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R AYMOND AR O N , VEINTE AÑOS DESPUÉS
Enrique Aguilar
Director de la Escuela de Ciencias Políticas y Relaciones 
Internacionales de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA).
En su tesis doctoral, Introducción a la filosofía de la his-
toria, defendida y publicada en 1938, Raymond Aron contra-
puso la política del entendimiento a la política de la razón. La
primera, hecha de tácticas indefinidamente renovadas, es la
que busca salvaguardar en circunstancias siempre diferentes
valores tales como la paz, la libertad, la justicia o la prospe-
ridad. La segunda, en cambio, concibe la táctica subordinada
a una estrategia, ajustada esta misma a la imagen de un de-
venir insoslayable. En rigor, toda política —definida como el
“arte de las elecciones sin retorno y los largos designios”—
se compone de estos dos tipos ideales desde que no hay, se-
ñalaba Aron, acción instantánea que no responda a un objeti-
vo lejano, ni confidente de la Providencia que, apelando al
sentido de la historia, no saque provecho de las ocasiones
únicas (1). Sin embargo, confundidos en la práctica, se dis-
ciernen en la teoría encarnando Aron una política del enten-
dimiento: la del observador que, tironeado entre la elección
concreta y la lealtad a ciertos principios, se interroga por lo
que hubiera hecho en lugar del ministro que ha tomado tal o
cual decisión, pero sin aconsejarlo directamente ni aceptar
por ende los servilismos (2).
Su preocupación por la cosa pública exigía esta suerte de
ascesis. Porque no fue Aron un pensador puramente contem-
plativo, “sacerdote de la justicia abstracta”, como quiso Ju-
lien Benda (3) sino comprometido con la transformación del
presente en la certidumbre de que los intelectuales, influidos
por la coyuntura política, tienen derecho a intervenir en com-
bates dudosos (et tous les combats politiques sont douteux,
a f i rm a b a ) ( 4 ). Un compromiso con su tiempo, aclara bien Stephen
Launay, y no un compromiso partidista que sacrifica la inde-
pendencia de espíritu necesaria a la crítica (5). Tal es el origen
de su confesada soledad frente a la historia y las modas in-
telectuales, que lo situó “entre aquellos que saben combatir
RAYMOND ARON: UN LIBERAL RESISTENTE 20
(1) ARON, R.: Introducción a la filosofía de la historia, Siglo Veinte,
Buenos Aires, 1983, vol. 2, p. 94 y ss.
(2) LAUNAY, S.: La pensée politique de Raymond Aron, Presses Uni-
versitaires de France, París, 1995, p. 66.
(3) BE N DA, J.: La traición de los intelectuales, E f e s e , Buenos Aires,
1 9 7 4 , 51. Para la crítica de Aron a esta obra, hecha en “A propos
de la trahison des clers” (1928), ver Bav e r e z , N.: R aymond Aron,
Flammarion, París, 1993, p. 57 y ss.
(4) ARO N, R.: Le spectateur engagé, J u l l i a r d , Presses Po c ke t , París,
1 9 9 2 , p. 298.
(5) LA U N AY, S.: La pensée politique de Raymond Aron, c i t . , 1 9 9 5 ,
p. 66 y ss. 
sin odios y que se niegan a ver en las luchas del Foro el se-
creto del destino humano” (6).
Puesto a definir el rasgo más saliente que caracterizó a
ese compromiso señalaría sin duda a la prudencia, virtud car-
dinal de la que fue Aron, en palabras de Pierre Manent, un “re-
presentante ejemplar” (7). Una virtud, estrechamente ligada a
la moderación, que le permitía diferenciar, en la vena de Mon-
tesquieu, el plano de lo necesario de lo contingente, lo gene-
ral de lo particular, la unidad de la naturaleza humana (al me-
nos implícita en su obra) de la multiplicidad de fines —a
menudo en conflicto— y modos culturales por medio de las
cuales se manifiesta. De ahí su preferencia por el método in-
ductivo que, en lugar de exigir de las realidades políticas una
quimérica conformidad con los dictados de la inteligencia,
parte de ellas y de sus respectivas peculiaridades para ele-
varse luego hacia los ideales universales y los grandes pro-
blemas de la vida en comunidad
(8).
