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En 1885, abocado a su traducción de la obra de Jakob Burckhárdt
al frances, Gebhart se esforzaba por determinar, siquiera somera-
mente, los "points d´ attache (..) soit avec le moyen âge, soit avec
le milieu du XVIe siècle (...)ª; que le resultaban "à peine visibles" b
en Die Kultur der Renaissance1, abriendo con ello el camino hacia
la que seria la tarea esencial de las nuevas investigaciones: arran-
car al Renacimiento del espléndido aislamiento en que aparecía
por culpa del historiador de Basilea, flor abierta de improviso en
el desierto, período de intensa actividad artística, literaria y civil
sin verdadera conexión ni con la edad anterior ni con la poste-
rior, y averiguar las relaciones ideales que rellenaran el foso
abierto en el decurso del proceso histórico. Y es, efectivamente,
en esté campo donde deben buscarse los resultados más fructí-
feros de la crítica postburckhardtiana: bien sea que se haga refe-
rencia a los estudios dedicados á analizar él influjo que hubiere
ejercido la concepción "del hombre y la naturaleza" propia del
Renacimiento sobre el pensamiento de las épocas posteriores 2,
ó bien que se tomen las investigaciones sobre la ligazón entre
Edad Media y Renacimiento, el problema que podría llamarse de
la "continuidad"3 ha pasado a ser el problema crucial de los estu-
dios sobre la cultura italiana de los siglos XIII-XVI. Ahora bien, tal
actitud, no sólo ha llevado a acercar unos "períodos" históricos
antes escindidos con excesiva nitidez, sino incluso a cambios
profundos del concepto mismo de Renacimiento que había fra-
guado una tradición de tres siglos.
Concepto que se había constituido, en su formulación clásica, y
se había impuesto sobre todo por obra de la crítica de arte y lite-
raria, y muy particularmente la de Vasari, de quien, casi hasta
nuestros días, deliberadamente o no, se ha venido echando.
mano para formular los cánones de la historia del arte, para con-
traponer un determinado "clasicismo" -el clasicismo del pleno
Renacimiento- á una no clásica (en sentido deletéreo), primitiva
y por ende tosca "maniera" anterior (fuera que se aludiese a la
"manera griega", esto es, bizantina, o qué se aludiese a la "ma-
nera alemana", es decir, al gótico) y que había pasado a ser el UNTREF VIRTUAL | 1
Escritos sobre el
Renacimiento
Federico Chabod
* Ponencia presentada ante el VII Congreso Internacional de Ciencias Histó-
ricas celebradoen Varsovia en 1933 y publicada en el Bulletin of the Interna-
tional Committee of Historical Sciences, N.° 19, París, 1933 (vol. V, parte II),
pp. 215-229, .
a "Puntos de contacto (...) sea con la Edad Media, sea con el ambiente del
siglo XVI" (Nota del Traductor).
b "Apenas visibles" (N. del T.).
1 E. GEBHART, "La Renaissance italienne et la philosophie de l'histoireo, en
Revuedes Deux Mondes, 15 de noviembre de 1885, p. 344. Vaya como
premisa el que la presente relación no se propone pasar revista a cada una
de las obras del último período de estudios sobre el Renacimiento ni tampoco
exponer todas las cuestiones que se relacionan con el Renacimiento, sino,
sencillamente, señalar, con la brevedad que imponen los límites prestableci-
dos de espacio, cuáles son -a juicio del autor- los problemas esenciales que
se plantean en dichos estudios, lo cual, naturalmente, reduce las citas a los
trabajos más significativos de una u otra tendencia. Por lo que se refiere a lo
escrito más recientemente, cfr. la verdaderamente estupenda y amplísima
reseña de H. BARON, "Renaissance in Italien., en Archiv für Kulturgeschichte,
XVII (1927), pp. 226256, y XXI (1931), pp. 95-128, 215-139,340-356; para una
recensión de las distintas figuraciones del Renacimiento, desde las épocas
anteriores a Burckhardt hasta nuestros días, véanse especialmente W.
GOETZ, "Mitterlalter und Renaissance", en Historische Zeitschrift, XCVIII
(1907), pp. 30-54; x: BRANDI, Das Werden der Renaissance; Gotinga, 19102;
A. PHILIPPI, DerBegriff derRenaissance, Leipzig, 1912; Y- BORINSKI, Die
Weltwiedergeburtsidee in den neueren Zeiten, I: "Der Streit um die Renaissan-
ce und die Ensteh ungeschichte der historischen Beziehungsbegriffe Renai-
ssance und Mittelalter., en Sitzungsberichte der baye-rischen Akademie der
Wissenschaften, Munich, 1919; J. HUIZINGA, Das Problem der Renaissance,
traducción al alemán en Wege der Kulturgeschichte, Munich, 1930, pp. 91-
115; D.CANTIMORI, "Sulla storia del concetto di Rinascimento" en Annali
della Reale Scuola Normale Superiore di Pisa, serie 11, 1 (1932), pp. 229-268.
2 Fundamentales fueron, a este respecto, los estudios que publicó DILTHEY
entre 1891 y 1904, recogidos en Weltanschauung und Analyse des Menschen
seit Renaissance und Reformation (Gesammelte Schriften, II, Leipzig, 1923).
Pero conviene recordar que por este camino, por el cual se profundizaba el
valor de la découverte de l komme et de la nature que ya habla entrevisto
Michelet, se había situado, mucho antes que Dilthey, antes incluso de que
apareciera la obra de Burckhardt, BERTRANDO SPAVENTA, con unos estu-
dios escritos mayormente entre 1854 y 1856 y compilados en 1857 bajo el títu-
lo de Saggi di critica filosofica, politica, religiosa (recientemente reimpresos
con el título de Rinascimento, Riforma, Controriforma; Venecia, 1928; pone
El Renacimiento en las 
Interpretaciones Recientes*
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GEBHART
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Óvalo
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heraldo de todas las valoraciones ulteriores del Renacimiento,
sin excluir la del propio Burckhardt4. Se había exaltado al Re-
nacimiento, principalmente, como la época del reflorecer del arte,
como en el caso de Voltaire y Goethe: época admirable desde
ese punto, aun cuando -como ya ocurriera con Bayle, a finales
del siglo XVII- se denunciase la pobreza de su vida moral, la indi-
ferencia ética y religiosa de sus representantes, la tiranía de los
príncipes y la corrupción del pueblo, y se lo proyectara a guisa
de Sano bifronte, todo luz por un lado, pero todo sombra por el
otro. De índole similar había sido la actitud del propio Burckhardt,
quien, para tranquilizar sus exigencias morales personales, tenía
que volverse hacia la Reforma; en un dualismo del mismo tipo,
con el añadido de la complicación de la amargura por el decaer
político de la Italia del siglo XVI y el final de su libertad, se había
inspirado la vigorosa figuración de Francesco De Sanctis.
Ahora, en cambio, profundizando la búsqueda para ver en qué
consistió realmente el "descubrimiento del hombre y de la natu-
raleza" y hasta qué punto éste influirá en la mentalidad y las
ideas de las edades siguientes, mucho más que al momento lite-
rario y artístico sé mira al momento especulativo propiamente
dicho, es decir, a la concepción del mundo que paulatinamente
se había ido formando en los Siglo XV y XVI, de lo cual ha de-
rivado la exaltación o, por lo menos, la apreciación -no inspiradas
ya en motivos estetizantes- de un pensamiento: que había hecho
del hombre la publica creatura que in omnium medio coaluits5a,
él creador de su propia vida y de su propia historia6, y ello, tam-
bién, sustituyendo la valoración básicamente "psicológica" de
Burckhardt por otra valoración fundamentalmente "ideológica"7,
en verdad la única apropiada, para evitar equívocos del tipo, de
los que en seguida se mencionarán. Ya era una innovación con-
siderable en los criterios de juicio tradicionales.
Pero quizás iba a tener más profunda repercusión Ia búsqueda
de las adarajas remanentes de la Edad Media, de los, "orígenes"
del Renacimiento; sólo que en esto había que señalar, primero
como brotes, no unos factores artísticos y literarios, sino más
bien factores religiosos8, y libraral movimiento de los círculos
restringidos de literatos y artistas para, en lugar de ello, formar
un todo con el florecimiento de una compleja vida popular, afir- UNTREF VIRTUAL | 2
Escritos sobre el
Renacimiento
Federico Chabod
muy bien de relieve Su importancia CANTIMORI, op. cit., pp. 27-33 del extrac-
to). ES tanto más importante la posición que asumió Spaventa, por cuanto a
él es a quien hay que atribuir el rumbo que adoptaron Gentile y Su escuela pa-
ra el tratamiento del Renacimiento, que ellos, como Se Sabe, plantearon So-
bre la base de la filosofía moderna (cfr. Sobretodo G.GENTILE, Giordano
Bruno e il pensiero del Rinascimento. Bari, 19232; G.SAITTA, La filosofia di
Marsilio ricino, Mesina, 1923, y Filosofia iraliana e umanesimo, Venecia,
1928).
