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JACQUES DONZELOT. “ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO”.* En: AA.VV.: Espacios de poder, Madrid, La Piqueta, 1991, pp. 27-51. El descrédito casi general que afecta en la actualidad a las instituciones cerradas se formula espontáneamente según un razonamiento que se podría calificar de recurrente y que hace, por ejemplo, del cuartel la verdad del instituto de enseñanza media, y de la prisión la verdad del cuartel. Esta critica espontánea se encuentra duplicada flor una critica culta que ha encontrado en Erving Goffman1 su figura intelectual. Partiendo del estudio de la condición social de los enfermos mentales en una clínica psiquiátrica, llega a desgajar un cierto número de rasgos constitutivos de la vida social en instituciones netamente divergentes en cuanto a sus fines oficiales se refiere. Para él, el manicomio, la prisión, y asimismo el convento, el cuartel, el campo de concentración, el equipamiento de un barco, se organizan según las mismas leyes generales: aislamiento respecto al mundo exterior, promiscuidad de los recluidos, programación del conjunto de la vida cotidiana, observación de un único reglamento, ruptura total entre gobernantes y gobernados. La demostración de Goffman conlleva de hecho dos resultados esenciales: por una parte, la puesta en evidencia de una alienación social constitutiva de la estructura del asilo, y por otra, la demostración de que existe una unidad en profundidad de una serie de instituciones. Ahora bien, el radicalismo indudable del análisis por lo que se refiere al primer punto, es mucho menos evidente en lo que concierne al segundo. Existe en efecto una especie de empirismo de coleccionista en su investigación acerca de las “instituciones totalitarias”. Ausencia de teoría: estas instituciones pueden indistintamente navegar en los mares (equipamiento de un navío), emerger en las estepas siberianas (campos de concentración) o deberse a los fondos de la cristiandad (convento). Ausencia también de historia: todas estas variaciones sobre un mismo tema vagan en una eternidad flotante. Sería sin duda una querella de mala fe reprocharle que no ha hecho lo que no estaba en su proyecto realizar si éste no implicase una ambigüedad difícil de salvar. Se puede uno preguntar en qué medida la empresa de Goffmann se separa realmente de la sociología americana de las organizaciones que ha encontrado su felicidad en el descubrimiento de la famosa dimensión humana de la empresa y según la cual, como se szbe, los comportamientos de rebeldía o de rechazo se ponen en relación con los disfuncionamientos internos de la fábrica y no con la estructura global de las relaciones de producción: Posiblemente el estudio de Goffmann no es más que el ejemplo límite de esos análisis con dificultades propias de una organización compleja, análisis que excluyen toda interrogación acerca de su modo histórico de constitución: estudio de las organizaciones límites, en las que la lógica organizacional de sana pasa a ser aberrante, y el hombre adaptado se convierte en alienado; y la conclusión principal que uno puede obtener, es que allí donde la * Publicado en la revista Topique, núm. 3, mayo de 1970, pp. 125. 151. 1 Erving Goffman: Axiles (trad. frac. en Ed. de Minuit, 1968, presentación de Robert Castel). (Ed. castellana en Amorrortu.) JACQUES DONZELOT dimensión humana es más radicalmente negada (institución totalitarial, no deja sin embargo de afirmarse aprovechando la menor fisura de la institución, inventando relaciones ocultas (adaptaciones secundarias). Se ve cómo Goffmann podía bajo este aspecto poner en cuestión todos los proyectos psicosociológicos en general y particularmente el movimiento de modernización y “de humanización” que afecta actual mente al manicomio y a la prisión. La supresión o el remodelamiento de las rupturas (entre el interior y el exterior, entre gobernados y gobernantes), la modificación de la utilización de la palabra permitirían el paso de una era teratológica a una era positiva sin que esto suponga sin embargo cuestionar el sentido de estas reformas. La significación de la práctica psiquiátrica o penal no se encontrar ía por tanto aclarada. Ahora bien, existe en el rigor del análisis de Goffmann una serie de datos para pasar a otro tipo de investigación que partiendo de esta ruptura constatada entre las justificaciones de una institución y su funcionamiento, intentase describir a la vez la lógica de su puesta en marcha y la significación sociológica de su funcionamiento; en resumen, analizar la relación existente entre una estructura social determinada y una institución concreta con funcionamiento totalitario en su génesis y en sus transforrriaciones. Es esto lo que intentaremos hacer respecto al manicomio y a la prisión. Subrayemos antes de nada la particularidad de estas dos organizaciones respecto a las otras instituciones disciplinarias. Si consideramos el cuartel, la custodia de los soldados en un espacio cerrado forma parte de las exigencias de la disciplina que es en si misma el medio de su propio fin, es decir, que la clausura del espacio está aquí en relación de instrumentalidad técnica con la finalidad de la institución. Al revés, en el manicomio o en la prisión, la delimitación de un espacio cerrado no está en relación directa con el conjunto de los fines de la institución; el espacio cerrado es en este caso mediación, síntesis concreta de fines distintos. En el primer caso, el espacio cerrado es un elemento más en una serie de medios disciplinarios homólogos. En el segundo, es una estructura compleja que debe articular fines divergentes (castigar y resocializar, convenir en inofensivo y curar). El espacio cerrado es también una estructura determinante, en la medida en que es el medio de la coposibilidad de estos fines y es tanto más valorado cuanto más contradictorios son los fines que debe articular. Existe pues toda una serie de instituciones que se podrían llamar disciplinarias (el cuartel, el equipamiento de un navío, el internado, el campo de concentración) que, por su uso y su eficacia elemental, tienen -un carácter en cierta medida ahistórico y universal. Sin duda la modernidad les ha concedido por distintas razones una suerte particular, pero sin que exista el sentimieato de innovación respecto a ellas. El nacimiento del manicomio y de la prisión a comienzos del siglo XIX presenta por el contrario una aureola de descubrimiento revolucionario. Ambos aparecen amparados por los prestigios de la novedad, de la eficacia y de la filantropía. Si bien en su principio de funcionamiento no difieren fundamentalmente del monasterio que existía desde hace casi dos mil años o del campamento militar, que se puede hacer remontar al Imperio romano, esto hace todavía más necesaria su arqueología, es decir, el análisis de las condiciones de aparición de esta valoración del espacio cerrado que las distingue de las instituciones de represión. A este fetichismo del espacio cerrado de comienzos del siglo XIX se opone el actual movimiento de reforma que tiende a descalificarlo. El muro que -rodea el manicomio se asocia actualmente a las cadenas de las que libera Pinel a los locos ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO en el almacén de accesorios inútiles y bárbaros. Los teóricos de la ciencia penal tienen el lenguaje de Papillón para deshonrar lo que sus predecesores habían erigido con orgullo frente a los “horrores” del Antiguo Régimen. En un nuevo articulo, se analizará esta tercera edad de la represión que sucede al gran encierro y al nacimiento del manicomio y de la prisión modernos. LAS FORMAS DE REPRESIÓN EN EL ANTIGUO RÉGIMEN Bajo el Antiguo Régimen las instituciones de represión no están acompañadas de ninguna preocupación por la regeneración del individuo. Elinternamiento en tanto que tal no es ni pena ni medio terapéutico aunque la detención sea realizada por dos tipos de instituciones: las mazmorras y los hospitales generales y abadías. La mazmorra, como su nombre indica, no tiene por fin castigar privando de libertad, su papel consiste simplemente en proporcionar