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Sheila McNamee y Kenneth J. Gergen (Ed.) 
La terapia como construcción social. 
Ed. Paidós, Barcelona, 1996 
pp. 45-59 
 
 
EL EXPERTO ES EL CLIENTE: LA IGNORANCIA COMO 
ENFOQUE TERAPÉUTICO 
Harlene Anderson y Harold Goolishian 
Ésa es una pregunta interesante y complicada. Si una persona como usted hubiera encontrado 
una manera de hablar conmigo cuando yo empezaba a volverme loco... en todos los momentos de 
mi delirio de que yo era una gran figura militar... Yo sabía que [el delirio] era algo así como una 
manera de convencerme de que podía superar mi pánico, mi miedo... En vez de hablar conmigo acerca 
de esto, mis médicos estaban siempre haciéndome esas preguntas que yo llamo condicionales... 
[Ante lo cual el terapeuta inquirió: «¿Qué son preguntas condicionales?»] 
Ustedes [los profesionales] están siempre poniéndome a prueba... controlándome para ver si sé 
todo lo que ustedes saben, en vez de buscar una manera de hablar conmigo. Ustedes me preguntan 
«¿Esto es un cenicero?», para ver si yo lo sé o no. Era como si ustedes supieran y quisieran ver si 
yo podía... y eso sólo me asustaba más, me daba pánico. Si ustedes hubieran podido hablar con el 
«yo» mío que sabía lo asustado que yo estaba. Si ustedes hubieran sido capaces de entender hasta 
qué punto yo tenía que estar loco para poder ser lo suficientemente fuerte para afrontar este miedo 
mortal... entonces habríamos podido controlar a aquel general loco. 
Éstas son palabras de un hombre de treinta años, Bill, y resumen el fracaso de un 
tratamiento. Bill había estado hospitalizado varias veces con diagnóstico de esquizofrenia 
paranoide. Sus tratamientos anteriores habían fracasado. Siguió estando irritado y lleno de 
desconfianza, y durante cierto tiempo no pudo trabajar. Durante la mayor parte de su vida 
adulta recibió, esporádicamente, «dosis de mantenimiento» de drogas psicoactivas. Cuando 
consultó por primera vez a uno de nosotros, los autores de este trabajo, acababa de ser 
despedido una vez más de un puesto docente. Después este hombre mejoró notablemente y 
pudo conseguir un empleo. Insistía en afirmar que su terapeuta de ese momento era diferente 
de los anteriores y que él se sentía más capaz de controlar su propia vida. Dentro de este 
contexto conversacional se formuló la siguiente pregunta: «¿Qué es lo que deberían haber hecho 
sus terapeutas anteriores de otro modo, de un modo más útil para usted?». 
En esta conversación, Bill se refirió a su experiencia con la terapia tal como la practicaban 
los autores y sus colegas en el Houston Galveston Family Institute. Se trata de una terapia que 
se han estado desarrollando durante los últimos veinticinco años. En este tiempo el 
pensamiento del grupo se apartó notablemente de las teorías de la ciencia social que 
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usualmente informan la psicoterapia. Las ideas que se exponen en este capítulo representan el 
interés actual por un enfoque interpretativo y hermenéutico para entender la terapia. Se 
discuten, específicamente, la posición de «ignorancia» del terapeuta y su importancia para las 
ideas sobre la conversación terapéutica y las preguntas conversacionales. 
DE LA ESTRUCTURA SOCIAL A LA GENERACIÓN DE SIGNIFICADO HUMANO 
En las últimas décadas se produjeron ciertos progresos dentro de las terapias sistémicas 
que intentaban crear un marco conceptual para dejar de lado al anterior empirismo de las teorías 
acerca de la terapia. Estos desarrollos desplazaron el pensamiento de la terapia familiar hacia lo 
que se llama cibernética de segundo orden y, en última instancia, constructivismo. 
Últimamente hemos llegado a la conclusión (Anderson y Goolishian, 1988, 1989, 1990a) de 
que hay serios límites para este paradigma cibernético, tal como informa la práctica 
terapéutica. Estos límites se encuentran principalmente en las metáforas mecánicas que 
sustentan la teoría de la retroalimentación cibernética. Nosotros señalarnos que dentro de esta 
metáfora hay pocas oportunidades de tratar con la experiencia misma de un individuo. 
Consideramos también de utilidad limitada a los modelos cognitivo y constructivista, que, en 
última instancia, definen a los seres humanos como meras máquinas de procesamiento de la 
información, y no como seres generadores de significado (Anderson y Goolishinn, 1988, 
1990a; Goolishian y Anderson, 1981). 
