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Organización espacial del sistema economico

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Organización espacial del sistema económico 
La organización de la actividad económica
1.1. ECONOMÍA Y SOCIEDAD
En uno de los diccionarios sobre geografía más reconocidos en el pano- rama internacional se comienza una extensa definición sobre el concepto de geografía económica afirmando que es la rama del saber geográfico que tra- ta «de la lucha del hombre por ganarse la vida» y, como tal. «debería ocu- parse de la producción humana y sostenible del uso y la reproducción de las condiciones sociales, naturales y materiales de la existencia humana» (Johns—ton, R. J.; Gregory, D. y Sraith, D. M., 1994, 147).
Esa interpretación no está alejada de otras muchas ensayadas para la economía que, por ejemplo, en el Penguin Dictionary of Economics aparece definida como la ciencia que estudia aquellos aspectos de la conducta e ins- tituciones humanas que utilizan recursos escasos para producir y distribuir bienes y servicios con vistas a la satisfacción de las necesidades humanas», mientras el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua opta por un enunciado más sintético, al referirse a ella como la «ciencia que trata de la producción y distribución de la riqueza». No obstante, desde su misma de- finición inicial, cualquier referencia a cuestiones económicas parece también asociada a conceptos como necesidad y escasez, razón por la que puede re- sultar útil recordar la definición dada en su día por Sampedro y Martinez Cortiña, al entenderla como ciencia de la pobreza, «tanto más extraordina- ria y sorprendente cuanto que sigue invencible en esta época nuestra de fa- bulosa técnica» (Sampedro, J. L. y Martínez Cortiña, R., 1973, 23).
Las cuestiones de índole económica han constituido un reto perma- nente para todas las sociedades a lo largo de la historia y mantienen e, in- cluso, refuerzan, ese protagonismo en la actualidad, cuando la humanidad se enfrenta al dilema de «cómo elevar los ingresos y mejorar la calidad de vida en todo el mundo, y un así proteger el planeta para las generaciones futuras» (Butler, J. H., 1986, 15), convirtiendo en hechos declaraciones ge- néricas como, por ejemplo, las aprobacias en la Cumbre de la Tierra cele- brada en Río de Janeiro (1992), en favor de hacer compatibles un «desarrollo económico eficiente, justicia social distributiva y conservación del medio ecologico.
El problema inicial a que deben enfrentarse quienes intentan ahondar en este tipo de estudios desde una perspectiva geográfica es el de abarcar de forma panorámica los múltiples aspectos que componen la realidad económica, respondiendo a la pregunta de cómo analizar las actividades existentes en un territorio, o cómo comparar la situación económica de territorios distintos. Para iniciar ese camino puede resultar de utilidad volver ahora sobre las definiciones iniciales para precisar y desarrollar los diversos conceptos que incorporan. Tal como ya se afirmó, la actividad económica corresponde a una de las dimensiones básicas de la realidad social, destinada a la obtención de toda una serie de bienes económicos a partir de un proceso de producción basa- do en la utilización de recursos escasos, susceptibles de usos alternativos, y en la aportación de trabajo humano, para su posterior distribución entre los Miembros de la sociedad con objeto de cubrir sus necesidades.
Esos bienes económicos, que se diferencian de otros que en principio. Son inagotables, como el aire (bienes libres), pueden ser de diversos tipos en función de su naturaleza o características intrínsecas y del uso a que se des- tinan:
Según su naturaleza, pueden distinguirse los bienes de carácter material y tangible (alimentos, manufacturas, edificios, carreteras…), de los bie- nes inmateriales o servicios (educación, ocio, salud, restauración…). Según el uso a que se destinan, se diferencian los bienes de producción o capital, que sirven para producir otros bienes (maquinaria, instalaciones in- dustriales…), y los bienes de consumo o finales, que satisfacen directamente las necesidades de la población, subdivididos en bienes de carácter perecedero, que desaparecen en el acto de consumo (una bebida, el combustible de un au- tomóvil…) o duradero (el propio automóvil, una vivienda…).
