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1 TERCER SEMINARIO INTERNACIONAL SOBRE CULTURA INSTITUCIONAL Instituto Nacional de las Mujeres de los Estados Unidos de México Ponencia presentada por Natalia Navarro Oliván Junio 2011 2 CAMBIO ORGANIZACIONAL PRO EQUIDAD DE GÉNERO Quiero expresar públicamente mi gratitud al Instituto Nacional de las Mujeres de los Estados Unidos Mexicanos por su amble invitación para compartir con Vds. mis conocimientos y opiniones sobre los procesos de cambio organizacional pro equidad de género. Antes de proceder propiamente con la ponencia quiero señalar que mi ámbito de trabajo habitual es el de la cooperación internacional al desarrollo, por lo que cuando me refiero a organizaciones tengo en mi punto de mira de forma primordial a las Organizaciones No gubernamentales de Desarrollo (ONGD), así como a aquellas administraciones y agencias bilaterales o multilaterales que trabajan en ese contexto. Lo señalo porque soy consciente que este tipo de organizaciones se suele considerar que en cierta manera llevan un mayor trecho recorrido en lo que a sus esfuerzos de promoción de la equidad de género se refiere, algunas de ellas al menos. Ello no quita que quede muchísimo margen de mejora, pero sí se pueden valorar positivamente sus esfuerzos si las comparamos con otro tipo de organizaciones, tales como las pequeñas o medianas empresas, pongo por caso. Mi exposición se vertebra de acuerdo al siguiente hilo conductor: * Ubicación del significado de cambio organizacional en la evolución enfoques y estrategias operativas para la igualdad * Interdependencia entre cambio organizacional y cambio institucional * Enfoque organizacional: organizaciones generizadas y prácticas generizantes * Cultura organizacional y género * Diagnósticos y planificaciones participativas de género DEL ENFOQUE DE MUJER AL ENFOQUE DE GÉNERO En el escenario del desarrollo internacional, cooperación al desarrollo internacional y en la evolución de las políticas públicas se aprecia como el enfoque de mujer en desarrollo/ mujer (MED) surgió como crítica a los supuestos erróneos por parte de economistas y planificadores acerca del papel que desempeñaban las mujeres en la economía local y en la sociedad. La incapacidad de ver la contribución esencial de las mujeres desde sus trabajos de asegurar la subsistencia y la gestión de los hogares llevó a que las iniciativas modernizadoras, interpretadas como crecimiento económico, mostrasen altas cotas de ineficiencia, al no tener en cuenta todos los trabajos realizados por las mujeres. La constatación de esta fuente de ineficiencia, a través críticas feministas que reivindicaban el reconocimiento de la contribución social del trabajo productivo de las mujeres además del reproductivo, dio pie a políticas de ayuda a las familias que presuponían el papel fundamental de las mujeres como madres y a proyectos típicamente centrados en la artesanía, costura o producción de subsistencia, basados en la concesión de microcréditos. Se trataba de dar soporte a las mujeres en su función de madres y proveedoras de pequeños ingresos secundarios, identificadas como las mejores vías para canalizar recursos a las familias o, en tiempos de políticas de ajuste estructural y consiguientes recortes sociales, como colchón de las carencias sociales a través de su provisión de mayores dosis de trabajo doméstico y de cuidado, así como mediante su trabajo comunitario gratuito. Todo ello supuso una mejora mínima en las vidas de las mujeres, en general. No cambió su posición social, estructural, ni respecto a los hombres. 3 Por su parte, el enfoque de género supone una evolución respecto al de mujer en tanto que deja de enfocarse a las mujeres como origen de problemas o como la solución y se centra el enfoque en las relaciones de poder entre mujeres y hombres en cualesquiera ámbito: en los hogares, en la comunidad, en los presupuestos nacionales. Este nuevo enfoque conllevó que se reconociese que todas las estructuras, sean estas políticas, económicas o sociales deban ser examinadas y transformadas si lo que se pretende es que las políticas públicas resulten equitativas para mujeres y hombres. Planteó por tanto la importancia de rastrear cómo se producen las desventajas sociales y qué papel juegan en ello las instancias organizacionales y las institucionales, respectivamente. Al hacerlo así puso en el punto de mira el engranaje entre las instituciones y las organizaciones. ESTRATEGIAS OPERATIVAS A CARGO DE LAS ORGANIZACIONES La transición del enfoque de, Mujeres en el Desarrollo, al de Género en el Desarrollo (MED y GED respectivamente), conllevó el despliegue de diferentes estrategias operativas en las organizaciones de desarrollo. La propuesta del enfoque de mujer, propulsada ya desde México 751 y durante la década NNUU para la Mujer, llevó consigo la creación de estructuras específicas dentro de las organizaciones “las Áreas de Mujer”, de las cuales dependía esencialmente el trabajo para la satisfacción de las necesidades de las mujeres. En Nairobi 85 2se apuntaron las deficiencias de tal enfoque. Se plantea que las Áreas de Mujer han quedado al margen de las prioridades de las organizaciones del desarrollo, que carecen de los recursos necesarios para las labores que les han sido encomendadas y que tampoco cuentan con mandatos claros. De lo que se deriva que su margen de maniobra se viera en importante medida restringido a la integración del consabido párrafo en alusión a las mujeres en los documentos de referencia de las organizaciones. Como antídoto a la marginación detectada se propone lo contrario: el maintreaming, cuyo propósito se centra en entrar en la corriente principal, esto es, en las prioridades organizacionales. Fue en Beijing 953 donde saltó a la palestra internacional tal estrategia. A partir de entonces, tomándola como referencia se impulsaron diferentes actuaciones por y en las organizaciones guiadas por la pretensión de que los intereses y necesidades de las mujeres adquiriesen el estatus de prioridad en todas las iniciativas de planificación, así como en todas las fases de la gestión y ejecución de las políticas públicas y/o proyectos de desarrollo. Se confiaba en que de este modo se conseguiría que mujeres y hombres se beneficiasen de forma equitativa. La estrategia del mainstreaming planteó asimismo que el despliegue de tal propósito requería la corresponsabilidad de todas las instancias y niveles de las organizaciones, en vez de de corresponderles todos los esfuerzos a las Áreas de Mujer. 1 Alusión a la I Conferencia de NNUU sobre la Mujer, celebrada el año 1975 en México. 2 Alusión a la III Conferencia de NNUU sobre la Mujer, celebrada el año 1985 en Nairobi. 3 Alusión a la IV Conferencia de NNUU sobre la Mujer, celebrada el año 1995 en Beijing. 4 CRÍTICAS AL MAINSTREAMING En las sesiones de seguimiento de Beijing+5 y Beijing+10 se reconocieron los avances atribuibles a la estrategia de mainstreaming en el seno y en las actuaciones de las organizaciones. Estas miradas retrospectivas permitieron identificar como componentes principales del mainstreaming: 1. Puesta en práctica de políticas de igualdad de género 2. Creación de estructuras de apoyo a todas los ámbitos organizacionales respecto a su responsabilidad de promoción de la equidad entre mujeres y hombres 3. Capacitación técnica a los equipos en la integración de la perspectiva de género 4. Asignación de recursos a programas centrados en la eliminación de las desigualdades de género y de articulación de los intereses de las mujeresTambién se constató la prevalencia de una serie de obstáculos asociados al mismo: 1. La insuficiencia de recursos destinados al mainstreaming en comparación con otras prioridades y en concordancia con sus objetivos. 2. Resistencias de variada índole a los cambios propuestos 3. Culturas organizacionales poco propicias o inherentemente contradictorias con la equidad de género. 4. Inadecuación de los sistemas de seguimiento y sistemas de rendición de cuentas para capturar los avances respecto a la equidad. 