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Sacerdotes para el tercer mundo Revista Todo es Historia

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SACERDOTES 
PARA EL 
TERCER MUNDO 
Una frustrada experiencia 
de evangelización
n octubre de 1962 Juan XXIII inaugu­
ró las sesiones del Concilio Ecuméni­
co Vaticano II. Fue éste un hecho de 
singular trascendenciaque influiría de­
cisivamente sobre la Iglesia en general 
y la latinoamericana en particular. La 
elección de Juan XXIII, el Bueno, en 
1959-1960 había sorprendido al mun­
do cristiano que esperaba encontrar un 
papa similar a los otros, conservador y 
dócil.
Los concilios anteriores —por lo 
general— ya estaban resueltos en Ro­
ma e imposibilitaban una real discu­
sión de los temas a tratar. Pero Juan 
XXIII quiso que entrara aire en la Igle­
sia corriendo el riesgo de que muchos 
se resfriaran, como solía decir. El pa­
dre Luis Farinello recuerda el Concilio 
con nostalgia, mientras lo evoca: «Y en 
el primer tema se levanta un obispo 
belga y dice “mi que non place” (a mí 
no me gusta) y todos empezaron a 
aplaudir. Fue una revolución eso. Y en­
tonces el Papa dijo “bueno, si non pla­
ce hay que empezar de nuevo; y los 
grandes temas, ¿cuáles son? Sociedad, 
sacramentos, injusticias, los temas gran­
des del mundo. ¿A qué cardenal, a qué 
obispo le gustan? Anótense, empece­
mos de abajo, a reflexionar” y salieron 
documentos del Vaticano II formida­
bles que todavía la gente no los ha di­
gerido, tenemos unos documentos pa­
ra cien años de Iglesia y la gente está 
antes del Concilio.
Relegando la vieja práctica jerár­
quica, permite e incentiva la participa­
ción en el proceso de discusión de to­
dos los miembros de la Iglesia, inclui­
dos los laicos. Se reelabora la teología, 
la práctica cotidiana, la liturgia, y por 
sobre todas las cosas la relación entre
los sacerdotes y el mundo de los fieles.
En la opinión del obispo Jerónimo 
Podestá los puntos nodales del Conci­
lio son tres: «Enseñó que la norma pró­
xima e inmediata de la moralidad es la 
propia conciencia. Yo obro bien si sigo 
mi propia conciencia. Antes decía: no, 
usted obra bien si obedece a la Iglesia 
(...). La Iglesia está en el mundo, es el 
mundo, sigue los procesos humanos. 
La Iglesia no está para modificar, dic­
tarle normas al mundo sino para apren­
der del mundo (...) no se trata de ganar 
el cielo, sino de construir el mundo 
(...). El tercer punto es más interno de 
la Iglesia (...). El Concilio nos acos­
tumbra acriticar documentos de la Igle­
sia, a reconocer que la Iglesia se equi­
vocó...»2.
Este proceso permitió que la discu­
sión acerca del Concilio fuera perma­
nente, y la búsqueda de una apertura 
afectara a muchos sacerdotes argenti­
nos en lo personal y teológico.
También en la relación hacia la mu­
jer comenzaría una relectura de su rol e 
inserción social. La carta Encíclica de 
Juan XXIII, conocida como Pacem in 
terris, reconoce el ingreso de la mujer a 
la vida pública y que no puede ser con­
siderada y tratada como un instrumen­
to del hombre. «Exige ser considerada 
como persona, en paridad de derechos y 
obligaciones con el hombre, tanto en el 
ámbito de la vida doméstica como en el 
de la vida pública»3-
Las organizaciones cristianas se ven 
sacudidas por el proceso intemo de la 
Iglesia y su adaptación a la realidad po­
lítica del país. El presidente Frondizi es 
destituido en marzo de 1962 y, con la 
asunción de Guido, se proscribe al pe­
ronismo. Se realizan el segundo y tercer
encuentros de Militantes Cristianos, 
donde se discute el justicialismo y el 
socialcristianismo. En septiembre de 
1962 y abril de 1963 estallan enfrenta­
mientos entre sectores de las Fuerzas 
Armadas y, en octubre, asume la presi­
dencia Arturo Illia.
Una tiranía evidente
El Concilio Vaticano n produjo, de 
hecho, un cisma no declarado en la 
Iglesia. Por ello es que a los adherentes 
a las reformas y principios del Concilio 
se los defina como «posconciliares» y a 
sus opositores —no siempre explíci­
tos— «preconciliares».