El proceso económico existente en cualquier territorio, que permite lle- var a cabo las diferentes fases mencionadas, incluye dos tipos de actividades básicas e interdependientes: por un lado, la producción, u obtención de bie- nes materiales y/o servicios mediante la aportación de trabajo, y, por otro, el consumo, destinado a la satisfacción de las necesidades, tanto objetivas como subjetivas, individuales o colectivas.
En las economías tradicionales de autosubsistencia, de carácter cerrado, ambos procesos se combinaban y confundían por lo general en el seno de la unidad familiar (u otra célula social equivalente), donde se obtenía la prác- tica totalidad de bienes necesarios para la supervivencia, desde producir ali- mentos y vestidos a construir la vivienda, reparar las herramientas de traba- jo, etc., y donde se llevaba a cabo su uso o consumo. En caso de existir ex cedentes, era posible un cierto intercambio, bien en forma de trueque entre productos distintos, o mediante otras formas de pago que alcanzaron su ple- no desarrollo con la aparición de la moneda.
Aunque los procesos de producción, consumo e intercambio están en la base del funcionamiento económico de las sociedades y los territor os desde los albores de la historia, la evolución registrada a lo largo del tiempo ha su- puesto, básicamente, cuatro tipos de transformaciones que merecen desta carse:
Un aumento constante de la capacidad de producción, que se ha convertido en exponencial durante los dos últimos siglos, desde el inicio de la primera revolución industrial, hasta plantear problemas sobre el carácter insostenible del modelo de crecimiento masivo con vistas al futuro. Baste señalar, por ejemplo, que desde 1900 y hasta la actualidad, la población mundial se multiplicó por tres, pero la producción total lo hizo per veinte, el consumo de combustibles por treinta y la producción industrial por cin- cuenta.
· Una creciente separación funcional y espacial de la producción y el consumo, que se realiza cada vez más por personas y en lugares distintos, lo que ha generado un crecimiento igualmente intenso de los intercambios y de la circulación, tanto de mercancías como de capitales, personas o informa- ción, que también tienden a ampliar su radio de acción desde el ámbito lo- cal, dominante durante siglos, al mundial.
Una progresiva especialización de las tareas y las funciones, tanto en el interior de las unidades familiares, con frecuente separación entre ambos géneros del trabajo productivo y de reproducción social o doméstico, como dentro de las sociedades, estableciendo divisorias que guardan una relación muy estrecha con la posición ocupada en la estructura social: trabajadores manuales de producción o del transporte, comerciantes, médicos, empresa- rios, directivos, etc.
Una paralela fragmentación de la producción y del trabajo entre te- rritorios que tienden a especializarse en actividades diferentes, y que gene- ran, en consecuencia, flujos de intercambio de carácter desigual en cuanto al valor y la importancia de lo que ofrecen y reciben. Aumentan, pues, tanto la división técnica, como la social y espacial del trabajo, con lo que se facilitan los contrastes iniciales asociados a sus distintas condiciones naturales o herencias históricas.
4. Lógica del beneficio y estrategias espaciales de las empresas
4.1. EL BENEFICIO COMO PRINCIPIO BÁSICO DE ACTUACIÓN Y FACTOR DE LOCALIZACIÓN
El capitalismo se define, ante todo, como un sistema económico en el que domina la propiedad privada de los medios de producción, ostentada ya ea de forma individual o conjunta (sociedades limitadas, sociedades anóni mas, cooperativas, etc.), junto al trabajo 2salariado de la mayoría de la po- blación. Esto supone la coexistencia de múltiples agentes económicos en la toma de decisiones, con objetivosdiferentes y a menudo contrapuestos, que aplican estrategias de actuación específicas para alcanzar sus fines, incluyen- do algunas de índole espacial que comienzan por su localización. En pala- bras de Dobb, el capitalismo es un sistema en el que los instrumentos y utensilios, las estructuras y los stocks de bienes por medio de los cuales se realiza la producción-el capital, en una palabra- son predominantemen- te de propiedad privada o individual (aquí incluidos los particulares unidos como propietarios conjuntos bajo la forma de una sociedad anónima o com- pañía mercantil en donde la propiedad de cada individuo está singularizada bajo la forma de acciones). Esto se describe más sencillamente como siste- ma de empresa privada» (Dobb, M., 1972, 11).