5. Ausencia de reacción para identificar tendencias de retrocesos graduales de la equidad (impactos indirectos de las políticas macroenómicas o de implantación de determinados procedimientos de gestión, por ejemplo). Desde estas constataciones distintas autoras y activistas, desde diferentes lugares en el mundo han abogado por la necesidad, por un lado, de un examen más profundo del funcionamiento de las organizaciones que se han comprometido a promover la equidad de género. Por otro, la necesidad de vincular el necesario cambio organizacional con una agenda progresista de promoción de la agenda feminista para lo cual se requiere mayor colaboración con las redes que defienden derechos humanos de las mujeres y la consideración de sus demandas, así como la aceptación del compromiso de tener que rendir cuentas (accountability) del trabajo realizado ante ellas. En definitiva, se ha prestado escasa atención a los procesos organizacionales en sí mismos y cuando se ha hecho con frecuencia se ha producido su tecnificación. Ha prevalecido la exigencia de adaptación a lo ya establecido, sin que se hayan visto afectadas las prioridades ni modos de decisión existentes. Como consecuencia de ello se han descafeinado las promesas de transformación del mainstreaming. Más que transversalizarse la perspectiva de género, han sido las prioridades y modos de hacer previos de las organizaciones los que han ‘atravesado’ y diluido el mainstreaming. Tecnificación que implica la preferencia generalizada por parte de las organizaciones de ir a mínimos con argumentos diversos: ‘en tiempos de crisis no podemos permitírnoslo a pesar de nuestro claro compromiso con la equidad…’, ‘aprovechemos esta oportunidad, aunque no sea la ideal…’. Iniciativas todas ellas que muestran el relegamiento relativo del mainstreaming y que dan fuerza al argumento de que el cambio organizacional pro equidad requiere necesariamente que se plantee desde su vinculación con el cambio institucional puesto que es éste último el que provee las reglas del juego que subyacen al funcionamiento organizacional. 5 A continuación se distinguen las nociones de institución y organización y se argumenta la necesidad de contemplar sus implicaciones mutuas de cara a la promoción de la equidad entre mujeres y hombres. ¿QUÉ ES UNA INSTITUCIÓN? Siguiendo a Naila Kabeer4, interpretamos las instituciones como las normas para conseguir una serie de fines sociales o económicos en un contexto social determinado. Son las normas, reglas formales o informales que una sociedad se otorga para delimitar el espectro de acciones plausibles en cada situación. Dichas normas proveen los incentivos y también las sanciones a su incumplimiento en un contexto social determinado. Las instituciones delimitan los comportamientos individuales y los colectivos, así como las actuaciones de las organizaciones. Pueden ser de índole formal –sistemas legales, derechos de propiedad, mecanismos de control (para su cumplimiento); o de índole informal: costumbres, tradiciones. Operan en diferentes niveles: internacional (normas de la Organización Mundial del Comercio), nacional (texto constitucional de un estado), social (códigos de conducta, expectativas sociales respecto a mujeres y hombres), familiar (normas de herencia, reglas de parentesco no escritas). Pueden estar dentro de instituciones más amplias, por ejemplo normativas de una provincia incluidas en las normas legales estatales. Las instituciones reducen la incertidumbre al proveer cierta estructura a la vida cotidiana. Sirven de guía para las interacciones humanas, de forma que cuando saludamos a amistades en la calle, vamos al mercado, hacemos nuestro curriculum vitae, pedimos un crédito bancario, hacemos uso de un servicio público o nos divorciamos sabemos cómo hacerlo (o lo podemos aprender fácilmente). Observamos sin embargo que las instituciones difieren de un país a otro, es muy distinto que hagamos todas estas cosas en México que en Thailandia, también van variando a lo largo del tiempo, no es lo mismo que nos hubiésemos planteado hacerlas en el siglo XIX que hoy en día. Para la comprensión del funcionamiento institucional resulta de relevancia tener clara la diferencia entre organizaciones instituciones. Esta distinción resulta un tanto liosa porque es bastante común usar ambos términos de forma indistinta, prácticamente como sinónimos. Por ejemplo se habla de debilidades institucionales, cuando obviamente esto no puede ser, refiriéndose de hecho a las debilidades organizacionales (debilidades referidas a la estructura, sistemas de trabajo, organigrama…etc.). Nos puede ayudar a comprender tal distinción el ejemplo de Douglass C. North5 respecto a las reglas y los equipos en liza en un deporte6. El propósito de las reglas es definir cómo se debe jugar y el objetivo de los equipos será ganar dentro del marco definido por las reglas del juego. Las organizaciones vendrían a ser los grupos de personas jugadoras que se reúnen con un propósito común para conseguir unos resultados. Adaptan sus tácticas y estructuras en concordancia a las reglas externamente definidas. Juegan el juego conforme a las reglas, pero no son las reglas. Las reglas de un deporte determinado establecen el nº de personas que juegan, 4 Kabeer, Naila & Subranahmian, Ramya (1996) ‘Institutions, Relations and Outcomes: a framework and case studies for gender aware planning. IDS Discussion Paper Sept. 1996. 5 Economista e historiador estadounidense, galardonado con el Premio Nobel de Economía en 1993, ha desarrollado la disciplina del ‘nuevo institucionalismo’, resaltando el papel de las instituciones en el cambio histórico y en la economía. 6 North,Douglass (1990) Institutions, Institutional Change and Economic Performance. Cambridge University Press 6 por ejemplo, pero no así su posicionamiento, tácticas etc. las cuales son decididas por la organización/equipo y por sus integrantes de forma reactiva y coordinada durante el desarrollo del juego. Ejemplos de organizaciones son los organismos políticos (partidos, parlamento, ayuntamientos, gobiernos federales, ministerios…), los órganos económicos (empresa, sindicatos, cooperativas de producción, firmas transnacionales…), los órganos sociales (clubes deportivos, iglesias, asociaciones…) o los órganos educativos (escuelas, universidades, centros de formación profesional…). EL CAMBIO DE LAS INSTITUCIONES Y EL CAMBIO DE LAS ORGANIZACIONES El entorno institucional es algo vivo y cambiante: tanto los problemas como las oportunidades que provee van cambiando a lo largo del tiempo. Cuando hablamos de transformación institucional estamos hablando de un proceso complejo, análogo a los juegos virtuales en red, en los que se implican personas diversas que juegan desde distintos contextos . El cambio institucional no es un proceso directo sino sinuoso, impulsado por protagonismos múltiples y que requiere la transformación tanto de las normas formales como de los límites de índole informal que asimismo enmarcan los comportamientos de las personas y las actuaciones de las organizaciones. El cambio institucionalpudiera pasar cuasidesapercibido al tratarse en la mayoría de los casos de procesos de evolución paulatina más que de rupturas abruptas. Aunque las normas formales puedan ser cambiadas de la noche a la mañana, como resultado por ejemplo de una revolución o incluso por decisiones del estamento judicial, la evolución de los límites informales materializados en forma de costumbres, tradiciones y convenciones se produce de forma mucho más lenta. Si cambiar las reglas del juego formalmente establecidas nunca es fácil, resulta todavía más arduo cambiar las reglas informales. Esta cuestión es importante tenerla en consideración si no se quiere causar de forma impremeditada efectos negativos para las mujeres cuando se impulsan proyectos que buscan la mejora de su posición social. El cambio institucional es pues un proceso lento y deliberado al que podemos contribuir desde nuestras organizaciones y definitivamente desde la administración a través del desarrollo políticas, de la asignación de presupuestos, de la instauración de mecanismos de incentivos, promoviendo la transparencia, así como la participación de los sectores sociales más desfavorecidos. Las organizaciones son las protagonistas principales del cambio institucional, pero, ¿cómo cambian las organizaciones?. Según la teoría organizacional se distinguen dos tipos de cambio organizacional. Uno que busca una mejora de la eficiencia, mejora de la calidad, ‘mejora de lo presente’ conocido habitualmente como desarrollo organizacional o innovación organizacional7 y otro, denominado cambio o transformación organizacional que pretende un cambio más profundo, el cual supone un cambio de paradigma referido a que las organizaciones se reinterpreten a sí mismas, renovando su compromiso y posicionamiento frente a la 7 Al que yo en mis clases denomino, cambio de El Gatopardo7, en alusión a la célebre afirmación de que ‘resulta necesario que algunas cosas cambien para que todo siga igual’, la cual aparece como leit motif de la novela del Conde de Lampedusa, llevada al cine por Luchino Visconti (1963). 