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Ciencias de la Tierra, Clase 18

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Clase 18
El modelo productivo fordista y el reforzamiento de la concentración espacial
En la transición del siglo XIX al xx tuvo lugar una nueva fase de cambios profundos y rápidos a la que muchos identifican con la segunda revolucion industrial, origen de un largo período que entra en crisis desde el inicio de los años setenta Entre las diversas denominaciones que lo identifican, la referencia al capitalismo monopolista o al régimen de acumulación fordista son dos de las más habituales. Tras una primera fase de ruptura e inestabilidad, que culminó con la crisis DINAMICA CAPITALISTA, CRISIS Y REESTRUCTURACIÓN TERRITORIAL
Crisis desencadenada en 1929 y que afectó en buena medida at decenio posterior, el final de la segunda guerra mundial supuso el inicio de un periodo de crecimiento económico acelerado y estable, especialmente sentido en el mundo desarrollado, pero que también afectó parcialmente a otras áreas. Así, por ejemplo, según Maddison, las tasas anuales de crecimiento del PIB en los actuales países de la OCDE, que habían sido del 2.5 % entre 1870-1913, descendieron al 1.9% de promedio anual entre 1913-1950, para luego alcanzar el 4,9% en- tre 1950-1973, llegando hasta un espectacular 9.7 % en el caso de Japón y un 6% en la República Federal de Alemania, que tomaron el relevo de Estados Unidos tal como muestra el cuadro 3.1 (Maddison, A., 1986). Esa redistribucion del crecimiento no fue menos intensa en el interior de los países y así, por ejemplo, en el caso español, Cataluña, Madrid, País Vasco y Valencia alcanza- ron ya el 51,9 % del PIB español en 1973 (29,6% en 1907), frente al retroceso constante experimentado por las regiones interiores, pues las dos Castillas, Andalucía y Extremadura vieron reducida su participación conjunta al 26,2%, frente al 49,5 % de principios de siglo (véase cuadro 3.2).
Pero más allá del simple crecimiento económico medido en términos cuantitativos, lo que aquí interesa destacar son los cambios tecnológicos, productivos, sociolaborales e institucionales que marcaron el período, asociados a una organización espacial característica cuyos rasgos básicos aún siguen presentes en bastantes aspectos de la realidad actual.
5.1. CAMBIOS TECNOLOGICOS Y PRODUCCIÓN EN SERIE
Los primeros años del siglo xx estuvieron dominados, como los actuales, por una patente aceleración en el ritmo de cambio tecnológico, que alcanzó su cenit entre 1930 y 1960. período en que se concentraron una tercera parte de todas las innovaciones básicas generadas a partir de 1800 según estimación de Freeman, Clark y Soete (1985). El primer componente de esa revolución tecnológica fue, de nuevo, la modificación de la base energética con la progresiva sustitución del carbón por nuevas fuentes más baratas y fáciles de movilizar, como los hidrocarburos y la electricidad. Se inició así una era de consumo energético masivo a escala mundial, con cifras que aumentaron de forma casi exponencial desde los 760 millones de toneladas equivalentes de carbón (TEC) en 1900, a los 2.006 millones de TEC en 1940, los 4.296 millones en 1960 y los 9.670 millones en 1980. Al tiempo, la hegemonía del carbón, que generaba casi el 90 % de la energía consumida a principios de siglo, desapareció desde comienzos de los años sesenta, para reducirse al 30 % del consumo total en 1973, cifra ya muy inferior al 63 % representado por los hidrocarburos. En ese momento, las bruscas subidas de los precios del petróleo supusieron una pri- mera llamada de atención respecto a los límites de este modelo energético basado en una explotación intensiva de recursos no renovables. No menos importante fue la nueva revolución del transporte asociada al descubrimiento del motor de combustión, que permitió el rápido desarrollo de la industria automovilística y, más tarde, de la aeronáutica, lo que supuso GEOGRAFÍA ECONÓMICA una nueva contracción de las distancias medidas en tiempo y costes. Las mejoras no menos profundas en los medios de comunicación que supusieron primero el teléfono, más tarde la radio y, por último, la televisión, ejercieron un efecto similar al facilitar la información a larga distancia de forma instantánea, sin olvidar su impacto sobre los modos de vida, o la difusión de pautas culturales y de consumo de forma cada vez más rápida y generaliza- da. Como complemento de lo anterior, estos años vieron también el surgimiento de toda una serie de nuevos materiales de creciente uso, como el aluminio, los plásticos, las fibras sintéticas o el material eléctrico, bien representados entre las industrias motrices del período: automóvil, petroquímica, química ligera, electrodomésticos, máquinas-herramienta, aeronáutica, etc.
