Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
AGRADECIMIENTOS mod. de Traducción ENI Staff ANDREA MORENO 3LIK@ ENI EVARG7 JANE LORELLERENA MAIS020291 MEW RINCONE MICHELLE♡ PIDGETRAVIS RUFIARP Corrección MEW RINCONE & ENI Recopilación y Revisión ENI Diseño LUCIITAMY ♥ ÍNDICE SINOPSIS Tic, tic, tac. Tiempo. Ahora eso es todo lo que tengo. Una pequeña habitación, una fotografía, y tiempo. Quieren que confíe en ellos y confiese mis pecados. Me dijeron que no me juzgarían, me mintieron. Pensé que podríamos convencer al mundo de que esto no era un crimen. Estábamos equivocados. El tiempo no se detiene. El reloj sigue haciendo tictac, el mundo es escéptico, y ahora… Ahora él se ha ido. A veces realmente no sabes a quién va dirigido un libro hasta que está completo. Este libro me sorprendió constantemente, y esta dedicación no es diferente. Veiled Innocence está dedicado a alguien que es brutalmente honesta, trabajadora, y dedicada al oficio de escribir. Ella me recuerda constantemente porqué amo hacer lo que hago, y este libro no hubiera visto la luz del día sin ella. Candace Wood, eres irreemplazable. Gracias desde el fondo de mi corazón. Xx Ella Siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay un poco de razón en la locura. Friedrich Nietzsche Eres libre de elegir, pero no estás libre de las consecuencias de tu elección. Anónimo. El corazón quiere lo que quiere, la edad no es importante. Te amo, Francesco. Ella Frank Prólogo Traducido por Eni Corregido por Mew Rincone endo a la deriva hacia el campo, me golpea una sensación de familiaridad. Cada vez, el sueño es el mismo. Nunca cambia, nunca se desvía. Ni una vez, nunca. Sosteniendo la pequeña mano de Daniel en la mía, considero con cautela el camino que tomaremos, sabiendo que es la única manera. Delante de nosotros, tan lejos como el ojo puede ver, hay kilómetros y kilómetros de campos, cubiertos de flores de colores azules y profundos morados. Los colores, vibrantes y fuertes me llaman, haciéndome señas para que me acerque, sin embargo conozco el destino que tienen, no puedo cambiar nuestro rumbo. Estamos vinculados a este camino, así como siempre estaré atrapada por mi decisión, la que nos trajo aquí. Apretando sus cálidos dedos en mi palma, logro una pequeña sonrisa para el rostro confiado que se vuelve para mirarme. Conozco este sueño. No quiero estar aquí. Dándole la espalda a esa confianza, busco desesperadamente una salida, una manera de escapar del mundo que me ha atrapado de nuevo, pero sé que no sirve de nada. —Llegas tarde otra vez, Addy. Su voz es exactamente como la recuerdo, alegre, dulce, y un poco chillona. Miro hacia abajo, encontrando los mismos ojos azules que poseo devolviéndome la mirada. —Papá va a estar muy enojado contigo. —Shh, no vamos a llegar tarde —prometo, tirando del brazo de Daniel para ver su reloj. Como siempre, está parado a las 3:17 p.m—. Maldita sea. Y —Oooo, maldijiste. —Daniel…—le advierto, sabiendo que no tenemos tiempo. Puedo escuchar cómo me persigue. Tic, tic, tac. Recibí el reloj en mi cumpleaños número quince, metódicamente marca la hora cuando el segundero hace tic, alrededor de la esfera. Tic, tic, tac. Lo oigo. Lo memorizo. —Vamos. Si nos damos prisa lo lograremos. Todavía tenemos tiempo. Cuando doy un paso adelante, una brisa roza mi mejilla, haciendo que el vello de mis brazos se levante como si alguien hubiera pisado mi tumba. —No, Addy —me dice y saca su mano de la mía—. Se acabó el tiempo. Sólo toma un segundo para que nuestra conexión se corte. Me giro hacia él, y sé que tiene razón. Su tiempo se ha detenido. No es mi tumba la que ha sido pisada. Antes que pueda alcanzarlo, las flores que nos rodean se marchitan, encogiéndose en el suelo, y cuando él desaparece con ellas, todo ante mí se vuelve negro. Lo único que me queda es la oscuridad, la ráfaga insistente del claxon de un auto, el conteo del paso de los peatones, y el tictac de un reloj… Presente… Tic, tic, tac. Tic, tic… —¿Addison? Tac. Saliendo de una pesadilla y metiéndome firmemente en otra, trato de enfocarme en el hombre sentado frente a mí en la escueta oficina temporal. Jesús, sé que estas sesiones son tediosas, pero esta es la primera vez que me quedo dormida. He conocido a Doc desde que Daniel…bueno desde hace tres años, y ahora ha sido traído aquí. Para ayudarme, para salvarme…para sanarme. Tic, tic, tac. —¿Addison? Voy a preguntarte otra vez. Está preocupado. Todos están preocupados por lo que pasó, pero es demasiado tarde. Tic, tic… —Recuerda que lo que dices aquí, se queda aquí. Tac. Creen que estoy enferma, que estoy…dañada. —¿Cuándo fue la última vez que viste al Sr. McKendrick? No le digo nada. Nunca lo haré. No sobre eso. —Está bien hablar sobre eso, Addison. Nadie va a juzgarte. Eso no es verdad. Desde que fue admitida, Doc ha cambiado. Ya no me mira como solía hacerlo. Así que, probablemente estaría sorprendido al saber que lo estoy juzgando. —Sólo necesitamos saber. ¿Dónde viste por última vez al Sr. McKendrick? Tic, tic…—No tienes nada de qué avergonzarte. ¡Mierda! Odio las interrupciones. Él lo sabe. Además, no estaría sentada aquí si él no pensara que debería estar avergonzada. —Está bien, Addison. Me gustaría que dejara de decir mi nombre así. Me recuerda a… —Vamos a intentarlo de nuevo mañana. Y lo haremos. No está mintiendo al respecto. Pero ya no me importa. ¿Qué me queda? Nada. Él se ha ido. Estoy sola, y todo lo que puedo oír es…tic, tic… Capítulo 1 Traducido por Eni Corregido por Mew Rincone Pasado… Miré el reloj atado a mi muñeca antes de voltear la cabeza hacia Brandon. —Apúrate —insté cuando me tiró con fuerza en su regazo. Con un gemido, estiré mi cuello hacia atrás, jadeando en el apretado interior de mi auto. —¿Qué demonios, Addy? Acabo de meterme dentro de ti. Sentada a horcajadas, dejé de restregarme contra él. —Bueno si no hubieras llegado tarde…—comencé, pero me cortó sentándome en el asiento del pasajero y conectando su boca con la mía. —Deja de quejarte, ¿quieres? Eché mi cabeza hacia atrás, metiendo mis dedos con fuerza en su cabello marrón. —¡Joder! Eso duele. —Sabes cómo soy con este tipo de cosas —le recordé. —Es el primer día. A nadie va importarle si llegas cinco minutos tarde. —A mí me importará. Odio llegar tarde. Con una brusca flexión de sus caderas, se empujó más profundo dentro de mí. Supongo que él tenía razón….era la pobre Addy, después de todo. Además, no había tenido sexo en meses ya que mi madre planeó mis vacaciones de verano hasta el último detalle. Brandon gimió mientras se movía una vez más, y miré mi reloj, mala costumbre…tic, tic, tac. * * * * Llegué tarde…grandioso, como si no estuviera lo suficientemente ansiosa. Esto era justo lo que necesitaba en el primer día de mi último año. Aunque en realidad, no era como si alguno de mis profesores fuera a mencionarlo. A ellos no les importaría. Inspeccionándome en el espejo del baño, tuve la precaución de asegurarme de que el brillo de labios estuviera perfecto. Mi cabello caía en suaves ondas que había rizado esa mañana, y después de mis anteriores actividades con Brandon, mi ropa estaba de vuelta donde debía estar. Levanté mi barbilla, estudiando mi reflejo. Estreché mi mirada, haciendo un puchero. Doc siempre estaba soltando una u otra cosa sobre la belleza interior siendo importante, pero una vez oí una cita de Marilyn Monroe que decía, los chicos piensan que las chicas son como libros. Si la cubierta no llama su atención, no se molestaran en leer lo que hay adentro. En mi opinión, ella tenía una apreciación más precisa de estas cosas. Así que,como siempre, tuve la precaución de asegurarme de que esa cubierta fuera extra llamativa. Le eché un vistazo a mi cronómetro que fielmente me protegía y seguí el segundero mientras hacía sus rondas. Me hubiera gustado que se diera prisa y llegara a las doce, porque entonces me sentiría bien cerca de irme. En su lugar, cadenas invisibles me mantuvieron frente al espejo. Tic, tic, tac. * * * * Primer día de trabajo y ya me quería ir. Garabateé mi nombre en el tablero como el profesor responsable que se esperaba que fuera. Desafortunadamente, el olor de la tiza y el roce a lo largo del tablero no hicieron nada para hacerme sentir responsable; sólo me hicieron querer irme. El reloj colgado en la pared de mi clase de historia mundial me estaba volviendo loco. No había estado recientemente en algún lugar donde necesitara un reloj de pulsera o uno de pared, y el recordatorio de que estaba de regreso con el horario de otra persona me irritaba como el infierno. Acababa de regresar de un viaje de seis meses viajando por Europa donde pude visitar algunos de mis sitios históricos favoritos, así que estar restringido entre cuatro paredes y una puerta me ponía…inquieto. Sentía que la corbata que usaba iba a asfixiarme, y en ese momento, le habría dado la bienvenida. No volver a casa no había sido una opción. En el minuto que me enteré de la salud deteriorada de mi padre, supe que tenía que ir con él. Así que, trece horas y cincuenta minutos después, estaba de vuelta en Denver, Colorado, eso fue ya hace un mes. La puerta de mi derecha se abrió de golpe, aliviando la quietud sofocante del salón, y el primer estudiante entró en el espacio vacío. Chico, chica. Chico, chico, chica. Uno tras otro fueron llegando, y mientras los asientos se llenaban, me quedé en un rincón alejado, apoyándome contra una estantería. Siempre hacía eso cuando comenzaba una nueva clase, sobre todo en una escuela nueva. Observaba. Era interesante ver como los estudiantes interactuaban antes de saber que estaba allí. Antes de que hicieran