Mientras tanto, nuestras teorías de la terapia se desplazan rápidamente hacia una posición 
más hermenéutica e interpretativa. Esta concepción destaca que los «significados» los crean y 
experimentan los individuos que conversan. Apoyándonos en esta nueva base teórica, hemos 
desarrollado algunas ideas que trasladan nuestra comprensión y nuestras explicaciones de la 
terapia a la arena de los sistemas cambiantes, que sólo existen dentro de las vaguedades del 
discurso, el lenguaje y la conversación. Esta postura anida en el ámbito de la semántica y la 
narrativa. Nuestra actual posición se apoya fuertemente en la idea de que la acción humana 
tiene lugar en una realidad de comprensión que se crea por medio de la construcción social y 
el diálogo (Anderson y Goolishian, 198S; Anderson et al., 1986a; Anderson y Goolishian, 1988). 
Según esta perspectiva, la gente vive, y entiende su vida, a través de realidades narrativas 
construidas socialmente, que dan sentido a su experiencia y la organizan. Se trata de un 
mundo de lenguaje y discurso humanos. Anteriormente habíamos hablado ya de estas ideas, 
de sistemas de significado, bajo las denominaciones de sistemas determinados por el 
problema, sistemas disolventes organizadores del problema, y sistemas de lenguaje (Anderson 
y Goolishian, 1985; Anderson et al., 1986a, b; Anderson y Goolishian, 1988; Goolishian y 
Anderson, 1987). 
Nuestra actual posición narrativa se apoya fuertemente sobre las siguientes premisas 
(Anderson y Goolishian, 1988; Goolishian y Anderson, 1990). 
Primera: los sistemas humanos son al mismo tiempo generadores de lenguaje y 
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generadores de significado. La comunicación y el discurso definen la organización social. Un 
sistema sociocultural es el producto de la comunicación social y, por ende, la comunicación no 
es un producto de la organización estructural. Todos los sistemas humanos son sistemas 
lingüísticos y quienes mejor pueden describirlos son los individuos que participan en ellos, y 
no los observadores externos y «objetivos». El sistema terapéutico es uno de esos sistemas 
lingüísticos. 
Segunda: el significado y la comprensión se construyen socialmente. No accedemos al 
significado ni a la comprensión si no tenemos acción comunicativa, es decir, si no nos 
comprometemos en un discurso o diálogo generador de significado dentro del sistema para el 
que la comunicación tiene relevancia. Un sistema terapéutico es un sistema dentro del cual la 
comunicación tiene una relevancia específica para su intercambio dialogal. 
Tercera: en terapia todo sistema se consolida dialogalmente alrededor de cierto 
«problema». Este sistema tratará de desarrollar un lenguaje y un significado específicos del 
sistema, específicos de sus organizaciones y específicos de su disolución alrededor del 
«problema». En este sentido, el sistema terapéutico se distingue más bien por el significado 
co-creado en desarrollo, «el problema», que por una estructura social arbitraria, como una 
familia. El sistema terapéutico es un sistema de organización del problema y de disolución 
del problema. 
Cuarta: la terapia es un hecho lingüístico que tiene lugar dentro de lo que llamamos 
«conversación terapéutica». La conversación terapéutica es una búsqueda y una exploración 
mutuas, a través del diálogo, un intercambio de doble vía, un entrelazamiento de ideas en el 
que los nuevos significados se desarrollan continuamente hacia la «di-solución» de los 
problemas, es decir, hacia la disolución del sistema terapéutico y, por ende, del sistema de 
di-solución del problema y de organización del problema.Quinta: el papel del terapeuta es el de un artista de la conversación —un arquitecto del 
proceso dialogal— cuya pericia se manifiesta en el campo de la creación de un espacio que 
facilite la conversación dialogal. El terapeuta es un participante-observador y un participante-
facilitador de la conversación terapéutica. 
Sexta: el terapeuta ejercita este arte terapéutico por medio del empleo de preguntas 
conversacionales, o terapéuticas. La pregunta terapéutica es el principal instrumento para 
facilitar el desarrollo del espacio conversacional y del proceso dialogal. Para lograrlo, el terapeuta 
ejercita una pericia en la formulación de preguntas desde una posición de «ignorancia», en vez 
de formular preguntas informadas por un método y que exijan respuestas específicas. 
Séptima: los problemas con que nos enfrentamos en la terapia son acciones que expresan 
nuestras narraciones humanas de tal modo que disminuyen nuestro sentido de mediación y 
de liberación personal. Los problemas son una objeción preocupada o alarmada ante un 
estado de cosas para el que somos incapaces de definir una acción competente (mediación) 
para nosotros mismos. En este sentido, los problemas existen en el lenguaje y los problemas 
son propios del contexto narrativo del que derivan su significado. 
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Octava: el cambio en la terapia es la creación dialogal de la nueva narración y, por lo tanto, 
la apertura de la oportunidad de una nueva mediación. El poder transformador de la narración 
descansa en su capacidad para re-relatar o re-relacionar los hechos de nuestras vidas en el 
contexto de un significado nuevo y diferente. Vivimos en y a través de las identidades 
narrativas que desarrollamos en la conversación. La técnica del terapeuta consiste en su 
pericia para participar en este proceso. Nuestro «yo» es siempre cambiante. 
