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1879© 2019. Elsevier España, S.L.U. Reservados todos los derechos ESTRÉS AGUDO, 1880 Estresores y desencadenantes emocionales de los episodios cardiovasculares agudos, 1880 Estrés mental, 1881 Posibles mecanismos del estrés agudo como desencadenante de episodios cardíacos, 1881 Estrés agudo y enfermedad cardiovascular: implicaciones clínicas, 1882 ESTRÉS CRÓNICO, 1882 Estrés laboral, 1882 Estado socioeconómico desfavorecido, 1882 Marginación social, falta de apoyo, y estrés matrimonial y por el cuidado de otras personas, 1882 Experiencias infantiles adversas, 1883 Estrés crónico y enfermedad cardiovascular: implicaciones clínicas, 1883 SALUD MENTAL Y TRASTORNOS PSIQUIÁTRICOS, 1883 Depresión, 1883 Ansiedad, 1884 Trastorno por estrés postraumático, 1884 Salud mental y trastornos psiquiátricos: implicaciones clínicas, 1884 RASGOS DE LA PERSONALIDAD, 1885 Ira y hostilidad, 1885 Personalidad de tipo D, 1885 Rasgos de la personalidad y enfermedad cardiovascular: implicaciones clínicas, 1885 EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LA SALUD MENTAL DE LOS CARDIÓPATAS, 1885 Consideraciones generales, 1885 Psicoterapia, 1886 Antidepresivos, 1886 Electrochoque, 1887 Ansiolíticos, 1887 Medicación alternativa y suplementos, 1888 Ejercicio, 1888 Resumen de las consideraciones terapéuticas, 1888 BIBLIOGRAFÍA, 1889 96 Aspectos psiquiátricos y conductuales de la enfermedad cardiovascular VIOLA VACCARINO Y J. DOUGLAS BREMNER El sistema cardiovascular se ha considerado largo tiempo vulnerable a los efectos de los factores psíquicos y la sabiduría popular sostiene que el estrés y las emociones constituyen importantes factores de riesgo para las enfermedades cardiovasculares (ECV). Los datos fisiológicos y empíricos sustancian, en su conjunto, esta creencia y respaldan la idea de que las adversidades psicosociales, las exposiciones estresantes y la salud mental de la persona contribuyen al riesgo cardiovascular. Estos factores pueden influir, desde la primera infancia, en la aparición de ECV en el transcurso de la vida y modificar todo el espectro de factores fisiopatológicos, desde los factores de riesgo de ECV hasta la progresión de la ateroesclerosis coronaria o el inicio de episodios coronarios agudos, pasando por los hábitos de vida.1 La respuesta al estrés, un mecanismo fisiológico adaptativo, que permite al organismo combatir los estímulos potencialmente nocivos, estimula el sistema simpático-suprarrenal y el eje hipotalámico-hipofi- sario-suprarrenal (HHS) con la liberación de cortisol y catecolaminas (v. también capítulo 99). La activación del sistema de estrés ayuda, desde el punto de vista fisiológico, a combatir el estresor. Sin embargo, según la «hipótesis de la reactividad», las respuestas cardiovasculares a los estresores psíquicos, si se prolongan o exageran, favorecen el desarrollo de ECV.2 La mayor reactividad cardiovascular incrementa, al parecer, el riesgo cardiovascular a través de multitud de mecanismos, entre ellos el aumento repetido o sostenido de la presión arterial y de la frecuencia cardíaca, la resistencia a la insulina y otras anomalías metabólicas, las resistencias vasculares sistémicas, la desregulación autónoma, las arritmias ventriculares y la desregulación de los sistemas inflamatorio e inmunitario (fig. 96-1). De cualquier manera, la respuesta fisiológica abolida al estrés también se considera inadecuada y puede tener consecuencias adversas para la salud.3 Los efectos crónicos y acumulativos del estrés también participan del riesgo cardiometabólico secundario al aumento de los niveles circulantes de las hormonas del estrés y la desestructuración de la homeostasis neuroendocrina normal y el ritmo circadiano del sistema de estrés.4 Las investigaciones con primates no humanos han proporcionado una evidencia empírica sólida sobre los efectos cardiovasculares adversos del estrés crónico. Estos estudios, extendidos a lo largo de muchas décadas, han revelado que el estrés psicosocial crónico produce daño endotelial y acelera la ateroesclerosis.5 Los efectos adversos del estrés empírico sobre el sistema cardiovascular humano están bien documentados (se describe más adelante en «Estrés mental»). Sin embargo, los efectos de los estresores naturales sobre la función y el riesgo de ECV son más difíciles de probar. La definición de exposición constituye un primer problema. Dentro del término genérico «estrés psicosocial», los investigadores han metido elementos interrelacionados pero diferentes que engloban una diversidad de exposiciones ambientales, desde episodios traumáticos hasta dificultades laborales o familiares o incluso molestias cotidianas, así como respuestas individuales o estados emocionales como sufrimiento, depresión y ansiedad. La ausencia de medidas estandarizadas para definir y cuantificar de manera uniforme el tipo y la intensidad del estrés psíquico constituye otro problema. Como se señala en este capítulo, la evidencia más robusta acumulada hasta la fecha señala que el estado socioeconómico desfavorecido, las adversidades en las etapas tempranas de la vida, el estrés laboral y la depresión representan factores de riesgo de ECV. Además de la enfermedad manifiesta, muchos de estos factores se han asociado a marcadores subclínicos de estas enfermedades. Hace poco, se ha vinculado, asimismo, el trastorno por estrés postraumático (TEPT) con el riesgo cardiovascular. Los datos relativos a otros factores psicosociales/psiquiátricos, como otras formas de estrés/sufrimiento crónico subjetivos, ansiedad y temor/hostilidad, son menos convincentes. Cuando se trata a un cardiópata, conviene detectar los factores psíquicos y psiquiátricos, no solo por la prevalencia de muchos de estos trastornos y su relación con una evolución cardiovascular adversa, sino también porque se asocian a comportamientos de salud y hábitos de vida con una relevancia pronóstica. Entre ellos se encuentran factores como la observancia escasa de las recomendaciones terapéuticas, la actividad física reducida, la dieta poco equilibrada o el tabaquismo. Con todo, en las consultas de cardiología modernas es menos probable que se detecten y corrijan los trastornos psíquicos y psiquiátricos que los factores de riesgo de ECV tradicionales. Ello se debe a la complejidad, ya mencionada, en la definición y evaluación y también a que muchos síntomas de sufrimiento psíquico se confunden con facilidad con enfermedades somáticas, por ejemplo, la fatiga, la pérdida de peso, el apetito escaso o los problemas de sueño. Las recomendaciones actuales proponen a los cardiólogos una actitud más proactiva en este importante dominio asistencial.6 El objetivo de este capítulo, por tanto, es revisar la evidencia epidemiológica y fisiopatológica clave que relaciona los factores psíquicos con las ECV y exponer su tratamiento en la práctica cardiológica contemporánea. Para mayor claridad, los aspectos psiquiátricos y conductuales se clasificarán dentro de estas categorías generales: episodios estresantes agudos; estresores crónicos (p. ej., estrés laboral, estado socioeconómico des- favorecido y estrés matrimonial o por los cuidados de otras personas), Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en enero 14, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org https://booksmedicos.org 1880 En fE rm Ed a d Es c a rd io va sc u la rE s y d E o tr o s ó rg a n o s XI salud mental y diagnósticos psiquiátricos (abarcan depresión, ansiedad y TEPT) y rasgos de la personalidad. ESTRÉS AGUDO Estresores y desencadenantes emocionales de los episodios cardiovasculares agudos (v. también capítulo 51) En muchos estudios, no todos, se ha advertido un aumento de los ingresos hospitalarios por síndrome coronario agudo después de un episodio emocionalestresante, como desastres naturales o industriales o ataques terroristas.1 Tras analizar las causas de muerte, no se ha apreciado ningún aumento de la mortalidad no coronaria. El ataque terrorista al World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 supuso una notable excepción a estas estadísticas. Este episodio no conllevó inmediatamente después ningún aumento repentino de la mortalidad cardíaca o de los ingresos en las unidades coronarias. Es posible que este acto, contemplado por la mayoría de los neoyorquinos a través de las noticias televisivas, no causara el mismo estrés agudo que podría haber inducido un episodio con una amenaza directa para la seguridad personal. Sin embargo, la incidencia de trastornos cardiovasculares diagnosticados por los médicos se elevó en más del 50% en los 3 años siguientes. Más aún, las arritmias ventriculares más que se duplicaron entre los pacientes con desfibriladores automáticos implantables (v. también capítulo 39), si bien este incremento no sucedió hasta 3 días después del acto terrorista y persistió en los 30 días siguientes. Según estos datos, el ataque tuvo un impacto subagudo o crónico, más que agudo. Se han efectuado también estudios durante competiciones deportivas importantes, como el Mundial de Fútbol, y hay cierta evidencia de que la frecuencia de episodios cardíacos se eleva en las ciudades o las regiones de los equipos que participan, sobre todo si el equipo pierde; no se ha observado, con todo, uniformidad en los estudios.1 La ausencia de información sobre las circunstancias que rodean a los episodios cardíacos de las personas afectadas constituye una limitación de estos estudios poblacionales. Aparte del estrés emocional, los factores concomitantes, como el ejercicio físico vigoroso (como huir), los excesos con la alimen- tación y la bebida, el