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LEALTADES INVISIBLES 
Reciprocidad en terapia familiar intergeneracional. 
Iván Boszormenyi-Nagy y Geraldine M. Spark 
 
 
 
 
 
 
 
Amorrortu editores Buenos Aires 
Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis, Jorge Colapinto y David Maldavsky 
Invisible Loyalties: Reciprocity in Intergenerational Family Therapy, Ivan Boszormenyi-Nagy y Geraldine M. Spark © 
1973, Harper & Row, Publishers, Inc. 
Primera edición en castellano, 1983; primera reimpresión, 1994 
Traducción, Inés Pardal 
Unica edición en castellano autorizada por Harper & Row, Publishers, Inc., y debidamente protegida en todos los 
países. Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723. © Todos los derechos de la edición castellana 
reservados por Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, Buenos Aires. 
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en abril de 1994. 
2 
 
Indice general 
 
5 Prefacio 
9 Palabras preliminares 
 
11 1. Conceptos referidos al sistema de relaciones 
17 Importancia clínica del enfoque sistémico 
18 Cuanto más cambia, más igual a si mismo permanece 
19 El modernismo conservador, o el miedo a la privacidad 
21 ¿La «realidad» objetiva tiene cabida en las relaciones caracterizadas por la cercanía? 
22 ¿Cuál es la realidad objetiva de la persona? 
 
24 2. La teoría dialéctica de las relaciones 
26 Fronteras relacionales, jerarquía de obligaciones e «interiorización de los objetos» 
29 El poder y la obligación como bases alternativas de contabilización de las responsabilidades 
31 Antítesis superficie-profundidad 
33 Base dinámica retributiva del aprendizaje 
34 ¿Individuación o separación? 
34 Ajuste entre los sistemas de contabilización de méritos 
 
38 3. Lealtad 
38 La trama invisible de la lealtad 
38 Necesidades del individuo y necesidades del sistema multipersonal 
46 Contabilización trasgeneracional de obligaciones y méritos 
47 Culpa e implicaciones éticas 
49 Estructuración intergeneracional de los conflictos de lealtad 
 
50 4. La justicia y la dinámica social 
52 Ecuanimidad y reciprocidad 
55 Consideraciones sistémicas e individuales de la ética social 
59 Normas duales en la lealtad del endogrupo. La justicia del universo humano y la «foja 
rotativa» 
61 Los libros mayores de justicia y la teoría psicológica 
62 De la ley del Talión a la justicia divina 
65 Implicaciones sociales del enfoque dinámico de la justicia 
68 Responsabilidad individual y colectiva 
 ¿Hasta qué punto puede ser objetiva la contabilización de méritos? 
73 La posición especial de la familia 
74 Libros mayores de padres e hijos 
77 Derechos inherentes a los hijos 
78 Notas sobre la paranoia 
79 Implicaciones terapéuticas 
 
85 5. Equilibrio y desequilibrio en las relaciones 
85 Disfunción relacional y patogenicidad La huida como forma de eludir el enfrentamiento 
con el libro mayor 
119 Límites del cambio en los sistemas 
121 Mitos sociales y lealtades 
 
123 6. Parentalización 
125 Posesión y pérdida de los seres queridos 
3 
 
126 Parentalización y asignación de roles 
 Parentalización y patogenia en las relaciones 191 Sistemas de compromiso: bases 
relacionales de la parentalización 
132 Compromiso de lealtad y moral 
 
136 7. Fundamentos de la psicodinámica y de la dinámica relacional 
136 Conceptos relacionales y psicoanalíticos: convergencias y divergencias 
144 Implicaciones de lealtad en el modelo psicoterapéutico de la trasferencia 
VIII 
 
154 8. Formación de una alianza operativa entre el sistema coterapéutico y el sistema 
familiar 
155 Derivación de pacientes 
156 Descripción de las familias: proyección inicial de los problemas o de las soluciones 
157 Etapas iniciales de la alianza operativa 
157 Diagnóstico y pronóstico 
159 Realidad inicial y reacciones trasferenciales ante los coterapeutas y el tratamiento: 
resistencias 
162 El equipo coterapéutico como sistema 
 
172 9. Terapia familiar y reciprocidad entre abuelos, padres y nietos 
174 El individuo y sus relaciones familiares 
176 Relaciones en la familia nuclear y en la familia extensa 
176 Los parientes políticos como sistema de equilibrio 
178 Inclusión de los abuelos en las sesiones 
179 Técnicas y comentarios sobre la inclusión de los progenitores provectos 
180 Fragmentos clínicos de sesiones que incluyeron a progenitores provectos y sus hijos 
 
195 10. Los hijos y el mundo interior de la familia 
195 La infancia idealizada: confianza y lealtad básica 
198 Concepción sistémica de la familia 
199 Sintomatología en hijos y padres 
201 Asignación de roles a los niños 
205 Interrelación del niño con el sistema familiar 
 
216 11. Tratamiento intergeneracional de una familia en la que se maltrataba a una hija 
217 Datos históricos y de investigación 
218 De los conceptos intrapsiquicos a los relacionales 
220 Consideraciones sobre el tratamiento 
221 El rol de los hijos 
222 Terapia de los hijos 
223 Ejemplo clínico 
 
236 12. Diálogo reconstructivo entre una familia y un equipo coterapéutico 
236 Prefacio 
239 Historia de la familia 
241 Primer año 
251 Segundo año: Encrucijadas del cambio 
257 Tercer año: Reconstrucción y final del tratamiento 
264 Síntesis 
268 La trasferencia de la familia y la relación real con el equipo de coterapeutas 
4 
 
 
278 13. Breves pautas de orientación contextuales para la conducción de la terapia 
intergeneracional 
278 La ética de los individuos y los sistemas relacionales 
280 Definiciones y metas 
281 La actividad del terapeuta 
283 Lealtad y confiabilidad 
284 Trasferencia, proyección y marginamiento del terapeuta 
285 Tratamiento simultáneo de sistemas y personas 
288 El síntoma del niño como señal 
289 El tratamiento de las raíces sistémicas de la paranoia 
289 Duración, progreso y cambio 
290 ¿Para quién está indicada o en qué casos se justifica la terapia familiar? 
 
291 Epílogo 
 Esferas para una redefinición futura de la reciprocidad, el mérito y la justicia 
 
297 Bibliografía 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
5 
 
Prefacio 
 
Vivimos en una era signada por la ansiedad, el temor a la violencia y el cuestionamiento de los 
valores fundamentales. La fe en los valores tradicionales sufre un desafío, y las oleadas de prejuicio 
parecen hacer peligrar nuestra mutua confianza y la lealtad que nos inspira la sociedad. Tal vez la 
televisión y otros medios de comunicación hayan afectado demasiado hondamente el enfoque que 
adoptan la juventud actual y los jóvenes adultos. Con frecuencia se habla de la llamada «brecha 
generacional», lo que lleva a preguntarnos si la experiencia formativa familiar no se habrá vuelto 
obsoleta y perdido todo su significado. 
 
La «fortaleza» de las relaciones familiares, o su efecto sobre los individuos, es sumamente difícil de 
medir. Los autores de esta obra consideran que los cambios observables en la familia no modifican 
necesariamente la influencia que las relaciones familiares ejercen entre uno y otro miembro. Las 
fuerzas reales de la libertad o la esclavitud están más allá de los juegos visibles de poder o las 
tácticas de manipulación. Los votos de lealtad hacia la familia de origen parten de leyes paradójicas: 
el mártir que no permite que los restantes miembros de la familia «elaboren» su culpa es una fuerza 
de control mucho más poderosa que el «mandón» exigente y vocinglero. El hijo delincuente o 
manifiestamente rebelde puede ser, en realidad, el miembro más leal de una familia. 
 
Hemos aprendido ya que las relaciones familiares no pueden interpretarse a partir de las leyes que 
se aplican a relaciones sociales o incidentales como las que rigen entre los colegas de una 
profesión. El sentido de las relaciones depende de la influencia subjetiva ejercida entre Tú y Yo. La 
llamada «proximidad», que tanta gente teme, se desarrolla como resultado de compromisos de 
lealtad que llegan a ser evidentes en el curso de un período prolongado de existencia y trabajo en 
común, se los reconozca o no. Podemosponer punto final a cualquier relación, salvo la que tiene 
como base la paternidad: de hecho, no podemos elegir a nuestros padres ni a nuestros hijos. 
 
La esencia de la terapia y de cualquier relación humana es la capacidad para asumir compromisos y 
confiar en los demás. Al acudir al terapeuta en busca de ayuda, el paciente o cliente llega al 
consultorio provisto de ese precioso don. Estamos cada vez más convencidos de que el terapeuta, 
ya sea que atienda a uno o a todos los miembros de una familia, debe desarrollar cierta capacidad 
para percibir las manifestaciones propias de los compromisos de lealtad y la reciprocidad de la 
justicia; en caso contrario el profesional nunca será admitido dentro del sistema de lealtades. 
 
Todo tipo de relación terapéutica representa un desafío, tanto en lo que atañe a la capacidad de 
confianza del terapeuta como a su capacidad de compromiso profesional y personal. A la postre, el 
psicoterapeuta debe integrar sus propias relaciones familiares con su experiencia profesional, lo que 
resulta particularmente importante en el caso del especialista en terapia familiar, quien en vez de 
centrarse en las exteriorizaciones verbales de los pacientes, aborda relaciones en plena marcha. 
La presente obra fue escrita con el objeto de compartir nuestra experiencia como especialistas en 
terapia familiar, no sólo con los profesionales sino con las familias. Estamos persuadidos de que el 
enfoque propio de la terapia familiar es muy amplio: no se trata, simplemente, de una técnica 
psicoterapéutica más. Vemos nuestro método como la extensión y el punto de confluencia de la 
psicología dinámica, la fenomenología existencial y la teoría de los sistemas aplicada a la 
comprensión de las relaciones humanas. 
 