un buen espectáculo y se comportaran como se esperaba que lo hicieran. Hablando, riendo, y coqueteando, los estudiantes en el primer día estaban siempre emocionados de verse. Era una oportunidad perfecta para atraparlos en esa imagen de su verdadero yo. Ese momento de observar sin ser visto. Cuando todo el mundo tomó sus asientos y la segunda campana sonó a través de los pasillos, me alejé de la estantería y me moví hacia la parte delantera del viejo escritorio de madera en frente del salón de clases. Una por una, las cabezas se levantaron, y cuando me vieron esperando, y se dieron cuenta que había estado de pie allí todo el tiempo, inmediatamente se acomodaron. Las conversaciones se sosegaron, se volvieron susurros y luego finamente, silencio. Permanecí firme e inmóvil hasta que tuve la atención de la última persona. Entonces la puerta se abrió por última vez esa mañana y ella entró en mi salón de clases. Tarde. La miré, me miró. Mi final, mirándome directamente desde el primer momento. * * * * Odiaba llegar tarde, corrí a través de la puerta del salón y me sorprendí al encontrarme de frente con un hombre en lugar de la Sra. Ross. Este era un extraño. Un extraño que no sabía nada de Addison Lancaster, y este momento me observaba con molestia. Ese fue el primer momento que vi al Sr. McKendrick. Él era el profesor con que cada chica soñaba. Del que todas nos flechábamos en el segundo que lo veíamos. Con un cabello castaño veteado de dorado por el sol, en una corta cola de caballo desordenada en la nuca, él era diferente a cualquier profesor que había visto antes, y mi reacción hacía él fue inmediata y potente. —¿Y quién es usted? Esa voz. Juro que me tocó, estaba afectada. —¿Señorita? Parpadeé una vez, tratando de aclarar mi mente y me di cuenta que, por un instante, el tictac se detuvo. Mi cuerpo había dominado mi mente, algo que nunca pasaba conmigo. —¿Señorita? Estoy hablando con usted. La risa brotó de la clase, y de repente estuvo de vuelta—tic, tic, tac. El nuevo profesor se volvió hacia mis ruidosos compañeros de clase, y cuando sus bocas se cerraron, el salón quedo sumido en un tenso silencio. Vaya, hubo cierto tipo de autoridad allí. Una mirada suya, y mis compañeros rebeldes se callaron…se volvieron respetuosos, y no llevábamos ni diez minutos de clase. Una vez más, sus ojos volvieron a los míos y ya no sólo expresaban su irritación, sino también algo más. Algo que ansiaba al instante. Esta cubierta que había construido tan cuidadosamente llamó su atención. Como un león, su mirada era feroz mientras me apreciaba. Todos los hombres lo hacían, no podían evitarlo. Sin importar lo inapropiado que sabían que era, siempre llamaba su atención. Con mis voluptuosos labios curveados, inocentes ojos azules, y una figura que pertenecía a alguien de veinte y algo—sabía lo que tenía y nunca tenía miedo de usarlo. A diferencia de la mayoría de los hombres, cuya expresión traicionaba su indeseado interés, me imaginaba a éste acechándome desde el otro lado del salón y yo permitiéndoselo. —¿Señorita? Le hice una pregunta. Olvidé lo que preguntó en el momento en que lo vi. Estaba demasiado ocupada imaginándolo tocándome, probándome. Di cuatro pasos hacia él para estar lo suficientemente cerca para ver el rastrojo oscuro que salpicaba la línea de su mandíbula. —Llega tarde —indicó, su tono impenetrable mientras optaba por una ruta diferente—. En su primer día. No es una fantástica manera de empezar el año escolar, ¿está de acuerdo? Dándole una mirada tímida desde debajo de mis pestañas, finalmente encontré mi voz y me aseguré un firme lugar en su lista negra. —Tal vez podría hacerme quedar después de clases y enseñarme la hora. Qué broma fue esa, considerando mi obsesión cuando se trataba de manejar el tiempo. No es que él supiera. —Ya que es el primer día. No lo creo necesario. Pero de ahora en adelante, llegue a tiempo. Su nombre, por favor. —Addison. Addison Lancaster. —Gracias. Ahora vaya y tome asiento. Acomodándome el bolso más arriba en mi hombro, giré sobre mis talones y me dirigí hacia el segundo pasillo de escritorios con un poco más de movimiento de cadera que de costumbre. Mirando a Brandon, noté un guiño, recordándome porqué exactamente había llegado tarde. Devolviéndole el sexy gesto, usé mi sensual sonrisa dirigiéndola hacia su dirección mientras se extendía a través de mi boca. Coquetear para mí era como respirar para alguien más, y siempre me aseguraba de tener atención cuando hacia un espectáculo. Como campeona de pista de la escuela, me esforzaba por la perfección y me gustaba ver los resultados de mis esfuerzos. Era un modelo a seguir, una persona de admirar, y odiar. Todo el mundo, incluyendo los profesores, me conocía, y todos me querían. Excepto, el hombre de pie en frente de la clase de historia. Definitivamente no me quería, pero amaba los retos. Ganar estaba en mi naturaleza. Me senté y dejé que mi bolso se deslizara lentamente por mi hombro hasta caer al piso. Crucé una pierna sobre la otra y volví mi atención a mi nuevo profesor cuyos ojos se movían metódicamente sobre cada uno de nosotros, antes de finalmente volver a descansar en los míos. Me estudió por un momento de una manera que me sentí calculada antes de moverse hacia Jessica, que estaba sentada en el pasillo a mi derecha. Sólo así, fui dejada a un lado. —Mi nombre es Sr. McKendrick. Voy a ser su profesor de historia este año, no la Sra. Ross. Tengo pocas reglas, pero una de ellas es ser puntual —dijo con un tono superficial mientras paseaba en frente del salón—. La otra es poco ortodoxa. Quiero que sean curiosos…pero respetuosos. Hagan preguntas. Rétense los unos a los otros. Quiero que miren afuera de la caja, por así decirlo,porque ahí es donde encontraran algunos de los descubrimientos más fascinantes. Sr. McKendrick. Él era fascinante y definitivamente diferente. Estaba, sin lugar a dudas, fascinada. * * * * Me observaba desde su asiento, tercera fila del fondo, segundo pasillo, con esos ojos tan azules que podía verlos desde donde estaba de pie. Se clavaron en mí en el segundo en que se acomodó, y seguía escudriñándome. Mientras estaba de pie al frente de la clase introduciendo el curso, esperé que mi moral y mi ética hicieran valer sus derechos. Para recordarme que no debía estar afectado por la inspección de una estudiante. Treinta minutos después, y aún estaba esperando. Me senté y observé a los estudiantes trabajar en silencio en su primera tarea, pero seguía siendo atraído por la joven chica que llegó tarde. Era excesivamente atractiva. Desde su piel de porcelana hasta sus rizos castaños que rebotaban contra la curva de sus grandes pechos, Addison Lancaster era más una mujer que una chica, y era peligrosa. Los otros hombres en el salón también lo sabían, la manera en que actuaban a su alrededor era una indicio. Parecían atrapados con cada lamida de sus regordetes labios rojos y sí, yo también había sido atrapado por esos. Así que allí estaba, tratando de averiguar porque me era imposible ignorarla, y entonces le eché un vistazo, y lo supe. Eran esos ojos. Mantenían secretos que no debían tener. Oscuros, tristes y atractivos todo en uno, y sin embargo, era demasiado joven para entender posiblemente alguna de esas emociones en su forma absoluta. Rompiendo la abrasadora conexión, me concentré de nuevo en mi libro, pero seguí sintiendo a Addison Lancaster observándome. * * * * El primer día de escuela pasó más rápido de lo que esperaba y todo fue exactamente como debió ser. Excepto por el Sr. McKendrick. No lo esperaba. Acostada entre las sábanas blancas de mi cama, disfrutaba la frescura de ellas mientras separaba mis muslos desnudos y deslizaba mis dedos entre ellos para tocarme. La noche era mi momento, un momento en donde podía imaginar lo que quería, y esa noche, imaginé a mi profesor. El hombre que me descartó en un abrir y cerrar de ojos. El hombre que estaba haciendo llorar mi cuerpo mientras estaba en mi cama. Era incapaz de precisar por qué encontré su rechazo tan atractivo, pero lo fue. Casi…desafiante. Mordiendo mi labio superior, deslicé dos dedos por el borde de mis bragas. Los moví por debajo de la tela de algodón color rosa y flexioné mis muslos tonificados. Cuando separé más mis piernas y arqueé mi espalda, empujé mi cuerpo en el peso de la sábana, disfrutando la sensación encima de mí, imaginando que era él. Me provoqué, pasando mis dedos por mi montículo desnudo. Mi boca se abrió, su nombre en mis labios mientras mis dedos rozaban mi clítoris y luego fueron hasta abajo deslizándose en mi interior. Había estado haciendo esto desde temprana edad, conocía mi cuerpo, y sabía exactamente la manera en la que necesitaba ser tocada. Brandon nunca lo hacía bien. Siempre estaba apurado y terminaba antes de empezar. ¿No se aplicaba eso para la mayoría de los chicos? Pero el Sr. McKendrick. Sabía que él sería diferente. Me tocaría de la forma que deseaba, y me llevaría por el camino que ansiaba. No como un chico, sino como un hombre. Capítulo 2 Traducido por Michelle♡ Corregido por Eni Presente... Tic, tic, tac. —¿Dirías que conscientemente intentas empujar los límites de la gente, Addison? Tic, tic, ¿qué? Sentada de nuevo en la pequeña oficina blanca, miro las paredes desnudas a mí alrededor, y luego de nuevo a la mesa colocada aquí para mi "estadía" y creo, ¿qué? Mi cara debe transmitir mis pensamientos, porque comienza de nuevo. —¿O es que crees que es más… —se detiene, estoy segura para un efecto dramático—, subconsciente? Sabe que soy consciente de que no tengo que contestar, así que ¿qué es lo que obtiene de mí? Silencio. Silencio