consumo ambiental de tabaco o la temperatura exterior, tam- bién pueden inducir episodios cardíacos. A menudo es dif ícil descar tar com- pletamente estas explicaciones alternativas. En este sentido, los estudios individuales de los desencadenantes emocionales, en los que se ha preguntado a los pacientes por su experiencia previa al comienzo de los síntomas, deberían arrojar información valiosa. Por otro lado, la percepción de los pacientes puede verse afectada por el sesgo de recuerdo. Los estudios de diseño cruzado reducen este tipo de problema; en ellos, el sujeto actúa como su propio con- trol, a la hora de comparar la frecuencia en una exposición concreta durante las horas que preceden inmediatamente al inicio de los síntomas frente a la frecuencia en un período de control, por ejemplo, unos días antes. Este diseño se ha aplicado en varias investigaciones para examinar los desen- cadenantes emocionales de los episodios cardiovasculares agudos. El más estudiado es la ira aguda. En el Determinants of Myocardial Infarction Onset Study (Onset Study), el 2,4% de los pacientes refirieron encontrarse muy enfadados o furiosos en las 2 h anteriores al infarto agudo de miocar- dio7 (v. también capítulo 58). Haciendo una comparación frente a otros momentos del año previo, el riesgo de infarto de miocardio resultó 2,4 veces mayor en las 2 h siguientes a un brote de ira moderada o extrema y el riesgo aumentó conforme lo hizo la intensidad de la ira. Los resultados no difirieron materialmente tras ajustar la actividad física o el consumo de café o de alcohol. Según una revisión sistemática, en la que se incluyeron nueve estudios independientes de diseño cruzado sobre brotes de ira y episodios cardiovasculares agudos, la frecuencia de episodios cardiovasculares en las 2 h siguientes al brote de ira resultó sis- temáticamente mayor que en otros momentos, aunque la magnitud del efecto varió según el estudio.8 La estimación combinada del riesgo de episodios coronarios agudos llegó a más que cuadruplicarse. A pesar de este riesgo relativo alto, el riesgo absoluto individual de que ocurra un episodio cardiovascular después de un episodio de ira es bajo. El riesgo aumenta entre las personas con un riesgo cardiovascular basal alto y entre los que experimentan brotes frecuentes de ira. Además de la ira, las emociones negativas agudas, como el duelo o la tristeza, pueden inducir episodios cardiovasculares.1 En el Onset Study, con un enfoque cruzado, los investigadores descubrieron que la incidencia de infarto agudo de miocardio se multiplicaba por 21 durante las 24 h siguientes al fallecimiento de un ser querido.9 Aprovechando la enorme base de datos de atención primaria del Reino Unido, en un estudio reciente se destacó la relación prospectiva entre la fase de duelo y el riesgo elevado de episodios cardiovasculares. Las personas que experimentan duelo duplican el riesgo de ECV durante los 30 días que siguen al fallecimiento de la pareja; luego, el riesgo se atenúa. Se han vin- culado otros estresores agudos con un mayor riesgo de acontecimientos cardíacos, como el estrés laboral (con imposición de plazos apremiantes) o la exposición a un tráfico muy intenso. De nuevo, el riesgo absoluto de estos desencadenantes potenciales es bajo, pero se eleva en función del estado individual de riesgo cardiovascular de la persona.9 Tomando fracciones poblacionales se ha estimado que las emociones negativas contribuyen al 4% de los episodios cardíacos agudos, y la ira, al 3%. Los acontecimientos vitales estresantes se han relacionado con la contusión miocárdica aguda de personas vulnerables con una disfunción ventricular izquierda grave, pero reversible, enfermedad conocida como miocardiopatía de takotsubo.10 Estos pacientes, en su mayoría mujeres, manifiestan también una estimulación exagerada del sistema nervioso simpático, como revela la elevación plasmática llamativa de las cifras de catecolaminas. FIGURA 96-1 Posibles mecanismos que vinculan los factores psíquicos con las enfermedades cardiovasculares. HHS, eje hipotalámico-hipofisario-suprarrenal; SNS, sistema nervioso simpático. Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en enero 14, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org https://booksmedicos.org 1881 A sp ecto s p siq u iátrico s y co n d u ctu ales d e la en ferm ed ad card io vascu lar 96 © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n d el ito . Estrés mental Un método útil para evaluar los efectos del estrés y de las emociones sobre la función cardíaca consiste en medir las respuestas isquémicas transitorias a una provocación psíquica estandarizada en el laboratorio o «test de estrés mental» basada en cálculos mentales aritméticos, nomi- nación de colores, conferencias ante un auditorio o tareas similares (v. también capítulo 57). Este método ofrece la ventaja de la manipula- ción empírica directa, con control o exclusión de los posibles factores de confusión e investigación directa de los factores y mecanismos causales. Sin embargo, este enfoque se limita, por necesidad, a las respuestas breves al estrés agudo inducido de manera artificial en el laboratorio y, en consecuencia, puede carecer de relevancia práctica. Para solucionarlo, en los estudios longitudinales se ha investigado el vínculo entre las res- puestas cardiovasculares inducidas por el estrés mental y los episodios de ECV futuros. La mayor reactividad cardiovascular al estrés mental (definida, en general, como variaciones agudas de la presión arterial y la frecuencia cardíaca) y la recuperación escasa después del estrés (definida como una activación cardiovascular sostenida por encima de la basal durante el período que sigue a la actividad) se han asociado, desde la óptica longitudinal, con los resultados cardiovasculares (del tipo de elevación de la presión arterial y episodios cardiovasculares),mientras que la evidencia de la asociación con las variables de la ateroes- clerosis como el grosor íntima-media carotídeas o las calcificaciones arteriales coronarias es más limitada.2 Las respuestas del cortisol y las catecolaminas al estrés mental también se han relacionado con la hipertensión futura y otras variables cardiovasculares. Aparte de la reactividad cardiovascular, un fenómeno importante, examinado conjuntamente con el estrés mental en los enfermos cardiópatas, es la isquemia miocárdica inducida por el estrés mental. Este estado se parece al de la isquemia inducida por el esfuerzo físico, salvo que el estímulo es de carácter psíquico y no físico.11 La isquemia por estrés mental se ha investigado con una serie de técnicas de imagen y diversos estímulos estresantes.12,13 En la bibliografía se señala que la isquemia por estrés mental se puede inducir en una cifra de uno a dos tercios de los enfermos con cardiopatía isquémica; al parecer, las mujeres jóvenes con cardiopatía isquémica son las más vulnerables.14 Esta isquemia suele cursar de forma indolora y aparece con una demanda de oxígeno menor que la isquemia producida por el esfuerzo físico. Además, la isquemia inducida por el estrés mental no suele guardar relación con la intensidad de la enfermedad arterial coronaria, es decir, no constituye un simple reflejo de la gravedad de las lesiones coronarias. Los pacientes pueden manifestar isquemia con el estrés mental pero no con el ejercicio o con el estrés farmacológico, si bien los resultados varían. Las respuestas isquémicas no solo son inducidas por un estrés emocional intenso sino también por exposi- ciones menores, parecidas a las que se afrontan en la vida cotidiana. De hecho, la isquemia miocárdica inducida por el estrés mental (no por el ejercicio) se correlaciona con la isquemia registrada durante la monitorización ambulatoria en la vida diaria. Así pues, las pruebas de estrés mental podrían suponer una vía para detectar a los pacientes más vulnerables a la isquemia miocárdica en la vida cotidiana. Todos los resultados publicados hasta la fecha revelan que la isquemia inducida por el estrés mental predice un pronóstico desfavorable. En cinco estudios longitudinales, con un seguimiento de 1 a 5 años, se ha observado una duplicación sistemática del riesgo de mortalidad o de futuros episodios cardíacos. En estos estudios, los cardiópatas con isquemia por estrés mental fueron comparados con sujetos sin isquemia por estrés mental, al margen de la gravedad de la enfermedad coronaria y de los factores de riesgo de ECV.15 A pesar de que las muestras de pacientes sometidas a seguimiento longitudinal han sido escasas hasta la fecha, según la evidencia actual la respuesta isquémica del miocardio al estrés mental estandarizado reviste una importancia pronóstica, como mínimo, equivalente a la respuesta a la isquemia inducida por el ejercicio. Posibles mecanismos del estrés agudo como desencadenante de episodios cardíacos Un acontecimiento fisiopatológico clave que subyace al episodio coronario agudo es la progresión de una placa estable a una placa «vulnerable». No hay ninguna prueba directa de que el estrés psíquico agudo propicie la rotura o la erosión de una placa ateroesclerótica. Sin embargo, los episodios agudos de estrés o las emociones intensas pueden inducir episodios coronarios agudos en personas vulnerables al alterar la estabilidad y desestructurar la placa. Esto sucede mediante la activación hemodinámica (aumentos de la presión arterial y de la frecuencia cardíaca), el aumento de las resistencias vasculares sis- témicas, la vasoconstricción coronaria, la inflamación y efectos protrombóticos, entre otros. En general, la inducción ocurre sobre una base de ateroesclerosis avanzada