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1526 SECCIÓN XII I Psiquiatría Trastorno de fetichismo Consiste en el uso de objetos inanimados (fetiches) o una focalización altamente específica en partes del cuerpo (no genitales) para la excita- ción sexual. El fetichista necesita estos objetos para masturbarse o pide a su pareja que los use en la relación sexual. La lista de posibles fetiches es interminable; uno de los preferidos es la ropa interior femenina. Trastorno de frotteurismo La excitación se obtiene por el hecho de tocar o rozar a una persona que no consiente y suele darse en aglomeraciones de gente. Trastorno de pedofilia La persona con este trastorno presenta fantasías o comportamientos sexuales que involucran a niños, generalmente prepúberes (de 13 años o menores). Comprenden desde mirar o tocar hasta realizar prácticas sexuales. Aunque las víctimas pueden ser de ambos sexos, con más frecuencia son niñas. Trastorno de sadismo sexual y trastorno de masoquismo sexual El sádico busca el placer a través del sufrimiento psicológico o físico de la víctima, que puede consentir o no. El masoquista lo obtiene por el hecho de sentirse humillado, pegado o sometido a cualquier otra forma de sufrimiento. Puede llegar a poner en peligro la vida del sujeto, como en casos de mutilación o de privación del oxígeno para la obtención de placer (también denominada hipoxifilia). Trastorno de travestismo Se ha descrito sólo en varones y consiste en vestirse con ropa del sexo opuesto (con fetichismo) o en pensamientos o imágenes de verse como mujer (con autoginefilia), con el fin de obtener una excitación sexual seguida, aunque no siempre, de automasturbación. Debe diferenciarse de las conductas de travestismo que se encuadran dentro de la disforia de género. Trastorno de voyeurismo Consiste en la observación oculta de otras personas, generalmente desconocidas, en plena actividad sexual o simplemente desnudas o en el proceso de desnudarse, lo cual constituye la forma de excitación preferente o exclusiva. No hay un interés por mantener contacto real con las personas observadas. Trastorno parafílico no especificado Las posibles parafilias son interminables. Algunos ejemplos son escato- logía telefónica (llamadas obscenas), necrofilia (cadáveres), parcialismo (atención centrada exclusivamente en una parte del cuerpo), zoofilia (animales), coprofilia (heces), clismafilia (enemas) y urofilia (orina). Tratamiento La terapia más utilizada en los trastornos parafílicos se basa en técnicas de modificación de conducta y, en casos graves, en la administración de antiandrógenos. No obstante, lo habitual es que la persona no busque tratamiento y, cuando lo hace, con frecuencia por motivos legales tras denuncias, no se muestra muy motivada para el cambio. Por ello, los resultados suelen ser poco satisfactorios. BIBLIOGRAFÍA ESPECIAL Castelo-Branco C, Molero F. Manual de Sexología Clínica. Barcelona: Editorial Panamericana; 2019. Gómez Gil E, Esteva de Antonio I. Ser transexual. Barcelona: Glosa; 2006. Moreno O, Esteva de Antonio I. Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la SEEN (GIDSEEN). Guías de práctica clínica para la valoración y tra- tamiento de la transexualidad. Endocrinología y Nutrición 2012;26:203-9. Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. Consumo de sustancias adictivas INTRODUCCIÓN Uno de cada 10 ciudadanos europeos padece algún tipo de adicción, y 1 de cada 5 muertes prematuras en la Unión Europea es atribuible a las adicciones. Se estima que el coste del tratamiento de las adicciones y sus consecuencias médicas supera el 10% del gasto sanitario europeo. Los costes asociados al consumo de alcohol y tabaco en la Unión Europea en términos de salud, criminalidad y baja productividad ascienden a más de 250.000 millones de euros anuales, sin incluir el daño a terceros (fumadores pasivos, víctimas de conductas violentas provocadas por el alcohol, accidentabilidad, etc.). Las drogas ilegales también tienen un impacto económico notable. Se estima que el tráfico de drogas cons- tituye alrededor del 1% del comercio mundial. La magnitud del problema y su larga duración ponen de relieve que la sociedad occidental todavía se halla muy lejos de haber encontrado respuestas preventivas eficaces frente al fenómeno de las adicciones. En parte se debe a que las medidas preventivas no obedecen a la evidencia científica, sino que habitualmente están influidas por los grupos de presión (ligados a la industria productora) y los objetivos políticos populistas a corto plazo. La distinción entre drogas legales e ilegales se corresponde precisamente con dichos motivos, puesto que desde la perspectiva científica resulta paradójico que las drogas legales sean precisamente las que mayores costes socioeconómicos comportan (tabla 196-1). La evidencia demuestra que una droga