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La exclusión social y la incorporación adversa. Hacia una crítica de un mundo en globalización

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Recibido: 05/03/2019. Aceptado: 20/08/2019.
* Este artículo se ha elaborado en el marco de un proyecto de investigación financiado por el Ministerio de Eco-
nomía y Competitividad: «Derechos humanos y justicia global en el contexto de las migraciones internaciona-
les» (FFI2013-42521-P).
** Investigador en formación en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 
Correo electrónico: franciscojose.blanco@cchs.csic.es. Líneas de investigación: teorías de la justicia, justicia 
global, teorías de la democracia, globalización, ontología social. Publicaciones recientes: (2019) “Expanding 
the Idea of Structural Injustice: Migrants and Global Justice”, en J. C. Velasco y M. C. La Barbera (Eds.), Chal-
lenging the Borders of Justice in the Age of Migrations (pp.117-138), Cham, Springer; (2019) “Sujeto y mundo. 
Premisas ontológicas del concepto kantiano de autonomía de la razón”, Pensamiento, 75 (284), 603-620.
Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 83, 2021 pp. 89-104
ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)
http://dx.doi.org/10.6018/daimon.366051
Las obras se publican en la edición electrónica de la revista bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-
NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España (texto legal). Se pueden copiar, usar, difundir, transmitir y exponer 
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obra); ii) no se usen para fines comerciales; iii) se mencione la existencia y especificaciones de esta licencia de uso.
La exclusión social y la incorporación adversa. Hacia una 
crítica de un mundo en globalización*
Social exclusion and adverse incorporation. Towards a critique 
of a globalizing world
FRANCISCO BLANCO BROTONS**
Resumen: El objetivo de este artículo es some-
ter a crítica el discurso de la exclusión social. 
Comenzaremos exponiendo algunos rasgos cen-
trales de nuestro mundo en globalización para, 
a continuación, exponer las razones que hacen a 
este discurso profundamente inadecuado. Distrae 
la atención de características fundamentales de 
este mundo, de modo que puede ser instrumen-
talizado para ocultar relaciones que se encuentran 
a la base de la explotación, la dominación o la 
subordinación. Frente a este discurso se propon-
drá otro que podría evitar estos peligros, el de la 
incorporación adversa.
Palabras clave: exclusión, inclusión, globaliza-
ción, explotación, incorporación adversa.
Abstract: The aim of this article is to criticize 
the discourse of social exclusion. I explain some 
key features of our globalizing world and why 
this discourse is profoundly inadequate to face 
them. It distracts attention from fundamental cha-
racteristics of our contemporary world, so that it 
can be used to obscure relationships at the root 
of exploitation, domination or subordination. 
Against this discourse, I propose the concept of 
adverse incorporation to avoid these dangers.
Keywords: exclusion, inclusion, globalization, 
exploitation, adverse incorporation.
Los conceptos y discursos mediante los que enmarcamos el mundo son piezas decisivas 
para toda filosofía crítica que pretenda no sólo hacer un análisis agudo de la realidad, sino 
especialmente cambiar las cosas. Para comprender una realidad abrumadoramente com-
pleja, el primer paso de la humanidad siempre ha sido reducir la complejidad proyectando 
marcos conceptuales. Frente a esto, sin embargo, la tarea fundamental es “determinar qué 
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https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/legalcode.es
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reducciones de complejidad son más adecuadas al mundo contemporáneo y cuales dejan 
fuera demasiados tonos y voces” (Wimmer y Schiller, 2002, 235). Si queremos herramientas 
conceptuales capaces de transformar el mundo, ellas deben estar bien ajustadas a nuestra 
realidad contemporánea, reduciendo la complejidad, pero no a costa de cercenar sus rasgos 
fundamentales. Los discursos son productos históricos, herramientas diseñadas para com-
prender y/o transformar un momento concreto de la historia. Por otro lado, los discursos, 
en particular los hegemónicos dentro de una sociedad, están fuertemente afectados por las 
relaciones de poder. Pueden emplearse para ocultar rasgos esenciales del mundo de cara a 
facilitar la explotación, la subordinación o la dominación. La evaluación de los discursos es 
una labor necesaria si queremos realmente aspirar a una teoría crítica que nos mueva en una 
dirección emancipadora y que nos ayude en “el autoesclarecimiento por parte del presente 
de sus luchas y deseos” (Marx, 2014).
En la línea con lo señalado, el objetivo de este artículo es someter a crítica el discurso de 
la exclusión social. Comenzaremos exponiendo algunos rasgos centrales de nuestro mundo 
en globalización para, a continuación, exponer las razones que hacen a este discurso profun-
damente inadecuado. Distrae la atención de características fundamentales de nuestro mundo, 
de modo que puede ser instrumentalizado para ocultar relaciones que se encuentran a la base 
de la explotación, la dominación o la subordinación. Frente a este discurso se propondrá otro 
que podría evitar estos peligros, el de la incorporación adversa.
1. La globalización
Bajo el término “globalización” se subsume actualmente un conjunto muy amplio de 
fenómenos o procesos. Las caracterizaciones que se han ofrecido son muy diversas, así como 
diversas son las consecuencias que sobre el mundo o sobre nuestra forma de entenderlo se 
les imputa a tales fenómenos. Diversos autores coinciden en concebir la globalización de 
un modo muy general y abstracto como un proceso a través del que se está produciendo 
un aumento de la densidad, la frecuencia, la amplitud, la profundidad y la velocidad de las 
interconexiones sociales a nivel global (Giddens, 1994, 67-68; Held, McGrew, Goldblatt, 
y Perraton, 2002, 2; Walby, 2009, 36). Ante esta caracterización, no obstante, rápidamente 
debemos alertar en contra de la tendencia a entender el “nivel global” como un espacio 
homogéneo y autónomo, como el nivel propio en el que tuviese lugar la globalización, des-
conectado de otros espacios como el local o el nacional (Mezzadra y Neilson, 2017, 245). 
