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Observaciones Sobre el Vocabulario Social
del Antiguo Régimen
Frente a las encuestas sistemáticas que han sido iniciadas en
Saint-Cloud y en torno a Saint-Cloud por gentes que han ataca-
do directamente el gran tema del vocabulario antiguo, sus for-
mas, su frecuencia, su. significación, me gustaría ofrecer unas
observaciones poco numerosas y asistemáticas y, sobre todo,
aportar, en lugar de porcentajes o teorías nuevas, los testimo-
nios de una experiencia que comienza a alargarse.
Esta experiencia ha sido, sobre todo, rural; primero se ha referi-
do a algunas provincias situadas al norte de París, luego a otras
provincias situadas hacia el oeste del reino, extendiéndose
luego mediante algunas incursiones al sudoeste y también
mediante algunas lecturas. A este testimonio personal me gus-
taría añadir otros que no lo son. Provienen de investigaciones
en curso, aún inéditas en su mayoría: investigaciones de las que
han tenido a bien informarme algunos de mis amigos, jóvenes y
menos jóvenes. No tengo la ambición de abarcar todo el voca-
bulario social del Antiguo Régimen, pero me gustaría proponer-
les una reflexión sobre algunos ejemplos: ejemplos en primer
lugar rurales, porque son los campesinos a los que mejor
conozco, y luego otros de los que estoy menos seguro y sobre
los que me ayudarán a ver claro sus críticas.
Me gustaría primeramente tomar una palabra: la palabra
laboureur. En todas las regiones en torno a París, en todas las
buenas tierras de cereales de la cuenca de París, el término
está perfectamente claro, como lo está también en Borgoña y en
las llamádas provincias del este y del norte. Designa habitual-
mente al personaje que posee ese instrumento de cultivo que es
el gran arado del norte, en el que hay mucho hierro y que cues-
ta caro, como sabemos por los inventarios por defunción. Este
gran arado necesita varios caballos, o varias parejas de bueyes,
para ser utilizado. Un laboureur es, pues, un propietario o
agricultor bastante acaudalado, que destaca entre la población
de la aldea por la importancia de sus medios, por el personal
que puede contratar, por los servicios no gratuitos que presta o
puede prestar, por su lugar en la comunidad rural o en la fábri-
ca lo que lleva consigo una cierta estima, un cierto respeto hacia
él, una especie de temor tal vez, que hace que no deje nunca,
en los papeles que tiene que firmar o que hacer firmar (general-
mente sabe escribir), de adornarse con este título de laboureur.
Se ha subrayado que en ocasiones, cuando los laboureurs
perdían sus caballos, conservaban el título de laboureurs. A
decir verdad, no he encontrado más que un ejemplo de este tipo
en las 150 parroquias del Beauvaisis. Pero otros centenares de
laboureurs han tenido un destino histórico, un destino pedagógi-
co bastante extraordinario. Están hasta tal punto vinculados a su
arado y a los elementos que dependen de éste que cabe pregun-
tarse qué sucede con esta categoría eminente de campesinos
cuando abordamos las regiones donde no existen estos grandes
arados, donde se utilizan pequeños arados hechos en casa, a los
que el herrero añade un pedazo de hierro llamado rejá.
Esta imagen excesivamente clásica del laboureur se limita,
pues, a la Francia del norte. Partiendo de los alrededores de la
ciudad de-Beauvais hacia los confines occidentales, he busca-
do en Bretaña laboureurs y, dejando a un lado el condado de
Nantes, he encontrado uno solo. Con ayuda de mis estudiantes
bretones, he encontrado campesinos que se llamaban François
Le Floch, Hervé Le Bozic o incluso René Pleven. No llevaban
antenombre, su nombre no iba seguido de ninguna indicación
profesional, salvo en el caso del posadero o del herrero. En oca-
siones se encuentra el nombre de domanier en la Baja Bretaña,
pero esta palabra va asociada al problema dei domaine con-
géable *, del que no hablaré aquí. A veces se encuentra el nom-
bre de 'métayer [aparcero] en estas provincias del oeste, pero
esto sólo quiere decir que el métayer tenía una métairie, que es
una explotación rural (la cual, por otra parte, no está forzosa-
mente sometida a un contrato de aparcería).