Estas premisas ponen gran énfasis en el papel del lenguaje, la conversación, el yo y el 
relato, en la medida en que influyen sobre nuestra teoría y nuestro trabajo clínico. Hoy en día 
los terapeutas se interesan mucho por estas cuestiones y se esfuerzan por comprender y 
describir el trabajo clínico. Sin embargo, constantemente surgen nuevas visiones. Algunos 
autores destacan la estabilidad a lo largo del tiempo de las narraciones personales con que 
trabajamos en terapia. Nosotros, por nuestra parte, señalamos la base dialogal —siempre 
cambiante y en evolución— del relato del yo. Al adoptar este punto de vista, apoyamos la 
posición de ignorancia del terapeuta en la comprensión que se desarrolla a través de la 
conversación terapéutica. El concepto de ignorancia contrasta con la comprensión del 
terapeuta, que se basa en las narraciones teóricas preconcebidas. 
La ignorancia requiere que, en la terapia, nuestra comprensión y nuestras interpretaciones 
no estén limitadas por el conocimiento, las experiencias previas o ciertas verdades formadas 
teóricamente. Esta descripción de la posición de ignorancia está bajo la influencia de las 
teorías hermenéuticas e interpretativas y los conceptos afines de construccionismo social, 
lenguaje y narrativa (Gergen, 1982; Shapiro y Sica, 1984; Shotter y Gergen, 1989; 
Wachterhauser, 1986). Esta posición hermenéutica representa la teoría y la práctica de la 
interpretación. Fundamentalmente, se trata de una postura filosófica que «sostiene que la 
comprensión es siempre interpretativa... que para la comprensión no hay punto de vista 
privilegiado» (Wachterhauser, 1986: 399) y que «el lenguaje y la historia constituyen tanto 
las condiciones como los límites de la comprensión» (Wachterhauser, 1986: 6). El significado y 
la comprensión los construyen socialmente las personas en la conversación, en el diálogo. Así, 
la acción humana tiene lugar dentro de una realidad de comprensión que se crea por medio de 
la construcción social y el diálogo, listas realidades narrativas construidas socialmente dan 
sentido y organización a la propia experiencia (Gergen, 1982; Shotter y Gergen, 1989; Anderson 
y Goolishian, 1988). 
LA CONVERSACIÓN TERAPÉUTICA: UN MODO DIALOGAL 
Llamamos conversación terapéutica al proceso de la terapia que se basa en esta postura, 
en esta concepción dialogal. La conversación terapéutica se refiere a una empresa en la que 
está en juego una búsqueda mutua de comprensión y exploración a través del diálogo acerca 
de los «problemas». La terapia, y por ende la conversación terapéutica, implica un proceso de 
«participación conjunta». Cada persona habla «con» el otro, no le habla «al» otro. Es éste un 
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mecanismo por el cual el terapeuta y el cliente participan del co-desarrollo de nuevos 
significados, nuevas realidades y nuevas narraciones. El papel del terapeuta consiste en poner 
toda su pericia al servicio de un esfuerzo por desarrollar un espacio conversacional libre y por 
facilitar el inicio de un proceso dialogal dentro del que pueda producirse «lo nuevo». No se 
pone el énfasis en producir cambios sino en abrir un espacio para la conversación. Según esta 
concepción hermenéutica, en la terapia el cambio está representado por la creación dialogal de 
la nueva narración. A medida que el diálogo se desenvuelve, se crea la nueva narración, la 
narración de las historias «aún no contadas» (Anderson y Goolishian, 1988). El cambio en el 
relato y en la auto-narración es una consecuencia inherente del diálogo. 
Para lograr este tipo de conversación terapéutica el terapeuta debe adoptar una posición de 
ignorancia. La posición de ignorancia implica una actitud general, una postura en la que las 
acciones del terapeuta comunican una abundante y genuina curiosidad. Es decir, las acciones y 
las actitudes del terapeuta expresan la necesidad de saber más acerca de lo que se ha dicho, 
y no transmiten en modo alguno opiniones y expectativas preconcebidas acerca del cliente, el 
problema o lo que deba cambiarse. Por lo tanto, así el terapeuta está siempre en situación de 
«ser informado» por el cliente (en este capítulo, la palabra «cliente» se refiere a una o más 
personas). Esta posición, la de «mantenerse informado» es fundamental para uno de los 
supuestos de la teoría hermenéutica: que la creación dialogal de significado es un proceso 
permanente. En la ignorancia el terapeuta adopta una postura interpretativa que descansa sobre 
el permanente análisis de la experiencia, tal como se da dentro del contexto. 