Este respeto por los hechos brutos, que obró en él como
un precepto, y la negativa de Aron a juzgarlos (por conside-
rarlo indecente) como portavoz de la conciencia universal (9)
resulta ya evidente en la citada Introducción a la filosofía de
RAYMOND ARON, VEINTE AÑOS DESPÚES 21
(6) ARON, R.: El opio de los intelectuales, Siglo Veinte, Buenos Ai-
res, 1979, p. 10.
( 7 ) MA N E N T, P.: “Raymond Aron éducateur”, en R aymond Aron
(1905-1983): Textes, études et témoignages, Commentaire, n.º 28-
29, París, 1985, p. 167.
(8) Sobre esta relación entre universalismo y particularismo en
Aron ver ANDERSON, B.C.: Raymond Aron. The Recovery of the Politi-
cal, Rowman & Littlefield Publishers, Oxford, 1997, p. 30 y ss.
(9) ARON, R. (1992): Le spectateur engagé, cit., p. 104. 
la historia donde, como se ha dicho muchas veces, yacen los
fundamentos de su proyecto intelectual. Tres nociones princi-
pales convergían en el texto: 1) el reconocimiento, que no de-
be confundirse sin más con relativismo, de la pluralidad de in-
terpretaciones posibles sobre los hombres y sus obras; 2) la
oposición a un determinismo global de la historia que, si ad-
mite tendencias y movimientos previsibles es, en general, im-
previsible, y 3) la idea de que, para pensar políticamente, hay
que hacer una elección fundamental entre la aceptación, con
vistas a su mejora, o el rechazo liso y llano de la clase de so-
ciedad en la que se vive (en este caso, la sociedad democrá-
tica liberal), lo que no es óbice para que, a partir de esa elec-
c i ó n , existan numerosas decisiones sobre las cuales
definirse en el interior de cada sociedad (10).
Detengámonos un poco en la segunda de estas premisas.
Efectivamente, para Aron la historia es, en general, imprevisi-
ble dado el carácter singular de todo acontecimiento que, en
última instancia (vale decir, más allá de la realidad colectiva
en que se inserta, “a la vez trascendente e interna a los hom-
bres”) debe ser comprendido desde las intenciones y las ac-
ciones de sus protagonistas. Porque “las conciencias indivi-
duales representan el elemento, la vida humana subyacente
a las regularidades observadas, el soporte último”. Y es pre-
cisamente a falta de esta referencia como se llega a genera-
lizaciones más o menos aventuradas “que la fe y la pasión
erigen como fatalidades” (11).
RAYMOND ARON: UN LIBERAL RESISTENTE 22
(10) ARON, R.: Le spectateur engagé, ibidem, p. 57 y ss.
(11) ARON, R.: Introducción a la filosofía de la historia, cit., p. 103,
322, y 335.
Como dirá en la espléndida Introducción a El Político y el
científico, de Weber: “La historia es la tragedia de una huma-
nidad que hace su historia, pero no sabe la historia que ha-
ce. La acción política es pura nada cuando no es un esfuerzo
inagotable para obrar con claridad y no verse traicionado por
las consecuencias de las iniciativas adoptadas” (12). Por eso
el historiador debe asumir una faena doble: por un lado, re-
construir la cadena de los acontecimientos; por el otro, re-
construir las intenciones de los protagonistas. Dicho de otra
manera, comprender los acontecimientos suponía para Aron
“comprender las intenciones y las acciones de los actores
históricos”, lo cual sólo puede hacerse considerando “cómo
los han comprendido los actores mismos” (13). Ello no obstan-
te, cabe recordar que su análisis sociológico le permitía adop-
tar una distancia adecuada de los datos y problemas reem-
plazando su aparente incoherencia por un orden pensado.
“Hacemos inteligible el devenir —escribe en Las etapas del
pensamiento sociológico— cuando aprehendemos las cau-
sas profundas que determinaron el sesgo general de los he-
chos. Hacemos inteligible la diversidad cuando la organiza-
mos en un reducido número de tipos o conceptos” (14).