* Domaine congéable: En Bretaña, arrendamiento en el que el señor se
reserva la facultad de recuperar las tierras en cualquier momento. (N. T.)
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Coloquio de
Historia Social 
Ponenciasrecogidas
por D. Roche y pre-
sentadas por C. E.
Labrousse
P. Goubert (Autor)
Quedémonos un momento en el oeste, tomando un ejemplo
procedente de un joven compatriota originario de los alrede-
dores de Durtal (cabeza de partido del nordeste de Anjou). En
este pueblo de un millar de habitantes no hay un solo laboureur.
Pero si exceptuamos al inevitable posadero, al herrero y a algu-
nos muertos de hambre, nos econtramos con dos categorías de
personajes: los métayers y los closiers; el métayer está en una
métairie, el closier en una closerie. Desde el punto de vista
jurídico, uno y otro son habitualmente arrendatarios. La diferen-
cia es la siguiente: una métairie cuenta por lo general con una
veintena de hectáreas; una closerie, con seis o siete. El título, si
hay un título, si hay un "estate”, es el de la explotación, que se
define por su extensión y su riqueza.
Pasemos por alto el Poitou, sus laboureurs con bueyes y sus
laboureurs sin animales de tiro, sobradamente conocidos, y
penetremos francamente en el Mediodía, región de la langue
d'oc. La palabra laboureur, aquí, no figura desde un principio; si
la encontramos en francés es la traducción bien de un término
latino, bien de un término occitano. La traducción francesa
"laboureur" significa habitualmente trabajador de la tierra; es el
antiguo sentido, es decir, campesino a secas. Esta es probable-
mente la razón de que los soldados de origen rural de A.
Corvisier sean tan frecuentemente laboureurs en el mediodía
del reino, porque laboureur quiere decir solamente campesino,
y no sería sin duda E. Le Roy Ladurie, si estuviera aquí, el que
dijera lo contrario. Vayamos más lejos y tomemos algunos ejem-
plos del Emblavés, el Bigorre y el Alto Languedoc (estudiados
respectivamente por G. Sabatier, A. Zink y G. Frêche). Vayamos
en primer lugar al valle del Adour, que se encuentra en Bigorre,
región bastante original. Existen aquí, en el vocabulario social
habitual, el de los catastros, el del notario, el del juez, el de los
registros parroquiales, distinciones muy marcadas. Dejando a
un lado las excepciones habituales, el que no es laboureur,
pues el término existe en Bigorre, es brassier. Un análisis pre-
ciso muestra que el laboureur es el que tiene más de 25 jornales
de tierra, es decir cinco hectáreas aproximadamente, y brassier,
el que tiene menos; y que si, por desgracia, se pierden hec-
táreas se pierde también el título, y viceversa. En un siglo y
medio, entre 130 y 140 familias propietarias, se observan exac-
tamente dos excepciones a este esquema, rondando ambas los
fatídicos 25 jornales. Más aún, el más rico de los propietarios de
este valle del Adour, que posee unas cuarenta hectáreas, está
regularmente provisto del título de bourgeois [burgués] y en las
actas figura siempre como monsieur. No reside en la ciudad, no
ejerce un oficio, no ejerce un cargo: vive en su mas y dirige su
explotación.