los medios para aplicar la verdadera pena, es decir todas las variedades de tortura que constituían lo esencial del arsenal penal. En las abadías o en los hospitales generales se segrega en mezcolanza a locos, indigentes, criminales, libertinos, prostitutas, etc., con una preocupación de asistencia y al mismo tiempo de represión: la tortura en un espacio laico y público y el exilio en un espacio religioso. Los crímenes contra la religión y, lo que viene a ser lo mismo, los crímenes de (esa majestad serán objeto de tortura, y los crímenes contra la moral burguesa: ociosidad, desenfreno, homosexualidad, prostitución, sin razón, serán objeto de internamiento. La historia de la represión en el Antiguo Régimen es el reemplazamiento progresivo del primer sistema por el segundo. Los crímenes religiosos conciernen al equilibrio de la sociedad entera. Tienen por efecto perturbar lo que la trasciende y la funda a la vez (religión, autoridad pública de derecho divino). En consecuencia la pena no es simplemente un castigo sino también la reequilibración del sistema social y debe ser proporcionada a la importancia del ofendido. Para aplacar las potencias trascendentales es preciso poner en juego prácticas penales que estén a la altura del delito: el arrancamiento de la lengua, la picota y las galeras cobran su inteligibilidad en un sistema como éste.2 Así pues, desde el momento en que el fundamento de la sociedad deja de buscarse en la religión o en el poder absoluto, toda esta categoría de crímenes y de penas pierden su significación y su razón de ser. El movimiento de las luces, cuyo representante principal a este respecto es Beccaría3 no hace más que ratificar el paso de un orden social a otro. Condena lo que ya no tenía razón de ser en una sociedad que se da como nuevo fundamento la economía y la moral del beneficio. Los crímenes contra la moral burguesa tal como habían sido delimitados por el gran encierro de 1656 van a convertirse en los únicos objetos legítimos de la vindicta social. Paradójicamente es en un recinto religioso donde esta nueva forma de “desviación” se verá administrar su pena. Esto no se hizo sin razones ni sin consecuencias, pero para describir este proceso de delimitación progresiva de las nuevas formas de culpabilidad y de represión, es necesario recordar casi toda la historia del monacato.4 2 Véase E. DURKHEIM: “Deux lois de l’évolution pénale” en Année sociologique, 1899. 3 J. BECCARÍA: Trairé des délits et des peines, 1773. 4 Los crímenes contra las personas y los crímenes contra la propiedad van a “deslizarse” del primer sistema hacia el segundo a finales del siglo XVIII. JACQUES DONZELOT En sus comienzos el monasterio se definió esencialmente como una tierra de exilio. Es el lugar en el que se concretiza la voluntad de aislarse del mundo, el medio de llegar a separarse de él a través de una ascesis que sustrae al hombre del poderío de sus instintos, que le libera de su dependencia respecto a la naturaleza y de la sociedad real. Pero es al mismo tiempo en Occidente y desde comienzos de la Edad Media una tierra de asistencia a la que pueden venir a refugiarse y encontrar una subsistencia los pobres de los alrededores en época de escasez. Los monjes desean desgajarse de servidumbres seculares y así producen sus medios de existencia; y como la vida comunitaria les permite obtener buenos resultados, adquieren rápidamente un cierto desahogo que les permite proporcionar trabajo o comida a los campesinos sin recursos. Esta función de refugio del monasterio se encuentra asociada en el siglo XVII a una función de represión prefigurada en las leproserías de la Edad Media. San Vicente de Paul es uno de los protagonistas de esta transformación que permite a los priores, a las “caridades” y a los hospitales retener no sólo a enfermos sino también a personas encerradas “por orden de su majestad”. Organizadas pues sobre el modelo conventual, estas casas desempeñan a la vez un papel de asistencia y de coacción.5 Así, durante todo el Antiguo Régimen, el espacio cerrado es fundamentalmente un espacio religioso. Lugar de reunión y de existencia de aquellos que quieren desgajarse de la viril secular, es también una superficie de absorción de los que no pueden vivir en el siglo porque se encuentran demasiado desprotegidos o porque huyen de determinadas convenciones. Entre los que quieren huir del mundo y los que no pueden vivir en él no existe una identidad sino una profunda complicidad en la eminente dignidad de la desposesión y de la pobreza, natural o voluntaria; o incluso en la imagen religiosa de la locura o de la falta. Antes de ser expulsados de la comunidad, colocados en los prioratos, hospitales, casas de reclusión, el pobre, el loco y las nuevas variedades de criminales tenían ya una alianza sellada con el mundo del internamiento religioso. Recordemos las significaciones del gran encierro de 1656. En su versión laica (los hospitales generales con su administración burguesal), al igual que en su versión religiosa (San Vicente de Paul...), el internamiento refuerza la gran ruptura entre, de una parte, la vida mundana con sus bullicios y sus desórdenes, y de otra, la vida descansada y ordenada de los que están, fuera del mundo, próximos a Dios por la observancia común, en un lugar cerrado y protegido, de los principios de la religión, aunque sea según un modelo autoritario y con una población rechazada y condenada por la sociedad. “El encierro, escribe M. Foucault, oculta a la vez una metafísica de la ciudad y una política de la religión, se plantea como un esfuerzo de síntesis tiránica entre esa distancia que separa el Jardín de Dios y las ciudades que los hombres, expulsados del paraíso, han levantado con sus manos”.6 La obligación del trabajo establecida en el internamiento desde su aparición hay que interpretarla en relación con este fundamento religioso. En un decreto de 1612, María de Medicis insiste sobre su importancia: “Los pobres encerrados en los hospitales deben ser tratados y alimentados lo más austeramente posible, y con el fin de no mantenerlos en la ociosidad serán empleados en moler el trigo en molinos de mano, cortar mieses, fabricar cerveza, preparar cemento y realizar otras obras 5 M. FOUCAULT: Histoire de la folie, Plon, 1961 (Trad. castellana en Fondo de Cultura Económica). 6 Michel FOUCAULT, op. cit. ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO penosas, después de lo cual darán al final del día cuenta del trabajo que hicieron bajo pena de ser castigados por los maestros”.7 Este trabajo debe por supuesto servir para cubrir los gastos de su subsistencia, sin embargo, no se trata de suprimir la asistencia caritativa. Las parroquias pagan tasas destinadas a mantener las casas de trabajo en Inglaterra. En Francia, los hospitales generales y los prioratos se establecen según el principio de fundaciones caritativas. La preocupación principal no es, pues, suprimir la caridad, del mismo modo que tampoco se espera que la aplicación al trabajo solucione el problema de la miseria. No se da, pues, tanto una valoración del trabajo como práctica salvífica para el hombre en la tierra cuanto una condena moral y religiosa del no-trabajo. El espectáculo de la ociosidad, el vagabundeo y la mendicidad es rechazado: y en este rechazo es más fácil entonces encontrar una dimensión religiosa que un razonamiento económico: existe una rebelión contra Dios, y en consecuencia contra el rey, cuando uno no se inclina ante la exigenciade un trabajo resultante de la maldición divina. Y es precisamente contra este vano orgullo que se establecen talleres de trabajo en los hospitales y en los monasterios. Bajo el Antiguo Régimen la reclusión y la obligación de trabajar adquieren su significación en el interior de una condena religiosa, moral y política de la ociosidad. A través de la ociosidad, implícitamente se condena la miseria y se la destierra de la ciudad. Pero para que esta prescripción se explicite y se convierta en ley es preciso esperar a que la riqueza, en el principio de su origen y en las reglas de su uso, sea redefinida totalmente. Todo el sistema feudal, órdenes