legal, el alcohol, es la más perjudicial para la sociedad si se tienen en cuenta tanto el daño para el individuo como el provocado a terceros. El mundo occidental permite que las drogas legales (alcohol y tabaco) circulen apenas sin restricciones en una economía de libre mercado y, por tanto, con la posibilidad de ejercer una importante presión publicitaria sobre el consumidor. Por el contrario, frente a las drogas ilegales, la criminalización de su consumo hace que a los problemas derivados de la propia droga se añadan la marginación y la criminalidad que comporta la ilegalidad. Por ello, debemos avanzar hacia modelos de intervención más coherentes, basados en la evidencia científica, en los que el consumo de las drogas legales se halle progresivamente más sujeto a una regulación efectiva de su disponibilidad. En el caso de las drogas ilegales se debe proceder a la progresiva descriminalización del consumo, sin que ello deba entenderse como sinónimo de legalización. Lamentablemente, en el caso del cannabis la tendencia es precisamente la contraria, puesto que se tiende a su progresiva liberalización, sin elementos reguladores. CONCEPTO El consumo de sustancias adictivas se inicia, por regla general, con objetivos recreacionales y bajo la presión de pares. Los riesgos asocia- dos empiezan en los primeros consumos, sin que exista solución de continuidad y sin que puedan establecerse niveles de consumo seguros o saludables para ninguna droga. La Organización Mundial de la Salud (OMS) distingue entre: Consumo de riesgo, patrón de consumo que incrementa el riesgo de consecuencias negativas para uno mismo o para terceros. Consumo dañino, cuando la ingesta comporta daños físicos mentales o sociales. Dependencia, constituida por un conjunto de alteraciones con- ductuales, cognitivas y fisiológicas que pueden aparecer después https://booksmedicos.org CAPÍTULO 196 Consumo de sustancias adictivas © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. 1527 de consumos repetidos (p. ej.: pérdida de control, priorización del consumo sobre otras actividades personales importantes). Trastornos relacionados con el consumo, definidos por el conjunto de alteraciones físicas, mentales o de conducta social en las que el consumo de sustancias adictivas es parte del nexo causal de dicha alteración. Es importante señalar que los trastornos relacionados con el consumo de sustancias adictivas se presentan tanto en consumidores dependientes como en los no dependientes. EPIDEMIOLOGÍA El consumo de sustancias adictivas en España, al igual que en el resto de Europa, se caracteriza por un predominio de las drogas legales o institucionalizadas. En la población de 15 a 64 años (datos de 2017), el 75,2% declara haber consumido alcohol en el curso de los últimos 12 meses. El 18,6% de la población admite haberse embriagado al menos una vez en los últimos 12meses y el 5,1% de la población son bebedores de riesgo, siendo en ambos casos la prevalencia mayor en jóvenes y varones. En relación con el tabaco, el 40,9% de la población se declara fumadora, y el 34,0% admite haber fumado diariamente en el curso de los últimos 30 días. El consumo de hipnosedantes se mantiene en niveles altos, con un 11,1% de consumo anual, un 7,5% de consumo en el último mes y un 5,9% de consumidores diarios. Los derivados cannábicos son la cuarta droga más consumida: el 11,0% de la población los ha consumido en el curso del último año, el 9,1% consumió cannabis el último mes, y el consumo pro- blemático alcanza al 1,6% de la población. El 2% de españoles de entre 15 y 64 años admite haber consumido cocaína en el curso del último año, una cifra que, para el último mes, se reduce al 1,1% de la población. Los consumos de otras sustancias como heroína, anfetaminas, éxtasis y alucinógenos se mantienen por debajo del 1% en el curso del último año. Es importante señalar que el 41,2% de los consumidores utilizan dos o más drogas, y que en el 93,9% de dichos casos el alcohol es una de las sustancias presentes. El policonsumo incrementa los riesgos y difi- culta el abordaje terapéutico. Una mención especial merece el consumo de drogas en población juvenil, dada la especial vulnerabilidad de este colectivo tanto a los efectos tóxicos de las drogas como a su capacidad adictiva. En población de entre 14 y 18 años (datos de 2016), durante el último mes el 67% de los estudiantes consumieron alcohol, el 21,8% se emborracharon al menos una vez, el 27,3% fumaron tabaco, el 18,3%, cannabis, y el 5,9% tomaron tranquilizantes. ETIOLOGÍA Y PATOGENIA El primer factor que ha de tenerse en cuenta en la etiología de las conductas adictivas se centra en las propias drogas. La accesibilidad a las sustancias capaces de generar adicción determina el nivel de daños que las drogas provocan en una determinada sociedad. Cuando se trata de drogas legales como