Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
586 Capítulo 29 LOS DIVERSOS ECOSISTEMAS DE LA TIERRA Una pequeña fracción de la energía radiante que el Sol produce, Ilamada radiación ultravio- leta (UV), tiene un nivel tan alto de energía que daña las moléculas biológicas. En pequeñas cantidades, la ra- diación UV ayuda a que la piel humana produzca vitamina D e induce el bronceado en las personas de piel clara. Sin embar- go, en dosis mayores, la radiación UV causa quemaduras y en- vejecimiento prematuro de la piel, cáncer cutáneo y cataratas, un padecimiento en el que el cristalino del ojo se enturbia. Por fortuna, el ozono de la estratosfera, una capa de la at- mósfera que se extiende de los 10 a los 50 kilómetros por enci- ma de la Tierra, elimina por filtración la mayor parte de la radiación UV. En estado puro, el ozono (O3) es un gas explosivo y sumamente tóxico. En la estratosfera la concentración normal de ozono es de alrededor de 0.1 partes por millón (ppm), en comparación con 0.02 ppm en la parte baja de la atmósfera. Es- ta capa rica en ozono se conoce como la capa de ozono. La luz ultravioleta que incide en el ozono y el oxígeno provoca reac- ciones que descomponen y también regeneran el ozono. Al mismo tiempo, la radiación UV se transforma en calor y el nivel general de ozono permanece razonablemente constante; al menos así sucedía hasta antes de que los seres humanos inter- viniéramos. En 1985 unos científicos británicos que estudiaban la atmós- fera publicaron un descubrimiento sorprendente. Los niveles primaverales del ozono de la estratosfera sobre la Antártida ha- bían descendido en más del 40 por ciento desde 1977. En el agujero de ozono sobre la Antártida, el ozono llega ahora a un tercio de los niveles que tenía antes que se iniciara el agota- miento (FIGURA E29-1). Aunque la gravedad del agotamiento de la capa de ozono es máxima sobre la Antártida, la capa de ozono se ha reducido en alguna medida sobre la mayor parte del mundo, incluso sobre prácticamente la totalidad de la zona continental de Estados Unidos. Los datos registrados por saté- lites indican que, desde principios de la década de 1970, la ra- diación UV ha aumentado en casi un 7 por ciento por década en el hemisferio norte y casi un 10 por ciento por década en el hemisferio sur. Los estudios epidemiológicos indican que por cada 1 por ciento de incremento en el tiempo de exposición a la radiación UV a lo largo de la vida, el riesgo de contraer cán- cer de piel también se incrementa en 1 por ciento. Pero los efectos sobre la salud humana son sólo uno de los motivos de preocupación. La fotosíntesis que realiza el fitoplancton, consti- tuido por los organismos productores en los ecosistemas mari- nos, se reduce bajo el agujero de ozono sobre la Antártida. Algunos tipos de árboles y cultivos agrícolas también resultan dañados por el incremento en la radiación UV. La disminución del espesor de la capa de ozono se debe a los crecientes niveles de clorofluorocarbonos (CFC). Desarrolla- dos en 1928, estos gases se usaban con frecuencia como fluidos de enfriamiento en refrigeradores y acondicionadores de aire, como propelentes en los rociadores de aerosol, en la producción de espuma plástica y como limpiadores de piezas electrónicas. Estos productos químicos son muy estables y se consideraba que no eran peligrosos. Su estabilidad, sin embargo, resultó ser un problema muy grave, pues permanecen sin sufrir cambios químicos conforme suben poco a poco hasta la estratosfera. Una vez ahí, y por el intenso bombardeo de luz UV, los CFC se degradan y liberan átomos de cloro. El cloro cataliza la descom- posición del ozono en oxígeno gaseoso (O2) sin sufrir cambios él mismo. Las nubes sobre las regiones ártica y antártica se componen de partículas de hielo que conforman una superficie donde la reacción se lleva a cabo. Por fortuna, hemos dado los primeros pasos encaminados a “tapar” el agujero de ozono. En una serie de tratados de coo- peración que se iniciaron en 1987, los países industrializados acordaron descontinuar de forma gradual, aunque rápidamen- te, el uso de los productos químicos que agotan el ozono, con miras a eliminar los CFC por completo para 1996. Los niveles globales de cloro atmosférico en el nivel del suelo (un indicador del uso de CFC) alcanzaron un máximo en 1994, y para 1999 los científicos detectaron reducciones de cloro también en la estra- tosfera. En 2005 la Asociación Nacional Oceánica y Atmosféri- ca de Estados Unidos reportó que las concentraciones de ozono se habían estabilizado entre 1996 y 2002. Pero como es- tos compuestos persisten entre 50 y 100 años y tardan una dé- cada o más en ascender a la estratosfera, la emisión actual de CFC por parte de los países en desarrollo —aunada a los millo- nes de toneladas que ya han sido liberadas en los países indus- trializados— significa que una recuperación significativa podría tardar 40 años. En un espíritu de continua cooperación, los paí- ses desarrollados se comprometieron recientemente a ayudar a los países en desarrollo a diseñar alternativas a los CFC. Por su parte, China se comprometió a dejar de producir CFC en 2007. El agujero de ozono, una abertura en nuestro escudo protectorGUARDIÁN DE LA TIERRA FIGURA E29-1 Imagen del agujero de ozono antártico obte- nida desde un satélite En esta imagen obtenida por un satélite de la NASA se obser- va el agujero de ozono en septiembre de 2006, resaltado en azul y púrpura. Con una dimensión de 29.5 millones de kilóme- tros cuadrados, rebasó ya el anterior récord, establecido en 2000. (Imagen cortesía de la NASA). incluso en los días nublados, y el suelo aporta nutrimentos en gran cantidad. El agua, sin embargo, es limitada y se encuen- tra distribuida de modo muy desigual, tanto en términos de lugar como de tiempo. Los organismos terrestres deben estar adaptados para obtener agua cuando se halla disponible y para conservarla cuando escasea. Al igual que sucede con el agua, las temperaturas favora- bles para la vida tienen una distribución muy desigual en
Compartir