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La edad media castillos y monasterios

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1 Damasia Roca 
 
HISTORIA I 
Cátedra Navarro 
FICHA 3: “La edad media castillos y monasterios” 
 
La Edad Media fue un período de fermentación jardinera que acabaría con la eclosión del 
Renacimiento. La jardinería durante este período empieza a sufrir cambios, va desde el esplendor 
Romano hacía una faceta más funcional: la agricultura. Según varios historiadores, duró casi diez 
siglos. Y se reconoce su inicio con la Caída del Imperio Romano de Occidente en el 476 D.C (siglo 
V). 
En esta época existe un uso exhaustivo de las formas, no se salía de las dimensiones poligonales. Y 
en cuanto a la vegetación, se buscaba el conocimiento máximo posible del cultivo de los vegetales, 
tanto para la alimentación como para las condiciones anímicas e higiénicas. Mientras que la 
agricultura extensiva se situaba fuera de las murallas de los castillos y monasterios, la jardinería 
permanecía intramuros, de ahí que la actividad de cultivar plantas, era muy notable en esta época. 
Más allá que se pueden encontrar ciertas características que se dan a lo largo de todo el 
período, no se puede generalizar a la Edad Media como un proceso homogéneo. Es muy 
amplio tanto en tiempo como en territorio, en cada zona su ritmo fue el adecuado a sus 
propias características y al paulatino asentamiento de los pueblos invasores. Se la suele 
dividir en dos etapas: Alta (la más antigua), y Baja. 
La Alta Edad Media se caracteriza por la conformación de pequeños núcleos de 
población en castillos, cuya principal misión era la defensa. Casi toda Europa se 
encuentra dividida en feudos. Es también cuando se va dando el asentamiento de la 
religión católica. Más allá de las guerras y del derrumbamiento del Imperio, la religión 
va quedando, y los pueblos barbaros siguen esta religión. Pero no es hasta la Baja Edad 
Media, que se caracteriza por la vida en los monasterios, donde ésta se extiende y toma 
mucha más importancia en la vida de las comunidades. 
En los castillos más grandes y donde el espacio permitía cierto derroche, el señor tenía 
zonas destinadas a su uso privado entre las cuales podía encontrarse un pequeño patio o 
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jardín, que además servía a otros usos, como el aprovechamiento medicinal o culinario 
de las plantas. 
Los monasterios, en donde su máxima era ora et labora, se definen no solo como espacios 
religiosos, sino como centros de trabajo y de transmisión de ideas. Los monjes dejaron un gran 
legado, en los manuscritos, donde escribían y dibujaban con gran detalle. El cultivo en los 
monasterios ya no es sólo funcional. Sino también simbólico, es decir, que algunas 
representaciones vegetales, en especial las flores, encerraban simbolismos religiosos. Esto se refleja 
en las pinturas de la época, que no representaban la realidad tal cual sino que hacían referencia a lo 
divino. Se pintaban rosas rojas para simbolizar el amor divino; hojas trifoliadas representaban la 
Trinidad; las manzanas la tentación; los iris la Virgen y las azucenas blancas sugerían su pureza. 
El plano del monasterio 
benedictino de Saint Gall (720) nos 
permite apreciar esto al poder 
distinguir en él varios espacios 
ajardinados, y aunque ninguno de 
ellos tuviera en esencia el mismo 
sentido que hoy día le damos al 
jardín como tal; sí podemos hablar 
de espacios dedicados al cultivo de 
plantas con distintas finalidades: el 
claustro que era un elemento 
básico del monasterio, cuadrangular 
y posiblemente derivado del 
antiguo atrio romano es un espacio 
dedicado a la oración, el reposo y la 
meditación al que, en ocasiones, se 
da un tratamiento ajardinado, como 
puede apreciarse en el de Fontenay 
en Borgoña. 
 