el alcohol y el tabaco, los factores básicos para determinar la accesibilidad son el precio, los horarios y el número de locales donde se venden y las limitaciones en relación con la edad o con su uso en condiciones de riesgo (p. ej., alcohol y conducción). La accesibilidad a las drogas ilegales también está determinada por el precio y la densidad de puntos de venta, aunque por vías distintas. Cuando los problemas de drogas adquieren dimensiones epidémi- cas, en un principio suele existir una actitud social de permisividad e incluso se genera un cierto prestigio entre pares ligado al consumo. Así sucede en la actualidad con el cannabis, como ocurrió en los inicios de los años setenta con la heroína y, más recientemente, con la cocaína. En el caso de drogas legales, el prestigio social asociado a su consumo también representa un factor merecedor de análisis. Así, el relacionado con el tabaco ha descendido de forma paralela a la disminución general de su consumo, mientras que con el alcohol no se observan cambios comparables. Las drogas poseen la capacidad de engañar al cerebro. El consumi- dor recibe una gratificación que le empuja a sobrevalorar los efectos gratificantes y a obviar las consecuencias negativas. Este fenómeno se agudiza cuando la edad de inicio de los consumos es baja, por lo cual todas las campañas preventivas intentan retrasar la misma; por el mismo motivo se prohíbe el consumo de alcohol y tabaco a los menores. No todos los individuos tienen la misma vulnerabilidad a las drogas, y se sabe que determinados factores genéticos (antecedentes familiares de adicción) incrementan la vulnerabilidad. El efecto gratificante de las sustancias adictivas está mediado en último término por la liberación de dopamina en circuitos de refuerzo que implican a estructuras cerebrales bien conocidas como el área tegmental ventral, el nucleus accumbens y el córtex prefrontal. Los modelos animales de adicción han demostrado que el refuerzo generado por el consumo de drogas provoca conductas de autoadministración repetidas que pueden llevar incluso a la muerte del animal, como en el caso de la cocaína. Si la instauración de la conducta adictiva está relacionada con sus efectos placenteros a corto plazo, la consolidación de la adicción se produce con la mayoría de drogas debido a los fenómenos de neuroa- daptación. Esta implica un aumento de la tolerancia, con el consiguien- te incremento de dosis consumidas. De esta manera, cuando el paciente intenta reducir consumos, experimenta una sintomatología de abs- tinencia de intensidad creciente, que lo empuja a reiniciarlos, no tanto para experimentar efectos gratificantes, sino para evitar los síntomas de abstinencia. La intensidad y las características de estos sínto- mas dependen del tipo de droga y de sus características farmacológicas, aunque por regla general se asocian a un fenómeno de rebote. Así, drogas depresoras del sistema nervioso central como el alcohol o las benzodiazepinas provocan síndromes de abstinencia caracterizados por la hiperexcitación glutamatérgica, mientras que en sustancias estimulantes como la cocaína y las anfetaminas su retirada se asocia a una clínica depresiva importante. El síndrome de abstinencia no debe ser confundido con el craving, o síndrome de querencia, que se define como un deseo imperioso de consumir la droga, a menudo desencadenado por estímulos asociados previamente al consumo y que no comporta la clínica de abstinencia. Una característica habitual en los pacientes adictos es que, cuando reini- cian los consumos después de un período de abstinencia, experimentan una necesidad irrefrenable de continuar hasta la intoxicación. Este efecto de la droga suele definirse como priming y está estrechamente ligado a los circuitos dopaminérgicos de recompensa. S E C C IÓ N X II I TABLA 196-1 Potencial tóxico y capacidad de generar dependencia de las sustancias adictivas más comunes Intoxicación aguda Toxicidad crónica Daño a terceros Dependencia Síndrome de abstinencia Alcohol XX XXX XXX XX XX Anfetaminas XX X X XX X Alucinógenos XX X X X Cannabis XX XX X XX Cocaína XXX XX X XX X Nicotina X XX X XX X Opiáceos XX XX XX XX XX Sedantes XX X X XX XX Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org 1528 SECCIÓN XII I Psiquiatría CUADRO CLÍNICO El cuadro clínico está condicionado por las características farmacoló- gicas de la droga y por los condicionantes legales relacionados con su consumo, así como por la frecuente presencia de comorbilidad psiquiá- trica. A continuación se describen sucintamente los cuadros clínicos de las adicciones a las sustancias consumidas con mayor frecuencia en el Estado español: alcohol, tabaco, cannabis, cocaína y heroína. La adicción al alcohol se instaura de forma lenta, a menudo después de años de consumos importantes. Los pacientes suelen acudir a la consulta en