Antes bien, los procesos globales implican un entrelazamiento entre estos niveles, borran los 
límites entre ellos. El concepto de la globalización, ante todo, nos empuja a rechazar la idea 
de que los procesos sociales relevantes para los individuos son los que encuentran su lugar 
exclusivo en el marco nacional (Sassen, 2007, 11), una suposición fundamental dentro del 
marco conceptual “keynesiano-westfaliano” que dominó el discurso filosófico-político desde 
el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el final del siglo XX (Fraser, 2008, 31-39). 
En contra de esta suposición, sólo podremos comprender el mundo contemporáneo recono-
ciendo la posibilidad de que lo local sea al mismo tiempo global, de que lo global sólo sea 
posible a través de su materialización en lo local o en lo nacional, de que lo nacional deba 
ahora pensarse como algo desnacionalizado o de que los nuevos sitios de la globalización no 
se definan mediante las fronteras tradicionales (Sassen, 2015, 179-184). Por todo ello, “una 
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de las principales características de los procesos de globalización contemporáneos consiste 
en la continua transformación de las diferentes escalas geográficas cuya estabilidad ya no 
puede ser dada por hecho” (Mezzadra y Neilson, 2017, 85)
No debemos perder de vista que, aunque no sea el único elemento relevante, sin duda 
las dinámicas económicas son las que condicionancon más fuerza las características de 
la actual fase de la globalización. Si bien la globalización, tal como señaló Marx, siem-
pre fue una exigencia de las dinámicas expansionistas del capital (Marx y Engels, 2008, 
38-39), las transformaciones estructurales que ha vivido el orden sociopolítico en las 
últimas décadas ha conferido un nuevo ímpetu a lo económico en el papel de guía de las 
relaciones y transformaciones globales.
Tampoco hay que olvidar que la fase actual de la globalización se ha producido en el con-
texto de la conquista de la hegemonía ideológica de un nuevo modo de entender la organiza-
ción política, el neoliberalismo, el cual “está reconfigurando las relaciones entre los gobiernos 
y los gobernados, el poder y el conocimiento y la soberanía y la territorialidad” (Ong, 2006, 3). 
De acuerdo con ese nuevo orden neoliberal, el capital debía verse liberado de los tradicionales 
impedimentos y controles a los que en el modelo keynesiano-westfaliano el Estado le había 
sometido; la competencia y el emprendimiento debían convertirse en reglas fundamentales 
para la constitución, ya no solo del mercado, sino de la identidad de cualquier agente social; 
el Estado debía privatizar e introducir en el mercado cualquier bien o sector que aún no se 
encontrase bajo sus leyes; incluso la racionalidad aplicada en el ejercicio de la soberanía estatal 
debía transformarse a imagen de la gestión económica de la empresa privada, dando origen a 
una gobernanza por parte de expertos (Brown, 2003; Harvey, 2007, 64-67).
Por todo ello, el papel y la realidad del Estado se han transformado profundamente. No 
se trata tanto de que el Estado haya perdido poder, sino de que su forma y ámbitos donde 
ejercerlo se han reconfigurado. La globalización ha ampliado el tipo de actores relevantes en 
los procesos de toma de decisiones y de implementación de políticas, del mismo modo que 
ha complejizado el tipo de interacciones posibles. Todo ello sería más adecuadamente des-
crito como un proceso de coevolución entre una diversidad de entidades que como procesos 
de erosión o disminución (Walby, 2009, 43). A lo largo de estos procesos, algunos países han 
ganado más poder mientras que otros lo han perdido, del mismo modo que algunas actividades 
del Estado han sido fortalecidas mientras que otras se han visto debilitadas (Ong, 2006, 75).
Más decisivo, no obstante, es que la globalización ha abierto nuevos ámbitos para la 
gestión estatal y ha ampliado el marco respecto al que pueden y deben evaluar las conse-
cuencias de sus decisiones. La globalización ha abierto nuevos espacios políticos y tecno-
logías de poder heterogéneas y no convencionales (Mezzadra y Neilson, 2017, 225-229; 
Ong, 2006, 75-77). El Estado no es una víctima de la globalización, sino un cooperador 
necesario, pues de él depende aún el marco regulatorio de los espacios en los que cualquier 
fenómeno global debe encontrar asiento (Mezzadra y Neilson, 2017, 234). El espacio de las 
cuestiones que se abren a la intervención estatal se expande hasta niveles nunca alcanzados 
anteriormente. La participación en comisiones intergubernamentales y en negociaciones 
trasnacionales se vuelve una labor cotidiana. Se ponen a su disposición herramientas que 
trascienden o difuminan los tradicionales límites del espacio nacional (externalización de 
dispositivos fronterizos y de control, zonas económicas especiales, marcos regulativos y 
agencias de control y decisión supranacionales, etc.). Por todo ello podría decirse que la 
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globalización no limita necesariamente el ámbito de acción de los Estados, sino que, más 
bien, la expande enormemente (Held et al., 2002, 548). El neoliberalismo, como claramente 
vio ya Foucault, no se apoya en la reducción de la actividad del Estado, sino que espera de 
este “una vigilancia, una actividad, una intervención permanente” (Foucault, 2012, 138). 
Pero esta intervención, eso sí, debe estar guiada por la racionalidad económica, lo que en 
las condiciones actuales de la globalización significa que los Estados “están forzados a ser 
flexibles en sus concepciones de la soberanía y la ciudadanía si quieren ser relevantes para 
los mercados globales” (Ong, 2006, 76).
La globalización señala el reforzamiento de un nivel de integración sistémica por encima 
del tradicional marco estatal, pero este espacio global está caracterizado por una enorme com-
plejidad y heterogeneidad (Mezzadra y Neilson, 2017, 119). Por un lado, los agentes relevan-
tes a nivel geopolítico se han diversificado. Frente a la antigua concepción de las relaciones 
internacionales como interacciones sólo entre Estados movidos por la consecución de sus 
propios intereses, hoy se insiste en un pensamiento trasnacional que pone el foco en las múl-
tiples relaciones establecidas con múltiples fines entre diversos agentes: Estados, individuos, 
compañías privadas trasnacionales, agencias intergubernamentales, grupos privados de interés, 
instituciones internacionales, tribunales de justicia supranacionales, etc. (Rodrigo, 2016).
