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JACQUES DONZELOT. 
“ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y 
TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO”.* 
En: AA.VV.: Espacios de poder, Madrid, La Piqueta, 1991, pp. 27-51. 
El descrédito casi general que afecta en la actualidad a las instituciones 
cerradas se formula espontáneamente según un razonamiento que se podría 
calificar de recurrente y que hace, por ejemplo, del cuartel la verdad del instituto de 
enseñanza media, y de la prisión la verdad del cuartel. Esta critica espontánea se 
encuentra duplicada flor una critica culta que ha encontrado en Erving Goffman1 
su figura intelectual. Partiendo del estudio de la condición social de los enfermos 
mentales en una clínica psiquiátrica, llega a desgajar un cierto número de rasgos 
constitutivos de la vida social en instituciones netamente divergentes en cuanto a 
sus fines oficiales se refiere. Para él, el manicomio, la prisión, y asimismo el 
convento, el cuartel, el campo de concentración, el equipamiento de un barco, se 
organizan según las mismas leyes generales: aislamiento respecto al mundo 
exterior, promiscuidad de los recluidos, programación del conjunto de la vida 
cotidiana, observación de un único reglamento, ruptura total entre gobernantes y 
gobernados. 
La demostración de Goffman conlleva de hecho dos resultados esenciales: por 
una parte, la puesta en evidencia de una alienación social constitutiva de la 
estructura del asilo, y por otra, la demostración de que existe una unidad en 
profundidad de una serie de instituciones. Ahora bien, el radicalismo indudable del 
análisis por lo que se refiere al primer punto, es mucho menos evidente en lo que 
concierne al segundo. 
Existe en efecto una especie de empirismo de coleccionista en su investigación 
acerca de las “instituciones totalitarias”. Ausencia de teoría: estas instituciones 
pueden indistintamente navegar en los mares (equipamiento de un navío), emerger 
en las estepas siberianas (campos de concentración) o deberse a los fondos de la 
cristiandad (convento). Ausencia también de historia: todas estas variaciones sobre 
un mismo tema vagan en una eternidad flotante. Sería sin duda una querella de 
mala fe reprocharle que no ha hecho lo que no estaba en su proyecto realizar si éste 
no implicase una ambigüedad difícil de salvar. 
Se puede uno preguntar en qué medida la empresa de Goffmann se separa 
realmente de la sociología americana de las organizaciones que ha encontrado su 
felicidad en el descubrimiento de la famosa dimensión humana de la empresa y 
según la cual, como se szbe, los comportamientos de rebeldía o de rechazo se ponen 
en relación con los disfuncionamientos internos de la fábrica y no con la estructura 
global de las relaciones de producción: Posiblemente el estudio de Goffmann no es 
más que el ejemplo límite de esos análisis con dificultades propias de una 
organización compleja, análisis que excluyen toda interrogación acerca de su modo 
histórico de constitución: estudio de las organizaciones límites, en las que la lógica 
organizacional de sana pasa a ser aberrante, y el hombre adaptado se convierte en 
alienado; y la conclusión principal que uno puede obtener, es que allí donde la 
 
* Publicado en la revista Topique, núm. 3, mayo de 1970, pp. 125. 151. 
1 Erving Goffman: Axiles (trad. frac. en Ed. de Minuit, 1968, presentación de Robert Castel). (Ed. 
castellana en Amorrortu.) 
JACQUES DONZELOT 
dimensión humana es más radicalmente negada (institución totalitarial, no deja sin 
embargo de afirmarse aprovechando la menor fisura de la institución, inventando 
relaciones ocultas (adaptaciones secundarias). 
Se ve cómo Goffmann podía bajo este aspecto poner en cuestión todos los 
proyectos psicosociológicos en general y particularmente el movimiento de 
modernización y “de humanización” que afecta actual mente al manicomio y a la 
prisión. La supresión o el remodelamiento de las rupturas (entre el interior y el 
exterior, entre gobernados y gobernantes), la modificación de la utilización de la 
palabra permitirían el paso de una era teratológica a una era positiva sin que esto 
suponga sin embargo cuestionar el sentido de estas reformas. La significación de la 
práctica psiquiátrica o penal no se encontrar ía por tanto aclarada. 
Ahora bien, existe en el rigor del análisis de Goffmann una serie de datos para 
pasar a otro tipo de investigación que partiendo de esta ruptura constatada entre 
las justificaciones de una institución y su funcionamiento, intentase describir a la 
vez la lógica de su puesta en marcha y la significación sociológica de su 
funcionamiento; en resumen, analizar la relación existente entre una estructura 
social determinada y una institución concreta con funcionamiento totalitario en su 
génesis y en sus transforrriaciones. Es esto lo que intentaremos hacer respecto al 
manicomio y a la prisión. 
Subrayemos antes de nada la particularidad de estas dos organizaciones 
respecto a las otras instituciones disciplinarias. Si consideramos el cuartel, la 
custodia de los soldados en un espacio cerrado forma parte de las exigencias de la 
disciplina que es en si misma el medio de su propio fin, es decir, que la clausura del 
espacio está aquí en relación de instrumentalidad técnica con la finalidad de la 
institución. Al revés, en el manicomio o en la prisión, la delimitación de un espacio 
cerrado no está en relación directa con el conjunto de los fines de la institución; el 
espacio cerrado es en este caso mediación, síntesis concreta de fines distintos. En el 
primer caso, el espacio cerrado es un elemento más en una serie de medios 
disciplinarios homólogos. En el segundo, es una estructura compleja que debe 
articular fines divergentes (castigar y resocializar, convenir en inofensivo y curar). El 
espacio cerrado es también una estructura determinante, en la medida en que es el 
medio de la coposibilidad de estos fines y es tanto más valorado cuanto más 
contradictorios son los fines que debe articular. 
Existe pues toda una serie de instituciones que se podrían llamar disciplinarias 
(el cuartel, el equipamiento de un navío, el internado, el campo de concentración) 
que, por su uso y su eficacia elemental, tienen -un carácter en cierta medida 
ahistórico y universal. Sin duda la modernidad les ha concedido por distintas 
razones una suerte particular, pero sin que exista el sentimieato de innovación 
respecto a ellas. El nacimiento del manicomio y de la prisión a comienzos del siglo 
XIX presenta por el contrario una aureola de descubrimiento revolucionario. Ambos 
aparecen amparados por los prestigios de la novedad, de la eficacia y de la 
filantropía. Si bien en su principio de funcionamiento no difieren fundamentalmente 
del monasterio que existía desde hace casi dos mil años o del campamento militar, 
que se puede hacer remontar al Imperio romano, esto hace todavía más necesaria 
su arqueología, es decir, el análisis de las condiciones de aparición de esta 
valoración del espacio cerrado que las distingue de las instituciones de represión. 
A este fetichismo del espacio cerrado de comienzos del siglo XIX se opone el 
actual movimiento de reforma que tiende a descalificarlo. El muro que -rodea el 
manicomio se asocia actualmente a las cadenas de las que libera Pinel a los locos 
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en el almacén de accesorios inútiles y bárbaros. Los teóricos de la ciencia penal 
tienen el lenguaje de Papillón para deshonrar lo que sus predecesores habían 
erigido con orgullo frente a los “horrores” del Antiguo Régimen. En un nuevo 
articulo, se analizará esta tercera edad de la represión que sucede al gran encierro y 
al nacimiento del manicomio y de la prisión modernos. 
LAS FORMAS DE REPRESIÓN EN EL ANTIGUO RÉGIMEN 
Bajo el Antiguo Régimen las instituciones de represión no están acompañadas 
de ninguna preocupación por la regeneración del individuo. Elinternamiento en 
tanto que tal no es ni pena ni medio terapéutico aunque la detención sea realizada 
por dos tipos de instituciones: las mazmorras y los hospitales generales y abadías. 
La mazmorra, como su nombre indica, no tiene por fin castigar privando de libertad, 
su papel consiste simplemente en proporcionar los medios para aplicar la verdadera 
pena, es decir todas las variedades de tortura que constituían lo esencial del arsenal 
penal. En las abadías o en los hospitales generales se segrega en mezcolanza a 
locos, indigentes, criminales, libertinos, prostitutas, etc., con una preocupación de 
asistencia y al mismo tiempo de represión: la tortura en un espacio laico y público y 
el exilio en un espacio religioso. Los crímenes contra la religión y, lo que viene a ser 
lo mismo, los crímenes de (esa majestad serán objeto de tortura, y los crímenes 
contra la moral burguesa: ociosidad, desenfreno, homosexualidad, prostitución, sin 
razón, serán objeto de internamiento. La historia de la represión en el Antiguo 
Régimen es el reemplazamiento progresivo del primer sistema por el segundo. 
Los crímenes religiosos conciernen al equilibrio de la sociedad entera. Tienen 
por efecto perturbar lo que la trasciende y la funda a la vez (religión, autoridad 
pública de derecho divino). En consecuencia la pena no es simplemente un castigo 
sino también la reequilibración del sistema social y debe ser proporcionada a la 
importancia del ofendido. Para aplacar las potencias trascendentales es preciso 
poner en juego prácticas penales que estén a la altura del delito: el arrancamiento 
de la lengua, la picota y las galeras cobran su inteligibilidad en un sistema como 
éste.2 
Así pues, desde el momento en que el fundamento de la sociedad deja de 
buscarse en la religión o en el poder absoluto, toda esta categoría de crímenes y de 
penas pierden su significación y su razón de ser. El movimiento de las luces, cuyo 
representante principal a este respecto es Beccaría3 no hace más que ratificar el 
paso de un orden social a otro. Condena lo que ya no tenía razón de ser en una 
sociedad que se da como nuevo fundamento la economía y la moral del beneficio. 
Los crímenes contra la moral burguesa tal como habían sido delimitados por el 
gran encierro de 1656 van a convertirse en los únicos objetos legítimos de la 
vindicta social. Paradójicamente es en un recinto religioso donde esta nueva forma 
de “desviación” se verá administrar su pena. Esto no se hizo sin razones ni sin 
consecuencias, pero para describir este proceso de delimitación progresiva de las 
nuevas formas de culpabilidad y de represión, es necesario recordar casi toda la 
historia del monacato.4 
 