El general Juan Carlos Onganía era 
un típico representante de estos últi­
mos, recibiendo el apoyo de la jerarquía 
eclesiástica que lo consideraba un ge­
nuino aliado de sus propios intereses. 
«Estamos —escribía en la época el pe­
riodista Rogelio García Lupo— en pre­
sencia de unaorganización secreta, aun­
que no tanto como para cerrarle el ca­
mino a nuevos prosélitos; católica, pe­
ro sobre todo dispuesta a servirse de la 
religión como instrumento de domina­
ción política, y militar, aunque con ra­
mificaciones entre los civiles, especial­
mente los relacionados con el poder 
económico y cultural»4. Se refería a los 
«Cursillos de Cristiandad», grupos de 
cristianos que se reunían habitualmen­
te —civiles y militares—, y profesaban 
una ideología conservadora y antico­
munista.
Sin embargo, este apoyo no hizo 
más que acrecentar la división, ya que 
destacados obispos y cientos de sacer­
dotes condenaron la Revolución Ar­
gentina, considerándola lisa y llana-
10 Todo es Historia
Sacerdotes en el entierro del padre Carlos Mugica, asesinado el 11 de mayo de 1974 al salir de la parroquia de San Francisco 
Solano. El crimen fue atribuido a la Triple A.
Todo es Historia 11
mente una dictadura militar antipopu­
lar.
En muchas provincias se consolida­
ron grupos de reflexión y trabajo que se 
tomaron muy en serio las discusiones 
del Concilio. En Mendoza veintisiete 
curas renunciaron a sus cargos diocesa­
nos en protesta por la falta de compro­
miso con el Concilio.
El 1Q de mayo de 1967 el director de 
la revista Cristianismo y Revolución es 
arrestado en la Catedral metropolitana. 
Su atrevimiento fue mayúsculo: inten­
tó cambiar el rumbo de la Misa del Día 
Un aspecto de la nave central de la Basílica de San Pedro durante la ceremonia de 
apertura del Concilio Vaticano II. Convocado por Juan XXIII, resultó una 
verdadera revolución pacífica en la historia de la Iglesia.
del Trabajador para rezar en común un 
texto contra la explotación y la injusti­
cia. Estas experiencias eran fruto de la 
división en la Iglesia y del espíritu de 
rebeldía que se extendía por doquier.
Las relaciones estrechas entre el 
gobierno y la jerarquía eran abiertas y 
públicas, lo que provocó críticas muy 
duras por parte de obispos reconocidos 
y respetados como Devoto, Podestá y 
el mismo Quarracino, que buscaban 
distanciarse del embanderamiento de 
la Iglesia con el gobierno de Onganía.
Ya en marzo de 1967 un nuevo he­
cho dentro de la Iglesia a escala mun­
dial había repercutido profundamente 
en los sacerdotes argentinos: la encícli­
ca Populorum pro gres sio del papa Pau­
lo VI. Profundizando algunos concep­
tos del Concilio destaca la urgencia de 
cambios. El punto 31 es muy claro al 
respecto, y sería fuente de futuras con­
troversias: «Sin embargo ya se sabe, la 
insurrección revolucionaria —salvo en 
caso de tiranía evidente y prolongada, 
que atentase gravemente a los derechos 
fundamentales de la persona y damnifi­
case peligrosamente el bien común del 
país— engendra nuevas injusticias, in­
troduce nuevos desequilibrios y provo­
ca nuevas ruinas. No se puede comba­
tir un mal real al precio de un mal ma­
yor»5-
El punto central y eje de la discu­
sión sería lógicamente la excepción «sal­
vo en caso de tiranía evidente y prolon­
gada». Y precisamente el país estaba 
gobernado por una dictadura militar, 
los partidos políticos proscriptos, la ac­
tividad política vedada, las universida­
des intervenidas y la represión afectaba 
a todos los sectores. Para muchos sacer­
dotes éste era un caso de tiranía evi­
dente.
La Populorum progressio rápida­
mente circuló entre los obispos y sacer­
dotes de todos los países, influyendo 
especialmente en el Tercer Mundo. El 
15 de agosto de 1967 se hizo conocer 
uno de los documentos más importan­
tes redactado por autoridades eclesiás­
ticas y conocido como Mensaje de 18 
obispos del Tercer Mundo. En él se en­
cuentran referencias al colonialismo, al 
imperialismo del dinero, y una clara de­
finición a favor de los pueblos pobres y 
los pobres de los pueblos.
