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Traducción de la Cátedra I Psicología Social – Prof. Martín Wainstein Teoría del Rol Social: diferencias y semejanzas de acuerdo al sexo Consecuencias en las preferencias para elección de pareja de mujeres y hombres ALICE H. EAGLY WENDY WOOD MARY C. JOHANNESEN-SCHMIDT (2004) ¿Por qué las mujeres y los hombres se comportan de manera diferente en algunas circunstancias y de manera similar en otras? La teoría del rol social proporciona una respuesta integral a esta pregunta al abarcar varios tipos de causas. Entre ellas, los teóricos del rol social prestan especial atención al impacto de la distribución de hombres y mujeres en determinados roles sociales dentro de las sociedades (Eagly, 1987; Eagly, Wood, & Diekman, 2000). Las causas más importantes, responsables de estas diferencias sexuales en los roles, son las diferencias físicas inherentes al sexo, que hacen que ciertas actividades se realicen de manera más eficiente por un sexo u otro en función de las circunstancias de cada sociedad y de la cultura (Wood & Eagly, 2002). Los beneficios de cada sexo que realiza eficientemente ciertas tareas surgen porque las mujeres y los hombres están ligados a las sociedades y participan en una división del trabajo. Como se intenta dar cuenta en este capítulo, el sexo es, por lo tanto, una característica importante para la organización de todas las sociedades conocidas, sin embargo, muchos de los comportamientos específicos típicos de hombres y mujeres varían mucho de una sociedad a otra. Los roles sociales de las mujeres y los hombres causan diferencias en el comportamiento a través de la mediación de los procesos sociales y psicológicos. Uno de esos procesos es la formación de roles de género, mediante los cuales se espera que las personas tengan características que los capaciten para las actividades típicas de su sexo. Por ejemplo, en las sociedades industrializadas, los esposos son más propensos que las esposas a ser el principal proveedor y jefe de familia y, en los lugares de trabajo, los hombres son más propensos que las mujeres a ocupar cargos de autoridad. Dadas estas diferencias según el sexo en los roles familiares y ocupacionales típicos, los roles de género incluyen la expectativa de que los hombres poseen cualidades directivas de liderazgo (Eagly & Karau, 2002). Los roles de género, junto con los roles específicos ocupados por hombres y mujeres (por ejemplo, roles ocupacionales y matrimoniales), por lo tanto, guían el comportamiento social. Esta orientación, a su vez, está mediada por varios procesos de desarrollo y socialización, así como por procesos involucrados en la interacción social (por ejemplo, la confirmación de la expectativa) y la autorregulación. Además, los procesos biológicos, incluidos los cambios hormonales, orientan a hombres y mujeres a ciertos roles sociales y facilitan el desempeño de los mismos. En resumen, la teoría del rol social presenta un conjunto de causas interconectadas que van desde las más proximales, o inmediatas, a las más distales, o alejadas (ver Figura 1). Este capítulo revisa esta teoría y luego la aplica para iluminar un área específica del comportamiento diferenciado según el sexo, a saber, las preferencias que los hombres y las mujeres tienen para elegir sus parejas. ORÍGENES DE LA DIVISIÓN DEL TRABAJO Y JERARQUÍA DE GÉNERO La cuestión de por qué los hombres y las mujeres están posicionados de manera diferente en la estructura social es profundamente importante para comprender las diferencias según el sexo en el comportamiento. La mejor respuesta a esta pregunta surge del estudio de los roles sociales de tipo sexual en una amplia gama de sociedades. Wood y Eagly (2002) revisaron esta evidencia intercultural, producida principalmente por antropólogos, para proporcionar un marco para una teoría de los orígenes de las diferencias sexuales en el comportamiento. Su revisión distinguió entre las diferencias según el sexo que son universalmente evidentes en todas las culturas y las que emergen de forma menos consistente. Las diferencias según el sexo universales indican características de los seres humanos que pueden derivarse de atributos innatos inherentes a la especie humana o de convenciones culturales que surgen de manera similar en todas las sociedades (por ejemplo, mujeres que transportan bebés en un canguro, en el pecho, o en papoose (especie de bolsa que se lleva en la espalda, usual en ciertas comunidades indígenas). Las diferencias según el sexo que no son consistentes entre culturas reflejan aspectos más variables del funcionamiento humano que dependen de los entornos externos de las sociedades. Un universal transcultural es que las sociedades tienen una división del trabajo entre los sexos. El análisis clásico de Murdock y Provost (1973) de 185 sociedades no industriales reveló que, dentro de las sociedades, la mayoría de las actividades productivas se llevaban a cabo única o típicamente por hombres o mujeres, y no por ambos sexos de manera conjunta. Incluso en las sociedades industrializadas, las mujeres son más propensas que los hombres a asumir los roles domésticos de amas de casa y cuidadoras primarias de los niños, mientras que los hombres tienen más probabilidades que las mujeres de asumir roles en la economía remunerada y del proveedor familiar primario (Shelton & John, 1996). Aunque la mayoría de las mujeres están empleadas en la fuerza laboral remunerada en muchas sociedades industrializadas, los sexos tienden a concentrarse en diferentes ocupaciones, habiendo más hombres que mujeres en la mayoría de los cargos que producen altos niveles de ingresos y poder (por ejemplo, la Oficina de los Estados Unidos de Estadísticas del Trabajo, 2001). Figura 1. Teoría del Rol Social de las diferencias y semejanzas de acuerdo al sexo A pesar de este patrón universal de una división del trabajo, Murdock y Provost (1973) encontraron una considerable flexibilidad en las sociedades en lo que respecta a las tareas específicas asignadas a hombres o mujeres; es decir, la mayoría de las tareas no fueron realizadas únicamente por hombres o mujeres en todas las sociedades. En algunas sociedades, Especialización física de los sexos Actividades reproductivas de las mujeres Mayor tamaño y fuerza de los hombres Economía local, estructura social, ecología División del trabajo y construcción social del género (roles de género y socialización) ) Procesamientos a nivel individual (interacción social, auto regulación, hormonas) Comportamiento según diferencias sexuales y psicológicas los hombres realizaban tareas como sembrar y cuidar cultivos, ordeñar o preparar pieles; en otras sociedades, las mujeres realizaban estas tareas. Sin embargo, una minoría de actividades se asoció de manera consistente con un solo sexo en todas las sociedades. Por ejemplo, solo los hombres fundían minerales y trabajaban metales, y las mujeres cocinaban y preparaban alimentos de origen vegetal. Otro patrón universal en las sociedades concierne al estatus y al poder. Aunque la existencia de algunas sociedades igualitarias ilustra que las diferencias de sexo en estatus y poder no ocurren en todas las sociedades, todas las jerarquías de género que existen favorecen a los hombres (Whyte, 1978). Las jerarquías de género adoptan diferentes formas específicas en las sociedades: en algunas, las mujeres poseen menos recursos que los hombres; en otras, se da menos valor a la vida de las mujeres; en otras, se imponen mayores restricciones al comportamiento conyugal y sexual de las mujeres. Para explicar los patrones de comportamiento característicos del sexo en las sociedades humanas, Wood y Eagly (2002) han argumentado que la división del trabajo y la jerarquía de género con ventaja masculinase derivan de las diferencias físicas, particularmente la capacidad de reproducción de las mujeres y el tamaño y fuerza de los hombres, en interacción con las demandas de los sistemas socioeconómicos y las ecologías locales. Especialmente críticas para la división del trabajo son las