total y absoluto. —Está bien, volvamos al Sr. McKendrick. No vamos, pienso cuando estudio mis uñas. —No estás en problemas. ¿No lo estoy? Estar encerrada seguro no ayuda a su caso en convencerme. —Sólo necesitamos más información. No todos. Tic, tic, tac. —¿Por qué no me cuentas un poco sobre cómo comenzaron las cosas? Siento que mi enojo comienza a crecer. Este hombre me conoce mejor que nadie, pero sobre esto, no sabe nada. Todos son codiciosos. Codiciando una razón para hacer esto su culpa. Para hacer de él de alguna manera el diablo y a mí el ángel en esta pequeña historia lasciva del pecado. Quieren saber quién se acercó a quién. Ninguno es su jodido asunto, eso es quién. Si él piensa que esto va a ser fácil como solía ser, es mejor que reevalué. Sólo tengo que pensar en mí ahora. En este lugar, con nada más que tiempo. Tiempo para recordar o, como todos están esperando, tiempo para olvidar. Tic, tic, tac, el ratón recorrió el reloj. ¿Es mi hora para irme? Tiene que estar cerca. Echo un vistazo a la única cosa en la pared, un reloj de madera, y luego vuelvo a Doc y lamo mis labios. ¿Me gusta empujar los límites? Sí. Levanto mi pulgar y muerdo la uña, notando que sus ojos caen en ella antes de que él niegue con la cabeza. ¿Lo hago conscientemente? Sí. Sí, lo creo. * * * * Pasado... Una vez más, ella estaba retrasada. Este era el tipo de conducta que no podía tolerar. Flagrante falta de respeto a mi autoridad, eso es lo que esto era. Cerré la puerta de mi salón de clases con mano firme y la bloqueé. Ella iba a ser esa estudiante. Con la que lucharía todo el puto año. Apretando los dientes, me enfrenté a mis otros estudiantes. Había un claro vacío dónde se había sentado ayer y cuanto más obsesionado estaba con el espacio vacío, más molesto me sentía. Todo el mundo estaba sentado pacientemente, esperando a ver qué pasaría cuando Addison Lancaster decidiera honrarnos con su presencia, pero seguía sin aparecer. Sabiendo que no podía permitir que un estudiante dictara la forma que llevara las cosas, di un paso al frente de la sala y me apoyé contra el escritorio. —Está bien, chicos. Por favor, abran sus libros de texto en la página treinta y siete. Como ustedes saben, este trimestre estaremos aprendiendo todo sobre el reinado del rey Enrique VIII. Así que vamos a empezar por el principio, ¿de acuerdo? Enderezándome desde el escritorio, deslicé las manos en mis bolsillos mientras los chicos abrían sus libros. —¿En serio este tipo tuvo seis esposas? Miré mi lista para comprobar el nombre del chico hablando. Brandon Williams. —Sí, en serio, Brandon —confirmé. Él se encorvó hacia atrás en su silla y dejó caer el brazo sobre la mesa. —El tipo tenía talento. —Él era un rey, idiota. —Su amigo se burló—. Era rico y poderoso. Las mujeres aman esa mierda. ¿Por qué crees que Addy está contigo, idiota? —Ahh, ¿Sam? El lenguaje, por favor. —Lo siento, señor —murmuró, sus mejillas volviéndose un color rojizo como si se avergonzara, pero ya había pasado del tema y me quedé pensando... ¿Addy? No, eso no le encajaba en absoluto. No en la chica dándome esa mirada... esa inapropiada mirada el día anterior. Addy era el nombre de una niña. No encajaba, pero ¿Addison? Addison era un nombre que pertenecía a esos ojos engañosos. —No pasa nada, simplemente no lo hagas de nuevo. Así que vamos a leer el capítulo uno, entonces nosotros… Fue entonces cuando comenzó el estruendo en la puerta de mi salón de clases. Me volví hacia ella y la vi a través del panel estrecho de vidrio. La sala quedó en completo silencio mientras sus compañeros de clase esperaban a ver qué iba a hacer. Todos se quedaron inmóviles esperando que dijera lo mismo, por lo que ahora era el momento que tendría que hacer valer mi autoridad sobre la situación. Algo que realmenteno quería hacer en el segundo día del año escolar. Me acerqué a la puerta y la vi mirándome directamente. Debería haberla enviado a la oficina del director inmediatamente. Debería haberla dejado afuera en el pasillo. Había un montón de cosas que debería haber hecho, pero en su lugar, desbloqueé y abrí la puerta. —Siento llegar tarde. Me… retrasé. Pero fue por una buena razón. — Trataba de explicar, mientras entraba al salón. No creyéndole ni por un segundo, hice un gesto al pasillo. — Fuera. Ahora, señorita Lancaster. La miré de cerca mientras su expresión cambiaba, y le dio una sonrisa arrogante a los otros chicos. —Pero realmente fui retenida. Apreté los dientes con frustración. Ella era impertinente, descarada, y en este momento, empujaba todos y cada uno de mis interruptores. Bajando la voz, una vez más hice un ademán hacia el pasillo. —Fuera. Ahora. Con un suspiro exagerado, salió al pasillo vacío y la seguí de cerca. Cuando la puerta se cerró, me di cuenta en la forma en que dejó el acto de colegiala cursi y se transformó en una criatura mucho más amenazante. Me pregunté en ese momento lo que había hecho para merecer esto. Sin duda, esto fue una especie de jodido karma porque la chica delante de mí tenía la cara de una mujer que pondría a los hombres de rodillas. Los hombres así como yo. * * * * —Realmente fui reteni… —Deje de hablar. La sonrisa que se deslizó en mis labios era astuta cuando el Sr. McKendrick me interrumpió. Me pregunté por un momento lo que pensaba de los pantalones vaqueros muy ajustados que se aferraban a mis caderas o de la blusa de encaje negro que se había deslizado a lo largo de mi estómago. También llevaba una chaqueta de vinilo negro con cremalleras por todos lados porque mi madre me había hecho ponérmela. Mucho mejor para mantener mis secretos cubiertos. —Escúchame con mucho cuidado, Addison, porque sólo tengo la intención de decir esto una vez. Él no tenía que preocuparse. Estaba escuchando. Tanto es así que estaba leyendo sus labios mientras aprendía de memoria su boca. La misma boca que se había convertido en una nueva fascinación de la mía. —No voy a tolerar este tipo de comportamiento de ti o cualquier otra persona en mi clase. ¿Lo entiendes? —No se ve como un profesor. —¿Discúlpame? Parecía desconcertado y me gustó eso, así que continué—: Un profesor. No se ve o viste como uno. Como si no hubiera hablado en absoluto, reanudó su línea anterior de la conversación. —Espero que esté en mi salón de clases a tiempo o temprano. No un minuto después de la campana y ciertamente, no diez. No sólo es grosero, interrumpe la clase que ya está en sesión. ¿Ha quedado claro? Su cabello no estaba recogido hoy, pero estaba empujado detrás de las orejas por lo que golpeaba sus hombros. Vestido con vaqueros negros y una camisa de manga larga, abotonada-sólo-los-botones-de-abajo, la imagen que hizo fue la de una especie de dios rockero del sexo, no un profesor de historia. —¿Le gusta lo que llevo puesto? —Addison, deje de esforzarse. Nadie está aquí fuera para verlo. Hice un puchero, pensando en su declaración antes de que me encogiera de hombros. Estaba esforzándome para conseguir su atención. —Usted estás aquí. —Entre. Si llega tarde otra vez, no voy a abrir la puerta, y puede explicarle por qué está de pie aquí al director Thomas. —¿Y qué piensas que va a hacer? —le pregunté, realmente curiosa. Él realmente no sabía cómo funcionaba esta escuela todavía, pobre hombre delirante. Pude ver claramente cuán agitado estaba. Todo estaba en sus ojos. Audazmente di un paso más cerca de él. —No lo sabes todavía —le dije, decidiendo iluminarlo—, pero lo harás muy pronto. Soy su estrella. Hago esta escuela cuando salgo a la pista, y él no hará nada para poner en peligro eso. Nunca había sido cazada antes, por lo general me gustaba la persecución, pero cuando el Sr. McKendrick se inclinó y sus ojos se estrecharon, sentí el curso de adrenalina a través de mí. Instintivamente, me mantuve firme, casi desafiándolo a atacar. —No me importa quién es usted, señorita. Si llega tarde otra vez, me aseguraré de que rinda cuentas. ¿Entiende? Ahora entre, siéntese y abra su libro, y trate de recordar que usted es la alumna. Moviéndome a su alrededor, atrapé el olor de su colonia. Olía como me imaginé que el sexo caliente debía oler, y sabía que si yo estaba allí el tiempo suficiente, mi ropa interior no haría nada para contener la humedad entre mis muslos. Me detuve justo antes de abrir la puerta y recorrí su cuerpo con mi mirada por última vez. —Lo haré, cuando empieces a parecer un maestro. Ah, y por cierto, señor. Me gusta lo que estás usando, por si acaso lo que querías saber. * * * * Seguí en silencio a Addison de nuevo al salón de clases y me di cuenta de las marcas de dedos en su hombro cuando su bolsa cayó. Ella rápidamente se encogió de hombros y se acomodó la chaqueta en su lugar y se fue a tomar su asiento. Cuando apuntó sus ojos a mi lugar, sabía que estaba en serios problemas de mierda. La expresión en ellos definitivamente no era la de un estudiante que enfrenta a su profesor. Brandon se estiró a través del pasillo para susurrarle algo al oído, y mientras los estudiaba juntos, su enfoque nunca se apartó de mí. Sus labios rozaron tan cerca de su pelo que atrapé una hebra de ella moviéndose con su respiración, y parecía que no podía darle la espalda. En su lugar imaginando, lo impensable, yo en el lugar de Brandon. Traté de convencerme a mí mismo de que mi interés por ella no era más que molestia, pero después de la conversación en el pasillo, tuve que reevaluar mi propio juicio. ¿Por qué estaba permitiéndole llegar bajo mi piel? ¿Y qué quería decir sobre mí no vistiendo como un profesor? Tal vez necesitaba cambiar algo, ¿tener una apariencia diferente? O tal vez, tenía que dejar de permitir que