Los curas en las fábricas 
y en las villas
Por influencia francesa yespañola, 
algunos curas sienten la necesidad de 
acercarse directamente al mundo obre­
ro decidiendo comenzar a trabajar en 
fábricas. Grupos de la Democracia Cris­
tiana retoman frases de Juan XXIII pa­
ra justificar posturas que condenan 
abiertamente al capitalismo y apoyan 
las luchas de los trabajadores. El entu­
siasmo entre los sacerdotes por el Con­
cilio encuentra fuertes resistencias, pro­
vocando conflictos abiertos donde, por 
un lado, se encuentran sacerdotes y lai­
cos y, por el otro, la jerarquía eclesiás­
tica.
12 Todo es Historia
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Pablo VI, sucesor de Juan XXIII, gobernó a la Iglesia durante el difícil periodo 
posconciliar. En su encíclica Populorum progressio destacó la urgencia de 
cambios, pero señaló que la acción revolucionaria puede engendrar nuevas 
injusticias.
El cardenal Antonio Caggiano saluda al presidente de facto general Juan Carlos 
Onganía. La jerarquía eclesiástica no cuestionó al poder militar en los años difíciles 
de la inestabilidad política.
A comienzos de la década del 60 el 
sacerdote Francisco Paco Huidobro de­
cidió incorporarse a la fábrica Indupar, 
en Avellaneda. El patrón pensó que un 
cura aplacaría los ánimos de los sindi­
calistas. Sin embargo fue justamente el 
padre Paco quien más impulsó a la or­
ganización de los trabajadores. En 1965 
su despido conmovió al mundo ecle- 
sial, y decenas de curas salieron en su 
defensa. Entre ellos muchos que luego 
participarían activamente del MSTM, 
Rodolfo Ricciardelli, Carlos Mugica, 
Domingo Bresci, Eliseo Morales, Ale­
jandro Mayol, Andrés Lanson, Alberto 
Carbone y otros.
En todas las provincias, sacerdotes 
y laicos comienzan a estrechar vínculos 
con la clase trabajadora y los sectores 
desposeídos que pueblan las «villas mi­
serias» en las ciudades y el campo. No 
es el fruto de una reflexión teórica 
—aunque también haya existido— si­
no consecuencia de la realidad del país. 
En 1968 hay dos millones de analfabe­
tos y una gran deserción escolar, el 
hambre existe especialmente en las pro­
vincias de Tucumán, Santiago del Este­
ro, Formosa, Corrientes y el Chaco. Las 
enfermedades endémicas afectan a los 
más pobres, cientos de miles habitan en 
villas miserias y la discriminación so­
cial es notoria. Existe una gran concen­
tración de tierras en pocas manos (en su 
mayoría sin explotar), lo que obliga a 
los trabajadores rurales a emigrar hacia 
las grandes ciudades en busca de fuen­
tes de trabajo, engrosando así los bolso­
nes de pobreza.
En las ciudades existe una división 
territorial que permite a cada una de las 
parroquias una atención especial sobre 
un número determinado de fieles. En la 
década del sesenta eran pocos los sacer­
dotes que se interesaban en el mundo 
villero, considerado despectivamente 
marginal y cuna de delincuentes. En 
1965 el padre Mugica decidió comen­
zar su labor pastoral en la más populo­
sa de la Capital Federal, la villa de Re­
tiro. Cuatro años después, un documen­
to eclesial legaliza este accionar inclu­
yendo también el trabajo parcial de los 
sacerdotes que se insertan física y mo­
ralmente en este ambiente, sufriendo 
las mismas condiciones de pobreza que 
sus fieles. Sus actividades se desarro­
llan en dos ámbitos. Por un lado, lo es­
trictamente religioso como la enseñan­
za del catecismo, la construcción de ca­
pillas o los bautismos. Por el otro, ligar 
la búsqueda de la auténtica fe con la or­
14 Todo es Historia
ganización de la gente para revertir su 
situación de extrema miseria. Las lu­
chas por el espacio físico contra la erra­
dicación de las villas, el agua potable o 
frente a la represión policial, adquieren 
un contenido netamente político donde 
el sacerdote forma parte integral de las 
mismas. Su figura cobra una fuerza 
inusitada, pues no predica el evangelio 
de la sumisión o la «salvación en el más 
allá» sino que vive intensamente la vi­
da terrenal. Estas actitudes contrastan 
con las prácticas rutinarias desarrolla­
das durante años por la Iglesia en su 
conjunto. Los sacerdotes cambian, su 
compromiso deja de ser incondicional 
hacia la estructura eclesial y pasa a ser­
lo con el pueblo.