monásticas y fundaciones caritativas incluidas, descansaba sobre una misma relación a la riqueza que tenía como principio el don. En primer lugar, la riqueza misma es dada: las tierras de los monasterios fueron originariamente atribuidas a los monjes por decreto del rey, que tiene la propiedad eminente sobre todas las tierras del reino, don que recibió de Dios. En la redistribución que se hace de la riqueza, los religiosos y los pobres tienen una misma parte denominada, sin duda para reenviar al altísimo, la parte de Dios. En la medida en que es dada, la riqueza es también lo que se da, operación a través de la cual se constituye una red de dependencias y de clientelas. Lo que se da aliena al receptor en el don que le es hecho, del mismo modo que el campesino está amarrado a la tierra que se le atribuye, y no puede abandonarla, convirtiéndose entonces él mismo en propiedad de aquel que le ha hecho el regalo; el asistido, pobre o loco, vive en una relación de dependencia respecto al que le cobija y le cuida. En consecuencia, la asistencia en su principio no es un fenómeno marginal para el mundo feudal, es inseparable de la lógica de su funcionamiento. Y precisamente porque es el medio para conseguir tales redes de dependencia, la riqueza es aquello de lo que uno disfruta; por el poder que permite ejercer directamente pero también por los placeres sensuales que proporciona. Para Boisguilbert, por ejemplo, el Principio de desarrollo de la riqueza está pensado a partir de la multiplicación creciente de los disfrutes que pueden obtenerse con ella, lo que incita a producir más y más.8 7 Citado por MOREAU-CHRISTOPHE: Christ et pauvres, París, 1851. 8 Sobre este tema ver: P. LANTZ: “Etude sur Adam Smith” en Revue d’histoire economique et sociale, 1968, núm. 3. JACQUES DONZELOT Ahora bien, la economía política a finales del siglo XVIII no busca ya el origen de las riquezas en la intensificación de las necesidades, sino en su restricción. No es ya el medio inmediato de ejercer un poder, de obtener placer, sino que se convierte por el contrario en su propio fin. Y sobre todo ya no es algo dado: de ahora en adelante deriva de la lógica del intercambio, no se la puede adquirir sino es a través del trabajo y del ahorro.9 La condena de la miseria está ahora marcada por la articulación naciente entre la vieja ética del trabajo y la nueva moral del ahorro, al estar regida la riqueza en su generalidad por los principios del intercambio. Las propiedades monásticas y las fundaciones caritativas ya no tienen razón de ser, ya que no sólo escapan a la ley del intercambio sino que además mantienen la miseria. El internamiento estigmatizaba la ociosidad, pero por su excesiva presión y su no menos excesiva protección, minaba el movimiento racional que debe conducir al hombre del trabajo al ahorro, y de aquí, si no a la riqueza, al menos a la propiedad privada, fundamento del intercambio. Desaparece así toda la antigua significación del espacio cerrado. Por su función de exilio o de refugio, de recogimiento o de coacción, el espacio cerrado mantenía con el espacio social una diferencia cualitativa de carácter religioso. La línea de demarcación que lo constituye, aunque progresivamente extendida, delimita siempre un espacio en el que las verdades religiosas se encuentran más afirmadas que en ninguna parte; las líneas de fuerza que lo organizan apuntan hacia un mundo que debe trascender el de aquí abajo. Al alba de la Revolución las dos estructuras fundamentales de la represión bajo el Antiguo Régimen se encuentran condenadas, una porque hace referencia a una esencia religiosa y absolutista del poder, la otra porque participa de un funcionamiento económico desde entonces condenado y no reprime la locura, la ociosidad, el crimen, manteniendo con ellos una complicidad de fondo. Condena sin apelación pero también se podría decir sin memoria: el parentesco que se estableció entre la locura, el crimen, la indigencia y el espacio religioso de tipo conventual no se rompe de forma decisiva, tampoco el trabajo obligatorio ni la idea de redención a la que está ligado. Simplemente el trabajo se verá afectado por una valoración positiva y la redención se llamará moralización. LA SECULARIZACIÓN DEL ESPACIO CERRADO A un primer nivel de observación, las modificaciones que sufre el espacio cerrado consisten en una destrucción de su antigua homogeneidad para pasar a una diversificación técnica de recintos Particulares que afectan a cada una de las categorías de reclusos que el viejo espacio había reunido. Surge el escándalo ante la antigua confusión entre el loco y el criminal y se intenta cuidadosamente no tratar al indigente como a un simple criminal. Se trata del nacimiento de un espacio asilar medicalizado, que se ordena en función de la aplicación de una terapéutica. Estamos ante la aparición de un espacio carceral humanizado: se acabaron las torturas y las injusticias, se acabaron las mazmorras malsanas en las que yacían los prisioneros acompañados de la enfermedad, la promiscuidad y el desenfreno; pero aparecen los edificios ventilados, el espacio asceptizado, la alimentación higiénica y las actividades sanas. El indigente ya no está anclado en esos grandes “encierros” en los que sin duda vivía bajo la mirada de Dios pero consumiéndose sin 9 Ibid. ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO la menor esperanza de una vida mejor. Si todavía hoy se le encierra es para estimularlo por diferentes medios a mejorar su existencia. Sin embargo se puede encontrar, más allá de esta parcelación del espacio cerrado, un determinado número de temas comunes a todas estas nuevas instituciones susceptible de proporcionar el principio unitario. La especificidad de las actitudes respecto al enfermo mental, al indigente y al criminal no es capaz de ocultar la unidad de fondo de estas tres categorías. Señalemos en primer lugar el favor particular del que goza el espacio cerrado a comienzos del siglo XIX cuando alguien plantea el problema de la miseria, de la locura o del crimen. Y esto es especialmente flagrante en el caso de los utopistas. El paralelogramo de Owen, la Industrie House de Bentham son, en el papel como en sus múltiples tentativas de materialización, lugares cerrados, aislados del entorno; y precisamente por esto se presentan como soluciones al problema de la indigencia.10 Los filántropos franceses, desde Villeneuve de Bargemont al barón de Gerando, sueñan con fundar colonias agrícolas en las zonas incultas del territorio francés, colonias en las que los mendigos, los indigentes, los vagabundos y los criminales puestos en libertad puedan encontrar un trabajo y volver a la moralidad. En Inglaterra se construyen casas de trabajo (Work House) que son a la vez una fuente de empleo para los indigentes, una institución de vigilancia y un medio de intimidación para los ociosos. Al mismo tiempo se edifican las primeras prisiones y los primeros manicomios en un clima de polémicas apasionadas. Algunos proyectos buscan incluso combinar todas las formas precedentes en un solo establecimiento. Por ejemplo Marchand,11 sorprendente filántropo, sueña conuna “ciudadela de expiación” que sería a la vez una prisión, una colonia agrícola y manufacturera destinada a recoger vagabundos y mujeres de poca virtud, y además un lugar de experimentación de los sistemas fourierista y owenista, convenientemente “expurgados de sus elementos inmorales”. En esta fascinación por el espacio cerrado se puede, pues, encontrar un primer elemento común entre el manicomio, la prisión y las instituciones de indigentes. Paradoja: se valora el espacio cerrado al mismo tiempo que el espacio general tiende a unificarse bajo el tema monocolor de la propiedad privada. El problema constante que se planteará a los responsables del internamiento penal y hospitalario es esta exclusión del mundo libre del intercambio, de esta mercancía que es la fuerza de trabajo de los internados. Pero no se trata de una contradicción absoluta: excepción inadmisible en el mundo libre del intercambio, el internamiento es además este espacio particular considerado indispensable para el buen funcionamiento de los intercambios en el espacio general, ya que le proporciona la salvaguarda restituyendo o atribuyendo a los individuos de las categorías en decadencia una capacidad de trabajar y de adquirir. Por esto la reforma de los manicomios, de las prisiones y de las casas de caridad pueden también entenderse como la aplicación de una voluntad sistemática de puesta al trabajo de todos los internados. Pinel cuenta en un pasaje famoso del Traité de la manie que la idea de una reforma positiva de los manicomios se le ha ocurrido al ver un hospital de Zaragoza, en el que el trabajo era la regla general y la base de la terapéutica: 10 Sobre este punto, POLANYI: The great transformation, capítulo “pauperism and utopia”, Boston, Beacon press, 1963. 