y, por eso, es rara entre personas sin una enfermedad arterial coronaria de base.16 Los mecanismos que se ocultan tras la inducción emocional de la isquemia miocárdica aguda, como la isquemia inducida por el estrés mental, probablemente sean múltiples y abarquen alteraciones hemo- dinámicas, como aumentos de la presión arterial, frecuencia cardíaca, resistencias vasculares sistémicas y vasoconstricción de las arterias coronarias. De todas maneras, está claro que la isquemia inducida por el estrés psíquico agudo obedece a respuestas hemodinámicas diferentes a la del estrés por el ejercicio.11,17 La respuesta de isquemia miocárdica al estrés mental sucede con un doble producto más bajo que la respuesta a la isquemia inducida por el ejercicio en esos mismos pacientes, si bien la respuesta hemodinámica tiende a ser mayor que entre quienes no sufren isquemia. Tanto las personas con cardiopatía isquémica previa como sin ella, que experimentan isquemia por estrés mental, muestran un aumento de las resistencias vasculares sistémicas, es decir, el incremento de la poscarga motivado por la vasoconstricción periférica podría con- tribuir a la isquemia inducida por el estrés psíquico.13 En cambio, en general, el ejercicio reduce las resistencias vasculares sistémicas. El estrés mental también puede ocasionar una respuesta vasomotora coronaria anómala. Algunos pacientes con ateroesclerosis manifiestan una constricción paradójica durante el estrés mental, sobre todo en los lugares de estenosis, con lo que se reduce el flujo coronario y puede aparecer isquemia. La disfunción endotelial coronaria y las anomalías vasomotoras de la microcirculación coronaria contribuyen, al parecer, a la isquemia miocárdica inducida por el estrés psíquico. El estrés mental agudo también puede inducir una inestabilidad eléctrica cardíaca, como un aumento de la onda T alternante y otras medidas indicadoras de una repolarización cardíaca anómala que se han relacionado con arritmogenia y muerte súbita cardíaca18 (v. también capítulo 34). La disfunción autónoma y sus efectos sobre la elec- trofisiología cardíaca representan otro posible mecanismo de los efectos agudos adversos del estrés sobre el corazón (v. también capítulo 99). La activación simpática y la ausencia de estimulación parasimpática favorecen las arritmias y reducen el umbral para la fibrilación ventricular. La variabilidad de la frecuencia cardíaca, un índice de las variaciones de la frecuencia cardíaca de un latido a otro, a medida que el corazón responde a los estímulos internos y externos constituye una medida incruenta de la función autónoma cardíaca global (v. también capítulo 12). La varia- bilidad reducida de la frecuencia cardíaca predice la cardiopatía isqué- mica en los estudios poblacionales, así como la muerte, sobre todo la muerte súbita cardíaca, de los pacientes que han sufrido un infarto agudo de miocardio.19 La variabilidad de la frecuencia cardíaca se reduce durante el estrés mental agudo en el laboratorio y se ha observado que disminuye durante las grandes catástrofes, como terremotos o ataques terroristas, de acuerdo con estudios de pacientes sometidos a monitorización elec- trocardiográfica ambulatoria en ese momento.1 Estos mecanismos quizá subyazcan a la conexión descrita entre estrés agudo y arritmias cardíacas potencialmente mortales o muerte súbita cardíaca. La inflamación y la inmunidad representan factores clave cada vez mejor conocidos y median en las respuestas celulares al estrés psíquico agudo. La estimulación adrenérgica dependiente de la noradrenalina y secundaria al estrés activa el factor nuclear de transcripción kB en los monocitos circulantes, iniciando la cascada de inflamación. Así pues, el estrés psíquico estimula la activación de las células mononucleares y las respuestas inmunitarias e inflamatorias subsiguientes que pueden determinar una isquemia miocárdica.20 Al mismo tiempo, los circuitos neuroinmunitarios inducidos por el estrés, en los que la microglía cerebral se activa y aumentan las eferencias simpáticas hacia el sistema inmunitario y periférico, refuerzan aún más las conductas estresantes y el fenotipo inflamatorios.21En suma, existen multitud de respuestas fisiológicas al estrés emo- cional que podrían inducir una isquemia o muerte cardíaca repentina. Sin embargo, en este momento se dispone de muy poca información prospectiva que vincule estos mecanismos del estrés agudo con las variables cardiovasculares. Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en enero 14, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org https://booksmedicos.org 1882 En fE rm Ed a d Es c a rd io va sc u la rE s y d E o tr o s ó rg a n o s XI Estrés agudo y enfermedad cardiovascular: implicaciones clínicas La relevancia clínica del estrés emocional agudo de los episodios cardíacos no se ha establecido con claridad. Pese a la importancia del riesgo relativo asociado al estrés agudo, el riesgo absoluto es menor, dada la rareza relativa de estos episodios. En consecuencia, el riesgo poblacional imputable (es decir, la reducción de la enfermedad que se observaría si desapareciera por completo el factor de riesgo) no es grande (≈4%), sino que se parece bastante al de otros desencadenantes agudos de episodios coronarios, como el ejercicio físico, el tráfico intenso o el consumo excesivo de alcohol. Más aún, es probable que este riesgo solo afecte a un subgrupo de personas vulnerables. Ciertos pacientes son muy sensibles a las respuestas fisiológicas a los estímulos emocionales y, en consecuencia, corren más riesgo de sufrir secuelas cardiovasculares por estrés. Si se pudiera identificar de antemano a estos pacientes, se podrían programar intervenciones concretas que minimizaran la exposición a un estímulo emocional y redujeran los riesgos consiguientes. Pese a que se han expuesto las ventajas de programas para concien- ciar a los clínicos y a la población sobre los desencadenantes psíquicos, no se ha hecho ninguna evaluación de estos programas. Por razones similares, se desconoce si los tratamientos para prevenir la ECV, como el ácido acetilsalicílico, los β-bloqueantes, las estatinas y los inhibidores de la enzima conversora de la angiotensina, protegen también frente a los efectos nocivos de los estímulos emocionales. ESTRÉS CRÓNICO Estrés laboral Se han investigado a fondo los posibles efectos cardiovasculares adversos del estrés laboral. El modelo de «tensión laboral» de Karasek y Theorell es uno de los más conocidos.22 Este modelo de tensión laboral propone que una demanda laboral excesiva, combinada con un escaso control, genera estrés, puesto que los trabajadores que ocupan puestos de escaso control no logran moderar la presión laboral ajustando su tiempo o de otra manera. Posteriormente, se agregó una tercera dimensión de apoyo social, de manera que los efectos adversos del estrés laboral para la salud se incrementan entre los trabajadores que no reciben el respaldo de sus colegas. Otro modelo es el del desajuste entre esfuerzo y recompensa; según este modelo, el estrés aparece cuando existe un desequilibrio entre la elevada carga laboral y la escasa retribución en forma de salario, seguridad laboral y otro tipo. Estos dos modelos se han vinculado con episodios cardiovasculares adversos.23 En un amplio metaanálisis sobre 1,5 millones de años-persona de riesgo y 2.358 nuevos casos coronarios, la tensión laboral se asoció a una frecuencia un 23% más alta de cardiopatía isquémica. Esta asociación persistió después de ajustar el estado socioeconómico y los hábitos de vida, así como los factores convencionales de riesgo, y se advirtió entre ambos sexos, diversos grupos etarios, diferentes estratos socioeconómicos y varias regiones.24 No se tiene tanta información acerca de si el riesgo resulta similar para los pacientes con enfermedad coronaria conocida; sin embargo, los estudios sobre pacientes que regresan al trabajo después de un infarto de miocardio revelan un incremento del 70% o más en el riesgo de recidiva o de muerte cardíaca cuando el enfermo sufre una tensión laboral alta o un desequilibrio entre esfuerzo y recompensa en su trabajo.25 De acuerdo con algunos estudios, las interacciones sexuales revelan efectos más o menos acusados para las mujeres que para los hombres, pero los datos concretos sobre el sexo femenino parecen limitados, puesto que en la mayoría de los estudios se ha incluido sobre todo a una población laboral masculina. Estado socioeconómico desfavorecido El estado socioeconómico (ESE) se define, en general, por factores relacionados, como el estado ocupacional, los recursos económicos, los estudios y la clase social. Desde hace tiempo, se admite la exis- tencia de un gradiente social en la salud y en la enfermedad.22 Hace ya muchas décadas, el Whitehall Study of British Civil Servants señaló que, incluso entre quienes no son pobres, se advierte un gradiente social de mortalidad y morbilidad, incluidas las ECV, desde la base hasta la cima de la sociedad. Estos resultados se confirmaron en muchos otros contextos, como EE. UU. El ESE desfavorecido se acompaña de peores hábitos de salud y una frecuencia más alta de los factores de riesgo de ECV habituales, como hipertensión, obesidad, tabaquismo y dieta poco saludable que, sin embargo, explican de manera parcial el gradiente de ECV motivadas por la categoría social. En el estudio Whitehall, cuatro conductas de salud (tabaquismo, consumo de alcohol, dieta y actividad física) y sus variaciones a lo largo del período de seguimiento justificaron el 45% del gradiente social en el riesgo de mortalidad por ECV. Los recursos psicosociales