actividades reproductivas de las mujeres. Como éstas son las responsables de la gestación, la lactancia y el cuidado de los bebés, desempeñan roles de cuidado infantil en todas las sociedades. Además, estas actividades limitan la capacidad de las mujeres para realizar otras actividades que requieren velocidad, períodos ininterrumpidos de actividad y entrenamiento o viajes de larga distancia, lo que les implica estar fuera de casa. Por lo tanto, las actividades reproductivas de las mujeres las llevan generalmente a evitar tareas como cazar animales grandes, arar y conducir guerras, en favor de actividades más compatibles con el cuidado infantil. Sin embargo, las actividades reproductivas tienen menos impacto en los roles de las mujeres en sociedades con bajas tasas de natalidad, menos dependencia de la lactancia para alimentar a los bebés y más atención no maternal a los niños pequeños. Estas condiciones se han vuelto más comunes en las sociedades postindustriales que en las sociedades que, por ejemplo, dependen de la agricultura para su subsistencia. Otro factor determinante de los roles sociales de hombres y mujeres es el mayor tamaño, fuerza y velocidad de los hombres en comparación con las mujeres. Debido a estas diferencias físicas, el hombre promedio tiene más probabilidades que la mujer promedio de poder realizar con eficiencia tareas que exigen breves ráfagas de fuerza o esfuerzos con la parte superior del cuerpo. Las actividades de alimentación, horticultura y agricultura incluyen la caza de animales grandes, el arado y la conducción de guerras. Sin embargo, algunos antropólogos han cuestionado si el tamaño y la fuerza de los hombres son críticos para la división del trabajo de las sociedades, dada la naturaleza intensiva de la fuerza de algunas de las tareas que generalmente realizan las mujeres, que incluyen ir a buscar agua, transportar a los niños y lavar la ropa (Mukhopadhyay & Higgins, 1988). Independientemente del impacto general del tamaño y la fuerza de los hombres, este aspecto de las diferencias físicas tiene un efecto mucho más débil en el desempeño de los roles en las sociedades postindustriales y otras en las que pocos roles ocupacionales exigen estos atributos. La pregunta de por qué algunas sociedades tienen una jerarquía de género y otras no puede responderse considerando los atributos físicos de los sexos en conjunto con las condiciones sociales y ecológicas (Wood & Eagly, 2002). Un principio subyacente es que los hombres tienen más estatus y poder que las mujeres en sociedades en las que su mayor fuerza y velocidad en la parte superior del cuerpo les permite realizar ciertas actividades físicamente exigentes, como la guerra, que pueden liderar la toma de decisiones, la autoridad y el acceso a recursos. Otro principio subyacente es que los hombres tienen más estatus y poder que las mujeres en las sociedades donde las actividades reproductivas de las mujeres disminuyen su capacidad para realizar las actividades que generan el estatus y el poder. Por lo general, esta reducción del estatus de la mujer ocurre cuando sus responsabilidades reproductivas limitan su participación en roles que requieren capacitación especializada intensiva, adquisición de habilidades y desempeño de tareas fuera del hogar (por ejemplo, escriba o guerrero). Entonces las mujeres solo tienen una participación limitada en las actividades que producen fuera del hogar y en los recursos para ser comercializados en la economía en general. De acuerdo con este argumento, las relaciones relativamente igualitarias entre los sexos se encuentran a menudo en sociedades descentralizadas que carecen de tecnologías más complejas, especialmente en economías muy simples en las que las personas subsisten mediante la búsqueda de alimentos (Hayden, Deal, Cannon & Casey, 1986; Salzman, 1999; Sanday, 1981). En general, tales sociedades carecen de los roles especializados que otorgan a algunos subgrupos el poder sobre otros y, en particular, le otorgan al hombre el poder sobre las mujeres. En contraste, en sociedades socioeconómicamente más complejas que tienen roles especializados, el poder y el estatus de los hombres se ven reforzados por las relaciones que se desarrollan entre los atributos físicos de las mujeres y los hombres, así como de la explotación de los desarrollos tecnológicos y económicos (por ejemplo, el arado, pertenencia de la propiedad privada). En resumen, los roles sociales de tipo sexual que involucran la jerarquía de género y una división del trabajo emergen de un conjunto de factores socioeconómicos y ecológicos que interactúan con las diferencias físicas inherentes a la actividad reproductiva de la mujer y con el tamaño y fuerza de los hombres (Wood & Eagly, 2002). Estas interacciones biosociales proporcionan el conjunto de causas para establecer un "panorama general" que explica las diferencias según el sexo en los roles en las sociedades humanas. Si bien las diferencias físicas entre los sexos tienen consecuencias más limitadas para el desempeño de los roles en las sociedades postindustriales, incluso estas sociedades conservan cierto grado de división del trabajo entre hombres y mujeres, así como varios aspectos del patriarcado. Como explicamos en el resto del capítulo, estos roles sociales de tipo sexual a su vez producen diferencias sexuales en el comportamiento social, incluidas las preferencias de las personas por sus parejas. CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE GÉNERO A TRAVÉS DE LOS ROLES DE GÉNERO Los roles de género consisten en expectativas compartidas sobre el comportamiento, las cuales se aplican a las personas en función de su sexo socialmente identificado (Eagly, 1987). Esta definición deriva del concepto general de rol social, que refiere a las expectativas compartidas que se aplican a las personas que ocupan una determinada posición social o son miembros de una categoría social particular (Biddle, 1979). A nivel individual, los roles existen en la mente de las personas como esquemas, o estructuras de conocimiento abstractas sobre grupos de personas. Debido a que son en gran medida consensuados, existen esquemas de roles a nivel social como ideologías compartidas comunicadas entre los miembros de la sociedad. Como detallamos en la siguiente sección de este capítulo, estos roles de género son el producto de roles sociales de tipo sexual. Los roles de género son difusos porque se aplican a las categorías sociales generales de hombres y mujeres. Estos roles, al igual que otros difusos basados en la edad, la etnia y la clase social, son ampliamente relevantes en todas las situaciones. En contraste, los roles más específicos basados en factores como las relaciones familiares (por ejemplo, madre, hijo) y la ocupación (por ejemplo, cajero, bombero) son principalmente relevantes para el comportamiento en un grupo o contexto particular. Los roles de género pueden trabajar con roles específicos para estructurar la interacción (Ridgeway, 2001). En particular, debido a que los roles de género son relevantes en el lugar de trabajo, las personas tienen expectativas algo diferentes para mujeres y hombres empleados en el mismo rol laboral (Eagly & Karau, 2002). Por ejemplo, se espera que los gerentes masculinos, más que las gerentes femeninas, sean seguros de sí mismos, asertivos, firmes y analíticos (Heilman, Block, Martell & Simon, 1989). La evidencia de que existen roles de género proviene principalmente de investigaciones sobre estereotipos de género, que han encontrado constantemente que las personas tienen diferentes creencias sobre las característicastípicas de hombres y mujeres (por ejemplo, Diekman & Eagly, 2000; Newport, 2001). La mayoría de estas creencias acerca de los sexos pertenecen a atributos comunitarios y agenticos. Las características comunitarias, que son típicas de las mujeres, reflejan una preocupación por el bienestar de los demás e incluyen afecto, amabilidad, sensibilidad interpersonal y nutrición. En contraste, las características agenticas, que son típicas de los hombres, implican