11 MARCHAND: Du pauperisme, París, 1845. JACQUES DONZELOT Desde la mañana, se les ve, a unos desempeñar los oficios serviles de la casa, a otros dirigirse a sus respectivos talleres, ya la mayoría dividirse en distintos bandos, bajo la dirección de algunos vigilantes inteligentes e instruidos, para repartirse con alegría por las distintas parcelas de un amplio terreno dependiente del hospicio y allí dividirse con una especie de emulación los trabajos relativos a las estaciones, cultivar el trigo, las legumbres, los tubérculos, y ocuparse sucesivamente de la siega, la trilla, la vendimia, y encontrar a la caída de la tarde, en su solitario manicomio, la calma y un sueño tranquilo. La experiencia enseña en este hospicio que el trabajo es el medio más seguro y más eficaz para ser devuelto a la razón, y que los nobles que rechazan con dignidad y desprecio toda idea de un trabajo mecánico obtienen la triste ventaja de perpetuar sus márgenes de insensatez y su delirio.12 El carácter escandaloso de las casas de reclusión, precedente de las prisiones modernas, provenía sin duda de los malos tratamientos que en ellas se aplicaban a los internados, pero sobre todo de la abominable ociosidad en la que se les mantenía. Del mismo modo, el drama de la asistencia en el Antiguo Régimen provenía de mantener la ociosidad o de castigarla mediante el trabajo pero sin buscar el remediarla por el trabajo mismo. A diferencia del Antiguo Régimen, no se trata ya de una condena religiosa y moral del no trabajo, sino de una valoración positiva del trabajo, que posee ahora la virtud de suprimir la miseria, al menos en lo que tiene de escandaloso, de restituir su razón a los insensatos y su moralidad a los criminales. Precisamente en este proyecto de moralización reside el tercer principio de unidad entre el conjunto de instituciones que hemos considerado. En la primera mitad del siglo XIX, el término moralización es de un uso muy frecuente tanto en el discurso político como en el discurso culto. Concretamente designa una estrategia de sumisión de las clases trabajadoras y de las clases llamadas peligrosas a las nuevas normas de funcionamiento de la sociedad.13 Ésta estrategia se concretiza en tres tácticas relativamente diferentes. En primer lugar tenemos una tentativa de generalización de la moral burguesa mediante el desarrollo del hábito del ahorro y de la adquisición. Preocupación por extender las Cajas de Ahorros que aparecen por primera vez con la Restauración.14 Preocupación por fijar la población, preferentemente en su lugar de trabajo. Los patronos industriales de vanguardia, los de la región de Mulhouse por ejemplo, facilitarán e impondrán a la vez a sus obreros la adquisición de una pequeña vivienda próxima a la fábrica. El lanzamiento de esta política de casas baratas, cuyo éxito conocemos, podría considerarse como una táctica de topologización de la sociedad.15 La escuela es el segundo espacio de elección de esta estrategia. Deseada más que realizada, es considerada entonces mucho más como un medio de extender preceptos morales que de difundir conocimientos.16 Sin embargo es en el manicomio, la prisión, la colonia de indigentes, donde ésta estrategia alcanzará la máxima intensidad. La moralización de los detenidos es, 12 Ph. PINEL: Traité de la manie, París, año VI. 13 Ver L. CHEVALIER: Classes laborieuses et classes dangereuses à Paris dans la première moitié du XIXeme siecle. Ed. Plon, París, 1958 (de próxima traducción en la Ed. La Piqueta). 14 El duque de La Rochefoucault-Liancourt, que introdujo en Francia las Cajas de Ahorros, fue asimismo uno de los primeros especialistas de la reforma penitenciaria. 15 Ver M. G. RAYMOND: La politique pavillonnaire, C.R.U., 1966. 16 En tal sentido, L. BOLTANSKI: Prime éducation et morale de classe, Ed. Mouton, 1968 (Traducción castellana en la Ed. Laia). ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO si no el punto principal de aplicación de esta estrategia, al menos su más urgente objetivo: Aquellos que pretenden retrasar la reforma de las prisiones hasta el momento en que la educación haya terminado de extenderse por toda Francia y hasta que quede zanjado el problema del trabajo, no se dan cuenta del estado de nuestra sociedad. En un tiempo como este en que todas las convicciones están fluctuantes, son individuales y van a la ventura, no hay más que una reforma posible, la que procede de ciertos puntos convenidos y comprendidos por todos. El sistema penitenciario presenta esta ventaja; pues no se propone más que convertir a los criminales en observadores de las leyes e insertarlos así en la sociedad: tentativa que no exige más esfuerzos de reflexión que un estudio atento de las pasiones y de los resortes humanos de que disponemos.17 A partir de esta idea de que es más fácil actuar sobre el hombre considerado aisladamente, y por tanto en un espacio cerrado en el que todas sus reacciones pueden ser controladas, emerge la fuente de júbilo moralizador que va a estimular tanto a los administradores de prisión o de casas de caridad como a los alienistas en los manicomios donde la moralización, con la medicina hemos topado, se llamará tratamiento moral.18 A comienzos del siglo XIX el internamiento está por tanto destinado a fines puramente seculares. En todos sitios, y pese a sus diversas variantes, se encuentra una idéntica estructura: el espacio cerrado; una forma privilegiada de tratamiento: el trabajo; una misma función esencial: la moralización. Falta comprender por qué el espacio cerrado y el trabajo han podido ser habilitados así para producir esta moralización, que unifica en el mismo proyecto las diversas funciones parciales y contradictorias atribuidas a las tres instituciones consideradas individualmente; queda todavía por interpretar la significación real de esta transformación. REGENERACIÓN Y ADAPTACIÓN La desviación a partir del siglo XIX ya no es de orden religioso sino de orden económico, y la culpabilización de la miseria (no-trabajo y no-propiedad) ha sido elacontecimiento principal que ha hecho inclinarse a las estructuras represivas hacia un nuevo sistema. Es pues en el tratamiento de la indigencia donde se buscarán en primer lugar las claves del análisis de la desviación que ha permitido validar el espacio cerrado para los nuevos fines que se le asignan. La idea de crear colonias agrícolas para remediar el problema del pauperismo no ha sido introducida en Francia más que después de haber sido aplicada en el extranjero, en particular en Bélgica y en Holanda. En Francia, tampoco tuvo un éxito decisivo, ya que después de muchas discusiones y proposiciones, tanto en la Restauración como en la Monarquía de Julio la cuestión fue progresivamente abandonada. El proyecto consistía en crear en las landas de Gascuña y de Bretaña pequeñas comunidades de indigentes y pordioseros que roturasen las tierras incultas de estos países recibiendo al mismo tiempo una educación social y moral que los haría aptos para convertirse en verdaderos ciudadanos.19 17 León FEUCHER: De la réforme des prisons, París, 1838. 18 Ver R. CASTEL: Le traitement moral, Rev. Topique, núm. 2, 1970 (Traducción castellana en la obra colectiva Psiquiatría, antipsiquiatría y orden manicomial, Barral, 1975). 