Pero tan importante al menos como la aparición y difusión de nuevos productos en el mercado fue la generalización de una serie de cambios en los procesos productivos que modificaron las anteriores formas de hacer y organizar en numerosas empresas. La primera novedad supuso una creciente racionalización del trabajo según los principios propuestos por Taylor, tendentes a lograr la máxima fragmentación y especialización de la actividad del trabajador manual en operaciones elementales y repetitivas, con control de tiempos y movimientos, junto a una evaluación constante de los rendimientos para así elevar su productividad. Este sistema, conocido como taylorismo, confluyó en el tiempo con la difusión de nuevos sistemas de organización productiva cuyo origen suele situarse en las factorías Ford de Detroit a partir de 1913, por lo que se les ha identificado con el fordismo. Están basados en una completa mecanización de las tareas, la producción en serie de grandes volúmenes de objetos iguales, y la integración de las diversas etapas del proceso de trabajo en un flujo continuo, a lo largo de una línea o cadena de producción/montaje, que se desplaza a un ritmo constante (Coriat, B., 1979).
Las crecientes inversiones de capital necesarias para poner en funcionamiento estos grandes centros productivos y obtener así las economías de escala asociadas a la producción masiva favorecieron una concentración empresarial cada vez mayor y la formación de oligopolios en numerosos sectores. Buen ejemplo pueden ser las llamadas siete grandes compañías del petróleo (Exxon, Shell, Mobil, Texaco, British Petroleum, Gulf Oil y Standard Oil of California), que en 1973 controlaban el 70% de la extracción mundial y el 56 % del refino, cifras que habían llegado a ser del 88 y 77 % en 1940, antes de que apareciesen compañías nacionales en numerosos países productores. Puede afirmarse, por tanto, que «la gran empresa fue la solución que se dio a los problemas organizativos creados por el surgimiento de la tecnología de producción en serie» (Piore, M. y Sabel, C., 1990, 107), frente a la posición cada vez mas subordinada de las pequeñas empresas.
5.2. NUEVA DIVISIÓN DEL TRABAJO E INTERVENCIÓN DEL ESTADO EN LA ECONOMÍA
El reforzamiento de la división del trabajo fue una de las consecuencias visibles de todo lo anterior. Junto a la gran fábrica, donde se llevan a cabo todo tipo de tareas integradas verticalmente, realizadas por trabajadores especializados, los grandes almacenes por secciones y los edificios de oficinas divididos en departamentos se convirtieron en el modelo óptimo de eficiencia característico de la nueva era. La expansión de las clases medias urbanas CA asociada sobre todo al desarrollo de la burocracia, tanto en la administración pública como en las empresas privadas, fue la principal novedad desde la perspectiva de las relaciones sociales.
Mayor interés geográfico tuvo el establecimiento de una nueva división internacional del trabajo o de la producción, con Estados Unidos como vértice económico y geopolítico, sólo contrarrestado por la competencia político-militar de la Unión Soviética tras la consolidación de la bipolaridad posterior a 1945, y con Nueva York como metrópoli en la economía-mundo del período. Junto con Estados Unidos, tanto la Comunidad Europea surgida tras el Tratado de Roma (1957), como un Japón recuperadodel desastre béfico, ocuparon una posición de privilegio en el escenario económico internacional, al tiempo que otras regiones se incorporaban de lleno al proceso industrializador en posición de semiperiferias (Europa meridional, Australia y Nueva Zelanda, Cono sur latinoamericano y México), manteniendo un fuer- te proteccionismo exterior y una clara primacía de los sectores productores de bienes de consumo destinados al mercado interior, que sólo en fases avanzadas cedieron su posición a la fabricación de bienes de equipo. El resto de países, integrantes de lo que el demógrafo francés A. Sauvy calificó como Tercer Mundo y en muchos casos de reciente creación como resultado de un proceso descolonizador, mantuvieron una economía primario-exporta- dora, con amplios segmentos de su población activa vinculados aún a la agricultura de autoconsumo, y ajenos, por tanto, a los circuitos económicos internacionales, junto a una posición de clara dependencia en el comercio internacional (Méndez, R. y Molinero, F., 1984). Se acentuó así una desigual- dad en cuanto a capacidad económico-productiva y niveles de bienestar dis- frutados por la población de los diferentes países y regiones, cimentada en unas relaciones de intercambio desigual que pueden resumirse con sólo dos rasgos
En 1970, el 74 % de las exportaciones correspondientes a los países subdesarrollados se dirigían hacia los desarrollados y estaban compuestas en un 80 % por combustibles, minerales y productos agrarios, cuyos precios se devaluaron un 30% respecto a los de los productos industriales entre 1950 y 1970 (Palazuelos, E. et al., 1990).
En correspondencia con ese tipo de especialización, los países del tercer Mundo apenas representaban el 5% de las exportaciones mundiales/de manufacturas en 1973.