3 A este respecto, los estudios sobre el Renacimiento pueden ofrecer una
interesante confrontación con los estudios acerca de los comienzos de la
Edad Media, en los cuales también ha pasado a Ser fundamental; de Foustel
de Coulanges en adelante, el "problema de la continuidad", por decirlo con
palabras de Dopsch. Y éste es un indicio característico de las tendencias de
la historiografia contemporánea.
4 Es preciso advertir que las conclusiones de Burdach acerca del empleo de
los vocablos renovatio, rinascita, etc., desde mucho antes de Vasari, nada le
quitan al hecho de que el juicio de los que vinieron después Se vio directa y
especialmente influido por Vasari, y que de renacimiento se ha hablado, a par-
tir del Siglo xvi, ante todo y Sobre todo en el aspecto artístico y literario. Bajo
la influencia que ejerció Vasari y, en generai, ejercieron los críticos de arte ital-
ianos del Renacimiento y el Barroco, cfr. M. DVORAK, Idealismus un d Natu-
ralismus in der Gotischen Skulptur und Malerei, incluido ahora en Kunstges-
chichte ais Geistesgeschichte, Munich, 1924, p. 45.
5 La expresión pertenece à Bovillo, de su Liber de sapiente editado por R.
Klibansky, en E.CASSIRER, Individuum und Kosmos in der Philosophie der
Renaissance (Studien der Bibliothek Warburg), Leipzig-Berlín, 1927, p. 355.
a El hombre es la "criatura del mundo que pasa en medio de todo. (N. del T.).
6 La manera como hoy se plantean estos problemas queda bien' expuesta en'
la obra de 0. DE RUGGIERO, Storia delia Filosofia, parte ri¡, Rinascimento,
Riforma e Controriforma, 2 vols-Bari, 1930.
7 Esta Observación, muy justa, es de BARoN, op. cit., XVII, pp. 229 y 238 (con
referencia á los .estudios de P. Joachimsen y de Engel-Jánosi).
8 Por este camino que abrió en 1885 H. THODE (Franz von Assisi und die
Anfänge der Kunst der Renaissance in Italien), ha avanzado mucho, como se
sabe, Burdach, con gran número de trabajos que, aunque discutidos, repre-
sentan, como conjunto, el momento más notable de la crítica posburckhard-
tiana (además de los dos ensayos, Sinn und Ursprung der Werte Renaissance
und Reformation, y Ueber den Unsprung des Humanismus, ahora en Refor-
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mada al mismo tiempo en la política y el comercio, en el arte y la
literatura; en una palabra, con el mismo surgimiento a la vida del
pueblo italiano, ahora verdaderamente tal y no ya latino ni longo-
bardo9. De ello ha derivado una transformación sustancial del
concepto de Renacimiento; tan es así que, precisamente en es-
tos últimos tiempos, se vienen sucediendo, no solamente las dis-
cusiones sobre la historia y el significado de dicho concepto, sino
también sobre la que llamaríamos su capacidad cronológica, que
algunos hacen remontar a principios del siglo XIII, e incluso, co-
mo Volpe, al siglo XII, mientras otros insisten en mantener quieto
el "origen" tradicional, a saber, la edad posterior a Dante.
Por otro lado, la búsqueda de encastres con el espíritu medieval
ha inducido a otros a negar la originalidad,y la peculiaridad del
Renacimiento italiano y a ver en sus caracteres salientes un me-
ro desarrolló de tendencias e ideas ya esbozadas en la cultura
medieval de la Europa centrooccidental; y, hecho significativo,
así como antes se habla sostenido con énfasis especial la tesis
de la absoluta originalidad del Renacimiento en la historia del
arte, así también ahora, en este mismo terreno, se producían las
primeras tentativas de reducir el valor del Renacimiento mismo,
afirmando que el "arte nuevo" era obra de los artistas flamencos
del siglo XIV, trasladando con ello la cuna de la nueva cultura de
Italia a los Países Bajos y Francia10.
En los intentos de este tipo se evidencia a menudo el peligro en
el que se puede incurrir por el deseo de ligar demasiado estre-
chamente el Renacimiento con el Medievo y de encontrar una
"continuidad" sin soluciones; vale decir, el verse arrastrado con
sobrada facilidad a mancomunar manifestaciones del arte y del
pensamiento de ambas épocas, dando mucha importancia a sus
afinidades externas, pero cuidándose poco de averiguar cuál
haya sido el espíritu de tales manifestaciones, el cogollo íntimo,
que es el Cínico que puede determinar él exacto significado his-
tórico y la importancia real de tal o cual aspecto de la vida artís-
tica, moral, etcétera.
El peligro es tanto más grave cuanto que algunos se han visto
inducidos a confundir dos cuestiones de índole esencialmente
distinta. Así, cuando se afirma que la Edad Media fue rica, en la
vida práctica, en individualidades que nada tienen que envidiar a
los hombres del Renacimiento, se confunde malamente la reali-
dad de los hechos con la realidad de las ideas; es decir, se con-
funden hechos prácticos con la conciencia espiritual que pueda
o no tener el hombre de tales acontecimientos.
Es obvio, por ejemplo, qué no sólo abundan las figuras de gran-
des políticos en los siglos VI- XII, sino también que incluso en-
tonces los principios de la actuación pública se atuvieran gene-
ralmente, ante todo, a las normas de la razón política; es obvio
que también entonces, por decirlo con una expresión maquiavéli-
ca, los Estados no se gobernaban con padrenuestros. Pero esto
no empece que la teoría de la política, en tanto que política, sólo
se enunciara por primera vez en pleno Renacimiento por Ma-
quiavelo, quien, al transformar una acción puramente práctica, una
costumbre de hecho, en afirmación teórica, en credo espiritual,
indica claramente la diferencia profundísima entre dos edades.
De la misma manera, de nada vale el hecho de que un Otón I,
pongamos por caso, o un Enrique IV, o un Federico Barbarroja,
fueran "individualidades" ciertamente de talla equivalente a un
Francesco Sforza, un Lorenzo de Medicis o un César Borgia, pa-
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Escritos sobre el
Renacimiento
Federico Chabod
mation, Renaissance Humanismus, Berlín-Leipzig, 19262, el monumental
Rienzo und die geistige Wandlun seiner Zeit,en Vom Mittelalter Zur Refor-
mation, II, parte I, Berlín, 1913-1928; cfr. también Deutsche Renaissanee.
Betrachtungen über unsere künftige Bildung, Berlín, 19202, y "Dante und das
Problem der Renaissance", en Deutsche Rundschau, II (1924), pp. 124154 y
260.267). Idéntico ha sido el rumbo del colaborador de Burdach, e. eme, de
quien cfr. la introducción de Petrarcas "Buch ohne Namen" und die püpstliche
Kurie, Halle, 1925, y su Cola di Rienzo, Viena, 1931.
9 Sobre este punto había insistido ya GEBHART en 1879, en Les origines de
la Renaissance en Italie. Peo cfr. sobre todo G. VOLPE, "Bizantinismo e
Rinascenza., en La Critica, II (1904) (actualmente con el título de La Rinas-
cenza in Italia e le sue origini, en Momenti di storia italiana, Florencia, 1925,
pp. 97-127)
10 Esta era la tesis de COURAJOD, en Leçons prolesséesd l´école du
Louvre, 1887-1896,11: Origines de la Renaissance, París, 1901. Cfr. también
it. FIERENS-GEVAERT, La Renaissance septentrionale et les premiers mai-
tres des Flandres, Bruselas, 1905.