Jerónimo Podestá, 
el obispo contestatario
Monseñor Jerónimo Podestá fue 
uno de los obispos argentinos que más 
fervientemente adhirió a la Populorum 
progressio. Siendo obispo de Avella­
neda había impactado a la comunidad 
por su simpleza y su actitud diferente 
hacia los fieles. Además, su brillante 
oratoria lo llevó a ser muy solicitado en 
todo el país para predicar, incluso den­
tro de las mismas Fuerzas Armadas. La 
Populorum progressio le permitó en­
fatizar los conceptos que venía predi­
cando durante años por obtener ahora 
la legitimidad directa del papa y su en­
cíclica.
Su interpretación fue muy radical 
y, en poco tiempo, se convirtió en un 
referente social que no se limitaba al 
mundo cristiano. Políticos y sindicalis­
tas encontraron en él un interlocutor 
para los cambios sociales. Si tomamos 
en cuenta que su actividad se desarro­
lló en plena dictadura militar, se puede 
comprender por qué el mismo Onganía 
lo consideró un enemigo al cual había 
que combatir. Llevar el mensaje de la 
Populorum progressio en 1967 en la 
Argentina era, sin lugar a dudas, revo­
lucionario.
El 1° de mayo, día de los trabajado­
res, denunció abierta y públicamente la 
alianza de la Iglesia con los ricos: «Y 
aquí quiero hacerles una’dolorosa con­
fidencia, para que todos sintámos lo 
mismo en el Corazón de Cristo: el 
mundo obrero no nos ve como los au­
ténticos testigos del Cristo Pobre del 
Evangelio (...). Para el común de los 
obreros, el sacerdote no es un auténti­
co testigo de Cristo, porque lo ven más
Era ministro de Educación el doctor Aleonada Aramburu, en la presidencia de tilia, 
cuando se tomó esta fotografía en la que figuran, entre otros, el nuncio, monseñor 
Mozzoni, el cardenal Caggiano y los rectores de la Universidad del Salvador y de la 
Universidad Católica. El último de la fila, a la derecha, es el general Onganía, 
entonces comandante del Ejército.
El obispo de Avellaneda, monseñor Jerónimo Podestá, censuró la actitud de 
Caggiano de actuaran estrecha colaboración con el gobierno de Onganía. Fue un 
difusor entusiasta de los conceptos de la Populorum progressio.
Todo es Historia 15
en contacto y más comprometido con el 
mundo de los ricos; porque su actual es­
tilo de vida y su mentalidad lo asimilan 
a la clase burguesa; porque su condi­
ción social lo ubica en el sector del pri­
vilegio»6.
El 1Q de noviembre la nunciatura le 
pidió la renuncia a monseñor Podestá. 
En el breve lapso de 35 días, Avellane­
da cambió de obispo. No era fácil des­
hacerse de un prelado por su alto rangoeclesial; hubo un hecho que lo precipi­
tó y sirvió como excusa para su destitu­
ción sobre el cual Jerónimo Podestá 
aún no estaba preparado como para lle­
var adelante una defensa de sus actitu­
des: a su lado se encontraba una mujer.
Podestá consideraba la compañía 
de Clelia, su secretaria, algo totalmen­
te normal y, probablemente, ella influ­
yó en sus concepciones diferentes a las 
tradicionales sobre el rol de la mujer en 
la sociedad. Sus homilías y discursos al 
respecto son elocuentes. «Recién ahora 
—decía en una conferencia al Movi­
miento Familiar Cristiano de La Pla­
ta— la moderna sociología ha comen­
zado a denunciar los funestos excesos 
del llamado “machismo”, o sea el tre­
mendo preconcepto del varón que se., 
cree más realizado y más persona, cuan­
to más asegura su predominio sobre la 
mujer (...). Los hombres han hecho una 
civilización de hombres (...). El con­
cepto dominante es el de mujer semi- 
Sacerdotes y obreros reunidos en la CGT de los Argentinos, con la presencia de 
Raimundo Ongaro, el líder de los gráficos cuyo mensaje político tenía connotaciones 
tercermundistas y cristianas.
compañera, semi-sierva, semi-ayudan- 
te»7.