El carácter heterogéneo de la realidad fue también pues-
to de relieve por Aron en El opio de los intelectuales (1955),
editado un año antes de que en Moscú se denunciaran públi -
RAYMOND ARON, VEINTE AÑOS DESPÚES 23
(12) ARON, R.: “Introducción” a Max Weber, en Weber, Max,El polí-
tico y el científico, Alianza Editorial, Madrid, 1979, p. 35.
( 1 3 ) MA N E N T, P.: “Raymond Aron éducateur”, en R aymond Aron
(1905-1983): Textes, études et témoignages, cit., p. 161.
(14) ARON, R (1996): La etapas del pensamiento sociológico, Ed.
Fausto, Buenos Aires, vol. 1, p. 32.
camente los crímenes de Stalin. François Furet ha dicho que
si esta obra sobrevive es debido a su doble naturaleza, “típi-
ca del genio aroniano”: por un lado, libro de combate; por el
otro, libro de filosofía (15). El propósito que lo alentaba era des-
nudar la doble moral de Sartre, Merlau Ponty (sus amigos de
juventud, con quienes ahora rompía lazos) y algunos intelec-
tuales de filiación cristiano-progresista que, indulgentes para
con los crímenes perpetrados en nombre de las “doctrinas co-
rrectas”, juzgaban con la mayor severidad las debilidades de
las democracias occidentales. Al tratar de entender esa acti-
tud, Aron había tropezado con tres mitos: el de la izquierda,
vista como bloque sin fisuras (un mito que disimulaba las ri-
validades internas); la revolución, que alimentaba la esperan-
za de una ruptura, y el proletariado, en su papel de salvador
colectivo pero encarnado en una minoría combatiente. Mitos
estos tres que implicaban, respectivamente, la negación de
una conciencia histórica sensible a la diversidad, la errónea
identificación entre violencia y valores de izquierda y la pro-
moción de una liberación ideal. Su crítica puntual es lo que
llevaría a Aron a reflexionar sobre la idolatría de la Historia (a
objeto de ponderar la enorme distancia que mediaba entre
los valores del idealismo revolucionario y la realidad del stali -
nismo) y sobre la intelligentsia.
En su tercera y última parte, Aron se refiere a “La aliena-
ción de los intelectuales” que tienden a ignorar los problemas
nacionales “por voluntad orgullosa de pensar para la humani-
dad entera”. Sin embargo, no pierde las esperanzas de que
tarde o temprano comiencen a descubrir los límites, tanto del
RAYMOND ARON: UN LIBERAL RESISTENTE 24
(15) FURET, F.: “La rencontre d’une idée et d’une vie”, en R ay m o n d
Aron (1905-1983): Te x t e s , études et témoignages, c i t . , p. 53.
conocimiento como de la realidad. “Si la tolerancia nace de la
duda —afirma— debe enseñarse a dudar de los modelos y de
las utopías, a recusar a los profetas de la salvación, a los
anunciadores de catástrofes”, saludando a renglón seguido
“el advenimiento de los escépticos, si ellos han de extinguir
el fanatismo” (16). Como advertirá en sus Memorias, la frase
apuntaba no a la pérdida de toda fe o al triunfo de la indife-
rencia pública sino más bien a que los pensadores, aventa-
das las profecías de salvación aquí en la tierra, desistieran de
“justificar lo injustificable” (17). Era la inquietud de quien, sin
ceder al desaliento, se presentaba de todas maneras como
un pesimista por naturaleza; que aseveraba que la civilización
industrial compartía buena parte de responsabilidad en los
horrores de nuestro tiempo; que veía en el sistema interna-
cional una amenaza latente de guerra, dada, entre otras cau-
sas, la solidaridad de millones de hombres con sus rivalida-
des ancestrales; que sabía, en fin, que las ideas políticas
tienen su propia y específica lógica siendo algunas de ellas
por definición irrealizables. “Confesémoslo: los motivos de
esperanza, para la mayor parte de la humanidad, son lejanos;
los de temor son inmediatos”, escribió en el prefacio a Espoir
et peur du siècle (18) .
