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historia-de-etiopia

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Índice
PRESENTACIÓN,	por	José	Segura	Clavell
PREFACIO,	por	Victor	M.Fernández	Martínez
PRÓLOGO
CAPÍTULO	1.	GEOGRAFÍA	Y	ALBORES	HISTÓRICOS
1.1.	Entre	el	Nilo	Azul,	el	Rift	y	el	Mar	Rojo
1.2.	La	prehistoria	etíope
1.3.	¿Punt	en	Etiopía?
1.4.	Antes	de	Aksum:	los	períodos	preaksumita	y	protoaksumita
CAPÍTULO	2.	EL	REINO	DE	AKSUM
2.1.	Aksum	desde	sus	orígenes	hasta	el	reinado	de	Ezana	(Siglo	I	a.	C.-ca.	330	d.
C.)
2.2.	El	rey	Ezana:	el	auge	de	un	imperio	mercantil
2.3.	Kaleb	y	el	final	de	la	edad	dorada	de	Aksum
2.4.	Organización	del	estado
2.5.	Sociedad	aksumita
2.6.	La	religión	en	Aksum
2.7.	Economía	aksumita
2.8.	Cultura	aksumita
CAPÍTULO	3.	ETIOPÍA	MEDIEVAL:	DEL	AISLAMIENTO	AL	FINAL	DE
LA	EDAD	DORADA	SALOMÓNICA
3.1.	El	declive	aksumita	y	la	Época	Oscura
3.2.	El	auge	de	los	Zagwe
3.3.	Las	religiones	locales	frente	a	los	monoteísmos
3.4.	Los	estados	musulmanes	medievales
3.5.	La	dinastía	salomónica	temprana	(1270-1527)
3.6.	Buscando	al	Preste	Juan:	los	estados	ibéricos	y	la	Etiopía	medieval
CAPÍTULO	4.	EL	IMAN	AHMAD	B.	IBRAHIM,	LOS	JESUITAS	Y	EL
PERÍODO	GONDARINO
4.1.	La	yihad	del	imam	Ahmad	b.	Ibrahim	(1527-1543)
4.2.	La	expedición	de	Christovão	da	Gama	(1541-1543)	y	la	expansión	oromo
4.3.	Etiopía	y	la	Monarquía	Hispánica:	los	jesuitas	en	Etiopía	(1557-1632)
4.4.	Esplendor	y	decadencia	Gondarina	(1632-1769)
4.5.	El	sultanato	de	Awsa	y	el	emirato	de	Harar
CAPÍTULO	5.	DESCOMPOSICIÓN	Y	REUNIFICACIÓN
5.1.	Zemene	Mesafint:	la	era	de	los	príncipes	(1769-1855)
5.2.	El	proceso	de	unificación	(1855-1889):	los	emperadores	neosalomónicos
5.3.	Menelik	II	y	la	modernización	etíope
5.4.	Lij	Iyasu,	el	reformista	torpe
CAPÍTULO	6,	LA	ERA	DE	HAILE	SELASSIE	Y	EL	DERG
6.1.	Tafari	Makonnen	y	Zewditu
6.2.	Haile	Selassie,	emperador
6.3.	Etiopía	ocupada	por	el	Fascismo	italiano
6.4.	El	ocaso	del	Imperio	etíope
6.5.	El	Derg	y	la	guerra	civil	(1974-1991)
CAPÍTULO	7.	DEL	DERG	A	LA	REPÚBLICA	DEMOCRÁTICA	FEDERAL
DE	ETIOPÍA
7.1.	La	construcción	de	una	nueva	Etiopía
7.2.	Eritrea	bajo	la	égida	de	Afewerki
7.3.	Un	breve	interludio:	Hailemariam	Dessalegn
7.4.	Abiy	Ahmed	Ali:	de	la	gran	esperanza	africana	a	la	guerra	de	Tigray
BIBLIOGRAFÍA
Mario	Lozano	Alonso
Es	profesor	e	historiador	especializado	en	Etiopía.	Funcionario	de	carrera,
en	la	actualidad	está	completando	su	doctorado	en	la	Universidad
Complutense	de	Madrid.	Desde	2013	imparte	de	manera	regular	los	cursos
de	ge’ez	(etiópico	clásico)	y	de	Historia	del	África	Subsahariana	Precolonial
del	CEPOAT	(Universidad	de	Murcia),	además	de	conferencias	y
seminarios	sobre	historia	africana	en	diferentes	instituciones	españolas	e
internacionales.	Es	autor	de	los	libros	Lalibela	(National	Geographic,	2018)
y	Pedro	Páez	y	las	fuentes	del	Nilo	Azul	(Fundación	Universitaria	Española,
2019).
Mario	Lozano	Alonso
Historia	de	Etiopía
Con	la	edición	de	títulos	como	este,	Casa	África,	en	colaboración	con	Los
Libros	de	la	Catarata,	se	marca	como	objetivo	contribuir	a	un	mejor
conocimiento	de	la	actualidad	de	los	países	africanos	así	como	de	su	historia
reciente	y	los	efectos	en	las	sociedades	civiles	a	través	de	los	ensayos	y	textos
de	autores	africanos	y	africanistas.	Por	tanto,	esta	colección	aborda
temáticas	relacionadas	con	el	desarrollo	y	el	potencial	del	continente	desde
un	punto	de	vista	alejado	de	los	estereotipos	con	los	que	tradicionalmente	se
han	abordado	las	realidades	africanas.
©	Mario	Lozano	Alonso,	2022
©	casa	áfrica,	2022
©	Los	libros	de	la	Catarata,	2022
Fuencarral,	70
28004	Madrid
Tel.	91	532	20	77
www.catarata.org
Historia	de	Etiopía
isbne:	978-84-1352-450-4
ISBN:	978-84-1352-404-7
DEPÓSITO	LEGAL:	M-3.374-2022
thema:	NH/1HFGA
impreso	por	artes	gráficas	coyve
este	libro	ha	sido	editado	para	ser	distribuido.	La	intención	de	los	editores
es	que	sea	utilizado	lo	más	ampliamente	posible,	que	sean	adquiridos
originales	para	permitir	la	edición	de	otros	nuevos	y	que,	de	reproducir
https://www.catarata.org
partes,	se	haga	constar	el	título	y	la	autoría.
A	Rosina.
PRESENTACIÓN
Firmar	esta	breve	nota	introductoria	resulta	para	mí	un	enorme	placer,	una
satisfacción	inmensa,	por	dos	motivos	fundamentales.
El	primero:	este	libro	sobre	la	historia	de	ese	particular	y	magnífico	país
que	es	Etiopía	ha	sido	firmado	y	prologado	por	profesores	españoles
expertos	en	este	cruce	de	culturas,	movilidades	y	momentos	de	la	historia
fundamentales	para	la	Humanidad,	que	—además—	es	la	cuna	de	nuestra
especie.	Contribuimos	así,	como	institución,	a	visibilizar	la	labor	de
investigación	y	aproximación	a	la	historia	de	África	que	realizan
historiadores	y	académicos	españoles.
El	segundo:	este	libro	contribuye	a	mejorar	y	ampliar	nuestros
conocimientos	sobre	esa	esquina	del	continente	tan	importante	para	todos	y
sobre	lo	que	acontece,	por	extensión,	en	esa	África	que	aparece	plagada	de
omisiones,	malentendidos	y	confusiones	en	nuestro	imaginario.	En	ese
proceso,	además,	su	autor	hace	especial	hincapié	en	la	conexión,	ya
olvidada,	que	mantuvimos	con	ese	gran	imperio	tan	lejano	físicamente	y,	a
la	vez,	cercano	a	los	corazones	de	algunas	congregaciones	religiosas
españolas.
Espero	que	disfruten	tanto	como	yo	al	leer	este	texto	fundamental,	que
incluye	historia,	arte,	economía,	gobernanza,	religión	y	geopolítica,	entre
otras	cuestiones,	y	que	extiende	su	cronología	desde	la	prehistoria	hasta
nuestros	días,	con	un	último	capítulo	dedicado	a	su	actual	primer	ministro	y
la	guerra	de	Tigray,	hoy	presente	en	nuestros	medios.
Ese	cosmos	tan	rico	que	recibe	el	nombre	de	Etiopía,	cuya	influencia	se
extiende	por	todo	el	continente	africano	y	llega	hasta	Jamaica	y	la
afrodiáspora	universal,	merece	muchos	más	volúmenes	y	estudios	como	este
y	la	atención	respetuosa	de	más	historiadores,	economistas	o	politólogos
españoles	que	deseen	comprender	mejor	el	devenir	de	la	historia	universal	y
nuestro	futuro	probable.
Este	libro	se	une	a	la	línea	iniciada	en	la	Colección	de	Ensayo	Casa	África
en	la	que	abordamos	la	historia	de	los	países	africanos	tratando	de	cubrir	la
laguna	que	existe	en	el	ámbito	editorial	en	español.	Los	estudiantes
demandan	publicaciones	actualizadas	que	versen	sobre	la	historia	de	los
países	africanos,	contenidos	rigurosos	que	contextualicen	la	situación	actual
y	que	nos	ayuden	a	entender	su	compleja	y	riquísima	historia,	que	ha	sido,
de	forma	sistemática,	reducida	a	periodos	más	recientes.	En	esta	línea
estamos	publicando	obras	de	historiadores	africanos	que	no	habían	sido
traducidas	al	español	como	Historia	del	Congo,	de	Ndaywel,	o	Mauritania,
contra	viento	y	marea,	de	Moktar	Ould	Daddah,	y	también	sumamos	obras
que	firman	académicos	españoles,	como	Cabo	Verde,	historia,	identidad	y
cultura,	que	firma	Antoni	Castel.	Estos	títulos	se	caracterizan	por	su
naturaleza	divulgativa	y	el	objetivo	es	que	sirvan	de	estímulo	para	la
reflexión	y	el	debate	sobre	la	historia	y	la	actualidad	política,	económica,
cultural	y	social	de	África	aportando	una	visión	plural	y	holística,	más	allá
de	los	tópicos,	sobre	los	países	africanos.
José	Segura	Clavell
Director	de	Casa	África
Prefacio
Etiopía	es	una	de	las	naciones	más	curiosas	e	interesantes	no	solo	de	África,	sino
del	mundo	entero.	La	frase	anterior	no	está	provocada	solo	por	el	amor	que
siento	por	ella,	y	que	comparto	con	el	autor	de	este	libro,	sino	por	la	realidad
objetiva.	El	volumen	que	tienen	entre	manos	supone	un	auténtico	hito	en	los
estudios	españoles	sobre	Etiopía,	que	demuestra	que	por	fin	en	nuestro	país
surge	un	grupo	de	especialistas	sobre	el	tema,	algo	que	en	otros	países	europeos
ocurre	desde	hace	mucho	más	tiempo,	y	que	viene	a	ampliar	la	única	síntesis
histórica	publicada	hasta	ahora,	el	libro	del	misionero	comboniano	Juan
González	Núñez,	escrito	desde	su	larga	experiencia	vital	en	el	país	africano.
Aunque	está	situada	en	la	banda	de	llanura	semidesértica	del	Sahel	africano,
pegando	con	el	Sahara,	Etiopía	está	formada	por	altas	montañas	y	profundos
valles,	y	regada	anualmente	por	las	lluvias	monzónicas	veraniegas	que	hacen	que
nos	recuerdemás	a	Galicia	o	Asturias	que,	por	ejemplo,	a	nuestra	seca	y	llana
Castilla.	Esas	montañas,	con	todo,	son	responsables	de	que	las	comunicaciones
sean	tan	difíciles	y	por	ello,	en	parte	también,	de	su	pobreza	endémica.
Por	su	posición	junto	al	estratégico	mar	Rojo,	hoy	por	desgracia	bloqueada
desde	la	independencia	de	Eritrea	en	1993,	su	parte	norte,	conocida	como
Aksum,	fue	una	de	las	grandes	civilizaciones	de	la	Antigüedad,	en	la	época	del
final	del	Imperio	egipcio	y	de	la	cultura	griega	y	luego	el	Imperio	romano.
Precisamente	por	ese	contacto	exterior,	el	cristianismo	llegó	muy	pronto,	y	junto
con	Armenia	es	la	nación	cristiana	más	antigua,	algo	más	incluso	que	la	propia
Roma.
A	pesar	de	estar	muy	cerca	de	la	cuna	del	islam	en	Arabia,	la	rápida	conquista
musulmana	de	todo	el	Próximo	Oriente	y	el	norte	de	África	en	el	siglo	VII	no	la
afectó,	según	la	tradición	porque	Mahoma	respetaba	a	la	antigua	Abisinia,	pero
seguramente	también	porque	las	montañas	son	territorios	más	difíciles	de
conquistar.	Tuvieron	que	pasar	nueve	siglos	más	para	que	los	musulmanes	de	los
desiertos	orientales	emprendieran	una	gran	guerra	santa	que	estuvo	a	punto	de
acabar	con	la	religión	y	cultura	cristianas,	algo	evitado	gracias	en	parte	a	la
intervención	de	un	pequeño	y	moderno	ejército	portugués	comandado	por	el	hijo
del	“descubridor”	de	la	India,	Vasco	de	Gama.
