los medios y los resultados secundarios, sopesando racionalmente también la relación entre los medios y los fines, los fines y las consecuencias secundarias, así como también los distintos posibles fines entre sí ...”. Las personas poseen también la capacidad de actuar racional-valorativamente. Aquí, se actúa “sin atender a las consecuencias y como tarea que parecen plantearle sus convicciones en el deber, la dignidad, la belleza, un saber religioso, la piedad o la importancia de alguna causa de cualquier orden. La acción racional de acuerdo a valores (en el sentido que usamos el término) es siempre una acción según un ‘precepto’ o de acuerdo a una ‘exigencia’que el actor cree que le está dirigida”. Los valores infra), Weber no puede ser entendido simplemente como un “racionalista”, como afirmaron muchos críticos (cfr., por ejemplo, Eder, 1999, pp. 202-3). 15 implican nociones de honor, así como doctrinas de salvación. Por otro lado, la acción afectiva, determinada “por estados afectivos o sentimentales“, implica un enlace emocional y debe ser claramente distinguida de la acción racional de acuerdo a valores y de la acción racional de acuerdo al fin. La acción tradicional, “según un hábito incorporado” y costumbres establecidas, muy frecuentemente una mera reacción rutinaria a un estímulo no individual, está en el límite de la acción con sentido subjetivo. Tomados de conjunto, estas construcciones –los “tipos de acción social”- establecen una base analítica que permite la conceptualización de orientaciones de acción en sí difusas. La acción racional referida a intereses constituye para Weber sólo una forma posible de orientar la acción (Weber, 1976: p. 12 y ss. [1987: p. 20 y ss.]) 9 . Cada tipo de acción con sentido puede ser hallado en todas las épocas y civilizaciones. La acción social de pueblos incluso “primitivos” puede ser racional de acuerdo al fin y racional de acuerdo a valores (cfr., por ejemplo, Weber, 1976: p. 245 y pp. 257-260 [1987: p. 328 y pp. 344-347]), y el hombre moderno no está provisto de una mayor capacidad inherente para algún tipo de acción de lo que lo estaban sus ancestros. Sin embargo, como producto de fuerzas sociales identificables, algunas épocas pueden tender predominantemente a poner en primer plano un tipo particular de acción. Weber está convencido de que, al utilizar esta tipología de la acción social, los sociólogos puede entender –y por lo tanto explicar causalmente- incluso los modos en los cuales las acciones sociales de las personas que viven en culturas radicalmente diferentes son subjetivamente plenas de sentido. Asumiendo que, como producto de un estudio intensivo, los investigadores hayan logrado familiarizarse pormenorizadamente con un contexto social particular, y sean por lo tanto capaces de imaginarse “dentro” de éste, pueden evaluar el grado en que las acciones se aproximan a uno de estos tipos de acción social. El sentido subjetivo de los motivos que llevan a esas acciones –sean racionales de acuerdo al fin, racionales de acuerdo a valores, tradicionales o afectivas- puede entonces hacerse 9 Weber señala que esta clasificación no pretende definir exhaustivamente todas las posibilidades, “sino que son tipos conceptualmente puros, construidos para fines sociológicos, que se aproximan en mayor o menor grado a la acción real ...” (Weber, 1976: p. 13 [1987: p. 21]). Weber no espera descubrir casos empíricos en los que la acción social esté orientada sólo a uno de estos tipos de acción. Ver infra sección sobre los tipos ideales. 16 comprensible 10 . La “sociología comprensiva” de Weber busca de este modo ayudar a los sociólogos a comprender la acción social en los términos de las propias intenciones del actor 11 . Este fundamental énfasis en la pluralidad de motivaciones distingue inequívocamente a la sociología de Weber de todas las escuelas conductistas, de todas las aproximaciones que colocan en primer lugar a las estructuras sociales (por ejemplo, las que se basan en los “hechos sociales” de Durkheim o en las clases sociales de Marx), y de todas las aproximaciones positivistas que otorgan a las normas, los roles y las reglas un poder determinante sobre las personas. Aún cuando la acción social parezca fuertemente ligada a una estructura social, deben poder reconocerse una heterogeneidad de motivaciones. Para Weber, una amplia gama de motivaciones con una única “forma externa” es tanto analítica como empíricamente posible y sociológicamente significativa. El sentido subjetivo de la acción varía incluso dentro de la rígida estructura organizativa de la secta política o religiosa. Este razonamiento conduce a Weber a un