aserción, control y confianza. Los roles de género también abarcan creencias sobre muchos otros aspectos de hombres y mujeres, incluyendo sus características físicas, habilidades cognitivas, habilidades y disposiciones emocionales (Deaux & Lewis, 1984). Los roles de género representan las características que son descriptivamente normativas para los sexos, es decir, las cualidades que diferencian a los hombres de las mujeres. Estas normas descriptivas (también llamadas estereotipos descriptivos) son guías de los comportamientos que probablemente sean efectivos en una situación dada (Cialdini & Trost, 1998). Especialmente cuando una situación es ambigua o confusa, las personas pueden seguir estas guías actuando de maneras que son típicas para su sexo. Por ejemplo, los adolescentes que están comenzando a salir en citas pueden actuar de manera estereotipada cuando no están seguros de qué hacer. Sin embargo, las creencias de los roles de género no se limitan a descripciones del comportamiento masculino y femenino; también incluyen normas cautelares (también denominadas estereotipos prescriptivos), que especifican los comportamientos deseables y admirables para cada sexo (Cialdini & Trost, 1998). Las normas cautelares indican qué comportamientos pueden obtener la aprobación de otros y dar lugar a sentimientos de orgullo o vergüenza. En general, las personas desean y aprueban las cualidades comunitarias en las mujeres y las cualidades agenticas de los hombres, como se demuestra en la investigación sobre (1) las diferentes creencias que las personas tienen sobre las mujeres y los hombres ideales (por ejemplo, Spence & Helmreich, 1978; Williams & Best, 1990b), (2) las diferentes creencias que tienen las mujeres y los hombres acerca de su pareja ideal (Wood, Christensen, Hebl, & Rothgerber, 1997), y (3) las actitudes y creencias prescriptivas que las personas tienen sobre los roles y responsabilidades de mujeres y hombres (por ejemplo, Glick & Fiske, 1996; Spence & Helmreich, 1978). Por ejemplo, en la medida en que los cónyuges cumplan las normas cautelares para el comportamiento masculino y femenino, las mujeres pueden actuar de manera agradable y cálida en las citas y los hombres pueden actuar como dominantes y caballeros. Por lo tanto, es más probable que los hombres mantengan las puertas abiertas para las mujeres en una situación de cita que en otros contextos cotidianos (Yoder, Hogue, Newman, Metz & LaVigne, 2002). Es probable que los aspectos prescriptivos y descriptivos de las normas del rol de género estén estrechamente vinculados. Hall y Carter (1999b) demostraron que los comportamientos se juzgan apropiados para un sexo en la medida en que se cree que se realizan más por ese sexo. En general, parece ser que las personas piensan que las mujeres y los hombres deberían diferir especialmente en aquellos comportamientos asociados con diferencias de sexo más grandes. Además, los atributos típicos de un grupo pueden ser especialmente deseables en ciertas situaciones, como cuando los atributos se diferencian entre un endogrupo y un exogrupo (Christensen, Rothgerber, Wood, & Matz, 2002). Por lo tanto, en contextos que resaltan las distinciones entre los sexos, las personas pueden sentir orgullo al poseer y mostrar atributos típicos según el sexo. A pesar de algunas diferencias individuales en las creencias sobre el comportamiento masculino y femenino típico y apropiado (por ejemplo, Spence & Buckner, 2000), estas creencias parecen ser ampliamente compartidas por hombres y mujeres, estudiantes y adultos mayores, así como por personas que difieren en la clase social e ingresos (Diekman & Eagly, 2000; Hall & Carter, 1999a). Parece que prácticamente todas las personas representan cognitivamente las creencias estereotipadas sobre los sexos (por ejemplo, Zenmore, Fiske & Kim, 2000). Aunque los estereotipos pueden activarse automáticamente y servir como juicios de referencia de hombres y mujeres, están moderados en su impacto por diversos factores contextuales, informativos y motivacionales (Blair, 2002; Zenmore et al., 2000). Es probable que estas creencias consensuadas sobre los grupos se desarrollen y se compartan a través de la interacción social cuando los miembros del grupo colaboran regularmente entre sí en las tareas de la vida diaria, al igual que entre hombres y mujeres (Ridgeway, 2001). Los roles de género forman una parte importante de la cultura de cada sociedad (ver Best & Thomas, 2002). En un análisis de los estereotipos de género entre estudiantes universitarios en 25 naciones, Williams y Best (1990a) encontraron una considerable similitud intercultural en las creencias que las personas tenían acerca de las características comunitarias y agenticas de mujeres y hombres. Sin embargo, la tendencia de las personas a percibir a los hombres como más activos y más fuertes que las mujeres fue menos pronunciada en las naciones más desarrolladas económicamente, en las que la alfabetización y el porcentaje de mujeres que asistían a las universidades era alto. Por lo tanto, en los países donde los sexos tienen mayor igualdad social y política, los estereotipos y roles de género pueden volverse menos tradicionales. En resumen, los roles de género representan el comportamiento típico y deseable de los sexos dentro de una sociedad. Como explicamos en la siguiente sección, estas creencias sobre los roles de género surgen de los roles sociales de hombres y mujeres. RELACIÓN DE LOS ROLES DE GÉNERO CON LA POSICIÓN SOCIAL DE LAS MUJERES Y LOS HOMBRES Los roles de género surgen de los roles sociales típicos de los sexos porque los individuos, como actores sociales, deducen que las acciones de las personas tienden a corresponder con sus disposiciones internas (Eagly & Steffen, 1984). Este proceso cognitivo constituye un principio básico de la psicología social llamado inferencia correspondiente o sesgo de correspondencia (Gilbert, 1998). Para demostrar este principio, la investigación ha dado cuenta que las personas no dan mucha importancia a las restricciones de los roles sociales al inferir las disposiciones de los que juegan un determinado rol (por ejemplo, Ross, Amabile & Steinmetz, 1977). Por lo tanto, los comportamientos comunitarios y de crianza requeridos por los roles domésticos y de cuidado infantil de las mujeres y por muchos roles ocupacionales dominados por mujeres, favorecen las inferencias de que las mujeres poseen rasgos comunales. De manera similar, las actividades asertivas y orientadas a las tareas requeridas por muchas ocupaciones dominadas por hombres producen expectativas de que los hombres son agenticos. Dado que el mayor poder y estatus es para los roles de los hombres que para los roles de las mujeres en las sociedades patriarcales, los roles de género también abarcan las expectativas sobre los rasgos de dominio y sumisión (por ejemplo, Conway, Pizzamiglio y Mount, 1996; Eagly, 1983; Wood & Karten, 1986). Las personas ocupando roles más poderosos se comportan con un estilo más dominante que las personas en roles menos poderosos. Por lo tanto, se cree que los hombres son más dominantes, controladores y asertivos, y se cree que las mujeres son más subordinadas y cooperadoras, conformes con la influencia social y menos abiertamente agresivas. El principio del sesgo de correspondencia sugiere que los estereotipos de género pueden desarrollarse en ausenciade cualquier diferencia real de predisposición entre los sexos. Para probar experimentalmente esta idea, Hoffman y Hurst (1990) informaron a un conjunto de personas que los miembros de dos grupos de profesionales, trabajadores de la ciudad y criadoras de niños, eran similares en sus rasgos comunitarios y agenticos. No obstante, los participantes atribuyeron con rasgos congruentes a ambos grupos ocupacionales, específicamente, rasgos agenticos a los trabajadores de la ciudad y rasgos comunitarios a las criadoras de niños. Estos hallazgos muestran que las instrucciones para considerar a los grupos equivalentes en sus rasgos no fueron suficientes para superar la inferencia