En consecuencia, tanto la producción como la distribución de bienes y servicios que tiene lugar en nuestras sociedades es realizada de forma prio- ritaría por empresas privadas, cuyo principal objetivo a corto plazo es la obtención de beneficios como resultado de su actividad. Ese beneficio o plusvalía puede definirse como el excedente que queda tras la venta de sus productos o servicios en el mercado y una vez retribuidos les factores pro- ductivos utilizados en el proceso (mano de obra, suelo o inmuebles, ener- gía consumida, materias primas…), así como descontada la amortización del capital gastado en el mismo y los impuestos que se pagan. Si esa cifra anual se divide por el valor de los bienes de capital invertidos, se obtiene la tasa de beneficio, que es un indicador más preciso de la rentabilidad económica de una empresa, un sector de actividad o un territorio. Las di- ferencias sectoriales y territoriales en la tasa de beneficios son un factor de impulso al desplazamiento del capital en favor de las actividades y espacios más rentables en cada momento, y en detrimento de aquellos otros que nunca lo fueron o se ven afectados por un cierto declive.
Por su parte, la actuación de los consumidores parece guiada, en gran parte, por el principio de utilidad, o grado de satisfacción obtenida en el acto de consumo, una vez descontados los costes e incomodidades a que debie- ron enfrentarse para su realización: pago de los bienes y servicios adquiridos, tiempo de desplazamiento, etc.
Aunque resulta evidente que la actuación empresarial se ve también guia- da por otros móviles complementarios (seguridad y reducción de riesgos, pres- tigio o imagen, crecimiento a largo plazo…), algunos de ellos no contables por ser de indole extraeconómica y con un acusado componente subjetivo, no es menos cierto que el principio del beneficio resulta un factor explicativo funda- mental en los procesos de decisión, lo que hace conveniente identificar sus de- terminantes principales, pues inducirán otras tantas estrategias de actuación ten- dentes a maximizarlo. Si se parte del principio de que el beneficio viene a ser la diferencia obtenida entre ingresos y gastos, su volumen anual se verá influido por todo un conjunto de factores como los que se recogen en el cuadro 2.4:
Por un lado, el aumento de ingresos puede conseguirse ampliando el volumen de compradores o el precio del producto/servicio, para lo que la eli- minación de competidores potenciales, la mejora de su calidad y diferencia- ción, la localización en importantes mercados o la búsqueda de otros nuevos, a ser posible protegidos, serán estrategias de respuesta habituales por parte de muchas empresas.
Por otro, la reducción de los costes medios de producción puede lo- grarse mediante la mejora de la eficiencia productiva por tiempo de trabajo o empleo, la disminución en el precio pagado por los insumos (salarios, sue- lo, materias primas, bienes de capital, servicios) y en los gastos de desplaza- miento necesarios para mantener la relación entre los diferentes estableci mientos de la empresa (costes de coordinación), o con clientes y proveedo- res (costes de transacción). Para esos fines, la incorporación de innovaciones en los procesos, los productos o la gestión, la búsqueda de nuevos provee- dores, de suelo y mano de obra más baratos, etc., así como la localización allí donde resulte más fácil conseguirlo, o en espacios bien comunicados y acce- sibles, serán actuaciones frecuentes, de importancia variable según sectores y empresas. Tal como habrá ocasión de estudiar en el capítulo 7, las llama- das teorías neoclásicas de localización intentaron explicar la distribución es- pacial de los diversos tipos de actividades a partir de la sencilla ecuación:
Beneficios = Ingresos – Costes (Producción + Transporte)
7. Mercado, precios y usos del suelo
7.1. FUNCIONAMIENTO DEL MERCADO Y LIMITACIONES A LA LIBRE COMPETENCIA
Ante la inexistencia de un organismo central que controle el funciona- miento de la economía, en el capitalismo las relaciones entre productores y consumidores se regulan a través del mercado, elemento central del sistema. En estas economías de mercado, las decisiones sobre qué producir y en qué cantidad, cómo hacerlo (proporción de factores productivos), quiénes lo ha- cen y para quién (beneficiarios y excluidos), o dónde se realizan esas activi- dades y se lleva a cabo su consumo, se definen, de modo impersonal, a tra- vés del mecanismo de fijación de precios.