Nuestra experiencia terapéutica incluye muchos años de trabajo casi exclusivo con familias y 
parejas, además de la anterior labor terapéutica individual. Hemos visto familias con todo tipo de 
problemas; desde aquellas con un miembro que presenta trastornos de conducta o problemas de 
aprendizaje aparentemente leves, a las integradas por miembros psicóticos graves. Hemos 
entrevistado familias de destacados_ profesionales, hombres de negocios y dirigentes comunitarios, 
6 
 
así como familias de asesinos y desviados sexuales. Hemos atendido familias de hombres exitosos, 
de intelectuales, de trabajadores, y también de habitantes carenciados de los guetos. Pasamos 
cientos de horas en sus hogares y miles en nuestro consultorio. Para nuestro trabajo profesional 
contamos con una clínica especializada en terapia familiar a la que se derivan pacientes de toda la 
ciudad, con un centro de salud mental comunitario, con proyectos especializados en el tratamiento 
de esquizofrénicos y de jóvenes delincuentes, y también con nuestro consultorio privado. 
 
Procuramos trasmitir al lector los frutos de todo lo que hemos aprendido a lo largo de estos años 
dedicados al tratamiento de familias. Como resultado, hemos llegado a reconocer la superficialidad y 
el carácter engañoso de muchos mitos y slogans contemporáneos a los que se asigna gran valor. 
Los aspectos «técnicos» tratados en este volumen no pueden comprenderse a menos de realizar un 
análisis fundamental de las prioridades éticas del hombre. Entendemos que, mientras actúa con 
todas las partes que intervienen en un conflicto, el especialista en terapia familiar no puede evitar las 
implicaciones éticas de la inevitable victimización y explotación relacional. Por oposición a lo que 
ocurre en el caso de la terapia individual, el terapeuta que se centra en las relaciones se ve 
enfrentado a los actos y reacciones de todos los participantes. 
 
Con el tiempo nos fuimos sintiendo cada vez menos satisfechos con los marcos conceptuales 
preexistentes y nos vimos instados a alcanzar una comprensión más adecuada de los miembros de 
la familia. Aprendimos a contemplar la vida familiar como algo regido tanto por principios 
psicológicos individuales como cuasi-políticos. Un importante aspecto de nuestra terapia familiar es 
la búsqueda e identificación de conflictos de lealtad no admitidos, o incluso inconcientes, en los que 
el aparente «traidor» se ve destruido por su falta de autonomía. A menudo, la sociedad interpreta 
como traición los pasos normales en pos de la autonomía. 
 
La terapia familiar, como toda psicoterapia, se basa en los valores de la apertura y el carácter directo 
de las relaciones signadas por la cercanía, en contraste con la negación y el secreto. No obstante, la 
apertura no es sinónimo de la mera abreacción o ventilación de los sentimientos acumulados de 
cada individuo; tampoco implica que deba abolirse el sentido de las fronteras individuales o la 
consideración por la privacidad. Lo ideal es un diálogo auténtico entre los miembros de la familia, 
que guarde relación con aspectos importantes de su vida y sea desarrollado de manera tal de 
reconocer las diferencias y los conflictos como valiosos ingredientes reconciliables, en vez de 
obstáculos para el crecimiento y la vinculación. 
 
Como resultado de este cuestionamiento, logramos un importante avance. Habiendo elegido de 
modo conciente el camino de la participación empática en los procesos humanos, en vez de una 
actitud fría, técnica y directiva ante las interacciones, tuvimos que responder al efecto de lo irracional 
sobre nuestro propio sentido común. En esto nos ayudó considerablemente nuestra tarea en equipo. 
El autor de más edad comenzó a actuar en el campo de la terapia familiar en 1956, y la coautora se 
le unió en 1963. Desde entonces hemos trabajado como coterapeutas, ya sea entre ambos o junto a 
muchos otros terapeutas. A menudo tuvimos que luchar en defensa de nuestros puntos de vista 
individuales como dos seres, un hombre y una mujer, que estaban alcanzando una síntesis nueva y 
una comprensión más elevada. Logramos distintas formas de intelección, mediante nuestras luchas 
en pos de la separación cono a través de nuestra integración como equipo. 
 
Dado que a muchas familias se las atiende también por separado, no podemos afirmar que un único 
terapeuta no logre buenos resultados terapéuticos. Por otra parte, una terapia correcta no entraña 
necesariamente trabajar con cada familia durante muchos años. La profundidad y duración de la 
terapia familiar está determinada, en última instancia, por las metas subjetivas y la capacidad de los 
miembros de la familia. Algunas de nuestras familias sólo buscaban un alivio sintomático; otras 
asumieron el desafío y soportaron las penurias y desventuras de una terapia prolongada que daría 
7 
 
por resultado un cambio y crecimiento básicos. No consideramos válido el postulado según el cual 
las metas de la familia pueden predecirse a partir de su clase social, de su marco cultural o de su 
nivel de educación. 
 
El camino que lleva a convertirse en un competente especialista en terapia familiar dista de ser fácil. 
La conciencia de la propia lucha en las relaciones más cercanas es tan indispensable como la 
capacidad para conceptualizar la propia labor. Algunos críticos podrán caracterizarnos como 
adherentes a determinada escuela de pensamiento dentro de nuestra profesión, porque utilizamos 
elementos aportados por los enfoques psicoanalítico, existencial, ético, contable o derivados de 
otros marcos conceptuales. En realidad, presuponemos que el crecimiento real de nuestro campo 
sólo puede basarse en el respeto por todo conocimiento útil, sea que provenga de las generaciones 
anteriores o de colaboradores actuales. 
 
Obtener una prueba «operativa» de los resultados logrados es ya difícil en la psicoterapia individual, 
y más aún en la familiar. Este libro no pretende proporcionar respuestas definitivas, pero sí 
esperamos dar cuenta razonable de nuestro método. La obra se inicia con una exposición de 
nuestros conceptos básicos, seguida de la secuencia del contrato, la terapia y su conclusión, a lo 
que se agregan ciertos aspectos específicos de importancia clínica y teórica.No se pretende reflejar 
el pensamiento de un mosaico de autores, sino un punto de vista específico. Consideramos que a 
esta altura podrán alcanzarse mayores progresos en nuestro campo a partir de la elaboración 
concreta de ciertas convicciones, más que continuando con los textos de amplio espectro. 
 
Aunque la obra no contiene material autobiográfico, sabemos que nuestros conceptos y puntos de 
vista como autores trasuntan nuestras experiencias y creencias, tanto profesionales como privadas. 
El autor de más edad debe de haber descubierto un nuevo balance de lealtades tras su radical 
alejamiento, hace veinticinco años, de todo su campo existencial, cuando se trasladó de su país 
natal, Hungría, a Estados Unidos. A la vez, aunque entonces sólo podía comprometerse con su 
nuevo país y las nuevas oportunidades que este le ofrecía, interiormente debe de haberse sentido 
movido por la lealtad invisible que lo ataba a ciertas personas -en particular, sus padres, quienes 
instilaron en él su interés y confianza raigales en el fenómeno humano. 
En contraste con ello, Geraldine M. Spark procuró integrar siempre sus experiencias de terapia 
familiar con su formación anterior como trabajadora social psiquiátrica y sus dos años de cursos 
teóricos en la Asociación Psicoanalítica de Filadelfia. Ella continuó tratando de equilibrar su rol 
dentro de su familia de origen con su actual familia nuclear, que ahora incluye también a sus nietos. 
Por añadidura, más de veinte años de actuación en clínicas de orientación infantil le han permitido 
desarrollar una técnica especializada para relacionarse con los niños y alcanzar una mayor 
comprensión de ellos, facilitando en grado sumo su labor con las familias. 
 
En el desarrollo de nuestro método de terapia familiar deben destacarse las oportunidades que nos 
brindó el original proyecto del Instituto Psiquiátrico de Pennsylvania del Este (IPPE), caracterizado 
por la amplitud de su criterio. De acuerdo con las atribuciones originarias de este instituto estadual 
de investigación y capacitación, su junta de Directores, a través de los Departamentos de 
investigación, invitó en 1957 al autor de más edad para que desarrollara un programa psiquiátrico 
innovador, sujeto a la revisión periódica de la junta. A lo largo de los años, la División de Psiquiatría 
Familiar recibió el permanente y fundamental apoyo administrativo de los doctores William A. 
Phillips, Director Médico, Joseph Adlestein y William Beach, así como de anteriores Comisionados 
de Salud Mental en Pennsylvania. 
 
Nuestra comprensión aumentó notablemente a partir del aporte recibido de otros varios medios en 
los que hemos trabajado y enseñado. Deben mencionarse varios proyectos de investigación clínica 
bajo la dirección de Alfred S. Friedman, del Centro Psiquiátrico de Filadelfia. Allí, así como en el 
8 
 
IPPE, muchos de nuestros colegas y alumnos contribuyeron sustancialmente a acrecentar nuestra 
experiencia clínica y claridad de comprensión. Los cuatro años durante los cuales el autor de más 
edad estuvo vinculado con el Consorcio de Salud Mental de la Comunidad de Filadelfia Oeste (bajo 
la dirección de Robert L. Leopold y Anthony F. Santore), y los dos años de experiencia de Geraldine 
M. Spark con las unidades de psiquiatría infantil de pacientes internos y externos de la Facultad de 
Medicina Thomas Jefferson, ubicadas en el Hospital General de Filadelfia, cargos en que ambos 
actuamos como consultores, hicieron que llegáramos a percibir la terapia familiar corno un método 
imprescindible, especialmente en el caso de las familias de los guetos. Dicho método constituye 
también la más poderosa base de unión de los equipos clínicos, que luchan contra las diferencias 
entre el ambiente propio de los profesionales de clase media y el contexto no profesional de los 
trabajadores de clase baja. 
 