y materiales desempeñan una función crítica en el ESE y la salud y ya en la infancia se manifiestan los orígenes de estos efectos: dificultades económicas, condiciones de vivienda poco adecuadas, estado del barrio, discriminación social y aislamiento, depresión y condiciones laborales adversas. La inestabilidad en el empleo, el desempleo y la pérdida del empleo son otros correlatos del ESE que se han relacionado con el riesgo cardiovascular.26 Como mínimo, parte de los efectos del ESE sobre la salud se relaciona con el vecindario. La degradación del vecindario, el cambio de residencia, las pérdidas patrimoniales por ejecuciones hipotecarias, los problemas de seguridad, la falta de acceso a alimentos saludables o a la actividad física contribuyen al estrés, aumento de peso, aumento de la presión arterial y riesgo de ECV.27,28 Por eso, un ESE desfavorecido se corresponde con una combinación de estresores crónicos que puede originar secuelas conductuales y fisiológicas negativas. A medida que desciende el ESE, se altera el eje HHS y el sistema autónomo y aumenta el riesgo de obesidad central y los factores de ries- go metabólicos. Por ejemplo, en el estudio Whitehall II se describió una estrecha relación entre una posición social baja y la mayor prevalencia del síndrome metabólico o de sus componentes,22 asociación que se afectó mínimamente por las diferencias en los comportamientos de salud. Las alteraciones de la actividad neuroendocrina y autónoma cardíaca, compatibles con una activación de los ejes neuroendocrinos del estrés, también están descritas en personas con un síndrome meta- bólico y sujetos con una clase económica desfavorecida. Curiosamente, los factores psicosociales (ESE y estrés laboral) justificaron un alto porcentaje de la relación entre las alteraciones suprarrenales/autónomas y el síndrome metabólico. Marginación social, falta de apoyo, y estrés matrimonial y por el cuidado de otras personas El número y la calidad de los contactos sociales se han relacionado con las tasas de mortalidad por ECV y total. Las relaciones sociales mejoran la salud a través de una serie de vías, como el apoyo instrumental y emocional, y el fomento de un estilo saludable de vida o la solicitud de atención sanitaria en caso necesario.El apoyo emocional también amortigua los efectos adversos de los estresores psíquicos. Tam- bién sucede lo contrario entre quienes caen enfermos o corren riesgo de enfermedad, ya que pierden el interés por las relaciones. En diversos estudios poblacionales se ha observado un mayor riesgo de ECV tras la marginación social o la falta de apoyo de poblaciones inicialmente sanas; no obstante, estos resultados no son definitivos, quizá por las variaciones en las mediciones y definiciones. En los estudios pronósticos de pacientes con enfermedad arterial coronaria los efectos parecen más robustos. Los aspectos, tanto instrumenta- les como emocionales, de los contactos sociales se han vinculado a las recidivas y al aumento de la mortalidad en las poblaciones cardíacas y, en general, esta asociación persiste después de ajustar los hábitos de vida y la gravedad de la enfermedad. En cambio, los aspectos estructurales del apoyo, definidos como el tamaño de la red de apoyo de una persona y sus relaciones con dicha red, muestran una asociación menos uniforme con los resultados cardiovasculares; el aislamiento social se ha asociado, no obstante, con un incremento de las tasas de mortalidad en los estudios poblacionales.29,30 El estado civil es otro aspecto del apoyo social de la persona que se ha investigado con cierto detenimiento. El matrimonio se ha relacionado con un riesgo menor de muerte por cardiopatía isquémica, tanto en las mujeres como en los hombres.31 A la inversa, el divorcio y los problemas matrimoniales o por el cuidado de otras personas se han asociado a un riesgo de ECV excesivo.32 El vínculo entre el estrés matrimonial o la calidad del matrimonio y el riesgo cardiovascular se ha establecido Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en enero 14, 2020. 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Experiencias infantiles adversas La adversidad infantil, como el maltrato físico, el maltrato psíquico, el abuso sexual, el abandono en la infancia o la disfunción del hogar, representa un factor de riesgo emergente para las ECV. El 60% de la población estadounidense ha sufrido al menos una experiencia adversa de este tipo, y el 24%, tres o más. A lo largo de los años se ha documentado, en diversos estudios, un vínculo entre los malos tratos infantiles y una serie de resultados médicos en la vida adulta, como ECV y diversos factores de riesgo de ECV, el tipo de obesidad, diabetes e hipertensión. Sin embargo, en la mayoría de estos estudios se aplicó un diseño retrospectivo. Hace menos tiempo, en estudios con una evaluación prospectiva de los resultados, se ha confirmado que este tipo de exposiciones tempranas predice la futura salud cardiometabólica.37 La exposición a la adversidad en la infancia también se ha vinculado con un aumento más rápido de la presión arterial, medida de manera longitudinal desde la infancia hasta la primera etapa de la vida adulta.38 Esta relación se puede explicar por muchos elementos conductuales, emocionales y biológicos.39 En cuanto a los efectos biológicos, las experiencias infantiles negativas se han relacionado con cambios duraderos de diversos sistemas orgánicos, como los sistemas nervioso, endocrino e inmunitario; a menudo, estos cambios se advierten desde la infancia.40 Se sospecha que la activación repetida o crónica de los sistemas de estrés de la juventud expuesta, sobre todo del eje HHS, contribuyen y ejercen efectos a largo plazo sobre el envejecimiento biológico y la salud cardiovascular. La adversidad infantil también es un antecedente habitual de depresión y TEPT, ambos relacionados con el riesgo cardiovascular a través de varios mecanismos. Estrés crónico y enfermedad cardiovascular: implicaciones clínicas Existen pocos datos sobre la posible utilidad clínica derivada de la inclu- sión de índices del estrés crónico para predecir el riesgo de ECV, evaluar el pronóstico o proceder al tratamiento clínico de los cardiópatas. Sin embargo, ciertos estudios señalan que el análisis de factores como el estrés laboral, un horario laboral largo o índices del ESE, además de los factores habituales de riesgo, mejoraría la predicción del riesgo de ECV. En una población británica, representativa del conjunto de la nación, la incorporación de un índice de privación social, basado en datos censales, a otros factores de riesgo dentro de un algoritmo clínico de predicción del riesgo de ECV (QRISK2) mejoró la exactitud en la detección de las personas de alto riesgo. En consecuencia, las directrices europeas actuales para la prevención de las ECV aconsejan examinar los estresores psicosociales mediante instrumentos estandarizados o incluso un breve cuestionario y recomiendan el tratamiento clínico personalizado de estos factores (clase de recomendación IIa, nivel de la evidencia B).41 En EE. UU. no existe en este momento ningún algoritmo que incorpore el ESE u otros índices del estrés crónico para evaluar el riesgo de ECV y las directrices sobre prevención no incluyen, en consecuencia, estos índices. SALUD MENTAL Y TRASTORNOS PSIQUIÁTRICOS La depresión, la ansiedad y el TEPT se diferencian de otros factores psíquicos expuestos en este capítulo porque son trastornos psiquiátricos y, como tales, se puede realizar su diagnóstico y tratamiento clínicos. Casi toda la evidencia que relaciona estos factores con el riesgo de ECV se ha basado, sin embargo, en la medición de escalas sintomáticas y no en diagnósticos psiquiátricos. La depresión ha recibido una atención especial y ha arrojado los resultados más robustos sobre la relación con las ECV. Depresión La depresión es un trastorno muy prevalente y un problema global creciente. Entre los cardiópatas, la prevalencia se triplica con relación a los controles; el 15-30% de los primeros sufren una depresión significativa.6 La prevalencia es mayor en el sexo femenino y se eleva sobremanera en las mujeres cardiópatas jóvenes.42 La depresión, como factor de riesgo, varía desde síntomas depresivos leves (subclínicos) hasta el diagnóstico clínico de depresión mayor. Según se define en la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, la depresión mayor se caracteriza por un estado de ánimo deprimido o anhedonia (pérdida del interés o del placer) durante, al menos, 2 semanas, acompañado de una alteración funcional importante y de síntomas somáticos o cognitivos adicionales. Se han efectuado numerosos metaanálisis de estudios observa- cionales y todos han aportado evidencia sobre la relación entre la depresión clínica (o los síntomas depresivos) y el riesgo de ECV, tanto entre personas inicialmente libres de cardiopatías como entre diversas poblaciones de cardiópatas, como pacientes con síndromes coronarios agudos, insuficiencia cardíaca congestiva o cardiopatía isquémica estable, y también entre aquellos sometidos a cirugía de revascularización coronaria. Sin embargo, en los diferentes estudios se han obtenido estimaciones significativamente diferentes del riesgo y su capacidad para ajustar los posibles factores deconfusión, como tabaquismo, inactividad física o gravedad de la cardiopatía isquémica, también ha variado. En los metaanálisis más recientes de 30 estudios de cohortes prospectivas, realizados con personas inicialmente exen- tas de cardiopatía, la depresión se asoció a un incremento del 30% en el riesgo de futuros episodios coronarios.43 Esta asociación