interrogante: ¿por qué razones subjetivas orientan las personas su acción social en común, de modo tal que puedan delimitarse agrupamientos? Esta cuestión es de gran importancia, pues Weber está convencido que la ausencia de esas orientaciones –hacia, por ejemplo, el estado, las organizaciones burocráticas, las tradiciones y los valores- implica que las “estructuras” dejan de 10 Los motivos son para Weber causas de acción: “Llamamos ’motivo’ a una relación de sentido que al propio actor o al observador le parece la ‘causa’ plena de sentido de una conducta” (Weber, 1976: p. 5 [1987: p. 10]) 11 De los cuatro tipos de acción social, para Weber la acción de acuerdo al fin es la más fácilmente comprensible para el sociólogo (cfr. Weber, 1976: p. 2 [1987: p. 6]). En todos los casos, la interpretación del sentido subjetivo por el investigador debe basarse en la evidencia empírica y en procedimientos rigurosos. Sin embargo, Weber reconoce que puede ser bastante difícil para el científico social entender el sentido de una determinada acción. Señala que los valores “frecuentemente no pueden ser entendidos por completo” (ibíd.). Aún así este problema no le impide formular un ideal hacia el que deberían tender los investigadores. Nuevamente, la exploración en profundidad de los contextos en los que ocurre la acción, afirma Weber, asisten a la comprensión. Finalmente, señala: “Muchos afectos reales (miedo, cólera, ambición, envidia, celos, amor, entusiasmo, orgullo, sed de venganza, piedad, devoción, todo tipo de avidez) y las consecuentes reacciones irracionales (vistosdesde la acción racional de acuerdo al fin), pueden ser revividos emocionalmente, en mayor medida si no nos son ajenos. En cualquier caso, sin embargo, aún cuando su grado supere nuestras propias posibilidades, podemos entenderlos identificándonos, emocionalmente, y calcular intelectualmente sus efectos sobre la dirección y los medios de la acción” (Weber, 1976: p. 2 [1987: p. 7]) 17 existir. El aparato de estado, por ejemplo, no es en última instancia nada más que orientaciones pautadas de acción de sus políticos, sus jueces, su policía, sus empleados públicos, etc. 12 . Como se verá, lejos de ser sólo postulados metodológicos formales, estas distinciones fundamentales son las que anclan los estudios empíricos de Weber. La investigación del sentido subjetivo de la acción está en el centro mismo, por ejemplo, de su tesis sobre la ética protestante. Sin embargo, Weber se involucró en un esfuerzo empírico enorme, a través de su sociología histórico-comparativa, para entender el sentido subjetivo del “otro” en sus propios términos: por ejemplo el del literato confuciano, el monje budista, el brahmán hindú, los profetas del Viejo Testamento, los dirigentes feudales, los monarcas y reyes o los funcionarios en las burocracias. ¿Por qué razones subjetivas obedecen los individuos a la autoridad? Weber deseaba entender los diversos modos en los que las personas “dan sentido” a sus actividades. Para Weber los sociólogos debían intentar hacer esto aún cuando los “complejos de sentidos” subjetivos que descubrieran les parezcan a ellos curiosos o extraños. Neutralidad valorativa y pertinencia de valores La sociología de Weber, por lo tanto, no busca descubrir “un sentido que sea de algún modo objetivamente ‘correcto’ ni que sea por algún fundamento metafísico ‘verdadero’” (Weber, 1976: p. 1 [1987: p. 6]) 13 . Más aún, tampoco importan ni la empatía a favor, ni la hostilidad en contra de los actores que se investigan. En lo que respecta al proceso de investigación, los investigadores están obligados todo lo humanamente posible a dejar de lado sus preferencias ideológicas, sus valores personales y sus gustos (sobre el protestantismo ascético o sobre los funcionarios burocráticos, por ejemplo), y a esforzarse en mantenerse justo e imparcial. El ideal prescripto al científico social debe basarse en standards inequívocos de investigación, así como en la observación, comparación y evaluación imparciales de las fuentes. 12 “Para la interpretación comprensiva de la acción que realiza la sociología, esas construcciones son en cambio únicamente desarrollos y relaciones de acciones específicas de personas individuales, ya que sólo éstas son para nosotros portadores de acciones orientadas según sentidos”(Weber, 1976: p. 6 [1987: 12]) 13 Esto, según Weber, distingue las “ciencias empíricas de la acción” de la jurisprudencia, la lógica, la ética y la estética, todos las cuales buscan establecer sentidos “correctos” y “válidos” (Weber, 1976: pp. 1 y ss. [1987: p. 6]). 