Esa	continuidad,	y	el	propio	aislamiento	del	altiplano,	han	hecho	que	los	ritos	y
las	iglesias	se	hayan	conservado	casi	sin	cambio	hasta	hoy	mismo,	haciendo	del
país	un	auténtico	museo	de	la	cristiandad.	Cuando	uno	visita	las	increíbles
iglesias	excavadas	en	la	roca	del	norte	del	país,	a	veces	le	parece	que	es	como	si
en	España	fuéramos	a	ver	una	de	esas	pequeñas	iglesias	visigodas	aún	en	pie,	y
los	visigodos	estuvieran	todavía	dentro…
El	conservadurismo	religioso	etíope	tiene	también	otras	causas.	A	mediados	del
siglo	V,	el	Concilio	de	Calcedonia	intentó	resolver	la	gran	discusión	que	había
desgarrado	a	los	primeros	cristianos,	entre	los	que	defendían	una	sola	naturaleza
de	Cristo,	divina	y	humana	a	la	vez,	y	los	que	preferían	dos	naturalezas	que	no	se
mezclaban.	En	el	concilio	se	adoptó	un	compromiso	más	cercano	a	la	segunda
opción,	y	los	etíopes,	junto	con	los	coptos	egipcios	y	los	armenios,	eligieron	la
primera	y	se	proclamaron	“miafisitas”.	Desde	entonces,	todos	los	intentos	de
traerlos	al	dogma	oficial	de	Roma	y	las	demás	ortodoxias	orientales,	incluyendo
la	intromisión	directa	en	el	siglo	XVI	de	misioneros	jesuitas,	algunos	de	ellos
españoles,	o	las	modernas	misiones	protestantes,	han	fracasado.
La	religión	ha	estado	desde	siempre	íntimamente	unida	con	el	poder	político,
real	o	aristocrático,	en	este	como	en	otros	muchos	países.	La	dinastía	de	los
reyes	de	Etiopia,	o	emperadores,	“reyes	de	reyes”,	como	les	gustaba	llamarse,
llega	desde	el	primer	milenio	antes	de	Cristo	hasta	el	golpe	de	Estado	comunista
que	derrocó	a	Haile	Sellassie	en	1974.	Los	etíopes	están	convencidos	de	que	esa
línea	familiar	remonta	a	cuando	la	reina	de	Saba,	que	ellos	creen	etíope	y	no	del
sur	de	Arabia	como	defienden	los	historiadores,	visitó	al	rey	Salomón	en
Jerusalén	a	comienzos	de	aquel	primer	milenio.	Por	supuesto	que	hubo	muchas
interrupciones	y	saltos	laterales,	pero	al	último	rey,	cuyo	nombre	por	cierto
significaba	“defensor	de	la	Trinidad”,	le	gustaba	llamarse	el	“león	de	Judá”	y
hoy	todavía	su	fotografía	adorna	muchos	salones	por	todo	el	país.	Otra	cosa	que
también	creen	es	que	el	arca	de	la	alianza,	que	dios	entregó	a	Moisés	en	el	Sinaí
con	las	tablas	de	los	Mandamientos,	está	guardada	en	una	pequeña	iglesia	de
Aksum,	aunque	ningún	observador	independiente	la	haya	visto	nunca.
Esa	larga	historia	estuvo	llena	de	conflictos	dinásticos,	que	se	intentaban	evitar
inútilmente	encerrando	a	los	descendientes	reales	no	elegidos	como	sucesores
para	que	no	compitiesen	por	el	poder,	de	conflictos	étnicos	entre	diferentes
grupos,	de	invasiones	exteriores	como	las	musulmanas	y	las	de	los	oromos,	de
muertes	y	guerras,	todo	ello	en	paralelo	a	un	sistema	feudal	que	mantenía	a	los
campesinos	en	la	pobreza	por	culpa	de	los	elevados	impuestos	que	el	poder	les
imponía.	Dicen	que	la	famosa	saga	de	Juego	de	Tronos	se	inspiró	en	las	guerras
dinásticas	medievales	de	Inglaterra,	pero	creo	que	un	modelo	etíope	sería	más
adecuado,	como	verán	los	que	se	enfrasquen	en	la	lectura	de	este	apasionante
libro.
Otro	atractivo	de	Etiopía	es	su	gran	variedad.	Esta	no	es	solo	paisajística,	con	las
montañas,	el	gran	valle	del	Rift	que	separa	el	macizo	occidental	del	oriental,	las
selvas	del	sur	y	los	desiertos	del	este,	sino	también	étnica	y	lingüística,	con	más
de	80	lenguas	diferentes.	Las	seis	etnias	más	importantes,	de	norte	a	sur	y	este,
los	tigrinos,	amharas,	oromos,	sidamos,	afar	y	somalíes,	cuentan	hoy	con	gran
autonomía	política	dentro	del	Estado	federal,	pero	históricamente	los	dos
primeros	dominaron	a	los	demás	y	lógicamente	siguen	discutiendo	entre	ellos
mientras	los	otros,	sobre	todo	los	numerosos	oromos,	exigen	una	mayor	parte	del
pastel	o	incluso	la	independencia.	Hoy	mismo	vemos	con	gran	pesar	como	los
norteños	tigrinos,	poco	numerosos,	pero	con	una	gran	historia	y	que	dominaron
la	política	mucho	tiempo	incluidos	los	últimos	30	años,	se	resisten	a	convertirse
en	un	grupo	más	y	han	provocado	una	guerra	civil	que	dura	ya	un	año	y	medio	y
que	recuerda	otras	horribles	del	pasado.
En	esos	conflictos	sigue	jugando	como	siempre	un	gran	papel	la	demografía.	La
natalidad	etíope	es	de	las	más	altas	de	África,	continente	que	ya	cuenta	con	la
mayor	tasa	del	mundo,	y	toda	esa	juventud	que	habita	en	las	chabolas	y	cabañas
de	miles	de	pueblos	y	poblados	esparcidos	por	las	montañas	contempla	un	futuro
con	muy	poca	esperanza.	A	pesar	de	ello,	los	etíopes,	que	son	conscientes	de
todo	lo	dicho,	se	sienten	poseídos	por	un	gran	orgullo	que	a	veces	deriva	en	algo
menos	agradable,	como	es	el	nacionalismo.	Si	estos	sentimientos	se	canalizan	en
la	buena	dirección,	la	del	trabajo	intenso	y	colaborativo,	la	de	la	hermandad
global	por	encima	de	los	localismos,	una	nación	tan	antigua	y	bella	como	Etiopía
tendrá	sin	duda	un	gran	porvenir	por	delante,	deseo	que	estoy	seguro	que
compartirán	todos	los	lectores	de	este	bello	libro.
Víctor	M.	Fernández	Martínez
Universidad	Complutense	de	Madrid
Prólogo
Etiopía	es	la	cuna	de	la	humanidad	y	uno	de	los	pocos	países	del	mundo	que
cuenta	con	casi	3.000	años	de	historia.	Sin	embargo,	su	nombre	aún	evoca	en	el
subconsciente	de	la	mayoría	de	los	hispanohablantes	imágenes	de	pobreza
extrema,	paisajes	desérticos	y	hambrunas.
Sin	embargo,	esta	visión	negativa	oculta	una	rica	historia	con	luminosos
momentos	de	gran	prosperidad.	No	en	vano,	el	profeta	Mani	(siglo	III	d.	C.)
incluyó	a	Aksum	entre	los	cuatro	grandes	reinos	del	mundo	junto	a	Roma,	Persia
y	China.	La	ubicación	del	país	en	el	Cuerno	de	África,	por	cuyas	costas	ha
transitado	durante	siglos	el	comercio	que	une	las	costas	del	Índico	con	las	del
Mediterráneo,	nos	ayuda	a	explicar	que,	además	de	su	innegable	raíz	africana,
encontremos	en	su	cultura	elementos	árabes,	helenísticos,	indios	y,	más
recientemente,	europeos.	Todo	ello	ha	contribuido	a	crear	una	civilización	única,
muy	diferente	a	las	que	la	rodean,	en	las	cuales	a	su	vez	ha	influido.
Como	veremos	en	las	siguientes	páginas,	Etiopía	tiene	una	rica	tradición
historiográfica	propia.	Si	queremos	entender	su	pasado,	podremos	emplear
alguna	de	las	crónicas	escritas	en	ge’ez	o	en	árabe,	aunque	debemos	recurrir	a	la
antropología	para	comprender	qué	pasó	en	los	pueblos	cushitas	y	omóticos	del
sur,	tradicionalmente	ágrafos.	Las	culturas	preaksumitas,	el	Reino	de	Aksum,	las
dinastías	Zagwe	y	Salomónica,	los	sultanatos	musulmanes,	el	período	gondarino,
el	Zemene	Mesafint	o	la	restauración	del	poder	imperial	de	finales	del	siglo	XIX
son	solo	algunos	ejemplos	de	que	la	historia	etíope	no	tiene	nada	que	envidiar	a
cualquiera	de	las	grandes	civilizaciones	del	mundo.
No	quisiera	terminar	esta	introducción	sin	hablar	del	impacto	que	ha	tenido	el
país	para	el	mundo.	Trasla	victoria	en	Adua,	Etiopía	y	su	emperador	Menelik	II
se	convirtieron	en	el	orgullo	de	todos	los	pueblos	negros	del	mundo,	desde	el
Caribe	hasta	las	costas	malgaches.	Las	tropas	etíopes	mostraron	que	la
superioridad	racial	del	blanco	no	era	más	que	un	mito,	y	que	también	un	país
africano	podía	forzar	a	uno	europeo	a	firmar	un	tratado	en	que	se	reconociese	su
independencia.	De	igual	modo,	la	lucha	de	Haile	Selassie	y	los	etíopes	contra	los
invasores	italianos	inspiró	el	nacimiento	del	rastafarismo	y	del	panafricanismo.
Cierro	el	libro	hablando	del	primer	ministro	Abiy	Ahmed	Ali.	El	país	tiene	todos
los	ingredientes	para	convertirse	en	una	potencia:	una	población	numerosa	y
joven,	recursos	naturales	y	una	incipiente	industrialización.	Sin	embargo,	las	más
de	80	etnias	etíopes	tienen	que	ponerse	de	acuerdo	sobre	qué	modelo	de	Estado
quieren,	ya	que	el	riesgo	de	desintegración	existe,	como	se	ha	demostrado	en	la
reciente	guerra	de	Tigray.
Sobre	los	términos	etíopes,	he	optado	por	una	transcripción	simplificada	que	es
la	generalmente	aceptada	a	nivel	internacional.	La	opción	de	transliteración
sugerida	por	la	Encyclopaedia	Aethiopica,	obra	de	referencia	en	los	estudios
etíopes,	hubiese	forzado	a	emplear	numerosos	símbolos	y	caracteres	que	habrían
dificultado	la	lectura.
Quisiera	terminar	esta	introducción	con	los	consabidos	agradecimientos.	Primero
a	mis	padres,	quienes	desde	2005	siempre	me	apoyaron	en	mi,	por	aquel
entonces,	poco	probable	sueño	de	iniciarme	en	los	estudios	etíopes.	Con	Víctor
M.	Fernández,	mi	director	de	tesis,	he	contraído	una	deuda	que	va	más	allá	de	lo
académico.	Las	muchas	horas	conversando	sobre	un	país	al	que	amamos	han
cristalizado,	al	menos	parcialmente,	en	este	texto.	No	quisiera	olvidar	a	Juan
José	Ruscalleda,	profundo	conocedor	del	país,	y	a	Lionel	Banin,	quienes	leyeron
el	manuscrito	original	y	sugirieron	cambios.	Y	por	último	al	lector,	a	quien
espero	que	este	libro	ayude	a	aumentar	su	conocimiento	sobre	la	que	está
llamada	a	ser	la	gran	potencia	africana.
Capítulo	1
Geografía	y	albores	históricos
1.1.	Entre	el	Nilo	Azul,	el	Rift	y	el	Mar	Rojo
Antes	de	comenzar	a	abordar	la	historia	etíope,	debemos	necesariamente
entender	su	geografía,	única	en	el	continente	africano,	la	cual	ha	condicionado
de	manera	decisiva	las	condiciones	de	vida	de	sus	habitantes,	su	historia	y	su
manera	de	ver	el	mundo.
Comencemos	por	el	relieve	dominante,	el	macizo	etíope	o	tierras	altas.
Denominado	el	“techo	de	África”,	es	un	conjunto	de	mesetas	y	montañas	de
origen	volcánico	que	presentan	una	orografía	especialmente	abrupta.	Esto	ha
hecho	que	los	pueblos	que	habitan	la	región	se	hayan	beneficiado	de	su
condición	de	fortaleza	natural,	aunque	también	ha	fomentado	la	fragmentación
política,	ya	que	la	comunicación	se	complica	cuando	durante	la	época	de	lluvias
(kiremt,	de	junio	a	mediados	de	septiembre)	los	caminos	se	vuelven
impracticables.
El	macizo	etíope	nace	por	las	disensiones	orográficas	provocadas	por	la	ruptura
del	valle	del	Rift,	que	lo	divide	en	dos:	el	macizo	noroeste	y	el	macizo	sureste.
Su	altitud	media,	entre	los	1.500	y	los	2.000	metros,	impide	que	se	desarrollen
los	insectos	portadores	de	la	malaria	—los	mosquitos	de	la	familia	Anopheles—
y	la	mosca	tsé-tsé,	causante	de	la	enfermedad	del	sueño.
Sus	límites	al	este	se	encuentran	en	un	gran	escarpe	que,	de	norte	a	sur,	forma
una	barrera	de	difícil	acceso	desde	las	planicies	de	la	región	Afar,	donde	el
tórrido	desierto	de	Danakil	alcanza	los	155	metros	bajo	el	nivel	del	mar.	Al
norte,	el	macizo	termina	a	unos	cincuenta	kilómetros	de	la	costa,	formando	un
prodigioso	desnivel	que	hay	que	sortear	para	acceder	a	la	región	de	Hamasien.
Al	oeste,	un	nuevo	escarpe,	más	escalonado	en	esta	ocasión,	desciende	hacia	las
planicies	de	la	cuenca	del	Nilo.
El	terreno	es	muy	accidentado,	con	paisajes	que	pasan	bruscamente	de	las
profundas	gargantas	por	las	que	discurren	ríos	como	el	Abbay	(Nilo	Azul)	hasta
los	picos	montañosos	como	el	Ras	Dashen,	que	con	sus	4.550	metros	es	el	más
alto	del	país.	Esta	cumbre	se	encuentra	en	las	montañas	Simien,	un	paisaje
afroalpino	que	alberga	especies	florales	y	faunísticas	únicas	como	los	babuinos
gelada.	Su	abrupto	relieve	ha	servido	durante	siglos	como	lugar	de	refugio	de	los
Beta	Israel,	los	judíos	etíopes.	Al	norte	se	abre	la	región	semiárida	de	Tigray,
regada	por	los	ríos	Mareb	y	Takeze,	y	donde	se	encuentran	los	espectaculares
paisajes	de	Gheralta.	En	ella	nació	la	cultura	aksumita.
El	río	más	importante	de	la	región	es	el	Abbay	o	Nilo	Azul,	que	aporta	el	59%
de	las	aguas	del	Nilo	cuando	se	une	al	Nilo	Blanco	en	Jartum	(el	85%	de	las
aguas	del	Nilo	proceden	del	macizo	etíope	a	través	de	distintos	afluentes).	Al
salir	del	lago	Tana,	se	precipita	en	las	grandes	cataratas	de	Tis	Abbay	(42	metros
de	altura).	A	partir	de	ahí	empieza	a	trazar	una	gran	herradura	que	bordea	las
montañas	Chokke,	en	Gojjam,	hasta	abandonar	el	macizo	por	el	oeste,	hacia	las
planicies	sudanesas.	Al	transitar	encajonado	entre	hondos	cañones,	las	aguas	de
este	río	han	sido	escasamente	aprovechadas.	La	parte	central	del	macizo	lo
ocupan	las	regiones	de	Amhara	y	Shewa,	especialmente	pródigas	para	la
agricultura	dado	su	buen	clima.	Al	suroeste	se	extienden	las	regiones	de	Kaffa	e
Illubabor,	donde	las	abundantes	lluvias	favorecen	el	desarrollo	de	densos
bosques.
El	macizo	sureste	es	de	menor	extensión	que	el	noroeste,	y	su	altitud	media
ligeramente	inferior.	En	ocasiones	denominado	meseta	somalí,	forma	un	gran
arco	convexo	en	dirección	noreste-sur	que	bordea	el	Rift.	Se	divide	también	en
tres	secciones:	al	noreste,	las	montañas	Ahmar;	al	centro,	el	macizo	de	Chercher,
cerca	de	la	ciudad	de	Harar;	y	al	suroeste,	las	montañas	Bale	con	su	pico	Tullu
Dimtu	(4.377	m)	y	las	montañas	Mendebo.	Hacia	el	sureste,	estas	tierras	altas
descienden	suavemente,	formando	los	valles	del	gran	río	que	riega	Somalia,	el
Shebelle,	y	sus	tributarios	el	Gestro,	Ganale	y	Dawa,	quienes	en	la	frontera	se
unen	para	formar	el	Jubba.	Todos	ellos	nacen	en	las	montañas	Bale,	cuyas	lluvias
posibilitan	que	tengan	cauces	permanentes	aun	cuando	cruzan	el	duro	desierto
somalí.
Por	su	parte,	el	valle	del	Rift	forma	un	vasto	graben	de	gran	anchura	que	oscila
entre	los	50	y	100	kilómetros.	Está	cuajado	de	lagos	endorreicos	(Langano,
Zway,	Abaya,	Abiata,	Shala,	Shamo	y	Koka),	cuya	diferencia	en	la	salinidad
hace	que	algunos	sean	dulces	y	otros	salobres.	El	último	de	ellos,	el	Turkana,
depende	de	las	aguas	del	Omo	y	se	introduce	en	territorio	keniata,	por	donde	el
Rift	sigue	su	avance	hacia	los	grandes	lagos.
Podemos	dividir	el	país	en	seis	regiones	ecoclimáticas	que	se	organizan	en
función	de	la	altitud.	Por	debajo	de	los	500	metros	de	altura	encontramos	la
primera,	bereha,	que	se	corresponde	con	las	planicies	desérticas	que	bordean	el
macizo	etíope.	La	precipitación	media	anual,	por	debajo	de	los	300	mm,	impide
la	agricultura.
La	segunda,	kwalla,	coincide	con	las	laderas	del	macizo	etíope.	Al	encontrarse
entre	los	500	y	los	1.800	metros	de	altitud	proliferan	endemismos	como	la
malaria,	lo	que	hace	que	la	zona	esté	poco	poblada.	Aunque	las	lluvias	oscilan,
dependiendo	del	punto,	entre	los	300	y	los	900	mm	anuales,	lo	abrupto	del
terreno,	cubierto	de	bosques,	hace	que	la	actividad	principal	sea	la	ganadería.
La	tercera	zona,	wayna	daga	(altiplano	del	vino),	debe	su	nombre	a	que	su	clima
era	el	idóneo	para	el	cultivo	de	la	vid,	producto	clave	para	la	producción	del	vino
necesario	en	las	eucaristías	(Pankhurst,	2006).	Ubicada	entre	los	1.800	y	los
2.400	metros	de	altura,	su	temperatura	media	anual	se	encuentra	entre	los	18	ºC
y	los	25	ºC.	Su	clima	templado,	sumado	a	unas	lluvias	abundantes	(unos	1.400
mm	anuales	de	media,	por	encima	de	los	2.000	mm	en	el	suroeste),	hace	que	sea
la	región	más	apreciada	desde	el	punto	de	vista	agrícola.
El	teff	(Eragrostis	tef)	es	el	cultivo	más	importante,	dado	que	a	partir	de	su
harina	se	elabora	la	injera,	un	tipo	de	torta	que	es	la	base	de	la	alimentación	en	la
mayor	parte	del	país.	En	las	regiones	del	sur,	el	enseteo	falso	banano	sustituye	al
teff.	Aunque	produce	un	fruto,	lo	que	se	consume	es	la	raíz,	a	partir	de	la	cual	se
prepara	la	wesa,	una	masa	de	escaso	valor	nutricional.	Gracias	a	esta	planta,	en
las	regiones	del	sur	las	hambrunas	han	tenido	una	incidencia	muy	baja,	sobre
todo	si	se	compara	con	las	grandes	crisis	alimentarias	que	han	afectado	a	las
regiones	del	norte,	donde	se	cultiva	teff.
El	café	(Coffea	arabica),	una	planta	nativa	del	suroeste	etíope,	empezó	a	ser
explotado	como	bebida	estimulante	por	místicos	árabes	sufíes	en	el	siglo	XV.	A
comienzos	del	siglo	XIX,	el	clero	de	Shewa	reprobaba	su	consumo	al
considerarlo	propio	de	musulmanes	y	“paganos”.	Hoy	en	día	el	consumo	de	esta
infusión	es	muy	popular,	contando	con	su	propia	ceremonia	al	ser	servido.
En	las	regiones	del	macizo	por	encima	de	los	1.500	metros	no	existe	la
tripanosomiasis	o	enfermedad	del	sueño,	devastadora	en	otras	zonas	del
continente	africano,	lo	que	ha	permitido	el	desarrollo	de	una	importante	cabaña
ganadera	desde	época	prehistórica.
Durante	mucho	tiempo,	tanto	la	historiografía	como	otras	disciplinas	científicas
catalogaron	a	los	etíopes	como	una	mezcla	entre	blancos	(caucasoides)	y	negros
(melanodermos).	En	la	actualidad,	las	viejas	hipótesis	racistas	han	sido
ampliamente	superadas.	Los	habitantes	de	Etiopía	no	son	fruto	de	ningún
fenómeno	masivo	de	mestizaje,	sino	un	grupo	original	de	gente	que	habita	la
región	desde	tiempos	inmemoriales	que	de	momento	no	podemos	precisar	en
número	de	siglos	o	milenios.
La	distribución	etnolingüística	resulta	clave	para	entender	el	complejo
rompecabezas	etíope.	En	1991	el	Gobierno	provisional	publicó	un	listado	con
alrededor	de	80	grupos	étnicos.	La	cuestión	estriba	en	que	no	hay	un	criterio
claro	para	establecer	qué	grupos	humanos	forman	un	grupo	étnico	diferenciado,
pero	en	general	la	cifra	aportada	por	el	Gobierno	es	aceptada	por	los	estudiosos.
A	pesar	de	esta	increíble	diversidad,	hay	cinco	grupos	que	componen	alrededor
del	77%	de	los	más	de	110	millones	de	habitantes	que	se	estima	que	tiene	el	país
en	2021,	a	saber:	oromos	(34%),	amharas	(27%),	somalíes	(6%),	tigrinos	(6%)
—que	a	su	vez	conforman	el	50%	de	la	población	de	Eritrea—	y	sidamos	(4%).
Después	ya	encontraríamos	a	otras	etnias	como	los	welayta,	los	gurage	o	los
afar,	entre	muchos	otros	(Levine,	2014).
Agrupándolos	por	lenguas,	la	gran	mayoría	pertenecen	a	la	familia	afroasiática.
La	rama	cushítica	es	la	más	numerosa,	formando	parte	de	ella	oromos,	somalíes,
sidamos,	agaw	y	afar,	entre	otros.	La	segunda	es	la	semítica,	compuesta	por
amharas,	tigrinos,	gurage	o	los	harari.	La	tercera	rama	es	la	omótica,	sobre	la	que
no	hay	consenso	entre	los	estudiosos	sobre	su	clasificación:	unos	ven	en	ella	el
origen	de	las	lenguas	afroasiáticas,	mientras	otros	creen	que	debería	ser	una
familia	independiente.	Welayta,	gonga,	mao,	entre	otras,	son	lenguas	omóticas.
Además	de	la	familia	afroasiática	está	también	presente	la	nilótica,	cuyos
hablantes	habitan	en	las	regiones	fronterizas	con	Sudán	del	Sur:	berta,	nuer,
gumuz,	baria,	nuer,	majangir,	mursi	y	anuak	son	algunos	de	los	grupos	étnicos
nilóticos	presentes	en	Etiopía.
Un	último	apunte	sobre	geografía	humana	me	obliga	a	mencionar,	brevemente,
el	impacto	de	la	religión	en	el	país.	Se	estima	que	un	43%	de	los	etíopes	son
cristianos	ortodoxos	tewahedo,	un	18%,	protestantes	(pentecostales,
principalmente),	un	33%	musulmanes	suníes,	mientras	las	religiones
tradicionales	y	el	catolicismo	apenas	alcanzan	el	1%.	Los	judíos	etíopes	o	Beta
Israel	emigraron	en	masa	a	Israel	en	las	operaciones	Moisés,	Yoshua	y	Salomón
entre	1984	y	1991,	donde	hoy	residen	unos	100.000	(Quirin,	2010).
1.2.	La	prehistoria	etíope
Lo	que	ha	hecho	famosa	a	Etiopía	en	el	mundo	de	la	prehistoria,	y	que	es	un
motivo	más	de	orgullo	para	los	etíopes,	es	que	en	su	suelo	se	han	encontrado	los
restos	más	antiguos	de	nuestros	antepasados.	Como	es	bien	sabido,	en	la
evolución	de	los	seres	vivos	la	rama	humana	se	separó	de	la	de	los	grandes
simios	(en	concreto,	de	los	antepasados	de	los	chimpancés)	hace	solo	unos	seis
millones	de	años,	y	esa	separación	debió	de	ocurrir	en	África	Oriental	porque	es
aquí	donde	han	aparecido	los	restos	más	antiguos	de	ese	cambio.
Más	o	menos	de	esa	fecha	son	los	fósiles	que	los	antropólogos	han	denominado
como	de	los	géneros	Saheloanthropus,	Orrorin	y	Ardipithecus,	los	dos	primeros
hallados	en	Chad	y	Kenia,	y	el	tercero	en	Etiopía.	Aunque	estos	aspectos	se
discuten	constantemente,	los	dos	primeros	géneros	presentan	aspectos	dudosos
en	sus	caracteres	y	su	cronología,	lo	que	hace	al	Ardipithecus	etíope	nuestro
primer	antepasado	directo	más	probable.	Varios	hallazgos	de	sus	restos	han
permitido	incluso	dividir	el	género	en	dos	especies,	Ardipithecus	ramidus	y
Ardipithecus	kadabba,	ambas	muy	primitivas,	pequeños	primates	de	cráneo
diminuto	y	alimentación	seguramente	vegetariana,	que	acababan	de	bajarse	de
los	árboles	donde	habían	estado	desde	hacía	muchos	millones	de	años,	y	estaban
aprendiendo	a	andar	como	nosotros,	a	dos	patas.	Hay	que	tener	en	cuenta	que	el
aumento	de	la	sequedad	en	la	región	causó	la	desaparición	de	la	selva,	lo	que
forzó	a	estas	especies	a	bajar	de	los	árboles	y	a	adaptarse	a	un	escenario	de
sabana	seca	(Arsuaga	y	Mendizábal	2007).
El	siguiente	género,	el	Australopithecus	afarensis,	apareció	hace	entre	3,3	y	3,2
millones	de	años.	En	el	Museo	Nacional	de	Adís	Abeba	se	conservan	los	restos
fósiles	de	Selam	y	Lucy	(Dinkinesh,	en	su	versión	en	amhárico).	Los	huesos	que
se	muestran	en	el	museo	son	réplicas,	dado	que	los	originales	se	guardan	en	una
caja	fuerte.
Los	primeros	restos	que	se	clasificaron	como	realmente	“humanos”,	por	estar
más	próximos	a	nosotros,	fueron	los	de	Homo	habilis	encontrados	en	Kenia,
especie	a	la	que	seguiría	el	Homo	erectus,	hallado	por	primera	vez	en	la	isla
asiática	de	Java,	seguido,	hará	medio	millón	de	años,	por	el	Homo
neanderthalensis,	hallado	en	Alemania,	para	llegar	finalmente	al	Homo	sapiens
actual,	cuyos	primeros	restos	se	hallaron	en	Francia.	Pues	bien,	Etiopía	tiene
restos	casi	tan	antiguos	e	incluso	más	que	los	hallazgos	originales,	y	restos	de
Homo	sapiens	muy	antiguos,	el	llamado	Homo	sapiens	idaltu	(el	más	antiguo,	en
lengua	afar),	de	unos	160.000	años.	El	único	tipo	humano	que	no	se	encontró	en
Etiopía,	ni	en	ningún	lugar	de	África,	fue	el	Neandertal.
Todos	los	restos	mencionados	han	sido	hallados	en	el	valle	del	Rift,	en	su	parte
norte,	la	región	de	Afar	o	Danakil,	donde	los	restos	antiguos	se	han	conservado
muy	bien	y	son	fáciles	de	detectar.	Lo	contrario	ocurre	en	el	macizo	etíope,	cuyo
suelo	volcánico,	sumado	a	las	abundantes	lluvias	y	la	densa	vegetación,	oculta
los	restos	a	los	arqueólogos.
En	el	árido	Afar	se	han	encontrado	restos	de	útiles	líticos	que	pertenecieron	a	las
distintas	especies	de	Homo,	primero	las	grandes	hachas	de	mano	de	la	industria
llamada	achelense,	y	luego	las	más	pequeñas	puntas	de	lanza	del	musteriense	y
herramientas	más	modernas	y	pequeñas	que	fueron	usadas	ya	por	los	sapiens,
por	ejemplo,	en	Gademotta,	con	fechas	muy	antiguas	(280.000	años)	que	de
nuevo	demuestran	que	nuestro	origen	más	reciente	también	está	en	África.
En	el	altiplano,	por	el	contrario,	los	restos	más	antiguos	son	de	fecha	mucho	más
reciente,	y	se	conocen	porque	por	su	propio	carácter	se	han	conservado	mucho
mejor	que	los	restos	enterrados:	el	arte	rupestre	y	los	megalitos.
En	varias	regiones	del	altiplano	y	las	llanuras	circundantes	(no	solo	en	Etiopía
sino	también	en	Eritrea,	Yibuti	y	Somalia)	se	conoce	arte	rupestre,	con	figuras	a
veces	grabadas,	pero	más	a	menudo	pintadas,	sobre	todo	de	animales,	en	paredes
de	roca	donde	las	figuras	son	bien	visibles.	Aunque	algunos	animales	podrían	ser
salvajes	por	su	forma,	la	gran	mayoría	son	claramente	domésticos:	vacas,	cabras,
ovejas,	caballos,	burros,	perros,	camellos,	etc.	Esto	quiere	decir	que	las	pinturas
son	ya	de	época	neolítica,	es	decir,	de	la	época	en	que	los	humanos	domesticaron
animales	y	comenzaron	a	practicar	la	agricultura.	En	Etiopia	no	hay	casi	desierto
ni	selva	tropical,pero	están	las	montañas	del	altiplano,	por	eso	la	difusión	del
Neolítico	tuvo	lugar	siguiendo	los	bordes	llanos,	en	especial	por	el	norte	en	las
zonas	áridas	costeras	de	Eritrea	y	luego	de	Somalia.	La	mayoría	de	las	pinturas
de	vacas	y	ovicápridos,	los	primeros	domésticos	que	llegaron,	se	conocen	en
esas	zonas	en	una	época	no	muy	precisa	(las	pinturas	se	fechan	muy	mal)	en
torno	al	3000	a.	C.	(Fraguas	Bravo,	2009).	Por	entonces	aparecen	las	primeras
cerámicas	en	yacimientos	que	también	tienen	útiles	líticos	(característicamente
pequeños	—microlitos—	como	era	usual)	que	indican	que	las	poblaciones	de
cazadores	adoptaron	la	ganadería,	probablemente	en	contacto	con	pastores
nómadas	que	venían	desde	el	cercano	y	cada	vez	más	desértico	Sudán,	con	toda
probabilidad	empujados	precisamente	por	esa	sequía	creciente	del	Sahara	que	le
llevaría	a	su	situación	actual	muy	pronto.	Las	primeras	vacas	que	llegaron	fueron
del	tipo	próximo-oriental,	que	habían	llegado	a	través	del	Nilo	desde	Asia
Occidental,	descendientes	de	los	antiguos	bóvidos	salvajes,	hoy	extintos,	los
uros	de	grandes	cuernos	(Bos	primigenius).	Con	posterioridad	llegaron	desde
Asia	meridional	los	cebús	(Bos	indicus),	de	menor	tamaño	y	con	una	prominente
joroba	(“buey	jorobado”),	que	por	adaptarse	mejor	al	clima	tropical,	es	hoy	el
tipo	de	vaca	más	frecuente	con	mucho	en	todo	África.	Otras	especies,	como
burros,	caballos	y	camellos	aparecieron	ya	en	época	aksumita	(Fernández
Martínez,	2007).
En	los	dos	primeros	milenios	antes	de	Cristo	sabemos	que	se	practicaba	la
agricultura	y	la	ganadería	de	especies	domésticas	en	la	zona	norte	del	macizo
etíope.	Estas	comunidades	conocían	la	cerámica	y	fabricaban	herramientas	de
piedra	tallada,	pero	no	habían	desarrollado	la	metalurgia.	Aunque	las
excavaciones	han	sido	escasas	y	es	un	período	mal	conocido,	hacia	el	siglo	VIII
a.	C.	existían	pequeños	asentamientos	de	casas	de	piedra	en	las	cercanías	de
Aksum	y	Asmara.
Las	primeras	especies	cultivadas	fueron	el	farro,	un	cereal	similar	al	trigo,	y	la
cebada,	ambas	importadas	probablemente	del	Suroeste	Asiático.	Aunque	los
datos	son	todavía	escasos,	parece	que	los	cereales	mediterráneos	llegaron	tarde	a
Etiopía,	poco	antes	del	cambio	de	era,	con	toda	probabilidad	siguiendo	el	curso
del	Nilo	desde	Egipto.	Posiblemente	se	conociese	también	el	teff,	aunque,	como
veremos,	su	cultivo	empezó	a	generalizarse	en	época	aksumita.	En	el	primer
milenio	antes	de	Cristo,	se	introdujo	el	cultivo	del	sorgo	y	el	mijo,	esta	última
especie	nativa	de	la	región.	A	finales	del	primer	milenio,	empezaron	a	explotarse
plantas	oleaginosas	como	el	lino	o	el	nug.
La	evolución	de	las	culturas	neolíticas	en	el	norte	culminó	con	la	aparición	de	la
civilización	aksumita	en	el	siglo	I	a.	C.	En	el	centro	y	el	sur	del	macizo	etíope,	la
prehistoria	—entendida	como	ausencia	de	historia	escrita—	se	extendió	hasta	el
siglo	XIV,	fecha	en	que	se	dejaron	de	erigir	los	grandes	megalitos	de	la	región.
1.3.	¿Punt	en	Etiopía?
La	legendaria	tierra	de	Punt	(Pwn.t,	en	egipcio	clásico)	se	menciona	en	fuentes
egipcias,	al	menos	desde	el	2500	a.	C.,	y	desaparece	de	los	registros	históricos	en
el	reinado	de	Tiberio,	hacia	el	14	d.	C.	El	rey	Sahura	de	la	Quinta	Dinastía	del
Reino	Antiguo	fue	el	primero	en	contactar	con	esta	región,	de	la	cual	los
egipcios	obtenían	bienes	como	marfil,	ébano,	incienso,	oro,	huevos	y	plumas	de
avestruz,	pieles	de	leopardo	o	monos,	entre	otros.	El	faraón	Pepy	II	(ca.	2278-
2247	a.	C.)	igualmente	comerció	con	Punt,	y	la	célebre	Historia	del	marinero
náufrago,	compuesta	sobre	el	2200	a.	C.	ocurre	en	un	lugar	que	bien	pudo	ser	la
isla	de	Dahlak	Kebir,	en	el	archipiélago	de	las	Dahlak	(Fattovich,	2018).
La	localización	de	Punt	ha	sido	objeto	durante	décadas	de	un	acalorado	debate
egiptológico,	si	bien	casi	todas	las	opciones	lo	localizan	hoy	en	el	Cuerno	de
África.	La	principal	fuente	que	describe	Punt	se	encuentra	en	los	relieves	del
templo	mortuorio	de	la	reina	Hatshepsut	(1507-1458	a.	C.),	en	Deir	el-Bahri.
Bajo	su	reinado	se	emprendió	una	gran	expedición	comercial	a	Punt	en	la	que
participaron	varios	navíos;	además,	los	peces	representados	nos	permiten	saber
que	debieron	surcar	el	mar	Rojo,	ya	que	son	especies	de	agua	salada	que	no
podrían	vivir	en	el	Nilo.	Los	relieves	representan	el	paisaje	puntita,	mostrando
un	terreno	montañoso	con	árboles	de	incienso	y	palmeras	de	la	Tebaida,	además
de	animales	como	rinocerontes,	jirafas	o	babuinos.	Las	casas,	construidas	sobre
postes	bajo	los	cuales	se	guardaba	el	ganado,	son	similares	a	ejemplos	del	África
Oriental	(Breyer,	2010).
En	el	texto	que	acompaña	a	los	relieves	se	habla	incluso	de	un	príncipe	llamado
Pal/rhu,	el	cual	estaba	casado	con	Ity.	La	etimología	de	ambos	nombres	es
desconocida,	sin	que	estén	emparentados,	a	priori,	con	las	lenguas	habladas	en	la
actualidad	en	la	región.	Más	interesante	resulta	el	nombre	que	se	le	da	a	los	habi-
tantes	de	la	región,	un	pueblo	eminentemente	pastoril,	los	hbsty.w.	Quizá	esta
podría	ser	la	forma	egipcia	de	referirse	a	los	habashat,	que	es	el	nombre	más
plausible	de	los	habitantes	del	norte	del	macizo	etíope	durante	el	primer	milenio
antes	de	Cristo	(Fattovich,	2018).
Frente	a	otras	hipótesis	que	ubicaban	a	esta	legendaria	tierra	en	la	costa	norte	de
Somalia	o	incluso	en	Yemen,	Rodolfo	Fattovich	(Fattovich,	1991,	2018;	Bard	y
Fattovich,	2018)	aportó	las	primeras	evidencias	arqueológicas	que	podrían
identificar	a	la	cultura	del	Gash	(ca.	2700-1800	a.	C.)	con	Punt.	Su	núcleo
abarcaría	un	amplio	espacio	geográfico	desde	la	bahía	de	Zula,	en	Eritrea,	hasta
el	valle	medio	del	Atbara	y	el	Gash,	ya	en	Sudán	(Fattovich,	2018).
Las	excavaciones	arqueológicas	en	el	puerto	egipcio	de	Mersa/Wadi	Gawasis,
del	que	solían	partir	las	expediciones	a	Punt,	han	reforzado	las	tesis	de	Fattovich.
El	hallazgo	de	fragmentos	cerámicos	de	origen	eritreo,	junto	con	restos
carbonizados	de	madera	de	ébano	del	macizo	etíope,	serían	evidencias	que
apuntarían	a	un	Punt	ubicado	en	Eritrea.	Asimismo,	una	estela	elaborada	durante
el	reinado	del	faraón	Amenhotep	III	(ca.	1831-1786	a.	C.)	nos	ha	permitido	saber
que	Punt	se	componía	de	dos	territorios:	Bia-Punt	y	Punt	(Bard	y	Fattovich,
2018).
Sus	yacimientos	arqueológicos	muestran	una	cultura	material	—especialmente
cerámica—	que	evidencia	relaciones	comerciales	intensas	con	Egipto,	Eritrea
(cultura	de	Ona),	Nubia	y	Yemen.	Además,	en	aquella	región	se	producían	o	se
podían	conseguir	fácilmente	los	productos	que	los	egipcios	describían	como
puntitas.	La	mayor	parte	de	los	asentamientos	ubicados	entre	los	ríos	Atbara	y
Gash	se	abandonaron	cuando	una	fuerte	sequía	afectó	al	noreste	africano,	lo	que
coincide	cronológicamente	con	el	debilitamiento	y	progresiva	extinción	del
comercio	de	Punt	con	Egipto	(Breyer,	2010).
1.4.	Antes	de	Aksum:	los	períodos	preaksumita
y	protoaksumita
En	el	primer	milenio	encontramos	comunidades	sedentarias	cuya	evolución	se	va
a	ver	estimulada	por	la	influencia	de	culturas	foráneas,	principalmente	de	Arabia
del	Sur.	Carlo	Conti	Rossini,	orientalista	italiano	centrado	en	los	estudios
etíopes,	escribió	en	1928	que	la	colonización	sudarábiga	de	la	parte	norte	del
macizo	etíope	supuso	la	introducción	de	numerosas	innovaciones	que	crearon
una	cultura	superior	y	acabaron	con	la	barbarie	existente	hasta	la	época	(Conti
Rossini,	1928).	Hoy	esta	teoría,	aceptada	con	gran	rapidez	y	vigente	hasta	fechas
relativamente	recientes,	ha	sido	desmontada	por	la	arqueología	y	la	epigrafía,
que	han	determinado	que	algunas	de	las	supuestas	innovaciones	supuestamente
importadas	desde	Arabia	ya	existían	en	la	región	mucho	tiempo	antes
(Phillipson,	2012).
El	estudio	de	este	período	ha	cambiado	mucho	en	las	últimas	décadas.
Inicialmente,	la	época	inmediatamente	anterior	a	Aksum,	que	coincidiría	con	el
primer	milenio	a.	C.,	se	denominaba	preaksumita,	mientras	que	aquellos
yacimientos	donde	había	restos	monumentales	relacionados	con	la	cultura
yemení	recibieron	el	nombre	de	etío-sabeos.	Este	período,	asimismo,	se
organizaba	cronológicamente	en	dos	etapas:	la	más	antiguase	denominaba
etíope-sabea,	y	la	más	reciente,	intermedia	o	de	transición	(hacia	el	Reino	de
Aksum),	que	abarcaría	los	cuatro	primeros	siglos	antes	de	Cristo.	Jacqueline
Pirenne,	además,	creó	una	cronología	corta	que	resultó	muy	popular	entre	los
años	cincuenta	y	sesenta.	En	ella	se	situaba	la	mayor	parte	de	los	materiales	y
yacimientos	en	la	segunda	mitad	del	primer	milenio	a.	C.	(Pirenne,	1956).
Anfray	(1990),	a	su	vez,	dividió	el	período	en	dos	etapas:	la	etío-sabea,	donde	la
influencia	sudarábiga	era	notable,	y	la	intermedia,	en	la	que	surge	una	tradición
cultural	local.	Fattovich,	tomando	como	base	la	secuenciación	estratigráfica	de
los	yacimientos	de	Yeha	y	Matara,	plantea	una	división	en	tres	períodos:	el
preaksumita	temprano,	el	preaksumita	medio	y	el	preaksumita	tardío	(Fattovich,
2010a).
Phillipson	(2012)	cree	que	estas	periodizaciones	artificiales	no	son	en	realidad
aplicables	al	período	a	estudiar,	principalmente	porque	ha	sido	escasamente
estudiado,	y	también	porque	no	tiene	en	cuenta	la	posible	convivencia	en	el
territorio	de	realidades	culturales	paralelas.	Así,	siguiendo	a	este	autor,	creemos
más	conveniente	dividir	el	primer	milenio	cronológicamente	en	dos	etapas:	el
período	preaksumita,	del	siglo	IX	al	IV	a.	C.,	y	el	protoaksumita,	del	IV	al	I
a.	C.;	Bard	y	Fattovich	afinan	más	las	fechas	de	este	último	período	basándose
en	el	análisis	de	la	cultura	material,	ubicándolo	entre	el	360	a.	C.	y	el	120-40
a.	C.,	justo	antes	de	la	aparición	de	Aksum	como	centro	urbano	(Bard	et	al.,
2014).
1.4.1.	Período	preaksumita:	del	siglo	IX	al	IV	a.	C.
Las	únicas	referencias	a	las	posibles	formaciones	políticas	de	este	período	nos
las	proporciona	la	epigrafía.	Concretamente,	siete	inscripciones,	todas	ellas
breves,	hablan	de	un	reino	de	DʿMT	(quizá	pronunciado	Daʿamat),	cuya
principal	influencia	foránea	eran	los	reinos	sudarábigos.	Dicha	formación
política	existió	entre	los	siglos	VIII	y	VII	a.	C.	Sus	reyes,	de	nombres	semitas,
usaban	el	título	sabeo	de	rey	(mukarrib)	y	se	afiliaban	a	la	tribu	de	YGʿḎ,
probablemente	relacionada	con	los	Agʿazi	que	dieron	su	nombre	al	ge’ez	(Sima,
2005).
Las	siete	inscripciones	cuentan,	a	su	vez,	con	su	propia	problemática,	al	ser
posible	que	no	hayan	sido	recogidas	en	su	ubicación	original.	Tres	de	ellas	se
encontraron	en	las	cercanías	de	Aksum,	mientras	que	las	otras	cuatro	proceden
del	este	del	Tigray,	estando	relacionadas,	posiblemente,	con	el	templo	de
Maqaber	Gaʿewa.	Curiosamente	ninguna	se	ha	encontrado	en	Yeha,	yacimiento
que	tradicionalmente	ha	sido	considerado	la	posible	capital	del	reino.
La	falta	de	más	datos	nos	impide	saber	con	certeza	si	DʿMT	fue	el	único	Estado
formado	en	la	región	en	esa	época	o	si	hubo	más.	En	dos	inscripciones,	una
hallada	en	Addi	Gelamo	y	la	otra	en	Addi	Kaweh,	donde	se	menciona	a	un
mukarrib	de	DʿMT	también	se	hace	referencia	a	otro	territorio	llamado	SB,	que
tradicionalmente	se	ha	identificado	como	Saba.	Si	este	SB	es	el	reino	sabeo,	que
ocupaba	parte	del	actual	Yemen,	es	difícil	de	precisar	dada	la	escasez	de	fuentes,
pero	podría	referirse	a	la	pretensión	del	monarca	de	DʿMT	de	ser	considerado
igualmente	mukarrib	de	Saba	—aunque	no	tuviese	de	facto	ningún	poder—,	algo
que,	como	veremos,	era	común	en	el	mundo	sudarábigo	y	en	el	posterior	Reino
de	Aksum.	Otra	posibilidad,	recogida	por	Phillipson	(2012)	es	que	se	tratase	de
una	referencia	a	los	sabeos	que	sirvieron	como	arquitectos	y	canteros	en	la
región,	cuestión	que	ha	aparecido	en	la	epigrafía	(RIE	26,	27	y	29),	y	que	podría
haber	servido	al	supuesto	mukarrib	para	indicar	una	relación	con	Arabia	del	Sur
que	habría	implicado	una	mejora	en	su	estatus	político.	Quizá	el	término	MKRB
signifique	“bendito”,	lo	que	nos	llevaría	a	pensar	que	quizá	no	se	tratase	de	un
gobernante	sino	de	una	figura	religiosa	(Drewes,	2003).
Mientras	el	concepto	de	DʿMT	podría	referirse	a	un	Estado,	es	posible	que
igualmente	hiciese	referencia	al	territorio	habitado	por	los	indígenas.	Finneran
(2007),	en	contra	de	lo	que	piensa	Phillipson,	ha	sugerido	una	identificación	del
término	DʿMT	con	todo	lo	preaksumita.
La	presencia	de	un	rey	(MLK)	llamado	WRN	HYWT	en	varias	inscripciones
recogidas	en	Yeha,	Kaskase	y	Seglamen	en	las	que	no	se	menciona	DʿMT	nos
lleva	a	pensar	que	quizá	pudo	existir	otra	entidad	política,	si	bien	es	cierto	que,
aunque	no	lo	mencione,	bien	pudo	ser	un	gobernante	de	DʿMT.	En	cualquier
caso,	parece	que	las	formaciones	políticas	de	este	período	duraron	poco	tiempo.
En	el	primer	período,	los	yacimientos	arqueológicos	se	organizan	en	dos	grupos:
asentamientos	de	élite	y	asentamientos	sin	elementos	de	élite.	Mientras	los
primeros	han	capitalizado	durante	décadas	la	atención	de	arqueólogos	e
historiadores,	quienes	se	han	centrado	en	establecer	paralelismos	entre	lo
sudarábigo	y	lo	etíope-sabeo,	los	segundos	han	sido	largamente	ignorados	hasta
finales	del	siglo	XX,	aportando	información	de	gran	interés	sobre	el	modo	de
vida	del	campesinado	que	fue,	sin	duda,	la	gran	mayoría	de	la	población.
Por	su	parte,	los	asentamientos	de	élite	se	ubican	en	emplazamientos	muy
fértiles	y	cuentan	con	estructuras	que	indican	su	importancia	como	centros
religiosos.	Yeha	es	el	yacimiento	arqueológico	más	célebre	de	esta	época,
principalmente	por	las	imponentes	ruinas	del	templo	de	Almaqah,	deidad	lunar.
Claramente	edificado	en	estilo	sabeo,	se	trata	de	una	gran	mole	de	planta
rectangular	de	15	metros	de	ancho	por	18,6	metros	de	largo.	Sus	muros,
compuestos	de	sillares	primorosamente	escuadrados,	se	elevan	hasta	una	altura
máxima	de	13	metros.	El	parecido	que	guarda	con	templos	como	el	de	Marib	se
acentúa	por	la	presencia	de	restos	de	un	pórtico	de	seis	pilares	del	que	apenas
quedan	vestigios.	Sus	ruinas	se	alzan	en	el	recinto	del	monasterio	de	Enda	Abba
Afse,	en	cuya	iglesia	es	visible	un	friso	de	íbices	que	probablemente	proceda	del
templo	(Anfray,	2014).
Imagen	1
templo	de	Yeha
Fuente:	Juan	José	Ruscalleda.
La	segunda	estructura	asociada	a	élites	en	Yeha	es	Grat	Be’al	Gebri,	excavado
por	primera	vez	por	Anfray	(Anfray,	1972).	Esta	gran	estructura,	construida	en
piedra	y	madera	y	de	la	que	solo	restan	los	cimientos,	se	cree	que	pudo	servir
como	palacio	o,	más	probablemente,	como	templo.	Dos	edificios	fueron
construidos	consecutivamente	en	el	lugar,	siendo	el	último	de	ellos	destruido	por
un	incendio.	Aunque	es	difícil	establecer	su	datación,	el	más	antiguo	podría	ser
tan	antiguo	como	el	templo	de	Almaqah.	Los	restos	más	importantes	son	el	gran
basamento	y	el	pórtico	de	ocho	pilares	(Anfray,	2014).
Otros	asentamientos	donde	encontramos	elementos	de	élite	son	Maqaber
Gaʿewa,	en	la	que	existen	los	restos	de	un	templo	a	Almaqah,	cuya	arquitectura
no	es	tan	refinada	como	el	de	Yeha,	aunque	la	colección	de	estatuas	halladas	en
él	es	destacable.	El	complejo	arqueológico	de	Melazo,	a	escasos	kilómetros	al
sureste	de	Aksum,	se	compone	de	dos	yacimientos:	Hawelti,	donde	además	de
varias	estelas	prismáticas	se	ha	encontrado	el	célebre	baldaquino	de	Hawelti,	una
pieza	de	influencia	oriental	de	gran	factura	técnica	que	pudo	servir	para	albergar
una	estatua	sedente	hallada	cerca;	y	Gobochela,	donde	los	restos	de	un	pequeño
edificio	se	han	interpretado	como	un	templo	a	Almaqah.	Kaskase,	en	Eritrea,
apenas	conserva	varios	pilares	cuadrados	de	piedra.
Los	asentamientos	sin	elementos	de	élite,	a	pesar	de	ser	coetáneos	con	los	de
élite,	no	cuentan	con	ninguna	de	las	características	relacionadas	con	el	mundo
sudarábigo	que	sí	aparecen	en	los	de	élite,	como	edificios	de	arquitectura
monumental,	inscripciones	o	cultural	material	que	evidencie	la	presencia	de	una
élite	social.	Son,	principalmente,	asentamientos	campesinos	con	una	cultura
material	acorde,	sin	apenas	restos	de	objetos	de	prestigio.
Uno	de	los	conjuntos	de	yacimientos	arqueológicos	sin	élite,	con	escasa	o	nula
presencia	de	elementos	sudarábigos,	lo	constituye	la	denominada	cultura	ona
antigua,	desconocida	hasta	comienzos	del	siglo	XXI,	y	cuya	existencia	se	ha
datado	entre	el	800	y	el	350	a.	C.	Sus	principales	yacimientos	se	concentranen
los	alrededores	de	la	capital	eritrea,	Asmara:	Sembel,	Ona	Gudo,	Mai	Chiot	y
Mai	Hutsa	(Curtis,	2009).
En	la	región	de	Aksum	se	ha	localizado	otro	conjunto	de	yacimientos
arqueológicos	coetáneos	a	los	de	la	cultura	ona	antigua,	con	los	que	comparte	la
ausencia	de	elementos	sudarábigos,	siendo	dos	de	los	más	importantes	el	de
Kidane	Mehret	y	el	de	Beta	Giyorgis,	una	colina	en	Aksum.
En	el	aspecto	religioso,	se	han	encontrado	inscripciones	que	mencionan	al	dios
LMQ,	identificado	con	el	dios	lunar	sudarábigo	Almaqah,	en	Yeha,	Maqaber
Gaʿewa	y	Gobochela.	Otra	deidad	del	mismo	origen,	ʿAstar,	aparece	en	otra
inscripción	encontrada	en	Yeha.	Asimismo,	han	aparecido	quemadores	de
incienso	con	el	símbolo	del	creciente	y	el	disco	lunar,	iconografía	que,	como
veremos,	seguirá	siendo	usada	posteriormente	en	los	primeros	siglos	del	Reino
de	Aksum.
Sobre	otros	posibles	cultos	en	las	zonas	no	influenciadas	por	lo	sabeo	no	se	ha
encontrado	nada	concluyente	que	permita	reconstruir	las	creencias	nativas,	o
bien	conocer	hasta	qué	punto	integraron	las	prácticas	religiosas	sudarábigas.	La
única	excepción	son	los	hallazgos	rituales	en	el	yacimiento	de	Sembel	Kushet	de
la	cultura	ona	antigua,	los	cuales	han	permitido	establecer	un	paralelismo	entre
los	rituales	celebrados	allí	y	las	actuales	ceremonias	de	Meskel,	especialmente
por	la	presencia	de	un	gran	depósito	de	cenizas	que	podría	estar	relacionado	con
rituales	de	paso	o	intensificación	(Schmidt,	2009).
La	cultura	material	arrojada	por	las	excavaciones	arqueológicas	realizadas	aporta
datos	muy	interesantes	sobre	la	vida	cotidiana	de	este	período.	Con	respecto	a	la
metalurgia,	solo	conocieron	la	del	cobre,	cuyos	restos	han	aparecido	siempre	en
contextos	funerarios	de	élite.	Destacan	aquí	las	marcas	de	identidad	halladas	en
varias	tumbas	de	Yeha,	cuya	forma	exterior,	generalmente	zoomorfa,	rodea	la
marca	del	dueño	que,	en	ocasiones,	muestra	caracteres	escritos.	Probablemente,
se	usasen	para	sellar	objetos	cerámicos	(Anfray,	1990).
La	cerámica	se	hacía	a	mano,	sin	torno.	Es	muy	similar	a	la	creada	en	la	misma
época	en	el	sur	de	Arabia,	lo	que	sugiere	un	origen	común	indeterminado	o,	al
menos,	una	posible	movilidad	de	alfareros	entre	ambas	regiones.	La	mayor	parte
de	los	restos	cerámicos	nos	hablan	de	piezas	pequeñas	destinadas	a	preparar	y
consumir	alimentos	y	bebidas.	Las	piezas	mayores	se	cree	que	se	usaban	para
almacenar	comida	o	líquidos.	La	industria	lítica,	por	su	parte,	se	compone	de
microlitos	y	piezas	talladas	de	uso	doméstico,	sellos	y	cuentas	de	collar
(Phillipson,	2012).
1.4.2.	Período	protoaksumita	(Siglos	IV-I	a.	C.)
Aunque	aún	poco	estudiados,	los	últimos	siglos	del	primer	milenio	antes	de
Cristo	atestiguan	varios	cambios	significativos	con	respecto	al	período	anterior.
Uno	de	ellos	es	el	reducido	número	de	inscripciones	generadas	en	este	período,
un	hecho	llamativo	si	se	compara	con	el	importante	corpus	creado	en	la	misma
época	en	Yemen.	Phillipson	(2012)	cree	que	esto	puede	deberse	a	una	mayor
independencia	en	el	desarrollo	cultural	entre	ambas	riberas	del	mar	Rojo.
Otro	cambio	significativo	es	que	se	atenúan	las	influencias	culturales	sabeas	al
tiempo	que	aumentan	las	procedentes	del	valle	del	Nilo.	Así,	la	cerámica
asociada	a	yacimientos	protoaksumitas	es	más	similar	a	la	producida	en	Kassala
(en	la	actual	frontera	entre	Sudán	y	Eritrea)	que	a	los	modelos	sudarábigos
(Phillipson,	2012).
Estos	cambios	han	sido	interpretados	por	Fattovich	como	el	colapso	de	la	cultura
preaksumita,	a	la	que	le	sucedería	un	Estado	protoaksumita.	Los	primeros	restos
asociados	a	esta	cultura	se	encuentran	en	el	monte	de	Beta	Giyorgis,	a	las	afueras
de	Aksum,	estando	datados	entre	los	años	400	y	50	a.	C.	Dentro	de	este
yacimiento,	se	distinguen	dos	áreas:	un	asentamiento	con	cementerio	dotado	de
objetos	de	prestigio,	y	los	cimientos	de	un	gran	edificio	con	reminiscencias	al	de
Grat	Bael	Gebri	de	Yeha	(Fattovich,	2010b).
Los	enterramientos	en	los	primeros	tiempos	de	este	período	se	componían	de	un
foso	de	unos	dos	metros	de	profundidad	cubiertos	por	una	plataforma,	en
muchos	casos	asociados	a	una	estela	de	factura	tosca	de	entre	2	y	3	metros	de
altura.	En	el	período	final,	las	tumbas	alcanzaron	una	profundidad	de	5	metros,	y
las	estelas	asociadas,	mejor	talladas,	alcanzaron	los	5	metros	de	altura.	Los
restos	humanos	aparecidos	en	las	plataformas	que	cubren	las	tumbas
evidenciarían,	según	Fattovich	(2010b)	la	práctica	de	sacrificios	humanos.	Las
estelas	funerarias,	que	posteriormente	adquirieron	gran	importancia	en	el	Reino
de	Aksum,	fueron	una	innovación	con	respecto	al	período	anterior	que	nos	habla
de	una	cultura	con	raíces	netamente	indígenas.	Sus	orígenes	podrían	estar,	al
igual	que	la	cerámica,	en	la	región	de	Kassala.
Para	explicar	el	tránsito	entre	el	segundo	período	y	Aksum,	resulta	igualmente
interesante	el	yacimiento	de	Beta	Samati,	cuyos	restos	han	empezado	a	ser
excavados	recientemente.	En	él,	su	dilatada	cronología,	que	abarca	desde	la
época	preaksumita	hasta	el	colapso	de	la	ciudad	hacia	el	siglo	VII	d.	C.,	ayuda	a
descartar	la	hipótesis	de	que	tras	el	final	del	primer	período	preaksumita	solo
sobrevivieron	pequeños	asentamientos.	Además,	se	observa	una	clara
continuidad	entre	la	cultura	material	preaksumita	y	la	aksumita	(Harrower	et	al.,
2019).
Capítulo	2
El	reino	de	Aksum
2.1.	Aksum	desde	sus	orígenes	hasta	el	reinado	de	Ezana	(Siglo	I	a.	C.-ca.
330	d.	C.)
El	Reino	de	Aksum	fue	una	entidad	política	cuya	existencia	se	desarrolló	entre
los	siglos	I	a.	C.	y	el	VII	de	nuestra	era,	si	bien	su	influencia	cultural	se	extendió
durante	las	siguientes	centurias	en	los	reinos	que	le	sucedieron.	La	organización
cronológica	de	un	período	tan	largo	de	tiempo	ha	evolucionado	merced	a	los
nuevos	descubrimientos	arqueológicos,	que	nos	han	permitido	afinar	las	fechas
gracias	a	la	cultura	material.	Originalmente,	la	historia	aksumita	se	dividía	en
dos	grandes	períodos:	precristiano	(siglo	I	a.	C.-mediados	del	IV	d.	C.),	y
cristiano	(mediados	del	siglo	IV-siglos	VII-VIII	d.	C.).	Munro-Hay	(1991a)
ofreció	a	comienzos	de	los	noventa	una	nueva	periodización	basada	en	la
numismática	y	en	la	epigrafía,	bautizando	cada	etapa	con	el	nombre	de	su
monarca	más	significativo:	período	1	(antes	de	Gadarat,	ca.	100	a.	C.-200	d.	C.),
período	2	(de	Gadarat	a	Endubis,	ca.	200-270	d.	C.),	período	3	(de	Endubis	a
Ezana	precristiano,	ca.	270-330	d.	C.),	período	4	(Ezana	cristiano	a	Kaleb,	ca.
330-520	d.	C.),	período	5	(después	de	Kaleb,	ca.	520-630	d.	C.)	y	período	6
(después	del	fin	de	la	acuñación	de	moneda,	ca.	630	d.	C.).	Más	recientemente,
Bard	y	Fattovich	han	ofrecido	una	nueva	cronología	basada	en	los	restos	de
cultura	material	hallados	hasta	la	fecha	en	la	capital.	Así,	distingue	cinco	fases:
fase	proto-aksumita	(360	a.	C.–120-40	a.	C.),	Aksumita	1	(120-40	a.	C.-130–190
d.	C.),	Aksumita	2	(130-190-360-400	d.	C.),	Aksumita	3	(360-400–550-610
d.	C.)	y	Aksumita	4	(550-610–800-850)	(Bard	et	al.,	2014).
Los	orígenes	de	la	ciudad	de	Aksum,	germen	del	reino	al	que	daría	su	nombre,
se	encuentran	en	el	asentamiento	protoaksumita	de	Ona	Negast,	en	lo	alto	del
monte	de	Beta	Giyorgis.	La	población	del	asentamiento	original	se	trasladó	al
valle	ubicado	entre	dicha	colina	y	la	de	Mai	Qoho	en	el	siglo	I	de	nuestra	era,
naciendo	así	la	ciudad	de	Aksum.	Aunque	nuestro	conocimiento	de	esta	época
formativa	aún	es	muy	pobre,	parece	que	la	ciudad	empezó	a	crecer,	absorbiendo
entidades	políticas	vecinas	en	los	albores	del	primer	milenio	(Phillipson,	2012).
La	presencia	de	la	ciudad	actual	sobre	el	solar	de	la	vieja	capital	nos	impide,	en
muchos	casos,	realizar	excavaciones	arqueológicas	que	ayuden	a	aclarar	cuál	fue
el	desarrollo	del	asentamiento	durante	los	primeros	siglos	de	nuestra	era.	Su
emergencia	como	Estado	permanece,	igualmente,	entre	brumas,	sin	que	podamos
precisar	cuál	era	la	extensión	exacta	de	sus	dominios.
De	acuerdo	con	Munro-Hay	(1991a),	es	posible	que	el	primigenio	Estado
aksumita	fuese	en	origen	una	coalición	de	tribus	que	acabaron	aceptando	la
autoridadde	un	rey,	o	bien	que	una	de	las	tribus	originales	acabase
imponiéndose	sobre	el	resto.	Sabemos	que	los	reyes	aksumitas	incluían	en	sus
inscripciones	los	nombres	de	numerosos	territorios	sobre	los	que	gobernaban,
ocupados	por	tribus	vecinas	que	en	algunos	casos	organizaron	rebeliones	contra
el	poder	central.	El	etnónimo	Habashat,	del	que	procede	la	palabra	Abisinia,
designaba	originalmente	a	los	habitantes	del	Tigray	oriental,	pero	acabó
transformándose	en	el	término	que	englobaba	a	todos	los	ciudadanos	aksumitas.
El	Periplo	del	Mar	de	Eritrea,	una	obra	compuesta	en	el	primer	siglo	de	nuestra
era	en	su	cronología	más	temprana,	aporta	la	primera	referencia	al	reino	por	una
fuente	extranjera.	Su	autor,	un	mercader	anónimo,	deseaba	concentrar	en	un
librito	la	información	más	importante	relativa	a	los	principales	puertos	de	la
cuenca	del	océano	Índico.	A	la	hora	de	hablar	de	Aksum,	menciona	al	puerto	de
Adulis,	la	ciudad	de	Koloe,	hoy	sin	localizar,	y	la	propia	ciudad	de	Aksum.	El
principal	bien	de	interés	producido	en	el	territorio	fue	el	marfil,	un	recurso	de
lujo	muy	demandado	en	los	mercados	mediterráneos.	De	hecho,	Phillipson
(2012)	alega	que	su	exportación,	la	cual	debió	aportar	pingües	beneficios	a	las
arcas	del	naciente	Estado,	pudo	estar	detrás	del	ascenso	aksumita.	Otro	dato
interesante	aportado	por	el	Periplo	es	la	mención	que	hace	del	primer	gobernante
aksumita	que	conocemos,	Zoskales,	quien	pudo	ser	el	gobernador	del	puerto	de
Adulis	o,	quizá,	la	versión	helenizada	de	un	rey	que	aparece	en	las	listas	reales
de	Aksum,	Za-Hekale	(Anfray,	1981).
¿Existieron	otros	reinos	vecinos	en	la	etapa	formativa	de	Aksum?	Las	dos	únicas
evidencias	de	esto	son	sendas	inscripciones,	ambas	halladas	cerca	de	las	ruinas
de	Matara,	en	Eritrea.	En	la	de	Anza	se	dice	que	el	rey	de	ʾGB	ordenó	la
erección	de	la	estela,	mientras	que	en	la	de	Safra	se	habla	del	reino	de	DWLY.
No	existen	más	referencias	a	ambas	entidades,	las	cuales	probablemente
existieron	durante	los	tres	primeros	siglos	de	nuestra	era,	hasta	que	en	el	siglo	III
probablemente	fueron	anexionadas	al	creciente	Estado	aksumita	(Phillipson,
2012).
La	primera	inscripción	nativa	que	menciona	a	un	rey	de	Aksum	ha	sido	datada
en	el	200	d.	C.	Grabada	en	una	aleación	de	cobre,	nombra	a	un	negus	o	rey
llamado	GDR,	cuyo	nombre	es	similar	al	GDRT,	igualmente	rey	de	Aksum,	que
es	mencionado	en	una	inscripción	hallada	en	el	sur	de	Arabia.	Esto	nos	sirve
para	introducir	la	cuestión	de	la	intervención	aksumita	en	la	región	árabe
meridional,	la	cual	empezó	en	el	siglo	III	y	concluyó	en	el	siglo	VI,	si	bien
parece	que	con	intermitencias.	En	cualquier	caso,	es	un	período	mal	conocido
dada	la	escasez	de	fuentes.
Los	aksumitas	establecieron	un	área	de	influencia	entre	Adén	y	Najran.	No	es
posible	conocer	con	certeza	qué	grado	de	control	mantuvieron	sobre	la	región
del	sur	de	Arabia,	aunque	sabemos	que	dominaron	directamente,	al	menos,	la
ciudad	de	Najran,	la	cual	estuvo	bajo	el	mando	de	un	prefecto	de	nombre	ʿQB,
un	término	que	no	es	ge’ez,	y	la	región	de	Maʿafir,	al	sur	de	Taʿiz	(Robin,	1989).
En	total	existen	29	inscripciones	sudarábigas	que	reflejan	la	presencia	abisinia
en	la	región,	mencionando	a	cuatro	reyes	aksumitas,	GDRT,	ADBH,	ZQRNS	y
DTWNS,	que	gobernaron	en	el	siglo	III.	El	contexto	en	que	estas	inscripciones
fueron	grabadas	fue	las	guerras	que	se	libraban	en	aquel	momento	en	Yemen
entre	los	reinos	de	Saba,	Hadramaut,	Himyar	y	Qataban.	En	dichas	luchas
participaron	los	aksumitas,	llamados	Habashat	por	los	árabes,	quienes	pretendían
imponer	su	dominio	a	fin	de	controlar	el	comercio	regional	(Robin,	1989).
A	finales	del	siglo	II,	Hadramaut	había	anexionado	Qataban.	Saba	intentó	hacer
lo	mismo	a	comienzos	del	siglo	III	con	Himyar,	la	más	nueva	de	las	entidades
políticas	sudarábigas.	En	un	conjunto	epigráfico	aparecido	en	el	templo	de
Mahram	Bilqis,	en	Marib	(Yemen)	se	menciona	a	los	reyes	GDRT	y	ADBH.
Según	parece,	el	rey	de	Saba	ʿAlhan	Nahfan	se	alió	con	el	aksumita	GDRT
(vocalizado	generalmente	como	Gadarat)	para	derrotar	a	los	himyaritas,	aunque
sus	hijos	abandonaron	dicha	alianza	por	temor	a	los	abisinios,	cuyo	poder
empezaba	a	crecer	al	otro	lado	del	mar	Rojo.	Durante	el	conflicto	acaecido	hacia
el	240	en	Saba	y	Dhu-Raydan,	donde	dos	dinastías	competían	por	el	trono,
Aksum	tomó	partido	por	uno	de	los	candidatos,	Shamir	Yuhamid,	rey	de	Himyar,
quien	pidió	ayuda	al	rey	ADBH.	Otra	inscripción	del	reinado	de	Karibil	Ayfaʿ
menciona	una	invasión	aksumita	liderada	por	un	hijo	del	rey	—su	nombre	no
quedó	registrado—	acompañado	por	tropas	de	al-Maʿafir	(Munro-Hay,	1991a).
El	crecimiento	del	poder	himyarí	a	finales	del	siglo	III	puso	en	riesgo	los	planes
aksumitas	para	el	sur	de	Arabia,	lo	que	forzó	una	nueva	invasión	del	país	por
DATWNS	(Datawnas)	y	ZWRNS	(Zaqarnas)	entre	el	260	y	el	270	d.	C.	Himyar,
en	cualquier	caso,	a	finales	de	siglo	conquistó	Saba	y	Hadramaut,	poniendo	fin	a
la	hegemonía	abisinia	en	la	región.	Si	los	aksumitas	mantuvieron	algún	territorio
al	otro	lado	del	mar	Rojo	nos	es	desconocido,	aunque	es	plausible	que	pudiesen
conservar	algunos	puertos	(Munro-Hay,	1991a).
Volviendo	a	los	territorios	africanos	de	Aksum,	otro	nombre	de	rey	del	siglo	III
que	conocemos	es	el	de	Sembrouthes,	si	bien	la	autenticidad	de	la	única
inscripción	en	que	es	mencionado	ha	sido	recientemente	puesta	en	duda
(Kasantchis,	2013).	Cosmas	Indicopleustes	recoge	en	su	descripción	del	puerto
de	Adulis	la	inscripción	de	un	trono	conmemorativo	y	de	una	estela,	el
denominado	Monumentum	Adulitanum,	con	un	texto	en	griego,	hoy	perdido,
que	habla	de	un	rey	que	podría	haber	gobernado	en	el	siglo	III.	El	nombre	del
rey	no	se	conservaba	cuando	Cosmas	visitó	Adulis,	o	bien	se	había	perdido	al
estar	posiblemente	dañada	la	inscripción.	Sea	como	fuere,	este	monarca
intervino	en	el	sur	de	Arabia	en	el	vigésimo	séptimo	año	de	su	reinado,
probablemente	en	la	primera	mitad	del	siglo	III	(Fiaccadori,	2007).
La	creciente	prosperidad	comercial	del	reino	motivó	que	a	mediados	del	siglo	III
diese	comienzo	la	acuñación	de	moneda,	siendo	el	primer	reino	del	África
subsahariana	en	hacerlo	hasta	su	fin	en	el	siglo	VII.	El	primer	negus	en	emitir
moneda	fue	Endubis,	que	empleó	como	modelo	el	sistema	monetario	romano.
Las	monedas	aksumitas	se	acuñaron	en	oro,	plata	y	cobre.	Son,	además,	nuestra
única	fuente	de	información	sobre	algunos	reyes,	ya	que	solo	aparecen
mencionados	en	ellas.	Del	mismo	modo,	podemos	clasificarlas	en	dos	grandes
grupos:	las	precristianas	(ca.	250-ca.	330),	que	muestran	el	símbolo	del	disco	y
el	creciente,	y	las	cristianas	(ca.	330-ca.	650),	que	empezaron	a	ser	acuñadas	en
la	época	del	rey	Ezana,	el	primero	en	adoptar	el	cristianismo	como	religión
oficial	y	en	introducir	el	símbolo	de	la	cruz	en	las	monedas.	Gracias	a	la
numismática,	sabemos	que	hubo	cinco	reyes	precristianos	antes	de	Ezana	(ca.
320-ca.	360):	Endubis,	Aphilas,	Wazeba,	Ella	Amida	I	y	Ousanas	I	(Munro-Hay
y	Juel-Jensen,	1995).
Las	monedas	no	nos	permiten	datar	con	precisión	los	años	de	reinado	de	cada
uno	de	ellos.	En	el	último	tercio	del	siglo	III,	época	probablemente	coincidente
con	los	reinados	de	Endubis	y	Aphilas,	como	hemos	comentado,	los	himyaritas
acabaron	por	imponer	su	dominio	sobre	el	sur	de	Arabia	al	conquistar	Saba	y
Hadramaut,	conjurando	el	peligro	aksumita.	La	escasez	de	monedas	de	Wazeba
indican	un	reinado	corto,	si	bien	el	hecho	de	que	algunas	de	ellas	tengan	la
inscripción	en	ge’ez	y	no	en	griego,	como	venía	siendo	habitual,	evidencia	un
posible	interés	en	extender	su	uso	en	los	mercados	locales,	ya	que	hasta	entonces
la	moneda	se	utilizaba	sobre	todo	para	el	comercio	internacional	(Munro-Hay,
1991a).
Ella	Amida	I	es	el	siguiente	rey	del	que	se	conserva	moneda.	Aunque	apenas
contamos	con	datos	sobre	su	reinado,	fue	probablemente	durante	su	reinado
cuando	los	considerados	padres	del	cristianismo	etíope,	Frumencio	y	Edesio,
alcanzaron	las	costas	de	Aksum.	Munro-Hay	(1991a)	y	otros	autores	le	han
identificado	con	Ousanas	I,	aseverando	que	seguramente	se	tratase	de	la	misma
persona,apoyándose	en	una	posible	tradición	de	los	monarcas	aksumitas	de
adoptar	un	nuevo	nombre	al	ascender	al	trono,	la	cual	fue	mantenida
posteriormente	por	numerosos	reyes	etíopes.	Hoy	en	día	esta	posibilidad	se	ha
descartado;	de	hecho,	Ella	Amida	I	sería	el	padre	de	Ousanas	I	y	de	Ezana
(Fiaccadori,	2010).
Ousanas	I	es	el	último	rey	conocido	antes	de	Ezana	en	la	numismática.	La
inscripción	RIE	186	(DAE	8),	fragmentada	por	la	parte	en	que	se	indica	quién
ordenó	su	grabado,	es	ahora	atribuida	a	este	rey	dado	que	sí	se	preserva	que	era
hijo	de	Ella	Amida.	En	ella	se	mencionan	a	varios	reyes	que	se	sometieron	a
Aksum	mediante	el	pago	de	tributos	(Agwezat	y	Gabaz),	mientras	otros	fueron
sometidos	manu	militari	(MTT,	entre	otros).	Probablemente	fuese	el	hermano
mayor	de	Ezana	quien	le	sucedió	tras	su	temprana	muerte,	la	cual	explica	la
escasez	de	monedas	acuñadas	bajo	su	nombre.
Dos	inscripciones	en	griego,	muy	fragmentarias,	halladas	en	las	ruinas	de	Meroe
(RIE	286	y	RIE	286a)	hablan	de	un	rey	de	Aksum	y	Himyar	que	conquistó	la
ciudad.	Al	menos	una	de	ellas	pudo	formar	parte	de	un	conjunto	más	grande,	un
trono	conmemorativo	del	triunfo,	similar	a	los	que	existieron	en	la	capital.	Si
bien	no	se	conserva	el	nombre	del	rey	aksumita	que	ocupó	Meroe,
tradicionalmente	se	ha	atribuido	esta	conquista	a	Ezana	(ca.	330-360).	Dado	que
dichas	inscripciones	han	sido	datadas	entre	finales	del	siglo	III	y	mediados	del
siglo	IV,	y	que	en	una	de	ellas	se	menciona	al	dios	de	la	guerra	Mahrem,	es
plausible	que	la	toma	de	Meroe	fuese	obra	de	Ousanas	I	—o	incluso	de	su	padre,
Ella	Amida—	y	no	de	Ezana	quien,	como	veremos,	intervino	en	la	región	tras	su
conversión	al	cristianismo	(Zach,	2007).	Esta	campaña	pudo	ser	el	golpe	final	en
el	largo	proceso	de	la	decadencia	de	la	cultura	meroítica,	que	cesó	de	existir	a
mediados	del	siglo	IV.
Imagen	2
Parque	de	las	estelas	de	Aksum
Fuente:	Mario	Lozano	Alonso.
Fue	en	esta	época	cuando	se	erigieron	en	la	capital	aksumita	las	grandes	estelas
que	han	hecho	famosa	a	la	urbe,	asociadas	a	las	tumbas	reales	ubicadas	debajo
de	la	colina	de	Beta	Giyorgis.	Las	más	importantes	fueron	talladas	en	sienita
entre	finales	del	siglo	III	y	mediados	del	IV,	cuando	dejaron	de	erigirse	por	la
adopción	del	cristianismo	en	el	340.
Las	tres	estelas	más	grandes	se	encuentran	alineadas	en	dirección	este-oeste,
estando	esculpidas	en	todos	sus	lados,	a	excepción	de	la	número	1,	que	tiene	sin
labrar	su	cara	norte.	El	conjunto	estaba	diseñado	para	mirar	hacia	la	ciudad,
buscando	probablemente	impresionar	a	los	ciudadanos	que	alcanzaban	la
explanada.	Los	motivos	decorativos	representan	lo	que	se	ha	interpretado	como
un	palacio,	ya	que	en	el	nivel	inferior	muestran	una	puerta	falsa,	mientras	los
superiores	representan	ventanas	y	detalles	como	los	finales	de	viga	de	madera
denominados	cabezas	de	mono,	característicos	de	la	arquitectura	aksumita.	En	la
cúspide,	de	forma	semicircular,	se	conservan	los	restos	de	los	enganches	de
hierro	que	sustentaban	posiblemente	una	placa	hecha	de	algún	metal	precioso
(Munro-Hay,	1991a).
La	estela	número	1,	la	más	oriental,	además	de	no	estar	esculpida	por	todos	sus
lados	es	la	más	baja	de	las	tres	principales	(solo	20,6	metros)	y	la	que	menos
pesa,	solo	160	toneladas.	Su	decoración	solo	representa	nueve	pisos.	La	estela
número	2	alcanza	los	24,6	metros	de	altura	y	pesa	170	toneladas.	Esculpida	en
sus	cuatro	caras	que	representan	once	pisos,	en	el	siglo	X	fue	derribada
deliberadamente,	fragmentándose	en	cinco	pedazos.	Sus	restos	fueron
expoliados	durante	la	ocupación	italiana	y	llevados	a	Roma,	donde	estuvo	en	la
plaza	de	Porta	Capena	hasta	su	devolución	a	Etiopía	en	2005.	La	número	3	es	la
más	grande	del	conjunto.	Con	33	metros	de	altura	y	520	toneladas	de	peso,	es
posiblemente	el	monolito	más	grande	labrado	por	el	hombre.	Sin	embargo,	yace
rota	desde	el	día	en	que	intentó	ponerse	en	pie.	Su	decoración	muestra	trece
pisos.	Marca	el	lugar	de	una	majestuosa	tumba	doble,	de	la	cual	únicamente	se
ha	excavado	la	oeste.	Sus	diez	cámaras	dan	a	un	pasillo	central	que	organiza	el
espacio.	El	radiocarbono	ha	datado	esta	impresionante	estructura	a	mediados	del
siglo	IV,	por	lo	que	probablemente	fue	erigida	para	Ezana	o	su	inmediato
predecesor,	Ousanas.
2.2.	El	rey	Ezana:	el	auge	de	un	imperio	mercantil
Ezana	es,	junto	con	Kaleb,	el	más	célebre	de	los	reyes	de	Aksum,	en	gran
medida	por	ser	el	responsable	de	la	conversión	del	país	al	cristianismo.	Sucedió
a	su	hermano	Ousanas	I	hacia	el	330,	sin	que	podamos	saber	la	fecha	exacta
dado	que	ninguna	fuente	la	ha	registrado.
La	conversión	al	cristianismo	de	este	monarca,	que	discutiremos	más	abajo,	se
produjo,	de	acuerdo	con	la	tradición,	en	el	333	de	la	era	etíope	(EE)	esto	es,	el
340.	Esto	permite	dividir	su	reinado	en	un	período	precristiano,	de	marcado
carácter	militar,	y	otro	cristiano.
La	colección	epigráfica	que	nos	ha	legado	este	monarca	se	compone,	en	total,	de
once	inscripciones,	alcanzando	las	dieciséis	si	le	adjudicamos	aquellas	en	las	que
se	tiene	dudas	sobre	su	atribución.	En	ellas	se	detallan	cuatro	campañas	militares
que	se	ejecutaron	durante	su	reinado.
Las	tres	primeras	campañas	se	produjeron	durante	el	primer	período,	el
precristiano.	La	campaña	contra	los	Beja	quizá	se	produjo	durante	la	minoría	de
edad	del	rey,	dado	que	no	comandó	las	tropas.	Su	éxito,	que	acabó	con	la
deportación	de	dicho	pueblo,	fue	registrado	en	seis	inscripciones.	La	victoria
sobre	los	Agwezat	se	obtuvo	tras	la	segunda	campaña,	mientras	que	en	la	tercera
sometió	a	los	Afan.
La	conversión	al	cristianismo	de	Ezana	la	conocemos	a	partir	de	varias	fuentes,
tanto	literarias	como	epigráficas	y	numismáticas.	En	la	tradición	literaria	existen
dos	fuentes	similares	que	divergen	en	algunos	aspectos.	Rufino	de	Aquilea
(344/345-411),	monje	e	historiador,	escribió	el	relato	de	la	conversión	al
cristianismo	a	partir	de	la	versión	que	le	dictó	Edesio	(Edesius),	uno	de	los
protagonistas	del	hecho,	la	cual	coincide,	a	grandes	rasgos,	con	la	tradición
recogida	en	el	Sinaxario	de	la	iglesia	local.	Combinando	ambos	relatos,	sabemos
que	un	filósofo	de	nombre	Meropio	organizó	una	expedición	que	pretendía
alcanzar	la	India.	En	el	viaje	de	vuelta,	al	hacer	escala	en	un	puerto,	fueron
asaltados	por	un	grupo	de	bárbaros.	Los	dos	únicos	supervivientes	del	ataque,
dos	jóvenes	tirios	llamados	Frumencio	(Frumentius-Fremnatos)	y	Edesio
(Edesius-Edesyos)	fueron	llevados	a	la	presencia	del	rey.	Ambos	entraron	a
servir	como	cortesanos,	en	el	caso	de	Frumencio	como	guardián	de	la	ley	y	del
archivo	real,	y	en	el	de	Edesius	como	copero	real.	A	la	muerte	del	rey	Ella
Amida,	la	reina	regente	Sofya	encargó	a	los	tirios	la	educación	del	futuro
monarca,	aún	niño,	a	quien	enseñaron	los	salmos	mientras	obtuvieron	permiso
para	la	construcción	del	primer	oratorio	cristiano	del	país.	Cuando	este	alcanzó
la	mayoría	de	edad,	Frumencio	y	Edesio	fueron	liberados	de	sus	obligaciones.
Edesio	pidió	permiso	para	volver	a	su	tierra	natal,	mientras	que	Frumencio	partió
a	Alejandría	para	solicitar	el	envío	de	un	obispo	que	se	hiciese	cargo	de	la
creciente	comunidad	cristiana	aksumita.	El	patriarca	Atanasio	lo	consideró	la
persona	más	apropiada	para	el	cargo,	ordenándole	obispo	para	acto	seguido
enviarle	a	Aksum	como	primer	abuna,	cabeza	de	la	iglesia	local	(Budge,	1928).
En	el	texto	del	Sinaxario	se	dice	que	la	conversión	fue	obra	de	dos	hermanos	que
reinaron	juntos,	Abreha	y	Atsbeha,	a	quienes	se	ha	querido	identificar	con	Ezana
y	su	hermano	Saizanas.	Sin	embargo,	lo	más	probable	es	que	sea	una	corrupción
que	une	los	nombres	de	dos	personajes	históricos	muy	célebres	del	siglo	VI:
Abraha,	quien	se	hizo	con	el	control	de	Yemen,	y	Ella	Atsbaha,	el	rey	Kaleb.
Otra	fuente	coetánea,	la	Apologia	ad	Constantium	Imperatorem	de	Atanasio
(356),	menciona	una	carta	enviada	por	el	emperador	Constancio	II	(337-361)	a
los	reyes	de	Aksum	Ezana	y	Saizanas	exigiéndoles	que	enviasen	a	Frumencio	a
Alejandría	a	fin	de	que	fuese	examinado	por	el	nuevo	patriarca	arriano	de	la
ciudad,	Jorge	de	Capadocia.	La	demandafue,	en	todo	caso,	ignorada.
En	la	colección	epigráfica	el	nombre	del	rey	que	se	convierte	es	claramente
Ezana,	En	ella	se	observa	un	cambio	gradual	desde	la	religión	tradicional
aksumita	hacia	el	cristianismo.	Mientras	en	las	primeras	inscripciones	Ezana	se
reconoce	como	hijo	del	invencible	dios	de	la	guerra	Mahrem,	en	las	RIE	189	y
190,	dedicadas	a	la	campaña	contra	los	Noba	y	Kasu,	se	menciona	el	apoyo
recibido	por	el	Señor	del	Cielo	y	de	la	Tierra	(Egziabeher),	quizá	el	primer
intento	en	traducir	el	nombre	del	Dios	cristiano	al	ge’ez.	Esta	ambigüedad	puede
deberse	a	que	el	rey	no	quisiera	hacer	una	profesión	de	fe	que	ofendiese	a	sus
súbditos,	aún	seguidores	mayoritariamente	de	la	religión	local.	En	cambio,	en	la
inscripción	RIE	271,	probablemente	grabada	hacia	el	359,	el	texto	es	claramente
cristiano,	con	una	alusión	a	la	Trinidad.
En	la	numismática	el	cambio	es	igualmente	evidente.	En	este	caso,	las	primeras
monedas	acuñadas	por	Ezana	muestran	el	antiguo	símbolo	del	disco	solar	y	el
creciente	lunar,	asociados	a	las	divinidades	precristianas.	Pero	tras	la	conversión,
este	símbolo	fue	reemplazado	por	cruces	griegas	que	evidencian	el	cambio
religioso	(Munro-Hay	y	Juel-Jensen,	1995).
En	política	exterior,	Ezana	mantuvo	entre	sus	intitulaciones	la	de	rey	de	varios
territorios	en	el	sur	de	Arabia	—Himyar,	Saba	y	Dhu-Raydan—	que	sabemos
con	certeza	que	no	controlaba,	pero	que	reclamaba	para	sí.	Sin	embargo,	es
posible	que	los	aksumitas	tuvieran	bajo	su	control	algún	puerto	en	la	costa
sudarábiga.
Mapa	1
El	reino	de	Aksum	y	el	Cuerno	de	África	en	el	siglo	IV
Fuente:	Elaboración	propia.
Con	respecto	al	territorio	de	Meroe,	si	consideramos	que	fue	Ousanas,	su
hermano,	quien	conquistó	dicha	ciudad,	parece	que	Ezana	continuó	su	obra.	En
su	primera	inscripción	cristiana	(RIE	189),	se	narra	una	campaña	punitiva	contra
Kasu	(Kush)	y	Noba	que	se	saldó	con	victoria	para	los	aksumitas.	Para
conmemorar	su	triunfo,	ordenó	erigir	un	trono	conmemorativo	en	la	confluencia
de	los	ríos	Atbara	y	Nilo	Azul.
Esta	expansión	aksumita	hacia	el	valle	del	Nilo	por	el	del	río	Atbara	no	parece
que	fuese	seguida	de	una	ocupación	permanente,	ya	que	los	restos	aksumitas	en
Meroe	son	muy	escasos.	Puede	ser	que	los	aksumitas	impusiesen	alguna	forma
de	soberanía	sobre	los	gobernantes	del	espacio	posmeroítico,	cuyo	solar	fue
ocupado	por	el	reino	de	Alodia	a	partir	del	siglo	VI	(Zach,	2007).	Sergew	Hable
Selassie	cree	que,	dado	que	en	una	inscripción	de	Kaleb	(siglo	VI)	se	indica	que
Noba	pagaba	tributo	a	Aksum,	es	posible	que	dicho	pago	se	instituyera	dos
siglos	antes,	concretamente	tras	la	conquista	de	Ezana	(Sergew	Hable	Sellassie,
1972).
Tras	la	muerte	de	Ezana,	acaecida	alrededor	del	360,	le	sucedieron	una	serie	de
reyes	de	los	que	solo	conocemos	sus	nombres	gracias	a	las	monedas	que
acuñaron.	Su	sucesor,	MHDYS	(Mehadeyis),	emitió	monedas	de	cobre	con	la
cruz	y	el	lema	constantiniano	“con	este	signo	vencerás”.	La	secuencia	de	reyes,
de	acuerdo	con	Munro-Hay	(1991a),	sería	la	siguiente:	Mehadeyis	y	Ouazebas,
quienes	gobernarían	presumiblemente	antes	del	400;	Eon,	Ebana,	Nezana,
Nezool,	ya	en	el	siglo	V;	y	Ousas	y	Ousanas	II,	ya	a	caballo	entre	los	siglos	V	y
VI.	Ousas	y	Ousanas	II,	considerados	tradicionalmente	el	mismo	rey	dadas	las
similitudes	de	las	monedas	acuñadas,	hoy	se	cree	que	fueron	dos	monarcas
diferentes.
El	siglo	V	permanece,	por	tanto,	pobremente	conocido	ante	la	falta	de	fuentes
que	nos	informen	de	cómo	era	la	situación	política.	A	juzgar	por	la	simbología
empleada	en	las	monedas	no	parece	que	hubiese	ninguna	restauración	del
paganismo.	La	presencia	de	versículos	bíblicos	en	la	inscripción	del	rey	Kaleb
de	Marib	(RIE	195,	primera	mitad	del	siglo	VI)	indica	una	temprana	traducción
de	la	Biblia	al	ge’ez,	la	lengua	local.
Las	zonas	rurales	tardaron	más	en	aceptar	la	nueva	religión.	Su	evangelización
avanzó	mucho	con	la	llegada	de	los	Nueve	Santos,	un	grupo	de	monjes
procedentes	del	Imperio	bizantino.	Cada	uno	de	ellos	fundó	un	monasterio,
regidos	por	la	regla	de	San	Pacomio,	algunos	de	ellos	en	las	cercanías	de	Aksum
(Abba	Pantalewon	y	Abba	Liqanos),	mientras	otros	se	edificaron	en	centros
cultuales	anteriores,	como	el	de	Abba	Aftse	en	Yeha,	junto	al	gran	templo.
Aunque	sus	obras	nos	son	únicamente	conocidas	a	través	de	sus	hagiografías	—
la	más	antigua	que	se	conserva	es	del	siglo	XIV—,	es	plausible	que	llegasen	a
Etiopía	entre	mediados	del	siglo	V	y	el	siglo	VI.	La	causa	de	su	llegada	se
encuentra	en	el	Concilio	de	Calcedonia	del	451,	en	el	que	se	condenó	el
monofisismo,	doctrina	seguida	por	la	Iglesia	alejandrina	y,	por	ende,	la	aksumita.
Los	Nueve	Santos	probablemente	escapasen	de	territorios	romanos	hostiles	hacia
el	monofisismo,	asentándose	en	Aksum	para	ayudar	en	el	proceso	evangelizador.
En	aquel	momento	gobernaba	Ella	Amida	II	—no	confundir	con	el	padre	de
Ousanas	I	y	Ezana—,	quien	vivió	a	caballo	entre	los	siglos	V	y	VI.	Ella	Amida
II	fue	sucedido	por	Tazena,	padre	del	rey	Kaleb.	De	nuevo,	la	parquedad	de
fuentes	nos	priva	de	cualquier	dato	de	su	reinado,	pese	a	que	de	acuerdo	con	la
información	aportada	por	el	Gadla	Kaleb	(hagiografía	de	Kaleb),	su	reinado
pudo	durar	siete	años	(Sergew	Hable	Sellassie,	1972).
2.3.	Kaleb	y	el	final	de	la	edad	dorada	de	Aksum
El	reinado	de	Kaleb,	quien	adoptó	como	nombre	de	trono	el	de	Ella	Atsbeha,	es
el	segundo	mejor	conocido	tras	el	de	Ezana	y,	quizá,	el	más	importante	de	la
historia	aksumita.	A	pesar	de	que	es	un	monarca	mencionado	en	fuentes
numismáticas,	epigráficas	y	literarias,	hoy	por	hoy	es	imposible	saber	con
exactitud	cuándo	empezó	y	terminó	su	reinado.	Dada	la	gran	cantidad	de
monedas	acuñadas	que	llevan	su	nombre,	se	cree	que	debió	estar	en	el	poder
durante	al	menos	dos	décadas	de	la	primera	mitad	del	siglo	VI.
El	principal	hecho	por	el	que	se	conoce	a	Kaleb	es	por	su	exitosa	campaña
militar	en	Yemen,	la	cual	le	valió	ser	posteriormente	reconocido	como	santo	por
la	Iglesia	ortodoxa	tewahedo	etíope	y	por	la	católica,	dado	que	su	culto	fue
importado	a	Europa	y	a	América	por	los	jesuitas	durante	su	estancia	en	el	país
(1557-1634).	San	Elesbaán,	nombre	tomado	de	la	helenización	de	Ella	Atsbeha,
fue,	junto	con	Santa	Ifigenia,	dos	de	los	santos	negros	usados	por	los
evangelizadores	católicos	para	convertir	a	los	esclavizados	traídos	de	África	para
trabajar	en	las	plantaciones	americanas.
El	casus	belli	de	la	invasión	yemení,	considerada	el	zenit	de	la	expansión
aksumita	en	el	mar	Rojo,	fue	la	matanza	de	cristianos	en	la	ciudad	de	Najran	a
manos	del	rey	de	Himyar	Dhu	Nuwas	(Yusuf	Asʾar	Yatʾar),	a	quienes	las
crónicas	cristianas	como	las	Actas	de	San	Aretas	llaman	rey	judío,	en	una	fecha
sin	determinar	entre	el	518	y	el	523.
Desde	el	siglo	V,	tanto	Bizancio	como	la	Persia	sasánida	apoyaron	a	Estados
clientes	en	sus	fronteras	a	fin	de	extender	el	conflicto	que	libraban	ambos
imperios	a	áreas	más	remotas.	En	el	caso	del	área	del	mar	Rojo,	ambas	potencias
no	pudieron	ignorar	el	auge	de	Himyar,	un	Estado	sudarábigo	que	amenazaba	a
la	supremacía	política	y	comercial	que	los	aksumitas	ejercían	en	la	región
(Bowersock,	2012).	Ya	en	el	siglo	IV,	mientras	Ezana	adoptaba	el	cristianismo
como	religión	del	Estado	aksumita,	en	Himyar	la	monarquía	había	transformado
el	culto	de	la	deidad	principal,	Rahman,	en	una	religión	monoteísta	que	ha	hecho
que	sea	considerada	judaizante,	cuando	no	erróneamente	identificada	como
judía.	Antes	de	la	gran	matanza	de	Najran,	donde	fueron	asesinados	más	de
trescientas	personas,	sabemos	que	unos	pocos	años	antes	hubo	otro	episodio	de
martirio	de	cristianos	en	la	misma	ciudad,	lo	que	indicaría	una	persecución
organizada	contra	los	seguidores	de	dicha	fe.
Con	el	control	del	mar	Rojo	y	sus	rutas	comerciales	en	juego,	el	emperador
bizantino	Justino	I	(518-527)	pidió	al	rey	de	Aksum	que	enviase	a	sus	tropas
para	castigar	los	sucesos	de	Najran.	La	invasión	fue	efectuada	hacia	el	525	(o
quizá	antes).	Los	hechos	los	conocemos	gracias	a	la	inscripción	triunfal	que
Kaleb	ordenó	grabar	a	imitación	de	las	de	Ezana,	y	que	erigió	en

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