El concepto de mercado hace referencia a las operaciones de compra- venta de todos los que desean intercambiar (comprar o vender) un determi nado bien o servicios (Bowles, S. y Edwards, R., 1990, 44). En ocasiones se localizan en un lugar específico, permanente o periódico, e identificable en el espacio, ya se trate de los mercados centrales de frutas y hortalizas, la Bol- sa de valores, o la feria del libro. No obstante, en otros muchos casos no existe un lugar físico para tales intercambios, que limitan su componente geográfico directo a la generación de flujos, tanto materiales como inmate- riales, entre los diversos agentes que intervienen en las transacciones. El ac- tual desarrollo de las tecnologías de información acentúa esas tendencias, tal como ocurre, por ejemplo, con un mercado de capitales cada vez más infor- matizado e interconectado en red, que opera de forma continua y tiende a convertir los edificios donde se ubican las Bolsas en meros símbolos del po- der económico, al tiempo que pierden buena parte de sus funciones tradicionales.
En todo mercado convergen quienes desean comprar un producto (ya sea un electrodoméstico o una entrada para el teatro) o un factor producti- vo (como contratar trabajadores o pedir un crédito), y quienes están dis- puestos a venderlos. En el supuesto de un mercado libre y de competencia perfecta, la determinación del precio y la cantidad vendida se derivarán de la interacción entre compradores y vendedores a través de su oferta y demanda, tal como plantea la teoría neoclásica de los precios (véase fig. 2.9). Se identifica como demanda la cantidad de un bien o factor productivo que los consumidores quieren y pueden adquirir, ya sea de forma individual o agregada, según su precio. Se trata de una función decreciente, que puede reflejarse en una curva de demanda con pendiente negativa (véase fig. 2.9ª), pues, salvo en casos anómalos, existe una relación inversa entre el nivel de precios y la cantidad demandada. Así, por ejemplo, si el precio de un bien se sitúa en pl, la demanda solvente estará dispuesta a adquirir una cantidad q1, mientras que una reducción del mismo hasta p2 elevará esa cifra hasta q2, cualquiera que sea la necesidad social existente en cada caso, que el merca- do no tiene en cuenta.
Pero esa relación lineal está sometida a la influencia de factores com- plementarios, que pueden provocar desplazamientos de la curva de deman- da aunque no varíen los precios (véase fig. 2.96). Tanto un aumento o dis- minución en la renta de que dispone la población, como en las preferencias de los consumidores, en los precios de otros productos sustitutivos, etc., pue- den aumentar o reducir la demanda de un bien, lo que desplazará la curva hacia la derecha (D), o la izquierda (D”), respectivamente.Que Por su parte, se define como oferta la cantidad de productos o factores los vendedores están dispuestos a poner en el mercado, variable tam- bién en función del precio. Se trata de una función creciente, pues la canti- dad ofertada aumenta con el precio, reflejada en una curva de oferta (véase fig. 2.9c). Como en el caso anterior, pueden producirse desplazamientos de- bidos a factores externos no relacionados con el precio (véase fig. 2.9d) si aumentan o se reducen los costes de producción, las expectativas de benefi- cio empresariales, o la presencia de otros bienes sustitutivos.
El grado de sensibilidad que muestra la oferta de cada producto o fac- tor frente a las variaciones en su precio se denomina elasticidad, y se calcu- la mediante un cociente entre las proporciones respectivas de cambio en las cantidades y los precios, pudiendo reflejarse también mediante curvas de di versa pendiente (véase fig. 2.9e). Mientras los bienes de primera necesidad suelen presentar una demanda inelástica (cociente inferior a 1), pues las va- riaciones en su precio no alteran significativamente su compra, al ser de di- fícil sustitución, otros muchos de carácter superfluo muestran un comporta- miento opuesto, siendo muy sensibles a cualquier pequeña variación en los precios (cociente superior a 1). En bienes de demanda elástica, por ejempla la disminución del precio supondrá que las ventas y los ingresos anuales au- mentarán más que proporcionalmente, mientras en los de demanda inelasti- ca el aumento en las ventas no compensará la reducción de precios, con la que los ingresos totales disminuirán. En el caso de la oferta, la rigidez que caracteriza a buena parte de los productos agrarios justifica en parte las bruscas caídas o ascensos de precios según los resultados de la cosecha anual, mientras en otros casos la estabilidad resulta mucho mayor.