torno a los 40 años de edad, con evoluciones superiores a los 10 años. Como es obvio, en el momento de la exploración, el cuadro clínico dependerá mucho de la alcoholemia, aunque por regla general los pacien- tes procuran beber poco antes de acudir al médico. Ante un paciente embriagado habrá que tratar en primer lugar la intoxicación etílica aguda y dejar el abordaje de la dependencia para un momento ulterior. La ingesta etílica puede ser diaria (generalmente, más de 100 g/día) o intermitente, en cuyo caso suele concentrarse en embriagueces de fin de semana. Los alcohólicos tienden a minimizar sus ingestas, especialmente las mujeres. En sus fases iniciales, la enfermedad suele acompañarse de pocos signos y síntomas físicos, entre los que predo- minan alteraciones conductuales inespecíficas: ansiedad, irritabilidad, insomnio, labilidadafectiva, conflictos familiares y laborales, etc. Cuando la enfermedad se halla plenamente establecida son habituales el temblor distal de predominio matutino, el eritema facial, la halitosis etílica y el abotargamiento, que en fases terminales se convierte en caquexia. El paciente suele quejarse de astenia, anorexia e insomnio. Es frecuente la impotencia sexual, así como la clínica depresiva moderada. No es rara la presencia de celotipia y, en casos avanzados, se debe evaluar sistemáticamente un posible deterioro neuropsicológico. En este estadio son habituales las lagunas mnésicas. El consumo en ayunas se asocia a un mayor riesgo de síndrome de abstinencia si el paciente reduce bruscamente o suprime la ingesta etílica. Se han desarrollado múltiples tipologías para intentar identificar subgrupos de alcohólicos. Aunque ninguna de ellas permite una cla- sificación satisfactoria de todos los pacientes, en la actualidad las más utilizadas son la de Cloninger y la de Babor. Ambas coinciden en dife- renciar el alcoholismo de inicio precoz, con mayor carga genética, más conductas antisociales y peor pronóstico (tipo I de Cloninger y tipo A de Babor) del alcoholismo de inicio más tardío, caracterizado por la menor presencia de antecedentes familiares, un curso menos maligno y menos conductas antisociales (tipo II de Cloninger y B de Babor). El tabaquismo es la adicción más frecuente en nuestra sociedad. La inmensa mayoría de los fumadores inician sus consumos en la adoles- cencia o antes, y llegan a los 20-25 años con la adicción plenamente instaurada. Suele ser fácil de diagnosticar, ya que no se encuentra estig- matizado como el alcoholismo y los pacientes suelen referir sus consumos sin defensividad. A pesar de la elevada toxicidad del tabaco, su consumo es trivializado tanto por la sociedad como por los pacientes y los propios médicos, dado que no provoca alteraciones conductuales relevantes como el resto de drogas adictivas. Los fumadores consumen generalmente más de 20 cigarrillos diarios. La intensidad del tabaquismo puede valorarse mediante el número de cigarrillos consumidos por día y el tiempo trans- currido entre el despertar y el consumo del primer cigarrillo (preguntas incluidas en el test de Fagerström). Los fumadores presentan una mayor morbimortalidad ligada a diversas afecciones derivadas del consumo de tabaco, muy especialmente enfermedades pulmonares y vasculares, así como diversos tipos de neoplasias. Por dicho motivo, su abordaje clínico siempre debe comportar una evaluación física exhaustiva, independien- temente de su disponibilidad a cesar en su hábito tabáquico. La adicción al cannabis ha experimentado un crecimiento parejo al incremento de consumos identificado en las encuestas poblacionales. En España, las dos formas más habituales de consumo son el hachís (concentrado de resina de la planta) y la marihuana (triturado de la planta que a menudo se obtiene de plantaciones domésticas). El consu- mo habitual de derivados cannábicos se asocia a apatía, enlentecimiento psicomotor, dificultades de concentración y alteraciones de memoria que se relacionan con un menor rendimiento escolar. En pacientes especialmente sensibles puede desencadenar cuadros psicóticos. El uso de cannabis incrementa notablemente la accidentabilidad. El síndrome de hiperemesis cannabica se caracteriza por vómitos recu- rrentes que el paciente intenta calmar con baños o duchas de agua muy caliente. A diferencia del tabaquismo, en el que el primer cigarrillo tiene un significado especial, en los adictos al cannabis el cigarrillo pre- vio a acostarse suele ser el más relevante, y a menudo su ausencia con- lleva dificultades en la conciliación del sueño. El creciente consumo de cocaína que vivió España a finales del siglo XX parece haberse estabilizado. En su mayoría, los consumidores españoles usan la cocaína por vía intranasal sin que hayan llegado a popularizarse el consumo de crack o el bazuko. El consumidor de cocaína suele ser un adulto joven, y