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Un huerto; un herbolario situado junto a la casa del médico y la farmacia; un 
cementerio en el que sin duda existían árboles y plantas. 
Se puede resumir hasta ahora que hubo muchas actividades que ayudaron a que la 
jardinería siga vigente. Tal es el caso de las Cruzadas; la vida de trabajo manual de las 
comunidades religiosas; el dar asilo en las comunidades eclesiásticas ayudó también al 
intercambio de semillas y hierbas; y por último los manuscritos ilustrados que se 
elaboraban en los monasterios que resultaron tan útiles para su posteridad. 
Las fuentes literarias nos hablan de los jardines relacionados con el poder político o 
aristocrático; dándonos ejemplos de ellos; estas fuentes van aumentando con el paso del 
tiempo y sobre todo durante la Baja Edad Media son cada vez más claras y precisas. 
Se sabe que Carlomagno (774-814) durante lo que se conoce 
como renacimiento carolingio en su palacio de Aquisgrán no tenía 
jardines reales pero curiosamente sí los evocaban las pinturas de sus 
paredes y los tejidos de sus tapices, como queriendo rememorar las 
antiguas estancias de la antigüedad. Aunque existen muestras de que en 
http://alenar.files.wordpress.com/2007/10/fig8-boutslainjustasentenciadeoton.jpg
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los palacios de gobernantes posteriores como por ejemplo el emperador Otón sí existían 
jardines como prueba la pintura: La injusta sentencia de Otón obra de Dirk Bouts. 
“Le roman de la rose” es una obra significativa en este sentido, escrita en dos partes; la 
primera de ellas obra de Guillaume de Lorris, escrita entre 1225 y 1230, en la que 
aparece la descripción de un lugar llamado vergel, un espacio cuadrado amurallado y 
almenado y en el que la naturaleza presenta todo su esplendor; y una segunda parte, 
más tardía, obra de Jean de Menú escrita entre 1269 y 1278, describe un jardín más 
conceptual y simbólico, de forma circular, que asume gran parte de la filosofía 
dominante en la época recogiendo el imaginario jardinístico propio del poeta. El poema 
nos deja descripciones de jardines: “A cierta distancia, me encontré ante un jardín 
cerrado por muros almenados y ricamente decorados en su exterior con imágenes y 
pinturas” o “Sin decir una palabra más, entré en el jardín por la puerta que Ociosa me 
había abierto, una vez dentro mi alegría llegó a su colmo. Sabed que creí hallarme en el 
Paraíso terrenal, el lugar era tan delicioso que parecía sobrenatural. Pensé que no 
podía existir paraíso mejor que aquel placentero vergel” 
Otros testimonios de la época son: 
Liber de cultura hortorum (840 d.C) Monje Walafrid Strabo. Que da manifiesto de 
conocimientos avanzados de jardinería que ya se tenían en la época. 
De Vegetabilibus (1260 d.C) Alberto Magno. Ya más cerca del renacimiento también 
aporta descripciones sobre jardines de la época, entre otras cosas. 
Durante siglos X y XI las ciudades preexistentes que habían logrado sobrevivir, en la 
mayoría de las ocasiones, gracias a la presencia en ellas de alguna autoridad eclesiástica 
y su correspondiente sede o, bien gracias a la instalación un monasterio en las 
proximidades, iniciaron su recuperación. Poco a poco y a medida que los nuevos reinos 
o estados fueron formándose, comenzó una especie de “renacimiento” cultural y 
político que permitió la reanudación de actividades en las ciudades existentes. 
La existencia de jardines en las ciudades medievales, está documentada aunque, 
actualmente, sean difíciles de rastrear. Según Mumford en “La ciudad a través de la 
historia” así lo corrobora: “La típica ciudad medieval se hallaba más próxima a lo que 
ahora denominaríamos una aldea o una población rural que a una moderna y 
abarrotadaaglomeración urbana comercial. Muchas de las ciudades medievales que 
vieron detenida su expansión antes del siglo XIX aún presentaban jardines y huertos en 
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el corazón del municipio.” Morris cita la ciudad flamenca de Furnes como un ejemplo de 
esto haciéndose eco de lo que Sir Patrick Abercrombie menciona en su obra “Urbanismo 
y planificación rural”, en donde llega a considerarla casi una ciudad jardín: “[...] la 
concepción medieval de una ciudad de negocios, con su plaza en el centro, su grupo de 
edificios públicos, entre los que figura la catedral, una gran iglesia urbana, el 
ayuntamiento, los juzgados, etc., casas alineadas a lo largo de las calles con 
continuidad, aprovechando económicamente cada metro de fachada, pero provistas de 
amplios jardines en su parte trasera“. 
Al final de la Edad Media y entroncando ya con el Renacimiento los escritos de 
Dante(1265-1321), Petrarca (1313-1375), Boccaccio (1304-1374), demuestran que el 
jardín se ha convertido en un tema plenamente literario. Paralelamente a esto el progreso 
de las innovaciones técnicas como el desarrollo de la metalurgia, la aparición de la 
brújula portátil, etc. facilitarán la creación de jardines. Mientras que Italia asumirá el 
papel preponderante en el despegue cultural del momento; y las personalidades políticas 
de las más importantes ciudades italianas, asumirán las nuevas corrientes filosóficas 
renacentistas que conducen a una nueva concepción del jardín. 
Sin esta larga etapa de reclusión del jardín entre las altas murallas de un castillo 
encerrados sin perspectivas entre las arcadas de un claustro conventual, es muy posible 
que el movimiento renacentista de expansión hacia el exterior de los límites no se 
hubiera dado, o no se hubiera producido con la misma fuerza. En definitiva, el jardinero 
medieval, y por muchos motivos, seguía aferrado a una superficie escasa y fácilmente 
abarcable y dominable, perfectamente protegida de los peligros exteriores y condenados, 
por lo mismo, a convertirse en monótona, reiterativa y sin perspectivas.

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