2 Véase E. DURKHEIM: “Deux lois de l’évolution pénale” en Année sociologique, 1899. 
3 J. BECCARÍA: Trairé des délits et des peines, 1773. 
4 Los crímenes contra las personas y los crímenes contra la propiedad van a “deslizarse” del primer 
sistema hacia el segundo a finales del siglo XVIII. 
JACQUES DONZELOT 
En sus comienzos el monasterio se definió esencialmente como una tierra de 
exilio. Es el lugar en el que se concretiza la voluntad de aislarse del mundo, el 
medio de llegar a separarse de él a través de una ascesis que sustrae al hombre del 
poderío de sus instintos, que le libera de su dependencia respecto a la naturaleza y 
de la sociedad real. Pero es al mismo tiempo en Occidente y desde comienzos de la 
Edad Media una tierra de asistencia a la que pueden venir a refugiarse y encontrar 
una subsistencia los pobres de los alrededores en época de escasez. Los monjes 
desean desgajarse de servidumbres seculares y así producen sus medios de 
existencia; y como la vida comunitaria les permite obtener buenos resultados, 
adquieren rápidamente un cierto desahogo que les permite proporcionar trabajo o 
comida a los campesinos sin recursos. 
Esta función de refugio del monasterio se encuentra asociada en el siglo XVII a 
una función de represión prefigurada en las leproserías de la Edad Media. San 
Vicente de Paul es uno de los protagonistas de esta transformación que permite a 
los priores, a las “caridades” y a los hospitales retener no sólo a enfermos sino 
también a personas encerradas “por orden de su majestad”. Organizadas pues 
sobre el modelo conventual, estas casas desempeñan a la vez un papel de asistencia 
y de coacción.5 
Así, durante todo el Antiguo Régimen, el espacio cerrado es fundamentalmente 
un espacio religioso. Lugar de reunión y de existencia de aquellos que quieren 
desgajarse de la viril secular, es también una superficie de absorción de los que no 
pueden vivir en el siglo porque se encuentran demasiado desprotegidos o porque 
huyen de determinadas convenciones. Entre los que quieren huir del mundo y los 
que no pueden vivir en él no existe una identidad sino una profunda complicidad en 
la eminente dignidad de la desposesión y de la pobreza, natural o voluntaria; o 
incluso en la imagen religiosa de la locura o de la falta. Antes de ser expulsados de 
la comunidad, colocados en los prioratos, hospitales, casas de reclusión, el pobre, el 
loco y las nuevas variedades de criminales tenían ya una alianza sellada con el 
mundo del internamiento religioso. 
Recordemos las significaciones del gran encierro de 1656. En su versión laica 
(los hospitales generales con su administración burguesal), al igual que en su 
versión religiosa (San Vicente de Paul...), el internamiento refuerza la gran ruptura 
entre, de una parte, la vida mundana con sus bullicios y sus desórdenes, y de otra, 
la vida descansada y ordenada de los que están, fuera del mundo, próximos a Dios 
por la observancia común, en un lugar cerrado y protegido, de los principios de la 
religión, aunque sea según un modelo autoritario y con una población rechazada y 
condenada por la sociedad. “El encierro, escribe M. Foucault, oculta a la vez una 
metafísica de la ciudad y una política de la religión, se plantea como un esfuerzo de 
síntesis tiránica entre esa distancia que separa el Jardín de Dios y las ciudades que 
los hombres, expulsados del paraíso, han levantado con sus manos”.6 
La obligación del trabajo establecida en el internamiento desde su aparición 
hay que interpretarla en relación con este fundamento religioso. En un decreto de 
1612, María de Medicis insiste sobre su importancia: “Los pobres encerrados en los 
hospitales deben ser tratados y alimentados lo más austeramente posible, y con el 
fin de no mantenerlos en la ociosidad serán empleados en moler el trigo en molinos 
de mano, cortar mieses, fabricar cerveza, preparar cemento y realizar otras obras 
 
5 M. FOUCAULT: Histoire de la folie, Plon, 1961 (Trad. castellana en Fondo de Cultura Económica). 
6 Michel FOUCAULT, op. cit. 
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penosas, después de lo cual darán al final del día cuenta del trabajo que hicieron 
bajo pena de ser castigados por los maestros”.7 
Este trabajo debe por supuesto servir para cubrir los gastos de su 
subsistencia, sin embargo, no se trata de suprimir la asistencia caritativa. Las 
parroquias pagan tasas destinadas a mantener las casas de trabajo en Inglaterra. 
En Francia, los hospitales generales y los prioratos se establecen según el principio 
de fundaciones caritativas. La preocupación principal no es, pues, suprimir la 
caridad, del mismo modo que tampoco se espera que la aplicación al trabajo 
solucione el problema de la miseria. 
No se da, pues, tanto una valoración del trabajo como práctica salvífica para el 
hombre en la tierra cuanto una condena moral y religiosa del no-trabajo. El 
espectáculo de la ociosidad, el vagabundeo y la mendicidad es rechazado: y en este 
rechazo es más fácil entonces encontrar una dimensión religiosa que un 
razonamiento económico: existe una rebelión contra Dios, y en consecuencia contra 
el rey, cuando uno no se inclina ante la exigenciade un trabajo resultante de la 
maldición divina. Y es precisamente contra este vano orgullo que se establecen 
talleres de trabajo en los hospitales y en los monasterios. Bajo el Antiguo Régimen 
la reclusión y la obligación de trabajar adquieren su significación en el interior de 
una condena religiosa, moral y política de la ociosidad. 
A través de la ociosidad, implícitamente se condena la miseria y se la destierra 
de la ciudad. Pero para que esta prescripción se explicite y se convierta en ley es 
preciso esperar a que la riqueza, en el principio de su origen y en las reglas de su 
uso, sea redefinida totalmente. 
Todo el sistema feudal, órdenes monásticas y fundaciones caritativas incluidas, 
descansaba sobre una misma relación a la riqueza que tenía como principio el don. 
En primer lugar, la riqueza misma es dada: las tierras de los monasterios fueron 
originariamente atribuidas a los monjes por decreto del rey, que tiene la propiedad 
eminente sobre todas las tierras del reino, don que recibió de Dios. En la 
redistribución que se hace de la riqueza, los religiosos y los pobres tienen una 
misma parte denominada, sin duda para reenviar al altísimo, la parte de Dios. En la 
medida en que es dada, la riqueza es también lo que se da, operación a través de la 
cual se constituye una red de dependencias y de clientelas. Lo que se da aliena al 
receptor en el don que le es hecho, del mismo modo que el campesino está 
amarrado a la tierra que se le atribuye, y no puede abandonarla, convirtiéndose 
entonces él mismo en propiedad de aquel que le ha hecho el regalo; el asistido, 
pobre o loco, vive en una relación de dependencia respecto al que le cobija y le 
cuida. En consecuencia, la asistencia en su principio no es un fenómeno marginal 
para el mundo feudal, es inseparable de la lógica de su funcionamiento. 
Y precisamente porque es el medio para conseguir tales redes de dependencia, 
la riqueza es aquello de lo que uno disfruta; por el poder que permite ejercer 
directamente pero también por los placeres sensuales que proporciona. Para 
Boisguilbert, por ejemplo, el Principio de desarrollo de la riqueza está pensado a 
partir de la multiplicación creciente de los disfrutes que pueden obtenerse con ella, 
lo que incita a producir más y más.8 
 