Por otro lado, esta diversificación también se refleja en el funcionamiento del capitalismo 
global. Frente a la tradicional imagen marxista del obrero industrial como figura paradigmática 
de la clase trabajadora, la flexibilidad demandada por la globalización neoliberal ha impuesto 
una multiplicación de los tipos de trabajo, de producción, de consumo, etc., que se traduce en 
una multiplicación de las posiciones subjetivas y experiencias vitales de los individuos que 
constituyen la fuerza de trabajo del capitalismo global (Mezzadra y Neilson, 2017, 111-117).
Tales procesos de multiplicación sólo son posibles mediante una diversificación de los 
estatus legales de las personas y de los marcos regulatorios que se imponen sobre zonas 
acotadas aún dentro de un mismo Estado (Ong, 2006, 77-79). El espacio político de los 
Estados tiende a fragmentarse en diversas zonas donde se aplican regulaciones especiales 
en función de su potencial económico frente a los mercados globales. Tal fragmentación 
se acompaña por una diversificación de los estatus de los residentes en los Estados, a 
los que corresponderían diferentes derechos y modos de gestión, de cara a maximizar su 
potencial productivo según las exigencias del mercado. El ejemplo paradigmático de estos 
procesos son las zonas económicas especiales (Mezzadra y Neilson, 2017, 254-271; Ong, 
2006, 97-118), los enclaves industriales ubicados en espacios fronterizos (Mezzadra y 
Neilson, 2017, 271-278) o las zonas francas portuarias (id., 240-242). Lo peculiar de estos 
espacios es su interconexión en redes creando una compleja geografía que no puede com-
prenderse desde el marco territorial del Estado-nación. Por otro lado, no debería creerse 
que la diversificación de las redes globales se desarrolla al margen de las particularidades 
culturales de cada región sobre las que se asientan, como si estuviesen construidas por 
sujetos “cosmopolitas” más allá de adscripciones particulares. Todo lo contrario, en su 
configuraciones concretas las redes del mercado global tienden a asumir rasgos etnicizados 
que refuerzan los estereotipos culturales y de género (Ong, 1999, 3-5; 2006, 122-123). 
A esta diversificación de los espacios, sistemas regulatorios y agentes que fragmentan 
internamente el Estado-nación, hay que añadir todo aquel otro conjunto de regulaciones 
supranacionales que condicionan y se superponen con las regulaciones estatales, así como 
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la creciente importancia que están adquiriendo las regulaciones privadas para gestionar 
diversos ámbitos sociales (Sassen, 1999, 411-414).
La fase actual de la globalización ha traído consigo una profunda transformación y com-
plejización del contexto estructural dentrodel que cualquier agente interactúa. Los sistemas 
normativos se han diversificado. Los marcos dentro de los que encuadrábamos las relaciones 
sociales se han desestabilizado. Ya no es evidente que el marco prioritario de análisis sea 
el del Estado o que podamos limitarnos a alguno en particular. Más bien, parece que lo 
razonable sería presuponer que múltiples dinámicas y escalas de análisis intersecan en cada 
caso concreto examinado o susceptible de examen. Los agentes involucrados en la toma de 
decisiones se han heterogeneizado, como también lo han hecho las dinámicas del capital, las 
formas de trabajo y de producción, así como las subjetividades en las que necesariamente 
está arraigada toda fuerza de trabajo. Sin embargo, no estamos aquí ante una simple afirma-
ción de la diversidad en sí, sino ante radicales desigualdades de poder.
Sin duda todas estas transformaciones nos deberían empujar a poner en cuarentena los 
viejos conceptos políticos heredados del pensamiento westfaliano-keynesiano: la unidad del 
Estado nacional, las nociones de ciudadanía y de soberanía, la correlación entre Estado y 
sociedad, etc.
2. El discurso de la exclusión social
El concepto de exclusión social se emplea para designar al conjunto de “mecanismos 
mediante los que se impide a individuos y grupos que participen en los intercambios sociales, 
así como en las prácticas y en los derechos que configuran la integración social y la identi-
dad” (Andersen y Siim, 2004, 6). Este concepto, “implica una división de la población en dos 
categorías estrictas, situando a los ‘excluidos’ fuera del funcionamiento de la sociedad, sin 
los derechos ni las habilidades y recursos necesarios para desempeñar un papel en la colecti-
vidad” (Castel, 2007, 34). El discurso de la exclusión tiene su origen en Francia en los años 
setenta del siglo pasado, en el contexto de los Estados de bienestar europeos (Hickey y Du 
Toit, 2007, 2). Para los años noventa se había convertido en el discurso dominante en Europa 
sobre la pobreza y empezaba a generalizarse para contextos no europeos, llegando a eliminar 
términos tales como “pobreza” o “explotación” de los discursos en torno a los objetivos de las 
políticas públicas y sobre las causas del empobrecimiento (Du Toit, 2004b, 988; Hickey y Du 
Toit, 2007, 5; Phillips, 2013, 175). El concepto de la exclusión encuentra su contexto propio 
de aplicación en “la persistencia de bolsas de pobreza en países ricos y bastante homogéneos” 
(Du Toit, 2004b, 988), grupos sociales a los que había que responder mediante su inclusión en 
la normalidad de la nación, en el seguro abrigo de sus esquemas de protección social.
Este discurso, en sus formas más comunes, implica lo que se ha venido denominando un 
“enfoque residual”, según el cual la pobreza es “una consecuencia de haber sido dejado fuera 
de los procesos de desarrollo, y contiene la suposición de que el desarrollo trae crecimiento y 
que lo que se requiere es integrar a las personas en los mercados” (Hickey y Du Toit, 2007, 
5). La pobreza surgiría entonces en aquellos contextos sociales que han quedado como un 
residuo no incorporado a los más generales esquemas y procesos de desarrollo. La exclusión 
de los mercados, de los programas sociales, de los esquemas formales de derechos, de grupos 
sociales particulares, de bienes sociales específicos, etc., se considera la causa directa de 
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la pobreza. Este concepto sirve como etiqueta general bajo la cual muy diversos procesos 
socio-estructurales son unificados. Bajo esta categorización, se supone que es simplemente 
su carácter excluyente lo que les conecta casualmente con la pobreza, mientras que la forma 
y mecanismos específicos de esta conexión se dejan sin analizar.