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Máquina de escribir
GEBHART
ra después comprobar que, en la gran historiografía florentina
del siglo XVI, las figuras de los actores tienen, en la determina-
ción del curso de los acontecimientos, es decir, en el hecho de
ser artífices de la historia, una importancia muy distinta de la que
reflejan los cronistas de los siglos X, XI o XII.11
El problema del Renacimiento es, ante todo, una realidad en el
mundo del espíritu, mucho más que en la vida práctica; el moti-
vo por el cual el Renacimiento fue lo que fue, no es la acción ais-
lada y pequeña de tal o cual personaje; no es, por ejemplo, la
sutil habilidad para urdir intrigas que tuviera un príncipe u otro, ni
tampoco la vida jocunda, "pagana" de los burgueses de las ciu-
dades12, sino la manera por la cual las acciones y los propósitos
de los hombres se sistematizan conceptualmente y se hacen
revivir en el espíritu. La validez del concepto mismo de Renaci-
miento (como los de Ilustración o Romanticismo) se puede afir-
mar y admitir sólo si con él se pretende designar cierto movi-
miento de ideas, que sin duda tiene sus interferencias con la vida
práctica, de la cual recibe inspiraciones y sugerencias, y sobre
las cuales influye, en reciprocidad alternada, pero que es sobre
todo una realidad de espíritu. Cosas éstas sobre las cuales no
cabría insistir más desde que la exaltación del "individuo" del
Renacimiento, que Burckhardt apoyó sobre bases principalmen-
te psicológicas, se transformó -como ya se ha dicho- en una va-
loración principalmente conceptual; vale decir, desde que desa-
parecieron los posibles y polémicamente justos motivos de reac-
ción contra una tendencia proclive a ver al hombre vivir una vida
jovialmente activa tan sólo después del siglo XIV. No se debe
imaginar a los hombres medievales perennemente encorvados
por la angustia del pecado y salmodiando continuamente en su
vida de todos los días; sólo hay que considerar si son o no carac-
terísticas del Renacimiento unas afirmaciones como las que em-
pleaba Alberti para resumir y concretar teóricamente el placer de
vivir, que, en cuanto tal, es propio de los hombres de todas las
épocas13.
Pero aun prescindiendo de semejantes prejuicios, y limitando la
investigación al terreno en que debe mantenerse, no pueden
dejar de subsistir fuertes objeciones contra las tentativas de anu-
lar -o poco menos- los caracteres específicos del Renacimiento,
presentándolos como ya contenidos, más o menos expresamen-
te, en la cultura medieval. Las tesis de esta índole recurren ma-
yormente a los dos conceptos de realismo e individualismo -se-
ñalados como típicos del Renacimiento- para demostrar, por
ejemplo, que el realismo del arte italiano, de Giotto en adelante,
no es sino la prosecución del realismo que ya daba testimonio de
sí en el arte gótico, o bien que el.reconocimiento de la "individua-
lidad" y la personalidad singular está ya patente en los escritores
de la Edad Media, sin que haya por qué aguardar a Leon Battista
Alberti, a Maquiavelo o a Guicciardini.
Pero aquí nos encontramos con un equívoco: el equívoco de los
conceptos mismos a que se apela para la confrontación.. Si nos
detenemos un momento, por ejemplo, en la historia de la histo-
riografía -habitualmente un poco descuidada en las discusiones
generales sobre el Renacimiento-, podemos sin duda observar
que ya en los cronistas medievales el espíritu de observación de
la realidad se traducía en unas descripciones precisas, minu-
ciosas y coloridas de los hombres y de las cosas; incluso muchas
veces es posible encontrar en una crónica escenas de un realis-
mo, es decir, en este caso de reproducción naturalista -que po-
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Escritos sobre el
Renacimiento
Federico Chabod
11 Podrían formularse consideraciones de este tipo, también respecto de la
actividad económica y del espíritu con el cual se opera en ese campo. Aquí,
igualmente, aunque el poner de relieve el florecimiento de la actividad comer-
cial e industrial en el Medievo es de fundamental importancia en otros aspec-
tos, no sirve de nada cuando se pretende basaren ello una confrontación con
el Renacimiento. Una vez más hay que decir que la que debe considerarse
aquí es la cuestión de cómo el hombre encuadra su actividad económica en
su concepción de la vida.
12 Sobre lo cual se pueden después hilvanar las inútiles polémicas sobre el
"paganismo" de los hombres del Renacimiento y contraponerles la religiosidad
práctica, que podríamos llamar dominical, de los mismos humanistas, así co-
mo de las masas, y documentar el número de las hermandades, procesiones,
etc., como ha hecho Pastor.
13 Cfr. por ejemplo, acerca del pensamiento de la muerte: "Aunque el morir
no me turbe en demasía, también esta dulzura de virar, este placer de tener-
me y de discurrir con vosotros y con los amigos, este deleite de verme mis
cosas, también me duele dejarlo (...)., "Della famiglia", 1,en Opere volgari, II,
Bonucci, Florencia, 1884, p.24.
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dríamos calificar de fotográficamente precisa- de escenas y as-
pectos de la vida de cada día14, como no se volverán a encon-
trar ya en las historias de un Maquiavelo o un Guicciardini. Pero,
al paso que en el historiador de antes el detalle no es más que
detalle, insertado en una visión de conjunto de índole no "realis-
ta", toda vez que el primer motor de la historia humana está fuera
del mundo y de la vida de los hombres15, en los grandes histo-
riadores florentinos del Renacimiento es precisamente la visión
de conjunto la que es "realista" e "individualista", en cuanto que
los acontecimientos de la historia se ven generarse y seguirse en
el puro ámbito de la vida "real", es decir, humana, como efecto
de la voluntad y de la acción de los hombres, y de la variación de
los intereses humanos. A un realismo -o, mejor, verismo natura-
lista- que podríamos definir como "descriptivo" y formado de frag-
mentos, lo sustituye -por usar el mismo término- un "realismo"
conceptual, que también puede pasar por alto la minucia de un
detalle y ser, por ello, menos verista en los pormenores, menos
"fotográfico", precisamente porque la vivacidad impresionista de
un detalle tiene mucha menos importancia y relieve en un cuadro
completamente dominado por el sentido de la realidad huma-
na16. Un razonamiento no muy distinto podría efectuarse para el
"realismo de la concepción política de un Maquiavelo, muy dife-
rente, en su índole misma; de lo que podía ser el realismo de la
concepción política de un Santo Tomás 17. El Estado, como reali-
dad de hecho cuya validez teórica es inútil y hasta absurdo bus-
car; el Estado, que es lo que es sin conexión alguna con presu-
puestos metafísicos -con la idea agustiniana" del pecado, por
ejemplo-, y la política, como esfera de actividad autónoma, más
allá del bien y el mal morales 18, que, en sí y por si, no tiene otros
fines que los que le son impuestos por su misma esencia, tan só-
lo aparecen con el Renacimiento. En el cual, por tanto, realismo
e individualismo tienen un significado sustancialmente distinto
del que pudieran tener para los anteriores.
Tan es así que el llamado realismo del Renacimiento conduce, al
igual que en el arte19 también en la teoría política y en la cien-
cia, a la afirmación del valor autónomo,independiente de premi-
sas o fines metafísicos, tanto de la obra de arte como de la políti-
ca y de la ciencia, con una línea de desarrollo continua que de
Giotto conduce a Maquiavelo y desemboca en Galileo20; es de- UNTREF VIRTUAL | 5
Escritos sobre el
Renacimiento
Federico Chabod
14 Obsérvense las escenas y los cuadritos con que el fraile Salimbene ador-
na su crónica (y aqui elegimos deliberadamente un cronista que se cuenta
entre los más ricos en sentido de lo humano, entre los más interesantes del
mundo); a guisa de ejemplo, cfr. la descripción del jardín de Pisa (Cronica
fratris Salimbene de Adam, edición cuidada por O. Holder Egger, Hannover-
Leipzig, 1905-1913 (Monumenta Germaniae Historica, scriptorum t. XXXII, pp.
44-45]), de la indumentaria, de fray Benedet to (p.71). el episodio de fray Dioti-
salvi da Firenze (p. 79), de los franceses e ingleses que beben demasiado (p.
220). Pero el realismo de un Guicciardini es algo com. pletamente distinto: sig-
nifica ver la historia como hecha por los hombres y sólo por los hombres, es
decir, la historia exclusivamente sobre la base de la realidad humana. Podrían
hacerse consideraciones similares sobre el "realismo" de un Froissart o de un
Chastellain (acerca del cual cfr. t. HUIZINGA, Herbst des Mútelalters, Munich,
1928 2, especialmente pp. 424ss., y también, "Renais. sanee und Realismus",
en Wege der Kulturgeschichte, cit., pp, 150-153) en relación con el realismo
de los historiadores florentinos. Asimismo, en cuanto al relieve que seda a las
figuras dominantes de un Liutprando de Cremona (cfr. DOPSCH, "Wirtschaf-
tsgeist und Individualismus ¡m Früh. mittelalter", en Archiv, für Kulturges-
chichte, XIX [19281, pp. 53-55), es algo muy distinto del relieve que le dan un
Maquiavelo o un Guicciardini. En la semblaza que este ultimo hace de Cle-
mente VII, por ejemplo (Storia d'ltalia, 1. XVI, cap. 12), está in nuce todo el his-
toriador: su concepción de una historia determinada exclusivamente por mo-
tivos humanos, por la confrontación de intereses personales y estatales, está
perfectamente compendiada en la búsqueda de los móviles por los cuales
actúa tal o cual personaje (¡y ésa es también la importancia de los "discursos"
inserta. dos en las historias del tiempo y que no son una pura reminiscencia
literaria!). ¿Es licito afirmar otro tanto de Liutprando o de cualquier otro cro-
nista medieval? 