correspondiente de los roles a las disposiciones subyacentes. En resumen, las creencias acerca de los atributos reales e ideales de los sexos surgen porque las personas asumen la correspondencia entre los atributos personales de cada sexo y los comportamientos típicos de su rol en una sociedad. Aunque estas creencias surgen en gran parte de las observaciones de los individuos sobre los comportamientos, su comunicación contribuye a su carácter consensual. Estas creencias estereotipadas tienen sus raíces en (1) la división del trabajo, en el desempeño de los roles familiares y ocupacionales de los sexos, y (2) la jerarquía de género por la cual los hombres son más propensos que las mujeres a ocupar los roles de mayor poder y estatus. A través de una variedad de mecanismos proximales que se analizan en la siguiente sección, las expectativas resultantes del rol de género influyen en el comportamiento en muchos dominios, incluidas las preferencias de pareja. LA INFLUENCIA DE LOS ROLES DE GÉNERO EN EL COMPORTAMIENTO ¿Cómo influyen los roles de género en el comportamiento? En términos de las causas más amplias y distales de las diferencias según el sexo, los atributos físicos de los hombres y las actividades reproductivas de las mujeres enmarcan los efectos de las creencias de rol de género. Estos atributos y actividades establecen los costos y beneficios percibidos de los comportamientos para cada sexo dentro de estructuras y ecologías sociales particulares. En términos de causas más inmediatas, los roles de género tienen un efecto al transmitir los costos y beneficios de los comportamientos a hombres y mujeres. Debido a que los comportamientos comunales a menudo parecen tener una mayor utilidad para las mujeres y los comportamientos agenticos para los hombres, ambos sexos se involucran en comportamientos de tipo sexual que a su vez fomentan sus preferencias y el desempeño de los roles familiares y ocupacionales típicos del sexo. Esta participación personal en los roles típicos del sexo que se producen a lo largo del ciclo vital es fundamental para la socialización y el mantenimiento de las diferencias sexuales. En la medida en que ocupan diferentes roles específicos, las mujeres y los hombres se comportan de distinta manera, aprenden diferentes habilidades y se orientan hacia distintas metas de la vida. Además, basándose en su experiencia en roles específicos de tipo sexual, las mujeres y los hombres desarrollan tendencias conductuales generales que se extienden más allá de estos roles. Estas tendencias surgen a medida que los hombres y las mujeres confirman las expectativas estereotipadas de género de los demás, regulan su propio comportamiento basado en conceptos propios del estereotipo de género y experimentan cambios hormonales que acompañan el desempeño de los roles. Las personas se conforman, en parte, con el comportamiento apropiado para el género porque otros esperan que lo hagan. Otras personas pueden imponer castigos por desviarse de los roles de género y recompensas por comportamientos congruentes al rol. La investigación sobre las expectativas estereotípicas según el sexo ha dado lugar a algunas de las demostraciones más claras de tal confirmación de comportamiento (ver Deaux & LaFrance, 1998; Geis, 1993), aunque el vínculo entre expectativas y comportamiento depende de varias condiciones (Olson, Roese & Zanna, 1996). Las sanciones contra el comportamiento inconsistente con el rol pueden ser manifiestas (por ejemplo, perder un trabajo) o sutiles (por ejemplo, ser ignoradas, desaprobar con miradas). Las personas comunican estas expectativas a través de conductas verbales y no verbales, aunque no son necesariamente conscientes de estos procesos porque dicha comunicación puede operar a un nivel relativamente implícito o automático (Blair, 2002; Dijksterhuis & Bargh, 2001). También es importante reconocer que es probable que existan circunstancias en las que los beneficios de la no conformidad de género superen sus posibles costos sociales; por lo tanto, las personas actúan de manera que contrarrestan los estereotipos de género. Mucha evidencia indica que las personas reaccionan negativamente a las desviaciones de los roles de género. Por ejemplo, en una revisión metanalítica de 61 estudios de evaluaciones de líderes masculinos y femeninos, Eagly, Makhijani y Klonsky (1992) mostraron que las mujeres que adoptan un estilo de liderazgo directivo estereotipado como masculino son evaluadas más negativamente que los hombres que adoptan este estilo. Además, en la interacción en grupos pequeños, las mujeres tienden a perder simpatía e influencia cuando se comportan de una manera dominante o extremadamente competente (ver Carli, 2001). Evidencia adicional indica que los hombres pueden ser penalizados por comportarse de manera pasiva, no asertiva y negativa (por ejemplo, Anderson, John, Keltner & Kring, 2001; Costrich, Feinstein, Kidder, Marecek & Pascale, 1975). La evidencia de que las personas son recompensadas por actuar de manera congruente con las expectativas de los roles de género se deriva de los estudios de prácticas de socialización en sociedades no industriales. Los padres utilizan tanto las recompensas como los castigos para inculcar la nutrición en las niñas y el éxito y la confianza en sí mismos en los niños, aunque la fuerza de estas presiones de socialización también varía con los atributos sociales (por ejemplo, Barry, Bacon & Child, 1957). La investigación sobre la socialización en América del Norte y otras naciones occidentales ha producido menos evidencia de que los padres brindan recompensas y castigos diferenciales para niños y niñas, con la importante excepción de que los padres fomentan actividades e intereses de género, por ejemplo, juguetes, juegos y tareas domésticas (Lytton & Romney, 1991). No obstante, las expectativas de tipo sexual también se comunican a través de procesos más sutiles, como el modelado de comportamientos (ver Bussey & Bandura, 2002). Las recompensas diferenciales por comportamientos congruentes con el género también son evidentes en la interacción social de adultos. Por ejemplo, en un estudio realizado en organizaciones universitarias, Cotes y Feldman (1996) encontraron que las mujeres valoraban más a otras mujeres en la medida en que podían mostrar felicidad, una emoción útil en las relaciones caracterizadas por el apoyo y la comprensión. En contraste, los hombres valoraban más a otros hombres en la medida en que mostraban ira, una emoción útil en las interacciones competitivas dentro de una jerarquía. Finalmente, la evidencia de la aprobación de los atributos adecuados según el sexo proviene de la investigación sobre las preferencias de las parejas duraderas, que discutimos en la sección final de este capítulo. Como explicamos, las preferencias para las parejas varían de acuerdo a los atributos valorados en hombres y mujeres dentro de una sociedad y a las ideologías de género individuales de los miembros de la sociedad. Los roles de género pueden producir diferencias en el comportamiento, no solo a través de la confirmación conductual de las expectativas, sino también al afectar los conceptos de laspersonas. La idea de que los roles de género influyen en las percepciones de las personas sobre sí mismas, está respaldada por hallazgos que dan cuenta de que los auto-conceptos, en promedio, tienden a ser estereotípicos del género (por ejemplo, Spence & Buckner, 2000; Spence & Helmreich, 1978). Específicamente, las identidades de las mujeres están orientadas hacia la interdependencia, en el sentido de que las representaciones de los demás se tratan como parte del yo (por ejemplo, Cross & Madson, 1997). Por lo tanto, los conceptos que las mujeres tienen de sí mismas tienden a ser relacionales e incluyen a otros que son importantes para ellas, especialmente en relaciones cercanas y diádicas. Aunque algunos investigadores han argumentado que los auto-conceptos de los hombres están orientados hacia la independencia y la separación de los demás (por ejemplo, Cross & Madson, 1997), parece