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rias al exterior. Sus limitaciones son los efectos tóxicos del oxígeno, que pueden aparecer cuando se supera la presión parcial de 1328 mm Hg (176.62 kPa), lo que ocurre alre- dedor de los 7 m de profundidad. Según el principio fundamental de la presión hidrostá- tica, la presión de una columna de agua aumenta 101 kPa (1 atmósfera) cada 10 m de profundidad. La atmósfera ejer- ce además una presión sobre la superficie de la Tierra simi- lar al peso de una columna de mercurio de 760 mm, y es equivalente a un kilogramo por cada centímetro cuadrado de superficie. La presión absoluta o real que el buceador soporta es por consiguiente la suma de la correspondiente a la profundidad de su inmersión (presión relativa), incre- mentada con el valor de la presión atmosférica a nivel de la superficie del líquido. A 20 m la presión absoluta es de 3 ata; a 30 m, de 4 ata, y así sucesivamente (ata = atmósfera absoluta). Para disminuir a la mitad el valor de la presión atmos- férica sería necesario ascender hasta unos 5500 m de alti- tud, pero para duplicar la presión ambiental, basta con descender a 10 m de profundidad en el agua, donde la pre- sión es de 2 ata. Estos cambios son proporcionalmente más importantes cuanto más cerca se está de la superficie. Según la ley de Boyle-Mariotte, el volumen que ocupa un gas y la presión a que está sometido son inversamente pro- porcionales. En la práctica, todos los espacios gaseosos contenidos en compartimientos o recipientes compresibles disminuyen de volumen al aumentar la presión ambiental (Fig. 53.2). Un compartimiento rígido podrá contener aire sin modificar su volumen interior, en la medida en que sus paredes resistan la compresión exterior. Una débil caja hermética se aplastaría al cabo de pocos metros. Un batis- cafo o un moderno submarino, dotados de gruesas pare- des, permiten mantener a presión atmosférica el aire contenido en su interior, con lo cual los submarinistas no experimentan ninguno de los efectos de la presión exterior. Pero los compartimientos dotados de paredes elásticas, como las vísceras huecas del cuerpo humano, disminuyen su volumen en proporción a la profundidad de la inmer- sión. El escafandrista, sin embargo, respira aire a la misma presión ambiental, con lo que mantiene sus pulmones con un volumen constante. Durante el ascenso, al disminuir la presión, las cavidades aéreas tienden a recuperar el volu- men inicial. El aire contenido en los pulmones experimen- ta el mismo proceso y tiende asimismo a la expansión, por lo que el buceador debe exhalar el sobrante por las vías respiratorias. Un volumen aéreo de 5 L, por ejemplo, situa- do a 20 m de profundidad (3 ata), se convertiría en 15 L al llegar a la superficie. Un buceador con esa capacidad pul- monar aproximada deberá expulsar durante el ascenso los 10 L restantes (Tabla 53.1). Una emersión lenta y acom- pasada permite la exhalación paulatina de todo el sobrante de aire, que se realiza sin ninguna dificultad. Si la subida es demasiado rápida o precipitada el buzo puede retener un exceso de aire dentro de los pulmones. En situaciones de emergencia el pánico empeora la evacuación aérea y a veces cierra definitivamente la glotis. Obstáculos parciales como tapones mucosos o cuerpos extraños pue- den dificultar el drenaje aéreo, incluso en buceadores expertos. En estos casos, el aire mantiene dentro de los pul- mones una presión superior a la ambiental, y busca salida a favor de gradiente forzando la apertura de shunts (cortocir- cuitos) y espacios virtuales, produciendo en algunos casos rupturas alveolares, lobares, o pulmonares, e incluso intro- duciéndose en el torrente sanguíneo (síndrome de hiper- presión intratorácica o de sobrepresión pulmonar). El aumento progresivo de la presión parcial del oxí- geno es bien tolerado hasta alcanzar el valor tóxico ya mencionado. El mismo valor de presión parcial (1330 mm Hg –176.89 kPa-) se alcanza respirando aire comprimido alrededor de los 90 m de profundidad. El nitrógeno, en cambio, al carecer de significación funcional, no se meta- boliza ni se combina, sino que permanece como gas iner- te disuelto en la sangre y en los tejidos. Es cinco veces más soluble en los tejidos grasos que en los más acuosos. Al aumentar la presión ambiental se incrementa la cantidad de nitrógeno disuelto en la sangre, pero la lenta perfusión de las grasas retrasa su difusión. Es preciso que el aumen- to de presión sea muy prolongado para llegar nuevamente al estado de saturación, en que la presión del gas disuelto en el tejido sea igual a la presión parcial del gas circulan- te en la sangre. Finalizada la inmersión, el escafandrista debe retornar lentamente a la superficie para adaptar sus pulmones al cambio de volumen aéreo; pero debe, además, dar tiempo a sus tejidos para que eliminen el exceso de nitrógeno que han ido acumulando durante su estancia en el fondo. La desaturación del gas inerte es tan lenta como lo ha sido la saturación. Los tejidos soportan bien un cier- to exceso de gas disuelto, pero si se sobrepasa el punto crí- tico de sobresaturación, la diferencia de presiones entre la sangre y los tejidos puede precipitar la liberación desorde- nada y brusca del gas en forma de burbujas, dando lugar a la enfermedad por descompresión. 670 F I S I O L O G Í A D E L S I S T E M A R E S P I R AT O R I O 100 Variaciones aéreas presovolumétricas (valores relativos) Metros de columna de agua 50 33.3 25 20 16.7 50403020100 Figura 53.2. Variaciones de tamaño (expresadas en % del nivel del mar) que experimenta un volumen aéreo determinado al aumentar la presión ambiental durante una inmersión.
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