Ante el problema de la exclusión, la solución está clara: la inclusión (en el mercado, 
en los proyectos de desarrollo, en las políticas sociales, en la “ciudadanía”, en la fuerza de 
trabajo, etc.). En el contexto actual de la globalización, este enfoque residual ha caracteri-
zado las aproximaciones ortodoxas a la reducción de la pobreza de las instituciones inter-
nacionales como el Banco Mundial, “donde el desarrollo es entendido como la expansión y 
profundización de la globalización, y la ampliación de la participación en esos procesos a 
través del empleo” (Phillips, 2013, 175). En un mundo global, si la exclusión de sus procesos 
económicos es la causa de la pobreza crónica global, entonces la respuesta debe ser la inclu-
sión de todos ellos en una globalización que debe ampliarse tanto extensiva (incorporar los 
espacios residuales que aún quedan fuera) como intensivamente (complejizarse internamente 
para responder más adecuadamente a la diferencia de los múltiples sujetos crecientemente 
incluidos). Lo cual no hace sino reproducir la dinámica expansiva del capital global, que ya 
había sido identificada por Marx (1993, 407-409).
Pues bien, en lo que resta de artículo me centraré en explicar por qué haríamos bien en 
rechazar este discurso de la exclusión-inclusión si queremos desarrollar una filosofía crítica 
y emancipadora para el momento actual. El problema no consiste simplemente en la expor-
tación acrítica que ha sufrido este discurso entre diferentes contextos culturales y políticos, 
desde los debates en torno a políticas públicas de los Estados de bienestar europeos a los 
debates sobre la pobreza crónica global (Hickey y Du Toit, 2007, 3). El problema, creo, es 
más de fondo. Se trata de que este discurso de la exclusión-inclusión se basa en una onto-
logía social simplista, completamente inadecuada para abordar las relaciones sociales de un 
mundo en la actual fase de la globalización. Como veremos, ni para los sujetos paradigmá-
ticamente “excluidos” del mundo global como pueden ser los migrantes irregulares o las 
personas que caen dentro de lo que se denomina pobreza crónica, este discurso es adecuado, 
sino que más bien contribuye precisamente a invisibilizar los mecanismos sociales que 
fundamentan su situación. Ni la exclusión puede pensarse como la causa de sus problemas 
ni la inclusión puede entenderse como el bien del que carecen. El discurso de la exclusión-
inclusión se basa en formas de entender el mundo y marcos explicativos y descriptivos, en 
idealizaciones sobre la sociedad o sobre la ciudadanía, en oposiciones conceptuales binarias 
y distinciones rígidas, etc. que se han vuelto insostenibles en el mundo contemporáneo.
2.1. Sobre la idealización de lo político
Tiene pleno sentido que el discurso de la exclusión-inclusión surgiera en el contexto del 
Estado de bienestar europeo de los años setenta. En aquella época el pensamiento socioló-
gico y filosófico-político adoptaba lo que se ha denominado “nacionalismo metodológico”, 
el cual puede definirse del siguiente modo:
“El nacionalismo metodológico es una postura en las ciencias sociales que presupone 
injustificadamente el Estado-nación, lo trata acríticamente como la forma natural de 
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organización social y/o lo reifica. Se supone que el Estado-nación controla comple-
tamente el espacio geográfico y es tratado como sinónimo de sociedad. El nacio-
nalismo metodológico conduce a un malentendido fundamental de la naturaleza de 
la realidad social al no reconocer las organizaciones transnacionales, subestatales y 
supranacionales, y al no tener en cuenta la forma en que las naciones están situadas 
y constituidas por las fuerzas locales, transnacionales y globales” (Sager, 2016, 43).
El nacionalismo metodológico permitía una fácil y rápida respuesta a la pregunta fun-
damental: “¿en qué incluir?”. El Estado nacional se correspondía con una sociedad delimi-
tada, culturalmente homogénea y organizada por una estructura sociopolítica cuyos rasgos 
generales, característicasy límites no eran problematizados. En este contexto, el discurso de 
la exclusión-inclusión podía proyectar una “normalidad” social identificada por la sociedad 
nacional y la participación en las estructuras socio-económicas del Estado de bienestar. En 
mi opinión, este es el origen de una de las características más notables que operan a su base: 
“la sociedad dominante se concibe como normal; la exclusión de ella se supone el problema. 
A veces este grupo excluido puede incluso ser ‘patologizado’ y visto como desviado” (Du 
Toit, 2004b, 1001). Sin embargo, en el contexto fragmentado y heterogéneo de la globali-
zación tales suposiciones se vuelven insostenibles.
El discurso de la exclusión-inclusión se fundamenta sobre una narrativa moral que 
presupone acríticamente aquello en lo que incluir. Esta inclusión como regla general es 
considerada en los discursos hegemónicos sobre desarrollo y pobreza un indiscutible bien 
social (Mezzadra y Neilson, 2017, 25). Estos se desarrollan “en términos de presuposiciones 
normativas implícitas sobre cómo debería ser organizada la vida social” (Hickey y Du Toit, 
2007, 3). Al asumir un supuesto trasfondo evidente, no problematizado ni problemático en 
el que incluir, se adopta una posición paternalista y condescendiente hacia los “excluidos” 
mismos, cuya agencia o papel político en este proceso es negada ante el supuesto básico de 
que “nosotros” conocemos de partida dónde ellos quieren, pueden y necesitan ser incluidos 
(Du Toit, 2004a, 29). Seguramente esto podía tener sentido dentro del modo keynesiano-
westfaliano de entender el mundo y su correspondiente nacionalismo metodológico que aun 
mayoritariamente se aceptaba dentro de los Estados de bienestar europeos de los años setenta 
(id.). Pero en el mundo fragmentado, conflictivo y heterogéneo de la globalización, en el que 
no se puede presuponer entornos sociales y políticos acotados, homogéneos e incontrover-
tidos en los que incluir, necesitamos un marco conceptual más complejo. El discurso de la 
exclusión simplifica en exceso la realidad social al basarse en “una concepción inútilmente 
monolítica y homogénea de la naturaleza de la sociedad” (Du Toit, 2004b, 1005). Por ello, 
como veremos más adelante, colabora en la ocultación de las complejas relaciones de poder 
del mundo en globalización.