jugara conmigo porque eso era lo que estaba haciendo... o tratando de hacer. Jugar conmigo como un maldito juego. Un juego muy peligroso. * * * * Presente... Los recuerdos son lo único que me mantienen cuerda. Es sorprendente cómo un recuerdo específico es lo que hará que luches para salir con vida. Es lo que hace que uno se atreva a empujar su camino a través de la oscuridad, en busca de cualquier pequeño fragmento de la luz. Mi oscuridad viene cuando se esperaría... en la noche. Es mucho más que el cierre de la noche. Es la píldora que me dan, la forma en que mi luz se apaga para mí y la forma en que me dicen cuando descansar un poco. Bien podrían decir luces apagadas como lo hacen en prisión porque así es como es este lugar. El descanso es algo que se me escapa porque incluso en mis sueños, la paz no está en ninguna parte. Es tan difícil de alcanzar como siempre lo ha sido, a excepción de cuando... no. Lo mejor es que no piense en ello. Sentada en la cama, envuelvo mis brazos alrededor de mis rodillas y marco un ritmo calmante—uno, dos, tres— cuando un pequeño rayo de luz se desliza por la rendija de la puerta. Se ilumina una imagen en blanco y negro pegada a la pared. Psique Revivida por el Beso de Cupido. Extiendo la mano y trazo el dedo a lo largo de la mujer recostada en los brazos de Cupido y puedo escuchar y verlo tan claramente como si estuviera en la habitación conmigo... —A veces la curiosidad debe quedarse en sólo eso —aconsejó mientras empujaba su silla del escritorio. —¿Debería? Poniéndose de pie lentamente, se dirigió detrás de mí, y todo mi cuerpo se estremeció con anticipación. —Sí. Hay una razón por la que le dijeron a Psique que no abriera el frasco. Esto estaba mal. Me había dicho eso tantas veces. Pero yo lo quería, y no iba a ninguna parte. —¿Y cuál era esa razón? —Debido a que al abrirlo sólo provocaría la más grave de las consecuencias. ...Él había estado en locierto. Me acuesto y miro la oscuridad, en busca de respuestas, pero no tengo ninguna. Nuestras decisiones nos destrozaron, y mi decisión me trajo aquí. Mis propias elecciones y mis propias decisiones, sabía eso. ¿Por qué no lo sabía nadie más? Capítulo 3 Traducido por Eni Corregido por Mew Rincone Pasado… ¿Cuándo se convierte una obsesión en algo poco saludable? No fue mi intención seguirlo a casa esa primera vez, pero antes de saberlo, lo estaba haciendo todos los días durante las últimas semanas. Ahora era un ritual sentarme en mi auto en la escuela y esperar hasta que el segundero hiciera tic, tic, tac su camino alrededor de las 3:00 p.m cuando él aparecería. Hoy corrió a través del campo sosteniendo su maletín en una mano y su chaqueta sobre su cabeza. Observarlo se convirtió en una adicción, sobre todo sin ser vista. Me deslicé hacia abajo en mi asiento, con cuidado de no ser vista, mientras él salía de la pista y se acercaba a su camioneta. ¿Cuántos días me iba a permitir hacer esto? Sabía que este comportamiento era loco, pero cuando se trataba de él, las reglas no parecían aplicarse. Desde ese primer día de escuela, no había sido capaz de pensar en otra cosa que acercarme a él, y cada clase sólo intensificaba mi determinación. Revisé para ver si estaba dando marcha atrás, pero en vez de ir en reversa como de costumbre, lo vi dirigiéndose con rapidez hacia mí. No…no había manera de que supiera que estaba allí. Estaba lloviendo, muy fuerte. Mi respiración se aceleró cuando su sombra cayó sobre el lado del conductor, y salté en mi asiento cuando sus nudillos golpearon la ventana. Atrapada…estoy atrapada. Tomé un respiro profundo mientras él me indicaba que bajara el vidrio salpicado de lluvia. Tragando con fuerza, presioné la flecha hacia abajo en la puerta y oí el lento zumbido de la ventana mientras se abría. Se inclinó hacia abajo por lo que fue capaz de mirar dentro del auto, y podía ver sus labios brillantes y mojados por la lluvia. —¿Tienes algún problema con tu auto? Me encorvé hacia atrás en mi asiento y dejé escapar un suspiro de alivio antes de sacudir la cabeza. No estaba allí para preguntarme por qué lo estaba siguiendo. Estaba siendo un profesor preocupado. —No, señor. Pude ver su ceño fruncido, y sus ojos se mostraban sospechosos. — Entonces, ¿por qué estás aquí afuera? La escuela se acabó hace media hora. Desde el seco interior de mi Honda, pude ver el agua caer sobre su pelo largo y deslizándose por sus mechones oscuros reuniéndose en sus hombros. Las ventanas comenzaban a empañarse con cada respiro que tomaba, y mi vista de él estaba desapareciendo. Me giré en mi asiento y puse las manos en el vidrio, limpiando la condensación. Cuando pude ver de nuevo, me acerqué y confesé. —Estaba esperando. —¿Qué? —gritó mientras la lluvia caía con más fuerza contra el techo del auto—. No puedo escucharte, Addison. Levanta la voz. Me moví hasta que mis labios se cernían sobre el espacio abierto y repetí, más alto esta vez—: Estaba esperando. —Oh. ¿Hasta que la lluvia pare o por alguien de dentro? Estaba fascinada por la manera en que las gotas de lluvia se aferraban a su mandíbula cubierta por una barba incipiente, ahí nos deslizamos en un territorio desconocido cuando admití—: Te estaba esperando. * * * * ¿De qué está hablando? Pensé mientras la lluvia caía sobre mí y traspasaba mi camisa. El agua pronto pasó desapercibida cuando bajó más la ventana, y su perfecto rostro quedó a la vista. Verla sentada a sólo centímetros de distancia me hizo tomar conscientemente un paso lejos del auto—lejos de la tentación. Sabía que lo que sea que quiso decir con esa declaración no era nada que pudiera reconocer y ciertamente era algo que no estaba permitido seguir. Calculación pura invadía su rostro, y volví de nuevo a la realidad por el estallido del seguro. Abrió la puerta del lado del conductor y la cerró detrás de ella. Tenía que decirle algo para que regresara al auto porque la forma en que me miraba no estaba ayudando a recordarme quien era ella y quien se suponía que era yo. —Entra al auto, Addison. Te empaparás. Mientras se acercaba a mí, vigilaba el aparcamiento, paranoico de que alguien nos viera. Paranoico que alguien leyera mi mente. ¿Y exactamente qué verían? Me verían recostar a una estudiante contra su auto y levantándole la falda, el mismo minúsculo trozo de tela que se pegaba a sus muslos en este momento. Durante las últimas semanas, Addison había estado observándome. Lo sabía, lo sentía, y cada vez que la atrapaba, sostenía mi mirada descaradamente en una manera que ponía mi polla dura y agravaba mi culpabilidad. —Ya estoy empapada —explicó, y me dio la sensación de que no se estaba refiriendo a la lluvia. —Bueno, no hay razón para estar de pie aquí. Te vas a resfriar. Entra a tu auto, ve a casa y toma una ducha caliente. Una sonrisa astuta se extendió por su boca mientras se apartaba el cabello mojado de la cara. —¿Eso es lo que va hacer usted? Automáticamente, respondí—: Sí. —¿Va a ir a casa y tomar una ducha? —Addison —le advertí mientras la mirada en sus ojos cambiaba. Escaneó el área, así como lo hice hace segundos, y se movió más cerca de mí. En ese momento, debí haberla detenido, pero el destino debió haber tenido algo más para mí porque no hice absolutamente nada. —¿Sí? Señor. Tan profesionalmente como pude con la lluvia cayendo encima de nosotros, traté de impresionarla con una voz que no invitara a cuestionar. —Tienes que detener esto. Pero lo cuestionó. —¿Detener qué? —Esto —destaqué, sin querer ponerle nombre, haciendo un gesto de ida y vuelta entre nosotros—. Vuelve a tu auto. —Pienso en ti todo el tiempo. No puedo parar. Sacudiendo la cabeza, pasé mi palma por mi cara húmeda. Esto no me puede estar pasando. No lo permitiría. Lo sabía. —Addison, es natural crear vínculos hacia tus profesores. —¿Es natural imaginarlos follándote? Señalé su auto. —Entra y vete a casa. Sin perder su enfoque, lentamente retrocedió hasta que se estrelló con la puerta del auto. Echó la cabeza hacia atrás mirando al cielo, separando sus labios y sacando la lengua para recoger el agua. El gesto juvenil tiró de algo dentro de mí, y al mismo tiempo, luchó con mi mente. Sus pechos parecían dos manzanas maduras que pedían ser recogidas y devoradas, y no podía apartar los ojos de ella. Seguramente, si hubiera un infierno, iría allí por lo que deseaba en ese instante. Volvió a mirarme y se enfocó en donde estaba. —Pensaré en ti está noche cuando este en mi ducha y ¿Sr. McKendrick? No dije nada mientras ella abría la puerta. —Estaré pensando en usted, en la suya. * * * * Esa noche cuando entré a la ducha, pensé en mi profesor. Me lo imaginé así como había estado de pie bajo la lluvia, empapado hasta los huesos, con el agua colgando de sus mejillas. Sus ojos recorrieron mi cuerpo en el segundo que me mostré para él. Quería que me mirara…que me tocara. Encendí el agua caliente y levanté mi rostro hacia la regadera, imaginando justo eso. Me deseó esta tarde y estuvo tentado, de eso estaba segura. Sólo era cuestión de tiempo. Tic, tic, tac. * * * * Presente… —Buenos días, Addison. Suspiro mientras camino hacia el lugar de nuestro encuentro, eligiendo otra vez no contestar. Estás sesiones no tienen sentido. Nunca le diré lo que quiere oír. Me pregunto si él ya sabe eso. —Me gustaría hablar de algo diferente hoy. Tal vez un poco sobre Helene. Está esperando una reacción. Como si tocara a un oso con un palo. —Tú y ella…hubo algo allí. Un vínculo, ¿qué dices? ¿Por qué eso importa? No hay nada ahora, es mi primer pensamiento, pero no es cierto. Sé eso. —¿Addison? ¿Qué? Le quiero gritar. ¿Qué demonios quieres de mí? Pero no le exijo eso. Permanezco