Al margen, en buena medida, de la economía-mundo capitalista se mantuvieron todo un conjunto de países que, liderados por la Unión Soviética más tarde, por China, desarrollaron unos sistemas de planificación centrali- zada que buscaban la sustitución del mercado por un organismo estatal de planificación encargado de establecer los criterios básicos de actuación, a partir de un predominio de la propiedad pública de los medios de producción sobre la iniciativa privada (Molina, M., 1983). Eficaz en las primeras fases para romper algunos de los obstáculos institucionales al crecimiento de estos países y movilizar sus recursos productivos, al tiempo que se aseguraba el acceso de su población al trabajo y a diversos servicios colectivos, el sis- tema se enfrentó a crecientes dificultades para gestionar economías cada vez más complejas y difundir la innovación tecnologica al tejido empresarial, lo que acabó provocando su crisis.
Un último aspecto a considerar es el referido a la regulación institucional vigente en el seno de las sociedades capitalistas, aspecto para cuya comprensión debe tenerse en cuenta la presión externa ejercida por la existencia de ese otro modelo político-económico que pugnaba por alcanzar la hegemonía. Por una parte, el intento de evitar nuevas crisis como la de 1929 generalizó la intervención pública en la economia mediante la aplicación de po- líticas keynesianas y socialdemócratas tendentes a mantener una elevada de- manda de infraestructuras y servicios públicos, asegurar el control de los sectores estratégicos y regular el funcionamiento de los mercados, incluido el de trabajo (negociación colectiva, salario mínimo...). Dentro de esta corriente intervencionista, la planificación económica y territorial de carácter indicativo. destinada a promover el desarrollo de ciertas actividades y regiones atrasadas, evitando al tiempo algunos efectos indeseados del crecimiento incontrolado, también se generalizó en un buen número de países.
5.3. LA REORGANIZACIÓN ESPACIAL DE LAS ACTIVIDADES PRODUCTIVAS:
PROCESOS DE CONCENTRACIÓN-DIFUSIÓN
Como consecuencia de todo lo anterior, los procesos de polarización espacial observables desde los inicios del proceso de industrialización se intensificaron, cualquiera que sea la escala espacial que se considere.
Por un lado, los procesos de crecimiento acumulativo ahondaron la brecha existente entre unos países desarrollados/industrializados en plena ex- pansión y otros sumidos en el subdesarrollo, que en 1973 reunían cuatro quintus partes de la población y sólo generaban una quinta parte de la ri- queza mundial, tras el fracaso generalizado de los programas de cooperación puestos en práctica desde los organismos internacionales para romper los bloqueos estructurales que frenaban su crecimiento (Méndez, R. y Moline- ro, F. 1984; Martínez Peinado, J., 1990). El mapa sobre distribución de la renta por habitante en el mundo al inicio de los años ochenta resulta un exponente de esa divisoria (véase fig. 3.4).
En el interior de los países industrializados, los efectos derivados de las conomías externas de aglomeración, que serán estudiadás en el capítulo 7, avorecieron unos efectos similares en favor de las principales aglomeracio- es urbanas y regiones más desarrolladas, que atrajeron buena parte de las versiones realizadas tanto por empresas industriales, como de servicios o lacionadas con la construcción. Puede afirmarse, por tanto, que la gran empresa, la gran fábrica y la gran ciudad se convirtieron en el exponente pa- radigmático de esa fase de desarrollo capitalista. Pero la propia concentración de efectivos en unos pocos puntos del te- rritorio acabó provocando un aumento de los costes y, con ello, el inicio de movimientos de traslado de viviendas, fábricas, comercios y ciertos servicios que dieron origen a la formación de áreas metropolitanas constituidas por una serie de núcleos satélites en torno a una metrópoli central, así como de ejes de crecimiento a lo largo de las principales vías de transporte rápido. Esa modificación en los mapas que reflejan la distribución de la población, las empresas y el empleo intensificó la articulación y la especialización terri- torial, dando origen a situaciones más complejas.
En último término, dentro de las áreas rurales pertenecientes al mundo desarrollado continuó el proceso de desagrarización y emigración hacia las ciudades, acompañado por un retroceso paralelo de las actividades comer- ciales y de ciertos servicios tradicionalmente ubicados en pequeñas ciudades, que ahora se enfrentaron al declive por falta de demanda para sostenerlos. No obstante, esa tendencia generalizada no debe ocultar un intenso proceso de capitalización llevado a cabo por numerosas explotaciones agrarias, que modernizaron su funcionamiento para adaptarlo a las exigencias de una agri- cultura capitalista dominada, cada vez en mayor medida, por la gran escala y la especialización de cultivos. Al tiempo, otras áreas rurales próximas a las grandes ciudades o ubicadas en entornos naturales favorables se vieron afectadas por un cambio de funciones, abandonando progresivamente las de ca- rácter productivo por las de ocio y turismo para los residentes urbanos. Esta organización de los sistemas productivos y los territorios, que du- rante algún tiempo pareció inmutable y bien adaptada a los intereses de los agentes sociales dominantes, es la que comenzó a entrar en crisis hace ya un cuarto de siglo, iniciándose entonces un proceso de cambio que ha supuesto la transición hacia nuevas formas de organización hoy ya vigentes, si bien con elevados costes económicos y sociales que, como siempre, han sido so- portados por los territorios de forma muy desigual.

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