2.2. Sobre la fragmentación del espacio de la globalización
Como hemos visto, la globalización se caracteriza por la multiplicación y diversifica-
ción de los espacios normativos, de los procesos y modos de producción de las figuras del 
trabajo, de las subjetividades relacionadas con ellas, etc. En este contexto de fragmenta-
ción, las clásicas nociones de ciudadanía, de homogeneidad nacional de integridad legal 
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y exclusividad soberana dentro del territorio nacional, no pueden seguir siendo asumidas 
acríticamente. Sobre este trasfondo, las preguntas en torno a quién y en qué integrar se 
vuelven enormemente problemáticas.
La figura del ciudadano-trabajador (asalariado), exclusivamente en torno a la cual giraba 
la idea del funcionamiento de la sociedad en la época del capitalismo organizado de Estado 
del período de posguerra (Fraser, 2009, 89-92), empieza a ser definitivamente desarticulada 
(Mezzadra y Neilson, 2017, 283). Las críticas feministas, según las cuales esta figura servía 
para ocultar el trabajo de reproducción de la sociedad generalmente realizado por mujeres y 
privilegiar a los hombres que realizaban el trabajo productivo fuera del ámbito doméstico, se 
han visto reforzadas por la diversificación, flexibilización y precarización del trabajo que son 
exigidas por la globalización neoliberal. Ante esta desarticulación, se vuelve problemática la 
idea de la inclusión a través del trabajo que se presupone en los discursos dominantes de la 
exclusión-inclusión (Phillips, 2013, 175). Lo relevante serían las cualidades de las relaciones 
que fundamentan las heterogéneas (y desiguales) formas de trabajo y no la simple inclusión 
en un mercado en el que el trabajo ya no asegura en muchos casos la subsistencia familiar 
y menos aún la participación social como ciudadanos iguales.
Pero el nacionalismo metodológico no sólo presuponía una conexión entre el trabajador 
y el ciudadano. De un modo más general presuponía un isomorfismo entre ciudadanía, sobe-
ranía, grupo de solidaridad y nación, desarrollado en un espacio territorial delimitado por 
las fronteras estatales. Este isomorfismo, en el que todos los miembros debían incluirse, era 
el que garantizaba el correcto funcionamiento de la sociedad. En este modelo de sociedad, 
“la traducción es casi uno a uno: la ciudadanía se refleja en el concepto de un sistema jurí-
dico nacional, el soberano en el sistema político, la nación en el sistema cultural y el grupo 
de solidaridad en el sistema social, siendo todas las fronteras congruentes y definiendo en 
conjunto la piel que mantiene unido el cuerpo de la sociedad” (Wimmer y Schiller, 2002, 
227). El problema es que los desarrollos del actual mundo en globalización hacen que este 
isomorfismo no sea más que una caricatura insostenible.
El territorio de soberanía estatal como un espacio sometido a una misma estructura 
normativa, como un espacio homogéneo en el que todos los ciudadanos son incluidos 
como iguales (o deben serlo si se encuentran “excluidos”), ha entrado también en crisis. La 
soberanía en la globalización se torna “graduada”. El interior del espacio político nacional, 
que antes se consideraba homogéneo, se fragmenta normativamente (Ong, 2006, 77-78). En 
un espacio global que no se caracteriza por la homogeneidad sino por una heterogeneidad 
de enclaves concretos conectados entre sí a modo de nodos de diversas características, la 
racionalidad gubernamental busca articular su geografía de un modo diferencial según la 
potencialidad de cada zona ante al mercado global. Las zonas francas portuarias constitu-
yen un ejemplo histórico de esta fragmentación territorial-normativa (Mezzadra y Neilson, 
2017, 240-243). Las “zonas económicas especiales” constituyen el ejemplo paradigmático 
de la forma actual de la globalización (Ong, 2006, 97-118). Si negativamente estas zonas se 
definen como espacios sobre los que no se aplican ciertas leyes nacionales, Ong insiste en 
que positivamente estos espacios se diseñan para “promover oportunidades para mejorar la 
cualificación de los trabajadores, mejorar los servicios sociales y las infraestructuras, expe-
rimentar con mayores derechos políticos, etc.” (id., 78). La pregunta aquí es si tiene sentido 
97La exclusión social y la incorporación adversa. Hacia una crítica de un mundo en globalización
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tratar de volver a proyectar ese fondo homogéneo de “normalidad” social en el que todos 
deben ser incluidos. Este fondo, al menos, no debería presuponerse como no controvertido.
2.3. Sobre la invisibilización de las dinámicas estructurales de la desigualdad
Al presuponer que lo malo es la exclusión de los sistemas e intercambios sociales, frente 
a lo cual la inclusión en los mismos sería la justa respuesta, el discurso de la exclusión-
inclusión “puede servir para distraer la atención de las dinámicas globales y sistémicas de 
desigualdad, empobrecimiento y conflicto dentro de esos sistemas sociales más grandes” (Du 
Toit, 2004b, 1001). En el contexto del incuestionable dominio de la racionalidad economi-
cista dentro de la actual forma neoliberal de la globalización, el discurso de la exclusión-
inclusión contribuye de dos modos a la justificación y reforzamiento de sus dinámicas. 
Por un lado, sirve para legitimar la perspectiva de los actores hegemónicos de este tipo de 
globalización, según la cual la falta de desarrollo y la pobreza se debe precisamente a la 
exclusión respecto a las fuerzas de mercado globales (Phillips, 2011, 390). El discurso de 
estos agenteses sencillo: si queremos favorecer el desarrollo y erradicar la pobreza, se debe 
lograr la inclusión de todos en los procesos de la globalización. ¿Pero qué ocurriría si fuesen 
estos mismos procesos las causas de la pobreza y de la falta de desarrollo? Es decir, ¿qué 
ocurriría si estos procesos fuesen en sí mismos explotadores? Pues bien, como se señaló 
antes, el discurso de la exclusión ha servido precisamente para dejar de lado en los discursos 
públicos los conceptos de pobreza o explotación.