Si viajamos mentalmente desde el valle del Adour hasta la
diócesis de Lavaur y llegamos al gran consulado de Puylaurens,
patria de Georges Fréche -5.000 personas y 8.000 hectáreas,
aproximadamente, en tiempos de Luis XIV, un gran centro
urbano, numerosas aldeas y granjas dispersas-, nos encon-
tramos ante una masa considerable de documentos fiscales,
notariales y parroquiales. Las gentes del campo se agrupan
habitualmente bajo cuatro denominaciones principales: en
primer lugar, los bourgeois, campesinos y propietarios, que son
los más afectados (aproximadamente seis libras) por la capi-
tación; estos bourgeois son dueños de un mas: hay 17. Vienen
en segundo lugar los ménagers --ésta es la palabra que se uti-
liza en el Mediodía- de sus bienes. Son propietarios menosimportantes y más numerosos -de 200 a 500- que pagan tres
libras de capitación. Vienen a continuación los métayers, que
pagan 40 sueldos de capitación; son unos 300. Si dejamos a un
lado a los mendigos y vagabundos, queda una categoría final en
la que se incluye a un centenar de cabezas de familia denomi-
nados brassiers, laboureurs y travailleurs de terre. Son gentes
que no poseen casi nada, y que pagan una capitación muy baja,
20 sueldos o menos. Si se busca la diferencia entre estos últi-
mos, se observa que 1) la expresión travailleur de terre com-
prende tanto a los laboureurs como a los brassiers; 2) los méta-
yers residen en las métairies como una especie de peones a los
que se da un trozo de tierra por un año, lo que nos recuerda a
la Media Garona de Pierre Deffontaines, y 3) los brassiers son
jornaleros intermitentes o temporeros que no poseen bien
alguno y que residen en el centro urbano de Puylaurens, desde
donde van a trabajar a los campos cuando se les necesita.
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Ponencias 
recogidas por 
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y presentadas por
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P. Goubert (Autor)
Si seguimos en Languedoc y- vamos con Gérard Sabatier a una
cuenca del Velay que se llama Emblavés (les remito a la publi-
cación colectiva del Centre de Recherches de Lyon que dirige
Pierre Léon), vemos -gracias a la conjunción de documentos
precisos, numerosos y sabrosos, el catastro, el fisco, los nota-
rios y, por supuesto, los registros parroquiales- que los
laboureurs (pues existen) se colocan en segundo término. En
primero están los ménagers, los grandes propietarios, dueños
de la región, con sus cómplices, sus aliados, los notarios (dos o
tres). Debajo de ellos están los laboureurs, que son una especie
de clase media por la que se pasa, de la que se sale, para subir
o bajar. Finalmente, el confuso grupo-cajón de sastre de lo
peones" y los miserables. ¿Para qué seguir? Esta. rápida vuelta
a Francia en la época de Luis XIV, en el pequeño mundo de la
tierra, en busca del simple vocablo de laboureur, permite ofrecer
unas conclusiones provisionales:
1. La palabra laboureur está lejos de estar atestiguada en toda la
Francia rural: parte del enorme campesinado no lleva ningún títu-
lo o ningún título preciso. La luz no puede salir, pues, sólo del
estudio del vocabulario social.
2. Cuando está atestiguada la palabra laboureur, no siempre ni a
menudo tiene el mismo sentido. A veces permite descubrir o
expresa un rango, una estima, una fortuna relativamente impor-
tante. En algunas partes no permite detectar más que una
situación mediana o mediocre. Y en otras no significa más que
campesino, trabajador de la tierra. Hace falta algo mas que estu-
dios de vocabulario para emprender, estudios sociales serios.
3. Finalmente, en la mayoría de los censos, el título de laboureur,
como muchos otros, corresponde sistemáticamente a una cierta
situación material, a una cierta explotación, e incluso a una cierta
propiedad, a un cierto nivel de vida.
El título se define, pues, mucho más por la situación material
que por sí mismo; y lo que se llama "estima social" es un home-
naje que la pobreza rinde a la riqueza o que la riqueza se rinde
a sí misma. Lo más asombroso de nuestra encuesta rural es
haber encontrado esta curiosidad: unos campesinos, todos ellos
ricos y grandes propietarios, llamados bourgeois -cierto que sólo
en el Mediodía-, lo que constituye una nueva acepción, tal vez
inesperada, que se añadirá a la decena de acepciones relativas
al empleo de la palabra bourgeois en el Antiguo Régimen.