19 HUERNE DE POMMEUSE: Des calonies agricoles et de leurs avantages, París, 1832. También, DUCPETIAUX: Colonies agricoles. Escuelas de reforma para indigentes, mendigos y vagabundos. JACQUES DONZELOT Cuando uno lee las proclamas de los administradores belgas de estos establecimientos o las de sus colegas franceses (grosso modo la corriente llamada Economía Social, de obediencia católica), destaca en primer lugar la reactivación del modelo monástico. Se tiene la nostalgia —más o menos explícita— de esos “oasis afortunados” que pueden satisfacer las necesidades de sus miembros al mismo tiempo que ejercen una acción moralizante. Pero además, y de forma más explícita, se constata la aspiración al restablecimiento de una sociedad que reposaría esencialmente sobre la agricultura, desplegando a la vez una gran diversidad de oficios. Las colonias agrícolas intentarán reproducir esta forma de organización del trabajo; combinación de un campo que proporciona lo esencial para el alimento de los pensionistas y de talleres artesanales que producen a la vez para el mercado y para las necesidades interiores. El fin de la colonia agrícola es proporcionar al indigente una asistencia tal que, por una parte, no sea un estimulo a la pereza, y por otra, lo regenere. Sobre esta intención regeneradora descansa toda su especificidad. En su más burda acepción, quiere ser no sólo solución al problema de la miseria, sino también a la degeneración de las clases trabajadoras, de la que es síntoma la multiplicación de los indigentes. Si queremos deducir las categorías de análisis que subyacen a la construcción de la colonia agrícola, podemos empezar por buscarlas del lado de esta dialéctica de la riqueza y de la miseria tan presente en las obras de economía social, de esta forma “atenuada” de la economía política de los utopistas o de los higienistas. La idea según la cual el aumento de las riquezas por el capitalismo podría implicar también un aumento de la miseria, constituye un punto de partida y una referencia constante para todas estas corrientes. Simplemente esta idea es más o menos radical según las distintas corrientes y se articula a su vez con estrategias políticas diferentes. En los utopistas corresponde al sentimiento de una proletarización creciente de la mayoría de las categorías sociales. A la cuestión de “¿cómo evitar esta proletarización?”, responden: por medio de la asociación, de la cooperación. De aquí se deriva el principio de las microsociedades utópicas, valoración de un espacio cerrado, aislado de las leyes del mercado, en donde podría subsistir un grupo que escaparía, por una parte, a la proletarización, por otra a la alienación. Este segundo tema se deriva de hecho del primero, la alienación se plantea en función de la oposición campo-ciudad, lo que constituye un corolario de la dialéctica riqueza- miseria. Frente a los desastres de la urbanización y de la parcelación del trabajo, la utopía se presenta como regeneración del hombre, resurrección de su ser natural. Las utopías de Cabet, Owen, Fourier se comprenden en primer lugar como estrategia de rechazo de la proletarización. Las investigaciones sobre nuevas formas de organización social son especulaciones que se caracterizan por este rechazo y suponen la supresión del orden existente. Por el contrario, la colonia agrícola, partiendo de los mismos análisis, como veremos, es prioritariamente un modo de integración en el orden social existente. Los economistas sociales y los higienistas se definen por la gestión de los elementos marginales y desviados de la sociedad con un fin de “regeneración”, que al mismo tiempo tiene como objetivo su sumisión al orden establecido. Dos temas están presentes en todas las obras que estimulan a la fundación de colonias agrícolas: el de la nocividad del medio urbano y el de los estragos causados por la división excesiva del trabajo. ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO Productora de riqueza, la ciudad del siglo XVIII es además productora de artificialidad. La excitación de las necesidades y de los disfrutes que la caracterizan favorece el desarrollo de la producción al mismo tiempo que engendra una inmoralidad, un gusto por lo desmedido tan incompatible con las leyes divinas como con las leyes naturales. Son testigos de esta corrupción los filósofos y los economistas, y a finales de siglo, también los médicos: entre las causas que pueden explicar el suicidio, Esquirol coloca en primerísimo lugar esta intensificación artificial de la existencia: Cuanto más desarrollada está la civilización, más excitado está el cerebro, más activa es la susceptibilidad, más aumentan las necesidades, más imperiosos son los deseos, más se multiplican las causas de la pesadumbre, más frecuentes son las alienaciones mentales, más suicidios deben producirse.20 Se pasa así de un registro moral a un registro médico, de una denuncia de la inmoralidad a una etiología de la locura, del suicidio, de la miseria. La explicación se desdobla en dos registros complementarios: el producido por el concepto de medio y el que trata de la división del trabajo. El tema de la cloaca urbana recorre toda la literatura de observación social o de acción caritativa del siglo XIX. Designa un espacio que es a la vez lugar de inmoralidad (promiscuidad, incesto), lugar de insalubridad (ausencia de higiene, contagio) y de decadencia de la raza (raquitismo).21 A través de este tema la degeneración es puesta en relación con el estudio del medio, es decir, con la búsqueda de una explicación que incluya en una determinante unitaria causalidades de orden físico y moral a la vez. A este nivel, pues, la degeneración es analizada sirviéndose de un esquema indisolublemente médico y moral. El otro tema es el de la excesiva división del trabajo: En un análisis profundo se constata que el principio de la división del trabajo refuerza la negatividad, ya por sí misma maligna, que la vida manufacturera tiene sobre la vida de un pueblo. Estamos convencidos de que si este famoso principio alcanza el desarrollo al que la codicia lo empuja, formará una raza de hombres cobardes y degradados.22 Este texto data de 1815, su autor es un tal Lemontey, más literato que teórico, pero que fue uno de los primeros en hablar de las consecuencias nefastas de la división del trabajo y que será citado numerosas veces durante la primera mitad del siglo XIX. El tema no es sin embargo ajeno a los economistas: para J. B. Say, un hombre que no hace en toda su vida más que una sola operación, sin duda consigue ejecutarla mejor y con más rapidez que cualquier otro hombre,“pero al mismo tiempo se convierte en alguien cada vez más inútil para cualquier otra ocupación, sea ésta física o moral; sus otras facultades se apagan y el resultado es una degeneración en el hombre considerado individualmente”.23 Miseria y debilidad por un lado, servilidad y ausencia de emulación por otro; la influencia del medio y de la división excesiva del trabajo manufacturero produce un hombre degradado que por serlo estará expuesto más que ningún otro a las seducciones: “para quien no tiene ninguna idea, cualquier idea es una novedad, del mismo modo que la embriaguez es más propensa en quien nunca tomó licores 20 ESQUIROL: “Le suicide”, artículo en Dictionnaire des Sciences médicales, 1819. 21 Ver bibliografía sobre los observadores sociales en H. RIGAUDAIS-WEISS: Les enquêtes ouvrières en France de 1830 á 1848, París, 1938. 22 LEMONTEY: Raison, folie, París, 1815. 