que los hombres tienen un auto-concepto interdependiente que se centra en las relaciones jerárquicas dentro de grupos más grandes (Baumeister & Sommer, 1997; Gabriel & Gardner, 1999). La interpretación de los hombres sobre sí mismos en términos de competencia por el poder y estatus en colectivos más grandes, es compatible con el principio de la teoría del rol social según el cual el rol del género masculino se deriva en parte del mayor acceso de los hombres al estatus y al poder. Los auto-conceptos guían el comportamiento de hombres y mujeres a través de una variedad de mecanismos cognitivos y motivacionales (Hannover, 2000; Bussey & Bandura, 2002). En uno de esos procesos, las normas de los roles de género se internalizan y adoptan como estándares personales contra los cuales las personas juzgan su propio comportamiento. Los hombres y las mujeres tienden a evaluarse a sí mismos favorablemente en la medida en que se ajustan a estos estándares y desfavorablemente en la medida en que se desvían de ellos. En una demostración de tales procesos, Wood et al. (1997) investigaron las creencias normativas de que los hombres son poderosos, dominantes y asertivos, y que las mujeres son cuidadosas, íntimas con los demás y emocionalmente expresivas. Los participantes que habían internalizado las normas de los roles de género se sentían bien consigo mismos cuando su comportamiento era consistente con estas normas; es decir, las experiencias dominantes para los hombres y las experiencias comunales para las mujeres tuvieron el efecto de cambiar los conceptos de sí mismos, sobre cómo deseaban comportarse y creían que deberían comportarse, en relación a los de los participantes más cercanos a sus estándares. Alternativamente, cuando las personas no cumplen con estos estándares normativos de tipo sexual, pueden experimentar depresión y una baja autoestima (por ejemplo, Crocker & Wolfe, 2001). Por lo tanto, los roles de género pueden afectar el comportamiento cuando las personas los incorporan en su autoconcepto y los utilizan como estándares personales para evaluar su propio comportamiento. La consideración de las auto-construcciones ayuda a explicar las diferencias individuales en la medida en que las personas se involucran en comportamientos coherentes con los roles de género de su cultura. Aunque muchas personas piensan de sí mismas en términos convencionales masculinos o femeninos, muchas otras personas no están altamente identificadas con respecto al género. Las personas influenciadas por ambientes culturalmente atípicos pueden no internalizar las normas convencionales de roles de género y, por lo tanto, pueden tener conceptos propios que no son típicos de su género. En apoyo de esta idea, solo la mitad de los estudiantes participantes de estudio realizado por Wood et al. (1997) informaron que sus conductas deseadas eran congruentes con el estándar apropiado para el sexo. Además, la investigación que relaciona las medidas de autoestima de la masculinidad y la feminidad con el comportamiento, ha demostrado que las personas varían en el grado en que sus autoconceptos son de tipo sexual, y que las personas no típicas tienen menos probabilidades de mostrarse de forma tradicional en cuanto al comportamiento de tipo sexual (Taylor & Hall, 1982). Además, los diferentes conceptos de sí mismos de hombres y mujeres pueden volverse cognitivamente accesibles solo en algunos contextos sociales, y algunas situaciones evocan una mayor conciencia de uno mismo como hombre o mujer (Deaux & Major, 1987). Los procesos biológicos, especialmente los cambios hormonales, proporcionan otro mecanismo a través del cual las normas de los roles de género influyen en el comportamiento. Los estudios que demuestran que los niveles de testosterona en los hombres aumentan la anticipación de la competencia atlética y de otros tipos, por ejemplo, la respuesta a los insultos, ha demostrado que existe un vínculo directo entre los procesos hormonales y las demandas de los roles sociales, presumiblemente para energizar y dirigir su estado físico y rendimiento cognitivo (por ejemplo, Booth, Shelley, Mazur, Tharp & Kittok, 1989; Cohen, Nisbett, Bowdle & Schwarz, 1996). Los cambios hormonales, particularmente los aumentos de cortisol, también ocurren con el inicio de la función de parto en las madres y, evidentemente, estimulan el comportamiento de crianza (Corter & Fleming, 1995; Fleming, Ruble, Krieger & Wong, 1997). Aunque algunos de estos efectos hormonales son probablemente específicos del sexo, otros cambios hormonales son comunes a ambos sexos. La evidencia especialmente convincente de que los mecanismos hormonales pueden mediar los efectos de los roles en el comportamiento fue proporcionada por el hallazgo de que los padres que esperaban con ansiedad el parto experimentaron cambios hormonales paralelos a los cambios que ocurrieron en las madres (es decir, que incluyeron estradiol, cortisol y prolactina) y, además, experimentaron una caída en la testosterona (Berg & Wynne-Edwards, 2001; Storey, Walsh, Quinton, & Wynne-Edwards, 2000). Para facilitar el desempeño del rol de mujeres y hombres, tales procesos biológicos trabajan en conjunto con procesos psicológicos que involucran expectativas sociales y conceptos propios de tipo sexual. Los roles de género no son la única influencia en el comportamiento; estos coexisten con roles específicos basados en factores tales como las relaciones familiares (por ejemplo, padre, hija) y la ocupación (por ejemplo, secretaria, electricista). En entornos de trabajo, por ejemplo, un gerente tiene un rol definido por la ocupación y al mismo tiempo, un rol de género como hombre o mujer. Las expectativas para roles específicos y para roles de género más difusos se combinan típicamente para dar mayor peso a las expectativas que son relevantes para la tarea u oficio en cuestión (Hembroff, 1982). Debido a que los roles específicos tienen implicaciones más directas para el comportamiento en muchos entornos, a menudo pueden ser más importantes que los roles de género. A partir de demostraciones experimentales se pudo concluir que las diferencias sexuales estereotipadas se pueden eliminar al proporcionar información que contradice específicamente las expectativas basadas en el género (por ejemplo, Wood & Karten, 1986). En los entornos laborales, los roles ocupacionales sin duda tienen una influencia primordial en cómo los hombres y las mujeres realizan las tareas requeridas por sus trabajos. Sin embargo, los roles de género pueden "extenderse" para influir en los comportamientos discrecionales, como el estilo en el que se lleva a cabo un rol profesional (por ejemplo, en los roles de liderazgo, las mujeres tienden a ser más democráticas que los hombres; Eagly & Johnson, 1990). Por lo tanto, los roles de género influyen en el comportamiento, incluso si asumen un estatus secundario en entornos en los que los roles específicos son de principal importancia. Aunqueuna revisión general de la investigación sobre las diferencias y similitudes de sexo está más allá del alcance de este capítulo, una amplia evidencia sugiere que las diferencias reales son, en general, estereotipadas en cuanto al género, tal como lo predice la Teoría del Rol Social. Además, las personas son relativamente certeras en sus creencias sobre el comportamiento de hombres y mujeres. Esta certeza no es sorprendente, dado que estas creencias surgen de los roles sociales de hombres y mujeres y, a su vez, fomentan las diferencias de sexo apropiadas para cada rol. Hall y Carter (1999a) proporcionaron evidencia de esta certeza/precisión en su investigación sobre las percepciones de las diferencias y similitudes sexuales en 77 rasgos, habilidades y comportamientos. Los autores informaron que las estimaciones medias de los juicios de los participantes de su estudio sobre estas diferencias y similitudes se correlacionaban en .70 con los mismos hallazgos de la investigación (como se resume de forma meta-analítica). Los estudiantes entendieron qué diferencias tendían a ser más grandes y cuáles