18 Incluso si se considerase que los hábitos, valores y prácticas de los grupos investigados fueran repugnantes, los investigadores deben esforzarse en mantener este ideal. Weber sabía que mantener una postura tan “objetiva” y “libre de valoraciones” (Wertfreiheit) con respecto a la recolección y evaluación de datos no es tarea fácil. Somos todos “entes culturales”, y por lo tanto los valores están imbricados con nuestro pensamiento y acción. Una delgada línea separa “hechos” de “valores”, y los valores se entrometen incluso en nuestros modos de observar. A la sazón, la propia ciencia moderna occidental surgió como una consecuencia de una serie de desarrollos históricos y culturales específicos. Sin embargo, el científico social debe hacer un decidido esfuerzo para distinguir argumentos y conclusiones basados empíricamente, de los basados en normas o valores. Estos últimos deben ser minimizados. Sin embargo, Weber insiste en que, en relación a un aspecto fundante del proceso de investigación, los valores mantienen su centralidad: la selección temática. Lejos de ser “objetiva”, en algún sentido metafísico o predeterminado, para Weber nuestra elección ésta relacionada de un modo inevitable con nuestros valores (Wertbezogenheit) y nuestros intereses. Un sociólogo, por ejemplo, que cree fuertemente que las personas de diferentes grupos étnicos debieran ser tratadas igualitariamente, puede bien decidirse –como producto de ese valor- a estudiar cómo los movimientos de derechos civiles ayudaron a grupos hasta ese momento excluidos, a adquirir derechos básicos. Sin embargo, con respecto a las indagaciones en ciencias sociales, Weber sostiene que los investigadores deben esforzarse en excluir valores: deben evitarse todos los juicios de valor que proclamen, en nombre de la ciencia, que una actividad particular o un modo de vida es noble o infame, racional o irracional en última instancia, provinciano o cosmopolita. Las ciencias sociales no van a ayudarnos –y no deben hacerlo- en definir qué valores son superiores. No puede demostrarse científicamente que los del Sermón de la Montaña sean “mejores” que los del Rig Veda. Tampoco pueden los científicos sociales sostener que determinados valores debieran guiar nuestras vidas. La ciencia provee conocimiento y entendimiento, y nos informa sobre los diferentes efectos de utilizar un medio particular para lograr un objetivo específico, pero nunca debe permitírsele hacerse responsable por nuestras decisiones (cfr., entre otros, Weber, 1992b [1998]). Para Weber este ethos de “neutralidad valorativa” es indispensable para la definición de la sociología –en la medida en que pretenda ser ciencia social y no un compromiso político-: 19 Que la ciencia sea hoy una ‘profesión’ especializada al servicio de la autoconciencia y del conocimiento de relaciones fácticas, y no un bien de salvación o una revelación en carácter de gracias dadas por visionarios o profetas, ni una parte de la meditación de sabios y filósofos sobre el sentido del mundo, es ciertamente un hecho inevitable de nuestra situación histórica (Weber, 1992b: p. 105 [1998: p. 226]). ¿Cómo debe proceder el sociólogo para establecer el sentido subjetivo en los grupos que investiga, y hacerlo de modo imparcial? Una respuesta a esta pregunta requiere una breve discusión del modo típico-ideal de análisis de Weber. Tipos ideales Aunque Weber tome a la acción con sentido de los individuos como unidad básica de análisis, su sociología comprensiva no ve a la vida social como un “flujo interminable” de orientaciones de acción individuales, solitarias e inconexas. Más que en la acción social de individuos aislados, centró su atención en los diversos modos en los que las personas actúan conjuntamente en agrupamientos. De hecho, define a la tarea del sociólogo como orientada a la investigación del sentido subjetivo de personas en grupos delimitados, y a la identificación de regularidades en la acción: “En la acción social pueden observarse regularidades de hecho, i.e. cursos de acción que se repiten, sea en el mismo actor o en muchos (y también, eventualmente, en ambos casos a la vez), típicamente similares en cuanto al sentido pensado por el actor” (Weber, 1976: p. 14, énfasis original [1987: p. 23]). Este tipo de acciones pautadas, señala, pueden ser no sólo el resultado de una orientación según valores, sino que también una acción afectiva, tradicional o incluso racional de acuerdo al fin. Los diversos modos en los que comportamientos meramente imitativos o reactivos son separados de su flujo aleatorio y transformados en regularidades basadas en sentidos y ancladas en alguno de los cuatro tipos de acción social, constituye uno de los temas fundamentales de su sociología. El concepto