Es importante señalar que la activi­
dad de Podestá en el MSTM fue restrin­
gida (y posteriora su destitución) por lo 
que no influyó en el movimiento en es­
te punto central. Es más, cuando abogó 
por la participación y los derechos de 
los curas casados encontró serias resis­
tencias.
Contrariamente a la educación clá­
sica en la Iglesia, Jerónimo Podestá 
afirmaba, en primer lugar, que Dios 
crea a la pareja poniendo en un mismo 
nivel al hombre y la mujer. La imagen 
divina no es el hombre solo, por ello es 
que pone el acento en la relación hom­
bre-mujer. Sirviéndose de su alto cargo 
eclesial, no necesitó enfrentar las con­
cepciones arraigadas durante siglos; 
sencillamente brindaba su interpreta­
ción retomando a su manera el Concilio 
Vaticano II y ^Populorum progressio, 
aunque estos no se hayan explayado so­
bre el tema de la mujer.
El «pecado original», para Podestá, 
no existe. Es más, hace una defensa del 
sexo. «Es indudable —afirmaba— que 
en el pensamiento y en la vivencia cris­
tiana, la experiencia del pecado ha de­
jado escorias de un concepto y de una 
actitud negativa frente a la mujer, al 
amor humano, al cuerpo, al instinto se­
xual y a la intimidad conyugal (...). 
Porque el pecado no hace que las cosas 
sean feas: ellas siguen siendo hermosas 
y bellas tal como salieron de las manos 
creadoras. Si el pecado es sucio, es por­
que la voluntad del hombre desconoce 
y tuerce el sentido maravilloso de lo 
que Dios hizo»8.
Estas palabras fueron dichas en una 
conferencia en el Movimiento Familiar 
Cristiano de San Juan, y buscaban re­
vertir la imagen de la mujer, la pareja, el 
amor y especialmente la relación con­
yugal. En un reportaje televisivo 
—posterior a su destitución— decía 
que «lo que esencialmente hacía bue­
nas o malas las relaciones prematrimo­
niales era la presencia o ausencia de 
amor, que antes que nada debía tenerse 
en cuenta si eran producto y expresión 
de un amor maduro (...). Como se ve, la 
respuesta fue sumamente sensata y sin 
embargo, como yo suponía, mi manera 
de contestar escandalizó a muchas per­
sonas mayores. Pero lo que no pude su­
poner es que esa misma respuesta deja­
ría insatisfechos a muchos jóvenes, que 
quisieron tener luego, en grupo priva­
do, una más amplia explicación»9.
La figura de Jerónimo Podestá fue 
descollante en el lugar que ocupaba en 
la Iglesia, y la brillante carrera que tenía 
ante sí en la estructura oficial. Sin em­
bargo, la jerarquía eclesiástica lo desti­
tuyó: para la Iglesia, la relación de un 
sacerdote —cualquier tipo de relación— 
con una mujer es símbolo de pecado y, 
aun siendo fraternal, es por lo menos, 
«altamente sospechosa».
Es de señalar que la mayoría de los 
sacerdotes desconoce los fundamentos 
teóricos-teológicos por los cuales se 
impuso el celibato, ni siquiera lo estu­
dian. El pueblo de Israel nunca le impu­
so esta ley a sus rabinos y, en sus oríge­
nes, el cristianismo tampoco. Hacia el 
siglo v algunos fieles comienzan a prac­
ticar el monaquisino, que consiste en 
huir del mundo, recluirse, vivir solos en 
penitencia y ascetismo; como conse­
cuencia de estas experiencias, surgen 
los monasterios. El II Concilio de Le- 
trán (Roma), en el 1100, intenta impo­
ner esta práctica que recién se convier­
te en ley universal para la Iglesia Roma­
na en el Concilio de Trento, en el siglo 
xvi, y está íntimamente ligado al patri­
monio económico de la Iglesia en el 
feudalismo, buscando de esta manera 
evitar la sucesión de bienes de los sa­
cerdotes. Sin herederos, todo quedaba 
en manos de la institución.
Muchos sacerdotes intentaron im­
pedir la renuncia y reemplazo de Po-
16 Todo es Historia
'llene faroles y no es 
una plaza.
rHene flores y no es 
un jardín.
llene sombrillas y no es 
una playa.
'Llene baldosas y no es 
una vereda.
Está en las alturas, tiene mesas, 
tiene sillas, y sobre todo, tiene 
la mejor cocina con el mejor servicio.