más pequeñas; también entendieron la dirección de la diferencia, es decir, si los hombres o las mujeres tenían más probabilidades de poseer el atributo o presentar el comportamiento. A pesar de la evidencia de la certeza en las creencias de género estereotipadas, algunos sesgos sistemáticos en los juicios disminuyen la precisión de las percepciones de hombres y mujeres (por ejemplo, Boldry, Wood y Kashy, 2001; Diekman, Eagly, y Kulesa, 2002). Además, las percepciones de hombres y mujeres en general no implican exactitud en las percepciones de un hombre o mujer en particular. En cambio, cuando se clasifican en grupos, las personas tienden a ser percibidas como similares entre sí; por lo tanto, las predicciones del comportamiento individual de los miembros del grupo tienden a ser demasiado homogéneas. Sin embargo, incluso teniendo en cuenta estas limitaciones, las ideas de las personas sobre hombres y mujeres generalmente son congruentes con la evidencia conductual de las diferencias sexuales. Como punto final en nuestra presentación de la teoría del rol social, observamos que hemos simplificado en exceso nuestra presentación de las causas distales y proximales de las diferencias de sexo, especialmente en la Figura 1, al limitar nuestro tratamiento principalmente a una dirección causal directa. Sin embargo, la causalidad es más compleja, y las diversas causas en el modelo se influyen mutuamente de manera recíproca. Si bien nuestro diagrama representa la causalidad hacia adelante desde la especialización física de los sexos y los factores socioeconómicos hasta la división del trabajo y la construcción social del género, y luego a los procesos de mediación a nivel individual que influyen en los patrones de comportamiento, estas flechas causales pueden revertirse. En particular, en la medida en que las personas exhiben un comportamiento estereotipado de género, estas diferencias de comportamiento actúan de nuevo para fortalecer los roles y estereotipos de género y para canalizar a hombres y mujeres hacia diferentes roles sociales. Por lo tanto, la secuencia causal de la teoría del rol social permite tanto el flujo causal hacia adelante como hacia atrás. Además, en la medida en que cualquier causa de las diferencias según el sexo no mencionadas en este capítulo (por ejemplo, las diferencias hereditarias en las tendencias cognitivas o el temperamento) tiene alguna influencia, también actúa sobre los roles de género y las distribuciones de roles. DIFERENCIAS Y SIMILITUDES EN LAS PREFERENCIAS DE ELECCIÓN DE PAREJA SEGÚN EL SEXO La teoría del rol social explica por qué los hombres y las mujeres desean atributos algo diferentes en una pareja duradera. Para ilustrar la funcionalidad de esta teoría, resumimos nuestra investigación sobre el tema en el resto de este capítulo. Desde una perspectiva del rol social, la psicología de la elección de pareja refleja los esfuerzos de las personas para maximizar sus resultados positivos y minimizar los negativos en un entorno en el que estos resultados están limitados por los roles sociales de género y las expectativas más específicas asociadas con roles conyugales (ver también Pratto, 1996). Los criterios que utilizan las mujeres y los hombres para seleccionar parejas reflejan las responsabilidades y obligaciones divergentes inherentes a sus roles sociales actuales y esperados. Un aspecto importante de estos roles en muchas culturas occidentales ha sido (y sigue siendo, hasta cierto punto) un sistema familiar basado en un proveedor masculino y una ama de casa femenina. Dentro de esta división del trabajo, las mujeres típicamente maximizan sus resultados al buscar una pareja que probablemente tenga éxito en el rol de asalariado; en resumen, un buen proveedor. A su vez, los hombres generalmente maximizan sus resultados buscando una compañera que probablemente tenga éxito en el rol doméstico; en resumen, una ama de casa capacitada y cuidadora de niños. Este sistema matrimonial también subyace a las preferencias de las mujeres por los esposos mayores y a las preferencias de los hombres por las esposas más jóvenes. Con esta combinación, es más fácil para las parejas matrimoniales asignar a los hombres la posición relativamente poderosa que es normativa para esta forma de matrimonio. Además, las mujeres más jóvenes tienden a carecer de recursos independientes y, por lo tanto, es más probable que consideren su rol marital como atractivo. De manera complementaria, es más probable que los hombres mayores hayan adquirido los recursos que los hacen buenos candidatos para ser proveedores. Los hombres mayores y las mujeres más jóvenes se ajustan así al patrón culturalmente esperado de sostén de la familia y ama de casa. En resumen, las preferencias de pareja están influenciadas por la división del trabajo y el sistema matrimonial en una sociedad y, a su vez, se integran en los roles de género y en la ideología cultural más amplia de las sociedades. Para poner a prueba las predicciones de la teoría del rol social sobre la selección de pareja, realizamos varios estudios que relacionan la variación en los roles sociales de hombres y mujeres con las características que las personas desean en sus parejas. Esta variación en los roles sociales ocurre tanto de una sociedad a otra (porque algunas sociedades tienen una división del trabajo más fuerte que otras) y dentro de las sociedades (porque las personas ocupan los roles de ama de casa o de empleado). Además, la variación en las creencias de las personas acerca de los roles sociales emerge a través de individuos dentro de una sociedad porque las personas difieren en el grado en que apoyan la ideología tradicional de género. La investigación que presentamos relaciona cada una de estas formas de variación de rol con las diferencias según el sexo en las preferencias de selección de pareja. Un análisis intercultural Para examinar la variación intercultural en las preferencias de pareja de mujeres y hombres, volvimos a analizar los datos de un estudio bien conocido sobre la selección de pareja (Buss, 1989; Buss et al., 1990). Los participantes eran adultos jóvenes de 37 culturas diferentes, principalmente urbanizadas, pertenecientes en un 54% a culturas europeas y norteamericanas. Estos participantes respondieron un cuestionario sobre las características que deseaban en las parejas. En estos datos, ciertas diferencias según el sexo en las preferencias de pareja eran evidentes en todas las culturas. Específicamente, los hombres, más que las mujeres, preferían parejas que eran amas de casa y cocineras hábiles, físicamente atractivas y más jóvenes que ellos; mientras que las mujeres, más que los hombres, preferían parejas que eran buenas proveedoras y mayoresque ellas (véase también Kenrick y Keefe, 1992). Desde una perspectiva del rol social, las diferencias según el sexo en las preferencias de pareja se reducen a medida que la división tradicional del trabajo se debilita en las sociedades industriales y postindustriales. A medida que las sociedades se vuelven más igualitarias, los hombres y las mujeres se posicionan de manera más similar en la estructura social y, por lo tanto, se asemejan psicológicamente en muchas formas, incluso en sus preferencias por las parejas duraderas. Para probar estas predicciones, Eagly y Wood (1999) relacionaron las preferencias de pareja informadas por hombres y mujeres de cada cultura, con el grado de igualdad de género en la cultura (según lo informado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 1995). Lo más relevante para esta hipótesis es la Medida de Empoderamiento de Género (GEM por sus siglas en inglés), la cual representa el grado en que las mujeres participan igual que los hombres en los roles económico, político y de toma de decisiones. Este índice aumenta a medida que (1) la participación de las mujeres en los empleos administrativos y gerenciales y de los empleos profesionales y técnicos se aproxima a la participación de los hombres; (2) la participación de las mujeres en los escaños parlamentarios aumenta; y (3) los