Según la teoría neoclásica, la interacción oferta-demanda determinará tanto las cantidades como los precios de los productos que se intercambian en los mercados, mediante la identificación de un punto de equilibrio en la intersección de las curvas de oferta y demanda (véase fig. 2.9f). Cualquier desviación en los precios provocará un desajuste entre la oferta y la deman- da que tenderá a resolverse con un movimiento espontáneo en favor de esa situación de equilibrio: unos precios demasiado altos (p1) generarán un ex ceso de oferta respecto a la demanda posible, lo que provocará la aparición de stocks sin vender que acabarán favoreciendo su descenso; por su parte, unos precios demasiado bajos (p2) favorecerán un exceso de compradores potenciales respecto a la oferta real, lo que tenderá a elevarlos. Tal como se planteó en los casos anteriores, esa situación de teórico equilibrio podrá mo- dificarse tanto si se produce un desplazamiento de la demanda como de la oferta, ya sea por aumento de la población o la renta, un cambio tecnológi- co en la producción que permita abaratar costes, o una evolución de la moda. De aquí se deduce que aquellas empresas y consumidores incapaces de asumir esos precios de equilibrio quedarán excluidos del mercado: tam- bién se deduce que el precio de las mercancías, lo que Marx denominó su va- lor de cambio, no dependerá tanto de su utilidad, de su valor de uso, como de su escasez.
Pese a que las leyes de oferta y demanda suponen una buena aproxi- mación al funcionamiento real de los mercados, no puede ocultarse su ca- rácter de simplificación, que ignora la existencia de numerosas imperfeccio- nes que justificaron un cierto grado de intervención estatal para contrarres- tarlas o paliar los costes sociales derivados. Aquí pueden resumirse en dos principales:
Por un lado, la evolución del capitalismo contemporáneo ha otorgado un protagonismo creciente a las grandes empresas, que además de disfrutar de ventajas competitivas sobre las pequeñas, como ya hubo ocasión de comentar, tienen también capacidad para influir y orientar la elección y la demanda de unos consumidores dispersos y fragmentados. Como recuerda Mandel, «no fue la necesidad de tener coche lo que creó la industria automolistixa; fue esta industria la que creó la necesidad de tener un coche. Es la inversión de cantidades enormes de capital en nuevos sectores industriales (y de modo subsidiario la publicidad en favor de sus productos) lo que cambia los gustos de los consumidores, y no es el cambio en los gustos de los consumidores lo que dirige el flujo de enormes capitales hacia ciertos sectores 
Por otro, en bastantes mercados existen restricciones al libre juego de la oferta y la demanda ante el control ejercido por algunas grandes em- presas. Un caso extremo lo supone el monopolio, situación en la que un solo productor o distribuidor controla toda la oferta o la demanda de un bien, lo que le permite fijar precios y cantidades con independencia del teórico nivel de equilibrio; esa situación suele darse en algunos sectores estratégicos (energía, telecomunicaciones…), que en numerosos países estuvieron prote- gidos por una legislación que establecia la existencia de un solo suministra- dor (monopolio de oferta), o en la relación de algunas grandes empresas y sus proveedores (monopolio de demanda o monopsonio). Más frecuente re- sulta la situación de oligopolio, en que el mercado está controlado por unas pocas empresas, que representan una elevada proporción de la cifra total de negocios y pueden llegar a acuerdos para restringir la oferta, establecer pre- cios orientativos, o barreras de entrada a nuevos competidores; es lo que ocurre, por ejemplo, en España y otros países del entorno con mercados tan diversos como el del automóvil, la telefonía, el aceite, el transporte aéreo, la distribución de combustibles, o los productos farmacéuticos.

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