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Lectura-Un viejo amor

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Un viejo amor 
Como el tiempo conspira contra el trance amoroso, hay que educar el corazón para 
prestar a la pasión las cualidades de la amistad 
 
 
Autor: Javier Gomá 
Fuente: Diario El País, 2012 
https://elpais.com/cultura/2012/06/13/actualidad/1339583417_955312.html 
Es una ingenuidad pensar que los antiguos matrimonios de conveniencia estuvieran 
abocados al fracaso por el solo hecho de haber sido concertados por las familias sin contar 
con las preferencias de los contrayentes. Lo raro, en perspectiva histórica, es más bien lo 
de ahora: hacer del emparejamiento una cuestión personal y sentimental. Personal porque 
nadie admitiría hoy que otros decidieran por uno con quién convivir, y sentimental porque 
en estos asuntos sólo cuenta —se dice— la voz del corazón. El hombre moderno se atribuye 
el derecho a elegir pareja libremente al abrigo de cualquier condicionante externo y al 
parecer juzga sensato que la única motivación válida para realizar esa importante elección 
sea el amor en el sentido de enamoramiento romántico. 
En este último giro de la Historia, las uniones sexuales han evolucionado desde los 
dominios del negocio —donde estuvieron cómodamente instaladas durante milenios— a la 
esfera felicitaria de la autorrealización subjetiva. Uno podría conjeturar que estas modernas 
formas de emparejamiento, ya sin función social forzosa, dedicadas en exclusiva al solaz de 
los enamorados, tendrían más probabilidad de éxito que las antiguas al ser obra de la 
libertad y no de la imposición. Y, sin embargo, no hay ninguna garantía de que eso sea así a 
la vista del registro de rupturas, separaciones y divorcios en imparable ascenso. La felicidad 
era esto. 
Acaso el enamoramiento no sea el criterio óptimo para asegurarse una relación 
duradera, aunque ya nos parezca un ingrediente irrenunciable de nuestra identidad. 
Aquellos matrimonios de conveniencia se asentaban sobre la sólida base de un interés 
compartido —más fiable que las intermitencias del corazón— y con frecuencia redundaban 
en perdurable amistad entre los cónyuges. No seré yo, alma incorregiblemente sentimental 
y pecho enamoradizo como pocos, quien abogue por el retorno de aquellas costumbres del 
pasado. Pero este preámbulo me vale para introducir el parangón siguiente entre la amistad 
y el amor. 
https://elpais.com/cultura/2012/06/13/actualidad/1339583417_955312.html
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 “Esto es amor: quien lo probó lo sabe”, escribe Lope de Vega. ¿Y cómo es? El primer 
cuarteto del soneto ausculta los síntomas que acompañan esa loca manía: “Desmayarse, 
atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, 
/ leal, traidor, cobarde y animoso”. Todo enamoramiento es un flechazo, aunque no 
siempre el dardo se dirija hacia alguien que se acaba de conocer. Impulso subitáneo, 
acomete por sorpresa y tiene una calidad exclusiva y totalizadora. Cuando el amor te 
explota entre las manos como un paquete bomba, todo lo que hay en el mundo, en su 
florida y exuberante variedad, se contrae a un solo principio dador de sentido. El fenómeno 
de reducción de la pluralidad en unidad —“no hallar fuera del bien centro y reposo” sigue 
el soneto— desencadena una movilización general del deseo de posesión (eros) del ser 
amado. 
Naturalmente, un estado de trance como éste no es sostenible largo rato y se 
extingue mucho antes de hacerse viejo. El tiempo suele conspirar en su contra para 
restaurar el pluralismo originario de una realidad rebelde al monismo y fragmentada en 
trozos que no se dejan ensamblar. La persona amada pasa de ser lo único a lo más 
importante y después… cada cual tiene su historia, pero, en las cosas del amor, siempre se 
va de más a menos. 
Por eso los amantes protestan en la doble acepción de la palabra. Se 
hacen protestas de amor eterno, porque, como dice Gabriel Marcel, “amar a una persona 
significa decirle: tú no morirás nunca”. Pero como los mismos amantes presienten que lo 
suyo no es de este mundo y que nada hay más efímero que el amor eterno, protestan por 
anticipado contra esa fatalidad deletérea que lo corrompe todo en la vida y con especial 
denuedo lo más preciado. 
La amistad (philia), por contraste, va de menos a más. Sus comienzos no son 
fulgurantes, como los del amor, pero, a cambio, el devenir de los años, en lugar de 
perjudicarla, la aquilata. Como respeta el pluralismo de lo real y no es totalizadora ni 
exclusiva, la amistad cuenta con el Tiempo como un perfecto aliado. No le decimos al amigo 
“tú no morirás nunca”, sino “morirás, lo mismo que yo, y entre tanto recorramos juntos un 
trecho del camino de la vida”. “Dos marchando juntos”, dice el verso de la Ilíada citado por 
Aristóteles en Ética a Nicómaco para definir su esencia. Ser amigos consiste en querer vivir 
y envejecer en paralelo. 
El mejor amigo es siempre el viejo amigo. Libre del deseo de posesión, la amistad 
que nació por casualidad de la admiración y la simpatía recíprocas, avanzado ya el camino 
se colorea de una tintura compasiva y piadosa contemplando las marcas que la veteranía 
va dejando en el rostro del otro, imaginando las propias y adivinando el destino final que le 
espera a la común finitud. No es extraño que William Blake exclamara: “Para el pájaro el 
nido, para la araña su tela, para el hombre la amistad”. 
Y, con todo, nada como el amor. El amor es lo mejor. La amistad pertenece a los 
mortales pero el amor nos transporta a las cimas del Olimpo y nos asemeja a los 
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bienaventurados dioses. “El eterno femenino nos atrae hacia lo alto”, escribió Goethe en 
su Fausto en homenaje a esa virtud elevante del amor, sin cuyo éxtasis pierde su significado 
el mundo, reducido a extensión sin profundidad. ¿Cómo combatir los efectos negativos del 
tiempo sobre él? Educando tu corazón para que se entregue sólo a alguien digno de ser tu 
amigo. Uniendo en la persona amada eros y philia, deseo y admiración, prestas a la pasión 
amorosa la duración que pertenece sólo a la amistad. Porque eros arrebata un instante pero 
la admiración mantiene perdurablemente vivo ese momento divino cuando el resto de las 
fuentes del deseo se han secado drenadas por la ley de la entropía universal. Y es entonces, 
sólo entonces, cuando se hace posible arriesgarse a vivir algo tan aparentemente 
contradictorio como es un viejo amor.

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