conservó la significación en el grupo de estudios, en los que se ajustaron los posibles elementos de confusión, como hábitos de vida y factores sociodemo- gráficos. Entre los pacientes con cardiopatía isquémica (como aquellos con infarto de miocardio) con una depresión asociada, el riesgo de recidiva o de muerte también suele elevarse, en comparación con los pacientes no deprimidos, y resulta particularmente alto en el caso de la mortalidad cardíaca, con una razón de posibilidades (odds ratio) combinada de 2,7.6 Según la bibliografía reciente, la depresión, además, es un trastorno heterogéneo en su relación con las ECV y los subtipos concretos podrían revestir más interés, como la depresión reciente después de un síndrome coronario agudo, la depresión rebelde al tratamiento o los síntomas depresivos somáticos por oposición a los síntomas cognitivos. De todas maneras, no existe un claro consenso sobre si estos diferentes fenotipos comportan riesgo variable. Se han propuesto muchos mecanismos para explicar la relación entre depresión y ECV.44 La depresión se asocia a otros factores de riesgo cardiovascular, como tabaquismo, vida sedentaria, obesidad, diabetes e hipertensión. En muchos estudios se ha señalado el efecto independiente de la depresión sobre los resultados cardíacos, una vez ajustados estos factores, pero, en la mayoría, estos factores dieron cuenta de una fracción significativa del riesgo de episodios cardíacos asociados a la depresión. Entre los pacientes con cardiopatía isquémica, la depresión también se asocia a la gravedad de la alteración funcional. Si se traducen las limitaciones funcionales en un descenso de la actividad física o de los cuidados autónomos, la cardiopatía isquémica podría acelerarse. Además, los enfermos deprimidos siguen peor la medicación, los cambios de los hábitos de vida y la rehabilitación cardíaca que los no deprimidos. En consecuencia, la depresión puede influir en los resultados cardíacos a través de mecanismos conductuales que obstaculizan una vida saludable, retrasan la solicitud de asistencia médica y facilitan el incumplimiento de la prevención secundaria. Con todo, no está claro si o en qué medida estos factores median en el efecto de la depresión sobre los resultados cardíacos. La depresión se caracteriza por una desregulación del eje HHS y del sistema simpático-suprarrenal con un aumento o liberación prolongada de cortisol y noradrenalina y una desestructuración de los patrones circadianos normales. Por ejemplo, la respuesta al despertar del cortisol, así como los niveles de cortisol durante la noche, tienden a aumentar en la depresión. Además, se ha descrito una hiperactividad del eje HHS en la depresión ya remitida y en la descendencia no afectada, es decir, existe un factor de vulnerabilidad, probablemente genético, más que un indicador de estado.44,45 Pese a la escasez de datos longitudinales, Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en enero 14, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org https://booksmedicos.org 1884 En fE rm Ed a d Es c a rd io va sc u la rE s y d E o tr o s ó rg a n o s XI los valores matutinos más altos de cortisol y la pendiente más plana del cortisol a lo largo del día conllevan un mayor riesgo de muerte cardiovascular futura; también se ha vinculado la respuesta más alta de cortisol a un estresor agudo con la hipertensión incidental.46 En diversos estudios se ha comprobado que las personas deprimidas muestran un flujo parasimpático reducido y una menor variabilidad de la frecuencia cardíaca, un índice incruento de la función autónoma cardíaca, por más que los datos no sean totalmente uniformes y que el tratamiento antidepresivo también pueda contribuir a estos efectos.44 Entre las implicaciones adicionales de la disfunción autónoma de los cardiópatas deprimidos se encuentran una mayor respuesta a la frecuencia cardíaca a la provocación ortostática, una respuesta anómala de la frecuencia cardíaca a las extrasístoles ventriculares y una repolarización ventricular anómala. Todos estos factores predicen la mortalidad de los cardiópatas. Las anomalías neurobiológicas y autónomas de la depresión, expues- tas con anterioridad, determinan una elevación repetida o sostenida de la presión arterial, la frecuencia cardíaca y la glucosa plasmática; resis- tencia a la insulina, y dislipidemia, así como inflamación sistémica y dis- función endotelial. En concreto, la desregulación metabólica inmunitaria se ha señalado de manera sistemática como un correlato frecuente de la depresión. La depresión también puede facilitar el aumento de peso, como consecuencia de la inactividad y de una dieta poco saludable, lo cual fomenta a su vez alteraciones metabólicas e inflamación. En metaanálisis recientes se describen valores significativamente más altos de marcadores inflamatorios, como la interleucina (IL) 6 y el factor de necrosis tumoral (TNF) α en sujetos deprimidos, en comparación con los controles.47 Sin embargo, la magnitud del efecto ha resultado discreta y este efecto parece ligeramente mayor en estudios con el diagnóstico clínico de depresión más que con escalas sintomáticas.48 Más aún, los resultados de los pacientes con ECV no son uniformes y, hasta el momento, no hay ninguna evidencia sólida de que la inflamación represente el vínculo entre la depresión y los resultados cardiovas- culares. Más bien, parece que existe un vínculo bidireccional entre la inflamación y la depresión. Así, la inmunoterapia con interferón α puede precipitar una depresión. Las citocinas periféricas tienen acceso al cerebro y pueden inducir respuestas conductuales análogas a un episodio depresivo.49 Además, cierta evidencia revela que la inflamación acusada durante el síndrome coronario agudo predice el comienzo de la depresión.50 Por último, hay una evidencia creciente, según la cual la depresión y las ECV constituyen expresiones fenotípicas distintas del mismo sustrato genético.51 Esta pleotropía genética justificaría, asimismo, la relación entre la depresión y las vías biológicas del riesgo que contribuyen a las ECV, como la inflamación o la desregulación del sistema nervioso autónomo y del metabolismo.44,51 Los genes implicados en estas vías podrían resultar precursores de la depresión y de las ECV, lo que explicaría la relación no causal entre estos dos fenotipos. Ansiedad La ansiedad, como la depresión, abarca un amplio espectro de tras- tornos, desde diagnósticos psiquiátricos susceptibles de tratamiento clínico hasta síntomas subliminares comunes en la población general. Estos trastornos resultan prevalentes. Hasta el 18% de los norteameri- canos experimentan uno o más trastornos de ansiedad. En general, los diversos trastornos de ansiedad (trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de angustia, ansiedad fóbica y trastorno obsesivo-compulsivo, entre otros) poseen un carácter diferente, pero también comparten bastantes rasgos y, a menudo, coexisten. En la mayoría de los estudios sobre la relación entre la ansiedad y la cardiopatía isquémica se han empleado escalas de los síntomas de ansiedad y no se ha recurrido al diagnóstico clínico del trastorno. Los resultados de los estudios sobre la asociación entre la ansiedad y el riesgo de ECV apuntan, en conjunto, a un riesgo mínimamente elevado.2 En los estudios se aplicaron medidas diferentes de la ansiedad y se examinó muy pocoel diagnóstico clínico del trastorno de ansiedad, que puede diferir en su sustrato biológico y, en consecuencia, en su relación con las ECV. La ansiedad suele coexistir con la depresión y son pocos los estudios en los que se han intentado separar ambas entidades: esta separación resulta, por otra parte, com- plicada dada la estrecha correlación que existe. Otra posibilidad es que la elevada comorbilidad facilitara que la ansiedad y la depresión actuaran como constructos vinculados y que su impacto sobre el riesgo de ECV reflejara los componentes compartidos entre la depresión y la ansiedad, como el sufrimiento general.52 Un aspecto cognitivo de la ansiedad, de posible interés particular para el riesgo de ECV es la rumiación, una variante intrusiva e incontrolable de ideas de sufrimiento. La rumiación no solo se ha visto señalada en el sufrimiento crónico y la depresión, sino también en el desarrollo de ECV.52 La ansiedad fóbica y las crisis de angustia se asocian, asimismo, al riesgo de ECV y a la muerte súbita en los estudios poblacionales. Trastorno por estrés postraumático El TEPT está producido por la exposición a un episodio psíquico traumático, definido como una amenaza para la vida de uno mismo o de un ser querido. Estos traumas abarcan hechos como un combate militar, malos tratos infantiles, agresión sexual o un accidente de tráfico. La mayoría de las personas cree que el TEPT es un trastorno propio de los veteranos de guerra, pero, si se miden las cifras absolutas, hay más civiles con TEPT por sucesos no bélicos que veteranos con TEPT relacionados con el combate. La prevalencia del TEPT en los civiles se ha estimado como un 1,3-7,8% a lo largo de la vida.53 A pesar de que el trauma es imprescindible para que surja el TEPT, solo una minoría de las personas expuestas acaba con el trastorno. Se trata de un trastorno muy incapacitante; sus síntomas se clasifican en las categorías nucleares de reexperiencia (p. ej., recuerdos recurrentes del episodio traumático que el paciente no logra controlar), evitación (evitación de cosas que evocan el trauma a la persona) e hipervigilancia (p. ej., dificultad para conciliar o mantener el sueño, irritabilidad, brotes de ira y problemas de concentración). La neurobiología del