El terapeuta no «sabe», apriori, cuál es la intención de ningún acto, sino que debe confiar 
en la explicación que le da el cliente. A la vez, que aprende, es curioso y toma en serio los 
relatos, el terapeuta se une al cliente en la exploración de la comprensión y la experiencia de 
éste. Así, el proceso de interpretación, la lucha por comprender dentro de la terapia, se 
convierten en una acción conjunta, de colaboración. Esta posición permite al terapeuta mantener 
siempre la continuidad con la posición del cliente y garantizar la importancia de las visiones 
del mundo, los significados y las comprensiones del cliente. Esto da a los clientes lugar para el 
espacio y el movimiento conversacional, puesto que ya no tienen que promover, proteger o 
convencer al terapeuta respecto de sus ideas. Este proceso de relajación, de liberación, es 
similar a una idea que se atribuye a Bateson: específicamente, para ocuparse de ideas nuevas 
o distintas, tiene que haber lugar para lo familiar. Esto no significa que el terapeuta desarrolle y 
ofrezca las nuevas ideas o los nuevos significados; éstos surgen del diálogo entre el terapeuta 
y el cliente y, así, son co-creados. El terapeuta, simplemente, pasa a formar parte del círculo de 
significado o círculo hermenéutico (sobre las discusiones en torno al círculo de significado o 
círculo hermenéutico, véase Wachterhauser, 1986: 23-24; Warnke, 1987: 83-87). 
En terapia, el círculo hermenéutico, o círculo de significado, se refiere al proceso dialogal 
a través del cual la interpretación empieza con los preconceptosdel terapeuta. El terapeuta 
siempre entra en la arena terapéutica con expectativas acerca de las cuestiones que se deben 
examinar, basadas en sus experiencias anteriores y en la información obtenida a través de la 
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derivación. La terapia empieza con una pregunta basada en este significado ya creado. El 
significado que surge en la terapia se entiende desde esta totalidad (los preconceptos del 
terapeuta), pero este todo, a su vez, se comprende a partir cíe las partes emergentes (la 
historia del cliente). Terapeuta y cliente avanzan y retroceden dentro de este círculo de 
significado. Pasan de la parte al todo y de nuevo a la parte, manteniéndose así dentro del 
círculo. En este proceso, el nuevo significado surge tanto para el cliente como para el 
terapeuta. 
«Ignorar» no consiste en tener un juicio infundado o no basado en la experiencia, sino que 
el término se refiere, en un sentido más amplio, al conjunto de supuestos, de significados, que 
el terapeuta lleva consigo a la entrevista clínica. Para el terapeuta, la aventura está en 
aprehender la singularidad de la verdad narrativa de cada cliente individual, las verdades 
coherentes de sus vidas relatadas. Esto significa que los terapeutas siempre tienen prejuicios 
debido a su experiencia, pero que deben escuchar de tal modo que esa experiencia previa no 
les impida el acceso al significado cabal de las descripciones que el cliente hace de su propia 
experiencia, listo sólo puede darse si el terapeuta afronta cada experiencia clínica desde la 
posición de la ignorancia. Proceder de otro modo equivale a buscar las regularidades y el 
significado común que puedan convalidar la teoría del terapeuta, pero que invalidan la 
singularidad de los relatos de los clientes y, por ello, su identidad misma. El desarrollo de un 
nuevo significado descansa sobre la novedad y lo distinto, sobre el no saber qué es lo que el 
terapeuta está a punto de escuchar. Esto requiere que el terapeuta tenga una elevada 
capacidad de atender, simultáneamente, la conversación interior y la exterior. Gadamer lo 
formuló así: 
Una persona que trata de entender un texto está preparada pura que éste le diga algo. Por eso 
una mente hermenéuticamente entrenada debe ser sensible desde el comienzo a la calidad novedosa 
del texto. Pero este tipo de sensibilidad no implica ni «neutralidad» en lo que hace al objeto ni la 
extinción del propio yo, sino la asimilación consciente de la parcialidad, de modo que el texto 
pueda presentarse en toda su novedad y sea, así, capaz de afirmar su propia verdad, frente a 
nuestros supuestos previos (1975: 238). 
La comprensión y la interpretación, entonces, son siempre un diálogo entre el terapeuta y 
el cliente, y no el resultado de narraciones teóricas predeterminadas, que son elementos 
fundamentales del mundo de significación del terapeuta. 
Ahora bien, para las numerosas narraciones de origen lingüístico y social que operan en la 
organización del comportamiento son fundamentales aquellas que contienen dentro de sí los 
elementos articulados como auto-descripciones, o narraciones en primera persona. El 
desarrollo de estas narraciones autodefinidas tiene lugar dentro de un contexto social y local 
que implica la conversación con otras personas significativas, incluso uno mismo. Es decir, que 
la gente vive en y a través de las identidades narrativas siempre cambiantes que desarrollan en 
la conversación. Precisamente de estas narraciones derivadas del diálogo, los individuos 
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extraen su sentido de mediación social. Las narraciones permiten (o impiden) una percepción 
personal de libertad o competencia para dar sentido y para actuar (mediación). Se puede 
considerar que los «problemas» que se tratan en la terapia emanan de narraciones sociales y 
autodefiniciones que no brindan una mediación que sea eficaz para las tareas implícitas en sus 
auto-narraciones. La terapia brinda la oportunidad de desarrollar nuevas y diferentes 
narraciones que permiten una gama ampliada de mediación alternativa a la di-solución del 
«problema». Y quienes visualizan la terapia como exitosa experimentan la realización de esta 
nueva mediación narrativa como «libertad» y liberación. 