Nuestros distintos tipos de formación nos han ayudado mucho a esclarecer nuestro pensamiento. La 
experiencia docente que hemos tenido en el Instituto de Familias de Filadelfia ha sido 
particularmente gratificante, a medida que observábamos cómo se desarrollaba su programa a partir 
de nuestros planes y esperanzas iniciales, para conformar una escuela de aprendizaje profesional 
más sólida y promisoria. El mes de práctica desarrollado en 1967 por Ivan Boszormenyi-Nagy en 
Holanda, dedicado a enseñar a un grupo de profesionales provenientes de todos los puntos de ese 
país, marcó la iniciación de prolongados contactos con especialistas en terapia familiar de esa 
progresista nación. 
 
El marco conceptual expuesto en este libro reconoce sus orígenes en las obras de muchos 
pensadores, entre quienes deben destacarse Martin Buber (también según la interpretación de 
Maurice Friedman), Sigmund Freud, Mahatma Gandhi, G.W.F. Hegel, Ronald Fairbairn, Konrad 
Lorenz y Thomas S. Szasz. Nos fueron sumamente útiles, asimismo, las estimulantes 
conversaciones que hemos mantenido con Helm Stierlin (a quien agradecemos de manera muy 
especial sus meditadas sugerencias de revisiones), Maurice Friedman, Robert Waelder, Abraham 
Freedman, Isadore Spark y Elaine Brody. 
 
A través de los años, los autores continuaron aprendiendo a partir de su contacto con los primeros 
especialistas destacados en el campo de la terapia familiar, entre quienes se cuentan, mencionando 
sólo unos pocos: Nathan Ackerman, Murray Bowen, Don D. Jackson, Carl Whitaker y Lyman Wynne. 
Entre los miembros de la División de Psiquiatría Familiar debemos nombrar a lames L. Framo, Leon 
R. Robinson y Gerald H. Zuk. 
 
Extendemos nuestro agradecimiento a aquellas personas que contribuyeron a que este volumen se 
hiciera realidad. La señora Mary Jane Kapustin nos ayudó en las etapas iniciales del manuscrito. La 
dedicación y paciencia casi ilimitadas de la señora Doris Duncan fueron esenciales para la 
preparación del manuscrito final. La señora Kathryn Kent colaboró en muchos detalles en las etapas 
finales. 
 
Nuestras propias familias no sólo merecen nuestro reconocimiento en lo que respecta a los orígenes 
de nuestros conceptos más profundos de las relaciones familiares, sino también por ser el escenario 
en el que se desarrollaron batallas personales más duras y con frecuencia más penosas, 
precisamente por ser nosotros especialistas en terapia familiar. También declaramos nuestra deuda 
de gratitud para con nuestras familias de origen, a las que volvimos a visitar en el pensamiento como 
fuente de orientación básica y de entendimiento. 
 
Finalmente, creemos que en el futuro los aportes más significativos partirán de una mayor 
comprensión de los antiguos vínculos de lealtad hacia la propia familia de origen, y de la continua 
9 
 
necesidad de equilibrar la autonomía individual y la justicia recíproca de las relaciones actuales con 
las cuentas multigeneracionales' de lealtad familiar, hasta la tercera y cuarta generación. 
 
' Sobre el concepto de «cuenta multigeneracional», cf. Tema en este libro [N. del E.] 
 
 
 
Palabras preliminares 
 
Esta obra representa la elaboración inicial de una síntesis de nuestros años de práctica clínica y de 
los esfuerzos que hemos realizado en pos de un esclarecimiento conceptual. Al aumentar nuestro 
convencimiento acerca de la eficacia clínica del método de la terapia familiar, surgieron ulteriores 
exigencias por definir su marco teórico. 
 
Para nosotros era evidente que, a los efectos de comprender fenómenos nuevos, había que diseñar 
un nuevo marco conceptual. A la vez, no estábamos satisfechos con una serie de orientaciones 
teóricas provenientes de colegas con un enfoque psicodinámico o sistémico. Aparentemente, ellos 
sugerían que la terapia familiar es un campo en que puede pasarse por alto tanto la profundidad de 
la experiencia personal como la integridad ¡que tiene, desde el comienzo hasta el final, la vida 
humana. 
 
Cuando optamos por no soslayar lo profundo del enfoque individual y la complejidad propia del 
sistema multipersonal en el campo de fuerzas de la familia, nos ayudó muchoconcebir las 
relaciones en forma dialéctica. Así pudimos considerar de manera simultánea la interacción de 
tendencias divergentes, o aparentemente contradictorias, y entender de qué modo son determinadas 
las acciones y motivaciones individuales tanto en un nivel psicológico como en el de los sistemas 
relacionales. 
 
Como uno de los conceptos claves surgió el de «lealtad», que hace referencia a los niveles 
sistémico (social) e individual (psicológico) de comprensión. Én este concepto están incluidas la 
unidad social, que depende de sus miembros y espera esa lealtad de ellos, y las creencias, 
sentimientos y motivaciones de cada miembro como persona. 
 
A medida que aprendíamos a aplicar el concepto de lealtad a nuestra labor clínica cotidiana, 
apareció la necesidad de reunir dentro de un contexto básico todo el panorama de las posiciones, 
actos y motivaciones internas de los miembros de la familia. A la vez, sentimos que debíamos 
expresar ese universo conceptual por medio de un lenguaje más humanista que intelectual-
cognoscitivo-científico. 
 
El concepto de justicia parecía ser el siguiente paso en nuestra búsqueda de un marco más amplio y 
adecuado. La justicia y la injusticia, la equidad y la falta de ella, la consideración recíproca y la 
explotación, son objeto de diaria preocupación para todos los seres humanos en lo que atañe a sus 
relaciones. Si el problema ético de la justicia puede parecer extraño a la mayor parte de las actuales 
investigaciones psicológicas y psicodinámicas, para nosotros ofrece la ventaja de una estructura 
intrínseca de expectativas y obligaciones familiares. Dicha estructura puede verse afectada por la 
cadena de interacciones puesta en marcha entre los miembros. 
 
Quisimos dejar la contabilidad intrínseca y encaminarnos hacia aspectos más concretos de la 
posición de cada individuo en relación con el libro mayor;* pero entonces sobrevino la necesidad de 
tomar en cuenta aspectos normativos y de evaluación: ¿qué significan la salud y la patología en 
10 
 
función de los sistemas de relaciones? Obviamente, se requerían conceptos multipersonales que 
trascendieran el de la patología individual (en esencia, un término médico). Los conceptos de 
equilibrio (o balance) y desequilibrio parecían llenar en parte la laguna. Cuando el individuo, por su 
historia y posición en la familia, se sitúa en el punto de mira de un balance específico del libro mayor 
de justicia, su capacidad para funcionar de modo sano puede sufrir una tensión tal que la 
realimentación que hace al sistema comienza a afectar a este último. La psicopatología individual y 
la patogenicidad sistémica pasan por un proceso de interacción dinámica. Tras analizar ese 
desequilibrio relacional tan vasto y significativo que dimos en llamar «parentalización», * * 
describimos las implicaciones de lealtad sistémica multipersonal, en relación con un fenómeno 
central en la teoría y la terapia psicoanalíticas: la trasferencia. Como etapa de transición reseñamos 
los puntos de convergencia y divergencia entre ciertos conceptos de la teoría psicoanalítica v_ su 
aplicación a nuestra teoría de las relaciones. 
 
Posteriormente, efectuamos una revisión de una serie de problemas clínicos relacionados con las 
posibilidades de aplicación de nuestro marco conceptual. Examinamos un enfoque sistémico acerca 
de la formación de una alianza terapéutica entre la familia y el equipo, las aplicaciones clínicas de un 
enfoque trigeneracional con inclusión de los miembros más ancianos de la familia en el proceso de 
terapia, aspectos clínicos específicos del trabajo con niños, y cuestiones vinculadas con el 
tratamiento de una familia en que la hija era objeto de maltrato físico. 
 
Un capítulo íntegro está dedicado al relato detallado de la terapia de una familia que presentaba una 
serie de problemas que afectaban a los miembros de tres generaciones. Se prestó especial atención 
a la importancia práctica y teórica de la oportunidad de equilibrar el libro mayor intergeneracional de 
justicia, a medida que se volvía a instilar confianza y esperanzas en la relación de una madre con su 
progenitora moribunda. 
 
En otro capítulo se hace un resumen de los principios terapéuticos acordes con nuestro marco 
teórico, seguido de sus implicaciones para la sociedad y el ulterior trabajo con familias. 
 
En síntesis, intentamos proporcionar bases teóricas coherentes para comprender las fuerzas 
estructurales más profundas de las relaciones humanas significativas. Dicha comprensión se 
prestará a su amplia aplicación en la terapia familiar y podrá integrarse con las ideas que el lector 
tiene sobre psicodinámica individual y técnicas interaccionales. 
 
Aunque el libro fue escrito conjuntamente y cada capítulo es el producto de un esfuerzo de 
colaboración, Ivan BoszormenyiNagy es el principal responsable de los capítulos 1 a 7 y 13, y 
Geraldine M. Spark de los capítulos 8 a 11. El capítulo 12 es resultado de esfuerzos 
mancomunados. En el capítulo 7 hemos incluido la reimpresión, con unos pocos cambios, de un 
artículo titulado «Loyalty Implications of the Transference Model in Psychotherapy» («Implicaciones 
de lealtad en el modelo trasferencial de psicoterapia»), publicado en Archives of General Psychiatry 
(1972, vol. 27, págs. 374-80). Los capítulos 8 a 13 constituyen una unidad temática, por cuanto 
ofrecen la explicación de aspectos terapéuticos derivados de los puntos teóricos anteriores. 
 