TEPT afecta a las áreas cerebrales del miedo y de la memoria, como el hipocampo, la corteza prefrontal y el cuerpo amigdalino,54 así como a los sistemas neuroendocrinos con respuesta al estrés, como el eje HHS y el sistema nervioso simpático, que modifican el riesgo cardiovascular.53 Hay cada vez más evidencia que vincula al TEPT con un mayor riesgo de ECV; a lo largo de los estudios, el trastorno se ha asociado con un incremento cercano al 50% del riesgo de cardiopatía isquémica.55 Los datos emergentes también indican que el trastorno puede ser consecuencia y también causa de episodios cardiovasculares agudos y potencialmente mortales. Entre los enfermos con un síndrome coronario agudo o un accidente cerebrovascular agudo, el TEPT resulta prevalente (10-20%) y duplica los episodios posteriores.56,57 Como ocurre con otros trastornos psiquiátricos, las personas con TEPT exhiben, por norma, más hábitos negativos de vida, como inactividad y escasa observancia de los tratamientos, que predisponen a factores de riesgo cardiovascular como la obesidad, la diabetes o la hipertensión. Los síntomas de evitación del TEPT explican la marginación social y la falta de recursos emocionales y materiales. El TEPT suele asociarse a otros trastornos psiquiátricos que modifican el riesgo cardiovascular, como depresión y abuso de sustancias. Sin embargo, los mecanismos biológicos directos resultan igualmente plausibles. Según un modelo emergente, los recuerdos intrusivos y otros síntomas de la vivencia repetida en el TEPT, así como la hipervigilancia, dan lugar a una activación fisiológica exaltada y repetida que, a su vez, causa efectos lesivos a largo plazo sobre el sistema cardiovascular. Estos efectos pueden ocurrir a través de mecanismos vasculares e inmunitarios.58 Salud mental y trastornos psiquiátricos: implicaciones clínicas A pesar de la importante comorbilidad entre la depresión y la enferme- dad somática, los médicos no psiquiatras reconocen a menos de la mitad de los enfermos deprimidos y, durante el ingreso por infarto agudo de miocardio, identifican a menos del 15% de los pacientes con depresión.59 Uno de los motivos sería la incertidumbre acerca de si el tratamiento de la depresión mejora los resultados y, en consecuencia, si merece la pena el cribado sistemático de la depresión en los cardiópatas. De hecho, en los estudios realizados hasta la fecha no se ha demostrado que el tratamiento de la depresión mejore los resultados cardiovasculares. De todas maneras, la investigación en este campo ha sido limitada. Más aún, la depresión sigue siendo una enfermedad importante por sí misma, que Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en enero 14, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org https://booksmedicos.org 1885 A sp ecto s p siq u iátrico s y co n d u ctu ales d e la en ferm ed ad card io vascu lar 96 © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n d el ito . precisa una evaluación y tratamiento adecuados. Además de modificar el pronóstico, la depresión afecta de manera sustancial a la calidad de vida del cardiópata y es uno de los predictores más poderosos del incumplimiento de los regímenes farmacológicos; esto se podría mejorar si mejora la depresión.60 El reconocimiento y el tratamiento de la depresión inducen una mejora del estado general del paciente y de la observancia del tratamiento farmacológico y de los hábitos saluda- bles de vida. La bibliografía señala, en principio, la depresión como un factor de riesgo y también como un factor pronóstico de ECV, así que el clínico debería evaluar la depresión igual que cualquier otro factor de riesgo, como el tabaco o la diabetes.6 Según las directrices actuales para la prevención secundaria de las ECV de la American Heart Association/American College of Cardiology, parece razonable cribar la depresión de los pacientes con acceso al tratamiento especializado, en colaboración con el médico de atención primaria y el especialista en salud mental (categoría IIa, nivel de la evidencia B). El tratamiento de la depresión se puede defender por sus beneficios clínicos, además de mejorar los resultados cardiovasculares (categoría IIb, nivel de la evidencia C). Los pacientes con síntomas depresivos graves o el diagnóstico clínico de depresión requieren una evaluación por un especialista en salud mental, si está indicado. Los trastornos de ansiedad tienen una alta prevalencia y, al margen de su posible relación con el riesgo de ECV, producen mucha discapacidad y alteran la calidad de vida. La ansiedad suele coexistir con la depresión; en este caso, el impacto correspondiente sobre la calidad de vida se acentúa. Por eso, el cardiólogo debe estar atento a estos trastornos. El TEPT está emergiendo como factor de riesgo de ECV y podría también ser consecuencia de un episodio cardiovascular agudo. En los hospitales estadounidenses, cada año se da el alta a cerca de 1,5 millones de pacientes con el diagnóstico de síndrome coronario agudo; más de 150.000 experimentarán síntomas de TEPT con repercusión clínica (v. también capítulo 58).56 Así pues, el TEPT podría contribuir de un modo considerable a los reingresos, la tasa de mortalidad y los costes de la atención sanitaria de los cardiópatas. De todas maneras, al igual que con la depresión, se desconoce la utilidad del cribado sistemático de los síntomas de TEPT de los cardiópatas, sobre todo de la población no veterana de guerra (v. también el siguiente apartado).Se dispone de enfoques farmacológicos y psicoterápico para la lucha contra el TEPT y otros trastornos de ansiedad,61 de manera que el diagnóstico y el tratamiento de estos trastornos podría, como mínimo, surtir beneficios teóricos (mejoría sintomática y funcional). No se ha examinado, sin embargo, la utilidad para reducir el riesgo de ECV. RASGOS DE LA PERSONALIDAD Ira y hostilidad Los efectos potencialmente nocivos del sentimiento crónico de ira para la salud se sospechan desde la Antigüedad. No debe sorprender, por tanto, que la ira, la hostilidad y los constructos emparentados hayan recibido mucha atención como potenciales factores de riesgo de ECV. Pese a tratarse de constructos diferentes, la ira y la hostilidad se suelen utilizar de manera indistinta y su interrelación no se ha definido bien. La hostilidad es un rasgo de la personalidad o cognitivo que se caracteriza por una actitud negativa hacia los demás. Es una de las dimensiones de la personalidad de tipo A que, en las primeras investigaciones, se consideraba un factor de riesgo de ECV, relación que no se ha visto res- paldada en los últimos estudios. La ira es un estado o rasgo emocional, caracterizado por sentimientos que varían desde la irritación leve hasta la furia o rabia intensas contra los demás. Los brotes de ira constituyen un desencadenante bastante bien conocido de los episodios coronarios agudos y se comentaron antes en este capítulo, en la sección sobre estrés agudo. La ira como rasgo de la personalidad no es un factor de riesgo de ECV bien estudiado. En los estudios se han obtenido resultados heterogéneos y en la mitad de ellos no se ha detectado una asociación significativa entre la ira o la hostilidad y la cardiopatía isquémica. A pesar de la evidencia poco convincente, los sentimientos crónicos de ira, desconfianza cínica y hostilidad se asocian, como mínimo de forma discreta, con el riesgo de inicio y progresión de las ECV.62 Según una estimación combinada de la contribución de la ira y la hostilidad en los metaanálisis, la incidencia de cardiopatía isquémica aumenta de forma discreta (< 20%), pero significativa, en las poblaciones inicialmente sanas y las recidivas de los episodios de cardiopatía isquémica se elevan un 24% entre los pacientes con cardiopatía isquémica conocida. Sin embargo, en los estudios de mayor calidad, los efectos generalmente han sido menores y no significativos. El riesgo asociado a la ira y a la hostilidad parece más acusado en los hombres, en gran parte, por factores conductuales como el tabaquismo y la actividad física. La ira y la hostilidad también se han relacionado con la reactividad al estrés, una función autónoma exaltada, una variabilidad reducida de la frecuencia cardíaca, inflamación y agregación plaquetaria.62 Personalidad de tipo D La personalidad de tipo D (o «disgustada»), introducida inicialmente en 1995 por Denollet et al., es un tipo de personalidad que combina la afectividad negativa con la inhibición social.63 Se describe así a las personas que tienden a experimentar emociones negativas (dis- foria, tensión, preocupación) y que, al mismo tiempo, se inhiben en la expresión de las emociones, ideas y comportamientos dentro del ámbito social. Estos investigadores lograron vincular este constructo con resultados cardiovasculares adversos y la mortalidad total en una serie de estudios sobre pacientes con ECV. La personalidad de tipo D se asocia a otras características psicosociales (hostilidad, ira, depresión y marginación social), por lo que se precisa una mayor evaluación de la interconexión con estos otros factores. No obstante, este tipo de perso- nalidad predice, al parecer, la depresión y otros estresores psicosociales de forma independiente. Según estos autores, la combinación de estos dos rasgos (afecto negativo e inhibición social) es la que causa el daño y no cada rasgo por separado. Rasgos de la personalidad y enfermedad cardiovascular: implicaciones clínicas Aunque la bibliografía sobre los rasgos de la personalidad de las ECV se remonta a muchas décadas atrás, los resultados siempre han sido homogéneos. En concreto, la magnitud del efecto de la ira y de la hos- tilidad