15 Observa con justicia HUIZINGA que "eine bestimmte Zeit kann realistische
Kunstwerke hervorbringen, ohne das der Zeitgeist selbst im Zeichen des
Realismus steht" ("una época puede engendrar obras de arte realista sin que
el espíritu del tiempo dé señales de realismo", [N. del TJ), Renaissance und
Realismus, c it., p. 142. La "concretidad" que anhela el Renacimiento no es
tan sólo una "corrección del viejo abstractismo" como pretende OLGIATI, L
aninra dell umananesimo e del Rinascimento, Milán, 1924, p. 831, sino un
modo diferente, sustancialmente diferente, de intuir el mundo v la vida le los
hombres.
16 Es obvio que, aquí, "realismo" no significa en absoluto "naturalismo"; por el
contrario, es esencialmente antinaturalista, al hacer del hombre el amo del
mundo y de la naturaleza. 
17 La cual, por cierto, no está en absoluto exenta de "realismo" en cada una
de sus partes; baste pensar, po r ejemplo, en las preocupaciones que abriga
Luciana
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cir, conduce a la pulverización de la concepción del mundo típi-
ca del Medievo, en la cual, ninguna forma de actividad humana
se puede considerar, en sí, ajena al nexo con el conjunto: En ese
arrancar cada forma de actividad de la unificación de antes -que
se obtenía con el respeto a la dimensión sobrenatural- para darle
una existencia autónoma y puramente humana, se restituye el
valor esencial del Renacimiento en la historia de la civilización
europea; de manera nada distinta, en el terreno de la política
práctica, el hecho. característico de los siglos xiv y xv consis-tía,
en la historia europea, en el fraccionamiento de las viejas ideas
y formas universalistas, Imperio y Papado, y la formación de los
Estados nacionales.
Superiorem non recognoscens: la expresión, que Bartolo da Sa-
ssoferrato aplicaba a los organismos estatales, podría servir de
lema también para las más originales y fructíferas corrientes de
pensamiento de la época. El que aquel laborioso trabajo de de-
sintegración e individualización no llegara a concretarse en una
reconstrucción unitaria verdaderamente orgánica y cumplida del
mundo, quedando, en cambio, uno junto al otro y mezclados en-
tre sí gérmenes de ideas nuevas con conceptos viejos, además
de vigorosos residuos de mentalidad escolástica21; el que de ello
derivaran nuevos y a veces angustiosos problemas nuevos, en-
tre los cuales el principio de la "política como política" que prego-
nó Maquiavelo hizo aparecer la abrumadora preocupación por
volver a reconciliar la razón de Estado y la razón moral, que fue
el punto de partida de unas prolongadas fatigas espirituales que
marcaron a la poligrafía de los siglos XVI y XVI22, todo esto
forma parte del legado del Renacimiento a la Edad Moderna, lla-
mada a seguir avanzando por el camino abierto y a solucionar,
los problemas no resueltos.
Si no es posible negar las características del Renacimiento y
remitirlas sin más ni más a la cultura medieval, ¿se debe, en
cambio, admitir que aquéllas fueran el resultado del "resurgi-
miento de la antigüedad clásica"? He aquí otro gran problema,
estrechamente ligado con los orígenes del Renacimiento, y plan-
teado de diversas maneras precisamente en estas últimas déca-
das. Burckllardt, a decir verdad, se había cuidado muy bien de
hacer depender el Renacimiento únicamente del reflorecer de la UNTREF VIRTUAL | 6
Escritos sobre el
Renacimiento
Federico Chabod
Santo Tomás por el sitio en el cual debe erigirse la ciudad para la salubridad
del aire, etc. (De regimine principum, II, 2-4).
18 e. CROCE, Elementi di politica, Bari, 1925, p. 60.
19 En cuanto al arte, es decir, en cuanto al terreno en el que más se había
insistido en contraponer el "realismo" del gótico al "realismo" del Renacimiento
(sin deternos ahora en la validez y precisión del concepto de "realismo" para
el arte desde Giotto en adelante, puesto que para el arte de Giotto, por ejem-
plo, debiera hablarse, a juicio de Dvorák, de estilización monumental de la
realidad sensible), esta fundamental diferencia entre ambas culturas ha sido
puesta de relieve, neta y magistralmente por DVORAK, Idealismus und
Naturalismus in der Gotischen Skulptur, cit., pp. 120ss.
20 En cambio, por lo que respecta a la "mentalidad económica" del Re-
nacimiento, no parece poder verificarse una afirmación similar de autonomía;
quiere decirse que el Renacimiento no parece tener esa mentalidad "capita-
lista" -en el sentido riguroso del término-que constituye precisamente el reco-
nocimiento de la autonomía de la actividad económica (la vida de los negocios
como fin en si mismo, o, según lo expresaba un típico representante del capi-
talismo moderno, Henry Ford, la producción por la producción), que pudiera
ser equivalente en ese terreno a las afirmaciones de Maquiavelo en el terreno
de las doctrinas políticas. Ello porque, incluso en Alberti, el máximo represen-
tante de la mentalidad del hombre del siglo xv, se logra, sí, una separación
entre la actividad económica y las normas de lá ética religiosa tradicional, pero
la actividad económica permanece siempre subordinada a un fin ajeno a sí,
vale decir, "vivir contento (...) y con honor" (para el pensamiento de Alberti, cfr.
A. FANFAM, Le origini dello spirito capitalistico in Italia, Milán, 1933, pp.
136ss.; pero, sobre todo, MAX WEBER, "Die Protestantische Ethik und der
Geist des Kapitalismus", en Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie, 1,
Tubinga, 19222, p. 38, n. 1. En general, acerca del pensamiento económico
del Renacimiento, además de SOMBART, Der Bourgeois, Munich-Leipzig,
19202; cfr. ENGEL- JANOSI, SozialeProbleme der Renaissance; Berlín,
1924; que no reconoce huella alguna de mentalidad capitalista, y A. VON
MARTIN, Soziologie der Renaisance. Zur Physiognomik und Rhythmik bürg-
erlicher Kultur, Stuttgart, 1932, que sí las reconoce). Pero también es cierto
que entre los criterios de Alberti y los de la escolástica existen grandes dife-
rencias, y no de mero detalle. En cualquier caso, no cabria hablar de "espíritu
capitalista" ya en ia Edad Media, cada vez que nos encontramos en presen-
cia de la mera spes lucrandi -como parecen hacer PIRENNE, Les villes du
moyen age, Bruselas, 1927,p. 105, o DOPSCH, op. cit., pp. 72-74-, no sien-
do, desde luego, ése el carácter distintivo de la mentalidad capitalista.