Un segundo sesgo del discurso de la exclusión-inclusión se manifiesta en su habitual 
denominación de “exclusión social”. Este discurso pretendería atacar los sistemas que 
impiden el pleno desenvolvimiento de los agentes en el funcionamiento de la sociedad, pero 
mediante esta denominación se presupone que aquello que se opone a este fin son “el resul-
tado de factores sociales extrínsecos —racismo, cultura, ideología o política— que socavan 
la participación ‘normal’ en el funcionamiento de una economía que se considera libre de 
valores e intrínsecamente neutral” (Du Toit, 2004b, 1002). Ante todo, recordando la cita 
de Castel, la sociedad es una máquina con esenciales funcionamientos, la exclusión de los 
cuales se concibe como conceptualmente incompatible con una vida plena en sociedad. Estos 
funcionamientos son algo neutral y necesario, y los conflictos y problemáticas relaciones de 
poder que causan su mal funcionamiento responden a una esfera “social” al margen de sus 
reglas. De acuerdo con Du Toit, esto denota una concepción funcionalista de los procesos 
sociales y un crudo economicismo (id.). Lo que falta aquí es un análisis del modo en que 
estos factores sociales, culturales o políticos siempre han estructurado lo económico, y el 
modo como lo económico en sí mismo está inextricablemente vinculado a las desiguales 
relaciones de poder y a la violencia.
2.4. Sobre la insostenible dicotomización entre la exclusión y la inclusión
Pero en un nivel más general debemos preguntarnos si es adecuado explicarnos la situa-
ción de los “pobres globales”, de las zonas que no han alcanzado un grado de desarrollo 
mínimamente aceptable en comparación con otras o, en general, las diversas injusticias que 
sufren las personas o grupos sociales como si sus causas se encontrasen en su “exclusión” 
98 Francisco Blanco Brotons
Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 83 (Mayo-Agosto) 2021
o “desconexión” respecto a las dinámicas sistémicas de nuestras sociedades en globaliza-
ción. Esta explicación, la propia del discurso de la exclusión-inclusión, se basa en una muy 
deficiente comprensión de estas dinámicas o en su ideológico “blanqueamiento”. En contra 
de lo que este marco de análisis quiere hacer creer, la pobreza, la falta de desarrollo, la 
desposesión o la “irregularidad” de muchas personas empujadas a migrar no son productos 
accidentales, externos, de las dinámicas económicas de la globalización, sino sus productos 
y sus condiciones normales de funcionamiento (Du Toit, 2004b, 1002).
Tal como vimos en la cita de Castel, este discurso se basa en una estricta separación con-
ceptual entre los incluidos y los excluidos, entre el “adentro” y el “afuera” del funcionamiento 
de la sociedad. Esta categorización desfigura y oculta la compleja causación estructural de los 
fenómenos sociales y limita la potencialidad de los análisis en el contexto de la globalización 
(Bracking, 2003, 5). La pobreza o la explotación tienen carácter relacional, es decir, la pobreza 
o explotación de algunos provee la condición necesaria para la producción de oportunidades 
privilegiadas para otros (Mosse, 2010, 1156-1159). No podemos individualizar la pobreza, 
en la línea de la economía neoclásica y los modelos de elección racional, viéndola como 
disfunciones temporales de una supuesta igualdad política inclusiva y causada simplemente 
por las malas elecciones o hábitos personales de algunos (ignorando el trasfondo estructural 
o presuponiéndolo como algo neutral), ni podemos excepcionalizar la pobreza como si fuese 
algo ajeno al funcionamiento normal de los mercados (Bracking, 2003, 6-7; Mosse, 2010, 
1157-1158). Desde la perspectiva de los “excluidos”, el discurso que aquí analizamos “tiene 
poco sentido: ellos están siempre muy incluidos” (Bracking, 2003, 7).
Las condiciones actuales de la globalización imponen la demanda de trabajadores 
flexibles y baratos. En este contexto, algunos estudiosos de las migraciones insisten que 
ni siquiera los migrantes “irregulares”, otro de los ejemplos paradigmáticos junto a los 
colectivos sometidos a la pobreza crónica, pueden entenderse adecuadamente como sujetos 
excluidos. Todo lo contrario, desempeñan un papel esencial en el funcionamiento de las 
dinámicas económicas globales, del mismo modo que los mecanismos legales y dispositivos 
fronterizos que determinan su estatus son piezas esenciales “de la producción de la mercan-
cía fuerza de trabajo y del estatuto peculiar de la producción de esta mercancía respecto de 
las otras” (Mezzadra y Neilson, 2017, 126). La producción legal de ilegalidad, que se supone 
una de las formas más extremas de “exclusión”, responde en realidad a un proceso activo de 
inclusión que busca la subordinación de su trabajo (De Genova, 2015, 5).
Lo mismo puede decirse del resto de categorías que acríticamente pueblan el espacio del 
discurso de la exclusión-inclusión, tales como el racismo o el sexismo. Del mismo modo que 
la ilegalización, “el racismo trata de mantener a la gente en el interior del sistema de trabajo, 
no expulsarla de él; el sexismo persigue el mismo objetivo” (Wallerstein y Balibar, 1991, 58). 
Lo que se busca en cada caso es una mano de obra con ciertas características, según relaciones 
que pueden ser más o menos explotadoras. Todos estos sujetos que el discurso de la exclusión-
inclusión pinta como marginales, expulsados de la sociedad, en verdad son “protagonistas 
centrales en el drama de la ‘fabricación’ del espacio, del tiempo y de la materialidad de lo 
social mismo” (Mezzadra y Neilson, 2017, 188). Las características de sus situaciones no se 
deben a su exclusión, sino a los diversos modos en que están incluidos (Du Toit, 2004b, 1002).
Es necesario rechazar la tajante distinción que el discurso que aquí estamos analizando 
establece entre la exclusión y la inclusión, y la idea de que la primera es un mal que debe 
99La exclusión social y la incorporación adversa. Hacia una crítica de un mundo en globalización
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ser contestado con el incuestionable bien de la inclusión. En realidad, el problema rele-
vante es la inclusión, más concretamente, los modos en los que esta inclusión se realiza, 
las posiciones desventajosas y los procesos de explotación, expropiación, subordinación 
y/o dominación en los que las dinámicas estructurales de nuestro mundo en globalización 
sitúan a algunos en beneficio de otros.