inmóvil,en silencio. Uno, dos, tres. Uno, dos tres. —¿Sus acciones…te lastimaron? —me engatusa. Odio cuando la gente me hace preguntas de las que ya saben las respuestas. Sostengo su mirada y lo veo asentir. Sabe que no está yendo a ninguna parte. —Por lo que sé, ella estuvo allí en un momento importante de tu vida. ¿Cómo una hermana? O una madre, ¿tal vez? No respondo, creyendo que eso hará que todo esto desaparezca. Sigo esperando que todo esto sea una especie de sueño demente, pero incluso en mis sueños, no puedo escapar de lo que pasó. Me hace recordar la fuente más improbable, Daniel. Estudiando a Doc, veo que todavía está esperándome pacientemente. Está esperando una respuesta. Estoy esperando para irme. —¿La extrañas, Addison? No, es todo en lo que puedo pensar. La odio. * * * * Pasado… A la mañana siguiente, la lluvia había cesado. Entré en el estacionamiento y le eché un vistazo a mi reloj. Bien, no iba tarde para la práctica de salto de vallas a pesar de que no serían más que ejercicios de calentamiento debido al suelo húmedo. Dirigiéndome a la pista, vi a Brandon alardeando. —¡Toma eso, Nicholson! ¡No hay manera de que me venzas en el encuentro, pero te invito a intentarlo! —Lo escuché gritar desde donde estaba en las gradas. Eso no era nada nuevo. Brandon y Luke Nicholson habían estado compitiendo desde primer año. Sin embargo, parecía que en estos últimos años, cada vez Brandon tomaba más ventaja. Eso significaba que era el mejor, el más popular, y por lo tanto, perfecto para mí. Bueno, perfecto si no incluías el nuevo candidato, el Sr. McKendrick. Él se detuvo para hablar con Jessica, quien pasó de amiga a rival en el espacio de una risa oportuna y una despedida demasiado alegre. Mantuve mis ojos en ellos mientras estiraba mis pantorrillas, y cuando le respondió a algo que ella dijo con una risa genuina, mi corazón se aceleró. Uno, dos, tres. Eso era más irritante que a Jessica, la simple Jessica Garner, le sonriera, y no pudiera ni siquiera hablar conmigo a menos que pensará que tenía problemas con mi auto. Hasta ayer, el Sr. McKendrick apenas me daba una mirada, excepto para responder una pregunta, y aún así lo hacía con un tono que era menos que impresionado. Sabía que lo hacía para mantenerme a raya, pero no se daba cuenta que lo convertía más en un desafío, y me volvía más fuerte con un buen desafío. Me equilibré en una pierna y saqué mi derecha hacia atrás para estirar mis cuádriceps. Mientras Jessica corría hacia mí, gritando—: ¡Addy! Probablemente sea una cosa mala querer que se tropiece y caiga. —¿Viste al Sr. McKendrick? Oh Dios mío. Es tan caliente. Lástima, no se cayó. —No. Me perdí eso. Además, es nuestro profesor. Asqueroso. —Oh, por favor. Es sexy, como…como…oh, no sé. Pero lo es y tan agradable. —Para ti, tal vez. Para mí es un completo idiota —le recordé. Ella estaba en nuestra clase de historia. Había notado la manera en la que él me trataba. —Bueno, sí, contigo lo es totalmente. Pero lo hiciste enojar desde el principio. El comentario acusatorio era impropio de Jessica, pero no pude detectar ningún veneno detrás. Tal vez sólo estaba en mi cabeza. —Es genial que haya estado en todos esos lugares ¿no? me refiero lo irreal que sería pararse en el Partenón, oh y el Coliseo, me moriría. Jesús, está chica necesita callarse. Estaba molesta de que él pensara que valía la pena hablar con ella y no conmigo. Escucharla hablar de él no ayudaba al problema en absoluto. —Bueno, creo que él es increíble. —Hizo una pausa y se giró hacía el lugar por el que vino hace un momento—. Ooh, y aparentemente la Srta. Shrieve también lo cree. Girándome, vi a mi entrenadora de salto de vallas y a mi profesor de historia dándose la mano al otro lado de la pista. En ese momento supe que Jessica no era el enemigo, no, la Srta. Shrieve acababa de ocupar esa posición. Alejándome de Jessica, que todavía hablaba de sus vacaciones en Europa, observé la manera en que mi entrenadora se inclinaba hacia el Sr. McKendrick y reía. Ella lo miraba y sus labios estaban ligeramente separados mientras ponía una mano sobre su pecho. Atrayendo su atención, sin duda, hacia sus enormes pechos. Respira, me dije a mí misma—uno, dos, tres— pero no sirvió de nada. Mi visión estaba borrosa y podía escuchar la sangre corriendo por mis venas cuando él también empezó a reír. ¡No, no, no! No ella, no la Srta. Shrieve. No la mujer que siempre estaba en mi camino de alguna manera. Esto no podía estar pasando. Cuando su presentación terminó, ella nos notó y nos saludó con la mano. Comenzó a correr hacia nosotras y en el último minuto le gritó por encima de su hombro, a mi profesor—: Mi nombre es Helene, así que no tienes que seguirme llamando Srta. Shrieve. En ese momento, quise hacerle daño. * * * * Sonó la campana de advertencia final del día y los estudiantes empezaron a entrar en mi salón, escribí a lo largo de la parte de arriba del tablero, los nombres de las esposas del Rey Henry VIII. Poniendo la tiza abajo, sacudí las manos y estaba a punto de dirigirme a la clase cuando Addison cruzó la puerta. Sus labios se curvaron mientras su mirada me recorría, y cualquier clase de alivio que había estado sintiendo desapareció y mi guardia se levantó. Addison siempre agregaba más tensión a mi clase. Su mera presencia me perturbaba, y después de lo de ayer en el estacionamiento, era más consciente de su audaz comportamiento. —Buenas tardes, Sr. McKendrick —me saludó, igual que los demás estudiantes, pero la mirada y la forma de caminar que acompañaban sus palabras no eran parecidas a la de los demás. —Buenas tardes, Addison. En vez de sentarse, se acercó a donde estaba de pie al lado del tablero y manoseo la correa de su mochila, un crudo recordatorio de quien era exactamente. —Veo que sobrevivió a estar empapado. Yo también —señaló, su boca se torció mientras me miraba con audacia. Estaba decepcionada. No recibiría nada de mí. —Sólo fue un poco de agua, nada malo. Dando un paso atrás, crucé los brazos, esperando reforzar el límite que estaba estableciendo. Ella estaba a punto de responder, pero antes que tuviera oportunidad de decir algo, se escuchó su nombre. —¡Addy! Giró la cabeza hacia Brandon y me encontré estudiando la cremosa piel de su cuello y un mechón de pelo que se escapó de su cola de caballo. Cayó hacia abajo sobre su hombro en una onda suave, y antes de darme cuenta de mis acciones, había descruzado los brazos y di un paso adelante como si fuera a tocarlo. Al volver su atención hacia mí, se dio cuenta de mi movimiento y susurró—: Nos vemos en mi auto esta tarde. Eligiendo no reconocer sus palabras, señalé la clase con mi cabeza. — Por favor, siéntese. —Sí, señor. Contestó tan cortésmente como cualquiera de los otros estudiantes, pero lo único que oí fue—nos vemos— y todo lo que quería era tocar su suave piel. * * * * —Addy, ¿vas a ir a mi casa en el viernes en la noche? —preguntó Brandon, mientras observaba al Sr. McKendrick tomar asiento en frente del salón. Brandon era el típico adolescente americano. Popular y lleno de confianza, era otra estrella de atletismo de la escuela. Con su corto cabello marrón y su cuerpo musculoso, era el sueño de todas las chicas de secundaria, y yo lo tenía. Me guiñó un ojo, añadiendo con arrogancia—: Podemos celebrar las victorias. Mi ceja se levantó y luego me reí. Diablos, él tenía razón. Ambos ganaríamos. Ambos venceríamos en la pista, por lo que la reunión de la noche del viernes era algo anticipado. Era satisfactorio y estimulante saber que eras la mejor. —Sí, allí estaré. —¡Perfecto! Lleva esa pequeña falda roja, ¿quieres? Sabía exactamente de lo que estaba hablando. Apenas cubría mi culo y era tan apretada que casi me cortaba la circulación. Mimadre no sabía que la tenía, porque lo que no sabía no le hacía daño. Al igual que no tenía idea que la última vez que la usé, Brandon la puso alrededor de mis caderas y me folló como un toro furioso en el asiento delantero de su Jeep completamente nuevo. —La usaré sólo por ti —prometí, pasándome la lengua por el labio inferior, amando la excitación que obtuve de mi provocación. —¿Addison? —Me llamaron desde el frente del salón. Giré mi silla para hacer frente a mi irritado profesor. —¿Sí, señor? —¿Tiene algo que le gustaría compartir con el resto de la clase? No, pensé en una silenciosa batalla de voluntades, pero me gustaría saber porque no le dedicó la misma atención a Brandon. Sostuve su mirada mientras sacudía la cabeza. Eso sería un no. —En ese caso, que le parece si mantiene la boca cerrada y hace su trabajo. —Sí, señor —contesté mordazmente y volví a anotar los hechos importantes de Catalina de Aragón. Por el resto de la clase me senté con la boca cerrada y mi mente dando vueltas. Cuando sonó la campana, todo el mundo saltó de sus asientos y se dirigió a la puerta. Brandon, sin embargo, se quedó junto a mi escritorio. —Tengo que hacer unas preguntas —mentí. Asintiendo, se inclinó y me dio un beso en la mejilla, y noté al Sr. McKendrick observándonos. Su atención estaba en Brandon mientras su boca se movía a mi oreja. —Date prisa, mis padres no estarán en casa durante dos horas —me dijo, y no pude evitar sonreír con suficiencia cuando la atención de mi profesor se centró en mí. Mantuve los ojos en el hombre en frente del salón mientras respondía lo suficientemente alto para que escuchara—: Dos horas es mucho tiempo para jugar. Brandon se enderezó, desconociendo el intercambio privado. —Sí, lo es. Así que date prisa aquí, ¿está bien? Todavía enfocada en mi profesor, concordé—: Sólo serán unos minutos, luego conduciré hasta allá. —Me parece bien. Te veré