Al mismo tiempo esta liberación exige abandonar el concepto tradicional de separación 
entre terapeuta y cliente. Vemos al cliente y al terapeuta juntos dentro de un sistema que se 
desarrolla por encima del transcurso de la conversación terapéutica. El significado se convierte 
en una función de su relación. Desde esta perspectiva, cliente y terapeuta influyen mutuamente 
en el significado del otro, y el significado se convierte en un subproducto de la cooperación. 
Cliente y terapeuta dependen uno de otro en la constante creación de nuevas comprensiones. 
En efecto, ellos generan un significado compartido y dialogal que sólo existe 
momentáneamente durante la conversación terapéutica, que sigue cambiando a lo largo del 
tiempo. 
LAS PREGUNTAS CONVERSACIONALES: MANTENERSE EN CAMINO A LA COMPRENSIÓN 
Tradicionalmente, en terapia las preguntas dependen de la pericia del terapeuta, pericia 
que refleja una comprensión teórica y el conocimiento de los fenómenos psicológicos y del 
comportamiento humano. Es decir, que el terapeuta explica (diagnostica) y trata (interviene) 
el fenómeno o el comportamiento desde esta base de conocimiento anterior, desde la teoría 
generalizada. Al hacerlo, el terapeuta destaca (y protege) su propia coherencia narrativa, no la 
del cliente. Esta posición de conocimiento es similar a lo que Bruner (1984) califica de «postura 
paradigmática», en oposición a una «postura narrativa». En la postura paradigmática, el 
intérprete centra su atención en la explicación que destaca una comprensión denotativa y 
establece categorías generales y reglas amplias. Por ejemplo, dentro del proceso de la 
comprensión terapéutica, muchas veces se desarrollan categorías amplias, es decir, conceptos 
tales como «ello», «super-ego» o «funcionalidad del síntoma». En terapia, hacer preguntas 
desde una posición de conocimiento encaja muy bien dentro de la postura paradigmática de 
Bruner, en el sentido de que la respuesta se limita a la perspectiva teórica previa del terapeuta. 
Por el contrario, la posición de ignorancia —similar a la «postura narrativa» de Bruner— indica un 
tipo diferente de pericia: una pericia que se limita al proceso de la terapia y no al del 
contenido (diagnóstico) y cambio (tratamiento) de la estructura patológica. 
La pregunta terapéutica o conversacional es la herramienta más importante de que se vale 
el terapeuta para expresar su pericia. Es el medio por el cual el terapeuta se mantiene en 
camino hacia la comprensión. Las preguntas terapéuticas surgen siempre de una necesidad 
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de saber más acerca de lo que acaba de decirse. Así, el terapeuta está siempre informado por 
los relatos del cliente y aprende siempre un nuevo lenguaje y una nueva narrativa. Las 
preguntas que están abiertamente regidas por una metodología corren el riesgo de malograr 
la oportunidad del terapeuta de que los clientes le introduzcan en sus propios mundos. La 
base del interrogatorio terapéutico no es simplemente interrogar al cliente o recoger 
información para convalidar o apoyar las hipótesis. Por el contrario, el objetivo es permitir al 
cliente cuestionar la gama de comprensión del terapeuta. 
En este sentido hermenéutico, durante el proceso de la psicoterapia el terapeuta no está 
aplicando un método de interrogación, sino que está continuamente adaptando su 
comprensión a la de otra persona. Así, el terapeuta está siempre en proceso de comprensión, 
siempre en camino a la comprensión, siempre en proceso de cambio. Las preguntas 
formuladas desde la ignorancia reflejan esta posición del terapeuta y este proceso terapéutico. 
De este modo, el terapeuta no domina al cliente con su conocimiento psicológico; al menos, 
sólo lo domina en la misma medida en quese ve conducido por el cliente y aprende de su 
pericia. La tarea del terapeuta, por lo tanto, no consiste en analizar sino en intentar 
comprender, comprender desde la cambiante perspectiva de la experiencia vital del cliente. El 
objetivo de la comprensión hermenéutica es dejar que los fenómenos guíen. Las palabras de 
Bill que se citan al principio de este capítulo son, precisamente, una protesta por este tipo de 
comprensión. 
 
SIGNIFICADO LOCAL Y DIALOGO LOCAL 
El proceso de la formulación de preguntas nacidas de la posición de «ignorancia» da como 
resultado el desarrollo de una comprensión construida localmente (dialogalmente) y de un 
vocabulario local (dialogal). El término «local» se refiere al lenguaje, el significado y la 
comprensión que se desarrollan entre las personas en el diálogo, y no a las sensibilidades 
culturales ampliamente compartidas. A través de la comprensión local es como uno explica 
íntimamente los recuerdos, las percepciones y los relatos. Por medio de este proceso se 
mantiene abierto el espacio para la continuidad de una narración nueva con nuevos relatos; 
y con ello, para el nuevo futuro. 