21 Como, por otra parte, también sucede con Lutero, cuyas ansias por una
vida nueva no destruyen la vertiente teológica, de un teologismo totalmente
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pasión por la Antigüedad clásica, de establecer una relación co-
mo de causa a efecto entre el segundo y el primero; pero, en opi-
nión de tos más, tal relación se había concretado, influyendo
poderosamente en ello, entre otras cosas, una tradición que tie-
ne ya más de tres siglos23. Y no deja de ser significativo a este
respecto el hecho de que en el decurso de un solo año apare-
cieran las dos obras clásicas sobre uno y otro argumentos: Die
Wiederbelebung des klassischen Altertums de Voigt (1859) y Die
Kultur der Renaissance in Italien de Burckhardt (1860). Al deli-
nearse, en cambio, de modo distinto la búsqueda de los "oríge-
nes" del Renacimiento, se cambió, lo mismo que el problema de
las relaciones con la Edad Media, también el problema de las
relaciones con el revivir de lo antiguo, hasta tal punto que, con
Neumann, encaminado por las huellas de Thode, se llegó a afir-
mar que la Antigüedad renovada había sido, no un estímulo be-
neficioso, sino un germen de muerte para la cultura italiana, flo-
recida vigorosamente a causa de la virtud creadora de la sangre
longobarda y quebrantada a mitad de camino por la carga impro-
visa de los recuerdos eruditos24. Y aun recientemente, Toffanin
ha presentado al Humanismo como un período de detención en
el desarrollo de la verdadera cultura italiana, nacida con las co-
munas y tan floreciente en el siglo XIII; un período de compre-
sión de lo vulgar, del espíritu de libre averiguación, del espíritu
"herético" como él lo define, que había sido el espíritu del siglo
XIII, y que en el XIV y el XV sólo estuvo representado por los
averroístas. El Humanismo está bien visto por la Iglesia, que lo
favorece precisamente porque representa la imposición -o, mejor
dicho, la reimposición- del espíritu de autoridad, vacilante en el
siglo XVIII; y, al paso que el espíritu de la época comunal revivirá
en otros países con la Reforma, el espíritu del Humanismo con-
duce a la Contrarreforma25. Como puede verse, una resuelta an-
tinomia entre cultura italiana, propiamente dicha; y cultura huma-
nista; y hasta excesivamente resuelta, que termina con el pasar-
se por alto el hecho de que el recuerdo clásico ha actuado como
poderosa fuerza creadora, inseparable de la manera de ver y sen-
tir de las más encumbradas figuras del Renacimiento -de Dante a
Maquiavelo-, y que alteran la fisonomía misma de la época pro-
piamente comunal, entumeciéndola con un antirromanismo, o
quizás tan sólo un arromanismo, que no existió nunca 26. 
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Escritos sobre el
Renacimiento
Federico Chabod
medievalista, tan característica en él. Para el Renacimiento es posible anotar,
por ejemplo, que nunca se afronta el problema del método, que después sería
esencial desde Bacon, Galileo y Descartes en adelante. Tampoco en los estu-
dios históricos, los buenos ejemplos de método práctico, ya perceptibles en la
historiografía del Renacimiento, llegan a culminar en la conquista de una
metodología, propíamente dicha. Los distintos tratados sobre el tema, los
Methodus (...) ad historia cognitionem (incluido el Bodin), son sobre todo,
como los definió Bezold, una "Anleitung zum Lesen" ("intro. ducción a la lec-
tura", [N. del T.) (F.von Bezold, "Zur Entstehungsgeschichte der historischen
Methodik o, en Aus Mittelalter und Renaissance, Munich-Berlín, 1918, p. 364),
una colección de juicios sobre varios historiadores mezclada con problemas
que, hace cierto tiempo, se habrían definido como de filosofía de la historia,
pero que desde luego son de metodología.
22 Estas fatigas en torno de la razón de Estado están admirablemente des-
critas en F. MEINEK. KE, Die Idee der Staatsräson in der neueren Geschichte,
Munich-Berlín, 1924, y, para la era harroca, en e. CROCE, Storia dell étà
barocca in Italia, Bar¡, 1929.
23 Aparte de Vasari, véase, por ejemplo, lo que en 1590 escribía el pintor ge-
novés G. B. Paggi: "No bien empezaron en Roma a recuperar de la tierra las
sepultadas estatuas antiguas, que el arte con ellas a renacer volvió, por medio
de la observación y estudio que los hombres sobre ellas emprendieron", cita-
do en W. WEISBACH "Renaissance als Stilbegriff^ en Historische Zeitschrift,
CXX (1919), p. 263.
24 "Byzantinische Kultur und Renaissancekultur", en Historische Zeitschrift,
LIV-LV (1903), pp. 215-232. Pero la tesis de Neumann fue demolida en segui-
da, con mucho vigor, por VOLPE, en La Critica, Il (1904), ya citado: Acerca de
la falta de validez de la comparación con Bizancio, cfr. también A. HEISEN-
BERG, "Das Problem der Renaissance in Byzanz+, en Historische ZeUschrift
CXXXIII (1926), pp. 393 ss.
25 G. TOFFANIN, Che cosa fu l'Umanesimo, Florencia, 1929.
26 Ha de señalarse que las Comunas, en primer lugar, habían acogido e) de-
recho romano, que ya impregnaba los estatutos del siglo XIII. Por lo demás,
en relación al recuerdo de Roma en la primera historiografía en lengua vulgar,
en hombres de ninguna manera sofocados por el Humanismo como Malespini
y Villani, remito a la comunicación de P. Morghen, presentada en este mismo
Congreso (La storia romana e la romanità nella prima storiografia volgare). Lo
sustancial, a mi juicio, es que Toffanin adjudicó inicialmente demasiado peso
a la figura de Guido Cavalcanti y al célebre verso dantesco "forse cui Guido
vostro ebbe a disdegno" ["quizás aquél a quien vuestro Guido desdeñó".
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En realidad, el recurso a la Antigüedad clásica constituye el ne-
cesario "mito" del cual el movimiento, generado en las fibras más
íntimas del naciente pueblo italiano, necesitaba al igual que to-
dos los grandes movimientos espirituales: la palabra de orden, el
programa que trazaba a las todavía confusas aspiraciones de
formas más elevadas de vida, una línea común de acción27. De
ello derivó el anhelo de una renovatio, que es en sus orígenes,
en algunas de las figuras más representativas, como Dante, Pe-
trarca y Cola di Rienzo, una renovatio Romae, en la forma de
una renovatio imperii y de una renovatio ecclesiae, y que procu-
ra al mismo tiempo la renovación de cada hombre y la renova-
ción de la colectividad; y que después, ausente el hálito religioso
y ausentes también las grandes expectativas políticas, se queda
en una renovatio esencialmente cultural y moral -como es el ca-
so de la concepción de la nueva humanitas- confinada al puro
ámbito individual y ya no extendida a las masas (de ahí el carác-
ter aristocrático, como se ha dicho, de la cultura del Renacimien-
to28, su menor valor "social" en comparación con la propia esco-
lástica y con la posterior Ilustración). El que después, quizás, la
renova-ción se limitara a la superficie y asumiera un carácter ex-
clusivamente literario y erudito; el que, por lo mismo, el influjo de
la Antigüedad clásica resultara en esos casos poco menos que
un verdadero peso muerto y se llegase al bizantinismo de los
eruditos, son cosas que no pueden asombrar; pero reducir a
mera exterioridad filológicala obra de un Valla o de un Marsilio
Ficino, por ejemplo, parece en verdad excesiva osadía.
Como muchas veces se ha señalado con acierto, la Antigüedad
clásica no es para los hombres del Renacimiento algo muerto,
una antigualla erudita que puede revivir tan sólo con una vida ar-
tificial y exterior en unos pocos intelectuales, sino más bien el
ideal en que éstos encuentran realizadas sus más profundas
aspiraciones -literaria y artísticas, pero también morales y políti-
cas- vale decir, un ideal vivo 29. Por ello es que se tiene fe en la
posibilidad de una renovación, es decir, de una vida más eleva-
da de la humanidad, bajo el signo y la égida de una gran civi-
lización del pasado.
Precisamente en esto que se ha considerado como típica expre-
sión del Renacimiento o, por el contrario, superposición impre- UNTREF VIRTUAL | 8
Escritos sobre el
Renacimiento
Federico Chabod
Dante se referiría, según algunos, a Virgilio, a quien Cavalcatiti habría despre-
ciado porque él profesaba, en palabras de Toffanin, "un averroismo heleni-
zante y antilatino" Es el verso 63 del Canto X del Inferno.) para generalizar la
actitud de Guido Cavalcanti, convertido en simbolo del hombre "herético" del
siglo XIII.
27 El hecho de que el mito fuera el de la Roma antigua y la Antigüedad clási-
ca es, además, obvio: ¡basta de ininterrumpida tradición medieval de la Roma
aeierna! (cfr. para esto A.GRAF, Roma nella memoria e nelle immaginazioni
del medio evo, Turín, 1882-1883; F. SCHNEIDER, Ruin und Romgedanke im
Mittelalter. Munich, 1926, y especialmente e. E.SCHRAMM, Kaiser, Rom und
Renovatio, 2 vols., Leipzig, 1929 [Studien dei Bibliohek Warburg".