Consistente con estos razonamientos, Aron partía de la
base de que todos los sistemas políticos son soluciones im-
perfectas a un problema que no admite una solución perfec-
RAYMOND ARON, VEINTE AÑOS DESPÚES 25
(16) ARON, R.: El opio de los intelectuales, cit., p. 242 y 310.
(17) ARO N, R.: M e m o r i a s , Alianza Editorial, M a d r i d , 1 9 8 5 , p . 3 2 0 .
(18) Aron, R.: Espoir et peur du siécle, Calmann-Lévy, París, 1957,
p. 10.
ta como no sea a título de hipótesis intelectual. Por consi-
guiente, debía despojárseles de “su aureola poética”. “No
busquemos en las nubes las virtudes sublimes de la demo-
cracia —se lee en su póstuma Introducción a la filosofía polí-
tica— sino en la realidad” (19). Un sistema lento (por exaspe-
rante que esto resulte a los técnicos), pero que limita mejor
que ningún otro el margen de actuación de los gobernantes y
al que son inherentes la aceptación de la competencia pacífi-
ca y la libertad de discusión, emblemas ambos de su fragili-
dad. Su principio (es decir, en términos de Montesquieu, lo
que hace obrar o mantiene vivo a un régimen político) no era
para Aron el civismo, que supone un afán de igualdad y fru-
galidad ajeno a la esencia de las sociedades industriales, si-
no una combinación de tres cualidades, sobre las que se ex-
playará en Democracia y totalitarismo, que traducirían hoy la
abnegación por la colectividad,a saber: respeto a la legalidad
o a las reglas, pasión partidista (“para animar al régimen e
impedir el sueño de la uniformidad”) y sentido del compromi-
so, entendido aquí como el reconocimiento de la legitimidad
parcial de los argumentos de los demás, que nos compele a
hallar una solución asequible para todos pero evitando, al
mismo tiempo (por eso Aron apela a “un buen uso del com-
promiso”), el estancamiento y la indecisión (20). En el siglo de
las religiones seculares y los sistemas de dominación total,
la opción por la democracia será, pues, para Aron la opción
por un régimen equilibrado que, aun “en su inevitable y bur-
RAYMOND ARON: UN LIBERAL RESISTENTE 26
(19) ARON, R.: Introducción a la filosofía política, Paidós, Barcelona,
1999, p. 61 y 65.
(20) ARON, R.: Democracia y totalitarismo, Seix Barral, Barcelona,
1968, pp. 71,72 y 149.
guesa imperfección”, es el único capaz de proclamar (la ex-
presión corresponde a la citada Introducción a El político y el
científico) “que la historia de los Estados está y debe estar
escrita en prosa y no en verso” (21) entendía que las eleccio-
nes en política (ámbito donde toda iniciativa se expone al ries-
go de vers e traicionada por sus consecuencias) deben surgir
del contraste entre lo preferible y lo detestable, y no de con-
sideraciones exclusivamente morales o ideológicas, de ordi-
nario insuficientes para dominar a los hechos. “La actividad
política es impura y es por eso que prefiero pensarla”, argu-
yó (22). Así fue como la enriqueció: desde la reflexión austera
y mesurada, libre de ataduras ideológicas o lealtades faccio-
sas. Lo cual suponía de su parte otra cualidad que se jacta-
ba de poseer: la de comprender a sus adversarios. “Tal vez
exista —sostuvo—, a pesar de todo, una solución auténtica,
la única solución: pensar que incluso en los periodos de ca-
tástrofes, incluso en los periodos de las religiones políticas,
hay una actividad del hombre tal vez más importante que la
política: la búsqueda de la Verdad” (23). A ello consagró deno-
dadamente su vida y una inmensa obra, que trasciende las
categorías académicas, y cuya coherencia de conjunto no se
ve nunca menoscabada por la diversidad de temas y discipli-
nas que abordó. Es que Aron, como enseña Natalio Botana,
perteneció al linaje del philosophe de la Ilustración: historia-
RAYMOND ARON, VEINTE AÑOS DESPÚES 27
(21) ARON, R.: “Introducción” a Max Weber, en Weber, Max, El polí-
tico y el científico, cit., p. 34.