23 Citado por VILLENEUVE-BERGIMONT: Histoire de l'économie politique, París, 1841. JACQUES DONZELOT fuertes. En el seno de los pacíficos rebaños es donde los abismos hacen los mayores estragos. Una masa de estúpidos se precipita sobre el más vil de los jefes con la ceguera de la ignorancia y la impetuosidad de las nuevas impresiones”.24 Debido a esta incapacidad para discernir entre lo justo y lo injusto, entre lo natural y lo artificial, el pobre converge con el rico en una pérdida común de identidad. La colonia agrícola es la aplicación práctica de este análisis: creación de un medio natural en oposición al medio urbano, artificial e insalubre; posibilidad concedida al hombre para ejercer sucesivamente, o simultáneamente, distintos trabajos de fábrica o de cultivo. Proyecto global de regeneración del hombre alienado por la civilización, asociado y subordinado a una estrategia de sumisión al orden político. La creación en Inglaterra de las Work Houses corresponde asimismo a una condena de la indigencia y es a la vez una tentativa para delimitarla y suprimirla. Si bien sus formas son muy semejantes a las de la colonia agrícola (encierro, trabajo obligatorio), el dispositivo estratégico que ponen en marcha corresponde a categorías de análisis totalmente diferentes, cuyo principio esencial lo proporciona la oposición individuo-sociedad. Hasta 1834 la asistencia a la indigencia en Inglaterra descansaba en la tasa de los pobres, impuesto percibido en las parroquias sobre los propietarios agrícolas y manufactureros, redistribuido a las familias en forma de un salario de apoyo, de un subsidio de paro o de una subvención caritativa. Indexado a partir del precio agrícola, funciona a la vez como un sistema de ayuda caritativa con carácter religioso y como un instrumento económico de regulación del mercado mediante un doble efecto de estabilización de los salarios y de garantía del mercado interior. La ley de 1834, al suprimir la asistencia a los pobres, conmociona completamente este equilibrio que estaba en perfecta armonía con el capitalismo agrario, pero que no correspondía al desarrollo de las manufacturas, puesto que aseguraba una renta mínima a la porción pobre de la población y por tanto la estimulaba a vivir en la dependencia de las parroquias falseando así los datos del mercado de la mano de obra. En las grandes encuestas exigidas por el Parlamento en 1832 para preparar la nueva ley sobre los pobres, las categorías fundamentales del análisis son muy diferentes de las utilizadas por los propagandistas de las colonias agrícolas. Se las podía reagrupar bajo una misma rúbrica constituida ahora por la oposición individuo-sociedad. En efecto, el pauperismo queda ahora relegado a una dimensión puramente moral, es definido como anclamiento en la pereza, elección espontánea de ociosidad y exceso. En consecuencia la alternativa es, o bien una asistencia caritativa que estimule esas inclinaciones, o bien una coacción que las haga imposibles. La situación trágica del pobre no es pues en este caso el fruto de una historia que se habría “torcido” y que habría falseado sus condiciones naturales de existencia al igual que las del rico, sino que es una consecuencia de la actitud moral de individuo. Y dado que esta forma de pensamiento no considera más que a los individuos, el proletario no es concebido en términos de familia, sino tomado aisladamente. No se duda en separar a los niños de sus padres, al marido de la mujer, en la Work House existen talleres y dormitorios separados para hombres y mujeres, además de otros para niños. 24 LEMONTEY, op. cit. ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO La Work House se define pues por el proyecto de reducir las malas inclinaciones del hombre, de corregir su naturaleza viciosa. Para ello pone en práctica un sistema coercitivo que se despliega en tres vertientes esenciales: primeramente, instauración de coacciones disciplinarias que regularizan la existencia según el empleo muy estricto del tiempo, no dejando huecos a la ociosidad; en segundo lugar, separación total de los individuos, ignorancia de la familia, pero sobre todo rechazo de todas las formas de reunión distintas de las contractuales o abstractas; en líneas generales se puede decir que las formas religiosas y emocionales de reunión son reemplazadas por otras segmentarías y abstractas que no reciben su unidad más que de un sistema de transacción (sociedades de socorros mutuos, Cajas de Ahorros) en tanto que condición de adaptación a la sociedad real. En resumen, formas de unidad impuestas del exterior sustituyen a las formas espontáneas y por tanto peligrosas de reunión de los obreros. Observemos que esta oposición individuo-sociedad nos proporciona también la clave de un segundo tipo de utopía, que representa en relación a la Work House lo que el falansterio respecto a la colonia agrícola: una radicalización profunda de cada uno de los análisis subyacentes, más aquí no se trata de regeneración, sino de una adaptación total del individuo por medio de una coacción generalizada. Un buen ejemplo nos lo proporciona el Panopticon de Bentham, presentado en la Asamblea Constituyente de 1791. Nuevo principio de organización de una comunidad, el Panopticon busca sobre todo resolver el problema de la prisión, mas solamente “porque la importancia y la dificultad del problema le han parecido que merecía la pena en primer lugar llamar la atención del legislador”. De hecho, su autor desea extender la aplicación sucesiva de su invento a otros establecimientos (escuelas, manufacturas) para lo cual, afirma, “no habría más que retocarlo en algunas precauciones que exige”. Veamos los términos en los que Bentham formulaba su proyecto: Si se hallara un medio de hacerse dueño de todo lo que puede suceder a un cierto número de hombres, de disponer todo lo que les rodea, de modo que hiciese en ellos la impresión que se quiere producir, de asegurarse de sus acciones, de sus conexiones, y de todas las circunstancias de su vida, de manera que nada pudiera ignorarse, ni contrariar el efecto deseado, no se puede dudar que un instrumento de esta especie, sería un instrumento muy enérgico y muy útil que los gobiernos podrían aplicar a diferentes objetos de la mayor importancia.25 En su formulación ideal, la colonia agrícola es un espacio inductor. A través de la convergencia de una naturaleza reestablecida a escala de la sociedad humana y de una sociedad reconducida a su substrato natural, la familia, por su parte, puede restituir al hombre a su dimensión genérica, su salud física y moral y en consecuencia su capacidad y su voluntad de trabajo; en una palabra, la colonia agrícola es regeneradora. En oposición la Work House se define como un espacio reductor. Mediante una acción exclusivamente coercitiva, pretende a la vez la disociación de grupos constituidos y la desindividualización de cada elemento mediantela uniformización de todos bajo la misma ley de un trabajo mecánico, monótono y regularizado; la Work House tiene una finalidad puramente adaptadora. Diferentes en sus principios de constitución, la colonia agrícola y la Work House presentan sin embargo entre sí una unidad más esencial basada en la misma 25 J. BENTHAM: Panopticon, 1790 (Reedición en castellano en las Ed. de La Piqueta, en esta misma Colección). JACQUES DONZELOT función que ambas asumen: relevar la práctica económica por prácticas médicas y morales, precisamente en los casos en los que lo económico está ausente. Lo que en un plano es leído en términos de salarios, de empleo, de paro, se convierte en el otro en inmoralidad y/o degeneración, tornándose la indigencia en ilegalidad, al mismo tiempo que el crimen y la enfermedad mental son psicologizados y patologizados. En consecuencia el indigente se encontrará en estrecha vecindad con las dos categorías fundamentales de “marginados”: el enfermo mental y el criminal. La mezcla indisoluble de condena moral y de solicitud médica en la que habitan mutuamente el loco y el criminal aparecerá desarticulada en su doble faz contradictoria gracias al juego de estrategias políticas divergentes que denuncian con mayor vehemencia a una de ellas. La medicalización de la locura pero también del crimen favorece el tema de su naturaleza perdida en los medios urbanos favorecedores de degeneración. Su psicologización se articula sobre una teoría que hace del hombre un ser sometido a su naturaleza instintiva, que pasa fácilmente del vicio al libertinaje, al exceso.26 La unidad contradictoria del internamiento moderno reposa enteramente en esta doble y contradictoria operación que le proporciona la facultad de regenerar pero también de adaptar. Si se quiere desentrañar ahora la diferencia existente entre el manicomio y la prisión, más que buscarla en la oposición entre una voluntad de castigar y una voluntad de curar deberíamos buscarla en una variación del acento puesto tanto en una como