Esta acepción se añade a los grandes grupos de significación
que ofrece este término tan cómodo y tan mal utilizado... Hay
burgueses, yo diría por suposición social, que vienen de la Edad
Media y que, con enormes variaciones en el tiempo y sobre todo
en el espacio, constituyen una parte importante, o pequeña, o
incluso pequeñísima, de los habitantes de las ciudades. Hay
burgueses por su modo de vida, burgueses "que viven burgue-
samente de sus rentas sin trabajar", tal como me descubrieron
hace tiempo los textos de Beauvais...
En Beauvais, en una época ya lejana, estudié a los burgueses
de escasa renta, de rentas. inmobiliarias, de rentas rurales, de
rentas del Estado, de rentas particulares, un poco (o un mucho)
usureros: un tipo de burguesía que sobrevivió mucho tiempo al
Antiguo Régimen. Fueron sobre todo las desgracias del franco
después de 1414 las que parecieron afectarles. Hay por último
una especie de burguesía de costumbres, una cierta villanía,
una cierta pequeñez, una cierta estrechez de- la que se burlan
los aristócratas y las gentes de mundo, lo que indica simple-
mente una condescendencia mundana. Están los bourgeois des
compagnons de métier, que son los que encargan y pagan un
trabajo: trabajo para un burgués, dicen el carretero, el carpin-
tero, el cerrajero, el albañil. Este burgués puede llevar, por otra
parte, tanto sotana como peluca. Está el bourgeois de nàvire,
que es simplemente el propietario de un navío, como han
demostrado los especialistas en cuestiones de navegación.
Están incluso los soldats de bourgeoisie del Antiguo Régimen,
cuyo rasgo principal consiste en que son rurales. Están también
quizá los burgueses fabricados por ciertos historiadores dema-
siado apresurados. Están sin duda muchos otros que olvido, ya
que los burgueses y la burguesía me proporcionan un pretexto
para sacar unas conclusiones un poco más generales; y estas
conclusiones son en el fondo lo esencial, porque corresponden
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a una profunda convicción (susceptible de revisión, por supues-
to, de acuerdo con los resultados de las encuestas actuales y
futuras):
1. La determinación exacta de los diversos sentidos que puede
tener de una provincia a otra y de arriba abajo de la sociedad el
vocabulario social del Antiguo Régimen es siempre algo funda-
mental, algo previo a un análisis correcto; hay que conocer a la
perfección en su lugar y en su tiempo el vocabulario que utilizan
nuestros documentos.
2. Para estudiar este vocabulario, los diccionarios, los teóricos,
los grandes escritores constituyen fuentes importantes, pero
son fuentes que reflejan ante todo a sus autores, el clima socio-
económico-intelectual, etc., en que han nacido, tradiciones ge-
neralmente muy antiguas, esquemas, mitos que tienen varios
siglos de antigüedad. Por ejemplo ese mito de los tres órdenes
o los tres estados que viene sin duda del antiguo fondo indoeu-
ropeo. Expresan su medio, hasta cierto punto la clientela más o
menos culta a la que llegan, pero no forzosamente el objeto de
su análisis y en cualquier caso mucho menos de lo que se ha
creído, sobre todo si se piensa en esa población mayoritaria del
campo. Puesto que tenemos pocos libros de cuentas de cam-
pesinos, será. en los documentos que emanan de su entorno
más inmediato donde encontremos las acepciones más corrien-
tes y más exactas; nos guardaremos bien de generalizar desde
la Picardía al Rosellón y desde la Bretaña del Morbihan hasta
los Bajos Alpes. Es en el tesoro de los papeles señoriales, de
los papeles judiciales, de los papeles notariales, municipales y
parroquiales, que todavía no está suficientemente explotado,
donde yacen los documentos esenciales de esta encuesta mas
o menos semántica y no en las lucubraciones de los retóricos.
3. Este vocabulario social me ha parecido traducir hasta ahora,
con mucha precisión y enormes variaciones, sobre todo la
situación material de los campesinos; dejando a un lado nimie-
dades, la jerarquía social en el campo es la jerarquía de la tie-
rra poseída y cultivada, es decir, a grandes rasgos, la de la for-
tuna. Los factores materiales prevalecen habitualmente, con
algunas excepciones. La estima sólo determina las funciones
parroquiales, las funciones políticas y el rango, es decir, el lugar
en la procesión, ceremoniaimportante pero que no implica toda
la realidad.