 
 
 
 
 
* Sobre la «contabilidad» de los actos de lealtad y el «libro mayor de justicia», cf. infra, págs. 40-1 y 
72, respectivamente. [N. del E.] 
* ` Cf. el desarrollo de este concepto infra, págs. 182 y sigs. [N. del E.] 11 
11 
 
 
1. Conceptos referidos al sistema de relaciones 
 
La estructuración de las relaciones, en especial dentro de las familias, se caracteriza por ser un 
«mecanismo» extremadamente complejo y en esencia desconocido. Desde el punto de vista 
empírico, dicha estructuración puede inferirse a partir de la regularidad y predecibilidad, sujetas a 
ley, de ciertos hechos reiterados en las familias. A lo largo de los años, buena parte de nuestros 
esfuerzos concertados se han dirigido, clínica y conceptualmente, a identificar esas leyes sistémicas 
multipersonales. 
 
En ciertas familias se trasmiten pautas multigeneracionales fácilmente reconocibles en las 
relaciones. Respecto de tina familia, por ejemplo, nos enteramos de que durante generaciones 
enteras se repetían episodios de muerte violenta en las mujeres, a manos de los hombres con 
quienes estaban vinculadas sexualmente. En otra familia se reiteraba una pauta distinta: las esposas 
eran supuestas mártires victimizadas por maridos que, en forma continuada y evidente, mantenían 
relaciones con amantes. En el caso de una tercera familia, durante tres o cuatro generaciones se 
reprodujo una pauta según la cual una de las hijas terminaba siempre siendo expulsada de su seno, 
debido al «pecado» de deslealtad que cometía al contraer matrimonio con un hombre de distinta 
religión. Hemos atendido familias en las que se reiteraron secuencias de incesto por lo menos 
durante tres o cuatro generaciones. 
 
Sólo en estos últimos tiempos se están comenzando a discernir los elementos que determinan 
dichos tipos de organización reiterada en las relaciones de familia. El cuidadoso estudio a largo 
plazo de sistemas multigeneracionales de familias extensas sometidas a tensión puede revelar 
algunos de sus determinantes «patógenos» cruciales. Pero, con el fin de elaborar un auténtico 
pautamiento multigeneracional de las relaciones familiares, tenemos que basarnos en información 
retrospectiva, incluidos los recuerdos que los vivos tienen de los muertos. Si no se interesa por esas 
leyes de funcionamiento que rigen las relaciones verticales formativas de larga data en las familias, 
el terapeuta se verá impedido de enfocar adecuadamente la patogenicidad y la salud de aquellas. 
Cabe distinguir, en ese sentido, entre mejorar las formas de interacción enel aquí y ahora, e 
intervenir cabalmente (es decir, de modo preventivo) en el sistema. 
 
Creemos que salud y patología están conjuntamente determinadas por: 1) la naturaleza de las leyes 
que rigen las relaciones multipersonales; 2) las características psicológicas («estructura psíquica») 
de los miembros considerados en forma individual, y 3) la relación existente entre esas dos esferas 
de organización del sistema. Cierto grado de flexibilidad y equilibrio respecto de la adaptación del 
individuo al nivel superior del sistema contribuye a su salud, mientras que la adhesión inflexible a las 
pautas del sistema puede llevar a una patología. 
 
Querríamos evitar los peligros latentes del reduccionismo al describir el complejo dominio de la 
estructuración de las relaciones. En la bibliografía especializada se detallan una serie de 
dimensiones pertinentes a la naturaleza de las pautas profundas de relación, pero ninguna basta de 
por sí para dar cuenta del todo complejo de su organización dinámica. Algunos de los elementos y 
fuerzas principales que determinan las configuraciones relacionales profundas del sistema son: las 
pautas de interacción de las características funcionales o de poder; las tendencias pulsionales 
dirigidas a una persona como objeto asequible de la pulsión de otra; la consanguinidad; pautas 
patológicas; la suma colectiva de todas las tendencias superyoicas inconcientes de los miembros; 
aspectos de encuentro de dependencia óntica entre los miembros; y cuentas no expresas de 
obligaciones, rembolsos y explotación, con un balance que va alterándose a través de las 
generaciones. 
12 
 
Probablemente, uno de los principales aportes del método de terapia familiar haya sido el concepto 
multipersonal o sistémico de la teoría motivacional. Según este concepto, el individuo es una entidad 
biológica y psicológica dispar, cuyas reacciones, sin embargo, están determinadas tanto por su 
propia psicología como por las reglas que rigen la existencia de toda la unidad familiar. En términos 
generales, un sistema es un conjunto de unidades caracterizadas por su dependencia mutua. En las 
familias, las funciones psíquicas de un miembro condicionan las funciones de los demás miembros. 
Muchas de las reglas que gobiernan los sistemas de relaciones familiares se dan en forma implícita, 
y los miembros de la familia no son concientes de ellas. El rol sustitutivo o implícitamente expoliador 
que puede cumplir una madre en un caso de incesto entre padre e hija, por ejemplo, tal vez no salte 
a la vista en las fases iniciales de la terapia familiar. 
 
Algunos aspectos de la estructuración motivacional básica de los sistemas familiares pueden 
manifestarse a través de ciertas pautas de organización o ritos de acciones tangibles, como por 
ejemplo la ofrenda de sacrificios, la traición, el incesto, el honor familiar, la «vendetta» entre familias, 
la búsqueda de «chivos emisarios», la congoja, el cuidado de los moribundos, los aniversarios, las 
reliquias familiares, los testamentos, etc. Estos ritos se ajustan a guestalts inconcientemente 
estructuradas de relaciones, que afectan a todos los miembros del sistema. Además de cumplir 
funciones específicas, cada rito aporta algo al equilibrio entre las posturas y actitudes expoliadoras y 
las generosas. Un «libreto» o código familiar no escrito orienta los variados aportes del individuo a la 
«cuenta». El código determina la escala de equivalencia de méritos, ventajas, obligaciones y 
responsabilidades. Un conjunto de ritos interrelacionados caracteriza el sistema manifiesto de 
relaciones de una familia en un momento dado. Los ritos son pautas de reacciones aprendidas, 
mientras que el libreto tácito del sistema se apoya en una vinculación genética e histórica. 
 
Esta distinción reviste importancia práctica para el especialista en terapia familiar. Las pautas 
ritualistas se entrelazan con el sustrato existencial del sistema multipersonal de la familia en formas 
singulares, que pueden sorprender al observador externo. La dificultad (descrita a menudo) que se 
plantea al enfocar mensajes aparentemente carentes de sentido en una familia sometida a 
tratamiento se debe, en parte, a la comprensible necesidad que tiene el terapeuta de hallar una 
«lógica» en el modo en que los ritos relacionales características se enlazan causalmente entre sí. Se 
requiere tiempo y un aprendizaje especial para poder evaluar las cuentas básicas de las 
dimensiones históricas, vertical y profunda de los sistemas de acción. Si no se comprende la 
jerarquía de obligaciones, ninguna lógica será evidente. 
 
Un importante aspecto sistémico de las familias se basa en el hecho de que la consanguinidad o 
vínculo genético dura toda la vida. En las familias, los lazos propios de la relación genética tienen 
primacía sobre la determinación psicosocial -en la medida en que estas dos esferas pueden 
separarse conceptualmente. 
 
Mi padre será siempre mi padre, aun cuando esté muerto y su sepultura se encuentre a miles de 
kilómetros de distancia. Él y yo somos dos eslabones consecutivos en una cadena genética con una 
extensión de millones de años. Mi existencia es inconcebible sin la suya. En forma secundaria, o 
desde el punto de vista psicológico, su persona dejó en mi personalidad una impronta indeleble 
durante las etapas críticas del desarrollo emocional. Aun cuando me rebelé contra todo lo que él 
representaba, mi enfático «no» sólo logró confirmar mi vinculación emocional con él. Por ser yo su 
hijo, él tenía obligaciones para conmigo, y con el tiempo yo contraje una deuda existencial para con 
él. 
 
Mi suegro no tiene una relación de consanguinidad conmigo, y sin embargo siempre recuerdo el 
parentesco que nos une cuando observo el parecido físico de mi hijo con él. Continuamente me 
pregunto si las cualidades mentales de ese hijo mío serán como las de mi suegro, sólo porque 
13 
 
algunos de sus rasgos faciales y gestos espontáneos me recuerdan tanto a este. Las relaciones con 
los parientes políticos adquieren un aspecto cuasi-consanguíneo a través del nacimiento de los 
nietos. Por añadidura, mi suegro y yo nos vinculamos a través de una «hoja de balance» en la que 
se va registrando el recíproco toma y daca dentro de la familia extensa. 
 
La bibliografía referente a la teoría de los sistemas en las relaciones familiares se inició con 
nociones influidas por el concepto de funcionamiento «enfermo» o «anormal». Expresiones como 
«simbiótico», «cargado de culpa», «doble vínculo», «esquizofrenógeno», etc., sugerirían que el 
único lenguaje existente para la descripción de los fenómenos de pautamiento de las relaciones 
debe estar teñido de nociones de patología. Las necesidades del especialista en terapia familiar 
exigieron elaborar conceptos explicativos más eficaces como guías de su trabajo. 
 
En el movimiento de terapia familiar, el concepto de «seudomutualidad» de Wynne et al. constituye 
el primer intento sistemático de importancia para explicar los determinantes fundamentales de las 
pautas de relación familiar. Los citados autores manifiestan: «La organización social en estas 
familias se ve conformada por una penetrante subcultura familiar de mitos, leyendas e ideologías, 
que subrayan las nefastas consecuencias de una divergencia franca respecto de un número 
relativamente limitado de roles familiares fijos y absorbentes» [93, pág. 2201. En un evidente 
esfuerzo por integrar el punto de'vista sociológico con el psicoanalítico, Wynne et al. caracterizan la 
«estructura de roles internalizada en la familia y la subcultura familiar conexa, que actúan como una 
suerte de superyó primitivo tendiente a determinar la conducta de manera directa, sin entablar 
ninguna negociación con un yo que percibe y discrimina activamente» [93, pág. 216]. 
 