Es: Hippo ■ Plaza 
el reslaurant en la vereda alta de 
Hippopotamus
Junln 1787 Reservas: 804*8310 
802*0500
destá. Veinticinco de ellos enviaron 
una carta al papa donde expresaban las 
características que debía tener el nuevo 
obispo de Avellaneda. Comprometido 
con la realidad obrera de la zona sur del 
Gran Buenos Aires, dar testimonios de 
pobreza y amor a los desposeídos sin 
depender de los promotores del «impe­
rialismo internacional del dinero», man­
tener un autentico diálogo con sus cola­
boradores. Todas éstas, características 
de Podestá y de otros pocos obispos.
Pero el propio Podestá aún confiaba 
en la Iglesia, y evitó que se formara un 
movimiento en su apoyo a pesar de que 
los sacerdotes estaban dispuestos a con­
tinuar con las movilizaciones. Creyó 
que el papa Paulo VI lo recibiría en Ro­
ma y aclararía la situación, especial­
mente por el reconocimiento de los fie­
les. «Finalmente —recuerda hoy con 
amargura— después de haber querido 
esclarecer mi situación en Roma, la 
frase más definitiva que oí fue la si- 
EL MSTM 
Y EL 
SOCIALISMO
Rolando Concatti, sacerdote 
mendocino; era una figura significativa 
entre los que confiaban en el peronismo 
como el camino al socialismo.
«Dejen de hacer el mal y aprendan 
a hacer el bien. Busquen Injusticia, den 
sus derechos al oprimido, hagan justi­
cia al huérfano y defiendan a la viuda 
(...). ¡Oh pueblo mío! Sus opresores lo 
mandan y sus prestamistas lo dominan 
(...). ¡Pobres de aquellos que, teniendo 
una casa, compraron el barrio poco a 
poco! ¡Pobres de aquellos que juntan 
campo a campo! ¿Así que ustedes se 
van a apropiar de todo y no dejarán na- - 
da a los demás?», decía el profeta 
Isaías.
«Ninguno puede servir a dos seño­
res; porque, o aborrecerá al uno y ama­
rá al otro, o estimará al uno y menospre­
ciará al otro. No podéis servir a Dios y 
a las riquezas (...) y tomando los cinco 
panes y los dos peces, y levantando los 
ojos al cielo, bendijo, y partió y dió los 
panes a los discípulos, y los discípulos 
a la multitud. Y comieron todos, y se sa­
ciaron; y recogieron lo que sobró de los 
pedazos, doce cestas llenaron». Decía 
el profeta Jesús de Nazareth.
Los textos bíblicos pueden ser in­
terpretados de diversas maneras. Los 
sacerdotes del Tercer Mundo hallaron 
en ellos la fuente para la adhesión al so­
cialismo. No hacía falta conocerlo a 
Marx para condenar al imperialismo, al 
dios del dinero y el poder omnímodo de 
los ricos. Ya lo habían hecho Moisés, 
Isaías y Jesús, solamente faltaba la ac­
tualización del mensaje profético.
Esto, a pesar del empeño de los sec­
tores más reaccionarios por demostrar 
que en realidad el marxismo infiltró la 
Iglesia. «Los marxistes —escribe el sa­
cerdote polaco Miguel Poradowski— 
aplicaron un método profundamente 
psicológico (y muy efectivo), a saber, 
el método de graduación. Primero, por 
una propaganda adecuada (durante los 
retiros espirituales, «jomadas»,«en­
cuentros», «congresos», etc., y en los 
artículos de los periódicos teológicos) 
se efectuó un «lavado de cerebros» y, 
de esta manera, se «lavaron» de la men­
talidad de una parte del clero la forma­
ción y educación recibidas en los se­
minarios y las universidades católicas; 
después, ya con toda facilidad, pudie­
ron inyectar, por pequeñas dosis, la 
cosmovisión marxista y especialmen­
te el concepto marxista del cristianis­
mo»1*.
En realidad, como ya hemos expli­
cado, el acercamiento a las definicio­
nes socialistas fue un proceso dictami­
nado por la realidad social del país y el 
continente. Frente a la decadencia eco­
nómica y moral del capitalismo liberal 
que no ofrecía ningún tipo de proyec­
to social, el socialismo aparecía en las 
décadas del sesenta y setenta como un 
proyecto alternativo viable y atracti­
vo, encamado en las revoluciones chi­
na, vietnamita, argelina y cubana.