en otra de estas dos dimensiones. La clausura delimita un espacio adecuado para una empresa de moralización al mismo tiempo que satisface una triple exigencia de segregación, de punición y de terapéutica del descarriado. Aún más: mediante la fusión que el encierro materializa de sus objetivos, satisface a la vez las exigencias de una justicia que no se limita a ser simplemente retributiva sino que quiere ser también redentora, y las de una terapéutica que quiere arrojar fuera de sí el lastre de una pesada carga de intimidación. Las vivísimas polémicas en las que se enzarzan las diferentes corrientes de especialistas penitenciarios entre 1830 y 1850, conciernen precisamente a la importancia relativa que es preciso conceder a cada una de estas dimensiones, pese a que la cuestión nunca haya sido planteada en tanto que alternativa global entre una y otra. Entre los partidarios del solitary confinement encontramos la misma visión atomística de la sociedad que en la Work House. La condena lanzada contra los grupos formados por afinidades emocionales constituye un medio de previsión contra el contagio del crimen que la promiscuidad facilita. Hay que aislar al individuo del vaho corruptor que resulta de las aglomeraciones, debilitar las individualidades exacerbadas obligándolas a ejercicios monótonos, y en este receptáculo apacible en el que se ven convertidos, se podrá depositar un germen fecundo a través de la voz de hombres sensatos e ilustradas. Para los defensores del encierro en común. es preciso, al contrario, salvaguardar la existencia colectiva suprimiendo por el silencio lo que allí pueda haber de peligroso y conservando lo que es intrínsicamente del orden natural. Esta comunidad laboriosa y silenciosa será para cada uno algo así como una semifamilia, situada a medio camino entre la familia real y la gran familia humana. 26 El adolescente en el siglo XX va a ocupar la plaza del indigente en esto trilogía de la desviación. Estudiaremos al detalle esta sustitución en un artículo titulado “Le troisième âge de la répresión”. ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO Este sentimiento familiar los penetrará y los reconfortará, y mucho más si se tiene en cuenta que ejercerán sus pacíficos trabajos en contacto directo con la naturaleza, en una prisión instalada en campo abierto, a imagen de las colonias agrícolas. Entre la “robinsonada controlada” y la microsociedad regeneradora existen mil combinaciones posibles. Y en el marco de la actual red penitenciaria son aún perceptibles las variaciones de dosis que testimonian las alteraciones humorales existentes entre los diferentes legisladores que se han sucedido desde entonces. En la construcción de los hospitales psiquiátricos la coacción se armoniza sin problemas con los elementos regeneradores sobre los que pesa más fuertemente el acento: “Un establecimiento, cuyo principal objetivo es el de aislar del mundo a seres que la vida social ha privado de su razón, necesariamente produciría consecuencias si se situase en medio de los hombres. Y puesto que la alienación, en la inmensa mayoría de los casos, debe su origen a nuestros vicios, pasiones, miserias, en una palabra a la civilización, es preciso alejar a la víctima de los lugares que le evocan su mal”.27 Una campiña solitaria, con terrenos cultivables, hermosos paisajes, aire puro que invita a pasear, engendran una sana fatiga y disponen al reposo del alma; sobre esto el acuerdo es unánime. La coacción, la reclusión individual no son menos necesarias, pero entre estos elementos y los otros existe a la vez complementariedad y encadenamiento lógico. Hay que reducir en primer lugar la enfermedad, el exceso, para que pueda obrar la naturaleza. Vemos pues como las categorías de saber que permiten explicar la “marginación” a comienzos del siglo XIX, pese a divergencias de fondo con el monasterio, concurren sin embargo a reactivar dos aspectos fundamentales de éste: su sistema disciplinario y su carácter de comunidad humana que escapa a las disipaciones seculares (medio, historia). EL TRABAJO TERAPÉUTICO El tema del trabajo unifica en una misma praxis terapéutica esta doble estrategia de regeneración y de adaptación. En el manicomio, el trabajo es simultáneamente considerado como procedimiento individualizante y como técnica de desindividualización. Para Brierre de Boismont, hay que establecer una gradación en las ocupaciones laborales de los alienados. Aquellos cuyas facultades se ven considerablemente degradadas recibirán tareas que no reclaman “más que ligeras combinaciones”. Aquellos cuya inteligencia está en vías de restablecerse podrían ser encargados de trabajos más enriquecedores (cerrajería, albañilería, carpintería). En esta perspectiva individualizante el trabajo agrícola es, por supuesto, el más eficaz. “En los Países Bajos, los alienados de las ciudades son confiados a los granjeros que lejos de utilizar medios restrictivos, ignoran hasta la existencia de esos medios (los medicamentos) y de todos los instrumentos mediante los cuales creemos estar obligados a someter a los enfermos. Todo su tratamiento consiste en asociar sin prejuicios a esos infortunados con sus trabajos agrícolas, y aún no se ha podido citar un solo ejemplo de evasión. Estos granjeros son, con mucho, más sabios que los doctores”.28 27 Scipion PINEL, op. cit. 28 BRIERRE DE BOISMONT: “Remarques sur quelques établissements d'aliénés”, en Annales d’hygiène publique et de médecine légale, París, 1847. JACQUES DONZELOT En el fondo basta con encontrar el encadenamiento providencial de todo lo que es lógico y moral: al trabajar, el hombre se hace útil a la sociedad y toma conciencia de su importancia, encuentra así su individualidad. “En Bicêtrelos alienados estaban en su mayoría pálidos, malhumorados, y no salían curados más que con el triste pensamiento de reingresar tal vez pronto: en la granja de Sainte-Anne los encontramos alegres, vigorosos y gracias al trabajo otra vez conscientes de sí mismos, a la vez que seguros de una existencia no desprovista de valentía”.29 Los signos de la curación a través de esta forma de trabajo son “un aire de calma y el retorno al buen humor”. Por el contrario, en su utilización desindividualizante, la sanción positiva de la terapéutica del trabajo vendrá dada por una “mayor paciencia” y “la aparición de un aire de resignación”.30 Para los exaltados lo más eficaz es un trabajo mecánico, regularizado, monótono: “Coged a un furioso, introducidlo en una celda, destrozará todos los obstáculos y se abandonará a las más ciegas embestidas de furor. Ahora contempladlo acarreando la tierra: empuja la carretilla con una actividad desbordante, y regresa con la misma petulancia a buscar un nuevo fardo que debe igualmente acarrear: es verdad que en cada pausa se detiene para exhalar su furor en frases incoherentes, es verdad que grita, que jura a la vez que conduce su carretilla; pero en último término es el más intrépido de los obreros. Su exaltación delirante no hace más que activar su energía muscular que se encauza en beneficio del propio trabajo”.31 Mediante este simple procedimiento, el alienado, al que sus excesos habían hecho abandonar la vida real, vuelve a encontrar la ley común. Se acabó la efervescencia de la imaginación, los arrebatos fogosos y los signos diversos de exaltación delirante. Un trabajo constante y regular cambia la cadena viciosa de las ideas y somete al hombre a las imposiciones necesarias de la vida social. Terapéuticamente ajustable a todas las variedades de delirio, el trabajo es también un test de curación: el principal papel del vigilante debe ser el de detectar a aquellos que trabajan con apatía. De este modo, podrá proporcionar al médico informaciones útiles para cuando llegue el momento de pronunciarse sobre la curabilidad de los enfermos, ya que “es muy raro que aquellos que han estado trabajando constantemente sufran después alguna recaída, del mismo modo que se derivan los peores presagios de su repugnancia hacia las ocupaciones activas o constantes”.32 En la prisión, el trabajo ha sido también instaurado a partir de estas dos variantes: – Por un lado el trabajo agrícola, reservado sobre todo a jóvenes delincuentes y el trabajo artesanal, que también puede asociarse con el solitary confinement, destinado a los detenidos que reciben en silencio las instrucciones de un capataz que les da ordenes desde el exterior. – Por otro, todo un surtido de trabajos mecánicos y humillantes que por supuesto deben ser improductivos para no alterar el mercado. El más célebre de tocos es el tread-mill (molino de disciplina) cuyo principio es el siguiente: quince, veinte o treinta hombres sostienen una barra de madera, sobre una línea paralela, y 29 BRIERRE DE BOISMONT, art. cit. 30 Scipion PINEL: Traité complet du régime donataire des aliénés, París, 1836. 