Las implicaciones de una subcultura de expectativas familiares constituyen un mojón en el camino 
que lleva a definir la estructura de relaciones como series de obligaciones impuestas a los miembros 
de la familia.Cuando Wynne et al. comparan la circunspección familiar y los mecanismos de 
indagación con una ansiosa vigilancia del superyó, se aproximan en grado sumo a nuestra 
formulación inicial de un importante mecanismo patógeno de la familia, el «superyó 
contraautónomo» [11]. Asimismo, es fácil ver la afinidad que existe entre los conceptos de superyó 
primitivo de la familia y las hojas de balance de méritos a largo plazo en las familias. Los esfuerzos 
de Wynne et al. tienden un importante puente en dirección al modelo dinámico auténticamente 
multipersonal. El empleo que hacen de conceptos de base individual, tales como superyó, represión, 
disociación o rol, en un contexto familiar revela su esfuerzo por trascender los límites de la 
psicología al aproximarse al terreno de lo que denominamos teoría dialéctica de las relaciones. 
Utilizan un lenguaje esencialmente psicológico cuando elaboran expresiones tales como 
«internalización de la estructura de roles» y «sentido de satisfacción recíproca de las expectativas». 
 
La lucha principal en la familia caracterizada por la seudomutualidad se describe en términos 
cognoscitivos como «esfuerzos por excluir todo reconocimiento abierto de cualquier indicio de falta 
de complementariedad». 
 
Desde nuestro punto de vista, el problema básico de la teoría de las relaciones familiares es el 
siguiente: ¿Qué sucede en el contexto de la acción, y cómo afecta ella la propensión de la familia a 
mantener esencialmente inalterado el sistema? De acuerdo con este esquema, aunque la pérdida 
por muerte, la explotación y el crecimiento físico son hechos inevitables, producto del cambio, todo 
paso dado en dirección de la madurez emocional representa una amenaza implícita de deslealtad 
hacia el sistema. La meta contextual de las expectativas, obligaciones y lealtades entrelazadas es, 
entonces, que el sistema subsista inalterable. El equilibrio no alterado del sistema incluye la ley de 
mutua consideración para evitar, de la mejor manera posible, el causar dolor innecesario a nadie (p. 
ej., enfrentando la desdicha). El antiguo fundamento tribal y biológico del sistema familiar era la 
reproducción y la crianza de la prole. A nuestro modo de ver, la función de la crianza sigue siendo el 
14 
 
mandato existencial básico de las familias contemporáneas. Las lealtades sujetas a las exigencias 
propias de la supervivencia biológica y de la integridad de la justicia humana son ulteriormente 
elaboradas en conformidad con el «libro mayor» de acciones y compromisos asumidos a lo largo de 
toda la historia familiar. 
 
Atendiendo a estas conexiones dialécticas más profundas, las pautas de seudomutualidad u otros 
ordenamientos psicosociales son elaboraciones «psicológicas» secundarias de realidades 
existenciales fundamentales; son ejemplos de ritos específicos en el contexto de un sistema de 
relaciones. El núcleo de la dinámica del sistema familiar es parte del orden humano básico, que sólo 
secundariamente se refleja en los conocimientos, afanes y emociones de los individuos. El orden 
humano básico depende de las consecuencias históricas de los hechos producidos por la interacción 
entre los distintos miembros en la vida de cualquier grupo social. Las motivaciones de cada miembro 
están enraizadas en los contextos de su propia historia y la de su grupo. 
 
Un ejemplo clínico ilustra el modo en que se entrelazan el individuo sintomático, una díada, y la 
guestalt total de las cuentas multigeneracionales en un sistema de relaciones. La familia fue remitida 
para consulta debido al estado de tensión e irritabilidad de Diana, que últimamente se había podido 
advertir tanto en el hogar como en la escuela. Diana, una niña de diez años dotada de talento 
artístico, era muy apegada a su abuela, la señora H., de 58 años. Cuando Diana contaba apenas 
seis días, su madre se volvió psicótica y desde entonces ha estado internada en una clínica para 
enfermos mentales. La señora H. crió a la pequeña. Como comentario aparentemente al margen del 
problema, se mencionó el hecho de que entre la abuela y• el abuelo solían desencadenarse fuertes 
discusiones con amenazas de violencia física. 
 
La primera sesión de terapia familiar se realizó en el hogar, y reveló una grave tensión conyugal 
entre los abuelos. Contradiciendo las expectativas del trabajador social asignado a Diana, la abuela 
procuró en forma activa despertar la atención del terapeuta casi desde el comienzo. Aunque 
inicialmente sonaba poco coherente y evasiva, fue muy clara y explícita cuando comenzó a 
puntualizar todos los motivos de resentimiento que tenía contra el marido: «Hay dos cosas que no le 
perdonaré mientras viva», dijo, explicando las razones que la llevaban a rechazarlo sexualmente. 
 
Al describir su falta de respuesta sexual hacia el marido, la señora H. agregó: «Cuando lo 
necesitaba y lo deseaba, de joven, él tenía aventuras por ahí». Advirtiendo el interés del terapeuta 
por conocer sus antecedentes, refirió una sorprendente historia personal. Sin mayores vacilaciones, 
relató que a los catorce años, cierta noche que su madre se había ausentado, su padrastro entró a 
su dormitorio y trató de violarla. Al día siguiente ella procuró obtener el apoyo moral de la madre, 
pero esta se puso del lado del padrastro, y la jovencita fue enviada a casa de los abuelos. Nunca 
había podido referir a nadie el incidente, con excepción de su madre y su abuela. A medida que esa 
mujer solitaria y recluida comenzaba a hablar más abiertamente, era fácil condolerse de su estallido 
de genuina desesperación y dolor, que la habían embargado toda su vida. 
 
Esta sesión inicial demuestra con gran claridad el enfoque dialéctico de indagación en los sistemas 
de relaciones. Ningún relato o declaración individual se toman como verdad absoluta. Los problemas 
de la niña se indagaron desde un comienzo en el contexto de la dimensión vertical de la familia, 
abarcando tres generaciones. Esto llevó a investigar también la dimensión horizontal del matrimonio 
de la abuela. A partir de allí, era natural volver nuevamente a la dimensión vertical de los conflictos 
que la señora H. había tenido en la infancia con sus padres. Es fácil ver cómo una cuenta que quedó 
sin saldar entre ella, su madre y su padrastro tendría que «salir a relucir» en su matrimonio. La 
atmósfera irremediablemente hostil y atemorizadora de su hogar debió de haberse reflejado 
entonces en la desesperada necesidad que tenía la niña de llamar la atención en la escuela. 
 
15 
 
Con el presente ejemplo no se pretende sostener que una sola sesión inicial basta para descubrir las 
raíces últimas de los determinantes sistémicos de la conducta sintomática de un niño. A pesar de la 
autenticidad y de la gran fuerza que esa mujer solitaria y. ávida de comunicación impartía a su 
relato, sería poco realista considerar que el desarrollo del carácter de la señora H. quedó 
cabalmente explicado por las simples metáforas relacionales de su condensada historia. No 
obstante, el examen de su experiencia clave infantil -la explotación de que fue objeto por parte del 
padrastro y la aparente deslealtad en la respuesta de la madre- señaló una injusticia básica, la cual 
debe de haber contribuido a cimentar la desconfianza hacia los hombres y las relaciones humanas 
en general, característica de la señora H. durante toda su vida. Esta sesión ilustra las dimensiones 
interconectadas de la psicología individual, la reciprocidad en los sistemas de relaciones y la justicia 
del mundo de los hombres, convertidos en datos invisibles registrados a lo largo de las 
generaciones. 
 
Como conclusión, digamos que la violación de la justicia inherente al orden humano básico de una 
persona puede hacer de ese hecho un pivote en torno del cual gira el futuro de sus propias 
relaciones y las de sus descendientes. Así como sería poco sensato, cuando se investigan las 
motivaciones individuales, considerar que un síntoma existe aisladamente de la personalidad total 
del paciente, es necesarioexaminar el sistema familiar completo en relación con la función-señal de 
la «patología» del miembro identificado como paciente. El interés por el aspecto referente a la 
justicia propia del orden humano suele conducir al descubrimiento de un miembro que en un 
comienzo parece haber actuado injustamente. Se plantea un interrogante: ¿El injusto es actor e 
iniciador de los hechos, o un mero eslabón en una cadena de procesos? Una vez que se ha podido 
investigar el propio sufrimiento de ese miembro a través de injusticias pasadas, se pone en marcha 
el proceso de terapia familiar. 
 
La filosofía dialógica de Martin Buber y los escritos de ciertos autores existencialistas señalan un 
modo de «usar» a los otros que conforma otra importante dimensión de la dinámica de las 
relaciones. Sin embargo, en vez de subrayar lo que hay de explotación en determinados aspectos 
de las relaciones humanas, Buber se centra en su capacidad potencial para la reafirmación mutua. 
Al sostener que las relaciones personales significativas pertenecen al tipo Yo-Tú, declara que los 
pronombres básicos no son Yo, Tú, Ello [It], sino Yo-Tú y Yo-Ello. El análisis fenomenológico 
existencial de la vida social presupone una dimensión de compromiso personal: no estoy, 
simplemente, junto a aquel a quien me dirijo utilizando el «Tú» de Buber. Ese otro a quien me dirijo 
de ese modo no es un mero instrumento de mi expresión emocional o la suya, sino, al menos por el 
momento, el «terreno», la contraparte dialéctica de mi existencia. Pero aun como terreno para el 
otro, la persona es un Yo bien delimitado para sí misma. 
 