los consumos se inician en ambientes de ocio y fin de semana. El progreso de la adicción suele comportar la aparición de episo- dios de atracones (binges) en los que el paciente puede consumir grandes cantidades de cocaína por espacio de 2-3 días. El consumo se acompaña de actividad frenética, a menudo con marcada desinhibición sexual, euforia e insomnio. Estos cuadros suelen terminar en agotamiento, y se siguen de vivencias depresivas y remordimientos (tanto por la conducta como por los elevados gastos realizados). Es habitual que los consumos de cocaína se acompañen de ingestas etílicas importantes, así como de tabaco. La adicción a derivados opiáceos alcanzó su punto culminante en España a finales de los años setenta, con la eclosión de la epidemia de la heroína. En la actualidad se observan pocos casos nuevos de adicción a esta droga, aunque persiste un relevante número de pacientes inmersos en programas de mantenimiento con metadona. La aparición del virus de la inmunodeficiencia humana (HIV) propició un cambio progresivo en la vía de administración de la heroína (de intravenosa a fumada), con la consiguiente disminución de morbilidad asociada a la vía de consumo. El heroinómano necesita consumir su droga en intervalos regulares (de dos a cuatro veces al día) y dosis crecientes. La intensidad del síndrome de abstinencia a opiáceos, así como la ilegalidad y el alto precio de la heroína, son los factores que condicionan rápidamente la conducta del adicto. Durante la exploración, los pacientes se observan como individuos caquécticos, con señales de venopunción a menudo en lugares inverosímiles, cuya conducta de búsqueda de la droga los lleva a desarrollar conductas antisociales reiteradas. DIAGNÓSTICO En el momento de escribir este capítulo están vigentes los criterios de la OMS (Clasificación Internacional de Enfermedades [CIE]-11) y de la American Psychiatric Association (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders [DSM-5®]) para el diagnóstico del síndrome de depen- dencia de sustancias psicoactivas o trastorno por consumo de sustancias psicoactivas. Las diferencias entre ambos sistemas clasificatorios son a día de hoy notables. El DSM-5® (cuadro 196-1) suprime la dicotomía abuso/dependencia, para establecer una sola entidad: el trastorno por consumo de sustancias, que puede manifestarse a lo largo de un espec- tro continuo en niveles progresivos de gravedad. También establece la necesidad de especificar la presencia o no de dependencia fisiológica (tolerancia y/o síntomas de abstinencia), e incrementa el número de criterios que definen el trastorno por uso de sustancias adictivas, hasta un total de 11. En último término, se definen niveles de gravedad crecientes en virtud del número de criterios que cumple el paciente. Los fenómenos de pérdida de control, tolerancia, abstinencia y com- pulsión para el consumo son los elementos centrales del síndrome. Deben añadirse también el abandono progresivo de otras actividades y la persisten- cia en el consumo a pesar de tener consciencia de sus efectos perjudiciales. TRATAMIENTO Las conductas adictivas se instauran progresivamente en el individuo y alteran su escala de valores y su estilo de vida de forma casi imperceptible para el usuario. Para que se produzca la transición del uso inicial a la dependencia es imprescindible que el afectado desarrolle mecanismos de autoengaño que le permitan ignorar los signos inequívocos de adicción y continuar consumiendo su droga con la fantasía de que su capacidad de control se mantiene intacta, aunque los hechos demuestren lo contrario. La tendencia al autoengaño, inherente a las conductas adictivas, debe ser tenida en cuenta cuando el paciente solicita tratamiento, y adquiere aún mayor importancia cuando la adicción se detecta de Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para usopersonal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org CAPÍTULO 196 Consumo de sustancias adictivas © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. 1529 forma oportunista (Servicios de Urgencias, Atención Primaria, etc.). La evidencia científica ha demostrado que las técnicas basadas en la confrontación directa usadas habitualmente, no sólo son inútiles, sino que incluso refuerzan la conducta adictiva y retrasan el inicio del tratamiento. En cambio, el abordaje motivacional, en el marco de una atención centrada en el paciente, incrementa la probabilidad de que el paciente inicie y continúe un tratamiento. La entrevista motivacional busca el establecimiento de una relación terapéutica sólida a través de técnicas de escucha reflexiva que facilitan al paciente mayores probabi- lidades de expresar libremente su ambivalencia con respecto a la droga, lo cual le permite entrar en contacto con sus contradicciones internas e incrementar su motivación al objeto de iniciar un