28 Que es una Hofkultur, no en el sentido de que haya quedado material-
mente circunscrita a las cortes principescas, sino en que sus ideales requie-
ren, para realizarse, una élite. Nada más instructivo, a este respecto, que la
comparación de los dos conceptos de humanitas y humanité del Renacimien-
to y la Ilustración: la primera postulaba un esfuerzo de autoelevación moral y
espiritual, un proceso de conquista que lleva a la dignitas sui, pero que, pre-
cisamente por ello, es propia de unos pocos; la segunda, en cambio, es un
"sentiment de bienveillance pour tous les hommes, ["sentimiento de benevo-
lencia para con todos los hombres") (tal como la define la En. cyclopédie) que,
aun cuando sea inherente tan sólo a una "irme grande et sensible" ["alma
grande v sensible"), es, ello no obstante, un sentimiento que tiene, por su ca-
rácter especifico, el sentido de la fraternidad de los hombres y aboga por el
acercamiento a los seres humanos, la compasión por sus dolores ("il se plait
d s' épancher par la bienfaisance sur les étres que la nature a placés près de
nous" ["le agrada expandirse mediante el beneficiar a los seres que la natu-
raleza nos ha puesto cerca"l), esto es, aboga por la abolición de todo obstácu-
lo de casta, de nación o de doctrina. Otro de los conceptos fundamentales del
Renacimiento, el de virtud como capacidad de actuar y ole hacer, también es
un concepto que aísla a algunos hombres de la masa y cuya expresión típica
aparece en el pensamiento político de Maquiavelo, que se fundamenta en los
virtuosos, fundadores o restaurador es de Estados-(para esto, cfr. sobre todo
F. w. MAYER Machiavellis Geschichtsauf fasung 117111 ..Sein Begrif f "virtú",
Munich, 1912; F. MEINECKE, Die Idee dei Staatsräson ¡ir dei neueren
Geschichte, cit., Einführung a la edición de El príncipe, Berlín, 1923, y r.
ERCOLE, La ¡,olírica di Machiavelli, Roma, 1926).
29 Cfr. buenas observaciones en w. GOETZ "Renaissance und Antlke", en
Historische Zeitschri ft CXIII (1914), pp. 237ss., y especialmente p. 259.
vista y deletérea desde el exterior, justamente en esto la forma
mentis de los hombres del Renacimiento nos revela una de sus
características esenciales, que la acercan a la mentalidad del
Medievo cristiano. No tanto porque unas aspiraciones similares
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de una renovatio Romae se hubieran manifestado ya con ante-
rioridad, de manera notoria eh la época otoniana30; no tanto,
pues, por los antecedentes específicos individualizables crono-
lógica y espacialmente, sino sobre todo por una actitud funda-
mental del espíritu humano frente a la historia y al proceso his-
tórico. La fe en una "renovación" en cualquier campo, desde el
religioso al político y al artístico, efectivamente presupone la
firme convicción de que en un momento bien determinado de la
historia humana se hubiese realizado el ideal -religioso, o artísti-
co, o político-, se hubiese revelado la Verdad; se toma como
modelo lo ya acaecido sólo cuando se está íntimamente conven-
cido de que lo acaecido constituye la perfección; absoluta o rela-
tiva al género humano, esto ahora no importa. Nos encontramos
así ante una actitud típica de la mentalidad religiosa en general31
y, en especial, de la mentalidad cristiana, para la cual la Verdad
se reveló en un momento preciso de la historia, que por tanto
encierra en sí, in nuce, toda la historia humana y todas las posi-
bilidades de desarrollo que al hombre -a cada uno y a la masa-
se le ofrecen; ante una actitud que constituye una parte muy no-
table del espíritu medieval, tantas y tantas veces atormentado
por el coqueteo con el "retorno" a la Iglesia primitiva, con la "re-
novación" de la pobreza y la pureza evangélicas. Mito que los
movimientos heréticos, con el radicalismo que les era propio,
habían tratado de imponer contra la Iglesia forjada a lo largo de
siglos, y que los movimientos que habían permanecido en el
ámbito de la ortodoxia se habían limitado a proponer como mo-
delos de vida cristiana, pero que, de una manera u otra, siempre
habían constituido un punto central de referencia.
Precisamente en aquella Italia comunal en la que venían madu-
rando los gérmenes del Renacimiento, precisamente entonces el
llamado a la Iglesia primitiva y a la renovación de ella mediante
el retorno a la pureza de las costumbres, a la pobreza y a la hu-
mildad, se lanzaba hacia las multitudes con mayor fuerza e insis-
tencia que en cualquier otra época anterior: patarini a milaneses,
arnaldianos o valdeses por un lado, San Francisco de Asís por
otro, habían tendido el ánimo de las masas hacia el mito, y la
aspiración de renovación en el campo religioso había sido una
de las características esenciales que habían acompañado -
¡piénsese en el Milán del siglo xi!- el surgimiento mismo de las
ciudades libres. Aunque después el "mito" mudara de carácter, y
de religioso se trocara en puramente humano, queda en pie, en
cualquier caso, la tendencia a considerar realizado, en determi-
nado período de la historia pasada, el ideal al cual se aspiraba;
se mantenía firme la confianza en el "modelo", así como en la
posibilidad de aproximarse a él en el presente, modificando nor-
mas de vida y de acción, doctrinas e ideas, relanzando, en una
palabra, el pasado más reciente, que los literatos y artistas del
Renacimiento consideraban, de modo no muy distinto a como,
antes, los reformadores cistercienses, los patarini, etc., como
desviación y perversión.
De la misma manera como la espera casi mística de los huma-
nistas por el advenimiento de la nueva humanitas descubre la
íntima afinidad espiritual con la espera escatológica del adveni-
miento del reino de Dios 32, así también la fe en el "modelo" re-
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Escritos sobre el
Renacimiento
Federico Chabod
30 Las ha puesto muy bien de relieve SCHRAMM, Kaiser, Rom und Renovatio, cit.
31 El haber esclarecido este valor típicamente religioso del concepto de reno-
vatio (renacer, etc.) es el resultado mayor y, a mi juicio, incontrovertible de los
estudios de BURDACH (cfr. especialmente Renaissance, Reformation", Hu-
manismus, cit,, pp. 25ss.), quien con ello ha dado una orientación verdadera-
mente nueva a las investigaciones sobre el Renacimiento. El diccionario ita-
liano-español de Lucio Ambruzzi (7º ed., Turín, 1973), en la entrada patarino,remite a paterino (otra forma aceptada, con sus respectivos plurales, patarini
y paterini) y traduce sucintamente como "hereje maniqueo". Por su parte, el
Dizionario Garzanti della Lingua Italiana (20º ed., Milán, 1981), que prefiere la
forma patarino, lo define como "cada uno de los miembros de un movimiento
religioso surgido en Milán en el siglo xi para la reforma de las costumbres del
clero, especialmente de los altos dignatarios; más tarde, el término pasó a ser
sinónimo de hereje" (cursivas del Garzanti). El étimo podría ser (no se da co-
mo seguro) la voz milanesa parée (de donde vendría pataria, nombre genéri-
co del movimiento), que significa chamarilero o ropavejero, "por su carácter
popular", según el mismo diccionario (N. del T.).
32 Espera escatológica que, desde luego, siempre se relaciona, en mayor o
menor grado, con la voluntad de retornar al principio, de renovar la Iglesia
primitiva, siendo una y otra los dos momentos, que se complementan recípro-
camente, de una misma mentalidad. Pero, justamente por ello, es preciso dis-
tinguir muy netamente tal escatologismo genérico del de Gioacchino da Fiore,
muy distinto, porque precisamente carece del mito del "retorno., el mito de
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vela la afinidad con la fe en la Verdad revelada; y el volver a en-
tregarse al signo, el retornar a los principios, que Maquiavelo
propone como precepto esencial para la vida de los Estados33,
es un precepto vivo durante todo el Renacimiento, en los siglos
XIV y XV 34. De ello derivaba, entre otras, la lógica consecuen-
cia de que, durante ese período, no existiera rastro alguno del
concepto de progreso 35 y, en cambio, en la base de las concep-
ciones históricas y políticas quedaran los axiomas de la inmuta-
bilidad de la naturaleza humana a lo largo de los siglos y la reci-
procidad circular de las cosas humanas, del surgir, florecer y
"corromperse" de éstas, y del "renovarse" merced a la virtud de
un reformador y al retorno a los principios 36.
Precisamente aquí está el nexo más profundo entre Renaci-
miento y Edad Media, entre mentalidad "religiosa" y mentalidad
"profana", como también está aquí el nexo indisoluble con la Re-
forma. La cual, desde luego, querrá restablecer el reino de Dios
y no el reino de la humanitas, y en ese aspecto la separación no
podría ser más neta37; pero el uno y la otra creen en la posibili-
dad de las renovaciones, uno y otra se ponen un modelo lejano
para sacar de él impulso hacia el porvenir, hacia el inminente
novus ordo, con una actitud espiritual fundamentalmente idénti-
ca y, en definitiva, emanada de una fuente única, que de nuevo
era la mentalidad medieval. Si en algunas figuras, tanto de Italia
como de fuera (Dante y Miguel Angel, Petrarca y Erasmo), las
aspiraciones a la renovación de la humanitas y a la renovación
de la christianitas se presentan todavía estrictamente conjunta-
das, por principio se dividen para dar vida a dos movimientos dis-
tintos y hasta contrastantes; pero la base de todo sigue siendo
un modo de pensar y de intuir que tiene raíces comunes, profun-
dísimas, y que sólo lenta, muy lentamente se irá desvaneciendo.