El auténtico diálogo Yo-Tú va más allá del concepto del otro como mero «objeto» o medio para 
gratificar mis necesidades. 
 
La solicitud y el interés recíprocos puestos de manifiesto es algo que no sólo experimentan los 
participantes, sino que trasciende su psicología al ingresar al dominio de la acción o el compromiso 
con la acción. El diálogo, tal como lo define Buber, se convierte en una característica del sistema de 
relaciones familiares. La reciprocidad de experiencias entre dos seres humanos, reafirmados ambos 
por su encuentro en términos Yo-Tú, crea una base de apoyo mutuo en las relaciones familiares. Tal 
vez esto se vincule con lo que Buber denomina la zona del «entre» [26, pág. 17]. 
 
Si bien el concepto de diálogo mutuamente reafirmativo sin duda enriquece nuestra comprensión de 
las relaciones, en general nuestra postura es que las relaciones familiares tienen su propia 
estructuración específica, existencial e histórica. Un viajero conocido por casualidad en el tren, del 
que obtenemos una respuesta caracterizada por su profundidad, puede, al menos 
16 
 
momentáneamente, cumplir las condiciones de interlocutor en un auténtico diálogo Yo-Tú. Desde el 
punto de vista psicológico, el efecto posterior de ese diálogo tan auténtico puede ser una 
reafirmación permanente de mi persona e identidad, aun cuando esa relación específica sea 
efímera. De ese modo, el Tú del auténtico diálogo puede hallarse en todas partes, y ser remplazado 
por otro Tú. Ciertas dimensiones de la terapia de grupo, las maratones, las técnicas de grupo de 
encuentro, la sensibilización, etc., se basan en la esperanzada expectativa de que se dé una 
reafirmación mutua entre personas que no pertenecen a un sistema familiar consanguíneo. 
 
Desde el punto de vista práctico es muy importante reconocer la naturaleza específica de las 
relaciones familiares. Tras una vinculación que durante todas sus vidas se caracterizó por la 
hostilidad, dos hermanos pueden hacer intensos esfuerzos por reconciliarse y reconstruir su relación 
de manera que surja entre ellos una positiva amistad. Quizás entonces se descubran el uno al otro y 
lleguen a comprenderse en forma diferente, casi como si cada uno de ellos estuviera ante una 
persona totalmente nueva para él. Empero, ya sea que parezcan enemigos o amigos, siempre han 
sido miembros del mismo sistema familiar consanguíneo. Si yo ayudo a cualquier ser humano que 
sufre, es probable que entable un auténtico diálogo Yo-Tú con él. Si, no obstante, sucede que ese 
ser humano es mi hijo, configura, por añadidura, una contraparte única de mi dominio existencial: 
ningún otro ser humano puede remplazarlo. Ninguna conducta de otro, por perfecta que sea la 
semejanza, podría sustituir el significado que él tiene para mí. Además, tanto él como yo estamos 
encuadrados dentro de un sistema de relaciones multigeneracionales. El compromiso, la devoción y 
la lealtad son los determinantes más importantes de las relaciones familiares. Derivan de la 
estructura multigeneracional de la justicia del universo humano, creada a partir del patrimonio 
histórico de las acciones y actitudes entre los miembros. 
 
En resumen, la dimensión más importante de los sistemas de relaciones estrechas se desarrolla a 
partir de la hoja de balance multigeneracional de méritos y obligaciones. Creemos que el nivel del 
sistema en que se forjan las lealtades básicas se conecta con otros niveles sistémicos más visibles 
de la conducta de interacción y las comunicaciones. 
 
Consideramos que la jerarquía de obligaciones reviste importancia crucial para todos los grupos 
sociales y la sociedad en su conjunto. Como muchas épocas pasadas, la nuestra padece el 
desgaste gradual de la calidad de las relaciones humanas. Desde fines del siglo XIX los autores 
existencialistas trataron de advertirnos del peligro que amenazaba la calidad de las auténticas 
vinculaciones entre los seres humanos. La urbanización, la automatización, los medios de trasporte 
y comunicación de masas, etc., contribuyen a aumentar ese desgaste. El teórico que estudia a la 
familia centra ahora su atención en una dimensión existencial específica que en nuestra era se evita, 
niega y erosiona: las cuentas de la justicia del mundo de los hombres. Al rehuir los contactos con la 
familia extensa, por un lado, y aferrarse desesperadamente a las posesiones materiales, por el otro, 
se crean paradójicos antagonismos entre las viejas y las nuevas generaciones, con pocas 
posibilidades de resolución. La vieja generación conservadora, se atrinchera cada vez más en su 
rígida postura defensiva, mientras que mediante el escapismo y la negación la juventud rebelde 
puede destruir los cimientos que le permitirían utilizar su libertad si adquiriera la capacidad necesaria 
para enfrentar y balancear las cuentas de la justicia intergeneracional. Llevados por su sensación de 
carencia, a menudo los jóvenes no ven que la represalia destructiva lleva a una ulterior y más honda 
carencia. En última instancia, ambas generaciones resultan perdedoras. 
 
La amplia popularidad actual de los grupos de encuentro, maratón, sensibilización, etc., atestigua la 
toma de conciencia del desgaste de las relaciones personales por parte del hombre moderno. Todos 
los días se forjan nuevos ritos sobre la base de esa toma de conciencia, combinada con el mito del 
valor supremo que tendría «expresar los propios sentimientos» hacia los extraños. El diálogo Yo-Tú 
de Buber, cuando se lo comprende de manera parcial, puede esgrimirse como anhelada fórmula 
17 
 
mágica, aplicándola a encuentros de formas ritualizadas. El especialista en terapia familiar no 
rechaza la validez del encuentro como «técnica» auxiliar dotada de sentido en la sociedad 
contemporánea; configura una dimensión de su propia labor con las familias. Pero si esta dimensión 
se eleva al plano de la omnipotencia mágica, utilizada para negar las duras realidades de la justicia 
histórica de la propia existencia y la posición generacional en el «libro mayor» de méritos de la 
familia, sólo permitirá logros limitados. Por añadidura, sus falsas pretensiones pueden ser fuente de 
grandes desengaños. 
 
 
Importancia clínica del enfoque sistémico 
 
La distinción trazada entre motivaciones multipersonales, basadas en el sistema, e individuales tiene 
gran importancia para el terapeuta desde el punto de vista práctico. Sus colegascon frecuencia lo 
interrogan acerca de sus actitudes hacia problemas terapéuticos clave, tales como: ¿Cuáles son los 
criterios que determinan si la terapia familiar es la indicada? ¿Cuáles son las metas terapéuticas? 
¿Cómo se evalúan los resultados de su labor terapéutica?, etc. La respuesta a estas preguntas está 
asociada a la comprensión del modo de entrelazamiento de los niveles de motivación en los 
sistemas individuales y multipersonales. 
 
La conceptualización de ese entrelazamiento entre niveles de sistemas individuales y 
multipersonales no sólo exige un conocimiento básico de la teoría general de los sistemas, sino un 
pensamiento elaborado en función de un modelo dialéctico. De acuerdo con este último, el dominio_ 
«intrapsíquico» pierde todo sentido si lo sacamos del contexto de relaciones (Yo-Tú). Desde el punto 
de vista dinámico, toda experiencia subjetiva implica que hay un sí-mismo y un otro, o sea, un 
contexto simbólico interpersonal. Mediante pautas interiorizadas, el individuo inyecta en todas las 
relaciones actuales la programación de su mundo relaciona) formativo. Naturalmente, el sí-mismo es 
el centro experiencia) del mundo del individuo, pero ese sí mismo es siempre un Yo subjetivo, 
impensable sin algún Tú. 
 
Los autores suscriben una visión amplia de la teoría clínica, en que los niveles de motivación de los 
sistemas individual (intrapsíquico) y multipersonal deben considerarse en su relación mutuamente 
antitética y complementaria. Entendemos incorrecto y poco aconsejable ignorar la importancia 
motivacional recíproca y multipersonal para la formulación intrapsíquica de hechos tan importantes 
para la experiencia humana como la separación, el enamoramiento, el crecimiento, la madurez 
sexual, el miedo a la muerte, el dolor por la pérdida de seres queridos, etc. Por otro lado, nos damos 
cuenta de que en su mayor parte nuestra actual teoría de la psicopatología y la psicoterapia está 
estructurada en términos individuales que de ben ampliarse para abarcar el contexto de las 
dimensiones motivacionales de los sistemas familiares. 
 
Por ejemplo, en respuesta a las preguntas sobre lo indicado de una terapia, sus metas y la 
evaluación del trabajo con la familia, el especialista en terapia familiar tal vez no pueda comunicarse 
con sus colegas si estos últimos tienen una orientación exclusivamente individual. Puede 
preguntársele: ¿La terapia familiar es indicada en un caso de fobia a la escuela? Su respuesta no 
puede ser ni sí ni no. Debe dejar en claro que en esta forma la pregunta es intrínsecamente 
inadecuada e imposible de responder. Como la terapia familiar tiene por objetivo ayudar a cada 
miembro de la familia, la pregunta debe formularse de distinto modo: ¿Es conveniente y factible que 
los miembros de la familia de un niño con fobia a la escuela trabajen juntos en pos de la obtención 
de beneficios mutuos? En términos estrictos, sin embargo, incluso la formulación «familia de un niño 
con fobia a la escuela» posee bases individuales. El experto en terapia familiar sabe que al cabo de 
unas pocas semanas el papel del «paciente» sintomático puede desplazarse, pasando del niño con 
fobia escolar a la madre deprimida, el hermano delincuente o el padre que adolece de una 
18 
 
enfermedad psicosomática. El problema que se nos plantea es el de designar una familia en 
términos de un sistema multipersonal, en vez de contentarnos con introducir los términos o frases 
del diagnóstico tradicional del individuo con la expresión «la familia de un ...». 
 