proceso de cambio. Una vez que el paciente acepta abordar su adicción, es imprescindi- ble clarificar, mediante un proceso de toma de decisiones compartida, si el objetivo terapéutico es la abstinencia o la reducción de consumos. Cuando se acuerda un objetivo de abstinencia, debe contemplarse la conveniencia de realizar una desintoxicación. Este proceso consiste en la supresión brusca y programada del consumo de drogas mediante el empleo de estrategias y fármacos para reducir en lo posible la inco- modidad del paciente y evitar las complicaciones inherentes a la abs- tinencia. De inmediato se inicia la fase de rehabilitación, cuyo objetivo principal es la prevención de recaídas en el consumo mediante un abor- daje multimodal. Aunque las bases conceptuales del tratamiento son comunes a todas las adicciones, el abordaje farmacológico comporta especificidades diversas según cada tipo de droga, como se resume a continuación para las principales sustancias adictivas. En los casos en que se acuerde una reducción de consumos, la desintoxicación carece de sentido y, en cambio, es esencial establecer una monitorización rigurosa de los consumos pactados. Tratamiento farmacológico Adicción al alcohol El proceso de desintoxicación implica la supresión inmediata y total del alcohol, lo cual supone, a su vez, prevenir o tratar el síndrome de abstinencia. El tratamiento farmacológico se basa en fármacos tran- quilizantes como benzodiazepinas, clometiazol y tiaprida, utilizados en pautas descendentes de duración inferior a 14 días. Se ha demos- trado que estos fármacos son eficaces en el tratamiento del síndrome de abstinencia por alcohol, aunque las benzodiazepinas constituyen el grupo terapéutico de mayor aceptación, preferentemente las que tienen una semivida larga. Las dosis iniciales dependen de varios factores: peso del paciente, cantidades de alcohol ingeridas, patrón de consumo, antecedentes de crisis comiciales o delirium tremens y gravedad de la clínica de abs- tinencia en el momento de la exploración. En el caso del diazepam, por ejemplo, las dosis oscilarán entre 30 y 80 mg/día repartidas en tres o cuatro tomas. Durante dicho proceso, el paciente debe recibir un aporte hidroelectrolítico adecuado y vitaminas del grupo B (B1 + B6 + B12), así como ácido fólico y hierro, si estos fueran necesarios. Si se utiliza clometiazol o benzodiazepinas, hay que tener presente su capacidad adictiva, su efecto depresor respiratorio y su capacidad de potenciación de los efectos depresores del etanol. En pacientes con hepatopatía grave, es aconsejable utilizar lorazepam. Por regla general, la desintoxicación puede realizarse ambulatoriamente. Sólo se ingresará a los pacientes más graves, con complicaciones médicas o psiquiátricas o que carezcan del soporte familiar necesario. Cuando supera la fase de desintoxicación, el paciente debe iniciar un proceso orientado a mejorar su calidad de vida, que comporta simultáneamente el abordaje de la patología médica y psicosocial existente y el aprendizaje de estrategias para mantenerse abstinente y prevenir las recaídas. Aunque en la rehabilitación alcohólica se han ensayado múlti- ples fármacos, sólo se ha demostrado la efectividad de algunos para impedir el consumo (antidipsotrópicos) o para reducir el deseo de beber (anticraving). Los fármacos aversivos o antidipsotrópicos (disulfiram) bloquean el metabolismo del alcohol (inhibición de la aldehído deshidrogenasa), para dar lugar a una intoxicación por acetaldehído caracterizada por vasodilatación generalizada con enrojecimiento facial, cefalea, taqui- cardia, hipotensión ortostática, sudoración profusa, vómitos, disnea y visión borrosa con sensación de vértigo y obnubilación. El objetivo es disuadir del consumo de alcohol sin menoscabar la libertad del paciente. Se requiere que este acepte voluntariamente el tratamiento y se aconseja su administración bajo supervisión estricta. La dosis inicial de disulfiram se sitúa en torno a 250 mg/día y la de mantenimiento es de unos 125-250 mg/día. La duración del tratamiento debe ajus- tarse individualmente y variará de acuerdo con la evolución clínica del paciente. Aunque algunos autores aconsejan el uso del consentimiento informado para administrar disulfiram, no existe consenso al res- pecto. Sí es imprescindible que el paciente y su familia reciban una información detallada sobre el medicamento. Los fármacos anticraving reducen la intensidad de la compulsión a beber y/o la tendencia a la pérdida de control. Entre los diversos fármacos ensayados existe evidencia contrastada de eficacia con acam- prosato, naltrexona y nalmefeno. El acamprosato, potenciador del sistema GABAérgico e inhibidor del sistema N-metil-D-aspartato (NMDA)-glutamato, muestra efectos terapéuticos modestos y su com- pleja posología limita su uso clínico. La naltrexona es un antagonista de acción prolongada sobre receptores opiáceos. El bloqueo de los mismos suprime los efectos gratificantes del alcohol, con lo que se rompe el círculo que conduce al deseo imperioso de beber. En dosis S E C C IÓ N X II I • CUADRO 196-1 Síntesis de los criterios diagnósticos de los trastornos relacionados con sustancias (DSM-5®) 1. La persona consume grandes cantidades de sustancia o lo hace durante un tiempo más prolongado del previsto (p. 483, líneas 18-19, del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, 5.a ed. [DSM-5®]). 