La misma Ilustración, que comienza la disolución renunciando al
mito del modelo en el pasado, con su concepto de progreso ad
finitum, con su ansia jubilosa de encontrarse en los umbrales, no
del reino de Dios, sino del de la Razón, se mantiene, ello no
obstante, fiel a la mentalidad escatológica, transmitida a lo largo
de dieciséis siglos de historia y destinada a ver llegar su ocaso
tan sólo con el historicismo del siglo XIX.
Sólo que, precisamente mientras esta actitud se vuelve a ratificar
con la Reforma en el campo religioso, en el último período del
Renacimiento comienza a desvanecerse en Italia, donde, casi
desde principios del siglo XVI, empieza una reacción contra "lo
antiguo " como modelo y norma. El contraste entre ambas men-
talidades, la que sigue creyendo en la posibilidad de "renovación"
y, sin embargo, se aferra a la Antigüedad clásica, e incluso a la
específicamente romana como si aquél hubiese sido el momen-
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Escritos sobre el
Renacimiento
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"un" momento exacto de la revelación, que, por el contrario, extiende a toda
la historia humana y que incluso se consumará tan sólo en el futuro, en la
sexta edad, "los albores de la cual iluminan ya nuestros ojos" (cfr. E. BUO-
NAIUTI, Giacchino da Fiore, Roma, 1931, pp. 204ss.). Por lo cual quizás con-
venga revisar y matizar también las afirmaciones acerca de la influencia
específica y decisiva del gioachimismo sobre los orígenes del Renacimiento,
cuyo mito del "modelo" no deriva de la mentalidad gioachimita, sino de la men-
talidad religiosa medieval en general.
33 Cfr. F. ERCOIX, La política di Machiavelli, cit., pp. 263ss.
34 Se cree también en el "renacer- de las palabras (cfr. BORINSKI, op. cit.. el
pasaje citado de DANTE, 11 convivio, ahora en el texto de la Società
Dantesca, Florencia, 1921, p. 194).
35 Cfr. n. (Roer., Teoria e storia della storiografia, Bari, .1917, pp. 216ss.
36 La concepción política de Maquiavelo, en su totalidad, expresa con suma
claridad la fe que tenía en la posibilidad de los "retornos" (en esto no compar-
to las ideas que -sobre su historicismo- expresa BARON, "Das Erwachen des
historischen Denkens im Humanismus des Quattrocento", en Historische
Zeitschrifi, CXLVII (1932), p. 8), y hace pensar en las reformas monásticas
medievales basadas en el principio de retornar al origen, a la "regla". Es sin-
tomático, por otra parte, que precisamente Maquiavelo, al enunciar su teoría
de la "renovación", apele al ejemplo "de nuestra religión, la cual, si no la
hubieran vuelto a sus principios san Francisco y santo Domingo, se habría
apagado completamente" (Discorsi sopra la prima Deca di Tito Livio, 111, l).
37 Esta contraposición entre Renacimiento y Reforma, como es sabido, la ha
afirmado vigorosamente TROELTSCH Renaissance und Reformation, ahora
incluido en sus Gesammelte Schriften, Tubinga, 1924. Pero, además del men-
cionado nexo, por lo menos no es seguro que existan correlaciones entre el
sentido de la personalidad humana, muy vívido en ambos movimientos, y en
el cual, precisamente, se ha hallado muchas veces el carácter común de ellos.
Por lo demás, el concepto de Calvino del heroicum ingenium no parece en
absoluto carecer de relación con el concepto del hombre "virtuoso" de) Re-
nacimiento (cfr. H BARON, Calvins Siaatsanschauung und das konfessionelle
Zeitalter, Munich-Berlín, 1924, pp. 15-17 y 108ss.).
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to perfecto de la historia humana, y la que, en cambio, no quiere
más "modelos" sino que sencillamente postula el conocimiento
de la realidad actual en sí, que es distinta de las realidades histó-
ricas del pasado y que por ello no puede ser gobernada y dirigi-
da con el ejemplo de aquéllas, encuentra su máxima expresión,
en la época, en el contraste Maquiavelo-Guicciardini; y este últi-
mo, al refutar el valor del "ejemplo" histórico, al afirmar que se
engañan quienes a cada paso alegan el ejemplo de los roma-
nos38, representa el fin de la mentalidad, no sólo humanista -en
el sentido estricto del término-, sino también de la mentalidad del
Renacimiento. En esto, sobre todo, estriba la gran importancia
del contraste entre ambas figuras: toda poseída, la una, por el
espejismo de la antigua Roma, preocupada la otra por mirar sólo
a la realidad presente, sin dirigir la vista atrás, a lo que ha sido y
no volverá a ser. A los Discorsi sulla prima Deca di Tito Livio los
rebaten las Considerazioni sui Discorsi del Machiavelli y los Ri-
cordi. Después, durante todo el siglo, se impone en los escritores
políticos el paralelo entre Roma y Venecia39, esto es, el paralelo
en elterreno político entre antiguos y modernos, que concluye,
por cierto, nada en disfavor de estos últimos.
Era ésta una actitud estrechamente vinculada con una capacidad
creadora mucho menor, con el desvanecimiento de las grandes
esperanzas y de la voluntad de acción, en una palabra, con la
enervación del espíritu italiano característica de la época pos-
maquiavélica. Bastaría para demostrarlo, simplemente, la con-
frontación entre Maquiavelo, que se valía del ejemplo de los ro-
manos para renovar continuamente sus entusiasmos y sus sue-
ños de saneamiento de la vida política italiana, y Guicciardini,
quien, si predicaba )a "discreción" y sonreía ante el valor del
ejemplo, al mismo tiempo renunciaba a los grandes sueños de su
conciudadano y se encerraba en su desencantada amargura. El
"mito" de los romanos moría porque moría también el mito corre-
lativo de la renovación, del nuevo siglo de oro; lo cual sería sufi-
ciente para demostrar, dicho sea de paso, de qué manera el mito
de la Antigüedad clásica fue la expresión de una poderosa vida
íntima en la Italia del Trecento y el Quattrocentoa, y no un peso
muerto, no un juguete de una camarilla de eruditos.
Pero si, en sus comienzos, ese empalidecimiento de lo antiguo
se conecta estrechamente con una relajación moral, en las gen-
eraciones que contemplan el derrumbe de la libertad política de
los Estados italianos y que, además de una edad apolínea, ven
ante sí un "mísero e infeliz siglo" 40; si además, fuera de Italia, la
reacción contra el dogma de la perfección y la superioridad de los
antiguos encuentra alimento también en la reacción del orgullo
nacional contra el Humanismo italiano, sumamente despreciativo
de los demás pueblos41, posteriormente se suman unos motivos
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Renacimiento
Federico Chabod
38 Sobre esto, véanse las agudas observaciones de c.TOFFANIN, II Cinque-
cenio, Milán 1929, p. 421.
39 Cfr. ID., Afachiarelli c il "tacitismo", Padua, 1921, pp. 91ss.
a Los Vocablos italianos Duecento (también se escribe Dugento), Trecento,
Quattrocento, etc., que literalmente significan doscientos, trescientos, cuatro-
cientos, etc., es decir, las centenas correspondientes a los siglos posteriores
al xii, son de uso corriente en Italia para designar, por este orden, a los siglos
xiii, xiv, xv, etc., hasta el Novecento, que es el actual siglo xx. En Vista de la
amplia difusión -sobre todo en obras de historia del arte- de estas voces itáli-
cas en todo el mundo, en la presente traducción se dejarán en la lengua orig-
inal, pero sólo mientras se refieran a hechos o acontecimientos propios de
Italia (N. del T.)