La cuestión del significado local y del lenguaje local es importante porque, al parecer, existe 
toda una gama de experiencias y una manera de conocer estas experiencias que es lo 
suficientemente diferente de «conocedor» a «conocedor» y que variará de terapia a terapia. 
Garfinkel (1967) y Shotter (1990) insisten en sostener que en toda conversación los 
participantes se negarán a entender lo que se dice si no es dentro de las reglas de significado 
que se han negociado dentro del contexto del intercambio dialogal mismo. Según Garfinkel, 
significado y comprensión son siempre materia de negociación entre los participantes. El 
lenguaje paradigmático tradicional de la teoría general psicológica y de familia nunca basta 
para explicar o entender el significado de origen local. Intentar comprender las experiencias 
de primera persona —con que el terapeuta trata en el curso de la terapia— por medio del uso de 
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modelos generales psicológicos y de familia, como también de los vocabularios a ellos 
asociados, lleva a la reducción a conceptos estereotipados y teóricos. Al usar esos conceptos, 
ese conocimiento previo, para entender la narración del cliente, los terapeutas suelen perder 
contacto con los significados desarrollados localmente y pueden, así, limitar la narración del 
cliente. Por lo tanto, el terapeuta se convierte en un experto en formular preguntas acerca de 
las historias que se cuentan en terapia, de tal modo que las preguntas se vinculen con las 
razones de la consulta (por ejemplo, el problema según se registra). Para lograr este objetivo es 
preciso que el terapeuta se mantenga atento al desarrollo del lenguaje del cliente y entienda 
dentro de él la narración y las metáforas específicas del problema. 
LO QUE LAS PREGUNTAS TERAPÉUTICAS NO SON 
Las preguntas terapéuticas formuladas desde una posición de ignorancia son, en muchos 
aspectos, similares a las llamadas preguntas socráticas. No son retóricas ni pedagógicas. Las 
preguntas retóricas contienen dentro de sí sus propias respuestas: las pedagógicas implican la 
dirección de la respuesta. En la terapia tradicional, las preguntas suelen ser de esta índole. Es 
decir, implican la dirección (corrigen la realidad) y dan un indicio, una pista, que el cliente 
puede aprovechar para formular la respuesta «correcta». 
Por el contrario, las preguntas formuladas desde la ignorancia ponen al descubierto algo 
desconocido e imprevisto y lo presentan como posible. Las preguntas terapéuticas son 
impulsadas por la diferencia de comprensión y se extraen del futuro por la posibilidad aún no 
realizada de una comunidad de conocimiento. Al preguntar desde esta posición, el terapeuta 
puede avanzar junto con lo «aún no dicho» (Anderson y Goolishian, 1988). Además, las 
preguntas terapéuticas implican muchas respuestas posibles. En terapia, la conversación es el 
despliegue de estas posibilidades «todavía inexpresadas», de estos relatos «aún no relatados». 
Este proceso acelera la evolución de las nuevas realidades personales y de la nueva mediación 
que surgen del desarrollo de las nuevas narraciones. El nuevo significado, y por lo tanto, la 
nueva mediación, se experimentan como cambio en la organización individua! y social. 
Ejemplo de caso: «¿Cuánto tiempo hace que tiene usted esa enfermedad?» 
Un colega psiquiatra, frustrado, pidió una consulta sobre un caso inexplicable: un hombre 
de cuarenta años que creía tener una enfermedad contagiosa y sentía que constantemente 
infectaba a los demás y hasta los mataba. El hombre había hecho muchas consultas médicas 
y se había sometido a psicoterapias diversas, pero nada había logrado librarlo de su 
convencimiento de que padecía una enfermedad infecciosa, ni del miedo que esa convicción le 
producía. Si bien hablaba de dificultades en su matrimonio (su esposa no lo entendía) y de su 
imposibilidad de trabajar, su principal preocupación era su enfermedad y la permanente 
contaminación que esparcía. Estaba asustado, perturbado, y no podía vivir tranquilo por causa 
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del daño y la destrucción que, según él, estaba produciendo a su alrededor. 
Al comienzo de este caso, el cliente, restregándose las manos, dijo que estaba enfermo y 
que su enfermedad era contagiosa. El consultor (Goolishian) le preguntó: «¿Cuánto tiempo hace 
que tiene usted esa enfermedad?». El hombre pareció quedar atónito e hizo una larga pausa. 
Después, empezó a contar su historia. Dijo que todo había empezado en su primera juventud, 
cuando era marino mercante. Durante una permanencia en el Lejano Oriente había tenido 
contacto sexual con una prostituta. Después, recordando las conferencias sobre 
enfermedades de transmisión sexual que se daban a la tripulación del barco, tuvo miedo de 
que su lujuria lo hubiese expuesto a una de aquella terribles enfermedades sexuales y pensó 
que tal vez necesitara tratamiento. Aterrorizado, acudió a una clínica local. En esa clínica 
expuso sus temores a una enfermera que pertenecía a una orden religiosa. Ella lo despidió 
diciendo que allí no trataban a pervertidos sexuales y que lo que él necesitaba era confesarse 
ante Dios, no tomar remedios. Después del episodio y durante mucho tiempo, el hombre 
ocultó su preocupación y no volvió a confiar sus temores a nadie. 