parece pequeña; se necesita más investigación para averiguar si los rasgos de la personalidad aportan una información predictiva y pronóstica más allá de la que ofrecen otros factores psicosociales más conocidos y los factores tradicionales de riesgo de ECV. Por último, no está claro en qué medida estos rasgos de la personalidad se pueden modificar a través de las intervenciones. Por todas estas cuestiones, no se conoce bien la repercusión clínica de estas observaciones. EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LA SALUD MENTAL DE LOS CARDIÓPATAS (v. también capítulo 58) Consideraciones generales La detección de los factores psíquicos y psiquiátricos se debe contem- plar en la atención de los cardiópatas. Los factores psíquicos revisten importancia, no solo por la elevada prevalencia de estos trastornos y por el bienestar y calidad de vida de los pacientes, sino también porque actúan como barreras para la observancia del tratamiento, el seguimiento y la aplicación de medidas generales. Aun así, en las consultas actuales de cardiología, los trastornos psíquicos y psiquiá- tricos se suelen diagnosticar y tratar menos que los factores tradicionales de riesgo de ECV. Esto obedece a la complejidad para su definición y evaluación, ya mencionada, pero también a que muchos síntomas de sufrimiento psíquico se confunden fácilmente con enfermedades somáticas, por ejemplo, la fatiga, la pérdida de peso, la falta de apetito o los problemas de sueño. No hay consenso sobre la necesidad sistemática del cribado y tratamiento de los problemas emocionales de los cardiópatas, como la depresión, la ansiedad y el TEPT. No existe ninguna seguridad de que el cribado y el tratamiento de estos problemas se reflejen en una mejor calidad de vida o en un pronóstico más favorable. Además, los ensayos clínicos realizados hasta la fecha sobre las intervenciones psíquicas o psiquiátricas han indicado una mejoría muy discreta del bienestar psíquico y efectos nulos o inciertos sobre los resultados cardíacos. Pese a esta controversia, las intervenciones psíquicas, como el asesoramiento Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en enero 14, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org https://booksmedicos.org 1886 En fE rm Ed a d Es c a rd io va sc u la rE s y d E o tr o s ó rg a n o s XI individual o en grupo, el tratamiento del estrés, el apoyo para el cuidado autónomo y la farmacoterapia, probablemente aportan beneficio para el control de los factores convencionales de riesgo, la promoción de hábitos saludables de vida y la lucha contra el sufrimiento psíquico, si se añaden a la rehabilitación cardíaca habitual o se integran en el enfoque asistencial combinado. Estos programas exigen muchos recursos y com- promiso de pacientes y personal sanitario. Sin embargo, no se pueden descartar los beneficios potenciales de la mejora del bienestar psíquico. Las directrices clínicas actuales de EE. UU. solo mencionan la depresión como un factor psicosocial que el clínico, no dedicado a la salud mental, puede detectar si el paciente tiene acceso a un sis- tema adecuado de apoyo asistencial (clase de recomendación IIa, nivel de la evidencia B). Estas directrices subrayan, asimismo, que parece razonable tratar la depresión porque ofrece beneficios clínicos más allá de la mejora de los resultados cardiovasculares (categoría IIb, nivel de la evidencia C).64 En cambio, las directrices europeas, a pesar de exponer las limitaciones de cribados de la depresión, reconocen la importancia de un enfoque exhaustivo para detectar los factores de riesgopsicosociales, aplicando como mínimo una evaluación preliminar con una serie breve de preguntas con una respuesta afirmativa o negativa, y recomiendan un enfoque conductual multimodal que integre la educación en salud, la actividad física y la psicoterapia (categoría Ia, nivel de la eviden- cia A).41 En el caso de que existan síntomas de depresión con repercusión clínica u otros factores psicosociales, las directrices europeas aconsejan considerar intervenciones como la psicoterapia, la medicación o la asistencia multidisciplinar (categoría IIa, nivel de la evidencia A). Psicoterapia La psicoterapia ayuda a las personas deprimidas a entender sus comportamientos, emociones o ideas que contribuyen a la depresión, recuperar la sensación de control y placer y aprender estrategias de afrontamiento.65 La terapia psicodinámica se basa en la creencia de que una persona se deprime por conflictos no resueltos, de ordinario inconscientes, que suelen provenir de la niñez. La terapia interpersonal se centra en comportamientos e interacciones con los familiares y amigos. El objetivo principal de esta terapia es mejorar las capacidades de comunicación y la autoestima durante un período breve. La terapia cognitivo-conductual (TCC) consiste en examinar los patrones de pensamiento negativos y autodestructivos para examinar su base y saber cómo contribuyen a las emociones y a los malos resultados. Se ha comprobado que la psicoterapia posee la misma eficacia frente a la depresión que la medicación y ciertas personas, en particular aquellos con estrés en las primeras etapas de la vida, no responden a la medicación si no se añade psicoterapia. Dado el mayor riesgo de muerte de los cardiópatas deprimidos, se ha creído que el tratamiento satisfactorio de la depresión reduciría este riesgo. Sin embargo, en el estudio Enhanced Recovery in Coronary Heart Disease Patients (ENRICHD) no se apreció ningún efecto beneficioso de la intervención psíquica con TCC y aprendizaje social sobre los resultados cardíacos (los enfermos con depresión grave también recibieron una intervención psicofarmacológica). La mejoría media de la depresión, en comparación con el placebo, resultó, sin embargo, dis- creta. En análisis post hoc, los pacientes que respondieron al tratamiento manifestaron una evolución mejor que los que no lo hicieron.66 Se ha observado que otros tipos de terapia alivian la depresión y la ansiedad, a saber: terapia interpersonal, técnicas de gestión del estrés y de reducción del estrés como respiración profunda, relajación muscular progresiva, yoga, meditación y reducción del estrés basada en la atención plena. Antidepresivos Los antidepresivos representan otro método probado para tratar la depresión y otros trastornos psíquicos asociados con un mayor riesgo de ECV, como en el TEPT.67 Los antidepresivos parecen más eficaces frente a la depresión moderada o grave que frente a la leve. Actúan sobre los sistemas de la serotonina y la noradrenalina, y también sobre otros sistemas de neurotransmisión cerebral. Los fármacos que aumentan los niveles cerebrales de serotonina y noradrenalina cons- tituyen tratamientos eficaces de la depresión y de la ansiedad. Muchos antidepresivos se unen a unas proteínas, llamadas transportadores, que devuelven el neurotransmisor a la neurona después de su liberación a la sinapsis, aumentando así la cantidad de neurotransmisor en la sinapsis. Muchos de los antidepresivos bloquean el transportador de serotonina o el de noradrenalina o ambos. Otros antidepresivos ejercen sus efectos uniéndose a diversos receptores que controlan la función neurotransmisora del cerebro. Los fármacos originales, los tricíclicos, tenían un efecto más genérico sobre la función neurotransmisora. Antidepresivos tricíclicos Los tricíclicos representan el primer grupo terapéutico que alcanzó el éxito en el tratamiento de la depresión. Entre ellos están la imipramina, la doxepina, la amoxapina, la nortriptilina y la amitriptilina. Los tricí- clicos aumentan los valores de noradrenalina y serotonina en la sinapsis. Los efectos secundarios más frecuentes de los tricíclicos son los efectos anticolinérgicos, es decir, sequedad de boca, estreñimiento, problemas de memoria, confusión, visión borrosa, disfunción sexual y descenso del volumen miccional. Los tricíclicos poseen propiedades similares a la quinidina, es decir, aumentan el intervalo PR, prolongan la duración de QRS y el intervalo QT y aplanan la onda T del electrocardiograma (v. también capítulo 12). Estos efectos no suelen revestir importancia clínica, pero esta medicación se evitará entre pacientes con defectos conocidos de la conducción cardíaca, intervalo QT prolongado, insuficiencia cardíaca congestiva o un infarto de miocardio reciente. La prolongación del intervalo QT más allá de 0,44 s se asocia a un mayor riesgo de arritmias ventriculares malignas (torsades de pointes). De hecho, la medicación tricíclica ha comportado un mayor riesgo de arritmias ventricular malignas y muerte súbita cardíaca (v. también capítulos 8, 34 y 42). Entre los pacientes que sufren un episodio cardíaco durante el tratamiento con un tricíclico, la retirada brusca del tricíclico puede incrementar el riesgo de arritmias. Por eso, esta medicación se debe retirar de forma paulatina a lo largo del tiempo, siempre y cuando las arritmias cardíacas resulten controlables. Si se prolonga el intervalo QT o la hipotensión de un paciente tratado con un tricíclico se convierte en un problema, se retirará poco a poco el tricíclico y se tratará al paciente con un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina (ISRS), venlafaxina o bupropión (v. más adelante). Esta última medicación se prefiere para los pacientes con depresión de reciente comienzo tras un infarto agudo de miocardio. Los efectos secundarios anticolinérgicos de los tricíclicos resultan muy molestos para las personas mayores, más vulnerables a los trastornos de memoria y la hipotensión ortostática asociados a esta medicación. Por esta razón, no se recomienda prescribir tricíclicos