La falta de una categorización de familias ampliamente aceptable, de acuerdo con los criterios del 
sistema multipersonal, ha obstaculizado de modo serio los esfuerzos del especialista en terapia 
familiar por comunicar su punto de vista. Aquel siente que aunque conceptualmente no podría definir 
la entidad sistémica de una familia, no se trata de una imagen ficticia sino de una realidad clínica con 
la que debe trabajar. De hecho, en el curso de uno o dos años de experiencia, los especialistas en 
terapia familiar por lo general aprenden cómo deben trabajar con la dinámica de grupo de un 
sistema familiar específico, considerándolo una entidad, antes que la suma de las diversas 
dinámicas individuales de los miembros. En última instancia, debe tratar el conglomerado forjado 
entre las patologías individuales y las configuraciones del sistema. 
 
La tarea fundamental del especialista en terapia familiar es definir síntomas, diagnóstico y entidad 
nosológica en términos sistémicos. El concepto médico tradicional de síntoma se originó a partir de 
la dicotomía entre los signos notables y lo que se infería como proceso de enfermedad subyacente, 
definible en términos de causalidad. Mientras que la sugestión, la hipnosis o los procedimientos 
conductuales estuvieron durante siglos en teros claramente dirigidos a la eliminación del síntoma, el 
interés propio de la teoría psicoanalítica freudiana se ha definido como algo que va más allá de los 
síntomas y se centra en el mecanismo básico subyacente en la organización fundamental de la 
personalidad del paciente. 
 
El especialista en terapia familiar tiene que aprender a integrar conceptos individuales, descriptivos y 
dinámicos con dimensiones del sistema de relaciones tales como: 1) pautas de interacción funcional; 
2) relación entre la pulsión y el objeto; 3) consanguinidad; 4) patología interpersonal; 5) mecanismos 
inconcientes entrelazados en los individuos; 6) aspectos de encuentro del diálogo óntico; y 7) 
cuentas de justicia multigeneracionales. 
 
Los actos delictivos de un muchacho, por ejemplo, pueden considerarse motivados por varios 
factores individuales y familiares. En un nivel individual, puede vérselo como si luchara por satisfacer 
sus necesidades de gratificación instintiva (sexuales, agresivas) (2), por reafirmar su propia persona 
en relación con el padre (2, 6), por llegar a igualar a sus pares (1), etc. En un nivel multipersonal, el 
joven delincuente puede satisfacer en forma sustitutiva las tendencias inconcientes de sus padres 
hacia la delincuencia (5); por ejemplo, es previsible que en sus ensoñaciones y fantasías procurará 
reparar todas las pérdidas sufridas por sus padres, castigando a la sociedad (7); acaso, llevado por 
su lealtad, quiera unir a sus padres convirtiéndolos en un equipo disciplinario en mutua connivencia 
(1); puede, sin quererlo, suministrar a su familia una excusa para una indispensable intervención de 
la sociedad a través de sus autoridades (1, 2, 7). En una escala aún más amplia, puede poner a 
prueba la capacidad «parental» de la sociedad en su conjunto y brindar dependencia y gratificación 
encubierta a todos los miembros (3). 
 
Cuanto más cambia, más igual a sí mismo permanece 
 
Todos los sistemas de relaciones son de tipo conservador. La lógica que los gobierna exige que la 
dedicación y cuidados que prodigan sus miembros a modo de «inversión compartida» sirvan como 
compensación por todas las formas de injusticia y explotación. Debido al carácter inalterable de los 
vínculos genéticos y la continuidad de las cuentas que entrañan obligaciones, las familias 
constituyen los más conservadores de todos los sistemas de relaciones. Mediante una identificación 
con el futuro de nuestros hijos, nietos y demás generaciones por nacer, podemos, al menos en la 
fantasía, justificar todo sacrificio y compensar toda frustración. 
19 
 
En cierto sentido, la estructuración existencial de la consanguinidad familiar es inalterable. Las 
familias que lidian con la separación real o inminente de algunos de sus miembros nunca podrán 
avenirse a perder «existencialmente» a ningún integrante del sistema. El padre divorciado o que ha 
hecho abandono del hogar nunca será remplazado interiormente como padre en la mente de sus 
hijos. Incluso en los casos de adopción efectuada a muy tierna edad, la importancia existencial de 
los padres naturales suele ocupar la mente de los hijos adoptivos durante toda su vida. Pueden 
sorprendera la familia que los adoptó con sus vehementes deseos de alcanzar un mayor 
conocimiento y entablar un contacto más profundo con los padres naturales, al menos en el 
recuerdo. 
 
Otra importante esfera de conflicto de lealtades se vincula con ese tipo de justicia humana 
menoscabada que se basa en una explotación emocional carente de equilibrio. El análisis de estos 
problemas a menudo se ve oscurecido por consideraciones de índole económica en la familia. En 
otros casos, la posesión expoliadora de una persona aparece disfrazada de amor; ¡como si el amor 
por el lechón que siente el gourmet pudiera acaso para el cerdo significar amor. Algunos autores de 
la escuela de Bateson (para un amplio resumen, cf. Watzlawick [88] y Berne [7] realizaron 
exhaustivos estudios de ciertas técnicas expoliadoras en las relaciones. Sin embargo, el especialista 
en terapia familiar se guardará de extraer cualquier conclusión apresurada sobre qué constituye 
explotación en las relaciones de familia. Las pautas de interacción superficial entre sus miembros, 
en especial si se considera una díada aisladamente, pueden conducir a conclusiones totalmente 
erróneas. La auténtica comprensión de lo que constituye la explotación gira en torno de los balances 
recíprocos de méritos y en el reconocimiento de tales méritos. 
 
Los procesos familiares y los sociales, más vastos, se entrelazan de manera significativa. La 
civilización occidental contemporánea alienta la huida por medio de la negación para evitar un duro 
enfrentamiento con el propio sistema de relaciones. La movilidad física cada vez mayor, la 
capacidad de comunicación saturada a través de los medios, la glorificación del éxito conseguido en 
la «adaptación social», la confusión de libertad emocional con la separación física, y la elevada 
valoración de formas de seudoamistad tan superficiales como infundadas se cuentan entre las 
«ventajas» de nuestra sociedad que alientan el escapismo más que el enfrentarse con las cuentas 
en las relaciones. 
 
La historia de la civilización de Occidente aparece como una prolongada batalla en la que el 
individuo ha luchado siempre por liberarse del dominio de gobernantes opresores. Los mitos de los 
griegos y los hebreos brindaron una temprana definición del individuo como héroe que enfrenta 
contingencias imposibles de superar, y que, aunque a la postre sucumba, sirve como fuente de 
inspiración para las generaciones futuras, que demostrarán su propio heroísmo mediante nuevas 
hazañas. La aceptación pasiva del poder del gobernante lo convierte a uno en miembro de la masa, 
indigno de reconocimiento o recordación. No obstante, la simple huida y separación física respecto 
de esa fuerza abrumadora no bastan para liberar realmente al prófugo. Y menos aun podemos 
resolver la tiranía de las propias obligaciones simplemente esquivando al acreedor. Una huida en 
masa, por temor a enfrentar la responsabilidad de las obligaciones filiales, puede sumir a todas las 
relaciones humanas en un caos insoportable. El individuo puede verse paralizado por una culpa 
existencial amorfa e indefinible. 
 
El modernismo conservador, o el miedo a la privacidad 
 
Basándose en las realidades manifiestas de su experiencia cotidiana, algunos expertos en terapia 
familiar se muestran inclinados a describir su campo de acción como algo caracterizado por fríos 
juegos de manipulaciones. De esa manera parecen perder contacto con los estratos propios del 
compromiso personal, ínsitos en toda relación. 
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Aparentemente, la terapia de intervención en la familia puede atraer al profesional de orientación 
impersonal y mecanicista, que ve en ella un terreno propicio para la manipulación de los seres 
humanos. Por ejemplo, tal vez sostenga que la capacidad de empatía, indispensable en casi todas 
las formas de psicoterapia individual, puede soslayarse en la terapia familiar. Algunos terapeutas 
prefieren ignorar el proceso de crecimiento subjetivo de los miembros de la familia, y consideran que 
la terapia familiar simplemente está dirigida a modificar las pautas de interacción visibles. Las líneas 
rectoras de su intervención podrían basarse entonces en principios puramente técnicos, como el 
refuerzo de los estilos de comunicación, la enseñanza de los principios que rigen una «buena» 
discusión, la identificación y eliminación de los dobles vínculos, etc. Algunos terapeutas insisten en 
establecer una agenda artificial: piden que la gente se desplace por la habitación, la hacen sentarse 
y hablar de determinada manera, inventan tareas «operativamente factibles», ellos mismos salen del 
recinto, etc. Por el contrario, nuestra orientación hacia las relaciones familiares en la terapia es de 
naturaleza personalizada. Estamos convencidos de que el crecimiento en nuestra vida personal no 
sólo es inseparable del crecimiento en nuestra experiencia profesional, sino que es también nuestra 
herramienta técnica más importante. 
 
La actitud del especialista en terapia familiar hacia la cuestión de la privacidad individual y la 
experiencia subjetiva determina su conceptualización de las metas terapéuticas. Estableciendo 
como meta ideal de la terapia el funcionamiento presumiblemente no neurótico que a la larga logra 
el paciente, la teoría psicodinámica individual tiende a delimitar su esfera de interés científico y 
humano, ciñéndola al marco del individuo. Aunque la teoría admite que sólo se ve la punta del 
iceberg, es decir, los aspectos concientes de las motivaciones, sin embargo considera que las nueve 
décimas partes invisibles pueden reconstruirse sobre la base del conocimiento de los mecanismos 
mentales del individuo: represión, trasferencia, resistencia, defensa, regresión, etc. 
 