ingresos de las mujeres se aproximan a los de los hombres. Otro índice relevante de las Naciones Unidas, el Índice de Desarrollo Relacionado con el Género (GDI por sus siglas en inglés), evalúa la capacidad de una sociedad para brindar a sus ciudadanos una mayor esperanza de vida, educación y alfabetización e ingresos en general, imponiendo una sanción cuando las mujeres tienen menos resultados sobre estas medidas que los hombres. Como se predijo, las preferencias de las mujeres por parejas mayores y con recursos, y las preferencias de los hombres por parejas más jóvenes con habilidades domésticas fueron más marcadas en las sociedades patriarcales; estas diferencias según el sexo se hicieron menos pronunciadas a medida que la división tradicional del trabajo se debilitaba y las sociedades se volvían más igualitarias (véanse las Tablas 1 y 2). Al proporcionar evidencia adicional de que las preferencias de hombres y mujeres eran una respuesta común a una división del trabajo de tipo sexual, las diferencias sexuales en las preferencias de pareja tendían a coexistir dentro de las sociedades. Específicamente, en las sociedades en las que las mujeres expresaron preferencias especialmente fuertes por parejas con recursos y parejas mayores, los hombres también expresaron preferencias especialmente fuertes por parejas con habilidades domésticas y parejas más jóvenes. Evidencia adicional de que las preferencias de pareja reflejan los roles sociales proviene del estudio de la reexaminación por separado de 37 culturas de Kasser y Sharma (1999). Los autores hallaron que las mujeres, pero no los hombres, tenían más probabilidades de preferir un buen proveedor en la medida en que éstas tenían una libertad reproductiva y una oportunidad educativa limitadas. Estos hallazgos brindan un apoyo adicional a la predicción del rol social de que las preferencias de selección de pareja reflejan el género social y los roles maritales. Prueba experimental sobre el representar el rol de ama de casa o de empleado Para complementar la evidencia de que las preferencias de pareja varían entre culturas de acuerdo a los roles de hombres y mujeres, Johannesen-Schmidt (2003) llevó a cabo un experimento de juego de roles para explorar la relación entre los roles matrimoniales específicos y las preferencias de pareja. En esta investigación, los estudiantes participantes de una universidad de los EE. UU. imaginaron que tenían el papel principal como proveedores de sus hogares o de ama de casa e informaron sobre sus preferencias de pareja. Las personas asignadas a la función de sostén de la familia colocaron mayor énfasis en encontrar una pareja más joven con buenas habilidades domésticas que aquellos participantes asignados a la función doméstica; los individuos asignados al rol doméstico pusieron mayor énfasis en encontrar un compañero mayor con buenas habilidades de proveedor que los individuos asignados al rol de sostén de la familia. Estos hallazgos sugieren que las personas buscan parejas con atributos que complementan su papel marital. Tabla1. Correlaciones de la diferencia de edad media preferida entre el propio y el cónyuge con los índices de igualdad de género de las Naciones Unidas según Buss et al. (1990) en 37 culturas. Criterio de clasificación Criterios observados Criterios de selección de pareja Empoderamiento de género (n = 33) Indice de desarrollo de género (n = 34) Empoderamiento de género (n = 35) Indice de desarrollo de género (n = 36) Buena capacidad de ingresos (perspectiva financiera) Diferencias por sexo –.43* –.33† –.29† –.23 Mujeres –.29 –.18 –.49** –.42** Hombres .24 .27 –.40* –.36* Buenas amas de casa (y cocineras) Diferencias por sexo –.62*** –.54** –.61*** –.54** Mujeres .04 –.01 .11 –.07 Hombres –.46** –.42* –.60*** –.61*** ***. p < .001; **. p < .01; *. p < .05; †. p < .10. Aunque todas las diferencias de acuerdo al sexo en las preferencias no fueron eliminadas por la variación de roles, los asignados tuvieron un impacto similar en los participantes hombres y mujeres. Por lo tanto, este estudio proporciona evidencia importante de que los roles esperados en la sociedad están relacionados con las características de pareja preferidas. Tabla. 2. Correlaciones de la diferencia de edad media preferida entre el propio y el cónyuge con los índices de igualdad de género de las Naciones Unidas según Buss et al. (1990) en 37 culturas. Empoderamiento de género (n = 35) Indice de desarrollo de género (n = 36) Diferencias según sexo –.73*** –.70*** Mujeres –.64*** –.57*** Hombres .70*** .70*** ***. p < .001. Pruebas de diferencias individuales dentro de la sociedad Otra forma de evaluar las predicciones sobre el rol social es examinar dentro de una sociedad las preferencias de pareja de personas que difieren en cuanto a su aprobación personal sobre la división tradicional del trabajo entre hombres y mujeres. Al ilustrar este enfoque, Johannesen-Schmidt y Eagly (2002) exploraron si las diferencias individuales en la ideología de género están asociadas con las preferencias de selección de pareja. Debido a que el cambio hacia las disposiciones de género no tradicionales ha tomado principalmente la forma de mujeres que ingresan a la fuerza de trabajo remunerada, en lugar de hombres que realizan una mayor proporción del trabajo doméstico (Bianchi, Milkie, Sayer y Robinson, 2000), lo crucial son las actitudes hacia el cambio en los roles de las mujeres. Las personas que aprueban los roles tradicionales para las mujeres o desaprueban los roles no tradicionales para las mujeres deben ser especialmente propensas a tomar decisiones de pareja tradicionalmente diferenciadas según el sexo. El Inventario de Sexismo Ambivalente (ASI por sus siglas en inglés) de Glick y Fiske (1996) proporciona medidas apropiadas de las diferencias individuales para probar estas predicciones, debido a que evalúa el respaldo al rol femenino tradicional. El ASI incluye escalas de (1) sexismo benevolente, definido como aprobación del papel de las mujeres en los roles tradicionales; y (2) sexismo hostil, definido como la desaprobación del papel de las mujeres en roles no tradicionales. A pesar del sexismo generalmente mayor de los hombres (Glick y Fiske, 1996), estas medidas deben relacionarse con las preferencias de pareja de ambos sexos. En la medida en que los hombres o las mujeres favorecen el papel tradicional femenino manifestando un sexismo benevolenteu hostil, deberían mostrar preferencias más fuertes hacia una pareja que apoye esta división del trabajo. Para probar estas predicciones en una muestra de estudiantes universitarios, Johannesen-Schmidt y Eagly (2002) correlacionaron el respaldo de los participantes a los roles femeninos tradicionales en el ASI y las características que preferían en un cónyuge. En general, las personas con expectativas tradicionales sobre las mujeres también tenían preferencias de tipo sexual que aumentaban la división clásica del trabajo entre esposos y esposas. Por ejemplo, para las preferencias de edad, los hombres que apoyan el rol tradicional femenino prefirieron una pareja más joven, mientras que para las mujeres que apoyaban el rol femenino tradicional, mayor era la edad de preferencia en el cónyuge (aunque era significativo solo para la medida del sexismo benevolente). En resumen, los tres estudios que presentamos proporcionan una fuerte evidencia convergente de que las preferencias de parejas, como muchos otros atributos y comportamientos sociales, están asociados con los roles sociales de hombres y mujeres. La Psicología Evolutiva y la Teoría de la Selección de Pareja La teoría del rol social no es la única teoría de las diferencias según el sexo en la selección de pareja. En particular, los psicólogos evolutivos han sostenido que estas diferencias reflejan los problemas adaptativos únicos que experimentaron los hombres y las mujeres a medida que evolucionaron (por ejemplo, Buss, 1989; Kenrick, Trost & Sundie, 2002). Así, los sexos desarrollaron diferentes estrategias para asegurar su supervivencia y para maximizar el éxito