40 La expresión es de VARCHI, Storia florentina, I, XVI (Milán, 1845, II, p. 423).
41 Para esto, cfr. GUILLOT, La querelle des anciens et des modernes en Fran-
ce de la Défense et Illustration de la langue française aux Parallèles des an-
ciens et des modernes, Paris, 1914. Sin embargo, no es correcto ver sin más
ni más unos théoriciens du progrès (teóricos del progreso, N. del T.) en estos
modernistas en general, como hace DELVAILLE, Essai sur l' histoire de l'idée
de progrés, París, 1910, pp. 132ss.; cfr. también HAUSER, La modernicé du
XVIe siècle, París, 1930, pp. 53-55. Ello porque totlavia se mantenían firmes
en la idea de la reciprocidad circular de las cosas humanas y, de la identidad
de los hombres a lo largo de los siglos (cfr. por ejemplo BODIN, Methodus ad
facilem historiarum cognitionem; Estrasburgo, 1599, p. 433). El concepto bási-
co de aquellos modernistas era el siguiente: nosotros no Valemos menos, co-
mo hombres, que los antiguos, no estamos si abatardiz (tan bastardeados, N.
del T.) como para que no podamos resistir la comparación. Lo cual tampoco
es el concepto de progreso. Le Roy parece ser el único que en cierto momen-
to llega a él (.riera n'est commencé el aclievé ensemble, mais para succession
de tenips croff et amende, al devient plus poli" ["nada empieza y termina jun-
tamente, sino que por sucesión de tiempo crece y mejora, o se refina", N. del
T.), en GILLOT, op. cit., p. 568), aunque después no falten, ni siquiera en él.
las tradicionales ideas sobre el nacer, crecer y morir de las cosas humanas
(cfr., por ejemplo, ¡bid., p. 573).
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más generales para plantear con mayor decisión, en la era ba-
rroca recién empezada, el paralelo entre antiguos y modernos,
para acabar con el mito anterior.
Se trataba, por un lado, de la admiración por los nuevos inven-
tos, sobre todo el de la imprenta, y por la práctica de la artillería;
se trataba del influjo que, sobre la forma mentis de los hombres,
empezaban a ejercer las ciencias, en las cuales la remisión a
Plinio y demás autoridades empezaba a oponerse, especialmen-
te en la ciencia no oficial, no catedrática42, a la remisión a la "ex-
periencia", madre del conocimiento43; pero se trataba asimismo
de la influencia de un acontecimiento cuyas repercusiones se
han estudiado y discutido mucho en el terreno económico, pero
poco en el campo espiritual, a saber, el descubrimiento de Amé-
rica y de las nuevas tierras, que no se vacilaba en calificar de "la
mayor cosa después de la creación del mundo"44. El horizonte
físico, enormemente ampliado, que generaba en los hombres del
Cinquecento el orgullo de conocer mucho más de cuanto se co-
nociera hasta entonces; "las infinitas maravillas no conocidas por
los antiguos"45, y que también echaban por tierra muchas opi-
niones hasta entonces transmitidas desde la Antigüedad y acogi-
das como palabra del Evangelio, todo ello contribuía en gran me-
dida a sacudir el dogma de la superioridad de los antiguos y, en
su lugar, a inculcar la convicción de que, si aquéllos habían sido
grandes en el arte, en la literatura o en la filosofía, los modernos,
sin embargo, tenían que reivindicar su superioridad, no menos
efectiva y no menos conspicua 46.
Tampoco eran sólo los europeos quienes tenían que sostener la
confrontación, en absoluto: se empieza a poner en un pie de
igualdad las grandes obras públicas romanas y las carreteras que
construyeron los incas del Perú, el Panteón u otros edificios de
Roma y los templos de la India y de la costa del Africa oriental47.
Lo cual lleva también m una transformación lotal de uno de los
conceptos más característicos del Renacimiento, que en sí había
recuperado completamente la tradición grecorromana, repudian-
do la medieval: el concepto de "bárbaro", asumido en los siglos
XIV y XV para designar a los hombres que vivían al margen de
una cultura muy especifica, la italiana humanista, que ahora en
cambio se empleaba para designar solamente a quienes vivían
fuera de la "recta razón" y, por ende, revestido de un valor pura-
mente racional y no ya históricamente determinado y fijo 48.
Se arriba así a la clara afirmación de Giordano Bruno de que los
verdaderos antiguos son los modernos49, con la cual se tala por
su base la mentalidad del modelo y del "retorno" y se abre el ca-
mino del triunfo definitivo de los modernos, el cual, ello no obs-
tante, sólo tendrá su sanción definitiva después de la querelle, a
finales del siglo XVII, y que conllevará la afirmación del concep-
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41 Como lo ha puesto de relieve L OLSCHKI, Geschichte der neusprach-
lichen wissenschaftlichen Literatur, I y II, Leipzig, 1919-1922 (el 111 (1927)
está dedicado a Galileo).
43 Es evidente que a la actitud de Leonardo se corresponde, en el terreno de
las doctrinas morales, la actitud de Guicciardini.
44 F.LOPEZ DE GOMARA, "Historia general de las Indias", en Historiadores
primitivos de Indias, 1, Madrid, 1874, p. 156. (Chabod cita esta frase textual-
mente en castellano. N. del T..).
45 VARCHI, Lezioni sol Dante e prose varie, 1, Florencia, 1841, p. 145. 
46 Nótese, sin embargo, que Vasari, cuando llega a Miguel Angel, proclama
la superioridadde los modernos sobre los antiguos y la perfección a que se
ha llegado en su tiempo, también en el dominio del arte (cfr. L VENTURI, II
gusto dei primitiva, Bolonia, 1927, p. 113).
47 Para mayores detalles, permítaseme remitir a mi Giovanni Botero, Roma,
1934, cap. III. (Cfr. el presente Volumen, pp. 301-374 y 375-458. N. del E.).
48 En la Edad Media, "bárbaro" se contrapone, generalmente, a "cristiano"
(cfr. la ejemplificación que se hace en el artículo barbari de E. SESTAN, en la
Enciclopedia Italiana), aunque no falte alguna alusión al significado étnico cul-
tural: en el Renacimiento, el último de tales Vocablos recupera su superiori-
dad; en la segunda mitad del siglo XVI, si bien, con mucha frecuencia, lo bár-
baro vuelve a ser lo no cristiano -por la clarísima influencia de la mentalidad
contrarreformista-, empieza a abrirse paso el concepto, nuevo, de que el bár-
baro es quien se aparta de la "razón", pero no quien se aparta de la Vida co-
rriente (done anidaba el motivo nacionalista), toda vez que, si se aceptare esta
última característica, "el nombre de bárbaros convendría( ...) más a los grie-
gos y a los latinos que al resto de las gentes" (cfr. mi Giovanni Botero, cit.). 
49 Cfr. c. GENTILE, Giordano Bruno e il pensiero del Rinascimento, cit., pp.
231ss.
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to de progreso: revolución profunda en la mentalidad del Renaci-
miento y también de la Reforma, con la cual colabora también en
última instancia, por lo menos en determinada vertiente, la Con-
trarreforma católica, sancionadora del valor de la tradición, vale
decir, de la historia, contra el biblicismo de los reformadores, es
decir, contra el mito del momento único de la verdad50.
Está claro que esa transformación apenas había comenzado, no
sólo en la primera, sino también en la segunda mitad del siglo
XVI; y se le contraponía el "retorno" a Aristóteles51 típico de la
época; y más tarde, en el Seicento, por lo menos en la literatura,
los "clasicistas" dieron durante bastante tiempo la impresión de
triunfar. Pero eran unos gérmenes vitales para el futuro desarro-
llo del pensamiento europeo aquéllos que se iban elaborando,
precisamente mientras la parte más suculenta del pensamiento
filosófico del Renacimiento -el hombre artífice de su destino-su-
fría su elaboración ulterior, en plena Contrarreforma, con las ideas
de Bruno y Campanella, y mientras las tentativas y los ensayos
fragmentarios anteriores por arrancar sus secretos a la naturaleza
se coordinaban definitivamente en el método de Galileo Galilei.
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50 Es indudable, además, que la Contrarreforma, al inmovilizar el dogma y dar
el ajuste definitivo en materia de fe, cerraba por otra vía el paso a la historia,
a la cual se le cerraba el porvenir.
51 Lo cual, para Toffanin, marca el fin del Humanismo (cfr. G.TOFFANIN, La
fine dell'Umánesimo, Turin, 1920). Por lo que se refiere al recurso a Tácito,
sirve sobre todo como garantía y fideicomiso de unas doctrinas políticas ma-
quiavélicas que no quieren reconocerse directamente en su aborrecido autor
(cfr. ut., Machiavelli e il tacitismo, cit.); es, por tanto, esencialmente distinto del
recurso de Tito Livio, característico de los siglos XIV y xv, toda vez que, en
este caso, no funciona va el miro ele lo antiguo, sino que, más bien, lo antiguo
se toma en préstamo solamente para disfrazar lo moderno.
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