2. La persona expresa deseos insistentes de dejar o de regular su consumo y relata múltiples esfuerzos fallidos por disminuir o abandonar este (p. 483, líneas 19-21, del DSM-5®). 3. La persona invierte una gran parte de su tiempo intentando conseguir la sustancia, consumiéndola o recuperándose de sus efectos (p. 483, líneas 21 y 22, del DSM-5®). 4. Existe un deseo intenso de consumo manifestado por un ansia y una urgencia en cualquier momento, aunque es más probable que aparezca en aquellos ambientes en los que la persona ha conseguido o consumido la sustancia anteriormente (p. 483, líneas 22-26, del DSM-5®). 5. El consumo recurrente de sustancias puede conllevar el incumplimiento de los deberes fundamentales en los ámbitos académico, laboral o doméstico (p. 483, líneas 32-34, del DSM-5®). 6. La persona podría seguir consumiendo a pesar de tener problemas recurrentes o persistentes en la esfera social o interpersonal causados o exacerbados por los efectos del consumo (p. 483, líneas 34-36, del DSM-5®). 7. Se reducen o abandonan importantes actividades sociales, ocupacionales o recreativas debido al consumo de sustancias (p. 483, líneas 36 y 37, del DSM-5®). 8. Puede producirse un consumo recurrente de la sustancia incluso en aquellas situaciones en las que esta provoca un riesgo físico (p. 483, líneas 39-41, del DSM-5®). 9. La persona consume de forma continuada a pesarde saber que padece un problema físico o psicológico recurrente o persistente que probablemente se puede originar o exacerbar por dicho consumo (p. 483, líneas 41-43, del DSM-5®). 10. La tolerancia se define como el aumento significativo de las dosis de la sustancia para conseguir los efectos deseados o como una reducción notable del efecto cuando se consume la dosis habitual (p. 484, líneas 1-3, del DSM-5®). 11. La abstinencia es un síndrome que ocurre cuando disminuyen las concentraciones de la sustancia en la sangre o los tejidos en una persona que ha sido una gran consumidora de manera prolongada (p. 484, líneas 15-17, del DSM-5®). Reproducción autorizada por Editorial Médica Panamericana, S. A., en nombre de la Asociación Americana de Psiquiatría. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-5®, 5.ª ed. ©2014, American Psychiatric Association. Todos los derechos reservados. Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org 1530 SECCIÓN XII I Psiquiatría de 50 mg/día, la naltrexona produce una reducción de los consumos y menores tasas de recaídas. Su efectividad aumenta cuando se acompaña de psicoterapia cognitivo conductual. El nalmefeno es un modulador opioide, con acción antagonista sobre receptores µ y δ y una acción agonista parcial en los receptores κ. Se halla indicado en aquellos casos donde se busca una reducción de los consumos alcohólicos. Se utiliza a demanda en una dosis única de 18 mg exclusivamente en los días en que existe riesgo de consumo elevado. Debe administrarse conjuntamente con apoyo psicosocial. Existen otros fármacos en el mercado (topiramato, gabapentina, baclofeno, oxibato sódico) que carecen de la indicación terapéutica, pero en los que existen estudios que avalan su uso en el tratamiento del trastorno por consumo de alcohol. Adicción al hábito de fumar (nicotina) Los fármacos autorizados para el tratamiento farmacológico del tabaquis- mo son el bupropión, la vareniclina y los tratamientos sustitutivos con nicotina. Estos pueden aplicarse mediante chicles o comprimidos, pero la forma más habitual de prescripción es en parches de liberación trans- dérmica de nicotina en 16 o 24 h. La dosis diaria se establece según la gravedad de la dependencia, y se aconsejan los parches de 21 mg para fumadores de una cajetilla de cigarrillos diaria. La duración del tratamien- to debe ajustarse a la evolución clínica, con reducción progresiva de las dosis de nicotina hasta su retirada final. El bupropión es una molécula antidepresiva que ha demostrado su efectividad en la cesación del hábito tabáquico. Se administra en dosis iniciales de 150 mg, que se incre- mentan a 300 mg en el curso de la segunda semana de tratamiento. La vareniclina es el fármaco más efectivo en el tratamiento del tabaquismo. Es un agonista parcial de la nicotina que ocupa los receptores nicotínicos y reduce el craving. Se administra en dosis crecientes de 0,5 a 2 mg