allí —contestó, saliendo del salón y dejándome cara a cara con el silencio intimidante del Sr. McKendrick. Cogiendo mi bolso de al lado de mis piernas, sentí que él monitoreaba mis movimientos. Tenía sus manos cruzadas encima del escritorio, sentado allí en silencio y alerta. Guardé mis libros y bolígrafos y me puse de pie. Cuando me detuve frente a su escritorio, no dijo nada. Pero cuando dejé caer mi bolso, y el sonido retumbó en la habitación vacía, empujó la silla hacia atrás y se puso de pie rápidamente. —Srta. Lancaster. Con un dedo, comencé a dibujar círculos en la superficie de manera del escritorio. —Sr. McKendrick. —Déjate de rodeos, Addison. ¿Necesitas algo? —Se enfureció abiertamente. —¿Estás casado? Negó con la cabeza, y su boca era una línea tensa. —Eso no es asunto tuyo. —Así que es un no. —Eso no es un no. Es exactamente lo que dije que era, no es asunto tuyo. Rodando mis ojos, continué trazando mi dedo en el escritorio, disfrutando la sensación rugosa de la madera bajo mis dedos. —¿Por qué me metí en problemas hoy? —Sabes por qué —dijo de manera casual. —No. No sé. ¿Por qué me metí en problemas y Brandon no? —Estabas hablando. —Él también —disparé de vuelta, poco dispuesta a dejar que pensara que era una niña ignorante que no sabía lo que estaba pasando. Dejó escapar un respiro profundo, un suspiro frustrado y metió las manos en sus bolsillos. —Addison, debes prestar más atención en clase. —Presto atención. —¿Lo haces? No lo creo. Estás tan ocupada hablando y coqueteando que estaría sorprendido si tomas más de tres apuntes. Inclinándome, agarré mi bolso y lo abrí para sacar mi cuaderno. Abriéndolo en la clase del día, le mostré lo equivocado que estaba y levanté la mirada, como si dijera, ¿ves? —Un día no prueba nada. Tienes que dejar de distraer a los demás a tu alrededor. —¿Cómo a ti? —lo reté. —Como a Brandon. —¿Celoso? Emociones con las que no estaba familiarizada oscurecieron sus ojos, como si quisieran fulminarme. —No seas ridícula. —¿Tan ridículo es? Estaba celosa de ti y la Srta. Shrieve esta mañana. —Se está pasando de la raya, Srta. Lancaster. Pasándose de la raya. Tiene que irse. Me dirigí a la puerta, pero antes de salir, miré de nuevo a donde estaba de pie. —Nos vemos en mi auto. Esperaré. * * * * Cuando Addison salió del salón, me senté y ajusté la erección que ahora palpitaba como un duro recordatorio entre mis piernas. Me sentí derrotado. Regresé a casa para estar con mi padre, un hombre que se iba desvaneciendo lentamente un poco más cada día. El mismo hombre que me inculcó mi sentido de moralidad, la diferencia entre lo bueno y lo malo, sin embargo, aquí estaba, fallándole. Al igual que su corazón. Addison era una distracción peligrosa para un hombre cuya vida era un caos. Era promesa de juventud, de no tener miedo…de estar vivo. Era todo lo que no podía tener y no debía querer, pero cuanto más me provocaba, más se derrumbaba mi determinación. La tentación vino de visita, y su determinación de acero probablemente podría destruirnos a ambos. Capítulo 4 Traducido por Michelle♡ Corregido por Eni Esperé en mi auto durante una hora, y él nunca llegó. En el fondo de mi mente, sabía que no lo haría, pero mantenía la esperanza de que estuviera equivocada. Alrededor de las cuatro, tenía varios mensajes de texto de Brandon. Brandon: ¿Dónde estás? Todavía estaba en el estacionamiento. Brandon: Estoy esperando... ¿Sí? Yo también. Brandon: ¿Pensé que querías follar? Quería... sencillamente no con él. Ahora eran las cuatro y media. Había estado esperando una hora y media, y el Sr. McKendrick no se había aparecido. Probablemente estaba mirándome, esperando que me fuera. Me gustó esa idea —que él me estuviera observando— y, al mismo tiempo, era consciente de que no era una respuesta normal. No es que me sorprendiera, nada había sido normal para mí, no desde... bueno, desde Daniel. Decidiendo que era hora de irme, abrí mi puerta y entré. Cuando el motor rugió a la vida, una de mis canciones favoritas llegó por la radio. Una sonrisa se extendía por mi boca mientras giraba la manija del volumen y le subí. A mitad del camino, abandoné la carretera por una calle lateral. Saqué mi automóvil en un giro en U ilegal y me detuve al lado de la acera. Con el motor todavía inactivo, tamborileé mis dedos en el volante y apreté mis ojos —uno, dos, tres, uno, dos, tres— y cuando los abrí, vi su camión negro, mientras pasaba. No lo hagas. No lo hagas, me dije. ¿Cuántas veces podría escabullirme al seguirlo a su casa? Pero incluso mientras los pensamientos hicieron eco en mi mente, puse mi pie en el acelerador y conduje fuera de la calle lateral. Tomaba unos quince minutos llegar a la casa del Sr. McKendrick. Lo sé porque lo he cronometrado yo misma —cada vez. Hoy, llegué allí en menos de trece. Mi auto se arrastró hasta una parada en lo que creía era una distancia segura de su casa. Apagué el motor y me senté allí. Probablemente él ya se había metido. Por lo general, no esperaba alrededor. Estacionaba su camión, y se dirigía a la puerta principal. Una vez que estaba dentro, a veces atrapaba una mirada de él mientras se movía por la casa, pero por hoy, estaba feliz de estar cerca. Encendiendo la música que sonaba en el auto, me senté atrás y desabroché mi cinturón de seguridad, sintiendo una sensación de calma lavando sobre mí —calma de estar cerca. Era un riesgo estar estacionada en su calle, pero estaba dispuesta a tomarlo. Nadie sabía que estaba allí, así que, ¿a quién iba a lastimar? * * * * No podía creer que me hubiera seguido a casa. Estaba sentado en mi camión con las manos envueltas alrededor del volante. Podía verla por el espejo retrovisor, y mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras pensaba en mi próximo movimiento. A propósito, esperé salirhasta que ella se hubiera ido a casa. Esperé mucho, pero no podía permitirme el lujo de ponerme en cuartos cercanos con esta chica. Era indisciplinada y claramente nunca había oído la palabra no en su vida. Ella quería cosas que no podía tener, y yo tenía que ponerlo mucho más claro que en nuestras conversaciones anteriores. Pude ver el capó de su auto asomándose desde detrás de una de las cercas de mis vecinos y ojalá me pudiera olvidar que estaba allí, pero esta vez ella había cruzado demasiadas líneas. Necesitaba saber que este comportamiento no podía continuar. Abriendo la puerta de mi camión, salí y cerré antes de caminar por el camino. Caminé a propósito a lo largo de la acera y traté de pensar en exactamente lo que iba a decir a esta estudiante mía. ¿Por favor, deja de seguirme? Por favor, ¿dejar de acosarme? Ambos sonaban ridículos, y me di cuenta de que en este punto la palabra por favor necesitaba ser lanzada justo por la puta ventana. La educación no iba a funcionar con Addison Lancaster. Era hora de ponerse serios, tal vez incluso ser cruel, porque esta chica tenía la capacidad de destruirme. Entrecerré los ojos contra el reflejo del sol en el parabrisas mientras me acercaba a su auto. No me vio porque tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el asiento. Su boca se abrió como si estuviera... maldito infierno, su mano... Quité mis ojos de lo que estaba haciendo e ignoré el hecho de que estaba seguro de que ella estaba gimiendo. En lugar de ello, di un paso hacia el lado del conductor. Tocando firmemente en la ventana, vi que saltó mientras sus ojos se abrieron de golpe, y quitó la mano de entre sus piernas. Frenéticamente se sentó, y supe que no esperaba que viniera aquí. De hecho, parecía realmente aterrorizada. Bien, tal vez esto sería darle una lección. Una vez más, golpeé la ventana, esta vez más fuerte, y cuando escuché las cerraduras desbloquearse, tiré de la puerta del auto. —¡Fuera! —exigí cuando me miró boquiabierta con los ojos muy abiertos. Tragó saliva visiblemente y se sacudió ligeramente mientras salió del auto y cerró la puerta detrás de ella. La agarré del brazo y tiré de ella fuera de la carretera hasta la acera. —¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Yo… —¿Me seguiste? Sus ojos azules se posaron sobre mi cara, pero esta vez el movimiento parecía más nervioso que coqueto. —¿Jodidamente me seguiste? —grité. —¡Sí! —concedió y dejé caer su brazo tan rápido como lo había agarrado. —¿Por qué harías eso? ¡Sabes que no puedes estar aquí! Dio un paso más cerca, y di un paso atrás como si fuera contagiosa. —¿Por qué no puedo estar aquí? —¡Porque joder no se puede! ¡No te quiero aquí! Jesús, qué maldita broma. Me sentí como si estuviera a punto de ser alcanzado por un rayo sobre esa gran mentira. Acababa de encontrar a esta chica masturbándose en su auto, y todo lo que podía pensar era en ver que lo hiciera de nuevo, pero esta vez en mi cama. —Si yo no fuera tu alumna… —Eres mi alumna, Addison. Tú eres mi alumna, y soy tu maestro. Esto nunca va a pasar. —¿Pero si no lo fuera? —Vete a casa. Así de fácil, fui testigo de sus nervios desaparecer antes de que ella exigiera—: ¡Contéstame! Sentí el dolor de cabeza palpitante detrás de mis ojos y estaba disgustado por el hecho de que estaba llevando el ritmo con la sangre en mi polla erecta. —Estás duro. Tan pronto como su suave observación golpeó mis oídos, le dije otra vez—: Vete. A casa. —¿Por qué estás tan preocupado? Nadie está aquí, y me gusta. —No estoy preocupado. Estoy consternado. Consternado de que alguien tan brillante como tú se siente como que tiene que arrojarse a la gente para llamar la atención. No sólo de chicos, sino alguien de mi edad. —¿Cuántos años tienes? Supongo que treinta. —Otra vez, estas son cosas que no son de tu incumbencia, Addison. Lo