heurístico másimportante de Weber, el tipo ideal, traza esas regularidades de acción con sentido. Cada una de estas herramientas de investigación permite ubicar los patrones de orientación de la acción de los individuos, y no pretende más que eso. Por ejemplo, el tipo ideal “puritano”, identifica la acción regular de esos creyentes (por ejemplo, una orientación al trabajo metódico y al estilo ascético de vida). Por lo tanto, al buscar aprehender pautas de acción a través de la formación de tipos ideales, su sociología evita centrarse por un 20 lado en la acción aislada, y por otro en la sociedad, la evolución social, la diferenciación social o el “orden social”. Los tipos ideales prevalecen en todos los textos de Weber, en lugar de una narrativa histórica detallada o de conceptos globales. ¿Cómo se construyen estas herramientas? Esta construcción no implica simplemente un resumen o una clasificación de la acción social. Aunque su construcción está basada minuciosamente en la realidad empírica y depende de que los sociólogos se sumerjan en el caso particular a investigar, el tipo ideal se formula, primero, a través de la exageración consciente de las características esenciales de un patrón de acción de interés para el investigador, y, segundo, a través de una síntesis de estas orientaciones de acción características, en un concepto internamente coherente y lógicamente riguroso: Éste [el tipo ideal] se obtiene mediante la exaltación unilateral de uno o de algunos puntos de vista y por medio de la agrupación de una cantidad de fenómenos singulares, difusos y discretos, presentes en mayor o menor medida, o a veces directamente ausentes, que hacen que aquellos aspectos unilateralmente destacados remitan a una imagen representada unívoca. En su pureza conceptual, esa imagen representada no puede hallarse nunca en la realidad empírica (Weber, 1973a: p. 191, énfasis original [1997a: p. 79 y ss.]). Mientras que primero se siguen procedimientos inductivos a partir de observaciones empíricas, procedimientos deductivos guían después el ordenamiento lógico de las diferentes pautas de acción en una construcción unificada y precisa. No obstante, el anclaje empírico de los tipos ideales impide que se los pueda entender como conceptos “abstractos” o “reificados” (cfr. Weber, 1973a: pp. 192-209 [1997a: pp. 81-96]). Los tipos ideales, de acuerdo a Weber, sirven sobre todo para asistir a la investigación empírica y orientada a la causalidad, más que a “reflejar” o comprender directamente al mundo externo (una tarea imposible, dado el inacabable flujo de eventos así como la diversidad y complejidad infinita de, incluso, un fenómeno social particular) o a articular un desarrollo ideal, esperable. Por eso, el “puritano” no refiere al sentido subjetivo ni de un puritano particular ni al de todos los puritanos (cfr. Weber, 1976: pp. 9 y ss. [1987: pp. 16 y ss.]). Lo mismo puede decirse de los tipos ideales de burocracias, profetas, intelectuales o líderes carismáticos. Como señala Weber, “los conceptos son medios del pensamiento con el objetivo de dominar espiritualmente lo empíricamente dado y sólo pueden ser eso...” (1973a: p. 208 [1997a: p. 95]). 21 Una vez construidos como conceptos claros que aprehenden las orientaciones de acción regulares, los tipos ideales anclan la totalidad de la sociología causal weberiana de un modo fundamental: permiten la definición precisa de orientaciones de acción empíricas. Como construcción lógica que permite hacer evidente las pautas de acción social, el tipo ideal establece claros puntos de referencia –o standards- con los cuales se pueden comparar y “medir” las regularidades de sentido subjetivo en un caso particular. La singularidad de cada caso puede ser claramente definida a través de evaluar su aproximación o desviación del tipo construido teóricamente. Tipos ideales como el cristianismo, tienen “un alto valor heurístico para la investigación y para sistematizar la exposición, cuando son utilizados únicamente como medios conceptuales para la comparación y la medición de la realidad en relación a ellos. En esas funciones son éstos justamente indispensables” (Weber, 1973a: pp. 198 y ss., énfasis original [1997a: p. 87]; cfr. también pp. 190-194 [1997a: 79-83] y 1973c: pp. 535 y ss. [1997c: pp. 263 y ss.]) 14 . El propósito de la sociología de Weber En muchos casos, los comentaristas de su obra no han advertido que Weber orienta su investigación a problemas individuales, y al análisis causal de casos y desarrollos específicos. Su propuesta es que la explicación causal de esos “individuos históricos” sea el objetivo primario de la sociología: “Queremos