Cuando dejó de navegar y volvió a su casa todavía tenía miedo de haber contraído alguna 
enfermedad sexual, pero no logró reunir coraje para contárselo a nadie. Acudió a varios 
hospitales: pedía una consulta, le hacían un examen físico y le decían que su salud era 
excelente. Estos informes negativos sólo servían para afianzar su convicción de que su 
enfermedad era gravísima, puesto que la ciencia médica no la conocía. Poco a poco su 
preocupación crecía, hasta que empezó a pensar que estaba contagiando a los demás. El 
contagio se convirtió en un problema tan grave que finalmente se dio cuenta de que estaba 
infectando a otras personas indirectamente, por ejemplo, mirando la televisión o escuchando 
la radio. Siguió acudiendo a los médicos, pero los resultados de los exámenes eran siempre 
negativos. Para entonces ya habían empezado a decirle que no tenía una enfermedad física 
pero que sí padecía un trastorno mental; así, en varias ocasiones fue derivado a la consulta 
psiquiátrica. Con el tiempo, este individuo se convenció de que nadie entendía la gravedad de 
su contaminación, el alcance de su enfermedad, la destrucción que él estaba causando. 
Cuando el consultor siguió mostrándose interesado por su dilema, el hombre empezó a 
relajarse. Algo más animado, elaboró su relato y respondió a la curiosidad del consultor. El 
consultor no se limitó a tomar un historial o recolectar hechos del pasado estático. Su 
curiosidad, en cambio, se centró en la realidad de aquel hombre (la enfermedad y el problema 
dela contaminación). No se esforzó por cuestionar el sentido de la realidad del hombre, o la 
veracidad del relato, sino por informarse sobre este último y dejar que lo contara con el fin 
de generar una oportunidad para que surgieran la nueva narración y el nuevo significado. En 
otras palabras, la intención del consultor no fue hablar o manipular al hombre para apartarlo de 
sus ideas, sino más bien apelar a la ignorancia (no-negación y no-juicio) a fin de aportar un 
punto de partida para el diálogo y abrir el espacio conversacional. 
Los colegas que asistieron a la entrevista criticaron esta posición de cooperación y criticaron 
también las preguntas del tipo «¿Cuánto tiempo hace que tiene usted esa enfermedad?», 
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temían que las preguntas tuvieran el efecto de reforzar el «delirio hipocondríaco» del paciente. 
Muchos señalaron que una manera más segura de preguntar habría sido: «¿Y durante cuánto 
tiempo creyó usted que tenía esa enfermedad?». 
Pero la posición de ignorancia prohibía adoptar la postura de que la historia del hombre era 
ilusoria. Él había dicho que estaba enfermo. Por lo tanto, era necesario oír algo más, 
informarse acerca de su enfermedad, conversar dentro de esta realidad expresada. 
Sensibilizarse con él y tratar de comprender su realidad era un paso fundamental que había 
que dar dentro de un proceso tendente a establecer y mantener un diálogo. Era decisivo que el 
consultor se mantuviera dentro de las reglas del significado tal como se desarrollaba en la 
conversación local, y que hablara y entendiera el lenguaje y el vocabulario corrientes del 
cliente. Esto no es lo mismo que condonar o cosificar la realidad de otro. Se trata de un 
desplazamiento conversacional dentro del «sentido» de lo que se acaba de decir. Este 
desplazamiento no cuestiona la verdad narrativa del relato del cliente, sino que la acompaña y 
se mantiene dentro del sistema de significado localmente desarrollado y negociado. 
Formular una pregunta más segura, como por ejemplo «¿Cuánto tiempo hace que cree 
usted que está enfermo?», sólo habría servido para imponer la visión predeterminada —o 
«sapiente» y «paradigmática»— del consultor acerca de que la enfermedad era un producto 
de la imaginación del hombre o un delirio y una distorsión que necesitaban ser corregidos. En 
respuesta a tal pregunta, el hombre, receloso, habría actuado desde sus propias ideas y 
expectativas preconcebidas acerca del consultor. Y lo más probable es que, una vez más, se 
hubiera sentido incomprendido y alienado. El consultor hubiera pasado a ser uno más, en la 
larga fila de profesionales, que no podía creer y que hacía preguntas «condicionales». La 
incomprensión y la alienación son elementos que no abren el diálogo sino que lo cierran. 