sabes. Este comportamiento tuyo tiene que parar, o me veré obligado a ponerme en contacto con tus padres. Se echó a reír, un sonido tan dulce y despreocupado que me pregunté qué es exactamente lo que pasaba por su cabeza. En un momento ella era la brillante, promesa colegiala y al siguiente, una imitación audaz, temeraria de sí misma que parecía estar empujando constantemente los límites y en busca de algo... más. —¿Y qué les dirías? Hola, señora Lancaster, estoy llamando para hacerle saber que su hija se ha aparecido en mi casa y masturbado en su auto. Ah, y ¿podría mantenerla alejada de mí, porque me provoca una erección? Sentí mi enojo atravesarme y estaba molesto de que aumentaba mi excitación ya fuera de lugar. Me acerqué, y retrocedió golpeando el auto. La chispa que se encendió en sus ojos me provocó aún más, así que me incliné sobre ella e hice algo que nunca había hecho antes. Amenacé a una mujer. Peor aún, amenacé a una chica. —Estás empujando mi paciencia, Addison. Tienes que dejarme en paz. Entra en el puto auto, y vuelve a casa. O no te gustará lo que pase después. Sus ojos se posaron en mi boca y luego volvieron a encontrarse con los míos, pero en lugar de miedo, el que había esperado inculcar, lo único que podía sentir era emoción. Emoción y lujuria. Las mismas emociones que estaban alimentando la mía propia. —¿Y si me quedo? Antes de que pudiera detenerme, cogí un puñado de su chaqueta deportiva en uno de mis puños y la atraje hacia mí. Tan cerca que podía sentir su aliento contra mis labios. —Esto es muy peligroso, Addison. No soy otro de tus chiquillos que se deja llevar por su polla. Ahora. Vete. La solté y me marché a mi casa ni siquiera esperando a ver si seguía mi pedido. * * * * Oh mierda, pensé mientras me quedé donde me había dejado, pegada a la puerta de mi auto. Mis piernas apenas me estaban sosteniendo mientras todo mi cuerpo temblaba. Mi coño palpitaba con tanta fuerza, literalmente, podía sentir cada pervertido pulso. Uno, dos, tres. Me ahuequé yo misma, apretando mis muslos alrededor de mis dedos. Cristo. Él era tan jodidamente intenso. Exactamente lo que quería. Exactamente lo que necesitaba. Repetí sus palabras y me mordí el labio inferior antes de retirar la mano y caminar al lado del conductor. Cuando pasé por su casa, lo vi a través de la ventana frontal. Me centré en él y vi la frustración de segundos antes aún evidente en su rostro. Continué mi escrutinio secreto y fui testigo de algo que sabía que él no habría querido que viera, él desabrochando y bajando el cierre de sus pantalones vaqueros. No me importaba lo que hubiera dicho el Sr. McKendrick; su cuerpo estaba llamando por mí, y yo no podía dejar de responder. * * * * Presente... —¿Addison? Addison. Es hora de tus medicamentos. La mujer de pie en bata de color azul claro me está analizando cuando me siento en el sofá viejo, destartalado en la sala común. —¿Addison? Me pregunto lo que ella piensa de mí —¿Zorra? ¿Ramera? ¿Puta? Es irónico. Antes de venir aquí, no me habría importado lo que pensaba porque sabría que era perfecta. Ya no. Según ellos, estoy rota y en necesidad de ser curada —menos que perfecta. —Tus medicamentos. Toma —Me pasa un pequeño vaso de plástico con mis pastillas. Lo tomo de ella mientras el televisor intercambia historias. Tic, tic, tac. He estado esperando toda la tarde por las noticias, sólo para ver si va a ser mencionado. Por lo general, me escoltan afuera para este momento. Generalmente, me envían de vuelta a mi habitación, o a ver a Doc, pero alguien debe haberlo olvidado porque todavía estoy sentada aquí y es... Tic, tic, tac. Tiempo. Veo al presentador aparecer, y unos segundos más tarde, su imagen parpadea en la pantalla. Oh Dios. Se siente como una eternidad desde que he visto esa cara. Dejo caer las píldoras y me deslizo del sofá para arrastrarme hacia el televisor. Me arrodillo y pongo mis dedos sobrela pantalla. Tratando de tocar, tratando de llegar a él. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras el hombre en la TV sigue hablando del “maestro desaparecido”. Cuando soy arrastrada de la sala, todo lo que puedo oír es: “Hasta esta noche, aún no hay información sobre su paradero”. Tic, tic, tac. Capítulo 5 Traducido por Evarg7 Corregido por Eni Pasado… A diferencia de la mayoría de los deportes, la Srta. Shrieve programaba nuestras prácticas de carrera de vallas en las mañanas. De esa forma, evitábamos el calor y, más específicamente, a los chicos. La mañana después de ser vista en la casa del Sr. McKendrick, fui al otro lado del campo, donde estaban las otras chicas que empezaban a llegar. Todas me saludaron con la mano cuando me detuve y dejé caer mi bolso al suelo. Sacando una banda elástica de mi bolsillo, lancé mi cabeza hacia atrás y me até el pelo cuando Jessica empezó a hablar. —Así que, pensé que querrías saber que Sam me mensajeó anoche. Dijo que Brandon estaba súper enfadado porque no apareciste ayer. Resistiendo las ganas de poner los ojos en blanco, enfrenté a Jessica y me encogí de hombros. —¿Y? sólo está enfadado porque no pudo echar un polvo. —¡Addy! —¿Qué? Es la verdad. No hagas como que nunca lo hubieras hecho, Jess. Con una risita irritante, replicó—: No lo he hecho. —Ajá —Fue mi indiferente respuesta, sin importarme realmente si lo había hecho o no. Estaba demasiado ocupada pensando en la conversación con mi profesor de historia la tarde anterior. Esto es muy peligroso, Addison. ¿Qué era muy peligroso? Debí habérselo preguntado, pero lo sabía, igual que él, y por eso me echó. —¡Buen día, chicas! —gritó la Srta. Shrieve mientras trotaba hacia nosotras. Su rubia cola de caballo se tambaleaba de lado a lado mientras saltaba por el césped. —Espero que hayan calentado y estén listas para practicar para la gran competición de mañana. Me doblé para tocar los dedos de mis pies, las otras chicas a mi alrededor dijeron al unísono—: ¡Sí! —¡Bien, bien! Estoy muy emocionada por todas ustedes. ¿Addy? ¿Cómo te sientes esta mañana? Me enderecé instantáneamente y le dirigí una mirada culpable. Por un momento, tuve la loca idea de que se estaba refiriendo a algo completamente diferente. —¿Las piernas se sienten fuertes? Soltando el aliento que estaba conteniendo, le di mi sonrisa más brillante y falsa. Era lo menos que podía hacer. La Srta. Shrieve, después de todo, era alguien que me había visto en mis peores momentos, y ahora, quería follar con mi profesor de historia. Lo podía decir porque yo también quería. —Sí. Me siento muy fuerte. —Fue mi respuesta, y no estaba mintiendo. Recordando la forma en que el Sr. McKendrick había estado duro en sus vaqueros y sus ojos—esos intensos ojos— esas dos cosas me hacían sentir fuerte, me hacía sentir superior. —¡Bien! Te necesitamos fuerte para pelear por lo que es tuyo. Se estaba refiriendo a batir el mejor tiempo en la carrera de vallas, pero al estar de acuerdo con ella y empezar a sacar mis pantalones de correr, todo en lo que podía pensar era en que estaba peleando por el Sr. McKendrick. * * * * Esta mañana había pedido tener libre la primera hora de mi día. Quería ir a visitar a mi padre. Había sido trasferido al hospital para enfermedades terminales hacía poco más de un mes, y verlo convertirse en una mera sombra del hombre que una vez fue, había sido uno de los destinos más crueles que había presenciado. Todo empezó con una enfermedad coronaria hace años y el camino hasta este punto estuvo plagado de cirugías y contratiempos. Recibí una dura lección a mis treinta y dos años, y ésa era: vive el momento porque los milagros no existen. Ahí estaba el hombre, siempre haciendo lo que pensaba que estaba bien. Había vivido con este diagnóstico por tanto tiempo sin contármelo para ahorrarme el dolor. No fue hasta los meses finales, cuando todo se estaba cayendo, que me había tendido una mano. ¿Egoísta o amable de su parte? Todavía no me decidía. Saliendo de mi camioneta, cerré la puerta con fuerza antes de ir hacia la verja que rodeaba el camino. Todavía estaba extremadamente incómodo por lo que había pasado ayer en la tarde con Addison y por lo que había hecho después. Cuando se había ido de mi casa, había sido incapaz de quitarme de la mente la imagen de ella sentada en su coche complaciéndose a sí misma. La forma en que sus piernas habían estado ligeramente extendidas debajo del volante y cómo sus caderas se habían movido, revelando exactamente qué había estado haciendo sin que siquiera necesitara verlo. Por si eso no hubiera sido suficiente, la forma en que su boca—esa boca con labios llenos— se había abierto y suspirado mientras debía estar tocándose su mismísimo… mierda. Y ahí volvía a estar, asqueado conmigo mismo y teniendo otra erección debido a mis pensamientos rebeldes de una jodida estudiante. Al menos anoche había sido capaz de ocuparme del asunto. Había entrado a la ducha y pasado largo tiempo masturbándome con la imagen de Addison, lo que me había enfurecido porque era exactamente lo que esa pequeña provocadora quería. Con prisa, entré en el edificio. No tenía una clase programada hasta después de la comida, así que no tendría que soportar a nadie ahora mismo. Eso fue hasta que… —Hola. Cuando la puerta de mi aula se cerró detrás de mí, caminé hacia mi escritorio y encontré a Helene Shrieve, entrenadora de las chicas del equipo de carrera de vallas. Estaba sentada en uno de los pupitres de alumnos con sus largas piernas colgando y una sonrisa abierta en su cara. Helene era una mujer hermosa con ojos verdes y piel del color de la miel. —Buen día. ¿Te perdiste de camino a la pista? Riéndose de forma amistosa, se bajó de un