comprender la realidad de la vida que nos rodea, en la que estamos insertos, en su especificidad -por un lado el contexto y el significado cultural de sus manifestaciones particulares en la forma que toma en la actualidad, y por otro las causas de haber devenido históricamente en lo que es y no en otra cosa” (Weber,1973a: pp. 170 y ss., énfasis original [1997a: p. 61]; cfr. también 1973a: pp. 147 y ss. [1997a: p. 40]; 1976: pp. 4 y ss. [1987: pp. 9 y ss.]). De ahí que Weber se haya opuesto fuertemente a las numerosas corrientes de pensamiento positivistas de su época que buscaban, siguiendo el método de las ciencias naturales, definir un conjunto de leyes generales de la historia y del cambio social, para luego 14 Weber avanza sobre este aspecto en el capítulo sobre dominación (Herrschaft) en la primer parte de E&S: “La terminología y la casuística no tienen de ningún modo, ni pueden tener, el objetivo de ser exhaustivas y encerrar la realidad histórica en esquemas. Su utilidad es que en cada caso pueda decirse que a una asociación le quepa tal o cual designación, o se le aproxime, lo que de todos modos significa en algunos momentos un importante avance” (1976: p. 154, énfasis original [1987: pp. 211 y ss.]; Kalberg, 1994b, pp. 84-91). 22 explicar cada caso específico por medio de la deducción. Rechazó enfáticamente la posición de que las ciencias sociales debían buscar “construir un sistema cerrado de conceptos, en el que la realidad pueda englobarse en una estructura en algún sentido definitiva, y del cual pueda después ser nuevamente deducida” (Weber, 1973a: p. 184 [1997a: p. 73]), y manifestó su clara oposición a la mirada según la cual las leyes en sí constituyan explicaciones causales. Ya que las realidades concretas, los casos y desarrollos individuales y el sentido subjetivo no pueden ser deducidas de leyes, éstas son incapaces de proveer un conocimiento de la realidad que permita explicaciones causales. Para Weber, los casos individuales pueden ser explicados causalmente sólo por medio de “otras configuraciones, también individuales” (Weber, 1973a: p. 174 [1997a: p. 65]; cfr. Kalberg, 1994b, pp. 81-4) 15 . Estos componentes centrales de la metodología de Weber serán comprendidos mejor luego de considerar sus investigaciones sociológicas fundamentales: La ética protestante y el espíritu del capitalismo, La ética económica de las religiones universales y Economía y sociedad. 15 “La existencia de una relación entre dos fenómenos históricos particulares puede hacerse visible no en abstracto, sino que solamente presentando una perspectiva internamente consistente del modo en el que esa relación se formó concretamente” (Weber, 1966: p. 2, énfasis original [2004: p. 8]). 23 La ética protestante y el espíritu del capitalismo Weber escribió la segunda parte de EP (1904-5) luego de retornar de un viaje de tres meses por los Estados Unidos. Su tesis sobre la importancia del rol jugado por los valores en el desarrollo del capitalismo moderno abrió un intenso debate que ha continuado hasta nuestros días. Unverdadero clásico, EP es tanto su obra más conocida como la más accesible. Aunque Weber aparece fuertemente en este estudio como un teórico que sólo presta atención a valores e ideas, su metodología ejemplifica un conjunto de procedimientos fundantes que utiliza a lo largo de toda su sociología (cfr. Kalberg, 1996, 2007). EP constituye el primer intento de Weber de aislar la singularidad del moderno Occidente y de definir sus orígenes causales. Los antecedentes Numerosos historiadores y economistas de la época de Weber enfatizaban la importancia histórica que había tenido para el desarrollo económico tanto las innovaciones tecnológicas como la afluencia de metales preciosos o los incrementos de población. Otros estaban convencidos de que los ambiciosos intereses económicos y el “ansia de riquezas” de todos –pero especialmente de los grandes “superhombres económicos” (los Carnegies, Rockefellers y Vanderbilts) y de la burguesía en general- habían impulsado el desarrollo económico permitiendo el paso de los estadios agrarios y feudales, al mercantilismo y al moderno capitalismo. En desacuerdo con estas explicaciones, los evolucionistas sostenían que la expansión de la producción, del comercio, de los bancos y del comercio debía ser entendido como la clara manifestación de un despliegue generalizado del “progreso”, el que involucraba a toda la sociedad. Weber insistía en que ninguna de estas fuerzas podía ofrecer una explicación de aquello que distinguía al capitalismo moderno del que había existido en todas las épocas: el intercambio mercantil relativamente libre, la separación