7 erradicación de las desigualdades de género. A este segundo tipo de cambio le es necesariamente inherente otra agenda de prioridades organizacionales. El desarrollo organizacional puede asociarse al enfoque que se ha dado por bueno en el despliegue de gran parte de las iniciativas de mainstreaming. Se ha pretendido conseguir que las organizaciones integren la perspectiva de género, respetándose en la medida de lo posible el estatus quo vigente. La cuestión a plantearse sería: , ¿pueden organizaciones sesgadas en sí mismas en cuanto al género impulsar la transformación prometida por el mainstreaming?. Mi visión es que del mismo modo que la idea de que el mundo es redondo no puede ‘integrarse’ o ‘sumarse’ a la idea previa de que el mundo era plano, sino que exige volver a repensarlo todo, pretender integrar la perspectiva de género en las estructuras y trabajo de las organizaciones tal como están tampoco es suficiente. Desde el feminismo dos autoras han elaborado sendos marcos metodológicos de análisis del contexto institucional: Caren Levi8 y Naila Kabeer9. INTERDEPENDENCIA ENTRE CAMBIO INSTITUCIONAL Y CAMBIO ORGANIZACIONAL Cuando se habla de cambio organizacional un malentendido frecuente reside en que se identifique dicho tipo de cambio con iniciativas de índole intraorganizacional. Sin embargo la promoción de la equidad de género requiere que se tenga claro que la transformación es imposible si no se vincula con lo ‘extraorganizacional’, esto es, con el cambio del contexto institucional. Tenemos que entender que un componente del cambio organizacional se refiere al cambio de la orientación de su trabajo ‘hacia fuera’, que debe necesariamente enfocar el cambio de ‘las reglas de juego’, específicamente de aquellas leyes, creencias o costumbres que supongan las desventajas de las mujeres. Dicho de otro modo, resulta insuficiente que las organizaciones impulsen cambios en su seno en pro de la eficiencia como si estuviesen en un vacio social. Si de verdad buscan promover la equidad de género deberán buscar la transformación de aquellas normas y prácticas sociales formales o informales que obstaculizan el disfrute de una igualdad plena por parte de las mujeres. La consecuencia práctica de ello es que cuando una organización busca su transformación para poder promover de forma más efectiva la equidad de género, más allá de ‘mirarse el ombligo organizacional’ deberá establecer alianzas y apoyar a las organizaciones que estén trabajando en la defensa de los derechos de las mujeres y tendrá que impulsar programas y proyectos centrados no sólo en la mejora de las condiciones materiales de vida de las mujeres, sino que desafíen las injusticias y las normas sociales sesgadas en cuanto al género. En contra de la creencia generalizada, el cambio organizacional pro equidad no se limita a que sea aprobada una política de conciliación o que accedan más mujeres a puestos de decisión, sino que exige el re-enfoque de las prioridades de la organización poniendo en su punto de mira el cambio institucional. La organización cambiará su capacidad para promover la equidad de género únicamente en la medida que haya conseguido establecer como rutina y como prioridad legítima la confrontación de las desigualdades de género en los niveles familiar, estatal, mercado y comunitario. 8 Levi, Caren (1996) The Process of Institutionalising Gender in Policy and Planning: The ‘Web’ of Institutionalisation. Working Paper number 76. Development Planning Unit. University of London. 9 Kabeer, Naila (1994) Reversed Realities: Gender Hierarchies in Development. Verso Ed. 8 Esta interdependencia entre cambio institucional y organizacional la exponen Rao & Kelleher (2005)10 como conexión esencial entre lo que llaman ‘la oferta y la demanda’. La oferta son las condiciones idóneas que ofrecen las organizaciones que ha experimentado un proceso de cambio organizacional pro equidad y la demanda son las reivindicaciones de la agenda feminista global. El reto es cómo cambiar las organizaciones para que estén en línea con las reivindicaciones de las organizaciones en la vanguardia de la defensa de los derechos humanos de las mujeres. No se trata de un cambio meramente técnico, sino también de índole política que suponga la vinculación del cambio organizacional con una agenda progresista de defensa de los intereses estratégicos de las mujeres. Conseguirlo pasa necesariamente por el cuestionamiento de la cultura de las organizaciones, en tanto que depositarias de creencias que fundamentan las desigualdades entre mujeres y hombres. GÉNERO EN LAS ORGANIZACIONES En sus orígenes, la pretensión de comprender el funcionamiento organizacional tenía una vinculación clara con la preocupación acerca de un uso eficiente de los recursos que gestionan las organizaciones y era ajena a reivindicaciones en pro de la equidad. Sin embargo, incluso un punto de vista inicialmente insensible a, llamémoslas así ‘preocupaciones feministas’, permitió constatar que las organizaciones de desarrollo producen resultados sesgados en cuanto al género, frecuentemente desventajosos para las mujeres, siempre y cuando no hagan algo para evitarlo . Mirar a las organizaciones ‘por dentro’ y su funcionamiento supuso una vía directa para acumular evidencias de la presencia desigual de mujeres y hombres en la jerarquía, de de la segmentación por sexo del mercado laboral (incluidala separación entre trabajo remunerado y no remunerado), los salarios desiguales, pero no para explicar las implicaciones en términos de género de las nociones de eficiencia, racionalidad como principio rector organizacional, de la anteposición del trabajo remunerado frente a otras responsabilidades de vida, etc. Esta incapacidad se debe a que la teoría organizacional es mayoritariamente, como casi todas las disciplinas por otra parte, ‘ciega’ al género y por tanto a que ha carecido de los enfoques idóneos para interpretar cómo ‘se hace o des-hace el género’ en las organizaciones. La piedra angular de dicha ceguera es la premisa de que las organizaciones son racionales y neutrales. Fue Joan Acker11 quien señaló (1990) que el supuesto de la neutralidad organizacional pasaba por alto el ‘pequeño detalle’ de que lo considerado neutral resultaba coincidente con ‘lo masculino’. El problema que ello conlleva, según esta autora, es que ‘lo masculino, asociado de forma más inmediata, aunque no exclusiva, a las experiencias de algunos hombres, suponga, por un lado, ventajas organizacionales para esos hombres y, por otro, que la identificación de lo neutral/masculino con ‘lo deseable’ y con ‘lo normal’ permita mantener invisibles las desigualdades de género para la teoría organizacional. 10 Is there life after mainstreaming? Gender and Development Vol.13, nº2, 2005. 11 Profesora Emérita del Departamento Sociología Universidad de Oregón y Fundadora del Centro de Estudio de las Mujeres en la Sociedad en dicha universidad. Joan Acker (1990) ’Hierarchies, Jobs and Bodies. A Theory of Gendered Organisations’. Gender and Society. Vol 4. June 1990. 9 La teoría organizacional al defender la neutralidad organizacional explica las diferentes posiciones de mujeres y hombres en las organizaciones como producto de sus actitudes y preferencias personales, por tanto, su responsabilidad. Sería pues las actuaciones y decisiones de personas determinadas a las que cabría atribuir posibles desigualdades en las organizaciones imparciales. Frente a esta visión Joan Acker propuso otra de las organizaciones ‘generizadas y generizantes’ (gendered and engendering), como espacios en los que se producen y reproducen relaciones de poder desigual basadas en el género, la edad, clase, etc. Si lo que queremos es cambiar las organizaciones nos interesa menos fijarnos en lo que diferencia los comportamientos de mujeres y hombres y más en cómo dichos comportamientos, prácticas y relaciones están confiriendo un significado y un valor particular a lo masculino y a lo femenino en cada contexto. Se trata es de ver cómo construimos día a día el género en situaciones específicas, analizar cómo ‘hacemos el género’ (‘doing gender). ‘Hacer’ o ‘actuar’ el género significa producir la polaridad binaria de lo masculino y lo femenino a través de nuestras prácticas, las cuales están siendo simultáneamente construidas e influenciadas por las nociones hegemónicas de género en un dicho contexto. Por tanto, el género no es algo que se añade a los procesos organizacionales de forma inocua, sino que es un componente constitutivo central de dichos procesos, hasta el punto de que ninguna organización puede ser comprendida correctamente si se pasa por alto el análisis de género de lo que en ella ocurre. Para Joan Acker afirmar que cualquier organización está generizada significa dar por sentado que las ventajas y las desventajas, el acceso y el control, las acciones y las emociones, los significados y las identidades, siguen una pauta de diferenciación en base a lo masculino y a lo femenino. Según esta autora la generización de las organizaciones se produce a través de la interacción de al menos cinco procesos, los cuales aunque analíticamente distintos, son en