(22) ARON, R.: Le spectateur engagé, cit., p. 44.
Ver asimismo la Introducción de Jean-Louis Missika y Dominique
Wolton, p. 17.
(23) ARO N, R.: Introducción a la filosofía política, c i t , p. 286.
dor y filósofo, economista y sociólogo,pensador político y teó-
rico de las relaciones internacionales (24). Excuso recordar que
fue también periodista, su segunda vocación, descubierta en
la Inglaterra del exilio (en tiempos del Condorcet le había pa-
recido “una prueba de fracaso, un refugio para los estériles”),
que lo forzaría a combinar dos géneros de reflexióndiferentes
y hasta refractarios bajo el imperativo, que acató en cientos
de editoriales, de être sérieux sans en avoir le temps (25).
Siempre tendió a situarse en la vía del medio. Este espí-
ritu de conciliación, distintivo de la mejor tradición del libera-
lismo francés, cruzó toda su producción y muy especialmente
impregna las abultadas páginas de sus Memorias, publicadas
semanas antes de caer muerto, un 17 de octubre de 1983, a
los 78 años y al abandonar una audiencia adonde había con-
currido para defender a su amigo Bertrand de Jouvenel, acu-
RAYMOND ARON: UN LIBERAL RESISTENTE 28
(24) BO TA N A, N.R.: “Raymond Aron o el diálogo entre las libert a d e s ” ,
La Nación, 2 de febrero, suplemento de cultura, Buenos Aires,
1986. Guillermo de Ujúe escribió recientemente que el variado nú-
mero de asuntos que ocuparon a Aron “le ha convertido en un es-
critor político difícilmente catalogable en los esquemas univers i t a r i o s ,
últimamente refractarios no sólo a la verdadera vocación inte-
lectual, sino también a un pensamiento de cierto espesor que no
se deje importunar por las orientaciones de los programas de in-
vestigación estatales y, asimismo, por las fronteras artificiales que
estos trazan entre los saberes”, (Ujúe, G., De: “Raymond Aron,
Une histoire du XX siécle. Antologie éditée et annotée par Christian
Bachelier, Plon, París, 1996”, en Empresas Políticas, nº 2, Murcia,
2003, p. 147. En el mismo sentido, ver Mahoney, D.J.: The Liberal
Political Science of Raymond Aron. A Critical Introduction, Rowman
& Littlefield Publishers, Lanham, Maryland, 1992, p. X.
(25) ARON, R.: “L’éditorialiste”, en Raymond Aron (1905-1983): Tex-
tes, études et témoignages, cit., p. 394. Ver también: Memorias,
cit., p. 20.
sado de fascista por el historiador Zeev Sternhell merced al
reprobable procedimiento de desvirtuar las ideas ajenas en
beneficio de las propias. En un pasaje sobremanera signifi-
cativo leemos: “El pluralismo intelectual o espiritual no aspi-
ra a una verdad comparable a la de las matemáticas o de la
física; tampoco se puede rebajar al rango de una opinión cual-
quiera. Se arraiga en la tradición de nuestra cultura, se justi-
fica, y en cierta manera se verifica, por la falsedad de las
creencias que tratan de recusarlo” (26). Pues bien, toda la
experiencia y el saber de Aron, sumados a su modestia (la
misma que lo hizo alguna vez dolerse por la diferencia que ha-
llaba entre sus ambiciones y su obra), fueron regidos por es-
tos dos preceptos, voluntad de conciliación y defensa del or-
den pluralista, que pulsaban en el interior de su ética. Acaso
por ello estuviese en lo cierto Allan Bloom cuando sostenía
que Aron era, como Churchill en Inglaterra, un anacronismo:
“… plantas sanas de un mundo más viejo que florecía miste -
riosamente en un suelo pobre y que eran necesarias para pro-
teger a su progenie” (27).
RAYMOND ARON, VEINTE AÑOS DESPÚES 29
(26) ARON, R.: Memorias, cit., p. 709.
(27) BLOOM, A.: “Raymond Aron: el último de los liberales”, en Gi-
gantes y enanos, Gedisa, Buenos Aires, 1991, p. 255.

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