diarios en el curso de la primera semana de tratamiento, en la que se aconseja reducir progresivamente el consumo de cigarrillos hasta su retirada total. El tratamiento debe tener una duración aproximada de 3 meses. Adicción al cannabis Los derivados cannábicos se caracterizan por su larga semivida, que facilita la ausencia de clínica de abstinencia al suprimir su consumo. No obstante, la abstinencia puede acompañarse de sintomatología depresiva y/o ansiosa; la aparición de insomnio es muy frecuente. Aunque no existe un abordaje terapéutico específico, los pacientes pueden beneficiarse de un tratamiento sintomático con antidepresivos sedativos, pregabalina o neurolépticos atípicos, con evitación del uso de benzodiazepinas por su capacidad adictiva. Adicción a la cocaína No existen tratamientos farmacológicos aprobados para el manejo de la adicción a la cocaína. Por tanto, el abordaje farmacológico se limita al tratamiento sintomático de las alteraciones médicas y psiquiátricas liga- das al consumo de cocaína. Recientemente se han publicado estudios prometedores con técnicas de estimulación magnética transcraneal. Adicción a los opiáceos La mayor parte de los adictos a opiáceos precisan iniciar el tratamiento con un proceso de desintoxicación, que puede realizarse mediante agonistas opiáceos como la metadona o la buprenorfina o con antagonistas opiáceos y tratamiento sintomático del síndrome de abstinencia inducido, en las denominadas desintoxicaciones rápidas o ultrarrápidas. La primera opción suele ser la elegida, por su mayor seguridad y sus menores costes. El tratamiento de rehabilitación de la adicción a opiáceos puede realizarse mediante diversas estrategias farmacológicas de probada eficacia. Los modelos más clásicos se basan en el mantenimiento con fármacos agonistas, básicamente metadona o buprenorfina. Esta última puede utilizarse sola o en combinación con naloxona. Una alternativa habitual en los mal denominados programas libres de drogas es el uso de la naltrexona, potente antagonista opiáceo. Intervenciones psicosociales Pueden ser de intensidades variables, desde la intervención breve moti- vacional a la reclusión durante meses en una comunidad terapéutica. Persiguen aumentar la motivación para el cambio, mejorar el soporte sociofamiliar, reestructurar defensas no adaptativas y enseñar estrate- gias para prevenir las recaídas. Pueden incluir terapias de orientación cognitiva conductual, psicoterapias individuales, terapias grupales o familiares, grupos de autoayuda y programas educativos que enfatizan los daños del consumo persistente. Su efectividad se ha demostrado en múltiples estudios. Las terapias de orientación motivacional presentan la mejor relación coste-efectividad. BIBLIOGRAFÍA ESPECIAL American Psychiatric Association. Manual diagnóstico y estadístico de los tras- tornos mentales (DSM-5®). 5.ª ed. Madrid: Editorial Médica Panamericana; 2014. European Association for the Study of the Liver. EASL Clinical Practice Gui- delines: Management of alcohol-related liver disease. J Hepatol 2018; 69(1):154-81. Kranzler HR, Soyka M. Diagnosis and Pharmacotherapy of Alcohol Use Disor- der: A Review. JAMA 2018;320(8):815-24. Miller WR, Rollnick S. Motivational Interviewing: Helping People Change. 3rd ed. New York: Guilford Publications Inc; 2013. Pascual F, Guardia J, Pereiro C, Bobes J. Alcoholismo. Guía de intervención en el trastorno por consumo de alcohol. 3.ª ed. Madrid: Sociedad Científica Española de Estudios sobre el Alcohol, el Alcoholismo y las otras Toxico- manías (SOCIDROGALCOHOL); 2013. Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 12, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. © 2020. Elsevier España, S.L.U. Reservados todos los derechos Trastornos de la conducta alimentaria J. CASTRO FORNIELES 197 INTRODUCCIÓN Los trastornos de la conducta alimentaria se caracterizan por altera- ciones del comportamiento relacionadas con la ingesta de comida que suelen influir de forma notable en la nutrición y el peso. Ello lleva consigo problemas físicos y psicológicos que repercuten gravemente sobre la vida del paciente. Los principales son la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa, aunque también se describen otros trastornos, como el trastorno por atracón, el trastorno por evitación/restricción de la ingesta de comida, la pica y la rumiación. ANOREXIA NERVIOSA Concepto La anorexia nerviosa está determinada por una pérdida de peso relevan- te (malnutrición), en general decidida en su inicio de forma voluntaria. Se acompaña de temor a engordar y alteraciones de la imagen corporal. Lamalnutrición afecta a todos los órganos y sistemas con alteraciones que con frecuencia revisten gravedad. En la actualidad, en los países occidentales padecen anorexia nerviosa del 0,5% al 1% de las mucha- https://booksmedicos.org Push Button0: