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Índice PRESENTACIÓN, por José Segura Clavell PREFACIO, por Victor M.Fernández Martínez PRÓLOGO CAPÍTULO 1. GEOGRAFÍA Y ALBORES HISTÓRICOS 1.1. Entre el Nilo Azul, el Rift y el Mar Rojo 1.2. La prehistoria etíope 1.3. ¿Punt en Etiopía? 1.4. Antes de Aksum: los períodos preaksumita y protoaksumita CAPÍTULO 2. EL REINO DE AKSUM 2.1. Aksum desde sus orígenes hasta el reinado de Ezana (Siglo I a. C.-ca. 330 d. C.) 2.2. El rey Ezana: el auge de un imperio mercantil 2.3. Kaleb y el final de la edad dorada de Aksum 2.4. Organización del estado 2.5. Sociedad aksumita 2.6. La religión en Aksum 2.7. Economía aksumita 2.8. Cultura aksumita CAPÍTULO 3. ETIOPÍA MEDIEVAL: DEL AISLAMIENTO AL FINAL DE LA EDAD DORADA SALOMÓNICA 3.1. El declive aksumita y la Época Oscura 3.2. El auge de los Zagwe 3.3. Las religiones locales frente a los monoteísmos 3.4. Los estados musulmanes medievales 3.5. La dinastía salomónica temprana (1270-1527) 3.6. Buscando al Preste Juan: los estados ibéricos y la Etiopía medieval CAPÍTULO 4. EL IMAN AHMAD B. IBRAHIM, LOS JESUITAS Y EL PERÍODO GONDARINO 4.1. La yihad del imam Ahmad b. Ibrahim (1527-1543) 4.2. La expedición de Christovão da Gama (1541-1543) y la expansión oromo 4.3. Etiopía y la Monarquía Hispánica: los jesuitas en Etiopía (1557-1632) 4.4. Esplendor y decadencia Gondarina (1632-1769) 4.5. El sultanato de Awsa y el emirato de Harar CAPÍTULO 5. DESCOMPOSICIÓN Y REUNIFICACIÓN 5.1. Zemene Mesafint: la era de los príncipes (1769-1855) 5.2. El proceso de unificación (1855-1889): los emperadores neosalomónicos 5.3. Menelik II y la modernización etíope 5.4. Lij Iyasu, el reformista torpe CAPÍTULO 6, LA ERA DE HAILE SELASSIE Y EL DERG 6.1. Tafari Makonnen y Zewditu 6.2. Haile Selassie, emperador 6.3. Etiopía ocupada por el Fascismo italiano 6.4. El ocaso del Imperio etíope 6.5. El Derg y la guerra civil (1974-1991) CAPÍTULO 7. DEL DERG A LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA FEDERAL DE ETIOPÍA 7.1. La construcción de una nueva Etiopía 7.2. Eritrea bajo la égida de Afewerki 7.3. Un breve interludio: Hailemariam Dessalegn 7.4. Abiy Ahmed Ali: de la gran esperanza africana a la guerra de Tigray BIBLIOGRAFÍA Mario Lozano Alonso Es profesor e historiador especializado en Etiopía. Funcionario de carrera, en la actualidad está completando su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Desde 2013 imparte de manera regular los cursos de ge’ez (etiópico clásico) y de Historia del África Subsahariana Precolonial del CEPOAT (Universidad de Murcia), además de conferencias y seminarios sobre historia africana en diferentes instituciones españolas e internacionales. Es autor de los libros Lalibela (National Geographic, 2018) y Pedro Páez y las fuentes del Nilo Azul (Fundación Universitaria Española, 2019). Mario Lozano Alonso Historia de Etiopía Con la edición de títulos como este, Casa África, en colaboración con Los Libros de la Catarata, se marca como objetivo contribuir a un mejor conocimiento de la actualidad de los países africanos así como de su historia reciente y los efectos en las sociedades civiles a través de los ensayos y textos de autores africanos y africanistas. Por tanto, esta colección aborda temáticas relacionadas con el desarrollo y el potencial del continente desde un punto de vista alejado de los estereotipos con los que tradicionalmente se han abordado las realidades africanas. © Mario Lozano Alonso, 2022 © casa áfrica, 2022 © Los libros de la Catarata, 2022 Fuencarral, 70 28004 Madrid Tel. 91 532 20 77 www.catarata.org Historia de Etiopía isbne: 978-84-1352-450-4 ISBN: 978-84-1352-404-7 DEPÓSITO LEGAL: M-3.374-2022 thema: NH/1HFGA impreso por artes gráficas coyve este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir https://www.catarata.org partes, se haga constar el título y la autoría. A Rosina. PRESENTACIÓN Firmar esta breve nota introductoria resulta para mí un enorme placer, una satisfacción inmensa, por dos motivos fundamentales. El primero: este libro sobre la historia de ese particular y magnífico país que es Etiopía ha sido firmado y prologado por profesores españoles expertos en este cruce de culturas, movilidades y momentos de la historia fundamentales para la Humanidad, que —además— es la cuna de nuestra especie. Contribuimos así, como institución, a visibilizar la labor de investigación y aproximación a la historia de África que realizan historiadores y académicos españoles. El segundo: este libro contribuye a mejorar y ampliar nuestros conocimientos sobre esa esquina del continente tan importante para todos y sobre lo que acontece, por extensión, en esa África que aparece plagada de omisiones, malentendidos y confusiones en nuestro imaginario. En ese proceso, además, su autor hace especial hincapié en la conexión, ya olvidada, que mantuvimos con ese gran imperio tan lejano físicamente y, a la vez, cercano a los corazones de algunas congregaciones religiosas españolas. Espero que disfruten tanto como yo al leer este texto fundamental, que incluye historia, arte, economía, gobernanza, religión y geopolítica, entre otras cuestiones, y que extiende su cronología desde la prehistoria hasta nuestros días, con un último capítulo dedicado a su actual primer ministro y la guerra de Tigray, hoy presente en nuestros medios. Ese cosmos tan rico que recibe el nombre de Etiopía, cuya influencia se extiende por todo el continente africano y llega hasta Jamaica y la afrodiáspora universal, merece muchos más volúmenes y estudios como este y la atención respetuosa de más historiadores, economistas o politólogos españoles que deseen comprender mejor el devenir de la historia universal y nuestro futuro probable. Este libro se une a la línea iniciada en la Colección de Ensayo Casa África en la que abordamos la historia de los países africanos tratando de cubrir la laguna que existe en el ámbito editorial en español. Los estudiantes demandan publicaciones actualizadas que versen sobre la historia de los países africanos, contenidos rigurosos que contextualicen la situación actual y que nos ayuden a entender su compleja y riquísima historia, que ha sido, de forma sistemática, reducida a periodos más recientes. En esta línea estamos publicando obras de historiadores africanos que no habían sido traducidas al español como Historia del Congo, de Ndaywel, o Mauritania, contra viento y marea, de Moktar Ould Daddah, y también sumamos obras que firman académicos españoles, como Cabo Verde, historia, identidad y cultura, que firma Antoni Castel. Estos títulos se caracterizan por su naturaleza divulgativa y el objetivo es que sirvan de estímulo para la reflexión y el debate sobre la historia y la actualidad política, económica, cultural y social de África aportando una visión plural y holística, más allá de los tópicos, sobre los países africanos. José Segura Clavell Director de Casa África Prefacio Etiopía es una de las naciones más curiosas e interesantes no solo de África, sino del mundo entero. La frase anterior no está provocada solo por el amor que siento por ella, y que comparto con el autor de este libro, sino por la realidad objetiva. El volumen que tienen entre manos supone un auténtico hito en los estudios españoles sobre Etiopía, que demuestra que por fin en nuestro país surge un grupo de especialistas sobre el tema, algo que en otros países europeos ocurre desde hace mucho más tiempo, y que viene a ampliar la única síntesis histórica publicada hasta ahora, el libro del misionero comboniano Juan González Núñez, escrito desde su larga experiencia vital en el país africano. Aunque está situada en la banda de llanura semidesértica del Sahel africano, pegando con el Sahara, Etiopía está formada por altas montañas y profundos valles, y regada anualmente por las lluvias monzónicas veraniegas que hacen que nos recuerdemás a Galicia o Asturias que, por ejemplo, a nuestra seca y llana Castilla. Esas montañas, con todo, son responsables de que las comunicaciones sean tan difíciles y por ello, en parte también, de su pobreza endémica. Por su posición junto al estratégico mar Rojo, hoy por desgracia bloqueada desde la independencia de Eritrea en 1993, su parte norte, conocida como Aksum, fue una de las grandes civilizaciones de la Antigüedad, en la época del final del Imperio egipcio y de la cultura griega y luego el Imperio romano. Precisamente por ese contacto exterior, el cristianismo llegó muy pronto, y junto con Armenia es la nación cristiana más antigua, algo más incluso que la propia Roma. A pesar de estar muy cerca de la cuna del islam en Arabia, la rápida conquista musulmana de todo el Próximo Oriente y el norte de África en el siglo VII no la afectó, según la tradición porque Mahoma respetaba a la antigua Abisinia, pero seguramente también porque las montañas son territorios más difíciles de conquistar. Tuvieron que pasar nueve siglos más para que los musulmanes de los desiertos orientales emprendieran una gran guerra santa que estuvo a punto de acabar con la religión y cultura cristianas, algo evitado gracias en parte a la intervención de un pequeño y moderno ejército portugués comandado por el hijo del “descubridor” de la India, Vasco de Gama. Esa continuidad, y el propio aislamiento del altiplano, han hecho que los ritos y las iglesias se hayan conservado casi sin cambio hasta hoy mismo, haciendo del país un auténtico museo de la cristiandad. Cuando uno visita las increíbles iglesias excavadas en la roca del norte del país, a veces le parece que es como si en España fuéramos a ver una de esas pequeñas iglesias visigodas aún en pie, y los visigodos estuvieran todavía dentro… El conservadurismo religioso etíope tiene también otras causas. A mediados del siglo V, el Concilio de Calcedonia intentó resolver la gran discusión que había desgarrado a los primeros cristianos, entre los que defendían una sola naturaleza de Cristo, divina y humana a la vez, y los que preferían dos naturalezas que no se mezclaban. En el concilio se adoptó un compromiso más cercano a la segunda opción, y los etíopes, junto con los coptos egipcios y los armenios, eligieron la primera y se proclamaron “miafisitas”. Desde entonces, todos los intentos de traerlos al dogma oficial de Roma y las demás ortodoxias orientales, incluyendo la intromisión directa en el siglo XVI de misioneros jesuitas, algunos de ellos españoles, o las modernas misiones protestantes, han fracasado. La religión ha estado desde siempre íntimamente unida con el poder político, real o aristocrático, en este como en otros muchos países. La dinastía de los reyes de Etiopia, o emperadores, “reyes de reyes”, como les gustaba llamarse, llega desde el primer milenio antes de Cristo hasta el golpe de Estado comunista que derrocó a Haile Sellassie en 1974. Los etíopes están convencidos de que esa línea familiar remonta a cuando la reina de Saba, que ellos creen etíope y no del sur de Arabia como defienden los historiadores, visitó al rey Salomón en Jerusalén a comienzos de aquel primer milenio. Por supuesto que hubo muchas interrupciones y saltos laterales, pero al último rey, cuyo nombre por cierto significaba “defensor de la Trinidad”, le gustaba llamarse el “león de Judá” y hoy todavía su fotografía adorna muchos salones por todo el país. Otra cosa que también creen es que el arca de la alianza, que dios entregó a Moisés en el Sinaí con las tablas de los Mandamientos, está guardada en una pequeña iglesia de Aksum, aunque ningún observador independiente la haya visto nunca. Esa larga historia estuvo llena de conflictos dinásticos, que se intentaban evitar inútilmente encerrando a los descendientes reales no elegidos como sucesores para que no compitiesen por el poder, de conflictos étnicos entre diferentes grupos, de invasiones exteriores como las musulmanas y las de los oromos, de muertes y guerras, todo ello en paralelo a un sistema feudal que mantenía a los campesinos en la pobreza por culpa de los elevados impuestos que el poder les imponía. Dicen que la famosa saga de Juego de Tronos se inspiró en las guerras dinásticas medievales de Inglaterra, pero creo que un modelo etíope sería más adecuado, como verán los que se enfrasquen en la lectura de este apasionante libro. Otro atractivo de Etiopía es su gran variedad. Esta no es solo paisajística, con las montañas, el gran valle del Rift que separa el macizo occidental del oriental, las selvas del sur y los desiertos del este, sino también étnica y lingüística, con más de 80 lenguas diferentes. Las seis etnias más importantes, de norte a sur y este, los tigrinos, amharas, oromos, sidamos, afar y somalíes, cuentan hoy con gran autonomía política dentro del Estado federal, pero históricamente los dos primeros dominaron a los demás y lógicamente siguen discutiendo entre ellos mientras los otros, sobre todo los numerosos oromos, exigen una mayor parte del pastel o incluso la independencia. Hoy mismo vemos con gran pesar como los norteños tigrinos, poco numerosos, pero con una gran historia y que dominaron la política mucho tiempo incluidos los últimos 30 años, se resisten a convertirse en un grupo más y han provocado una guerra civil que dura ya un año y medio y que recuerda otras horribles del pasado. En esos conflictos sigue jugando como siempre un gran papel la demografía. La natalidad etíope es de las más altas de África, continente que ya cuenta con la mayor tasa del mundo, y toda esa juventud que habita en las chabolas y cabañas de miles de pueblos y poblados esparcidos por las montañas contempla un futuro con muy poca esperanza. A pesar de ello, los etíopes, que son conscientes de todo lo dicho, se sienten poseídos por un gran orgullo que a veces deriva en algo menos agradable, como es el nacionalismo. Si estos sentimientos se canalizan en la buena dirección, la del trabajo intenso y colaborativo, la de la hermandad global por encima de los localismos, una nación tan antigua y bella como Etiopía tendrá sin duda un gran porvenir por delante, deseo que estoy seguro que compartirán todos los lectores de este bello libro. Víctor M. Fernández Martínez Universidad Complutense de Madrid Prólogo Etiopía es la cuna de la humanidad y uno de los pocos países del mundo que cuenta con casi 3.000 años de historia. Sin embargo, su nombre aún evoca en el subconsciente de la mayoría de los hispanohablantes imágenes de pobreza extrema, paisajes desérticos y hambrunas. Sin embargo, esta visión negativa oculta una rica historia con luminosos momentos de gran prosperidad. No en vano, el profeta Mani (siglo III d. C.) incluyó a Aksum entre los cuatro grandes reinos del mundo junto a Roma, Persia y China. La ubicación del país en el Cuerno de África, por cuyas costas ha transitado durante siglos el comercio que une las costas del Índico con las del Mediterráneo, nos ayuda a explicar que, además de su innegable raíz africana, encontremos en su cultura elementos árabes, helenísticos, indios y, más recientemente, europeos. Todo ello ha contribuido a crear una civilización única, muy diferente a las que la rodean, en las cuales a su vez ha influido. Como veremos en las siguientes páginas, Etiopía tiene una rica tradición historiográfica propia. Si queremos entender su pasado, podremos emplear alguna de las crónicas escritas en ge’ez o en árabe, aunque debemos recurrir a la antropología para comprender qué pasó en los pueblos cushitas y omóticos del sur, tradicionalmente ágrafos. Las culturas preaksumitas, el Reino de Aksum, las dinastías Zagwe y Salomónica, los sultanatos musulmanes, el período gondarino, el Zemene Mesafint o la restauración del poder imperial de finales del siglo XIX son solo algunos ejemplos de que la historia etíope no tiene nada que envidiar a cualquiera de las grandes civilizaciones del mundo. No quisiera terminar esta introducción sin hablar del impacto que ha tenido el país para el mundo. Trasla victoria en Adua, Etiopía y su emperador Menelik II se convirtieron en el orgullo de todos los pueblos negros del mundo, desde el Caribe hasta las costas malgaches. Las tropas etíopes mostraron que la superioridad racial del blanco no era más que un mito, y que también un país africano podía forzar a uno europeo a firmar un tratado en que se reconociese su independencia. De igual modo, la lucha de Haile Selassie y los etíopes contra los invasores italianos inspiró el nacimiento del rastafarismo y del panafricanismo. Cierro el libro hablando del primer ministro Abiy Ahmed Ali. El país tiene todos los ingredientes para convertirse en una potencia: una población numerosa y joven, recursos naturales y una incipiente industrialización. Sin embargo, las más de 80 etnias etíopes tienen que ponerse de acuerdo sobre qué modelo de Estado quieren, ya que el riesgo de desintegración existe, como se ha demostrado en la reciente guerra de Tigray. Sobre los términos etíopes, he optado por una transcripción simplificada que es la generalmente aceptada a nivel internacional. La opción de transliteración sugerida por la Encyclopaedia Aethiopica, obra de referencia en los estudios etíopes, hubiese forzado a emplear numerosos símbolos y caracteres que habrían dificultado la lectura. Quisiera terminar esta introducción con los consabidos agradecimientos. Primero a mis padres, quienes desde 2005 siempre me apoyaron en mi, por aquel entonces, poco probable sueño de iniciarme en los estudios etíopes. Con Víctor M. Fernández, mi director de tesis, he contraído una deuda que va más allá de lo académico. Las muchas horas conversando sobre un país al que amamos han cristalizado, al menos parcialmente, en este texto. No quisiera olvidar a Juan José Ruscalleda, profundo conocedor del país, y a Lionel Banin, quienes leyeron el manuscrito original y sugirieron cambios. Y por último al lector, a quien espero que este libro ayude a aumentar su conocimiento sobre la que está llamada a ser la gran potencia africana. Capítulo 1 Geografía y albores históricos 1.1. Entre el Nilo Azul, el Rift y el Mar Rojo Antes de comenzar a abordar la historia etíope, debemos necesariamente entender su geografía, única en el continente africano, la cual ha condicionado de manera decisiva las condiciones de vida de sus habitantes, su historia y su manera de ver el mundo. Comencemos por el relieve dominante, el macizo etíope o tierras altas. Denominado el “techo de África”, es un conjunto de mesetas y montañas de origen volcánico que presentan una orografía especialmente abrupta. Esto ha hecho que los pueblos que habitan la región se hayan beneficiado de su condición de fortaleza natural, aunque también ha fomentado la fragmentación política, ya que la comunicación se complica cuando durante la época de lluvias (kiremt, de junio a mediados de septiembre) los caminos se vuelven impracticables. El macizo etíope nace por las disensiones orográficas provocadas por la ruptura del valle del Rift, que lo divide en dos: el macizo noroeste y el macizo sureste. Su altitud media, entre los 1.500 y los 2.000 metros, impide que se desarrollen los insectos portadores de la malaria —los mosquitos de la familia Anopheles— y la mosca tsé-tsé, causante de la enfermedad del sueño. Sus límites al este se encuentran en un gran escarpe que, de norte a sur, forma una barrera de difícil acceso desde las planicies de la región Afar, donde el tórrido desierto de Danakil alcanza los 155 metros bajo el nivel del mar. Al norte, el macizo termina a unos cincuenta kilómetros de la costa, formando un prodigioso desnivel que hay que sortear para acceder a la región de Hamasien. Al oeste, un nuevo escarpe, más escalonado en esta ocasión, desciende hacia las planicies de la cuenca del Nilo. El terreno es muy accidentado, con paisajes que pasan bruscamente de las profundas gargantas por las que discurren ríos como el Abbay (Nilo Azul) hasta los picos montañosos como el Ras Dashen, que con sus 4.550 metros es el más alto del país. Esta cumbre se encuentra en las montañas Simien, un paisaje afroalpino que alberga especies florales y faunísticas únicas como los babuinos gelada. Su abrupto relieve ha servido durante siglos como lugar de refugio de los Beta Israel, los judíos etíopes. Al norte se abre la región semiárida de Tigray, regada por los ríos Mareb y Takeze, y donde se encuentran los espectaculares paisajes de Gheralta. En ella nació la cultura aksumita. El río más importante de la región es el Abbay o Nilo Azul, que aporta el 59% de las aguas del Nilo cuando se une al Nilo Blanco en Jartum (el 85% de las aguas del Nilo proceden del macizo etíope a través de distintos afluentes). Al salir del lago Tana, se precipita en las grandes cataratas de Tis Abbay (42 metros de altura). A partir de ahí empieza a trazar una gran herradura que bordea las montañas Chokke, en Gojjam, hasta abandonar el macizo por el oeste, hacia las planicies sudanesas. Al transitar encajonado entre hondos cañones, las aguas de este río han sido escasamente aprovechadas. La parte central del macizo lo ocupan las regiones de Amhara y Shewa, especialmente pródigas para la agricultura dado su buen clima. Al suroeste se extienden las regiones de Kaffa e Illubabor, donde las abundantes lluvias favorecen el desarrollo de densos bosques. El macizo sureste es de menor extensión que el noroeste, y su altitud media ligeramente inferior. En ocasiones denominado meseta somalí, forma un gran arco convexo en dirección noreste-sur que bordea el Rift. Se divide también en tres secciones: al noreste, las montañas Ahmar; al centro, el macizo de Chercher, cerca de la ciudad de Harar; y al suroeste, las montañas Bale con su pico Tullu Dimtu (4.377 m) y las montañas Mendebo. Hacia el sureste, estas tierras altas descienden suavemente, formando los valles del gran río que riega Somalia, el Shebelle, y sus tributarios el Gestro, Ganale y Dawa, quienes en la frontera se unen para formar el Jubba. Todos ellos nacen en las montañas Bale, cuyas lluvias posibilitan que tengan cauces permanentes aun cuando cruzan el duro desierto somalí. Por su parte, el valle del Rift forma un vasto graben de gran anchura que oscila entre los 50 y 100 kilómetros. Está cuajado de lagos endorreicos (Langano, Zway, Abaya, Abiata, Shala, Shamo y Koka), cuya diferencia en la salinidad hace que algunos sean dulces y otros salobres. El último de ellos, el Turkana, depende de las aguas del Omo y se introduce en territorio keniata, por donde el Rift sigue su avance hacia los grandes lagos. Podemos dividir el país en seis regiones ecoclimáticas que se organizan en función de la altitud. Por debajo de los 500 metros de altura encontramos la primera, bereha, que se corresponde con las planicies desérticas que bordean el macizo etíope. La precipitación media anual, por debajo de los 300 mm, impide la agricultura. La segunda, kwalla, coincide con las laderas del macizo etíope. Al encontrarse entre los 500 y los 1.800 metros de altitud proliferan endemismos como la malaria, lo que hace que la zona esté poco poblada. Aunque las lluvias oscilan, dependiendo del punto, entre los 300 y los 900 mm anuales, lo abrupto del terreno, cubierto de bosques, hace que la actividad principal sea la ganadería. La tercera zona, wayna daga (altiplano del vino), debe su nombre a que su clima era el idóneo para el cultivo de la vid, producto clave para la producción del vino necesario en las eucaristías (Pankhurst, 2006). Ubicada entre los 1.800 y los 2.400 metros de altura, su temperatura media anual se encuentra entre los 18 ºC y los 25 ºC. Su clima templado, sumado a unas lluvias abundantes (unos 1.400 mm anuales de media, por encima de los 2.000 mm en el suroeste), hace que sea la región más apreciada desde el punto de vista agrícola. El teff (Eragrostis tef) es el cultivo más importante, dado que a partir de su harina se elabora la injera, un tipo de torta que es la base de la alimentación en la mayor parte del país. En las regiones del sur, el enseteo falso banano sustituye al teff. Aunque produce un fruto, lo que se consume es la raíz, a partir de la cual se prepara la wesa, una masa de escaso valor nutricional. Gracias a esta planta, en las regiones del sur las hambrunas han tenido una incidencia muy baja, sobre todo si se compara con las grandes crisis alimentarias que han afectado a las regiones del norte, donde se cultiva teff. El café (Coffea arabica), una planta nativa del suroeste etíope, empezó a ser explotado como bebida estimulante por místicos árabes sufíes en el siglo XV. A comienzos del siglo XIX, el clero de Shewa reprobaba su consumo al considerarlo propio de musulmanes y “paganos”. Hoy en día el consumo de esta infusión es muy popular, contando con su propia ceremonia al ser servido. En las regiones del macizo por encima de los 1.500 metros no existe la tripanosomiasis o enfermedad del sueño, devastadora en otras zonas del continente africano, lo que ha permitido el desarrollo de una importante cabaña ganadera desde época prehistórica. Durante mucho tiempo, tanto la historiografía como otras disciplinas científicas catalogaron a los etíopes como una mezcla entre blancos (caucasoides) y negros (melanodermos). En la actualidad, las viejas hipótesis racistas han sido ampliamente superadas. Los habitantes de Etiopía no son fruto de ningún fenómeno masivo de mestizaje, sino un grupo original de gente que habita la región desde tiempos inmemoriales que de momento no podemos precisar en número de siglos o milenios. La distribución etnolingüística resulta clave para entender el complejo rompecabezas etíope. En 1991 el Gobierno provisional publicó un listado con alrededor de 80 grupos étnicos. La cuestión estriba en que no hay un criterio claro para establecer qué grupos humanos forman un grupo étnico diferenciado, pero en general la cifra aportada por el Gobierno es aceptada por los estudiosos. A pesar de esta increíble diversidad, hay cinco grupos que componen alrededor del 77% de los más de 110 millones de habitantes que se estima que tiene el país en 2021, a saber: oromos (34%), amharas (27%), somalíes (6%), tigrinos (6%) —que a su vez conforman el 50% de la población de Eritrea— y sidamos (4%). Después ya encontraríamos a otras etnias como los welayta, los gurage o los afar, entre muchos otros (Levine, 2014). Agrupándolos por lenguas, la gran mayoría pertenecen a la familia afroasiática. La rama cushítica es la más numerosa, formando parte de ella oromos, somalíes, sidamos, agaw y afar, entre otros. La segunda es la semítica, compuesta por amharas, tigrinos, gurage o los harari. La tercera rama es la omótica, sobre la que no hay consenso entre los estudiosos sobre su clasificación: unos ven en ella el origen de las lenguas afroasiáticas, mientras otros creen que debería ser una familia independiente. Welayta, gonga, mao, entre otras, son lenguas omóticas. Además de la familia afroasiática está también presente la nilótica, cuyos hablantes habitan en las regiones fronterizas con Sudán del Sur: berta, nuer, gumuz, baria, nuer, majangir, mursi y anuak son algunos de los grupos étnicos nilóticos presentes en Etiopía. Un último apunte sobre geografía humana me obliga a mencionar, brevemente, el impacto de la religión en el país. Se estima que un 43% de los etíopes son cristianos ortodoxos tewahedo, un 18%, protestantes (pentecostales, principalmente), un 33% musulmanes suníes, mientras las religiones tradicionales y el catolicismo apenas alcanzan el 1%. Los judíos etíopes o Beta Israel emigraron en masa a Israel en las operaciones Moisés, Yoshua y Salomón entre 1984 y 1991, donde hoy residen unos 100.000 (Quirin, 2010). 1.2. La prehistoria etíope Lo que ha hecho famosa a Etiopía en el mundo de la prehistoria, y que es un motivo más de orgullo para los etíopes, es que en su suelo se han encontrado los restos más antiguos de nuestros antepasados. Como es bien sabido, en la evolución de los seres vivos la rama humana se separó de la de los grandes simios (en concreto, de los antepasados de los chimpancés) hace solo unos seis millones de años, y esa separación debió de ocurrir en África Oriental porque es aquí donde han aparecido los restos más antiguos de ese cambio. Más o menos de esa fecha son los fósiles que los antropólogos han denominado como de los géneros Saheloanthropus, Orrorin y Ardipithecus, los dos primeros hallados en Chad y Kenia, y el tercero en Etiopía. Aunque estos aspectos se discuten constantemente, los dos primeros géneros presentan aspectos dudosos en sus caracteres y su cronología, lo que hace al Ardipithecus etíope nuestro primer antepasado directo más probable. Varios hallazgos de sus restos han permitido incluso dividir el género en dos especies, Ardipithecus ramidus y Ardipithecus kadabba, ambas muy primitivas, pequeños primates de cráneo diminuto y alimentación seguramente vegetariana, que acababan de bajarse de los árboles donde habían estado desde hacía muchos millones de años, y estaban aprendiendo a andar como nosotros, a dos patas. Hay que tener en cuenta que el aumento de la sequedad en la región causó la desaparición de la selva, lo que forzó a estas especies a bajar de los árboles y a adaptarse a un escenario de sabana seca (Arsuaga y Mendizábal 2007). El siguiente género, el Australopithecus afarensis, apareció hace entre 3,3 y 3,2 millones de años. En el Museo Nacional de Adís Abeba se conservan los restos fósiles de Selam y Lucy (Dinkinesh, en su versión en amhárico). Los huesos que se muestran en el museo son réplicas, dado que los originales se guardan en una caja fuerte. Los primeros restos que se clasificaron como realmente “humanos”, por estar más próximos a nosotros, fueron los de Homo habilis encontrados en Kenia, especie a la que seguiría el Homo erectus, hallado por primera vez en la isla asiática de Java, seguido, hará medio millón de años, por el Homo neanderthalensis, hallado en Alemania, para llegar finalmente al Homo sapiens actual, cuyos primeros restos se hallaron en Francia. Pues bien, Etiopía tiene restos casi tan antiguos e incluso más que los hallazgos originales, y restos de Homo sapiens muy antiguos, el llamado Homo sapiens idaltu (el más antiguo, en lengua afar), de unos 160.000 años. El único tipo humano que no se encontró en Etiopía, ni en ningún lugar de África, fue el Neandertal. Todos los restos mencionados han sido hallados en el valle del Rift, en su parte norte, la región de Afar o Danakil, donde los restos antiguos se han conservado muy bien y son fáciles de detectar. Lo contrario ocurre en el macizo etíope, cuyo suelo volcánico, sumado a las abundantes lluvias y la densa vegetación, oculta los restos a los arqueólogos. En el árido Afar se han encontrado restos de útiles líticos que pertenecieron a las distintas especies de Homo, primero las grandes hachas de mano de la industria llamada achelense, y luego las más pequeñas puntas de lanza del musteriense y herramientas más modernas y pequeñas que fueron usadas ya por los sapiens, por ejemplo, en Gademotta, con fechas muy antiguas (280.000 años) que de nuevo demuestran que nuestro origen más reciente también está en África. En el altiplano, por el contrario, los restos más antiguos son de fecha mucho más reciente, y se conocen porque por su propio carácter se han conservado mucho mejor que los restos enterrados: el arte rupestre y los megalitos. En varias regiones del altiplano y las llanuras circundantes (no solo en Etiopía sino también en Eritrea, Yibuti y Somalia) se conoce arte rupestre, con figuras a veces grabadas, pero más a menudo pintadas, sobre todo de animales, en paredes de roca donde las figuras son bien visibles. Aunque algunos animales podrían ser salvajes por su forma, la gran mayoría son claramente domésticos: vacas, cabras, ovejas, caballos, burros, perros, camellos, etc. Esto quiere decir que las pinturas son ya de época neolítica, es decir, de la época en que los humanos domesticaron animales y comenzaron a practicar la agricultura. En Etiopia no hay casi desierto ni selva tropical,pero están las montañas del altiplano, por eso la difusión del Neolítico tuvo lugar siguiendo los bordes llanos, en especial por el norte en las zonas áridas costeras de Eritrea y luego de Somalia. La mayoría de las pinturas de vacas y ovicápridos, los primeros domésticos que llegaron, se conocen en esas zonas en una época no muy precisa (las pinturas se fechan muy mal) en torno al 3000 a. C. (Fraguas Bravo, 2009). Por entonces aparecen las primeras cerámicas en yacimientos que también tienen útiles líticos (característicamente pequeños —microlitos— como era usual) que indican que las poblaciones de cazadores adoptaron la ganadería, probablemente en contacto con pastores nómadas que venían desde el cercano y cada vez más desértico Sudán, con toda probabilidad empujados precisamente por esa sequía creciente del Sahara que le llevaría a su situación actual muy pronto. Las primeras vacas que llegaron fueron del tipo próximo-oriental, que habían llegado a través del Nilo desde Asia Occidental, descendientes de los antiguos bóvidos salvajes, hoy extintos, los uros de grandes cuernos (Bos primigenius). Con posterioridad llegaron desde Asia meridional los cebús (Bos indicus), de menor tamaño y con una prominente joroba (“buey jorobado”), que por adaptarse mejor al clima tropical, es hoy el tipo de vaca más frecuente con mucho en todo África. Otras especies, como burros, caballos y camellos aparecieron ya en época aksumita (Fernández Martínez, 2007). En los dos primeros milenios antes de Cristo sabemos que se practicaba la agricultura y la ganadería de especies domésticas en la zona norte del macizo etíope. Estas comunidades conocían la cerámica y fabricaban herramientas de piedra tallada, pero no habían desarrollado la metalurgia. Aunque las excavaciones han sido escasas y es un período mal conocido, hacia el siglo VIII a. C. existían pequeños asentamientos de casas de piedra en las cercanías de Aksum y Asmara. Las primeras especies cultivadas fueron el farro, un cereal similar al trigo, y la cebada, ambas importadas probablemente del Suroeste Asiático. Aunque los datos son todavía escasos, parece que los cereales mediterráneos llegaron tarde a Etiopía, poco antes del cambio de era, con toda probabilidad siguiendo el curso del Nilo desde Egipto. Posiblemente se conociese también el teff, aunque, como veremos, su cultivo empezó a generalizarse en época aksumita. En el primer milenio antes de Cristo, se introdujo el cultivo del sorgo y el mijo, esta última especie nativa de la región. A finales del primer milenio, empezaron a explotarse plantas oleaginosas como el lino o el nug. La evolución de las culturas neolíticas en el norte culminó con la aparición de la civilización aksumita en el siglo I a. C. En el centro y el sur del macizo etíope, la prehistoria —entendida como ausencia de historia escrita— se extendió hasta el siglo XIV, fecha en que se dejaron de erigir los grandes megalitos de la región. 1.3. ¿Punt en Etiopía? La legendaria tierra de Punt (Pwn.t, en egipcio clásico) se menciona en fuentes egipcias, al menos desde el 2500 a. C., y desaparece de los registros históricos en el reinado de Tiberio, hacia el 14 d. C. El rey Sahura de la Quinta Dinastía del Reino Antiguo fue el primero en contactar con esta región, de la cual los egipcios obtenían bienes como marfil, ébano, incienso, oro, huevos y plumas de avestruz, pieles de leopardo o monos, entre otros. El faraón Pepy II (ca. 2278- 2247 a. C.) igualmente comerció con Punt, y la célebre Historia del marinero náufrago, compuesta sobre el 2200 a. C. ocurre en un lugar que bien pudo ser la isla de Dahlak Kebir, en el archipiélago de las Dahlak (Fattovich, 2018). La localización de Punt ha sido objeto durante décadas de un acalorado debate egiptológico, si bien casi todas las opciones lo localizan hoy en el Cuerno de África. La principal fuente que describe Punt se encuentra en los relieves del templo mortuorio de la reina Hatshepsut (1507-1458 a. C.), en Deir el-Bahri. Bajo su reinado se emprendió una gran expedición comercial a Punt en la que participaron varios navíos; además, los peces representados nos permiten saber que debieron surcar el mar Rojo, ya que son especies de agua salada que no podrían vivir en el Nilo. Los relieves representan el paisaje puntita, mostrando un terreno montañoso con árboles de incienso y palmeras de la Tebaida, además de animales como rinocerontes, jirafas o babuinos. Las casas, construidas sobre postes bajo los cuales se guardaba el ganado, son similares a ejemplos del África Oriental (Breyer, 2010). En el texto que acompaña a los relieves se habla incluso de un príncipe llamado Pal/rhu, el cual estaba casado con Ity. La etimología de ambos nombres es desconocida, sin que estén emparentados, a priori, con las lenguas habladas en la actualidad en la región. Más interesante resulta el nombre que se le da a los habi- tantes de la región, un pueblo eminentemente pastoril, los hbsty.w. Quizá esta podría ser la forma egipcia de referirse a los habashat, que es el nombre más plausible de los habitantes del norte del macizo etíope durante el primer milenio antes de Cristo (Fattovich, 2018). Frente a otras hipótesis que ubicaban a esta legendaria tierra en la costa norte de Somalia o incluso en Yemen, Rodolfo Fattovich (Fattovich, 1991, 2018; Bard y Fattovich, 2018) aportó las primeras evidencias arqueológicas que podrían identificar a la cultura del Gash (ca. 2700-1800 a. C.) con Punt. Su núcleo abarcaría un amplio espacio geográfico desde la bahía de Zula, en Eritrea, hasta el valle medio del Atbara y el Gash, ya en Sudán (Fattovich, 2018). Las excavaciones arqueológicas en el puerto egipcio de Mersa/Wadi Gawasis, del que solían partir las expediciones a Punt, han reforzado las tesis de Fattovich. El hallazgo de fragmentos cerámicos de origen eritreo, junto con restos carbonizados de madera de ébano del macizo etíope, serían evidencias que apuntarían a un Punt ubicado en Eritrea. Asimismo, una estela elaborada durante el reinado del faraón Amenhotep III (ca. 1831-1786 a. C.) nos ha permitido saber que Punt se componía de dos territorios: Bia-Punt y Punt (Bard y Fattovich, 2018). Sus yacimientos arqueológicos muestran una cultura material —especialmente cerámica— que evidencia relaciones comerciales intensas con Egipto, Eritrea (cultura de Ona), Nubia y Yemen. Además, en aquella región se producían o se podían conseguir fácilmente los productos que los egipcios describían como puntitas. La mayor parte de los asentamientos ubicados entre los ríos Atbara y Gash se abandonaron cuando una fuerte sequía afectó al noreste africano, lo que coincide cronológicamente con el debilitamiento y progresiva extinción del comercio de Punt con Egipto (Breyer, 2010). 1.4. Antes de Aksum: los períodos preaksumita y protoaksumita En el primer milenio encontramos comunidades sedentarias cuya evolución se va a ver estimulada por la influencia de culturas foráneas, principalmente de Arabia del Sur. Carlo Conti Rossini, orientalista italiano centrado en los estudios etíopes, escribió en 1928 que la colonización sudarábiga de la parte norte del macizo etíope supuso la introducción de numerosas innovaciones que crearon una cultura superior y acabaron con la barbarie existente hasta la época (Conti Rossini, 1928). Hoy esta teoría, aceptada con gran rapidez y vigente hasta fechas relativamente recientes, ha sido desmontada por la arqueología y la epigrafía, que han determinado que algunas de las supuestas innovaciones supuestamente importadas desde Arabia ya existían en la región mucho tiempo antes (Phillipson, 2012). El estudio de este período ha cambiado mucho en las últimas décadas. Inicialmente, la época inmediatamente anterior a Aksum, que coincidiría con el primer milenio a. C., se denominaba preaksumita, mientras que aquellos yacimientos donde había restos monumentales relacionados con la cultura yemení recibieron el nombre de etío-sabeos. Este período, asimismo, se organizaba cronológicamente en dos etapas: la más antiguase denominaba etíope-sabea, y la más reciente, intermedia o de transición (hacia el Reino de Aksum), que abarcaría los cuatro primeros siglos antes de Cristo. Jacqueline Pirenne, además, creó una cronología corta que resultó muy popular entre los años cincuenta y sesenta. En ella se situaba la mayor parte de los materiales y yacimientos en la segunda mitad del primer milenio a. C. (Pirenne, 1956). Anfray (1990), a su vez, dividió el período en dos etapas: la etío-sabea, donde la influencia sudarábiga era notable, y la intermedia, en la que surge una tradición cultural local. Fattovich, tomando como base la secuenciación estratigráfica de los yacimientos de Yeha y Matara, plantea una división en tres períodos: el preaksumita temprano, el preaksumita medio y el preaksumita tardío (Fattovich, 2010a). Phillipson (2012) cree que estas periodizaciones artificiales no son en realidad aplicables al período a estudiar, principalmente porque ha sido escasamente estudiado, y también porque no tiene en cuenta la posible convivencia en el territorio de realidades culturales paralelas. Así, siguiendo a este autor, creemos más conveniente dividir el primer milenio cronológicamente en dos etapas: el período preaksumita, del siglo IX al IV a. C., y el protoaksumita, del IV al I a. C.; Bard y Fattovich afinan más las fechas de este último período basándose en el análisis de la cultura material, ubicándolo entre el 360 a. C. y el 120-40 a. C., justo antes de la aparición de Aksum como centro urbano (Bard et al., 2014). 1.4.1. Período preaksumita: del siglo IX al IV a. C. Las únicas referencias a las posibles formaciones políticas de este período nos las proporciona la epigrafía. Concretamente, siete inscripciones, todas ellas breves, hablan de un reino de DʿMT (quizá pronunciado Daʿamat), cuya principal influencia foránea eran los reinos sudarábigos. Dicha formación política existió entre los siglos VIII y VII a. C. Sus reyes, de nombres semitas, usaban el título sabeo de rey (mukarrib) y se afiliaban a la tribu de YGʿḎ, probablemente relacionada con los Agʿazi que dieron su nombre al ge’ez (Sima, 2005). Las siete inscripciones cuentan, a su vez, con su propia problemática, al ser posible que no hayan sido recogidas en su ubicación original. Tres de ellas se encontraron en las cercanías de Aksum, mientras que las otras cuatro proceden del este del Tigray, estando relacionadas, posiblemente, con el templo de Maqaber Gaʿewa. Curiosamente ninguna se ha encontrado en Yeha, yacimiento que tradicionalmente ha sido considerado la posible capital del reino. La falta de más datos nos impide saber con certeza si DʿMT fue el único Estado formado en la región en esa época o si hubo más. En dos inscripciones, una hallada en Addi Gelamo y la otra en Addi Kaweh, donde se menciona a un mukarrib de DʿMT también se hace referencia a otro territorio llamado SB, que tradicionalmente se ha identificado como Saba. Si este SB es el reino sabeo, que ocupaba parte del actual Yemen, es difícil de precisar dada la escasez de fuentes, pero podría referirse a la pretensión del monarca de DʿMT de ser considerado igualmente mukarrib de Saba —aunque no tuviese de facto ningún poder—, algo que, como veremos, era común en el mundo sudarábigo y en el posterior Reino de Aksum. Otra posibilidad, recogida por Phillipson (2012) es que se tratase de una referencia a los sabeos que sirvieron como arquitectos y canteros en la región, cuestión que ha aparecido en la epigrafía (RIE 26, 27 y 29), y que podría haber servido al supuesto mukarrib para indicar una relación con Arabia del Sur que habría implicado una mejora en su estatus político. Quizá el término MKRB signifique “bendito”, lo que nos llevaría a pensar que quizá no se tratase de un gobernante sino de una figura religiosa (Drewes, 2003). Mientras el concepto de DʿMT podría referirse a un Estado, es posible que igualmente hiciese referencia al territorio habitado por los indígenas. Finneran (2007), en contra de lo que piensa Phillipson, ha sugerido una identificación del término DʿMT con todo lo preaksumita. La presencia de un rey (MLK) llamado WRN HYWT en varias inscripciones recogidas en Yeha, Kaskase y Seglamen en las que no se menciona DʿMT nos lleva a pensar que quizá pudo existir otra entidad política, si bien es cierto que, aunque no lo mencione, bien pudo ser un gobernante de DʿMT. En cualquier caso, parece que las formaciones políticas de este período duraron poco tiempo. En el primer período, los yacimientos arqueológicos se organizan en dos grupos: asentamientos de élite y asentamientos sin elementos de élite. Mientras los primeros han capitalizado durante décadas la atención de arqueólogos e historiadores, quienes se han centrado en establecer paralelismos entre lo sudarábigo y lo etíope-sabeo, los segundos han sido largamente ignorados hasta finales del siglo XX, aportando información de gran interés sobre el modo de vida del campesinado que fue, sin duda, la gran mayoría de la población. Por su parte, los asentamientos de élite se ubican en emplazamientos muy fértiles y cuentan con estructuras que indican su importancia como centros religiosos. Yeha es el yacimiento arqueológico más célebre de esta época, principalmente por las imponentes ruinas del templo de Almaqah, deidad lunar. Claramente edificado en estilo sabeo, se trata de una gran mole de planta rectangular de 15 metros de ancho por 18,6 metros de largo. Sus muros, compuestos de sillares primorosamente escuadrados, se elevan hasta una altura máxima de 13 metros. El parecido que guarda con templos como el de Marib se acentúa por la presencia de restos de un pórtico de seis pilares del que apenas quedan vestigios. Sus ruinas se alzan en el recinto del monasterio de Enda Abba Afse, en cuya iglesia es visible un friso de íbices que probablemente proceda del templo (Anfray, 2014). Imagen 1 templo de Yeha Fuente: Juan José Ruscalleda. La segunda estructura asociada a élites en Yeha es Grat Be’al Gebri, excavado por primera vez por Anfray (Anfray, 1972). Esta gran estructura, construida en piedra y madera y de la que solo restan los cimientos, se cree que pudo servir como palacio o, más probablemente, como templo. Dos edificios fueron construidos consecutivamente en el lugar, siendo el último de ellos destruido por un incendio. Aunque es difícil establecer su datación, el más antiguo podría ser tan antiguo como el templo de Almaqah. Los restos más importantes son el gran basamento y el pórtico de ocho pilares (Anfray, 2014). Otros asentamientos donde encontramos elementos de élite son Maqaber Gaʿewa, en la que existen los restos de un templo a Almaqah, cuya arquitectura no es tan refinada como el de Yeha, aunque la colección de estatuas halladas en él es destacable. El complejo arqueológico de Melazo, a escasos kilómetros al sureste de Aksum, se compone de dos yacimientos: Hawelti, donde además de varias estelas prismáticas se ha encontrado el célebre baldaquino de Hawelti, una pieza de influencia oriental de gran factura técnica que pudo servir para albergar una estatua sedente hallada cerca; y Gobochela, donde los restos de un pequeño edificio se han interpretado como un templo a Almaqah. Kaskase, en Eritrea, apenas conserva varios pilares cuadrados de piedra. Los asentamientos sin elementos de élite, a pesar de ser coetáneos con los de élite, no cuentan con ninguna de las características relacionadas con el mundo sudarábigo que sí aparecen en los de élite, como edificios de arquitectura monumental, inscripciones o cultural material que evidencie la presencia de una élite social. Son, principalmente, asentamientos campesinos con una cultura material acorde, sin apenas restos de objetos de prestigio. Uno de los conjuntos de yacimientos arqueológicos sin élite, con escasa o nula presencia de elementos sudarábigos, lo constituye la denominada cultura ona antigua, desconocida hasta comienzos del siglo XXI, y cuya existencia se ha datado entre el 800 y el 350 a. C. Sus principales yacimientos se concentranen los alrededores de la capital eritrea, Asmara: Sembel, Ona Gudo, Mai Chiot y Mai Hutsa (Curtis, 2009). En la región de Aksum se ha localizado otro conjunto de yacimientos arqueológicos coetáneos a los de la cultura ona antigua, con los que comparte la ausencia de elementos sudarábigos, siendo dos de los más importantes el de Kidane Mehret y el de Beta Giyorgis, una colina en Aksum. En el aspecto religioso, se han encontrado inscripciones que mencionan al dios LMQ, identificado con el dios lunar sudarábigo Almaqah, en Yeha, Maqaber Gaʿewa y Gobochela. Otra deidad del mismo origen, ʿAstar, aparece en otra inscripción encontrada en Yeha. Asimismo, han aparecido quemadores de incienso con el símbolo del creciente y el disco lunar, iconografía que, como veremos, seguirá siendo usada posteriormente en los primeros siglos del Reino de Aksum. Sobre otros posibles cultos en las zonas no influenciadas por lo sabeo no se ha encontrado nada concluyente que permita reconstruir las creencias nativas, o bien conocer hasta qué punto integraron las prácticas religiosas sudarábigas. La única excepción son los hallazgos rituales en el yacimiento de Sembel Kushet de la cultura ona antigua, los cuales han permitido establecer un paralelismo entre los rituales celebrados allí y las actuales ceremonias de Meskel, especialmente por la presencia de un gran depósito de cenizas que podría estar relacionado con rituales de paso o intensificación (Schmidt, 2009). La cultura material arrojada por las excavaciones arqueológicas realizadas aporta datos muy interesantes sobre la vida cotidiana de este período. Con respecto a la metalurgia, solo conocieron la del cobre, cuyos restos han aparecido siempre en contextos funerarios de élite. Destacan aquí las marcas de identidad halladas en varias tumbas de Yeha, cuya forma exterior, generalmente zoomorfa, rodea la marca del dueño que, en ocasiones, muestra caracteres escritos. Probablemente, se usasen para sellar objetos cerámicos (Anfray, 1990). La cerámica se hacía a mano, sin torno. Es muy similar a la creada en la misma época en el sur de Arabia, lo que sugiere un origen común indeterminado o, al menos, una posible movilidad de alfareros entre ambas regiones. La mayor parte de los restos cerámicos nos hablan de piezas pequeñas destinadas a preparar y consumir alimentos y bebidas. Las piezas mayores se cree que se usaban para almacenar comida o líquidos. La industria lítica, por su parte, se compone de microlitos y piezas talladas de uso doméstico, sellos y cuentas de collar (Phillipson, 2012). 1.4.2. Período protoaksumita (Siglos IV-I a. C.) Aunque aún poco estudiados, los últimos siglos del primer milenio antes de Cristo atestiguan varios cambios significativos con respecto al período anterior. Uno de ellos es el reducido número de inscripciones generadas en este período, un hecho llamativo si se compara con el importante corpus creado en la misma época en Yemen. Phillipson (2012) cree que esto puede deberse a una mayor independencia en el desarrollo cultural entre ambas riberas del mar Rojo. Otro cambio significativo es que se atenúan las influencias culturales sabeas al tiempo que aumentan las procedentes del valle del Nilo. Así, la cerámica asociada a yacimientos protoaksumitas es más similar a la producida en Kassala (en la actual frontera entre Sudán y Eritrea) que a los modelos sudarábigos (Phillipson, 2012). Estos cambios han sido interpretados por Fattovich como el colapso de la cultura preaksumita, a la que le sucedería un Estado protoaksumita. Los primeros restos asociados a esta cultura se encuentran en el monte de Beta Giyorgis, a las afueras de Aksum, estando datados entre los años 400 y 50 a. C. Dentro de este yacimiento, se distinguen dos áreas: un asentamiento con cementerio dotado de objetos de prestigio, y los cimientos de un gran edificio con reminiscencias al de Grat Bael Gebri de Yeha (Fattovich, 2010b). Los enterramientos en los primeros tiempos de este período se componían de un foso de unos dos metros de profundidad cubiertos por una plataforma, en muchos casos asociados a una estela de factura tosca de entre 2 y 3 metros de altura. En el período final, las tumbas alcanzaron una profundidad de 5 metros, y las estelas asociadas, mejor talladas, alcanzaron los 5 metros de altura. Los restos humanos aparecidos en las plataformas que cubren las tumbas evidenciarían, según Fattovich (2010b) la práctica de sacrificios humanos. Las estelas funerarias, que posteriormente adquirieron gran importancia en el Reino de Aksum, fueron una innovación con respecto al período anterior que nos habla de una cultura con raíces netamente indígenas. Sus orígenes podrían estar, al igual que la cerámica, en la región de Kassala. Para explicar el tránsito entre el segundo período y Aksum, resulta igualmente interesante el yacimiento de Beta Samati, cuyos restos han empezado a ser excavados recientemente. En él, su dilatada cronología, que abarca desde la época preaksumita hasta el colapso de la ciudad hacia el siglo VII d. C., ayuda a descartar la hipótesis de que tras el final del primer período preaksumita solo sobrevivieron pequeños asentamientos. Además, se observa una clara continuidad entre la cultura material preaksumita y la aksumita (Harrower et al., 2019). Capítulo 2 El reino de Aksum 2.1. Aksum desde sus orígenes hasta el reinado de Ezana (Siglo I a. C.-ca. 330 d. C.) El Reino de Aksum fue una entidad política cuya existencia se desarrolló entre los siglos I a. C. y el VII de nuestra era, si bien su influencia cultural se extendió durante las siguientes centurias en los reinos que le sucedieron. La organización cronológica de un período tan largo de tiempo ha evolucionado merced a los nuevos descubrimientos arqueológicos, que nos han permitido afinar las fechas gracias a la cultura material. Originalmente, la historia aksumita se dividía en dos grandes períodos: precristiano (siglo I a. C.-mediados del IV d. C.), y cristiano (mediados del siglo IV-siglos VII-VIII d. C.). Munro-Hay (1991a) ofreció a comienzos de los noventa una nueva periodización basada en la numismática y en la epigrafía, bautizando cada etapa con el nombre de su monarca más significativo: período 1 (antes de Gadarat, ca. 100 a. C.-200 d. C.), período 2 (de Gadarat a Endubis, ca. 200-270 d. C.), período 3 (de Endubis a Ezana precristiano, ca. 270-330 d. C.), período 4 (Ezana cristiano a Kaleb, ca. 330-520 d. C.), período 5 (después de Kaleb, ca. 520-630 d. C.) y período 6 (después del fin de la acuñación de moneda, ca. 630 d. C.). Más recientemente, Bard y Fattovich han ofrecido una nueva cronología basada en los restos de cultura material hallados hasta la fecha en la capital. Así, distingue cinco fases: fase proto-aksumita (360 a. C.–120-40 a. C.), Aksumita 1 (120-40 a. C.-130–190 d. C.), Aksumita 2 (130-190-360-400 d. C.), Aksumita 3 (360-400–550-610 d. C.) y Aksumita 4 (550-610–800-850) (Bard et al., 2014). Los orígenes de la ciudad de Aksum, germen del reino al que daría su nombre, se encuentran en el asentamiento protoaksumita de Ona Negast, en lo alto del monte de Beta Giyorgis. La población del asentamiento original se trasladó al valle ubicado entre dicha colina y la de Mai Qoho en el siglo I de nuestra era, naciendo así la ciudad de Aksum. Aunque nuestro conocimiento de esta época formativa aún es muy pobre, parece que la ciudad empezó a crecer, absorbiendo entidades políticas vecinas en los albores del primer milenio (Phillipson, 2012). La presencia de la ciudad actual sobre el solar de la vieja capital nos impide, en muchos casos, realizar excavaciones arqueológicas que ayuden a aclarar cuál fue el desarrollo del asentamiento durante los primeros siglos de nuestra era. Su emergencia como Estado permanece, igualmente, entre brumas, sin que podamos precisar cuál era la extensión exacta de sus dominios. De acuerdo con Munro-Hay (1991a), es posible que el primigenio Estado aksumita fuese en origen una coalición de tribus que acabaron aceptando la autoridadde un rey, o bien que una de las tribus originales acabase imponiéndose sobre el resto. Sabemos que los reyes aksumitas incluían en sus inscripciones los nombres de numerosos territorios sobre los que gobernaban, ocupados por tribus vecinas que en algunos casos organizaron rebeliones contra el poder central. El etnónimo Habashat, del que procede la palabra Abisinia, designaba originalmente a los habitantes del Tigray oriental, pero acabó transformándose en el término que englobaba a todos los ciudadanos aksumitas. El Periplo del Mar de Eritrea, una obra compuesta en el primer siglo de nuestra era en su cronología más temprana, aporta la primera referencia al reino por una fuente extranjera. Su autor, un mercader anónimo, deseaba concentrar en un librito la información más importante relativa a los principales puertos de la cuenca del océano Índico. A la hora de hablar de Aksum, menciona al puerto de Adulis, la ciudad de Koloe, hoy sin localizar, y la propia ciudad de Aksum. El principal bien de interés producido en el territorio fue el marfil, un recurso de lujo muy demandado en los mercados mediterráneos. De hecho, Phillipson (2012) alega que su exportación, la cual debió aportar pingües beneficios a las arcas del naciente Estado, pudo estar detrás del ascenso aksumita. Otro dato interesante aportado por el Periplo es la mención que hace del primer gobernante aksumita que conocemos, Zoskales, quien pudo ser el gobernador del puerto de Adulis o, quizá, la versión helenizada de un rey que aparece en las listas reales de Aksum, Za-Hekale (Anfray, 1981). ¿Existieron otros reinos vecinos en la etapa formativa de Aksum? Las dos únicas evidencias de esto son sendas inscripciones, ambas halladas cerca de las ruinas de Matara, en Eritrea. En la de Anza se dice que el rey de ʾGB ordenó la erección de la estela, mientras que en la de Safra se habla del reino de DWLY. No existen más referencias a ambas entidades, las cuales probablemente existieron durante los tres primeros siglos de nuestra era, hasta que en el siglo III probablemente fueron anexionadas al creciente Estado aksumita (Phillipson, 2012). La primera inscripción nativa que menciona a un rey de Aksum ha sido datada en el 200 d. C. Grabada en una aleación de cobre, nombra a un negus o rey llamado GDR, cuyo nombre es similar al GDRT, igualmente rey de Aksum, que es mencionado en una inscripción hallada en el sur de Arabia. Esto nos sirve para introducir la cuestión de la intervención aksumita en la región árabe meridional, la cual empezó en el siglo III y concluyó en el siglo VI, si bien parece que con intermitencias. En cualquier caso, es un período mal conocido dada la escasez de fuentes. Los aksumitas establecieron un área de influencia entre Adén y Najran. No es posible conocer con certeza qué grado de control mantuvieron sobre la región del sur de Arabia, aunque sabemos que dominaron directamente, al menos, la ciudad de Najran, la cual estuvo bajo el mando de un prefecto de nombre ʿQB, un término que no es ge’ez, y la región de Maʿafir, al sur de Taʿiz (Robin, 1989). En total existen 29 inscripciones sudarábigas que reflejan la presencia abisinia en la región, mencionando a cuatro reyes aksumitas, GDRT, ADBH, ZQRNS y DTWNS, que gobernaron en el siglo III. El contexto en que estas inscripciones fueron grabadas fue las guerras que se libraban en aquel momento en Yemen entre los reinos de Saba, Hadramaut, Himyar y Qataban. En dichas luchas participaron los aksumitas, llamados Habashat por los árabes, quienes pretendían imponer su dominio a fin de controlar el comercio regional (Robin, 1989). A finales del siglo II, Hadramaut había anexionado Qataban. Saba intentó hacer lo mismo a comienzos del siglo III con Himyar, la más nueva de las entidades políticas sudarábigas. En un conjunto epigráfico aparecido en el templo de Mahram Bilqis, en Marib (Yemen) se menciona a los reyes GDRT y ADBH. Según parece, el rey de Saba ʿAlhan Nahfan se alió con el aksumita GDRT (vocalizado generalmente como Gadarat) para derrotar a los himyaritas, aunque sus hijos abandonaron dicha alianza por temor a los abisinios, cuyo poder empezaba a crecer al otro lado del mar Rojo. Durante el conflicto acaecido hacia el 240 en Saba y Dhu-Raydan, donde dos dinastías competían por el trono, Aksum tomó partido por uno de los candidatos, Shamir Yuhamid, rey de Himyar, quien pidió ayuda al rey ADBH. Otra inscripción del reinado de Karibil Ayfaʿ menciona una invasión aksumita liderada por un hijo del rey —su nombre no quedó registrado— acompañado por tropas de al-Maʿafir (Munro-Hay, 1991a). El crecimiento del poder himyarí a finales del siglo III puso en riesgo los planes aksumitas para el sur de Arabia, lo que forzó una nueva invasión del país por DATWNS (Datawnas) y ZWRNS (Zaqarnas) entre el 260 y el 270 d. C. Himyar, en cualquier caso, a finales de siglo conquistó Saba y Hadramaut, poniendo fin a la hegemonía abisinia en la región. Si los aksumitas mantuvieron algún territorio al otro lado del mar Rojo nos es desconocido, aunque es plausible que pudiesen conservar algunos puertos (Munro-Hay, 1991a). Volviendo a los territorios africanos de Aksum, otro nombre de rey del siglo III que conocemos es el de Sembrouthes, si bien la autenticidad de la única inscripción en que es mencionado ha sido recientemente puesta en duda (Kasantchis, 2013). Cosmas Indicopleustes recoge en su descripción del puerto de Adulis la inscripción de un trono conmemorativo y de una estela, el denominado Monumentum Adulitanum, con un texto en griego, hoy perdido, que habla de un rey que podría haber gobernado en el siglo III. El nombre del rey no se conservaba cuando Cosmas visitó Adulis, o bien se había perdido al estar posiblemente dañada la inscripción. Sea como fuere, este monarca intervino en el sur de Arabia en el vigésimo séptimo año de su reinado, probablemente en la primera mitad del siglo III (Fiaccadori, 2007). La creciente prosperidad comercial del reino motivó que a mediados del siglo III diese comienzo la acuñación de moneda, siendo el primer reino del África subsahariana en hacerlo hasta su fin en el siglo VII. El primer negus en emitir moneda fue Endubis, que empleó como modelo el sistema monetario romano. Las monedas aksumitas se acuñaron en oro, plata y cobre. Son, además, nuestra única fuente de información sobre algunos reyes, ya que solo aparecen mencionados en ellas. Del mismo modo, podemos clasificarlas en dos grandes grupos: las precristianas (ca. 250-ca. 330), que muestran el símbolo del disco y el creciente, y las cristianas (ca. 330-ca. 650), que empezaron a ser acuñadas en la época del rey Ezana, el primero en adoptar el cristianismo como religión oficial y en introducir el símbolo de la cruz en las monedas. Gracias a la numismática, sabemos que hubo cinco reyes precristianos antes de Ezana (ca. 320-ca. 360): Endubis, Aphilas, Wazeba, Ella Amida I y Ousanas I (Munro-Hay y Juel-Jensen, 1995). Las monedas no nos permiten datar con precisión los años de reinado de cada uno de ellos. En el último tercio del siglo III, época probablemente coincidente con los reinados de Endubis y Aphilas, como hemos comentado, los himyaritas acabaron por imponer su dominio sobre el sur de Arabia al conquistar Saba y Hadramaut, conjurando el peligro aksumita. La escasez de monedas de Wazeba indican un reinado corto, si bien el hecho de que algunas de ellas tengan la inscripción en ge’ez y no en griego, como venía siendo habitual, evidencia un posible interés en extender su uso en los mercados locales, ya que hasta entonces la moneda se utilizaba sobre todo para el comercio internacional (Munro-Hay, 1991a). Ella Amida I es el siguiente rey del que se conserva moneda. Aunque apenas contamos con datos sobre su reinado, fue probablemente durante su reinado cuando los considerados padres del cristianismo etíope, Frumencio y Edesio, alcanzaron las costas de Aksum. Munro-Hay (1991a) y otros autores le han identificado con Ousanas I, aseverando que seguramente se tratase de la misma persona,apoyándose en una posible tradición de los monarcas aksumitas de adoptar un nuevo nombre al ascender al trono, la cual fue mantenida posteriormente por numerosos reyes etíopes. Hoy en día esta posibilidad se ha descartado; de hecho, Ella Amida I sería el padre de Ousanas I y de Ezana (Fiaccadori, 2010). Ousanas I es el último rey conocido antes de Ezana en la numismática. La inscripción RIE 186 (DAE 8), fragmentada por la parte en que se indica quién ordenó su grabado, es ahora atribuida a este rey dado que sí se preserva que era hijo de Ella Amida. En ella se mencionan a varios reyes que se sometieron a Aksum mediante el pago de tributos (Agwezat y Gabaz), mientras otros fueron sometidos manu militari (MTT, entre otros). Probablemente fuese el hermano mayor de Ezana quien le sucedió tras su temprana muerte, la cual explica la escasez de monedas acuñadas bajo su nombre. Dos inscripciones en griego, muy fragmentarias, halladas en las ruinas de Meroe (RIE 286 y RIE 286a) hablan de un rey de Aksum y Himyar que conquistó la ciudad. Al menos una de ellas pudo formar parte de un conjunto más grande, un trono conmemorativo del triunfo, similar a los que existieron en la capital. Si bien no se conserva el nombre del rey aksumita que ocupó Meroe, tradicionalmente se ha atribuido esta conquista a Ezana (ca. 330-360). Dado que dichas inscripciones han sido datadas entre finales del siglo III y mediados del siglo IV, y que en una de ellas se menciona al dios de la guerra Mahrem, es plausible que la toma de Meroe fuese obra de Ousanas I —o incluso de su padre, Ella Amida— y no de Ezana quien, como veremos, intervino en la región tras su conversión al cristianismo (Zach, 2007). Esta campaña pudo ser el golpe final en el largo proceso de la decadencia de la cultura meroítica, que cesó de existir a mediados del siglo IV. Imagen 2 Parque de las estelas de Aksum Fuente: Mario Lozano Alonso. Fue en esta época cuando se erigieron en la capital aksumita las grandes estelas que han hecho famosa a la urbe, asociadas a las tumbas reales ubicadas debajo de la colina de Beta Giyorgis. Las más importantes fueron talladas en sienita entre finales del siglo III y mediados del IV, cuando dejaron de erigirse por la adopción del cristianismo en el 340. Las tres estelas más grandes se encuentran alineadas en dirección este-oeste, estando esculpidas en todos sus lados, a excepción de la número 1, que tiene sin labrar su cara norte. El conjunto estaba diseñado para mirar hacia la ciudad, buscando probablemente impresionar a los ciudadanos que alcanzaban la explanada. Los motivos decorativos representan lo que se ha interpretado como un palacio, ya que en el nivel inferior muestran una puerta falsa, mientras los superiores representan ventanas y detalles como los finales de viga de madera denominados cabezas de mono, característicos de la arquitectura aksumita. En la cúspide, de forma semicircular, se conservan los restos de los enganches de hierro que sustentaban posiblemente una placa hecha de algún metal precioso (Munro-Hay, 1991a). La estela número 1, la más oriental, además de no estar esculpida por todos sus lados es la más baja de las tres principales (solo 20,6 metros) y la que menos pesa, solo 160 toneladas. Su decoración solo representa nueve pisos. La estela número 2 alcanza los 24,6 metros de altura y pesa 170 toneladas. Esculpida en sus cuatro caras que representan once pisos, en el siglo X fue derribada deliberadamente, fragmentándose en cinco pedazos. Sus restos fueron expoliados durante la ocupación italiana y llevados a Roma, donde estuvo en la plaza de Porta Capena hasta su devolución a Etiopía en 2005. La número 3 es la más grande del conjunto. Con 33 metros de altura y 520 toneladas de peso, es posiblemente el monolito más grande labrado por el hombre. Sin embargo, yace rota desde el día en que intentó ponerse en pie. Su decoración muestra trece pisos. Marca el lugar de una majestuosa tumba doble, de la cual únicamente se ha excavado la oeste. Sus diez cámaras dan a un pasillo central que organiza el espacio. El radiocarbono ha datado esta impresionante estructura a mediados del siglo IV, por lo que probablemente fue erigida para Ezana o su inmediato predecesor, Ousanas. 2.2. El rey Ezana: el auge de un imperio mercantil Ezana es, junto con Kaleb, el más célebre de los reyes de Aksum, en gran medida por ser el responsable de la conversión del país al cristianismo. Sucedió a su hermano Ousanas I hacia el 330, sin que podamos saber la fecha exacta dado que ninguna fuente la ha registrado. La conversión al cristianismo de este monarca, que discutiremos más abajo, se produjo, de acuerdo con la tradición, en el 333 de la era etíope (EE) esto es, el 340. Esto permite dividir su reinado en un período precristiano, de marcado carácter militar, y otro cristiano. La colección epigráfica que nos ha legado este monarca se compone, en total, de once inscripciones, alcanzando las dieciséis si le adjudicamos aquellas en las que se tiene dudas sobre su atribución. En ellas se detallan cuatro campañas militares que se ejecutaron durante su reinado. Las tres primeras campañas se produjeron durante el primer período, el precristiano. La campaña contra los Beja quizá se produjo durante la minoría de edad del rey, dado que no comandó las tropas. Su éxito, que acabó con la deportación de dicho pueblo, fue registrado en seis inscripciones. La victoria sobre los Agwezat se obtuvo tras la segunda campaña, mientras que en la tercera sometió a los Afan. La conversión al cristianismo de Ezana la conocemos a partir de varias fuentes, tanto literarias como epigráficas y numismáticas. En la tradición literaria existen dos fuentes similares que divergen en algunos aspectos. Rufino de Aquilea (344/345-411), monje e historiador, escribió el relato de la conversión al cristianismo a partir de la versión que le dictó Edesio (Edesius), uno de los protagonistas del hecho, la cual coincide, a grandes rasgos, con la tradición recogida en el Sinaxario de la iglesia local. Combinando ambos relatos, sabemos que un filósofo de nombre Meropio organizó una expedición que pretendía alcanzar la India. En el viaje de vuelta, al hacer escala en un puerto, fueron asaltados por un grupo de bárbaros. Los dos únicos supervivientes del ataque, dos jóvenes tirios llamados Frumencio (Frumentius-Fremnatos) y Edesio (Edesius-Edesyos) fueron llevados a la presencia del rey. Ambos entraron a servir como cortesanos, en el caso de Frumencio como guardián de la ley y del archivo real, y en el de Edesius como copero real. A la muerte del rey Ella Amida, la reina regente Sofya encargó a los tirios la educación del futuro monarca, aún niño, a quien enseñaron los salmos mientras obtuvieron permiso para la construcción del primer oratorio cristiano del país. Cuando este alcanzó la mayoría de edad, Frumencio y Edesio fueron liberados de sus obligaciones. Edesio pidió permiso para volver a su tierra natal, mientras que Frumencio partió a Alejandría para solicitar el envío de un obispo que se hiciese cargo de la creciente comunidad cristiana aksumita. El patriarca Atanasio lo consideró la persona más apropiada para el cargo, ordenándole obispo para acto seguido enviarle a Aksum como primer abuna, cabeza de la iglesia local (Budge, 1928). En el texto del Sinaxario se dice que la conversión fue obra de dos hermanos que reinaron juntos, Abreha y Atsbeha, a quienes se ha querido identificar con Ezana y su hermano Saizanas. Sin embargo, lo más probable es que sea una corrupción que une los nombres de dos personajes históricos muy célebres del siglo VI: Abraha, quien se hizo con el control de Yemen, y Ella Atsbaha, el rey Kaleb. Otra fuente coetánea, la Apologia ad Constantium Imperatorem de Atanasio (356), menciona una carta enviada por el emperador Constancio II (337-361) a los reyes de Aksum Ezana y Saizanas exigiéndoles que enviasen a Frumencio a Alejandría a fin de que fuese examinado por el nuevo patriarca arriano de la ciudad, Jorge de Capadocia. La demandafue, en todo caso, ignorada. En la colección epigráfica el nombre del rey que se convierte es claramente Ezana, En ella se observa un cambio gradual desde la religión tradicional aksumita hacia el cristianismo. Mientras en las primeras inscripciones Ezana se reconoce como hijo del invencible dios de la guerra Mahrem, en las RIE 189 y 190, dedicadas a la campaña contra los Noba y Kasu, se menciona el apoyo recibido por el Señor del Cielo y de la Tierra (Egziabeher), quizá el primer intento en traducir el nombre del Dios cristiano al ge’ez. Esta ambigüedad puede deberse a que el rey no quisiera hacer una profesión de fe que ofendiese a sus súbditos, aún seguidores mayoritariamente de la religión local. En cambio, en la inscripción RIE 271, probablemente grabada hacia el 359, el texto es claramente cristiano, con una alusión a la Trinidad. En la numismática el cambio es igualmente evidente. En este caso, las primeras monedas acuñadas por Ezana muestran el antiguo símbolo del disco solar y el creciente lunar, asociados a las divinidades precristianas. Pero tras la conversión, este símbolo fue reemplazado por cruces griegas que evidencian el cambio religioso (Munro-Hay y Juel-Jensen, 1995). En política exterior, Ezana mantuvo entre sus intitulaciones la de rey de varios territorios en el sur de Arabia —Himyar, Saba y Dhu-Raydan— que sabemos con certeza que no controlaba, pero que reclamaba para sí. Sin embargo, es posible que los aksumitas tuvieran bajo su control algún puerto en la costa sudarábiga. Mapa 1 El reino de Aksum y el Cuerno de África en el siglo IV Fuente: Elaboración propia. Con respecto al territorio de Meroe, si consideramos que fue Ousanas, su hermano, quien conquistó dicha ciudad, parece que Ezana continuó su obra. En su primera inscripción cristiana (RIE 189), se narra una campaña punitiva contra Kasu (Kush) y Noba que se saldó con victoria para los aksumitas. Para conmemorar su triunfo, ordenó erigir un trono conmemorativo en la confluencia de los ríos Atbara y Nilo Azul. Esta expansión aksumita hacia el valle del Nilo por el del río Atbara no parece que fuese seguida de una ocupación permanente, ya que los restos aksumitas en Meroe son muy escasos. Puede ser que los aksumitas impusiesen alguna forma de soberanía sobre los gobernantes del espacio posmeroítico, cuyo solar fue ocupado por el reino de Alodia a partir del siglo VI (Zach, 2007). Sergew Hable Selassie cree que, dado que en una inscripción de Kaleb (siglo VI) se indica que Noba pagaba tributo a Aksum, es posible que dicho pago se instituyera dos siglos antes, concretamente tras la conquista de Ezana (Sergew Hable Sellassie, 1972). Tras la muerte de Ezana, acaecida alrededor del 360, le sucedieron una serie de reyes de los que solo conocemos sus nombres gracias a las monedas que acuñaron. Su sucesor, MHDYS (Mehadeyis), emitió monedas de cobre con la cruz y el lema constantiniano “con este signo vencerás”. La secuencia de reyes, de acuerdo con Munro-Hay (1991a), sería la siguiente: Mehadeyis y Ouazebas, quienes gobernarían presumiblemente antes del 400; Eon, Ebana, Nezana, Nezool, ya en el siglo V; y Ousas y Ousanas II, ya a caballo entre los siglos V y VI. Ousas y Ousanas II, considerados tradicionalmente el mismo rey dadas las similitudes de las monedas acuñadas, hoy se cree que fueron dos monarcas diferentes. El siglo V permanece, por tanto, pobremente conocido ante la falta de fuentes que nos informen de cómo era la situación política. A juzgar por la simbología empleada en las monedas no parece que hubiese ninguna restauración del paganismo. La presencia de versículos bíblicos en la inscripción del rey Kaleb de Marib (RIE 195, primera mitad del siglo VI) indica una temprana traducción de la Biblia al ge’ez, la lengua local. Las zonas rurales tardaron más en aceptar la nueva religión. Su evangelización avanzó mucho con la llegada de los Nueve Santos, un grupo de monjes procedentes del Imperio bizantino. Cada uno de ellos fundó un monasterio, regidos por la regla de San Pacomio, algunos de ellos en las cercanías de Aksum (Abba Pantalewon y Abba Liqanos), mientras otros se edificaron en centros cultuales anteriores, como el de Abba Aftse en Yeha, junto al gran templo. Aunque sus obras nos son únicamente conocidas a través de sus hagiografías — la más antigua que se conserva es del siglo XIV—, es plausible que llegasen a Etiopía entre mediados del siglo V y el siglo VI. La causa de su llegada se encuentra en el Concilio de Calcedonia del 451, en el que se condenó el monofisismo, doctrina seguida por la Iglesia alejandrina y, por ende, la aksumita. Los Nueve Santos probablemente escapasen de territorios romanos hostiles hacia el monofisismo, asentándose en Aksum para ayudar en el proceso evangelizador. En aquel momento gobernaba Ella Amida II —no confundir con el padre de Ousanas I y Ezana—, quien vivió a caballo entre los siglos V y VI. Ella Amida II fue sucedido por Tazena, padre del rey Kaleb. De nuevo, la parquedad de fuentes nos priva de cualquier dato de su reinado, pese a que de acuerdo con la información aportada por el Gadla Kaleb (hagiografía de Kaleb), su reinado pudo durar siete años (Sergew Hable Sellassie, 1972). 2.3. Kaleb y el final de la edad dorada de Aksum El reinado de Kaleb, quien adoptó como nombre de trono el de Ella Atsbeha, es el segundo mejor conocido tras el de Ezana y, quizá, el más importante de la historia aksumita. A pesar de que es un monarca mencionado en fuentes numismáticas, epigráficas y literarias, hoy por hoy es imposible saber con exactitud cuándo empezó y terminó su reinado. Dada la gran cantidad de monedas acuñadas que llevan su nombre, se cree que debió estar en el poder durante al menos dos décadas de la primera mitad del siglo VI. El principal hecho por el que se conoce a Kaleb es por su exitosa campaña militar en Yemen, la cual le valió ser posteriormente reconocido como santo por la Iglesia ortodoxa tewahedo etíope y por la católica, dado que su culto fue importado a Europa y a América por los jesuitas durante su estancia en el país (1557-1634). San Elesbaán, nombre tomado de la helenización de Ella Atsbeha, fue, junto con Santa Ifigenia, dos de los santos negros usados por los evangelizadores católicos para convertir a los esclavizados traídos de África para trabajar en las plantaciones americanas. El casus belli de la invasión yemení, considerada el zenit de la expansión aksumita en el mar Rojo, fue la matanza de cristianos en la ciudad de Najran a manos del rey de Himyar Dhu Nuwas (Yusuf Asʾar Yatʾar), a quienes las crónicas cristianas como las Actas de San Aretas llaman rey judío, en una fecha sin determinar entre el 518 y el 523. Desde el siglo V, tanto Bizancio como la Persia sasánida apoyaron a Estados clientes en sus fronteras a fin de extender el conflicto que libraban ambos imperios a áreas más remotas. En el caso del área del mar Rojo, ambas potencias no pudieron ignorar el auge de Himyar, un Estado sudarábigo que amenazaba a la supremacía política y comercial que los aksumitas ejercían en la región (Bowersock, 2012). Ya en el siglo IV, mientras Ezana adoptaba el cristianismo como religión del Estado aksumita, en Himyar la monarquía había transformado el culto de la deidad principal, Rahman, en una religión monoteísta que ha hecho que sea considerada judaizante, cuando no erróneamente identificada como judía. Antes de la gran matanza de Najran, donde fueron asesinados más de trescientas personas, sabemos que unos pocos años antes hubo otro episodio de martirio de cristianos en la misma ciudad, lo que indicaría una persecución organizada contra los seguidores de dicha fe. Con el control del mar Rojo y sus rutas comerciales en juego, el emperador bizantino Justino I (518-527) pidió al rey de Aksum que enviase a sus tropas para castigar los sucesos de Najran. La invasión fue efectuada hacia el 525 (o quizá antes). Los hechos los conocemos gracias a la inscripción triunfal que Kaleb ordenó grabar a imitación de las de Ezana, y que erigió en
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