Al salir de la consulta, el psiquiatra (que había estado observando) le preguntó al hombre 
cómo fue la entrevista. La respuesta fue inmediata: «¿Sabe? ¡Él me ha creído!». Después, en una 
charla de seguimiento, el psiquiatra describió el perdurable efecto que la entrevista había 
tenido sobre él y sobre el cliente. Dijo que las sesiones de terapia habían mejorado mucho y 
que la situación vital del hombre también había evolucionado. De algún modo, dijo, ya no 
estaba en discusión si el hombre estaba infectado o no. En ese momento el cliente se ocupaba 
de su matrimonio y de sus problemas laborales, y hasta había acudido con su esposa a una 
sesión conjunta. La ignorancia del consultor generó un punto de partida, una posibilidad de 
intercambio dialogal entre el cliente y él mismo, entre el cliente y el psiquiatra y entre el 
psiquiatra y él mismo. 
Esto no quiere decir que las preguntas del consultor produjeran una cura milagrosa. 
Tampoco da por supuesto que cualquier otro tipo de interrogatorio hubiera producido un 
impasse terapéutico. No existe pregunta ni intervención mágica alguna que pueda tener una 
influencia única sobre el desarrollo de una vida. Ninguna pregunta puede abrir un espacio 
dialogal. Ni tampoco la pregunta misma puede hacer que alguien cambie de significado, que 
tenga o no tenga una idea nueva. Pero cada pregunta constituye un elemento de un proceso 
 12
general. 
La tarea fundamental del terapeuta es dar con aquella pregunta para la cual la narración y 
el relato inmediato de la experiencia son la respuesta. Estas preguntas no puede pre-verse o 
pre-concebirse. Lo que se acaba de contar, lo que se acaba de relatar, es la respuesta para la 
que el terapeuta debe encontrar la pregunta. La narración terapéutica en desarrollo está 
siempre confrontando al terapeuta con la pregunta siguiente. Desde esta perspectiva, en 
terapia las preguntas están siempre impulsadas por el hecho conversacional inmediato. No 
saber significa que la experiencia y la comprensión acumuladas del terapeuta siempre sufren un 
cambio interpretativo. Entonces, dentro de este proceso local y permanente de preguntas y 
respuestas, es cuando cierta comprensión o determinada narración se convierten en punto de 
partida para lo nuevo y «aún no dicho» 
RESUMEN 
La conversación y las preguntas terapéuticas que surgen de la posición de ignorancia 
constituyen un esfuerzo solidario encaminado a generar un nuevo significado, significado 
basado en el relato lingüístico y explicativo del cliente, a medida que éste vuelve a contar y 
elaborar su historia a través del diálogo terapéutico. Este tipo de intercambio dialogal facilita el 
cambio en la narración en primera persona que es tan necesario para el cambio en la terapia. 
Las narraciones en desarrollo producen nuevos futuros, dan nuevos significados y 
comprensiones a la propia vida y permiten una mediación diferente. Y en la terapia, la mejor 
manera de lograrlo es hacer preguntas nacidas de una auténtica curiosidad por lo que «no se 
sabe» acerca de lo que se acaba de decir. 
Contar la propia historia es representar la experiencia; es construir la historia en el 
presente. La representación refleja la re-descripción del locutor y la explicación de la 
experiencia, en respuesta a lo que el terapeuta ignora. Ambos evolucionan juntos y cada uno 
influye sobre el otro y también sobre la experiencia y, por ende, sobre la re-presentación de la 
experiencia. Esto no significa que en el transcurso de la terapia los terapeutas se limiten a 
narrar lo que ya se conoce. Ellos no recuperan una descripción o un relato idénticos; por el 
contrario, exploran los recursos de lo «aún no dicho». La gente tiene memoria imaginativa. Al 
recuperar un relato pasado se invoca el poder de incontables nuevas posibilidades, de modo que 
se crean una nueva ficción y un nuevo relato. La imaginación se constituye dentro del poder de 
invención del lenguaje y a través del proceso activo de la conversación: la búsqueda de lo 
«aún no dicho». 
En la terapia, la interpretación, la lucha por comprender, es siempre un diálogo entre 
cliente y terapeuta. No es el resultado de narraciones teóricas predeterminadas y 
fundamentales para el mundo de significado del terapeuta. Al intentar entender al cliente, se 
debe suponer que éste tiene algo que decir, y que ese algo tiene sentido narrativo —es decir, 
afirma su propia verdad— dentro del contexto de la historia en evolución del cliente. La 
respuesta del terapeuta al sentido de la historia del cliente y sus elementos está en 
 13
contradicción con la posición tradicional en terapia, que consiste en responder al sinsentido, o 
patología, de lo que se ha dicho. En este proceso, la nueva comprensión conjunta de la 
narración se debe dar dentro del lenguaje corriente del cliente. Una conversación terapéutica 
no es más que una historia vital detallada, concreta, individual, y que evoluciona lentamente, 
estimulada por la posición de ignorancia del terapeuta y por su curiosidad por informarse. Son 
precisamente esta curiosidad y esta ignorancia las que abren el espacio conversacional e 
incrementan así el potencial del desarrollo narrativode la nueva mediación y la libertad 
personal. 
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