31 Scipion PINEL, op. cit. 32 Scipion PINEL, op. cit. ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO apoyando alternativamente los pies en los peldaños de una especie de noria, hacen que se mueva por el peso de su cuerpo, de modo que pese a su movimiento permanecen siempre en el mismo sitio. Cada rueda cilíndrica tiene diferentes números; después de haber dado una cantidad determinada de pasos, cada detenido avanza un número y el que está en el otro extremo lo desciende, mientras que el opuesto a él lo sube.33 LA MORALIZACIÓN Se pueden ya extraer un cierto número de conclusiones referentes al funcionamiento moralizador del espacio cerrado. 1. El espacio cerrado es un lugar en el que las leyes del intercambio han sido artificialmente abolidas para ser naturalmente reencontradas. El intercambio es teóricamente imposible en el manicomio y en la prisión porque en ellos todo ha sido dado, es decir impuesto; lo que ha sido dado, es esencialmente la naturaleza, pero no cualquiera: se trata de la naturaleza que no cuesta nada. ¿Hay algo más significativo que el asombro de los primeros reformadores de las antiguas mazmorras cuando constatan que los prisioneros viven en células donde la luz no entra nunca, en cloacas pestilentes y mal ventiladas? Preocupación médica y humanitaria sin duda, pero también reacción puramente lógica: el aire, la luz y el sol fueron dados al hombre, es más, sólo esto le fue regalado. A estos residuos médicos de una idea de naturaleza, cuya importancia conocemos en el siglo XVIII, los constructores del manicomio añaden, como hemos visto, el paisaje. La sociedad será impuesta tanto bajo el aspecto de un paternalismo que se inscribe en el registro mítico de la familia, como bajo la forma de una violencia sin tapujos ejercida por el personal sobre el detenido. Pero el intercambio no se suprime más que para encontrar el fundamento, la ineluctable necesidad. El manicomio y la prisión no pretenden crear un medio económico diferente del medio normal, sino un estado limite de éste a partir del cual el medio normal se reconstituye lógicamente. En este sentido la cárcel y el manicomio no son tanto la negación del intercambio como su grado cero. Lo que pertenece de pleno derecho al individuo se le concede, y lo que proviene de la esfera de la adquisición de la que está privado será puesto en relación con la sumisión a las coacciones sociales. El espacio cerrado se define, pues, como una disposición límite de la relación naturaleza-sociedad mediante la cual el intercambio se ve reafirmado como mundo (naturaleza y sociedad). 2. El espacio cerrado reúne y articula dos estrategias diferentes: la regeneración y la adaptación. Lo que es dado y lo que se impone pueden funcionar a la vez como tales, tanto bajo su forma prosaica como bajo su forma mítica. La naturaleza es tanto un mínimo vital concedido por derecho al detenido, como una potencia soberana que, restituida en su plenitud, ejerce una función regeneradora sobre el individuo. La sociedad puede ser impuesta por pura coacción, o ser presentada como regeneradora en su versión mítica: la familia. Por su valorización global el trabajo unifica y engloba esta doble estrategia. 33 MOREAU-CHRISTOPHE: Rapport sur les prisons de l’Angleterre, de l’Ecosse, de la Hollande, de la Belgique et de la Suisse, París, Imprimerie Royale, 1839. JACQUES DONZELOT 3. El espacio cerrado extrae su fundamento y su coherencia de una doble valoración del aislamiento. La desviación es reconducida, en efecto, a dos niveles: uno que es pura exterioridad (el medio, la civilización), otro que es pura interioridad (elección moral). Para paliar los efectos nocivos del medio hay que efectuar un desplazamiento de los individuos para instalarlos en un espacio protegido del medio por la clausura. Y para actuar eficazmente sobre la moralidad del individuo, es preciso aislarlo previamente a fin de poder inculcarle preceptos de conducta sin que se vea perturbado por ninguna otra influencia. 4. Tras la teoría de una preocupación humanitaria de moralización del recluso no hay más que dos operaciones concretas: – La generalización del trabajo obligatorio bajo una forma caricaturesca. – La destrucción sistemática de toda forma espontánea de vida social, de toda manifestación de un deseo. La separación de los sexos, la clasificación de los reclusos en función de la edad, tipo de crimen o enfermedad, el aislamiento individual, la obligación del silencio, constituyen una serie de "reformas" que hacen del espacio cerrado una antisociedad, no dejando subsistir de la vida social más que su aroma espiritual: la recuperación de la fuerza de trabajo mediante la destrucciónde todo deseo, la idealización de la sociedad y su supresión concreta. En este sentido el manicomio y la prisión no son más que la ejemplificación extrema de la estrategia política de "moralización" desencadenada por la burguesía a comienzos del siglo XIX, cuya lógica efectiva era la disolución de toda forma espontánea de vida social. La emergencia del capitalismo no está simplemente marcada, como creía Max Weber, por la secularización del ethos ascético sino también por la secularización de las formas organizativas de la vida monacal, sobre todo en el manicomio y en la prisión pero no menos en las manufacturas (separación de sexos, obligación del silencio, etc., duramente sentidos por los trabajadores),34 o en la escuela (importante desarrollo del internado a comienzos del siglo XIX).35 Del antiguo espacio religioso de exclusión a la aparición del manicomio y la prisión moderna existe, pues, no una ruptura radical sino lo que se podría llamar una transferencia de sentido de una misma estructura de segregación, que no ha perdido su carácter religioso más que para hacer sitio a un programa regenerador y adaptador, a una práctica esencial: el trabajo, que ya no tendrá tanto un valor expiatorio cuanto un valor terapéutico, y a una función moralizante que ya no está orientada hacia la vida religiosa sino hacia la vida social efectiva. Este cambio relativo se ha efectuado sin embargo, bajo el signo de una alianza total entre la imposición de un arbitrario cultural nuevo (cultura del intercambio) y el arbitrario de la dominación de una clase. La psicologización y la patologización de la desviación se realizaron sobre la base de la condena moral de las clases dominadas y de la necesidad de su sumisión. El manicomio y la prisión constituyen, pues, dos lugares en donde reinan absolutamente los valores dominantes y en donde se efectúa no menos totalmente un control de los elementos refractarios de las clases dominadas. Constituyen de algún modo el segundo grado de las formas de reproducción del nuevo orden socio- 34 Consúltense sus numerosas protestas en el diario L’atelier contra la manufactura, el monasterio y la prisión 35 Sobre este punto ver: Ph. ARIÈS: L’enfant et la vie familiale sous l’Ancien Régime, Ed. Plon, París, 1961. ESPACIO CERRADO, TRABAJO Y MORALIZACIÓN. GÉNESIS Y TRANSFORMACIONES PARALELAS DE LA PRISIÓN Y DEL MANICOMIO cultural. La ideología médica releva con gusto a la ideología religiosa en los lugares y espacios en los que tenía el campo libre, pero mientras que esta última fundamentaba todo el orden social, la ideología médica no juega más que un papel auxiliar. Las formas de represión en el Antiguo Régimen La secularización del espacio cerrado Regeneración y adaptación El trabajo terapéutico La Moralización