la práctica partes constitutivas de una misma realidad: a. La construcción de divisiones en base al género se refiere a la división del trabajo, a los comportamientos que se consideran apropiados o no para mujeres u hombres, a la distribución de los espacios y del poder, así como a los medios institucionalizados para el mantenimiento de la visión de los mercados, familia y estado como ámbitos separados entre sí. b. La producción de símbolos e imágenes en base a las cuales se explican, expresan y refuerzan o confrontan dichas divisiones. Estos símbolos toman formas diversas a través del lenguaje, la ideología, cultura popular y académica, las formas de vestir, la prensa, la televisión, etc. c. Las interacciones entre mujeres y hombres, entre mujeres y mujeres y entre hombres y hombres. Interacciones que se enmarcan en base a las pautas de dominación y sumisión aceptadas en cada contexto concreto. Por ejemplo, a través del análisis de las conversaciones se muestra cómo toman forma las diferencias de género en el curso del habla cotidiana a través de las interrupciones, en la (auto)concesión de los turnos de palabra, en cómo se produce la elección del tema de conversación, etc. (West y Zimmerman 1983). d. Los componentes de género de la identidad individual que hacen que elecciones atribuibles a la personalidad individual como sería el caso de la elección de empleo, utilización del lenguaje, formas de vestir etc. funcionen como tarjeta de presentación de 10 de cada quien en tanto que persona generizada en el entorno organizacional (Reskin y Roos 1987). e. Lógica organizacional. El género es un componente básico de los supuestos y prácticas subyacentes que sostienen a la mayoría de las organizaciones laborales.Tanto las teorías académicas como a las guías prácticas de dirección empresarial producen una subestructura sesgada de género que sirve a su vez de referencia a las prácticas laborales diarias, así como a subsiguientes producciones teóricas sobre las organizaciones PRÁCTICAS GENERIZANTES La concepción del género como una serie de prácticas, en vez de cómo un atributo de las personas, pone en el punto de mira las prácticas y procesos a través de los cuales se está reproduciendo o transgrediendo la lógica binaria de lo masculino y lo femenino. Para comprender lo que es el género desde este enfoque resulta útil recurrir a la distinción aristotélica entre potencia y acto. En todo ser hay ‘lo que ya es’, así como el ‘poder llegar a ser’, el acto y la potencia. La semilla germina y se convierte en árbol. El árbol contiene en sí más semillas. Estamos interpretando el género como una dinámica dual. Es a la par una serie de acciones potenciales y un sistema en acción. Toda persona es diana de una socialización de género desde el momento en que al nacer se interpreta su dotación sexual. Cada persona, en tanto que mujer u hombre, cuenta con un repertorio de prácticas plausibles, desde el punto de vista de género, para cada situación. Cuando hacemos algo estamos reafirmando o socavando las expectativas y límites de género socialmente previstos en una situación dada. Nuestras prácticas tienen efectos generizantes ya que a través de ellas estamos confiriendo significado y valor a lo masculino y a lo femenino. Cuando un hombre abre la puerta o cede el paso a una mujer está haciendo uso de un recurso puesto a su disposición por el sistema de relaciones de género vigente en un contexto particular. Su acto, en principio tan simple y socialmente aceptado o, incluso exigido por las normas de educación, puede ser interpretado como símbolo del poder institucionalizado de lo masculino sobre lo femenino. Lo que está ocurriendo es que el hombre que cede el paso conoce tal recurso, siente la expectativa socialque como hombre debe cumplir y lo utiliza. Al hacerlo así está activando unas relaciones de poder (de género) fuertes e inmediatas, aunque no haya sido esa su intención en absoluto. El contexto en el que se desarrolle tal actuación es el que determinará su significado y en consecuencia las reacciones potenciales de las personas implicadas en la misma. De este modo pudiera darse el caso que lo que pudiera ser interpretado como un indicador de la supremacía de lo masculino en el ámbito laboral, pudiera no serlo así en una reunión con amistades. Cada persona tenemos a nuestra disposición toda una serie de prácticas para ‘hacer el género’, para posicionarnos y presentarnos en relación al género. Se trata de un espectro de acciones, comportamientos, mensajes hablados o corporales que son propios de cada cultura y que están fuertemente asociadas vía estereotipos o a través de normas formales o informales con uno u otro género. De esta forma ocurre que algunas prácticas son aceptables únicamente para mujeres, otras sólo para hombres y otras para unas y otros. Refiriéndose a estas prácticas 11 Patricia Yancey Martin12 (2006) hizo la distinción entre las prácticas generizantes conscientes y las inconscientes. Según esta autora llevar a cabo prácticas generizantes conscientes significa imprimir intencionalidad a los actos a través de la reflexión, consiguiente valoración y utilización a nuestro favor de los mandatos, expectativas y estereotipos de género vigentes en una relación o situación. Se dan cuando se pretende producir un determinado efecto, para lo que se consideran todas las opciones posibles y se escogen aquellas más acordes con la consecución de los fines. Frente a éstas, las prácticas generizantes inconscientes son aquellas a través de las cuales simplemente reproducimos el estatus quo, sin hacer una consideración de nuestras opciones de posicionamiento y manipulación del género. Una de las prácticas conscientes de género que nos resultan más reconocibles es la selección de la forma de vestir para causar una determinada impresión. Todo el mundo tenemos nuestros ‘trucos personales’ para que nuestra vestimenta se adapte a una situación y entre los parámetros que tenemos en cuenta está el de resaltar o hacer pasar desapercibida nuestra feminidad o masculinidad. En entrevistas mantenidas con mujeres en procesos de diagnóstico de organizacionales han confirmado se confirmaba mayoritariamente que en una reunión importante en la que quisieran resaltar su profesionalidad, optan por el traje chaqueta y por ropa más formal, mientras que para otra en la que consideraban más beneficioso para ellas ‘estar guapas’ lo más común es que se pongan ropa más colorida y con algún complemento que resalte su feminidad. Esta distinción entre prácticas conscientes e inconscientes tampoco puede llevarnos a afirmar que cambiando los comportamientos en relación al género de las personas integrantes de una organización desaparecerían ipso facto las desigualdades de género en ella. Aún en el caso que todo el mundo dejásemos de actuar conforme expectativas sociales de género no conseguiríamos de un modo automático eliminar el sistema sexo-genero vigente en un contexto organizacional, dado que las relaciones de poder en base al género no sólo se expresan en los comportamientos sino que están firmemente ancladas en las creencias, estructuras, procedimientos de trabajo, sistemas de valoración y de control tanto del ámbito de las organizaciones laborales como del resto de espacios y relaciones de nuestra vida. CULTURA ORGANIZACIONAL La consecución de organizaciones capaces de promover la equidad de género en su seno y en su quehacer requiere el cuestionamiento de su cultura organizacional. La cultura organizacional está constituida por las creencias y valores compartidos en una organización y delimita el espectro de oportunidades y estrategias de cambio que pueden ser tenidas en consideración en ella. Se trata de un tema espinoso porque es difícil ‘sacarla a la luz’ y porque en gran medida es informal y no está escrita. Supone la confluencia de la experiencia individual con la colectiva. La cultura precede a las personas, por tanto tiene un componente de herencia. Por un lado mantiene algunos de los valores de quienes la fundaron, sin embargo está en proceso continuo de cambio a través de las aportaciones de quienes integran la organización. Es asimismo permeable a los cambios culturales en su entorno. Se constituye por tanto en el nexo entre el presente y el pasado, teniendo la pretensión de salto al futuro. 12 Yancey Martin, Patricia (2006) ‘Practising Gender at Work: Further Thoughts on Reflexivity’ in Gender, Work and Organisation. Vol 14. Nº3. May 2006. 12 • Supone: ‘cómo se hacen las cosas aquí’, lo que se suele considerar como ’la personalidad de la organización’ • Conlleva expectativas que se deslizan de forma más o menos sutil hacia el control, hacia la delimitación y constricción de ‘opciones legítimas’ • Genera identidad colectiva, produciendo la distinción entre ‘lo que somos’ y ‘la otredad’ • Se constituye en el depósito de creencias acerca del margen de lo permisible a ‘lo femenino’ y a ‘lo masculino’ en una organización GÉNERO Y CULTURA ORGANIZACIONAL Las organizaciones consisten en una multitud de procesos ‘informales’ a través de los cuales se construyen y reproducen las relaciones de género. Aparte de cómo se construyen las dinámicas de género en la organización a través de procedimientos, regulaciones, planificaciones, sistemas de trabajo, jerarquía, sistemas de valoración puestos, sistemas evaluación, etc. es importante fijarse asimismo en cómo las desigualdades de género se articulan a través de aspectos más intangibles de la vida organizacional tales como actitudes, creencias, valores, símbolos, lenguaje y comportamientos. Si bien es cierto que, la posición en la estructura organizacional condiciona las actitudes, valores y comportamientos de quien la ocupa, no lo es menos que las creencias y valores compartidos, la cultura, enmarca y delimita las opciones de las personas de una organización. En términos de género esto quiere decir que la cultura determina el peso de lo masculino y lo femenino en cada contexto organizacional y por tanto las oportunidades de las mujeres y hombres en él. La cultura delimita cómo se interpreta y cómo se valora el trabajo de mujeres y hombres dentro de una organización, las expectativas acerca de cómo deben comportarse en ella, propiciando las condiciones para que pueden hacer determinadas cosas o para que no puedan hacerlas. En la teoría organizacional la cultura ha sido contemplada desde dos puntos de vista principales: • Cultura como variable, como algo que la organización ‘tiene’. En este caso se concibe como una herramienta que la gerencia puede manejar y moldear intencionalmente a fin de mejorar la eficacia. El supuesto subyacente es que desde dentro de las organizaciones se pueden producir los valores, símbolos y rituales que se consideren idóneos para la consecución de la misión. Desde este punto de vista, la cultura sería la vía para conseguir unos objetivos comunes a través del establecimiento de consensos colectivos. Su funcionalidad residiría en su capacidad para aportar a la plantilla un sistema de significados compartidos y una identidad colectiva. Por ejemplo a través de rituales tales como las celebraciones colectivas (navidad, cumpleaños, bodas) cuya razón de ser remitiría a crear sentido de equipo en la plantilla y favorecer su compromiso con la organización. • Cultura como raíz,arraigada en la organización. Lo que la organización es en vez de algo que la organización tiene. La cultura se crea a través de las interacciones y prácticas de quienes integran la organización. Vendría a ser ‘todo aquello que se da por sentado’ y que sirve de referencia, con frecuencia implícita, a las prácticas de las personas de la organización. En este segundo caso se considera que la cultura son las creencias compartidas producidas a través de las interacciones cotidianas las cuales pasan a servir de referencia colectiva y a guiar subsiguientes actuaciones en el seno organizacional. La cultura desde este punto de vista es simultáneamente producto de las actuaciones de quienes integran la organización y marco regulador de las mismas. Esto no significa que la cultura implique consenso, dado que en una misma organización puedan distinguirse varias subculturas. 13 En el primer caso, puede concebirse a la cultura como elemento transmisor del poder patriarcal. Una herramienta gestionada desde las posiciones de poder ocupadas mayoritariamente por hombres. En esta versión la cultura serviría para movilizar la masculinidad como referente organizacional, transfiriendo los valores masculinos como referencia positiva para las prácticas y procedimientos organizacionales. Un ejemplo de ello sería la expectativa de que las personas empleadas adopten comportamientos asertivos, racionales y orientados a los resultados. La desigualdad estriba en que para las mujeres supondría un esfuerzo extra de adaptación a un entorno con valores ajenos a aquellos en los que habrían sido socializadas. La versión de la cultura como ‘ser de la organización’ conlleva una interpretación difusa del poder como algo más individualizado e inestable. La cultura no sería producto de actuaciones intencionales de un colectivo determinado, por ejemplo de los hombres gerentes, sino que su fragmentación abriría oportunidades a colectivos y personas diversas. No existiría una única voz, sino valores en competencia, vinculados a diferentes interpretaciones de la realidad. En este caso el cambio cultural se produciría a través de aportaciones diversas, que sin embargo, en su diversidad, sí compartirían unos referentes comunes. No se podría hablar de una cultura organizacional homogénea sino diferenciada según ejes tales como edad, clase, género, etnia, etc. Ello explicaría que en una organización colectivos diversos, con intereses diferenciados, puedan sin embargo compartir unos mismos supuestos patriarcales aún distanciándose claramente en otros. Ambas interpretaciones de la cultura organizacional en realidad no son excluyentes entre sí, por lo que se suelen distinguir aspectos de la cultura más fácilmente manipulables, que se correspondería con la primera interpretación y, aquellos que lo son menos, que lo harían con la segunda. Para mostrar esta confluencia sin perder los matices de distinción resulta útil la analogía de una cebolla ya que sus diferentes capas permiten ejemplificar los aspectos más visibles, conscientes y por tanto manipulables, ubicados en las capas externas, de los más invisibles sólo observables a través de sus efectos, en importante medida inconscientes, que ocuparían la capa central, más profunda de la cebolla. Ocurre que para promover cambios organizacionales pro equidad de género nos interesa de forma especial la capa más profunda de la cebolla. Aquella menos consciente que contiene algunos supuestos compartidos, que no se cuestionan, pero que sirven de referencia para prácticas que dan pie a las desigualdades de género, tal como se detalla en el apartado siguiente. TEMAS CLAVE DE GÉNERO EN LA CULTURA ORGANIZACIONAL Aruna Rao, David Kelleher y Rieky Stuart (Rao, Kellerher, Stuart, 1999) en su obra ‘Gender at work’ identifican distintos aspectos de la estructura profunda de las organizaciones que actúan, dependiendo de su idiosincrasia, bien como importantes obstáculos, bien como elementos facilitadores de los esfuerzos pro equidad de género. En dicha capa profunda distinguen cuatro temas que afectarían de forma directa la construcción de las desigualdades de género en las organizaciones: la conexión entre la vida personal y laboral; los poderes y la participación en la organización; las relaciones para consecución objetivos (individualismo heroico) y la monocultura de la instrumentalidad. * Conexión vida laboral-personal Las organizaciones contemplan a su personal desde el prisma de cómo hacer que sean capaces de cumplimentar los objetivos fijados, por tanto en su faceta de personas empleadas. 14 Un supuesto implícito de cualquier organización, es que la esfera laboral está separada y es en importante medida autónoma y distinta del resto de la vida de las personas en términos espaciales13, temporales, respecto al tipo de relaciones que se establecen en una y otra, los valores que las rigen, los conocimientos necesarios para llevar a cabo las actividades propias en ellas, etc. La crítica feminista, señala que la interpretación de la separación de los diferentes ámbitos de vida propicia la invisibilidad y la falta de reconocimiento de la aportación del trabajo doméstico y de cuidado, al funcionamiento de las organizaciones y del mercado. De ahí que se haya propuesto un enfoque alternativo que centra la atención en la conexión en vez de separación entre los diferentes tipos de trabajos necesarios para la supervivencia de cualquier sociedad, así como en la continuidad entre las diversas facetas de vida de las personas empleadas en las organizaciones. Pasar por alto esta conexión y mantener la visión de la separación de esferas, propicia la devaluación de los intereses de las mujeres dentro de las organizaciones y tensiona su capacidad de asumir otras responsabilidades externas a ellas que les son socialmente asignadas de forma desproporcionada en comparación con los hombres14. Los efectos de tal conflicto lo vive un porcentaje cada vez más alto de la fuerza laboral ha llevado a la progresiva implantación en las organizaciones de los conocidos como planes de conciliación cuyos impactos resultan ambivalentes dependiendo de cuál sea su enfoque. Con frecuencia proporcionan una solución inmediata a las necesidades prácticas de conciliación (aún mayoritariamente) de mujeres, pero sin pretensión de eliminar las causas del problema y siendo muy tímidos a la hora proponer cambios estructurales. El reconocimiento de la conexión entre las responsabilidades laborales y personales, aparte de las medidas conciliación, debiera implicar para las organizaciones otra forma de planificar el trabajo y de rediseño del puesto, así como de generar las condiciones para que se produjera, de una forma no abrupta, la continuidad de las diferentes facetas de vida de las mujeres y de los hombres. La cuestión es si las medidas propuestas de las organizaciones tienen como meta únicamente hacer posible la integración de las diferentes facetas de vida. En ese caso las actuaciones más comunes remiten a las medidas de conciliación, así como al rediseño de los puestos y sistemas de planificación del trabajo. Ocurre, sin embargo, que si la única meta es la integración, no siempre se hace evidente para las organizaciones el cómo se benefician de ello. Resulta por tanto importante poner en marcha sistemas de seguimiento que muestren las mejoras de productividad, asociadas a la reducción del conflicto laboral-familiar. La dualidad de los objetivos de la conciencia organizacional de las diferentes facetas de vida resulta importante, pero pudieradarse el caso de que supusiese mejoras para las personas implicadas e incluso para las organizaciones, pero no desembocase en avances en términos de equidad de género. Intervenciones que no pierdan el objetivo de la equidad por el camino necesariamente deberán acometer la revisión crítica de la cultura organizacional y reflexionar acerca de su modelo de trabajo y de ‘trabajador ideal’ para reflexionar acerca de su sentido en contextos organizacionales, sociales y tecnológicos que pudieran haberlo hecho caduco, cuestión que enlaza directamente con el apartado siguiente. 13 Quizá sea esta la distinción que se está viendo difuminada en mayor medida en virtud del establecimiento de fórmulas de teletrabajo de índole diversa, con impactos también muy variados sobre las relaciones de género, según circunstancias particulares. 14 Si bien aquellos hombres que han decido las responsabilidades domésticas y de cuidado de forma equivalente con sus compañeras están sometidos también a dicha tensión. 15 * ‘Practicas relacionales vs individualismo heroico’ En la mayor parte de las organizaciones laborales se mantiene una noción de ‘trabajador ideal’ como quien, independientemente de si es mujer u hombre está en disposición de anteponer sus responsabilidades laborales a otras facetas de sus vidas siempre que la organización así lo requiera. Las organizaciones valoran de forma especial la ‘entrega incondicional’ por parte del personal, que al hacerlo así adquieren el estatus de ‘héroes organizacionales’. Entrega que tiene como fruto premios en forma de incentivos, promoción o de tipo más informal: trato más cercano con las personas con más poder, prestigio individual, etc. Ocurre sin embargo que, por un lado, se trata de un reconocimiento eminentemente individual, que con frecuencia deja en un segundo plano los procesos, las relaciones y los aportes diversos que han sido necesarios para la consecución de los resultados, además de la dedicación extraordinaria y visible de alguna o algunas personas concretas. Se trata de modelos de trabajo que sobreviven, a pesar de la cada vez más omnipresente retórica relativa al trabajo en equipo, modelos los que se mantiene y promueve la obtención de resultados (supuestamente) individuales, en vez de en los procesos y ‘prácticas relacionales’ que se establecen para conseguirlos. Las ‘prácticas relacionales’ se fundamentan en una serie de creencias implícitas, contradictorias con el modelo individualista, relativas a que el logro y la efectividad son más fáciles de ser conseguidos a través de la colaboración y la interdependencia. Están implicadas en multitud de situaciones de trabajo y se caracterizan por su fuerte componente social y de relación (como su nombre indica). Remiten a una forma de hacer el trabajo y de conseguir los objetivos propuestos utilizando para ello habilidades, recursos y competencias tales como la reciprocidad, empatía, saber tener en cuenta el contexto emocional, que son fundamentales para garantizar un buen funcionamiento laboral, pero que muchas veces se dan por supuestas, pasan desapercibidas e incluso pueden ser interpretadas como rasgos de la personalidad (especialmente de mujeres), sin que requieran esfuerzos específicos. Sin embargo ocurre que sólo personas liberadas de responsabilidades domésticas y de cuidado, tendrán la posibilidad de convertirse en ‘héroes auténticos’. Esta circunstancia pone en clara situación de desventaja a muchas mujeres –y a algún hombre- o les obliga a un esfuerzos extra de índole logística y/o económica que no todas ellas pueden asumir. Como consecuencia de ello el acceso al estatus de ‘héroe organizacional’ queda restringido a personas en ciertos grupos etarios, preferentemente jóvenes de ambos sexos aún sin responsabilidades familiares, hombres de cualquier grupo de edad y estatus social y mujeres en una situación económica que les permita contratar personal para la consecución de las tareas domésticas y/o cuidado requeridas en el hogar. Curiosamente resulta cada vez más frecuente, particularmente en el sector de las organizaciones no gubernamentales de cooperación al desarrollo españolas, que el recurso y consiguiente reconocimiento de las formas individualistas de trabajo se justifique más que por voluntad expresa en tal sentido, como producto de la inexistencia de unas condiciones organizacionales idóneas para que se materialice el trabajo en equipo. Cobra cada vez más vigencia la retórica del trabajo en equipo, la cual rara vez se ve sustentada en prácticas sostenidas, aunque sí quizás puntualmente. * Noción de poder(es) y participación 16 Para comprender los sesgos desiguales de género en una organización resulta básico considerar las diferentes dimensiones y formas de ejercer poder que se dan en ella, porque de ello depende que temas asociados a los intereses estratégicos de las mujeres sean incluidos en la agenda de prioridades, así como que se consiga una mayor participación de mujeres en todos los niveles de decisión. Un mapa de los poderes visibles y ocultos de una organización, permite explicar porqué una vez expresado el compromiso organizacional con la equidad de género e incluso cuando ha sido trasladado a las planificaciones estratégicas, aún existe margen para que dichas prioridades institucionales queden diluidas. Requiere que empecemos a hablar de poderes en plural, en vez de poder en singular, dado que si utilizamos el singular la probabilidad de que en realidad nos estemos refiriendo únicamente al ‘poder sobre y excluyente’ es muy alta. Y ello tiene incidencia negativa en la producción de estrategias de cara a la equidad de género, las cuales necesariamente deberán desenmascarar los poderes ocultos e invisibles que propician la subordinación, así como aquellas dimensiones vitalistas de poder que propician el empoderamiento (y la participación). Además el poder (sobre) excluyente: devalúa de forma implícita la participación y produce el silenciamiento de las voces que podrían traer perspectivas alternativas a la organización, que de esta forma queda al margen de la adquisición de los conocimientos requeridos (que quizá estas personas excluidas podrían haber aportado) para conseguir resultados de equidad de género. Debe enfocarse si las formas de ejercer poder en las organizaciones sirven para excluir las perspectivas e intereses de las mujeres de la consideración organizacional. Para ello hay que valorar las diferentes dimensiones de poder que actúan para mantener relaciones inequitativas, con formas de participación superficial (espacios acotados de participación sin consecuencias/incidencia en la estructura de autoridad establecida, agenda de prioridades y valores rectores de la organización). Monocultura de la instrumentalidad DIMENSIONES DEL PODER EN LAS ORGANIZACIONES Poder visible: Se refiere a los procesos observables de toma de decisiones. Se identifica con jerarquía, normas formales y procedimientos de toma de decisiones. Poder oculto: Se refiere a la capacidad de ejercer control sobre lo que se considera importante, pero sin que resulte evidente y fuera de los cauces establecidos, por ejemplo controlando la transmisión de información a determinados ámbitos. Poder invisible: Capacidad de modelar los significados de forma que al ser internalizados por otras personas configuran su visión e interpretación de las dinámicas sociales, constituyéndose en una barrera psicológica e ideológica para su participación. Se trata de la influencia sobre cómo las personas conciben su lugar en el mundo/organización17 en base a la cual se encauzan los recursos a la obtención de resultados cuantificables y se valora como inviable la inversión del tiempo y recursos necesarios para plantearse/enfocar el trabajo de cara a los cambios institucionales. La instrumentalidad se refiere a hacer hincapié en el cumplimiento de los objetivos cuantitativos. Se materializa en una lógica organizacional en base a la cual las organizaciones priorizan las metas cuantitativas y a corto plazo, en desmedro de objetivos más profundos como la sostenibilidad, justicia o equidad de género. El problema reside en que anteponer la medición cuantitativa de objetivos implica no dar el valor suficiente a aspectos cualitativos del trabajo tales como la construcción de equipos, consensos y búsqueda de alianzas, que resultan claves para la promoción de la equidad. Interpretación cuantitativa de la eficiencia, aunque no se exprese como tal en los discursos supone una cortapisa clara para la erradicación de las desigualdades de género y para el cambio organizacional pro equidad de género. DIAGNÓSTICOS (PARTICIPATIVOS) DE GÉNERO Para impulsar procesos de cambio organizacional pro equidad de género se requiere en primer lugar conocer ‘el punto de partida’, esto es, contar con una visión panorámica de todas las dinámicas de género en una organización. La elaboración de un Diagnóstico de género se convierte pues en un paso fundamental. Que la metodología sea participativa resulta clave puesto que ello permite aflorar las vivencias diversas de desigualdad en la organización, alineando las experiencias personales con los cambios pro equidad que se propongan. Facilita la apropiación del proceso de cambio por parte de quienes integran la organización y ello resulta básico para su consolidación. Los objetivos de un diagnóstico de género son: - valorar cómo la organización promueve la equidad de género - comprender como se ‘hace el género’ en la organización - detectar cómo se producen desigualdades en ella y en su trabajo - señalar aquellos aspectos de su funcionamiento y de su cultura que resulta necesario cambiar Para estructurar el diagnóstico resulta útil la utilización del al marco de Tichy 15 , el cual contempla los diferentes componentes organizacionales –valores, estructuras, personas y programas- desde el punto de vista técnico, político y cultural - Punto de vista técnico: se centra en la disposición de los recursos para la consecución de los objetivos. - Punto de vista político: se fija en cómo se delimita el poder y cómo se establecen las prioridades. También abarca cómo se articulan los procesos de participación, de exclusión o de ejercicio de incidencia sobre toma de decisiones. - Punto de vista cultural: observa cómo se produce la intersección de lo personal con lo propiamente organizacional, habiéndose de revisar las repercusiones discriminatorias de las opiniones, significados, interpretaciones y argumentaciones compartidas en la organización. 15 Debe su nombre al profesor Noel Tichy, Profesor de cambio organizacional en la Business School de la Univesidad de Michigan. Fue utilizado por OXFAM NOVIB como marco de referencia metodológica de su Gender Focus Programme. 18 Ejemplo contenidos ordenados en las celdas del Marco de Tichy según Diagnóstico de género de una organización concreta El marco de Tichy ofrece un esquema en base al cual vertebrar la información que se va obteniendo acerca del modus operandi y constelaciones de creencias predominantes en la organización. Su mejor virtud es que es comprehensivo y sistemático y abarca todos los ámbitos del funcionamiento organizacional, sin olvidar aspectos relativos a las creencias compartidas, ni a las subjetividades que informan los comportamientos de quienes la integran. Al insertar las diferentes informaciones y reflexiones en el cuadro se obtiene una visión panorámica de la organización: de sus fortalezas y de sus debilidades relativas a la producción de desigualdades y a las iniciativas emprendidas para eliminarlas. El marco de Tichy permite contemplar el carácter sistémico del cambio organizacional y comprenderlo que su impulso exige iniciativas simultáneas en todos los niveles organizacionales. Resulta necesaria una visión global materializada en una estrategia de cambio organizacional pro equidad que se base en las actuaciones concertadas desde los diferentes componentes y niveles de la organización. A pesar de su utilidad resulta de gran importancia tener en cuenta que el marco de Tichy no fue creado como herramienta para esclarecer las dinámicas de género, ni para eliminar las desigualdades de género que se producen en las organizaciones. No fue diseñado desde el análisis de género, ni para propiciarlo. Esto no implica que sea incompatible con el mismo, sino más bien que habrá que garantizar el esfuerzo suplementario de aplicar el análisis de género a la revisión de todos los aspectos del funcionamiento organizacional, de la cultura y de los comportamientos e identidades de género de quienes forman parte de una organización. Personas P. V. Té cn ic o P. V. Po lít ic o P. V. Cu ltu ra l GESTIÓN PERSONAS AMRL Selección y acogida Gestión y sgto contribución Formación Salarios y valoración puestos MARGEN DE MANIOBRA Cuestiones básicas para Estrategia de género ACTITUDES Cansancio previo: ‘gender fatigue’ Confianza progresiva GIG Compromiso con diagnóstico Participación No hace falta formación Estructura TAREAS Y RESPONSABILIDADES Planificaciones Arquitectura de género TOMA DE DECISIONES Capacidad incidencia Composición por sexo Responsabilidades de mainstreaming de cada instancia de decisión COMUNICACIÓN Y APRENDIZAJE Flujos y estilos comuc Gestión información Gestión del conocimiento C4 C5 C6 C7 C8 C9 Misión POLÍTICAS Diagnósticos Estrategias Presupuesto TRAYECTORIA Evolución tema género Iniciativas departamentales Redes y alianzas CULTURA ORGANIZACIONAL Estructura profunda Conexión laboral/personal Poderes en la organización Individualismo heroico C1 C2 C3 19 Otro aspecto a no pasar por alto cuando un proceso diagnóstico se basa en el marco de Tichy es que dicho marco oferta un punto de vista estrictamente intraorganizacional. Tal como hemos analizado en el caso del cambio organizacional pro equidad resulta imprescindible la vinculación de los procesos propiamente organizacionales con su contexto social más amplio, esto es, la alineación necesaria del cambio organizacional pro equidad con el cambio institucional. Este aspecto ha sido ‘solventado’ de diferentes maneras por quienes vertebran el proceso de cambio en base al marco de Tichy. Oxfam-Novib lo ha hecho16 (2010) ampliando las nueve celdas originales del marco de Tichy a doce, lo que le permite incluir el trabajo programático. Por su parte, la propuesta metodológica de Cambio organizacional pro equidad de género (COpEQ), desarrollada por mí misma ha optado por incluir nuevos contenidos temáticos relativos al al cambio institucional en varias de sus celdas. PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA DEL CAMBIO ORGANIZACIONAL PRO EQUIDAD DE GÉNERO La planificación del cambio organizacional pro equidad se nutre del diagnóstico previamente realizado por tanto deberá abordar todas las facetas de la organización considerando, aparte de las problemáticas de índole interna detectadas, el potencial de todos los componentes organizacionales para incidir en el cambio institucional. Esta exigencia de vincular las dinámicas internas en la organización con ‘lasreglas del juego’ a nivel social requiere el despliegue de un tipo de planificación que no sea normativa sino participativa lo que requiere que, en vez de establecer los objetivos y actuaciones desde la visión aislada de los recursos y capacidades con las que cuenta la organización en sí misma debe necesariamente implicar en el proceso planificador las visiones, críticas y propuestas de otras organizaciones que trabajan en la defensa de los derechos humanos de las mujeres o que tienen un protagonismo importante en el contexto social en el que se ubica la planificación. En este sentido el avance exitoso del cambio organizacional pro equidad de una organización, tal como hemos comentado anteriormente, es directamente proporcional a su capacidad de comprender y alinear sus actuaciones con las demandas de aquellas organizaciones que tienen una más larga trayectoria en promover el empoderamiento de las mujeres, tanto a nivel local como con las redes feministas globales. PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA PARTICIPATIVA DE GÉNERO Resulta crucial que una vez que se cuenta con un diagnóstico sus hallazgos y recomendaciones queden aterrizadas en los diferentes niveles de planificación de una organización. De acuerdo con lo expuesto llevar a cabo una Planificación estratégica de género participativa en el marco de un proceso de cambio organizacional pro equidad exige la consideración de dos ámbitos estratégicos indisolublemente ligados: la propia organización y sus actuaciones sociales (quehacer externo). Por tanto requiere buscar las fórmulas para que tomen parte en ella los colectivos y organizaciones involucradas en los problemas o situación que se va a planificar. 16 Oxfam Novib (2011) Mainstreaming a Gender Justice Approach. A manual to support NGOs in self- assessing their gender mainstreaming competence. Royal Tropical Institute. 20 El primer paso es delinear el proceso planificador en sí mismo: quiénes van a hacer qué y cuándo y cómo se produce el ‘escalonamiento’ de la planificación, por ejemplo, cómo y cuando los inputs de información desde las delegaciones locales de una ONGD, producidos en conjunción con las organizaciones socias sobre el terreno, interpretan las principales problemáticas de género en su contexto y hacen el análisis de las amenazas, oportunidades, debilidades y fortalezas en juego. Este primer paso asegura que cada uno de los colectivos y organizaciones implicadas se comprometa con resultados (para promover la equidad de género y el empoderamiento de las mujeres) desde su ámbito de acción particular. Estos análisis, materializados en prioridades de acción, sumados a los llevados a cabo por los diferentes departamentos de la organización deben consolidarse en una planificación estratégica global de la organización en la que hayan quedado claramente delimitadas las aportaciones desde cada departamento y delegación en terreno al cambio organizacional pro equidad y a la promoción empoderamiento de las mujeres. Planificación que en ningún caso puede quedar al margen de la Estrategia general de la organización, sino que por el contrario debe quedar claramente anclada a la misma en forma de objetivos generales y específicos en ella, así como en las planificaciones anuales operativas de cada departamento y de cada delegación. En el hipotético caso de que se hubiesen incorporado exitosamente las prioridades relativas a la equidad de género y al empoderamiento de las mujeres en los diferentes momentos del proceso planificador de una organización aún quedarían dos aspectos importantes a tener en cuenta si se quiere asegurar su efectivadad. Por un lado se ha constatado que los objetivos pro equidad en las planificaciones pierden en importante medida su sentido en el caso de que no se establezca un adecuado sistema de seguimiento y evaluación. Con frecuencia ocurre que se establecen los indicadores necesarios, pero que el seguimiento se lleva a cabo de forma puntual y separada del sistema seguimiento de la contribución con el que cuenta la organización (en caso de que cuente con uno). A este respecto se observa que las deficiencias que tienen gran mayoría de las organizaciones suelen ser muy importantes. En el mejor de los casos, algunas organizaciones cuentan con sistemas de evaluación del desempeño que en la mayoría de las ocasiones no están alineados directamente con la consecución de los objetivos estratégicos de la entidad, entre los cuales, estarían incluidos los relativos a la promoción de la equidad de género17. De esta manera ocurre que los esfuerzos pro equidad pueden quedar al margen de su seguimiento sistemático, lo que significa, por un lado, que no existen consecuencias por su incumplimiento y, por otro, que queda sin producir información acerca de su consecución real, la cual por tanto resulta ausente en los procesos de toma de decisiones. Un segundo aspecto espinoso en relación a la planificación del cambio organizacional pro equidad reside en el hecho común de que la planificación financiera se produzca de forma separada de la estratégica y de la operativa. Esto supone la disociación de lo que se hace de lo que cuesta y puede derivar en el hecho de que algunos de los objetivos estratégicos priorizados, por ejemplo los relativos a la equidad de género, se fundamenten en partidas presupuestarias exiguas e insuficientes para la promoción integral del cambio organizacional pro equidad. De ahí que un paso esencial para que la priorización de la equidad en la organización trascienda la voluntad discursiva es que se lleve a cabo una planificación estratégica y financiera integrada, que establezca el presupuesto según las prioridades y que se asegure la financiación para el 17 Dándose por supuesto que todos los objetivos, no sólo los específicos de equidad de género, han sido identificados desde la conciencia de su impacto positivo en relación a la equidad de género y el empoderamiento de las mujeres. 21 proceso de cambio organizacional pro equidad y para promover el empoderamiento de las mujeres. CONCLUSIONES En la presente ponencia he abordado las implicaciones de la evolución de los enfoques sucesivos conducentes a tener en consideración las necesidades e intereses de las mujeres, así como las estrategias para ponerlos en práctica. En ese sentido se ha considerado que la estrategia del mainstreaming de la igualdad de género ha desembocado en esfuerzos de tipo integracionista, obviando en importante medida la exigencia de cambios profundos en las estructuras, funcionamiento y cultura de las organizaciones si lo que se quiere es que éstas sean capaces de promover la equidad de género y el empoderamiento de las mujeres. Ante el frecuente error de considerar que el cambio organizacional consiste en cambios en el ámbito intraorganizacional, se ha abordado la distinción e interdependencia del cambio institucional y del propiamente organizacional. Ello ha servido de base para argumentar que el cambio organizacional pro equidad únicamente tiene sentido y es posible si se alinean las actuaciones de las organizaciones en la erradicación de las desigualdades de género y promoción del empoderamiento de las mujeres en sus contextos sociales respectivos. En aras de una mejor comprensión del alcance del cambio organizacional pro equidad se ha propuesto una comprensión dinámica del género, interpretado prácticas generizantes, que tienen lugar en organizaciones generizadas no neutrales en las que sus procesos, ventajas y desventajas, acciones y emociones, etc, siguen una pauta de diferenciaciónen base a los masculino y lo femenino.Asimismo se ha explicado como estas prácticas tienen como referencia las creencias compartidas en cada organización, la cultura organizacional, de la cual se han distinguido aquellos aspectos menos conscientes que enmarcan la producción de desigualdades de género en las organizaciones y en su quehacer. Por último se ha expuesto cómo los procesos de cambio organizacional arrancan con la producción de diagnósticos organizacionales participativos que exponen las interrelaciones entre los diferentes componentes de las organizaciones en la producción de desigualdades de género (marco de Tichy) y que deben anclarse en los diferentes niveles de planificación de las organizaciones. A este respecto se ha llamado la atención sobre los peligros que conllevan dos factores: que el seguimiento de los procesos de cambio no se integre en los sistemas de seguimiento de la contribución de todo el quehacer organizacional respecto a todos sus objetivos estratégicos y que la disyunción entre la planificación financiera y la del cambio organizacional pro equidad de género pueda desembocar en que pase desapercibido que pese a la retórica de compromiso con la equidad de género se ha destinado únicamente un presupuesto mínimo de cara a su consecución, particularmente si se compara con las dotaciones asignadas a otros objetivos estratégicos. Bibliografía citada Acker, Joan (1990) ’Hierarchies, Jobs and Bodies. A Theory of Gendered Organisations’. Gender and Society. Vol 4. June 1990 Kabeer, Naila & Subranahmian, Ramya (1996) ‘Institutions, Relations and Outcomes: a framework and case studies for gender aware planning. IDS Discussion Paper Sept. 1996. 22 Kabeer, Naila (1994) Reversed Realities: Gender Hierarchies in Development. Verso Ed. Levi, Caren (1996) The Process of Institutionalising Gender in Policy and Planning: The ‘Web’ of Institutionalisation. Working Paper number 76. Development Planning Unit. University of London. Navarro Oliván, Natalia (2007) Desigualdades de género en las organizaciones. PNUD/América Latina Genera North,Douglass (1990) Institutions, Institutional Change and Economic Performance. Cambridge University Press Oxfam Novib (2011) Mainstreaming a Gender Justice Approach. A manual to support NGOs in self-assessing their gender mainstreaming competence Rao, Aruna & Kelleher, David (2005) Is there life after mainstreaming? Gender and Development Vol.13, nº2,2005. Yancey Martin, Patricia (2006) ‘Practising Gender at Work: Further Thoughts on Reflexivity’ in Gender, Work and Organisation. Vol 14. Nº3. May 2006.