salto del pupitre y vino hasta mí. —No. Ya he estado ahí fuera esta mañana. Mis chicas van a hacerlos polvo mañana… es por eso que estoy aquí. Sólo habíamos tenido una conversación antes de ésta. Ayer, cuando nos habíamos encontrado por primera vez, se había presentado y yo también, y luego nos habíamos alejado. No estaba aquí para hacer amigos ni para formar relaciones. Después de que mi contrato terminara y mi padre… bueno, no quería pensar en eso. Estaría lejos de este lugar tan pronto como pudiera. —¿Y por qué es eso? —Oí que te gusta la fotografía. —Oh, lo oíste, ¿cierto? Sonriendo ahora como si supiera un secreto, asintió. —Mhmm. El director Thomas me lo dijo, y quería saber si te gustaría venir a la competición de carrera de vallas mañana. ¿Quizá tomar algunas fotos a las estudiantes? Sería genial que las vieras en acción y les demostraras tu apoyo. De alguna manera, la pregunta sonaba mucho como una cita, disfrazada de una ceremonia escolar, y si la forma en que me estaba comiendo con los ojos servía de indicación… yo estaba en lo correcto. —No lo sé… —empecé cuando sonó la campana. —Piensa en ello. Me encantaría verte ahí. Con un asentimiento, la observé caminar hacia la puerta y, cuando la abrió, se hizo a un lado. —Oh, hola, Addison. * * * * Celos. Eso era exactamente lo que estaba sintiendo cuando la Srta. Shrieve abrió la puerta de mi clase de historia. Sabiendo que no tenía otra opción que ser educada, la saludé y entré al aula. —Hola, Srta. Shrieve. ¿Repasando nuestra historia? —pregunté, girándome para ver al Sr. McKendrick, quien estaba de pie detrás de su escritorio, mirándonos a ambas. —Algo así —replicó la entrenadora con una risa suave que me crispaba los nervios. Quería decirle que se fuera a repasar con otra persona. —Bueno, mejor toma asiento. Tu clase empezará pronto —advirtió como si todavía no lo supiera. Luego se dirigió otra vez al Sr. McKendrick. —Espero que consideres la invitación. Cuandose fue del aula, contemplé al hombre observándome en silencio. ¿A qué se estaba refiriendo ella, y qué invitación? Mi curiosidad sobrepasó mi habilidad para pensar claramente cuando caminé hacia él. Su concentración no paraba de ir sobre mi hombro hacia los otros estudiantes que se sentaban en sus asientos. Cuando llegué a su escritorio, me detuve y esperé. —Ve a tomar asiento, Addison. —Necesito hablar contigo después de clase. Negó con la cabeza y volvió a vigilar la puerta. —No. Bajé la voz y me acerqué incluso más. —¿Quieres que te hable ahora? —No —repitió, pero esta vez me miró. Sus ojos verbalizaban su conflicto interno cuando los fijó en mí, y la combinación de deseo caliente y exasperación me hizo temeraria. —Hacerte decir sí será divertido. No dijo nada, sólo me dio la espalda y fue hacia la pizarra. Satisfecha por haber ganado el momento, me fui y tomé asiento mientras Brandon entraba al aula. —¿Dónde demonios estuviste ayer? —preguntó en voz alta, yendo por las filas. Miré de reojo rápidamente al frente, donde el Sr. McKendrick había dejado de escribir y estaba observando. Él era más que consciente de dónde había estado el día anterior. —Lo olvidé, ¿de acuerdo? Mierda, relájate, ¿sí? Sólo fui a casa. —¿Lo olvidaste? —balbuceó Brandon mientras dejaba bruscamente los libros en su pupitre—. Diablos, ¿cómo pudiste olvidarlo? Hablamos de ello antes de que te fueras. —¡Muy bien, Sr. Williams! —La voz del Sr. McKendrick irrumpió en el aula—. Ha sido suficiente. Toda la clase se calló mientras le sostenía la mirada a Brandon, y sentí un sentido irracional de alegría, como si hubiera dicho lo que dijo para protegerme, o quizá porque estaba celoso. —Perdone, señor —murmuró Brandon, hundiéndose en su asiento antes de añadir sólo para mis oídos—: No hemos terminado, Addy. Eso es mentira. Me encogí de hombros como si no me importara y, en verdad,… no me importaba. Brandon podía estar tan enfadado como quisiera. No era mi dueño, y claramente no tenía el derecho de decirme qué hacer. Todo lo que me importaba era el hombre que ahora preguntaba sobre Catalina de Aragón y por qué el Rey Enrique VIII anuló su casamiento. La pregunta a eso era simple. * * * * Deseo, lujuria y una mujer. Ésos siempre eran los ingredientes para la máxima traición del hombre. Tanto si era de corazón, mente o alma. Sabía que se acercaba el momento. Sonó la campana y los estudiantes salieron en fila del aula. Todos excepto Addison. —Es hora de irse —le dije tan profesionalmente como fui capaz. —No entiendo por qué no me quieres hablar. —Sí, lo entiendes. La sonrisa que curvó sus labios debió haber sido… no, era ilegal. No la sonrisa en sí misma, sino lo que me hacía querer hacer. Me quedé en mi asiento y ella permaneció en el suyo. Gracias a Dios vestía sus pantalones de correr hoy y no una pequeña falda, porque, por como era, se me hacía difícil no comérmela con los ojos. —¿Hablarás conmigo si prometo quedarme aquí? Reclinándome en mi silla, pregunté—: ¿No tienes otra clase? —Sí, pero ella no es rigurosa con el manejo del horario como tú. ¿Y? ¿Me hablarás? —Hablaré contigo sobre cualquier cosa que tenga que ver con el trabajo escolar. Nada más. Su insolencia me calentaba, y podía sentir mi polla hincharse por los pensamientos prohibidos que pasaban por mi mente. —¿A dónde te invitó a ir la Srta. Shrieve? —Eso no está relacionado con el colegio. —Sí, lo está. Ambos son mis profesores. ¿Te pidió una cita? — persistió. Incluso cuando Helene no me había pedido salir oficialmente, era seguro que no podía hacer daño que Addison creyera que sí, o al menos dejarlo en el aire. —Eso no te incumbe. Miró la puerta y luego otra vez a mí. —Quiero saber cómo es besarte. —Addison. —¿Sí? —Es hora de irse —le informé y me reacomodé en mi silla. —Creo que tú también quieres saberlo. Sin intención de hacerlo, murmuré—: No importa. —E inmediatamente quise retirarlo. Oí su silla raspar y la vi venir hacia mí. —Lo sabía. Poniéndome de pie para sentir como si tuviera al menos un poco de control sobre la situación, disentí—: No me refería a eso. Por favor, vete, antes de que hagas algo que te traerá problemas. Sus ojos muy abiertos estaban prácticamente suplicándome, y carajo… la deseaba. —Sólo dímelo. Como no me tocarás, al menos dime que quieres hacerlo. El aula cayó en completo silencio y todo lo que podía oír era el tic, tic, tac del reloj mientras cada pizca de sentido común que tenía me abandonaba. —Quiero. El tiempo pareció quedarse parado mientras sus ojos me dieron el permiso. No era permiso lo que necesitaba. Era fuerza. La fuerza para resistir. —Ahora vete. Al haber conseguido lo que quería, se fue del aula en silencio. Capítulo 6 Traducido por Mew Rincone Corregido por Eni Presente… —Vamos a hablar de la fotografía en la pared. No sé por qué Doc insiste en decir vamos al inicio de las sesiones. Él es el único que habla. —Psique Revivida por el Beso de Cupido —me dice, como si no lo supiera—. ¿Conoces la historia detrás de la escultura? Este tiene que ser el peor tipo de castigo. Es monótono. Entumece la mente. Es una pérdida de mi maldito tiempo. Tic, tic, tac. —Vamos a empezar con Psique, ¿de acuerdo? Preguntas. Preguntas. Preguntas. ¿Por cuánto tiempo va a seguir sin ninguna respuesta? Conociendo a Doc, por siempre. —Así pues, Psique era la hija más joven y la más hermosa del rey y la reina. Fue venerada como una diosa por los lugareños en el pueblo del que provenía. Esto haría a cualquier mujer... —Hace una pausa y golpea ligeramente su labio superior con su dedo índice—uno, dos, tres—. Sentirse especial. Importante. Sé hacia dónde se dirige con esto. Es tan predecible últimamente. —¿Él te hacía sentir especial, Addison? Y... ahí está. —Vamos. Puedes hablar conmigo. Inclinando la cabeza hacia un lado, hablo por primera vez desde que fui ingresada alCentro Psiquiátrico Pine Groves. —Sí. Pero yo no quiero. Tic, tic, tac. Pasado... La tarde del viernes pasó antes de que me diera cuenta. Pensé que iba a tardar una eternidad en llegar, pero no fue así. Me obligué a comportarme en la clase de hoy, a pesar de que había pasado todo el tiempo queriendo besar a mi profesor. En sus pantalones de vestir color caqui y camisa tipo polo negra, podía ver todos sus músculos bien definidos. También me di cuenta por primera vez que había un toque de tinta en su bíceps izquierdo que sobresalía de la manga cada vez que levantaba el brazo hacia la pizarra. El Sr. McKendrick tenía un tatuaje. ¿Cómo se supone que me comporte frente a todo eso? La idea de que, a los dieciocho años, todas somos dulces y pequeñas vírgenes parecía ridícula para mí. Porque la última vez que lo comprobé, en lo único en lo que yo podía pensar era en sexo. Con quién podría hacerlo, cuándo y con qué frecuencia. Ah, y la falacia popular era que sólo los chicos eran los que estaban cachondos a nuestra edad, bueno, a las personas que se le ocurrió aquello no habían tenido que sentarse en una clase con el Sr. McKendrick caminando por la parte delantera de la misma. —¿Addison… Addison? Mi nombre cortó a través de mis pensamientos cuando una mano me tocó el hombro. Girándome, encontré a la Srta. Shrieve de pie delante de mí con una mirada expectante en su rostro. Ugh, ¿por qué tenía ella que ir y cortar las cosas entre nosotros? —¿Estás lista para esto? Mantuve mi cara neutral mientras asentía a mi entrenadora y luego salté arriba y abajo, sacudiendo mis manos por mis costados. Acababa de terminar de atornillar los pinchos en mis zapatos y ahora terminaba mi calentamiento. Eché un vistazo alrededor de la pista y hacia las gradas, tratando de encontrar a mi madre entre la multitud. Ella
Compartir