Influenciados por su propia prácti­
ca dentro de la Iglesia —que los llevó 
a combatir dogmas rígidos y ahistóri- 
cos— es que el Movimiento de Sacer­
dotes para el Tercer Mundo a nivel 
continental rechaza al modelo estali- 
nista y se acerca a un marxismo abier­
to y antidogmático. La búsqueda de un 
modelo «autóctono» de socialismo los 
lleva al encuentro de Mariátegui, Qui- 
jano, Cantoso, Gunder Frank, Fidel 
Castro, Carlos Fonseca, Camilo To­
rres y, por supuesto, el Che Guevara, 
entre otros.
El dogma de la «conversión mo­
ral» puramente personal e interior, de­
ja paso a la conversión, en primer lu­
gar, de las estructuras económico-so­
ciales y su reemplazo por otras nuevas. 
Desechan el reduccionismo económi­
co enfatizando qué el «tener más» de­
be dejar lugar al «ser más», pero en 
forma comunitaria. El hombre, some­
tido al dinero, a las cosas materiales, 
alienado, debe aspirar, en un proceso 
liberador, a transformarse en el «hom­
bre nuevo», categoría popularizada por 
el Che Guevara y retomada desde un 
punto de vista cristiano por el MSTM.
18 Todo es Historia
guíente: “Y bueno, usted tiene razón, 
pero reconozca que asumió una con­
ducta que socialmente no es aceptable 
para un obispo... ”»10.
Ocho meses después de la Populo- 
rum progressio, fue destituido.
Sacerdotes para el 
Tercer Mundo
En el primer aniversariode l&Popu- 
lorum progressio, un grupo de cristia­
nos se sirve de la encíclica para conde­
nar al capitalismo liberal, y al episcopa­
do argentino por guardar silencio fren­
te a la explotación de los más humildes, 
los despidos de obreros y los problemas 
de la pobreza, especialmente en el nor­
te. Además, alertan sobre la desilusión 
que cunde por la pasividad de la jerar­
quía, sobre todo después de la encícli­
ca.
Sacerdotes de diversas provincias 
deciden difundir el Mensaje de los 18 
obispos, llevarlo a la opinión pública y 
recoger firmas adhiriendo al mismo. 
Este hecho les permite nuclearse y, al 
poco tiempo, más de 320 sacerdotes se 
identifican con el Mensaje. La prensa le 
dedica atención a este fenómeno, pues 
las críticas de muchos sacerdotes se van 
hilvanando y dejan de ser meras actitu­
des personales aisladas. Comienzan a 
referirse a ellos como los Sacerdotes 
del Tercer Mundo.
De una diócesis a otra, de provincia 
en provincia, los sacerdotes se contac­
tan, discuten y quieren impulsar una or­
ganización que les permita intercam­
biar vivencias y profundizar el estudio 
de las encíclicas papales ligándolas a la 
realidad argentina. Al poco tiempo se 
realiza, el 1 y 2 de mayo de 1968, el pri­
mer encuentro nacional en Córdoba, 
donde participan 21 sacerdotes. El ob­
jetivo central es estructurar un movi­
miento, darse a conocer y afirmar el 
compromiso junto a los oprimidos. No 
son principios teóricos en abstracto si­
no producto de las experiencias coinci­
dentes respecto a la necesidad de erra­
dicar la pobreza que crece día a día.
Sienten también la necesidad de di­
fundir sus posturas en todo el continen­
te y, para ello, redactan un documento 
que envían a la Conferencia del Episco­
pado Latinoamericano (CELAM) en 
Medellín, realizada entre el 26 de agos­
to y el 4 de setiembre de 1968. El tema 
central es el de la violencia, pero «la 
violencia del hambre, del desamparo, y 
del subdesarrollo. La violencia de la
Manifestantes y fuerzas de seguridad durante el Cordonazo de 1969. Hubo 
sacerdotes entre los que se plegaron a esta protesta popular.
El general Alejandro Agustín Lanusse hace declaraciones en Córdoba el 31 de mayo 
de 1969, en pleno Cordobazo.
persecución, de la opresión y de la ig­
norancia. La violencia de la prostitu­
ción organizada, de la esclavitud ilegal 
pero efectiva, de la discriminación so­
cial, intelectual o económica»11.