a las personas mayores. Inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina Los ISRS comprenden la fluoxetina, la paroxetina, la fluvoxamina, el citalopram, el escitalopram y la sertralina. Actúan bloqueando el transportador que devuelve la serotonina desde la sinapsis hasta la neurona y, por eso, su perfil de efectos secundarios se diferencia del de los tricíclicos, en concreto, poseen menos efectos anticolinérgicos y cardíacos, lo que los convierte en la medicación antidepresiva preferida para la población de pacientes cardiópatas. Los ISRS no han desplegado más eficacia que los tricíclicos antiguos para tratar la depresión, pero el número de abandonos del tratamiento entre quienes toman tricíclicos es mayor debido a los efectos secunda- rios. En general, los ISRS, al igual que los antiguos tricíclicos, poseen una eficacia discreta, en comparación con el placebo. Aproximadamente el 80% de la mejora con los antidepresivos se debe a una respuesta placebo. Los pacientes con depresión leve o moderada no responden bien a los antidepresivos, mientras que aquellos con una depresión grave lo hacen en mayor medida. La ventaja principal de los ISRS para los cardiópatas es el riesgo más bajo de efectos secundarios cardiovasculares y anticolinérgicos. Los efectos secundarios de los ISRS abarcan náuseas, diarrea, cefalea, insomnio y agitación. Uno de los efectos secundarios más molestos de los ISRS es la disfunción sexual, es decir, pérdida de la libido, eyaculación tardía y disfunción eréctil. Los antidepresivos sin efectos secundarios sexuales se pueden administrar en estos casos, en sustitución de los ISRS, como el bupropión, la mirtazapina y la trazodona, fármacos que no pertenecen al grupo de los ISRS. El tratamiento con ISRS, sobre todo con fluoxetina, aumenta el riesgo de sangrado. Si un enfermo cardiópata toma ácido acetilsalicílico u otro Descargadopara Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en enero 14, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org https://booksmedicos.org 1887 A sp ecto s p siq u iátrico s y co n d u ctu ales d e la en ferm ed ad card io vascu lar 96 © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n d el ito . antiagregante o anticoagulante, esta cuestión es importante. La sus- pensión repentina de los ISRS también puede ocasionar un síndrome de abstinencia intenso, con agitación, nerviosismo y a veces ideas suicidas. Los ISRS producen acatisia y otros efectos secundarios extrapiramidales, al igual que los antipsicóticos. La acatisia es una sensación de agitación, deambulación incesante y rigidez interna que produce una sensación subjetiva muy desagradable. Sin embargo, estos síntomas no son raros y se controlan con las benzodiacepinas o dosis bajas de propranolol. La posible suicidalidad asociada a los ISRS constituye un problema más preocupante. Todos los antidepresivos pueden aumentar el riesgo de suicidio. Los estudios a corto plazo con ISRS han revelado su seguridad y efica- cia para los cardiópatas. No se ha demostrado que el tratamiento de la depresión mejore los resultados cardíacos, pero en algunos ensayos, los respondedores al tratamiento parecen evolucionar mejor, desde el punto de vista cardiológico, que los no respondedores, como si la respuesta al tratamiento constituyera un factor clave.66 Sin embargo, en algunos estudios observacionales se ha detectado un mayor riesgo cardíaco con el uso prolongado de los ISRS, sobre todo de mortalidad cardíaca. En un reciente estudio danés de ámbito nacional, por ejemplo, se detectó una asociación significativa entre los ISRS (y también los tricíclicos) y la parada cardíaca extrahospitalaria, sobre todo con el citalopram y la nortriptilina, mientras que no se halló ninguna asociación con otros grupos, como los inhibidores de la recaptación de noradrenalina y los inhibidores duales de la recaptación de serotonina y noradrenalina.68 En un análisis previo del Nurses Health Study de EE. UU. también se halló que el uso de antidepresivos triplicaba el riesgo de muerte súbita cardíaca, incluso después de ajustar la gravedad de la depresión y unos factores de riesgo para la cardiopatía isquémica.69 El riesgo con los ISRS resultó igual al de otros antidepresivos diferentes. Sin embargo, hay que recordar que la muerte súbita cardíaca de personas supuestamente sanas es un hecho bastante poco frecuente y, en consecuencia, los riesgos potenciales se deben sopesar frente a los posibles beneficios. Inhibidores de la recaptación de noradrenalina Los antidepresivos diseñados para bloquear de forma específica la recaptación sináptica de noradrenalina se conocen como inhibidores de la recaptación de noradrenalina (IRN). Dentro de este grupo se encuen- tran la desipramina y la reboxetina. Su perfil de efectos secundarios anticolinérgicos y efectos sobre el corazón y la presión arterial es más favorable que el de los tricíclicos. Inhibidores duales de la recaptación de serotonina y noradrenalina El último grupo de antidepresivos produce una inhibición de la recaptación de serotonina y noradrenalina (IRSN) dual y abarca la venlafaxina y la duloxetina. En general, la respuesta de la depresión a estos fármacos es mejor que a los ISRS y los tricíclicos. Tras combinar varios estudios y definir la respuesta al tratamiento como un descenso mínimo de los síntomas de depresión del 50%, la venlafaxina alcanzó una tasa de respuesta del 74%; esta tasa resultó significativamente mayor que la de los ISRS (61%) y la de los tricíclicos (58%). Sin embargo, los IRSN poseen una serie de efectos secundarios. La venlafaxina y la duloxetina causan mareos, estreñimiento, sequedad de boca, cefalea, alteraciones del sueño o, en muy pocos casos, un sín- drome serotonínico con agitación, tiritona y sudoración. La venlafaxina se ha asociado a un incremento de la presión arterial, que depende de la dosis y resulta muy preocupante para los cardiópatas, sobre todo los hipertensos conocidos. Aunque no se ha estudiado bien, cabe la posibilidad de que la duloxetina surta efectos parecidos. La venlafaxina comporta, al parecer, el mayor riesgo de suicidalidad entre todos los antidepresivos y el riesgo de tentativa o consumación del suicidio se triplica. Inhibidores de la monoaminooxidasa Los fármacos inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO) y que, en consecuencia, refuerzan las monoaminas (serotonina, noradrenalina), son la fenelcina y la tranilcipromina. Su perfil cardiovascular es más favorable que el de los tricíclicos y sus efectos sobre la conducción cardíaca es mínimo o nulo, aunque a pueden asociarse a hipertensión ortostática y aumento de peso. A veces, producen la reacción del «vino y queso», es decir, elevaciones potencialmente mortales de la presión arterial si se toman junto con alimentos con mucho contenido en tirami- na, como el vino, el queso, el chocolate y la cerveza. La medicación que puede precipitar una reacción hipertensiva si un paciente toma además IMAO es aquella con efecto simpaticomimético (p. ej., anfetaminas, efedrina, cocaína). Dado el riesgo de crisis hipertensiva, no se aconsejan los IMAO a los cardiópatas y, de hecho, ya no se prescriben en general. Antidepresivos con mecanismos novedosos de acción Algunos fármacos actúan sobre varios sistemas neurotransmisores o su mecanismo de acción apenas se conoce. El bupropión actúa sobre todo en los sistemas dopamínicos y se utiliza frente a la depresión y la abstinencia del tabaco. Sus efectos secundarios consisten en pérdida de peso y agitación, así como posible aumento de la presión arterial; las dosis altas casi nunca producen convulsiones. La mirtazapina es un antidepresivo tetracíclico que actúa sobre diferentes sistemas receptores. Bloquea los receptores noradrenérgicos presinápticos α2, con la potenciación correspondiente de la liberación de noradrenalina. La mirtazapina también aumenta la liberación de serotonina. Sus efectos secundarios son sudoración y tiritona, cansancio, sueños extraños, dislipidemia, aumento de peso, ansiedad y agitación. Se puede asociar a una hipotensión ortostática leve y a efectos secundarios anticolinérgicos. En los estudios aleatorizados, de corta duración, con cardiópatas no se ha apreciado un aumento de la mortalidad ni episodios cardiovasculares asociados a esta medicación. Otros fármacos con acciones mixtas son la trazodona y la maprotilina. El perfil de esta medicación parece seguro en cuanto a los efectos secundarios anticolinérgicos y los efectos sobre el corazón y la presión arterial. La trazodona puede causar rara vez priapismo (erección dolorosa y prolongada que precisa tratamiento urgente). A menudo, esta medicación, segura y eficaz para inducir el sueño, no conlleva el riesgo potencial de tolerancia, como el zolpidem y los hipnóticos emparentados. Electrochoque El electrochoque (EC) se utiliza como último recurso para tratar la depresión de los pacientes que no han respondido a varias tentativas de psicoterapia y medicación. La tasa de respuesta al EC es del 80%, es decir, mayor que a la medicación; contra lo que se cree, la técnica es segura. El EC induce alteraciones hemodinámicas profundas, como bradicardia (incluso, asistolia franca, que puede durar unos segundos), seguida de taquicardia e hipertensión. Sin embargo, se trata de efectos pasajeros que suelen remitir en 20 min. Entre las posibles complicaciones se encuentran la hipertensión persistente, las arritmias, una asistolia de más de 5 s, la isquemia y la insuficiencia cardíaca. La tasa de complicaciones aumenta con el envejecimiento y las ECV, entre otras hipertensión, enfermedad arterial coronaria, insuficiencia cardíaca