4. El estudio de este, vocabulario es indispensable, pero absolu-
tamente insuficiente. Desconfiemos de los rangos, de las etique-
tas de esta Francia procesionaria que los autores y los teóricos
nos muestran en procesión según un cierto orden; desconfiemos
de los mitos que las sociedades elaboran sobre sí mismas. Es
bueno saber lo que un puñado de personas, en el grado casi
superior de la sociedad, decía de ésta; es bueno también saber
que una gran parte de las ideas o de los principios propagados
eran fórmulas que databan de Santo Tomás o incluso de épocas
anteriores. Conviene conocer estos mitos, estos rasgos, estas
etiquetas, comprenderlos y, sobre todo, superarlos. Hay aparien-
cias que corresponden a realidades, que las anuncian; pero hay
también realidades que se ocultan bajo apariencias.
5. Finalmente, y con esto voy a terminar, los historiadores vivi-
mos a menudo en una frecuente confusión. Mezclamos dos pro-
cesos intelectuales absolutamente diferentes, que han sido
admirablemente analizados en el cuestionario que Jacques Le
Goff habría debido leemos ayer: por una parte, el análisis a ras
de suelo, el análisis del documento; que no es nunca lo bastante
fiel, que no es nunca lo bastante avanzado, mediante el que
debemos comprender y tratar de situarnos en el tiempo y en el
pensamiento más íntimo de las gentes que escriben. Entra aquí
en juego la honradez elemental del historiador y también su sim-
patía, en el sentido propio de la palabra, hacia el marco mental,
hacia el marco de las ideas, hacia el marco social que estudia.
Pero después de años de análisis viene fatalmente el momento
de la síntesis. Es entonces cuando el historiador, para compren-
der mejor, para interpretar correctamente y sobre todo para hac-
erse comprender, necesita desprenderse del vocabulario
antiguo y crear una lengua que sea suya con los términos de su
época. Es entonces cuando puede, si lo desea, hablar del
laboureur o del bourgeois en un sentido diferente al que tenían
estas palabras en tiempos de Luis XIII o de Luis XIV, pero, por
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supuesto, precisando sus términos, su vocabulario y su método.
No es un anacronismo, en mi opinión, al nivel de la interpre-
tación, explicar las sociedades antiguas con palabras nuevas.
De otra forma no hacemos sino resumir o repetir nuestros do-
cumentos. Si la historia trata de ser o de seguir siendo una cien-
cia, no puede evitar este doble proceso, que es en primer lugar
conocimiento íntimo y respetuoso de los hombres del pasado y
en segundo lugar intento de síntesis, de reconstrucción, de
interpretación. Y no discutamos por palabras como clase, orden,
casta, que después de todo no son sino etiquetas; me es igual
que los laboureurs hayan constituido en Languedoc o en
Picardía una clase, un orden, una categoría, un grupo, con tal
de que sean verdaderos laboureurs, de que estén verdadera-
mente vivos, de que hayan sido correctamente analizados con
todos los documentos que poseemos. Por lo que a mí respecta,
estoy todavía en el momento del análisis paciente y apasio-
nante, a veces un poco apasionado, con el ánimo libre o que
intenta estar libre de toda teoría preconcebida, sea cual fuere,
con un escepticismo profundo, que espero sea saludable y que
en cualquier caso está continuamente abierto a todos los
esfuerzos, a todas las interpretaciones, incluso a aquellas que
me resultan poco simpáticas, rápidas, gratuitas, y de las que
hay, sin embargo, algo que sacar, en especial la invitación a tra-
bajar aún más. No obstante, el ánimo se rebela contra las cons-
trucciones apresuradas, prematuras, demasiado simples o
demasiado bellas, porque estoy persuadido, como decía un
inglés hace tres o cuatro siglos, de que "hay más cosas en la
tierra... de las que ha soñado nuestra filosofía", o de las que ha
hablado nuestra sociología e incluso nuestra lingüística.
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