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Análisis de la película Barfly

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Análisis de la película: “El borracho” o “Barfly” (1987)
Por: Cinthia Almonte
Cínico, alcohólico, desempleado, antisocial y mal hablado son sólo algunos calificativos que podríamos utilizar para referirnos a tan especial personaje. Su estilo de vida, sus palabras y sobre todo sus pensamientos se muestran como la confesión del vicio hecho persona, y cuyo desencanto por el mundo y la humanidad son el motor principal de su sed por el alcohol y la poesía. 
Cuando el director Barbet Schroeder decidió convertir en imágenes cinematográficas parte del universo bukowskiano, su primer paso fue persuadir al escritor para que se encargara de escribir el guion de su propia historia. El resultado es la autobiografía de un alcohólico empedernido, rodeado de degradados y violentos personajes similares a él. Una de las características de la personalidad de una persona alcohólica más importantes apreciadas en esta película es la soledad existencial. Henry se siente solo, escéptico, diferente y ajeno a todo. Compensa esta situación rodeándose de personas que le den por su lado y que de cierta forma lo admiran. Otra de ellas es la impulsividad. Actúa por impulsos cortos. No es constante, no persevera casi en nada, cosa que se observa cuando este tiene las peleas con Eddie, el cantinero del bar al que asiste con regularidad. 
Es así como nos sumergimos al interior de sucios y apestosos bares que sirven de refugio a vagabundos, prostitutas y borrachos. Es en este denigrante ambiente donde Henry (interpretado por Mickey Rourke) se siente como pez en el agua. En sus ratos libres —que en su caso sería la mayoría de su tiempo— se la pasa sentado frente a la barra, bebiendo y desafiando constantemente al camarero con el que inexorablemente termina su conversación a golpes afuera del establecimiento. Una existencia como la suya parecería estar condenada al fracaso etílico en solitario, sin embargo, cuando Wanda (Faye Dunaway), una mujer de su misma condición, entra en el campo de visión de Chinaski su vida entrará en una nueva etapa de alcoholismo en pareja. El frágil equilibrio de la relación sólo se verá amenazado por los límites de su vicio y por la llegada de la propietaria de una revista de arte que anda tras la pista de su trabajo literario.
Sin restar demasiado crédito a la película, Schroeder logra con decencia capturar en cada escena la irreverencia y embriaguez de Bukowski (autor del libro en que se basa esta película). El epicentro del relato recae en la percepción que el borracho tiene sobre su persona y el mundo que lo rodea: “Cualquiera puede ser un abstemio. Se requiere de un talento especial para ser un borracho. La resistencia es más importante que la verdad”. Chinaski se reconoce como lo que es: un hombre entregado al vicio de la vida, condenado por su propia locura y asqueado de los convencionalismos sociales.
La película es un catálogo de excesos interpretativos y narrativos, aunque para apreciarlos en lo que valen y no llevarse la impresión de que asistimos a una pantomima artificiosa, a un desbocado tributo a una vida al límite de alcohol, drogas y agresividad social, es imprescindible verla en versión original (la diferencia es tal, que la gran interpretación de Rourke se convierte en una nulidad en la versión doblada). 
Por lo demás, la película es más bien un producto para lectores fieles de Bukowski (o de la música: la banda sonora contiene piezas de Mahler, Beethoven, Mozart o Händel, entre otros), acostumbrados a la figura del perdedor en escenarios de tugurios nocturnos, moteles, habitaciones malolientes, cucarachas, suciedad y barrios marginales de naves vacías, bares poco frecuentados y calles semi-desiertas, retratado como un hombre desaliñado, sin afeitar, de ropa arrugada y llena de lamparones, de talento e inteligencia innegables pero de vida anárquica, sostenida por el alcohol, una vida en la que la comida pinta poco y el agua todavía menos, ni para beber ni por higiene. Y desde esa perspectiva, pequeñas dosis de lucidez en forma de reflexiones interesantes, de píldoras de sabiduría concentrada en lo que es un análisis demoledor de la sociedad actual, críticas devastadoras a una hipocresía instalada como valor fundamental y único de un desierto intelectual en el que los individuos ya no saben vivir como tales, sino produciendo por objetivos, vitales o económicos, utilizando para ello ese ser acabado como metáfora del alma del hombre contemporáneo, consumido por enormes debilidades sin que lo sepa o bien acomodándose a ello, resignándose, entregándose, revolcándose en ellas, asumiendo el final pero disfrutando de todo lo que le dan hasta que ese inevitable momento llegue. 
Un personaje, un esperpento deliberado cuyo rechazo por parte de la “gente bien” es una inteligente forma de retratar el inconsciente autorrechazo por sí mismos.

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