Esta forma de platear estos problemas se inscribe dentro de una tendencia más general 
que ha tomado fuerza a raíz de los complejos procesos de la globalización y la puesta en 
cuestión del marco conceptual filosófico-político clásico. Me refiero a la puesta en cues-
tión de la forma binaria de entender las categorías, separadas por una línea claramente 
definida. La oposición entre exclusión e inclusión debe ser rechazada. Lo mismo se ha 
dicho de pares conceptuales que habían sido fundamentales en el pensamiento hasta el 
momento actual: trabajo libre y esclavo, trabajo productivo e improductivo, interior y 
exterior de una comunidad política supuestamente unificada, residentes temporales y 
permanentes, mercados formales e informales, etc. El desafío teórico en este contexto es 
desarrollar una forma más crítica de conceptualizar los límites, de diseñar unos marcos 
teóricos mejor capacitados para abordar las “zonas grises” que constituyen en realidad 
nuestros espacios sociales (Balibar, 2015, 73).
3. La incorporación adversaLa expresión “incorporación adversa” ha tomado fuerza dentro de los análisis de la 
pobreza como una perspectiva más adecuada que el discurso de la exclusión-inclusión, 
al basarse en una ontología social más crítica y poder así evitar sus problemas antes 
mencionados. La situación de los pobres globales y, en general, la de cualquier agente 
de un grupo o clase social, sólo puede comprenderse en relación con el resto de posi-
ciones sociales. Frente al “enfoque residual” que caracteriza al discurso de la exclusión, 
el de la incorporación adversa se basa en un “enfoque relacional” (Phillips, 2013, 175). 
Este enfoque “construye una explicación basada en los términos en los que las personas 
son incorporadas en procesos y estructuras económicas y sociales particulares” (id.). La 
pobreza no es debida a la marginalidad respecto a las relaciones económicas y políticas 
desarrolladas históricamente, sino todo lo contrario, como consecuencia de su inclusión 
en estas relaciones (Mosse, 2010, 1157), más exactamente, por los términos y condiciones 
de la incorporación (Du Toit, 2004b, 1003). Para terminar con ella, por lo tanto, no se 
requiere la “inclusión” en tales procesos ni en ninguna supuesta “normalidad” social, pues 
los agentes explotados, subordinados y dominados ya están plenamente inmersos en ellos, 
sino la transformación de las relaciones sociales y políticas (Bebbington, 2007, 793). 
Frente a la absolución que el discurso de la exclusión-inclusión promueve del trasfondo 
estructural, la perspectiva relacional evidencia la necesidad de poner el foco de análisis 
sobre los modos en los que se piensa y reproduce la pobreza (id., 796-798). Por todo ello, 
se propone la idea de “incorporación adversa” como más apropiada (Murray, 2001, 5).
Las relaciones sociales en las que todo agente está inmerso deben abordarse como algo 
multidimensional, pues no solo implican el modo como las personas están incluidas en el 
mercado, sino también en el Estado, en la sociedad civil, en la comunidad o en el entorno 
doméstico (Hickey y Du Toit, 2007, 4). El modo en que la sociedad es categorizada a través 
100 Francisco Blanco Brotons
Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 83 (Mayo-Agosto) 2021
de los discursos hegemónicos, haciendo pensable y justificable la existencia de la pobreza 
u otras injusticias, es también un objeto fundamental que debe ser analizado (Bebbington, 
2007, 805-807; Mosse, 2010, 1169-1171). Esta perspectiva tiene también efectos sobre el 
modo en que toda política pública que intente resolver problemas sociales debe ser dise-
ñada, guiada e implementada. Debe estar basada en profundos análisis sociales que no sólo 
contemplen la economía política, sino también la historia local, la cultura, el reparto del 
poder político y las relaciones basadas en el género o en cualquier otro rasgo identitario en 
contextos concretos (Murray, 2001, 5).
Este trasfondo estructural que incorpora adversamente a algunas personas, sometiéndo-
las a relaciones de explotación, subordinación o dominación, opera no tanto impidiéndoles 
la entrada, sino impidiéndoles la salida (Phillips, 2013, 178). En nuestro mundo en glo-
balización es necesario pensar en profundidad las “cadenas que atan” a los heterogéneos 
agentes a sus complejas relaciones laborales, comunitarias, políticas, identitarias, familia-
res, etc. (Mezzadra y Neilson, 2017, 147). Esto conlleva la necesidad de incorporar en el 
análisis a agentes de muchos tipos, sistemas normativos de diferentes niveles, dispositivos 
gubernamentales diversos, etc. Se requiere una exploración paciente de la multiplicidad de 
vínculos y agentes que constituyen el paisaje social de un mundo en globalización. Esta 
exploración es además fundamental si se quieren encontrar puntos de conexión, posibles 
bases de solidaridad para la reconstrucción de una política colectiva emancipadora (Mez-
zadra y Neilson, 2017, 148).
Emplear aquí la expresión “incorporación adversa” responde a una selección cons-
ciente de los términos. Diferentes autores han propuesto términos similares para referirse 
a parecidas perspectivas de análisis, pero los términos elegidos indican también pequeños 
cambios en los marcos teóricos o intenciones. Mezzadra y Neilson, por ejemplo, emplean 
la expresión “inclusión diferencial” (Mezzadra y Neilson, 2017, 186-196). “Adverso” y 
“diferencial” señalan circunstancias completamente heterogéneas. El segundo denota sim-
plemente que algo es distinto a otra cosa, sin entrar a valorar tal diferencia. En este sentido, 
es descriptivamente neutral. El primero señala una relación de cierto tipo en la que uno o 
algunos de los elementos se colocan en una posición desfavorable frente a otro u otros. Es 
este tipo de relaciones precisamente el que se pretende clarificar mediante la expresión que 
hemos estado analizando, por lo que el término “adverso” parece más apropiado para el caso. 