de la economía de la empresa de la familiar, una sofisticada contabilidad, el trabajo formalmente libre y un “ethos económico” específico. Este ethos subyacía a la organización rigurosa del trabajo, al abordaje metódico del desempeño de la mano de obra y a la prosecución sistemática de ganancias, típicos de esta forma de capitalismo. Se constituyó a partir de “la idea de la obligación del individuo frente al interés de incrementar su capital, bajo la suposición de que es un fin en sí mismo” (Weber, 1972Ic: p. 33, énfasis original [1998c: p. 40]); la noción de que “el trabajo debe realizarse como si fuera un fin absolutamente en sí mismo” (1972Ic: p. 46 [1998c: p. 52]); “la ganancia de cada vez más dinero, evitando estrictamente cualquier goce despreocupado” (1972Ic: p. 35 [1998c: p. 42); la 24 convicción de que “la ganancia de dinero (...) es el resultado y la expresión de la aptitud en la profesión” (1972Ic: p. 36 [1998c: pp. 42 y ss.); y la “mentalidad que busca una ganancia sistemática y racionalmente legítima por medio de una profesión” (1972Ic: p. 49, énfasis original [1998c: p. 55). Lo que se corporizaba en estas ideas era un espíritu del capitalismo, y Weber sostenía vehementemente que una comprensión completa de los orígenes del capitalismo moderno requería la identificación de las fuentes de este “ethos económico moderno” (cfr. 1972Ic: pp. 36, 83 [1998c: pp. 43, 86 y ss.]). Por lo tanto, el relativamente modesto proyecto de EP era una investigación sobre los ancestros específicos de este espíritu, más que las fuentes en general del capitalismo moderno o del capitalismo (cfr. 1972Ic: pp. 33 y ss., 37 y ss., 59-62, 83 [1998c: pp. 39 y ss., 43 y ss., 64- 67, 86 y ss.]). Luego de citar numerosos pasajes de Benjamin Franklin, cuyos valores representaban para Weber el espíritu del capitalismo en su forma pura (cfr. 1972Ic: pp. 31 y ss. [1998c: pp. 38 y ss.]), afirma haber descubierto allí un ethos, “cuyo olvido no sólo era tratado como una tontería sino como un modo de olvido del deber” (1972Ic: p. 33, énfasis original [1998c: p. 40]) 16 . Sin embargo, al intentar desentrañar los “orígenes causales” de este nuevo conjunto de valores y de esta “organización de la vida”, su “crítica por la positiva al materialismo histórico” rechaza la mirada de que la clase dominante del capitalismo haya dado lugar a ese espíritu (cfr. 1972Ie: p. 12 [1998b: pp. 21 y ss.]; 1972Ic: pp. 36-61 [1998c: pp. 43-66]; Kalberg, 1996: p. 56). También se opone al argumento de que la estructura social –grupos estamentales, o las propias iglesias y sectas- esté en el origen de esa constelación de valores (cfr. Weber, 1972Ic: pp. 60 y ss., 87-163 [1998c: pp. 65 y ss, 92-162]; 1972Ia: p. 262 y ss. [1998e: p. 256 y ss.]). En lugar de eso, y pese a fuertes oposiciones, Weber quería explorar el “lado idealista” (cfr., por ejemplo, Weber, 1972Ic: pp. 205 y ss. [1998c: pp. 200 y ss.]). 16 Weber enfatiza este aspecto aún más fuertemente en un ensayo posterior: “... así, el racionalismo económico [del tipo que ha dominado en Occidente desde los siglos XVI y XVII, S.K.]es por completo dependiente en su origen de la capacidad y disposición de las personas a determinados tipos de conducta de vida práctico-racional” (1972Ie: p. 12, énfasis original [1998b: p. 21]; cfr. también 1972Ia: p. 266 [1998e: pp. 259 y ss.]). 25 El argumento 17 Luego de observar diferentes modos en los que los protestantes parecían atraídos por ocupaciones orientadas hacia los negocios y organizaban sus vidas cotidianas de modo especialmente riguroso, Weber comenzó a explorar la doctrina protestante. Descubrió un “ethos orientado a lo mundano” especialmente representado en la Confesión de Westminster (1647) y en los sermones de Richard Baxter (1615-1691), el sucesor puritano de Juan Calvino (1509- 1564). Para Weber, la revisión por Baxter de las enseñanzas de Calvino buscaban sobre todo desterrar las conclusiones sombrías racionalmente implícitas en su “Doctrina de la Predestinación”: si la cuestión de la salvación constituía la cuestión acuciante para los creyentes (cf. Weber, 1972Ic: p. 104 [1998c: pp. 107 y ss.]), si el “estado de salvación” de los fieles estaba predestinado desde el comienzo de todo, y si Dios había elegido sólo una ínfima minoría para ser salvados, de esto se desprendía lógicamente una masiva fatalidad, desesperación, soledad y ansiedad entre los devotos (1972Ic: pp. 86-90; 94-101; 111n [1998c: pp. 90-94; 98- 105; 114n]. Al reconocer que la dureza de ese decreto ahuyentaba a la mayoría de los devotos (1972Ic: p. 105 [1998c: pp. 108 y ss.]), entre otras razones, Baxter y los teólogos y Ministros puritanos más importantes (Puritan Divines) emprendieron alteraciones doctrinales que, según Weber, dieron lugar a la ética protestante. Al igual que Calvino, Baxter admitía que el mortal y débil devoto no podía conocer el juicio de Dios, ya que los motivos de la majestuosa, distante y poderosa Deidad del Viejo Testamento están más allá de la comprensión de los vulgares habitantes de la tierra (1972Ic: pp. 90-94 [1998c: pp. 95-98]). Sin embargo, Baxter enfatizaba que “el mundo existe para servir a la glorificación de Dios”, y que Dios quiere que Su Reino sea de riqueza, igualdad y prosperidad, ya que la abundancia entre “Sus hijos” serviría con seguridad para alabar Su bondad y justicia (cfr. 1972Ic: pp. 98-101, 164-169, 187-190, 173n [1998c: pp. 102-105, 162-167, 185-187, 172n]). Entendido como un medio hacia la creación de la comunidad de Dios en la tierra, el trabajo regular y con entusiasmo –o el trabajo según una “profesión”- adquiría así una relevancia religiosa entre los devotos. Los creyentes comprendían su actividad económica mundana como un servicio a un Dios que la demandaba, y se podían ver a sí mismos como nobles instrumentos –o herramientas (1972Ic: p. 125 [1998c: pp. 126 y ss.])- de Sus mandamientos y de Su Plan Divino: “... el trabajo al servicio de esta utilidad social impersonal” era concebido como “que eleva la gloria de Dios y aparte es querido por Él” (1972c: p. 101 [1998c: p. 105]; cfr. también pp. 171-177, 200 y ss, 173n, 200n [169-175, 196 y ss., 172n,17 Sólo es posible ofrecer aquí una versión abreviada del mismo (cfr. Kalberg, 1996, por ej. pp. 58-63; 2007). 26 197n]). De hecho, aquellos creyentes capaces de un trabajo sistemático en nombre del Plan de Dios podían convencerse a sí mismos de que su fortaleza para hacerlo emanaba de la mano de un Dios omnipotente que lo favorecía –y, más aún, el fiel podía concluir que Dios sólo favorece a aquellos que había elegido para estar entre los predestinados (cfr. 1972Ic: p. 192 [1998c: p. 188 y ss.]). Por otro lado, el trabajo continuo y sistemático poseía, según Baxter, una virtud innegable para el buen cristiano: domestica los aspectos más básicos de la naturaleza humana y de ese modo facilita la concentración de la mente en Dios y en la “elevación del alma” (1972Ic: pp. 169-171 [1998c: pp. 167-169). Finalmente, la “intensa actividad mundana” actúa con eficacia en contra de la duda, de la ansiedad o de la desvalorización aguda inducida por la Doctrina de la Predestinación e inculca la auto-confianza que permite a los creyentes considerarse entre los elegidos (1972Ic: pp. 105 y ss. [1998c: p. 109]). De este modo, el trabajo sistemático, así como “la racionalización sistemática de la totalidad de la vida ética” (1972Ic: p. 125 [1998c: p. 127]), se convirtió en algo santificado o “providencial”. Sin embargo, Weber sostiene que el poder singular de la ética protestante para desbaratar la “ética económica tradicional” que había existido desde tiempos inmemoriales, no se originó simplemente de ese modo, y que esto cobra mayor importancia si se pretende entender el “auto-control constante” y la “racionalización metódica de la vida” de los empresarios calvinistas (1972Ic: pp. 125-128 [1998c: pp. 127-130). Otra modificación introducida por Baxter resultó también fundamental al respecto. Según la Doctrina de la Predestinación, los creyentes no podían nunca saber cuál era su estado de salvación; sin embargo, a la luz del deseo Divino de ver la creación de un Reino terrenal de abundancia para servir a Su gloria, podían concluir lógicamente que la capacidad de trabajo sistemático y la producción de riqueza para la comunidad por parte de un individuo podía ser vista como signos de que Dios favorecía a ese individuo. En efecto, el trabajo metódico y la riqueza personal en sí mismos se convirtieron para los fieles en evidencias efectivas de su estado de salvación. Omnipotente y omnisciente, Dios seguramente no iba a permitir que alguno de los condenados sirva a Su gloria: “... en la obtención de la riqueza como producto del trabajo profesional [reconocía el creyente, S.K.] la bendición de Dios” (1972Ic: p. 192 [1998c: p. 189]). En Su universo, nada ocurría por casualidad. De este modo, aún cuando el devoto nunca podía tener certeza absoluta de estar entre los electos, los creyentes podían buscar producir la evidencia –es decir: trabajo sistemático, riquezas y ganancias (1972Ic: pp. 176 y ss. [1998c: pp. 173 y ss.])- que les permita estar convencidos de su estado de salvación. A la luz de la insoportable ansiedad provocada por la pregunta religiosa fundamental en Inglaterra, Holanda y Nueva Inglaterra de los siglos XVI y 27 XVII –“¿estoy yo entre los salvados?”-, la certeza psicológica sobre el estado de salvación favorable, enfatiza Weber, era el problema crucial. Las revisiones de Baxter les permitieron a los fieles comprender su gran capacidad de trabajo, su acumulación de riquezas y su exitosa reinversión para el engrandecimiento de la comunidad de Dios, como prueba tangible de ser un elegido (cfr. 1972Ic: pp. 198 y ss., 200n [1998c: p. 195, 196n]). De este singular modo, el trabajo en una vocación y las riquezas adquirieron un significado religioso entre los creyentes: constituían signos que evidenciaban la pertenencia entre los elegidos, perdiendo así su carácter tradicionalmente sospechoso y obteniendo un “premio psicológico” positivo. De este modo, un conjunto de valores orientados hacia el trabajo, desdeñado hasta ese momento (cfr.1972Ic: pp. 38-42, 60 [1998c: pp. 44-49, 60 y ss.]), se convirtió en absolutamente central en la vida de los devotos. Ni el solo deseo de riquezas ni la adaptación eficiente a las presiones económicas: Weber señala que sólo el trabajo motivado “desde la propia interioridad” por un conjunto de valores religiosos “internamente vinculantes” tuvo el poder de introducir una “sistematización de la conducta de vida ética” (1972Ic: p. 123 [1998c: p. 125]) y una “regulación planificada de la propia vida” en nombre del trabajo y de la prosecución de riquezas (1972Ic: p. 121 [1998c: p. 124]; cfr. también pp. 124-128 [pp. 126-130]). Sólo este modo éticamente 18 ordenado de vida, basado en valores religiosos estaba dotado de la metodicidad e intensidad requerida para poder desarraigar y desterrar la ética económica tradicional. El último capítulo de EP esboza el distintivo estado de ánimo y estilo de vida puritano que constituye el fundamento de la ética protestante. Así, aquellas personas involucradas en los negocios y orientadas a obtener ganancias dejaron de ser desdeñadas por calculadoras, codiciosas e interesadas; en cambio, comenzaron a ser percibidas por otros como empresarios honestos comprometidos en una tarea asignada por Dios. Se los veía positivamente, incluso a aquellos con carácter altamente competitivo (1972Ic: pp. 176-178 [1998c: pp. 173-175]). De forma similar, la reinversión de las ganancias significaban lealtad a los designios de Dios y el reconocimiento de que todas las riquezas emanaban de la mano de esta omnipotente deidad. Como los creyentes se veían a sí mismos como meros administradores en la tierra de bienes concedidos por Él, toda la riqueza tenía que 18 Weber define un criterio “ético“ como un “un tipo específico de creencia racional-valorativa de personas que plantea normas para la acción humana que toma así el predicado de ‘moralmente buena’, así como la acción que toma el predicado de ‘bella’ se mide por criterios estéticos“ (Weber, 1976: p. 19, énfasis original [1987: p. 29]). Weber sostiene que la acción social puede ser influida por un criterio ético aun si carece de un apoyo “externo”, e incluso, en algunos momentos, pese a fuerzas “externas” opuestas. 28 ser utilizada sólo según Sus propósitos, es decir, para construir un reino de riquezas que enaltezca Su gloria (1972Ic: pp.183-195 [1998c: pp. 180-191]). Es por eso que el devoto se caracterizaba por la frugalidad, por la restricción al consumo –especialmente el de bienes suntuarios-, y por el ahorro de importantes sumas. El puritano se caracterizaba por la preferencia por una vida modesta, ya que sabía que cediendo a sus propios deseos debilitaba la necesaria atención en la voluntad de Dios. Pese a las importantes riquezas que así eran creadas, su disfrute se convirtió en “moralmente condenable”, y ejercer un modo de vida ostentoso era percibido como un obstáculo al objetivo de crear, en tanto que Sus instrumentos, un reino terrenal recto en Su honor. La búsqueda de riquezas como fin en sí mismo, así como toda avaricia y avidez por los bienes, pasó a estar estrictamente prohibida (1972Ic: pp. 166 y ss., 191-194 [1998c: pp. 163 y ss.,188-191]). Estos hábitos modestos de vida deben incluso estar acompañados por el comportamiento apropiado: reserva, auto-control, decoro y dignidad. Debe evitarse todo lazo afectivo profundo con otros: sólo podría significar una competencia a la mucho más importante lealtad a Dios. Después de todo, como sabían los puritanos, las emociones no revisten relevancia para la cuestión crucial de la certitudo salutis. Por el contrario, resultaba indispensable un atento y cerebral monitoreo y dirección del accionar. La actividad continua, no el placer ni la diversión, incrementaban la majestad de Dios. Y la falta de voluntad
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