reproductivo. Buss et al. (1990) interpretaron los resultados del estudio de 37 culturas como evidencia de que las diferencias de sexo en las características de pareja preferidas son universales y, por lo tanto, reflejan tendencias evolutivas que son generales para la especie humana. Sin embargo, la variación sistemática intercultural en la magnitud de las diferencias de sexo plantea preguntas sobre esta interpretación (Eagly y Wood, 1999; Kasser y Sharma, 1999). Aunque los psicólogos evolutivos, en principio, reconocen la posibilidad de una variación cultural, han afirmado que las preferencias de pareja no están relacionadas con los recursos económicos de los individuos y otros factores vinculados con el rol dentro de una sociedad determinada (por ejemplo, Kenrick y Keefe, 1992; Townsend, 1989). Por ejemplo, en un estudio bien conocido, Wiederman y Allgeier (1992) encontraron que las mujeres en nuestra sociedad que tenían un ingreso alto aún valoraban los recursos financieros de sus parejas. Este hallazgo proporciona una prueba deficiente de las variables del rol porque el logro de una ocupación bien remunerada no neutraliza el impacto de las expectativas más amplias del rol de género. De acuerdo con estas normas más amplias, la mayoría de las mujeres se consideran a sí mismas como asalariadas secundarias (Ferree, 1991) y anhelan ser parcialmente dependientes de los ingresos de su esposo durante una parte de su vida (por ejemplo, mientras crían una familia; Herzog, Bachman y Johnston, 1983). Además, es probable que las mujeres que tienen un ingreso más alto seleccionen parejas de su propio grupo socioeconómico de nivel superior (por ejemplo, Kalmijn, 1994; Mare, 1991). En general, las pruebas de las predicciones de la teoría de los roles sociales deben evaluar las influencias de las necesidades de roles específicos (por ejemplo, roles conyugales reales o deseados) y expectativas de roles más difusas (por ejemplo, roles de género y expectativas basadas en la clase social y la educación). Cambios en los roles de género y las diferencias de sexo a lo largo del tiempo La idea de que los roles de género están arraigados en la división del trabajo y la jerarquía de género implica que cuando estas características de la estructura social cambian, las expectativas sobre hombres y mujeres cambian en consecuencia. De hecho, el empleo de mujeres ha aumentado rápidamente en los Estados Unidos y en muchas otras naciones en las últimas décadas. Este cambio en la estructura ocupacional puede reflejar disminuciones en la tasa de natalidad y una mayor compatibilidad del empleo y los roles familiares, junto con la creciente escasez de ocupaciones que favorecen la fuerza masculina. El aumento de su acceso a la educación las ha cualificado para puestos de trabajo con más estatus e ingresos que los empleos que solían tener en el pasado. Si bien la tendencia de los hombres a aumentar su responsabilidad en el cuidado de los niños y otras tareas domésticas es bastante modesta (Bianchi et al., 2000), estos cambios en la división del trabajo han dado lugar a una menor aceptación de los roles de género tradicionales y una redefinición de los patrones de comportamiento más apropiados para mujeres y hombres. Debido a que los roles de las mujeres han cambiado para parecerse más a los de los hombres, debe ocurrir cierta convergencia en el comportamiento de hombres y mujeres, y tomar la forma de cambios en cuanto atributos de las mujeres en las esferas y dominios masculinos. De acuerdo con esta idea, los análisis de las diferencias según el sexo en las últimas décadas muestran cierta convergencia de los atributos de mujeres y hombres en dominios tradicionalmente masculinos, como la toma de riesgos y la asertividad (véase la revisión de Eagly & Diekman, en prensa). Es probable que estos cambios reflejen la participación creciente de las mujeres en la fuerza laboral y la disminución de la concentración en el cuidado infantil y otras actividades domésticas. Estos cambios en los roles de las mujeres también han afectado las preferencias de pareja de ambos sexos (Buss, Shackelford, Kirkpatrick, y Larsen, 2001). Específicamente, en los Estados Unidos, desde 1939 hasta 1996, la preferencia de los hombres por una buena ama de casa y cocinera disminuyó, y su preferencia por parejas con buenas perspectivas financieras y un nivel similar de educación aumentó. A su vez, la preferencia de las mujeres por una pareja con ambición, diligencia y laboriosidad disminuyó. Estos cambios de tipo sexual reflejan revisiones sociales de los roles conyugales a medida que las esposas comparten más responsabilidades con sus esposos. La evidencia científica no solo sugiere cierta convergencia de los sexos, sino que también las personas creen que los hombres y las mujeres son cada vez más similares. Por lo tanto, los analistas sociales tienden a creer que las mujeres y los hombres han convergido en sus características de personalidad, cognitivas y físicas durante los últimos 50 años y continuarán convergiendo durante los próximos 50 años (Diekman y Eagly, 2000). Esta convergencia percibida se produce porque las mujeres poseen cada vez más cualidades típicamente asociadas con los hombres. Los actores sociales funcionan como teóricos del rol implícito al asumir que, dado que los roles de las mujeres y los hombres se han vuelto más similares, sus atributos se han vuelto más similares. Esta desaparición de muchas diferencias según el sexo con el aumento de la igualdad de género es una predicción de la teoría del rol social que se probará de manera más adecuada en la medida en que las sociedades produzcan condiciones de igualdad entre mujeres y hombres. CONCLUSIONES Este capítulo ha resumido los supuestos básicos de la teoría del rol social de las diferencias y similitudes sexuales. Las pruebas del modelo con preferencias para parejas a largo plazo revelaron que, como se anticipó, las diferencias según el sexo dependen de las diferencias de roles. Específicamente, las mujeres tienden a preferir a una pareja mayor con recursos y los hombres tienden a preferir una pareja más joven con habilidades domésticas, en la medida en que tienen o respaldan losroles tradicionales. Además, hemos argumentado que estas (y otras) relaciones entre los roles sociales y el comportamiento están mediadas por causas proximales, incluida la confirmación de las expectativas de género de los demás, la autorregulación y las influencias hormonales. A nivel social, la concentración de mujeres y hombres en diferentes roles es una característica consistente de las sociedades humanas porque los sexos cooperan en una división del trabajo. Además, en muchas sociedades, los roles de hombres y mujeres manifiestan relaciones patriarcales por las cuales los hombres tienen más poder y autoridad que las mujeres. El patriarcado y la división del trabajo, a su vez, surgen porque las actividades reproductivas de las mujeres y el tamaño y la fuerza de los hombres facilitan el desempeño de ciertas actividades. En contextos socioeconómicamente más complejos, las actividades compatibles con los deberes de cuidado infantil de las mujeres tienden a no otorgar niveles especialmente altos de estatus o poder. Sin embargo, en las sociedades postindustriales, con sus bajas tasas de natalidad, las mujeres han aumentado considerablemente su acceso a roles que producen niveles más altos de poder y autoridad. REFERENCIAS Anderson, C., John, O. P., Keltner, D., & Kring, A. M. (2001). Who attains social status?: Effects of personality and physical attractiveness in social groups. Journal of Personality and Social Psychology, 81, 116–132. Barry, H., III, Bacon, M. K., & Child, I. L. (1957). A cross-cultural survey of some sex differences in socialization. Journal of Abnormal and Social Psychology, 55, 327– 332. Baumeister, R. F., & Sommer, K. L. (1997). What do men want? Gender differences and two spheres of belongingness: Comment on Cross and Madson (1997). Psychological Bulletin, 122, 38–44. Berg, S. 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