“Incorporación adversa” no pretende describir un estado final, sino evaluar procesos por los 
cuales los agentes son sistemáticamente explotados, dominados o subordinados. Estos pro-
cesos no producen simplemente diversidad, sino que producen injusticia. Estas diferencias 
de perspectiva también se manifiestan en el empleo que los autores citados hacen de esta 
expresión, pues se sirven de ella para describir la labor de filtrado que realizan las fronteras 
estatales para adaptar la entrada de mano de obra a las exigencias del mercado nacional 
de trabajo. Los términos “inclusión” e “incorporación” indican diferencias similares, pues 
mientras que el primero denota la acción de poner algo simplemente dentro de los límites 
de un conjunto, reproduciendo la oposición simple entre inclusión y exclusión, el segundo 
adopta una perspectiva más propiamente relacional, al denotar el modo en que una persona 
o cosa está en relación con otras con las que forma un todo.
Problemas terminológicos similares pueden señalarse en relación con la expresión “los 
pobres globales”:
101La exclusión social y la incorporación adversa. Hacia una crítica de un mundo en globalización
Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 83 (Mayo-Agosto) 2021
“Hablar de ‘los pobres’ es, después de todo, considerar a las personas en cuestión 
como víctimas pasivas en lugar de agentes y actores políticos potenciales. Es 
también verlos de manera desconectada, descontextualizada, en abstracción de las 
relaciones y procesos sociales que han generado su pobreza. Nombrar su difícil 
situación como ‘pobreza’, finalmente, es sugerir que ellos simplemente, inexpli-
cablemente, carecen de los medios de subsistencia, cuando en realidad han sido 
privados de esos medios” (Fraser, 2010, 369).
De ahí que Fraser proponga sustituir el término “los pobres” por “el precariado”, 
que a diferencia de la descripción de estados finales enfatiza los procesos que generan 
la injusticia y la agencia de los que la sufren, dando cabida además a diversos grados 
de inclusión/exclusión. El término “global” sería también problemático, pues, como se 
señaló en la primera parte del artículo, este no es el único marco que tiene relevancia en 
la causación estructural de la injusticia. Se ha de hablar más bien de la intersección de 
múltiples marcos (local, nacional, territorial, etc.). Por todo ello, Fraser concluye que lo 
más adecuado sería emplear la expresión “el precariado trasnacional” en lugar de “los 
pobres globales” (id., 370).
Frecuentemente se presentan las categorías que organizan lo social como pares binarios 
en oposición, clara y radicalmente distintos: varón/mujer, ciudadano/extranjero, nosotros/
ellos, etc. (Tilly, 1999). Este pensamiento obsesionado con trazar una distinción tajante 
entre un adentro y un afuera es precisamente la forma de conceptualizar los límites y de 
cartografiar lo social que aquí se ha defendido que debemos superar, si queremos adoptar 
una perspectiva más crítica y capaz de abordar la multiplicidad de vínculos que vemos tomar 
forma en la fase actual de la globalización.4. Conclusión
Guiados por la idea de que es fundamental analizar los efectos de los discursos en la 
sociedad, lo que estos visibilizan y ocultan, las justificaciones que facilitan y las políti-
cas públicas que promueven, en este artículo se ha analizado el papel del discurso de la 
exclusión-inclusión en la crítica de las injusticias. Frente a él, se ha propuesto la noción de 
incorporación adversa como una perspectiva más adecuada para abordar la complejidad de 
las relaciones sociales en un mundo en globalización.
Otros discursos empleados frecuentemente para abordar la situación del “precariado 
trasnacional” —u otros agentes sometidos a diferentes tipos de injusticias— pueden tam-
bién ser evaluados desde la perspectiva derivada de la discusión precedente. Este sería 
el caso, por ejemplo, de los análisis basados en la idea de “vulnerabilidad”. Frente a la 
tendencia que estos análisis muestran de enfocarse “estrechamente en la sensibilidad o 
resiliencia de los sistemas de subsistencia en relación con conmociones y peligros”, es 
necesario resaltar “la medida en que las relaciones estructurales más amplias que sustentan 
estos medios de vida pueden crear sistemáticamente pobreza y vulnerabilidad en primer 
lugar” (Hickey y Du Toit, 2007, 8). Esta perspectiva ayuda a evitar la individualización o 
la excepcionalización de la vulnerabilidad, la tendencia a explicarla mediante el recurso 
a supuestas características de las personas o como efectos excepcionales debidos simple-
102 Francisco Blanco Brotons
Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 83 (Mayo-Agosto) 2021
mente a malas elecciones de los agentes en el contexto de una estructura neutral. No es 
la exclusión, la mala suerte o la inevitable exposición al riesgo lo que causa la mayor 
pobreza o vulnerabilidad de algunos, sino su integración en relaciones sociales explota-
doras y precarias, en un contexto en el que la incorporación adversa es fundamental a los 
procesos sociales de nuestro mundo en globalización.
Frente al típico discurso liberal sobre la justicia centrado en la defensa del reconoci-
miento o no de ciertos derechos formales, la perspectiva aquí defendida se muestra escéptica 
ante tal forma de discurrir teóricamente. Esta, en el mejor de los casos es de escasa pene-
tración en la causación estructural y, en el peor, puede ser instrumentalizada para desviar la 
crítica hacia discusiones retóricas y alejar su atención de las complejas relaciones de poder 
que constituyen el mundo social. Como se ha indicado anteriormente, la perspectiva de la 
incorporación adversa insiste en la necesidad de atender a los contextos concretos, de anali-
zarlos pacientemente para comprender las múltiples dinámicas de poder que constituyen las 
relaciones sociales implicadas específicamente en cada situación de injusticia. Para avanzar 
hacia la justicia no existen recetas mágicas. Haciéndonos eco de la clásica crítica marxista 
debemos dar un paso más allá de la esfera formalista liberal y entrar en la espesa textura de 
las relaciones sociales concretas (que también, por supuesto, incluyen análisis de las leyes 
y normas formales e informales).
El discurso de la incorporación adversa, finalmente, nos empuja a pensar la sociedad con 
unas herramientas conceptuales más complejas que aquéllas que postulan límites rígidos y 
binarios entre pares de categorías, basados en la exigencia de trazar una clara distinción entre 
el “adentro” y el “afuera”. Pensar la “zona gris” dentro de la que se despliega la sociedad 
es una tarea fundamental si queremos desarrollar un pensamiento crítico útil en un mundo 
en globalización.
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