Al trabajar con familias in vivo, el interés del terapeuta no reside simplemente en reconstruir el 
núcleo esencial de los individuos sino que va más allá, tratando de establecer un nuevo equilibrio de 
las relaciones en el sistema multipersonal. En este sentido, la terapia familiar se encuentra en uno 
de los polos del espectro de las terapias, la terapia clásica de la conducta en el polo opuesto, y la 
psicodinámica (freudiana) en el medio. Importa reconocer la falacia de una dicotomía comúnmente 
aceptada, como si la terapia intensiva fuera equivalente a la indagación individual, mientras que la 
terapia familiar conjunta implicara una tarea más superficial e imprecisa, que puede o no dar en el 
blanco y quizá nunca roce el núcleo privado e interno de los participantes; como si los diálogos 
confidenciales mano a mano entre paciente y terapeuta constituyesen el requisito indispensable de 
toda «labor» terapéutica intensa y profunda. Mientras que, sin duda alguna, la investigación de la 
familia amplía el margen de intervención del terapeuta, su característica distintiva no es la mera 
extensión horizontal. Sucede, más bien, que el compromiso que contrae el terapeuta de ayudar a 
todos los miembros de la familia intensifica la fuerza emocional de un nuevo proceso de 
realimentación, que afecta a todos los participantes. Sin embargo, el compromiso de ayudar a todos 
los miembros de la familia puede conducir a una auténtica intensificación del proceso terapéutico 
sólo si el propio terapeuta es capaz de seguir el ritmo de la «escalada» emocional. 
 
La razón por la cual la propia situación de la terapia familiar representa una mayor exigencia 
emocional para el terapeuta que la terapia individual se debe a que la verdadera medida de la 
emoción humana no es la intensidad de sus concomitantes afectivos o fisiológicos, sino la relevancia 
de su contexto interpersonal. Esto demuestra la dificultad intrínseca que surge al tratar de objetivar o 
cuantificar los hechos relacionales. La relevancia conceptual puede evaluarse equiparando 
contenido y contexto. Como el vaciado y el molde: encajan o no. La relevancia es una medida no 
lineal, no cuantificable. 
 
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El desarrollo conceptual en los campos de la teoría y la terapia familiar se ve todavía obstaculizadopor una permanente confusión sobre la función del pensamiento científico, tal como se aplica en la 
escena humana. Algunos de los investigadores más capacitados siguen creyendo en el valor de 
estudiar fenómenos en esencia no mensurables, aunque técnicamente bien definibles. Tal vez opten 
por mirar la vida familiar como algo motivado por juegos de poder y se orienten a producir datos 
convincentes y perfectamente documentados sobre problemas de conducta delimitados en forma 
estricta, pero de importancia marginal. La tarea más importante de la investigación, a la vez que la 
más difícil, es la creación de un marco conceptual que permita manejar los aspectos más complejos 
de la teoría de los sistemas de relación. 
 
¿La «realidad» objetiva tiene cabida en las relaciones caracterizadas por la cercanía? 
 
Resulta engañoso considerar la realidad relacional como algo menos individualmente dinámico o 
menos subjetivo que la realidad interna de una persona. El atributo «objetivo», por contraste con 
«subjetivo», connota la cualidad de estar libre de toda información falsa e incorrecta, y de toda 
distorsión de los hechos debida a la parcialidad emocional. Sin embargo, la realidad de la persona 
en sus relaciones más cercanas está compuesta por su realidad interna familiar trasferida y 
subjetiva, más ciertos atributos reales del compañero. Naturalmente, desde el punto de vista de este 
último, su propia realidad interna es más subjetiva que efectiva. 
 
No existe ninguna realidad objetiva como campo intermedio entre los «calibres de necesidades» [12, 
pág. 46] recíprocamente antagónicas de dos personas que se relacionan. Si la objetividad reviste 
aquí algún sentido, reside en la conciencia que cada participante tiene de las configuraciones de 
necesidades simultáneas en el otro, mientras que ambos luchan por hacer de ese otro el objeto de 
sus necesidades y deseos. No obstante, cabe recordar que las necesidades del individuo incluyen la 
condensación de las cuentas relacionales no saldadas de su familia de origen, además de la 
reactivación de sus propios procesos psíquicos primitivos. 
 
Cuando lo que se procura es un análisis de las relaciones cercanas, el terapeuta primero tendrá que 
conocer con claridad los determinantes principales de las motivaciones de los participantes o sus 
actitudes relacionales. Debe averiguar cuál es la posición de cada miembro en el sistema: conocer 
sus obligaciones, compromisos, la historia de sus méritos, formas de explotación, etc. Por ejemplo, 
además de las actitudes relativas al «chivo emisario», un «amor» sofocante y abrumador puede 
también convertir en víctima a su objeto. Ha de inspeccionarse, igualmente, la necesidad que tiene 
el «objeto» de entablar un diálogo caracterizado por la autenticidad. 
 
En su estructuración programático-afectiva, las actitudes relacionales portan el esquema de los 
actos futuros de la persona. El diseño de esos esquemas siempre lleva implícitas las necesidades 
básicas de aquella y sus obligaciones sistémicas «importadas». Lo más importante en el acto de 
elección de una víctima propiciatoria, por ejemplo, no es el hecho de que distorsione la realidad, sino 
el de que exprese las necesidades del victimario (y, por supuesto, las expectativas de todos los 
participantes en el sistema de victimización). Otro tanto puede decirse de un proceso inverso al de 
elección de una víctima propiciatoria, como el de enamorarse. En primerísimo lugar, el que ama 
tiene necesidad de ver (distorsionar) al ser amado como objeto que se ajusta a su propia 
configuración de necesidades (sexual, de protección, de dependencia, de vituperio, etc.) «Amor 
coecus est» («El amor es ciego»). Cabe agregar que el amor es aún más ciego debido al peso que 
en cada individuo comportan las obligaciones ocultas que vienen de-afuera, y ya no de la díada. Por 
medio del marido y la mujer, no sólo buscan ajustarse dos individuos sino dos sistemas familiares. 
 
Lo que equilibra la subjetividad unilateral de las necesidades de los dos miembros de la pareja es el 
hecho de que el que ama pueda hacer que el objeto de su amor le responda y, en última instancia, 
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que las necesidades de este último le permitan hallar a su vez en aquel un objeto satisfactorio. Una 
relación íntima es un encuentro dinámico entre patrones de necesidades. No existe entre los 
cónyuges un campo intermedio objetivo o «realidad no distorsionada». La meta realista de cada uno 
no debe ser poner a tono sus necesidades con las características «objetivas» del otro, sino aprender 
a discriminar las necesidades del otro como válidas pese a ser distintas de las propias. 
 
Desde el punto de vista de nuestra teoría de las relaciones, el «patrón de necesidades» de una 
persona es una fórmula abreviada que comprende tanto sus necesidades personales como las 
expectativas invisibles debidas al equilibrio perturbado de la justicia en las relaciones anteriores 
propias y de su familia. Tiene una deuda de reciprocidad para quienes tanto le dieron, no importa 
que se hayan sentido estafados o explotados por el destino. Puede dar por sentado que su futura 
pareja tiene conciencia de sus frustraciones y obligaciones innatas. Naturalmente, el otro debe 
incorporar en su actitud la historia del balance de méritos de su propia familia. 
 
¿Cuál es la realidad objetiva de la persona? 
 
En la anterior descripción se presentaba al individuo como un ser que se amolda al contexto de sus 
relaciones. Asimismo, se presuponía que la persona es una entidad dada y definida, con un límite 
identificable: sus necesidades y estilo de respuesta son exclusivamente suyos. Suponemos que, al 
menos en sus acciones, el individuo configura una unidad integral. 
 
No obstante, una teoría más amplia de las relaciones debe tomar en cuenta la fluctuación que 
minuto a minuto afecta su grado de individuación. Una persona puede definirse básicamente por la 
gama y medida de sus necesidades, obligaciones, compromisos y actitudes responsables adoptadas 
en el campo de las relaciones. Incluso ciudadanos aparentemente bien individualizados, socialmente 
destacados y responsables pueden actuar como miembros irresponsables e indignos de confianza 
cuando lo hacen en el contexto de una relación familiar «simbiótica». Pueden ser víctimas del pánico 
si de ellos se espera que adopten una visión responsable de su función dentro de la familia. Pueden 
ocultarse tras un «nosotros», en lugar de un «yo» como forma de expresión gramatical, al tratar de 
explicar sus propios sentimientos e intenciones. Pueden centrarse de manera exclusiva en las 
funciones o síntomas de sus hijos, o sin quererlo crear una imagen de falsa individualización y salud 
en sus lazos conyugales. Por ejemplo, pueden discutir con engañosa libertad, revelando en forma 
manifiesta grandes divergencias personales sobre el tema de discusión, sólo para hallar luego que 
estas son imposibles de modificar debido a las personalidades inconcientemente fusionadas de los 
miembros de la familia. 
 
Nuestro enfoque sistémico ubica las estructuras psíquicas individuales en el contexto de sus 
relaciones, al trabajar con familias sometidas a tratamiento. Todavía no se ha hecho la trasferencia 
que lleve de ahí a un análisis estructural individual entendido más cabalmente. Podríamos equiparar 
la función relacional simbióticamente indiferenciada o la deuda sistémica pobremente resuelta con 
una «débil estructura yoica» en términos individuales, pero la correspondencia de esos términos es 
sólo parcial. El lenguaje de la «debilidad yoica» por lo común presupone una identidad personal, 
aunque discontinua. Por el contrario, el funcionamiento simbiótico en forma sustitutiva, o de 
connivencia, sólo puede observarse en presencia de dos o más individuos íntimamente relacionados 
entre sí. La inferencia realizada a partir de la relación terapéutica individual (trasferencia) para llegar 
a las relaciones familiares resulta incompleta. 
 
En síntesis, el punto de vista sistémico reviste gran

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