7 Citado por MOREAU-CHRISTOPHE: Christ et pauvres, París, 1851. 
8 Sobre este tema ver: P. LANTZ: “Etude sur Adam Smith” en Revue d’histoire economique et sociale, 
1968, núm. 3. 
JACQUES DONZELOT 
Ahora bien, la economía política a finales del siglo XVIII no busca ya el origen 
de las riquezas en la intensificación de las necesidades, sino en su restricción. No es 
ya el medio inmediato de ejercer un poder, de obtener placer, sino que se convierte 
por el contrario en su propio fin. Y sobre todo ya no es algo dado: de ahora en 
adelante deriva de la lógica del intercambio, no se la puede adquirir sino es a través 
del trabajo y del ahorro.9 
La condena de la miseria está ahora marcada por la articulación naciente entre 
la vieja ética del trabajo y la nueva moral del ahorro, al estar regida la riqueza en su 
generalidad por los principios del intercambio. Las propiedades monásticas y las 
fundaciones caritativas ya no tienen razón de ser, ya que no sólo escapan a la ley 
del intercambio sino que además mantienen la miseria. 
El internamiento estigmatizaba la ociosidad, pero por su excesiva presión y su 
no menos excesiva protección, minaba el movimiento racional que debe conducir al 
hombre del trabajo al ahorro, y de aquí, si no a la riqueza, al menos a la propiedad 
privada, fundamento del intercambio. 
Desaparece así toda la antigua significación del espacio cerrado. Por su función 
de exilio o de refugio, de recogimiento o de coacción, el espacio cerrado mantenía 
con el espacio social una diferencia cualitativa de carácter religioso. La línea de 
demarcación que lo constituye, aunque progresivamente extendida, delimita 
siempre un espacio en el que las verdades religiosas se encuentran más afirmadas 
que en ninguna parte; las líneas de fuerza que lo organizan apuntan hacia un 
mundo que debe trascender el de aquí abajo. 
Al alba de la Revolución las dos estructuras fundamentales de la represión bajo 
el Antiguo Régimen se encuentran condenadas, una porque hace referencia a una 
esencia religiosa y absolutista del poder, la otra porque participa de un 
funcionamiento económico desde entonces condenado y no reprime la locura, la 
ociosidad, el crimen, manteniendo con ellos una complicidad de fondo. Condena sin 
apelación pero también se podría decir sin memoria: el parentesco que se estableció 
entre la locura, el crimen, la indigencia y el espacio religioso de tipo conventual no 
se rompe de forma decisiva, tampoco el trabajo obligatorio ni la idea de redención a 
la que está ligado. Simplemente el trabajo se verá afectado por una valoración 
positiva y la redención se llamará moralización. 
LA SECULARIZACIÓN DEL ESPACIO CERRADO 
A un primer nivel de observación, las modificaciones que sufre el espacio 
cerrado consisten en una destrucción de su antigua homogeneidad para pasar a 
una diversificación técnica de recintos Particulares que afectan a cada una de las 
categorías de reclusos que el viejo espacio había reunido. Surge el escándalo ante la 
antigua confusión entre el loco y el criminal y se intenta cuidadosamente no tratar 
al indigente como a un simple criminal. Se trata del nacimiento de un espacio asilar 
medicalizado, que se ordena en función de la aplicación de una terapéutica. 
Estamos ante la aparición de un espacio carceral humanizado: se acabaron las 
torturas y las injusticias, se acabaron las mazmorras malsanas en las que yacían 
los prisioneros acompañados de la enfermedad, la promiscuidad y el desenfreno; 
pero aparecen los edificios ventilados, el espacio asceptizado, la alimentación 
higiénica y las actividades sanas. El indigente ya no está anclado en esos grandes 
“encierros” en los que sin duda vivía bajo la mirada de Dios pero consumiéndose sin 
 
9 Ibid. 
ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO 
la menor esperanza de una vida mejor. Si todavía hoy se le encierra es para 
estimularlo por diferentes medios a mejorar su existencia. 
Sin embargo se puede encontrar, más allá de esta parcelación del espacio 
cerrado, un determinado número de temas comunes a todas estas nuevas 
instituciones susceptible de proporcionar el principio unitario. La especificidad de 
las actitudes respecto al enfermo mental, al indigente y al criminal no es capaz de 
ocultar la unidad de fondo de estas tres categorías. 
Señalemos en primer lugar el favor particular del que goza el espacio cerrado a 
comienzos del siglo XIX cuando alguien plantea el problema de la miseria, de la 
locura o del crimen. Y esto es especialmente flagrante en el caso de los utopistas. El 
paralelogramo de Owen, la Industrie House de Bentham son, en el papel como en 
sus múltiples tentativas de materialización, lugares cerrados, aislados del entorno; 
y precisamente por esto se presentan como soluciones al problema de la 
indigencia.10 Los filántropos franceses, desde Villeneuve de Bargemont al barón de 
Gerando, sueñan con fundar colonias agrícolas en las zonas incultas del territorio 
francés, colonias en las que los mendigos, los indigentes, los vagabundos y los 
criminales puestos en libertad puedan encontrar un trabajo y volver a la moralidad. 
En Inglaterra se construyen casas de trabajo (Work House) que son a la vez una 
fuente de empleo para los indigentes, una institución de vigilancia y un medio de 
intimidación para los ociosos. Al mismo tiempo se edifican las primeras prisiones y 
los primeros manicomios en un clima de polémicas apasionadas. Algunos proyectos 
buscan incluso combinar todas las formas precedentes en un solo establecimiento. 
Por ejemplo Marchand,11 sorprendente filántropo, sueña conuna “ciudadela de 
expiación” que sería a la vez una prisión, una colonia agrícola y manufacturera 
destinada a recoger vagabundos y mujeres de poca virtud, y además un lugar de 
experimentación de los sistemas fourierista y owenista, convenientemente 
“expurgados de sus elementos inmorales”. En esta fascinación por el espacio 
cerrado se puede, pues, encontrar un primer elemento común entre el manicomio, 
la prisión y las instituciones de indigentes. 
Paradoja: se valora el espacio cerrado al mismo tiempo que el espacio general 
tiende a unificarse bajo el tema monocolor de la propiedad privada. El problema 
constante que se planteará a los responsables del internamiento penal y 
hospitalario es esta exclusión del mundo libre del intercambio, de esta mercancía 
que es la fuerza de trabajo de los internados. Pero no se trata de una contradicción 
absoluta: excepción inadmisible en el mundo libre del intercambio, el internamiento 
es además este espacio particular considerado indispensable para el buen 
funcionamiento de los intercambios en el espacio general, ya que le proporciona la 
salvaguarda restituyendo o atribuyendo a los individuos de las categorías en 
decadencia una capacidad de trabajar y de adquirir. Por esto la reforma de los 
manicomios, de las prisiones y de las casas de caridad pueden también entenderse 
como la aplicación de una voluntad sistemática de puesta al trabajo de todos los 
internados. 
Pinel cuenta en un pasaje famoso del Traité de la manie que la idea de una 
reforma positiva de los manicomios se le ha ocurrido al ver un hospital de Zaragoza, 
en el que el trabajo era la regla general y la base de la terapéutica: 
 
10 Sobre este punto, POLANYI: The great transformation, capítulo “pauperism and utopia”, Boston, 
Beacon press, 1963. 
11 MARCHAND: Du pauperisme, París, 1845. 
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Desde la mañana, se les ve, a unos desempeñar los oficios serviles de la casa, a otros 
dirigirse a sus respectivos talleres, ya la mayoría dividirse en distintos bandos, bajo la 
dirección de algunos vigilantes inteligentes e instruidos, para repartirse con alegría por las 
distintas parcelas de un amplio terreno dependiente del hospicio y allí dividirse con una 
especie de emulación los trabajos relativos a las estaciones, cultivar el trigo, las legumbres, los 
tubérculos, y ocuparse sucesivamente de la siega, la trilla, la vendimia, y encontrar a la caída 
de la tarde, en su solitario manicomio, la calma y un sueño tranquilo. La experiencia enseña 
en este hospicio que el trabajo es el medio más seguro y más eficaz para ser devuelto a la 
razón, y que los nobles que rechazan con dignidad y desprecio toda idea de un trabajo 
mecánico obtienen la triste ventaja de perpetuar sus márgenes de insensatez y su delirio.12 
El carácter escandaloso de las casas de reclusión, precedente de las prisiones 
modernas, provenía sin duda de los malos tratamientos que en ellas se aplicaban a 
los internados, pero sobre todo de la abominable ociosidad en la que se les 
mantenía. Del mismo modo, el drama de la asistencia en el Antiguo Régimen 
provenía de mantener la ociosidad o de castigarla mediante el trabajo pero sin 
buscar el remediarla por el trabajo mismo. 
A diferencia del Antiguo Régimen, no se trata ya de una condena religiosa y 
moral del no trabajo, sino de una valoración positiva del trabajo, que posee ahora la 
virtud de suprimir la miseria, al menos en lo que tiene de escandaloso, de restituir 
su razón a los insensatos y su moralidad a los criminales. 
Precisamente en este proyecto de moralización reside el tercer principio de 
unidad entre el conjunto de instituciones que hemos considerado. 
En la primera mitad del siglo XIX, el término moralización es de un uso muy 
frecuente tanto en el discurso político como en el discurso culto. Concretamente 
designa una estrategia de sumisión de las clases trabajadoras y de las clases 
llamadas peligrosas a las nuevas normas de funcionamiento de la sociedad.13 Ésta 
estrategia se concretiza en tres tácticas relativamente diferentes. 
En primer lugar tenemos una tentativa de generalización de la moral burguesa 
mediante el desarrollo del hábito del ahorro y de la adquisición. Preocupación por 
extender las Cajas de Ahorros que aparecen por primera vez con la Restauración.14 
Preocupación por fijar la población, preferentemente en su lugar de trabajo. Los 
patronos industriales de vanguardia, los de la región de Mulhouse por ejemplo, 
facilitarán e impondrán a la vez a sus obreros la adquisición de una pequeña 
vivienda próxima a la fábrica. El lanzamiento de esta política de casas baratas, cuyo 
éxito conocemos, podría considerarse como una táctica de topologización de la 
sociedad.15 
La escuela es el segundo espacio de elección de esta estrategia. Deseada más 
que realizada, es considerada entonces mucho más como un medio de extender 
preceptos morales que de difundir conocimientos.16 
Sin embargo es en el manicomio, la prisión, la colonia de indigentes, donde 
ésta estrategia alcanzará la máxima intensidad. La moralización de los detenidos es, 
 
12 Ph. PINEL: Traité de la manie, París, año VI. 
13 Ver L. CHEVALIER: Classes laborieuses et classes dangereuses à Paris dans la première moitié du 
XIXeme siecle. Ed. Plon, París, 1958 (de próxima traducción en la Ed. La Piqueta). 
14 El duque de La Rochefoucault-Liancourt, que introdujo en Francia las Cajas de Ahorros, fue 
asimismo uno de los primeros especialistas de la reforma penitenciaria. 
15 Ver M. G. RAYMOND: La politique pavillonnaire, C.R.U., 1966. 
16 En tal sentido, L. BOLTANSKI: Prime éducation et morale de classe, Ed. Mouton, 1968 (Traducción 
castellana en la Ed. Laia). 
ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO 
si no el punto principal de aplicación de esta estrategia, al menos su más urgente 
objetivo: 
Aquellos que pretenden retrasar la reforma de las prisiones hasta el momento en que la 
educación haya terminado de extenderse por toda Francia y hasta que quede zanjado el 
problema del trabajo, no se dan cuenta del estado de nuestra sociedad. 
En un tiempo como este en que todas las convicciones están fluctuantes, son 
individuales y van a la ventura, no hay más que una reforma posible, la que procede de ciertos 
puntos convenidos y comprendidos por todos. El sistema penitenciario presenta esta ventaja; 
pues no se propone más que convertir a los criminales en observadores de las leyes e 
insertarlos así en la sociedad: tentativa que no exige más esfuerzos de reflexión que un estudio 
atento de las pasiones y de los resortes humanos de que disponemos.17 
A partir de esta idea de que es más fácil actuar sobre el hombre considerado 
aisladamente, y por tanto en un espacio cerrado en el que todas sus reacciones 
pueden ser controladas, emerge la fuente de júbilo moralizador que va a estimular 
tanto a los administradores de prisión o de casas de caridad como a los alienistas 
en los manicomios donde la moralización, con la medicina hemos topado, se 
llamará tratamiento moral.18 
A comienzos del siglo XIX el internamiento está por tanto destinado a fines 
puramente seculares. En todos sitios, y pese a sus diversas variantes, se encuentra 
una idéntica estructura: el espacio cerrado; una forma privilegiada de tratamiento: 
el trabajo; una misma función esencial: la moralización. Falta comprender por qué 
el espacio cerrado y el trabajo han podido ser habilitados así para producir esta 
moralización, que unifica en el mismo proyecto las diversas funciones parciales y 
contradictorias atribuidas a las tres instituciones consideradas individualmente; 
queda todavía por interpretar la significación real de esta transformación. 
REGENERACIÓN Y ADAPTACIÓN 
La desviación a partir del siglo XIX ya no es de orden religioso sino de orden 
económico, y la culpabilización de la miseria (no-trabajo y no-propiedad) ha sido elacontecimiento principal que ha hecho inclinarse a las estructuras represivas hacia 
un nuevo sistema. Es pues en el tratamiento de la indigencia donde se buscarán en 
primer lugar las claves del análisis de la desviación que ha permitido validar el 
espacio cerrado para los nuevos fines que se le asignan. 
La idea de crear colonias agrícolas para remediar el problema del pauperismo 
no ha sido introducida en Francia más que después de haber sido aplicada en el 
extranjero, en particular en Bélgica y en Holanda. 
En Francia, tampoco tuvo un éxito decisivo, ya que después de muchas 
discusiones y proposiciones, tanto en la Restauración como en la Monarquía de 
Julio la cuestión fue progresivamente abandonada. El proyecto consistía en crear en 
las landas de Gascuña y de Bretaña pequeñas comunidades de indigentes y 
pordioseros que roturasen las tierras incultas de estos países recibiendo al mismo 
tiempo una educación social y moral que los haría aptos para convertirse en 
verdaderos ciudadanos.19 
 
17 León FEUCHER: De la réforme des prisons, París, 1838. 
18 Ver R. CASTEL: Le traitement moral, Rev. Topique, núm. 2, 1970 (Traducción castellana en la obra 
colectiva Psiquiatría, antipsiquiatría y orden manicomial, Barral, 1975). 
19 HUERNE DE POMMEUSE: Des calonies agricoles et de leurs avantages, París, 1832. También, 
DUCPETIAUX: Colonies agricoles. Escuelas de reforma para indigentes, mendigos y vagabundos. 
JACQUES DONZELOT 
Cuando uno lee las proclamas de los administradores belgas de estos 
establecimientos o las de sus colegas franceses (grosso modo la corriente llamada 
Economía Social, de obediencia católica), destaca en primer lugar la reactivación del 
modelo monástico. Se tiene la nostalgia —más o menos explícita— de esos “oasis 
afortunados” que pueden satisfacer las necesidades de sus miembros al mismo 
tiempo que ejercen una acción moralizante. Pero además, y de forma más explícita, 
se constata la aspiración al restablecimiento de una sociedad que reposaría 
esencialmente sobre la agricultura, desplegando a la vez una gran diversidad de 
oficios. Las colonias agrícolas intentarán reproducir esta forma de organización del 
trabajo; combinación de un campo que proporciona lo esencial para el alimento de 
los pensionistas y de talleres artesanales que producen a la vez para el mercado y 
para las necesidades interiores. 
El fin de la colonia agrícola es proporcionar al indigente una asistencia tal que, 
por una parte, no sea un estimulo a la pereza, y por otra, lo regenere. Sobre esta 
intención regeneradora descansa toda su especificidad. En su más burda acepción, 
quiere ser no sólo solución al problema de la miseria, sino también a la 
degeneración de las clases trabajadoras, de la que es síntoma la multiplicación de 
los indigentes. 
Si queremos deducir las categorías de análisis que subyacen a la construcción 
de la colonia agrícola, podemos empezar por buscarlas del lado de esta dialéctica de 
la riqueza y de la miseria tan presente en las obras de economía social, de esta 
forma “atenuada” de la economía política de los utopistas o de los higienistas. La 
idea según la cual el aumento de las riquezas por el capitalismo podría implicar 
también un aumento de la miseria, constituye un punto de partida y una referencia 
constante para todas estas corrientes. Simplemente esta idea es más o menos 
radical según las distintas corrientes y se articula a su vez con estrategias políticas 
diferentes. En los utopistas corresponde al sentimiento de una proletarización 
creciente de la mayoría de las categorías sociales. A la cuestión de “¿cómo evitar 
esta proletarización?”, responden: por medio de la asociación, de la cooperación. De 
aquí se deriva el principio de las microsociedades utópicas, valoración de un espacio 
cerrado, aislado de las leyes del mercado, en donde podría subsistir un grupo que 
escaparía, por una parte, a la proletarización, por otra a la alienación. Este segundo 
tema se deriva de hecho del primero, la alienación se plantea en función de la 
oposición campo-ciudad, lo que constituye un corolario de la dialéctica riqueza-
miseria. Frente a los desastres de la urbanización y de la parcelación del trabajo, la 
utopía se presenta como regeneración del hombre, resurrección de su ser natural. 
Las utopías de Cabet, Owen, Fourier se comprenden en primer lugar como 
estrategia de rechazo de la proletarización. Las investigaciones sobre nuevas formas 
de organización social son especulaciones que se caracterizan por este rechazo y 
suponen la supresión del orden existente. Por el contrario, la colonia agrícola, 
partiendo de los mismos análisis, como veremos, es prioritariamente un modo de 
integración en el orden social existente. Los economistas sociales y los higienistas 
se definen por la gestión de los elementos marginales y desviados de la sociedad con 
un fin de “regeneración”, que al mismo tiempo tiene como objetivo su sumisión al 
orden establecido. 
Dos temas están presentes en todas las obras que estimulan a la fundación de 
colonias agrícolas: el de la nocividad del medio urbano y el de los estragos causados 
por la división excesiva del trabajo. 
ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO 
Productora de riqueza, la ciudad del siglo XVIII es además productora de 
artificialidad. La excitación de las necesidades y de los disfrutes que la caracterizan 
favorece el desarrollo de la producción al mismo tiempo que engendra una 
inmoralidad, un gusto por lo desmedido tan incompatible con las leyes divinas como 
con las leyes naturales. Son testigos de esta corrupción los filósofos y los 
economistas, y a finales de siglo, también los médicos: entre las causas que pueden 
explicar el suicidio, Esquirol coloca en primerísimo lugar esta intensificación 
artificial de la existencia: 
Cuanto más desarrollada está la civilización, más excitado está el cerebro, más activa es 
la susceptibilidad, más aumentan las necesidades, más imperiosos son los deseos, más se 
multiplican las causas de la pesadumbre, más frecuentes son las alienaciones mentales, más 
suicidios deben producirse.20 
Se pasa así de un registro moral a un registro médico, de una denuncia de la 
inmoralidad a una etiología de la locura, del suicidio, de la miseria. La explicación 
se desdobla en dos registros complementarios: el producido por el concepto de 
medio y el que trata de la división del trabajo. 
El tema de la cloaca urbana recorre toda la literatura de observación social o 
de acción caritativa del siglo XIX. Designa un espacio que es a la vez lugar de 
inmoralidad (promiscuidad, incesto), lugar de insalubridad (ausencia de higiene, 
contagio) y de decadencia de la raza (raquitismo).21 
A través de este tema la degeneración es puesta en relación con el estudio del 
medio, es decir, con la búsqueda de una explicación que incluya en una 
determinante unitaria causalidades de orden físico y moral a la vez. A este nivel, 
pues, la degeneración es analizada sirviéndose de un esquema indisolublemente 
médico y moral. 
El otro tema es el de la excesiva división del trabajo: 
En un análisis profundo se constata que el principio de la división del trabajo refuerza la 
negatividad, ya por sí misma maligna, que la vida manufacturera tiene sobre la vida de un 
pueblo. Estamos convencidos de que si este famoso principio alcanza el desarrollo al que la 
codicia lo empuja, formará una raza de hombres cobardes y degradados.22 
Este texto data de 1815, su autor es un tal Lemontey, más literato que teórico, 
pero que fue uno de los primeros en hablar de las consecuencias nefastas de la 
división del trabajo y que será citado numerosas veces durante la primera mitad del 
siglo XIX. El tema no es sin embargo ajeno a los economistas: para J. B. Say, un 
hombre que no hace en toda su vida más que una sola operación, sin duda 
consigue ejecutarla mejor y con más rapidez que cualquier otro hombre,“pero al 
mismo tiempo se convierte en alguien cada vez más inútil para cualquier otra 
ocupación, sea ésta física o moral; sus otras facultades se apagan y el resultado es 
una degeneración en el hombre considerado individualmente”.23 
Miseria y debilidad por un lado, servilidad y ausencia de emulación por otro; la 
influencia del medio y de la división excesiva del trabajo manufacturero produce un 
hombre degradado que por serlo estará expuesto más que ningún otro a las 
seducciones: “para quien no tiene ninguna idea, cualquier idea es una novedad, del 
mismo modo que la embriaguez es más propensa en quien nunca tomó licores 
 
20 ESQUIROL: “Le suicide”, artículo en Dictionnaire des Sciences médicales, 1819. 
21 Ver bibliografía sobre los observadores sociales en H. RIGAUDAIS-WEISS: Les enquêtes ouvrières 
en France de 1830 á 1848, París, 1938. 
22 LEMONTEY: Raison, folie, París, 1815. 
23 Citado por VILLENEUVE-BERGIMONT: Histoire de l'économie politique, París, 1841. 
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fuertes. En el seno de los pacíficos rebaños es donde los abismos hacen los mayores 
estragos. Una masa de estúpidos se precipita sobre el más vil de los jefes con la 
ceguera de la ignorancia y la impetuosidad de las nuevas impresiones”.24 Debido a 
esta incapacidad para discernir entre lo justo y lo injusto, entre lo natural y lo 
artificial, el pobre converge con el rico en una pérdida común de identidad. 
La colonia agrícola es la aplicación práctica de este análisis: creación de un 
medio natural en oposición al medio urbano, artificial e insalubre; posibilidad 
concedida al hombre para ejercer sucesivamente, o simultáneamente, distintos 
trabajos de fábrica o de cultivo. Proyecto global de regeneración del hombre 
alienado por la civilización, asociado y subordinado a una estrategia de sumisión al 
orden político. 
La creación en Inglaterra de las Work Houses corresponde asimismo a una 
condena de la indigencia y es a la vez una tentativa para delimitarla y suprimirla. Si 
bien sus formas son muy semejantes a las de la colonia agrícola (encierro, trabajo 
obligatorio), el dispositivo estratégico que ponen en marcha corresponde a 
categorías de análisis totalmente diferentes, cuyo principio esencial lo proporciona 
la oposición individuo-sociedad. 
Hasta 1834 la asistencia a la indigencia en Inglaterra descansaba en la tasa de 
los pobres, impuesto percibido en las parroquias sobre los propietarios agrícolas y 
manufactureros, redistribuido a las familias en forma de un salario de apoyo, de un 
subsidio de paro o de una subvención caritativa. Indexado a partir del precio 
agrícola, funciona a la vez como un sistema de ayuda caritativa con carácter 
religioso y como un instrumento económico de regulación del mercado mediante un 
doble efecto de estabilización de los salarios y de garantía del mercado interior. 
La ley de 1834, al suprimir la asistencia a los pobres, conmociona 
completamente este equilibrio que estaba en perfecta armonía con el capitalismo 
agrario, pero que no correspondía al desarrollo de las manufacturas, puesto que 
aseguraba una renta mínima a la porción pobre de la población y por tanto la 
estimulaba a vivir en la dependencia de las parroquias falseando así los datos del 
mercado de la mano de obra. 
En las grandes encuestas exigidas por el Parlamento en 1832 para preparar la 
nueva ley sobre los pobres, las categorías fundamentales del análisis son muy 
diferentes de las utilizadas por los propagandistas de las colonias agrícolas. Se las 
podía reagrupar bajo una misma rúbrica constituida ahora por la oposición 
individuo-sociedad. En efecto, el pauperismo queda ahora relegado a una dimensión 
puramente moral, es definido como anclamiento en la pereza, elección espontánea 
de ociosidad y exceso. En consecuencia la alternativa es, o bien una asistencia 
caritativa que estimule esas inclinaciones, o bien una coacción que las haga 
imposibles. La situación trágica del pobre no es pues en este caso el fruto de una 
historia que se habría “torcido” y que habría falseado sus condiciones naturales de 
existencia al igual que las del rico, sino que es una consecuencia de la actitud 
moral de individuo. Y dado que esta forma de pensamiento no considera más que a 
los individuos, el proletario no es concebido en términos de familia, sino tomado 
aisladamente. No se duda en separar a los niños de sus padres, al marido de la 
mujer, en la Work House existen talleres y dormitorios separados para hombres y 
mujeres, además de otros para niños. 
 
24 LEMONTEY, op. cit. 
ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO 
La Work House se define pues por el proyecto de reducir las malas 
inclinaciones del hombre, de corregir su naturaleza viciosa. Para ello pone en 
práctica un sistema coercitivo que se despliega en tres vertientes esenciales: 
primeramente, instauración de coacciones disciplinarias que regularizan la 
existencia según el empleo muy estricto del tiempo, no dejando huecos a la 
ociosidad; en segundo lugar, separación total de los individuos, ignorancia de la 
familia, pero sobre todo rechazo de todas las formas de reunión distintas de las 
contractuales o abstractas; en líneas generales se puede decir que las formas 
religiosas y emocionales de reunión son reemplazadas por otras segmentarías y 
abstractas que no reciben su unidad más que de un sistema de transacción 
(sociedades de socorros mutuos, Cajas de Ahorros) en tanto que condición de 
adaptación a la sociedad real. En resumen, formas de unidad impuestas del exterior 
sustituyen a las formas espontáneas y por tanto peligrosas de reunión de los 
obreros. 
Observemos que esta oposición individuo-sociedad nos proporciona también la 
clave de un segundo tipo de utopía, que representa en relación a la Work House lo 
que el falansterio respecto a la colonia agrícola: una radicalización profunda de 
cada uno de los análisis subyacentes, más aquí no se trata de regeneración, sino de 
una adaptación total del individuo por medio de una coacción generalizada. Un 
buen ejemplo nos lo proporciona el Panopticon de Bentham, presentado en la 
Asamblea Constituyente de 1791. Nuevo principio de organización de una 
comunidad, el Panopticon busca sobre todo resolver el problema de la prisión, mas 
solamente “porque la importancia y la dificultad del problema le han parecido que 
merecía la pena en primer lugar llamar la atención del legislador”. De hecho, su 
autor desea extender la aplicación sucesiva de su invento a otros establecimientos 
(escuelas, manufacturas) para lo cual, afirma, “no habría más que retocarlo en 
algunas precauciones que exige”. Veamos los términos en los que Bentham 
formulaba su proyecto: 
Si se hallara un medio de hacerse dueño de todo lo que puede suceder a un cierto 
número de hombres, de disponer todo lo que les rodea, de modo que hiciese en ellos la 
impresión que se quiere producir, de asegurarse de sus acciones, de sus conexiones, y de todas 
las circunstancias de su vida, de manera que nada pudiera ignorarse, ni contrariar el efecto 
deseado, no se puede dudar que un instrumento de esta especie, sería un instrumento muy 
enérgico y muy útil que los gobiernos podrían aplicar a diferentes objetos de la mayor 
importancia.25 
En su formulación ideal, la colonia agrícola es un espacio inductor. A través de 
la convergencia de una naturaleza reestablecida a escala de la sociedad humana y 
de una sociedad reconducida a su substrato natural, la familia, por su parte, puede 
restituir al hombre a su dimensión genérica, su salud física y moral y en 
consecuencia su capacidad y su voluntad de trabajo; en una palabra, la colonia 
agrícola es regeneradora. 
En oposición la Work House se define como un espacio reductor. Mediante una 
acción exclusivamente coercitiva, pretende a la vez la disociación de grupos 
constituidos y la desindividualización de cada elemento mediantela uniformización 
de todos bajo la misma ley de un trabajo mecánico, monótono y regularizado; la 
Work House tiene una finalidad puramente adaptadora. 
Diferentes en sus principios de constitución, la colonia agrícola y la Work 
House presentan sin embargo entre sí una unidad más esencial basada en la misma 
 
25 J. BENTHAM: Panopticon, 1790 (Reedición en castellano en las Ed. de La Piqueta, en esta misma 
Colección). 
JACQUES DONZELOT 
función que ambas asumen: relevar la práctica económica por prácticas médicas y 
morales, precisamente en los casos en los que lo económico está ausente. Lo que en 
un plano es leído en términos de salarios, de empleo, de paro, se convierte en el otro 
en inmoralidad y/o degeneración, tornándose la indigencia en ilegalidad, al mismo 
tiempo que el crimen y la enfermedad mental son psicologizados y patologizados. 
En consecuencia el indigente se encontrará en estrecha vecindad con las dos 
categorías fundamentales de “marginados”: el enfermo mental y el criminal. La 
mezcla indisoluble de condena moral y de solicitud médica en la que habitan 
mutuamente el loco y el criminal aparecerá desarticulada en su doble faz 
contradictoria gracias al juego de estrategias políticas divergentes que denuncian 
con mayor vehemencia a una de ellas. La medicalización de la locura pero también 
del crimen favorece el tema de su naturaleza perdida en los medios urbanos 
favorecedores de degeneración. Su psicologización se articula sobre una teoría que 
hace del hombre un ser sometido a su naturaleza instintiva, que pasa fácilmente del 
vicio al libertinaje, al exceso.26 
La unidad contradictoria del internamiento moderno reposa enteramente en 
esta doble y contradictoria operación que le proporciona la facultad de regenerar 
pero también de adaptar. 
Si se quiere desentrañar ahora la diferencia existente entre el manicomio y la 
prisión, más que buscarla en la oposición entre una voluntad de castigar y una 
voluntad de curar deberíamos buscarla en una variación del acento puesto tanto en 
una como en otra de estas dos dimensiones. La clausura delimita un espacio 
adecuado para una empresa de moralización al mismo tiempo que satisface una 
triple exigencia de segregación, de punición y de terapéutica del descarriado. Aún 
más: mediante la fusión que el encierro materializa de sus objetivos, satisface a la 
vez las exigencias de una justicia que no se limita a ser simplemente retributiva 
sino que quiere ser también redentora, y las de una terapéutica que quiere arrojar 
fuera de sí el lastre de una pesada carga de intimidación. 
Las vivísimas polémicas en las que se enzarzan las diferentes corrientes de 
especialistas penitenciarios entre 1830 y 1850, conciernen precisamente a la 
importancia relativa que es preciso conceder a cada una de estas dimensiones, pese 
a que la cuestión nunca haya sido planteada en tanto que alternativa global entre 
una y otra. 
Entre los partidarios del solitary confinement encontramos la misma visión 
atomística de la sociedad que en la Work House. La condena lanzada contra los 
grupos formados por afinidades emocionales constituye un medio de previsión 
contra el contagio del crimen que la promiscuidad facilita. Hay que aislar al 
individuo del vaho corruptor que resulta de las aglomeraciones, debilitar las 
individualidades exacerbadas obligándolas a ejercicios monótonos, y en este 
receptáculo apacible en el que se ven convertidos, se podrá depositar un germen 
fecundo a través de la voz de hombres sensatos e ilustradas. 
Para los defensores del encierro en común. es preciso, al contrario, 
salvaguardar la existencia colectiva suprimiendo por el silencio lo que allí pueda 
haber de peligroso y conservando lo que es intrínsicamente del orden natural. Esta 
comunidad laboriosa y silenciosa será para cada uno algo así como una 
semifamilia, situada a medio camino entre la familia real y la gran familia humana. 
 
26 El adolescente en el siglo XX va a ocupar la plaza del indigente en esto trilogía de la desviación. 
Estudiaremos al detalle esta sustitución en un artículo titulado “Le troisième âge de la répresión”. 
ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO 
Este sentimiento familiar los penetrará y los reconfortará, y mucho más si se tiene 
en cuenta que ejercerán sus pacíficos trabajos en contacto directo con la 
naturaleza, en una prisión instalada en campo abierto, a imagen de las colonias 
agrícolas. 
Entre la “robinsonada controlada” y la microsociedad regeneradora existen mil 
combinaciones posibles. Y en el marco de la actual red penitenciaria son aún 
perceptibles las variaciones de dosis que testimonian las alteraciones humorales 
existentes entre los diferentes legisladores que se han sucedido desde entonces. 
En la construcción de los hospitales psiquiátricos la coacción se armoniza sin 
problemas con los elementos regeneradores sobre los que pesa más fuertemente el 
acento: “Un establecimiento, cuyo principal objetivo es el de aislar del mundo a 
seres que la vida social ha privado de su razón, necesariamente produciría 
consecuencias si se situase en medio de los hombres. Y puesto que la alienación, en 
la inmensa mayoría de los casos, debe su origen a nuestros vicios, pasiones, 
miserias, en una palabra a la civilización, es preciso alejar a la víctima de los 
lugares que le evocan su mal”.27 Una campiña solitaria, con terrenos cultivables, 
hermosos paisajes, aire puro que invita a pasear, engendran una sana fatiga y 
disponen al reposo del alma; sobre esto el acuerdo es unánime. La coacción, la 
reclusión individual no son menos necesarias, pero entre estos elementos y los otros 
existe a la vez complementariedad y encadenamiento lógico. Hay que reducir en 
primer lugar la enfermedad, el exceso, para que pueda obrar la naturaleza. 
Vemos pues como las categorías de saber que permiten explicar la 
“marginación” a comienzos del siglo XIX, pese a divergencias de fondo con el 
monasterio, concurren sin embargo a reactivar dos aspectos fundamentales de éste: 
su sistema disciplinario y su carácter de comunidad humana que escapa a las 
disipaciones seculares (medio, historia). 
EL TRABAJO TERAPÉUTICO 
El tema del trabajo unifica en una misma praxis terapéutica esta doble 
estrategia de regeneración y de adaptación. 
En el manicomio, el trabajo es simultáneamente considerado como 
procedimiento individualizante y como técnica de desindividualización. Para Brierre 
de Boismont, hay que establecer una gradación en las ocupaciones laborales de los 
alienados. Aquellos cuyas facultades se ven considerablemente degradadas 
recibirán tareas que no reclaman “más que ligeras combinaciones”. Aquellos cuya 
inteligencia está en vías de restablecerse podrían ser encargados de trabajos más 
enriquecedores (cerrajería, albañilería, carpintería). En esta perspectiva 
individualizante el trabajo agrícola es, por supuesto, el más eficaz. “En los Países 
Bajos, los alienados de las ciudades son confiados a los granjeros que lejos de 
utilizar medios restrictivos, ignoran hasta la existencia de esos medios (los 
medicamentos) y de todos los instrumentos mediante los cuales creemos estar 
obligados a someter a los enfermos. Todo su tratamiento consiste en asociar sin 
prejuicios a esos infortunados con sus trabajos agrícolas, y aún no se ha podido 
citar un solo ejemplo de evasión. Estos granjeros son, con mucho, más sabios que 
los doctores”.28 
 
27 Scipion PINEL, op. cit. 
28 BRIERRE DE BOISMONT: “Remarques sur quelques établissements d'aliénés”, en Annales 
d’hygiène publique et de médecine légale, París, 1847. 
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En el fondo basta con encontrar el encadenamiento providencial de todo lo que 
es lógico y moral: al trabajar, el hombre se hace útil a la sociedad y toma conciencia 
de su importancia, encuentra así su individualidad. “En Bicêtrelos alienados 
estaban en su mayoría pálidos, malhumorados, y no salían curados más que con el 
triste pensamiento de reingresar tal vez pronto: en la granja de Sainte-Anne los 
encontramos alegres, vigorosos y gracias al trabajo otra vez conscientes de sí 
mismos, a la vez que seguros de una existencia no desprovista de valentía”.29 
Los signos de la curación a través de esta forma de trabajo son “un aire de 
calma y el retorno al buen humor”. Por el contrario, en su utilización 
desindividualizante, la sanción positiva de la terapéutica del trabajo vendrá dada 
por una “mayor paciencia” y “la aparición de un aire de resignación”.30 
Para los exaltados lo más eficaz es un trabajo mecánico, regularizado, 
monótono: “Coged a un furioso, introducidlo en una celda, destrozará todos los 
obstáculos y se abandonará a las más ciegas embestidas de furor. Ahora 
contempladlo acarreando la tierra: empuja la carretilla con una actividad 
desbordante, y regresa con la misma petulancia a buscar un nuevo fardo que debe 
igualmente acarrear: es verdad que en cada pausa se detiene para exhalar su furor 
en frases incoherentes, es verdad que grita, que jura a la vez que conduce su 
carretilla; pero en último término es el más intrépido de los obreros. Su exaltación 
delirante no hace más que activar su energía muscular que se encauza en beneficio 
del propio trabajo”.31 
Mediante este simple procedimiento, el alienado, al que sus excesos habían 
hecho abandonar la vida real, vuelve a encontrar la ley común. Se acabó la 
efervescencia de la imaginación, los arrebatos fogosos y los signos diversos de 
exaltación delirante. Un trabajo constante y regular cambia la cadena viciosa de las 
ideas y somete al hombre a las imposiciones necesarias de la vida social. 
Terapéuticamente ajustable a todas las variedades de delirio, el trabajo es 
también un test de curación: el principal papel del vigilante debe ser el de detectar a 
aquellos que trabajan con apatía. De este modo, podrá proporcionar al médico 
informaciones útiles para cuando llegue el momento de pronunciarse sobre la 
curabilidad de los enfermos, ya que “es muy raro que aquellos que han estado 
trabajando constantemente sufran después alguna recaída, del mismo modo que se 
derivan los peores presagios de su repugnancia hacia las ocupaciones activas o 
constantes”.32 
En la prisión, el trabajo ha sido también instaurado a partir de estas dos 
variantes: 
– Por un lado el trabajo agrícola, reservado sobre todo a jóvenes delincuentes y 
el trabajo artesanal, que también puede asociarse con el solitary confinement, 
destinado a los detenidos que reciben en silencio las instrucciones de un capataz 
que les da ordenes desde el exterior. 
– Por otro, todo un surtido de trabajos mecánicos y humillantes que por 
supuesto deben ser improductivos para no alterar el mercado. El más célebre de 
tocos es el tread-mill (molino de disciplina) cuyo principio es el siguiente: quince, 
veinte o treinta hombres sostienen una barra de madera, sobre una línea paralela, y 
 
29 BRIERRE DE BOISMONT, art. cit. 
30 Scipion PINEL: Traité complet du régime donataire des aliénés, París, 1836. 
31 Scipion PINEL, op. cit. 
32 Scipion PINEL, op. cit. 
ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO 
apoyando alternativamente los pies en los peldaños de una especie de noria, hacen 
que se mueva por el peso de su cuerpo, de modo que pese a su movimiento 
permanecen siempre en el mismo sitio. Cada rueda cilíndrica tiene diferentes 
números; después de haber dado una cantidad determinada de pasos, cada 
detenido avanza un número y el que está en el otro extremo lo desciende, mientras 
que el opuesto a él lo sube.33 
LA MORALIZACIÓN 
Se pueden ya extraer un cierto número de conclusiones referentes al 
funcionamiento moralizador del espacio cerrado. 
1. El espacio cerrado es un lugar en el que las leyes del intercambio han sido 
artificialmente abolidas para ser naturalmente reencontradas. El intercambio es 
teóricamente imposible en el manicomio y en la prisión porque en ellos todo ha sido 
dado, es decir impuesto; lo que ha sido dado, es esencialmente la naturaleza, pero 
no cualquiera: se trata de la naturaleza que no cuesta nada. ¿Hay algo más 
significativo que el asombro de los primeros reformadores de las antiguas 
mazmorras cuando constatan que los prisioneros viven en células donde la luz no 
entra nunca, en cloacas pestilentes y mal ventiladas? Preocupación médica y 
humanitaria sin duda, pero también reacción puramente lógica: el aire, la luz y el 
sol fueron dados al hombre, es más, sólo esto le fue regalado. A estos residuos 
médicos de una idea de naturaleza, cuya importancia conocemos en el siglo XVIII, 
los constructores del manicomio añaden, como hemos visto, el paisaje. La sociedad 
será impuesta tanto bajo el aspecto de un paternalismo que se inscribe en el 
registro mítico de la familia, como bajo la forma de una violencia sin tapujos 
ejercida por el personal sobre el detenido. 
Pero el intercambio no se suprime más que para encontrar el fundamento, la 
ineluctable necesidad. El manicomio y la prisión no pretenden crear un medio 
económico diferente del medio normal, sino un estado limite de éste a partir del cual 
el medio normal se reconstituye lógicamente. En este sentido la cárcel y el 
manicomio no son tanto la negación del intercambio como su grado cero. Lo que 
pertenece de pleno derecho al individuo se le concede, y lo que proviene de la esfera 
de la adquisición de la que está privado será puesto en relación con la sumisión a 
las coacciones sociales. 
El espacio cerrado se define, pues, como una disposición límite de la relación 
naturaleza-sociedad mediante la cual el intercambio se ve reafirmado como mundo 
(naturaleza y sociedad). 
2. El espacio cerrado reúne y articula dos estrategias diferentes: la 
regeneración y la adaptación. Lo que es dado y lo que se impone pueden funcionar a 
la vez como tales, tanto bajo su forma prosaica como bajo su forma mítica. La 
naturaleza es tanto un mínimo vital concedido por derecho al detenido, como una 
potencia soberana que, restituida en su plenitud, ejerce una función regeneradora 
sobre el individuo. La sociedad puede ser impuesta por pura coacción, o ser 
presentada como regeneradora en su versión mítica: la familia. Por su valorización 
global el trabajo unifica y engloba esta doble estrategia. 
 
33 MOREAU-CHRISTOPHE: Rapport sur les prisons de l’Angleterre, de l’Ecosse, de la Hollande, de la 
Belgique et de la Suisse, París, Imprimerie Royale, 1839. 
JACQUES DONZELOT 
3. El espacio cerrado extrae su fundamento y su coherencia de una doble 
valoración del aislamiento. La desviación es reconducida, en efecto, a dos niveles: 
uno que es pura exterioridad (el medio, la civilización), otro que es pura interioridad 
(elección moral). Para paliar los efectos nocivos del medio hay que efectuar un 
desplazamiento de los individuos para instalarlos en un espacio protegido del medio 
por la clausura. Y para actuar eficazmente sobre la moralidad del individuo, es 
preciso aislarlo previamente a fin de poder inculcarle preceptos de conducta sin que 
se vea perturbado por ninguna otra influencia. 
4. Tras la teoría de una preocupación humanitaria de moralización del recluso 
no hay más que dos operaciones concretas: 
– La generalización del trabajo obligatorio bajo una forma caricaturesca. 
– La destrucción sistemática de toda forma espontánea de vida social, de toda 
manifestación de un deseo. 
La separación de los sexos, la clasificación de los reclusos en función de la 
edad, tipo de crimen o enfermedad, el aislamiento individual, la obligación del 
silencio, constituyen una serie de "reformas" que hacen del espacio cerrado una 
antisociedad, no dejando subsistir de la vida social más que su aroma espiritual: la 
recuperación de la fuerza de trabajo mediante la destrucciónde todo deseo, la 
idealización de la sociedad y su supresión concreta. En este sentido el manicomio y 
la prisión no son más que la ejemplificación extrema de la estrategia política de 
"moralización" desencadenada por la burguesía a comienzos del siglo XIX, cuya 
lógica efectiva era la disolución de toda forma espontánea de vida social. La 
emergencia del capitalismo no está simplemente marcada, como creía Max Weber, 
por la secularización del ethos ascético sino también por la secularización de las 
formas organizativas de la vida monacal, sobre todo en el manicomio y en la prisión 
pero no menos en las manufacturas (separación de sexos, obligación del silencio, 
etc., duramente sentidos por los trabajadores),34 o en la escuela (importante 
desarrollo del internado a comienzos del siglo XIX).35 
Del antiguo espacio religioso de exclusión a la aparición del manicomio y la 
prisión moderna existe, pues, no una ruptura radical sino lo que se podría llamar 
una transferencia de sentido de una misma estructura de segregación, que no ha 
perdido su carácter religioso más que para hacer sitio a un programa regenerador y 
adaptador, a una práctica esencial: el trabajo, que ya no tendrá tanto un valor 
expiatorio cuanto un valor terapéutico, y a una función moralizante que ya no está 
orientada hacia la vida religiosa sino hacia la vida social efectiva. 
Este cambio relativo se ha efectuado sin embargo, bajo el signo de una alianza 
total entre la imposición de un arbitrario cultural nuevo (cultura del intercambio) y 
el arbitrario de la dominación de una clase. La psicologización y la patologización de 
la desviación se realizaron sobre la base de la condena moral de las clases 
dominadas y de la necesidad de su sumisión. 
El manicomio y la prisión constituyen, pues, dos lugares en donde reinan 
absolutamente los valores dominantes y en donde se efectúa no menos totalmente 
un control de los elementos refractarios de las clases dominadas. Constituyen de 
algún modo el segundo grado de las formas de reproducción del nuevo orden socio-
 
34 Consúltense sus numerosas protestas en el diario L’atelier contra la manufactura, el monasterio y 
la prisión 
35 Sobre este punto ver: Ph. ARIÈS: L’enfant et la vie familiale sous l’Ancien Régime, Ed. Plon, París, 
1961. 
ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO 
cultural. La ideología médica releva con gusto a la ideología religiosa en los lugares 
y espacios en los que tenía el campo libre, pero mientras que esta última 
fundamentaba todo el orden social, la ideología médica no juega más que un papel 
auxiliar. 
	Las formas de represión en el Antiguo Régimen
	La secularización del espacio cerrado
	Regeneración y adaptación
	El trabajo terapéutico
	La Moralización

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