Frente a esa situación se insta a los 
reunidos en la Conferencia a «que en la 
consideración del problema de la vio­
lencia en América latina se evite, por 
todos los medios, equiparar o confundir 
la violencia injusta de los opresores que 
sostienen este “nefasto sistema” con la 
justa violencia de los oprimidos, que se 
ven obligados a recurrir a ella para lo­
grar su liberación»12. Los sacerdotes 
agrupados en el movimiento conside­
ran que el mensaje del Evangelio co­
múnmente difundido respecto a las ac­
titudes pasivas o pacíficas de Jesús no 
hace más que servir de sostén al poder 
de los poderosos. En su nueva interpre­
tación rescatan la lucha del pueblo de 
Israel como único medio para acceder 
al «Reino de Dios». Por esta razón, el 
tema de la violencia no les provoca un 
conflicto con su propia conciencia, más 
bien lo toman como algo natural.
En poco menos de un mes juntaron 
más de 300 firmas de sacerdotes argen­
tinos, y 600 del resto de América laüna, 
lo que configuraba un avance real del 
nuevo movimiento y su capacidad de 
influir dentro de la Iglesia. En concor­
dancia con la estructura e ideología 
eclesiástica, no hay mujeres entre los 
firmantes pues solamente lo hacen sa­
cerdotes y obispos, aunque esto no sig­
nifica que muchas católicas no hayan 
Todo es Historia 19
adherido o participado de las activida­
des del movimiento.
El conflicto con 
la jerarquía
Lo que comenzó como enfrenta­
mientos personales de algunos sacer­
dotes lentamente derivó en un conflic­
to generalizado dentro de la Iglesia ar­
gentina. La formación de un movi­
miento disidente y crítico aparecía co­
mo un factor de poder alternativo en lo 
ideológico-social, con repercusión en­
tre los fieles. El Vaticano —a pesar del 
Concilio— y sus representantes oficia­
les en el país no lo podían permitir.
La confrontación abarcó dos as­
pectos esenciales: la reflexión teológi­
ca y la práctica cotidiana. Ambos están 
íntimamente relacionados, uno es con­
secuencia del segundo. El acercamien­
to a los sectores populares por parte de 
sacerdotes y laicos implicaba necesa­
riamente un conflicto con aquellos que 
no lo realizaban. Además, especialmen­
te importante es de destacar el apoyo 
implícito y explícito de la jerarquía 
eclesiástica a las dictaduras de Onganía 
y Lanusse. La Argentina estaba divi­
diéndose en dos campos enfrentados 
política, social e incluso militarmente. 
Este corte también se produjo dentro de 
la Iglesia, a pesar de que la jerarquía hi­
ciera todo lo posible —utilizando sus 
atributos y relación con la Santa Se­
de— para evitarlo, pero sin resultado.
A comienzos de 1969, monseñor 
Aramburu —máximo representante del 
clero argentino y que había participado 
de la Conferencia de Medellín— difun­
dió un comunicado por el cual prohibía 
a los sacerdotes pertenecientes a la Ar- 
quidiócesis de Buenos Aires manifes­
tarse públicamente en todo lo concer­
niente a cuestiones políticas. A pesar de 
queeltemaparecíacircunscriptoaBue- 
nos Aires, las respuestas no tardaron en 
llegar desde diversas provincias. Todos 
los sacerdotes se sintieron involucra­
dos. Abiertamente les exigían guardar 
silencio frente a la profunda crisis que 
atravesaba el país.
Sin embargo, «La Iglesia argentina 
parece la Iglesia del Silencio», respon­
dió un grupo de sacerdotes tucumanos. 
«¿Quédecir de la actitud del episcopa­
do frente a las injusticias institucionali­
zadas de nuestra sociedad, donde se le­
siona la libertad, la dignidad, el derecho 
de todo el pueblo? (...) ¿Cómo quiere 
usted, Padre, que los sacerdotes, en 
contacto con la realidad vital que pade­
ce nuestro pueblo, queden callados, es­
perando instrucciones que nunca lle­
gan, si es vox populi que nuestros obis­
pos, salvo honrosas excepciones, pare­
cen estar en connivencia con las actua­
les autoridades e instituciones causan-
¿QUE 
ES LA 
TEOLOGIA 
DELA 
LIBERACION?
La Teología para la Liberación re­
fleja el proceso de transformación den­
tro de la Iglesia y el mundo que la rodea 
a principios de la década del sesenta en 
América latina. Por un lado, fue la ex­
presión de un vasto movimiento social 
que incluyó a laicos, sacerdotes y algu­
nos obispos que comenzaron a estruc­
turar Comunidades de Base como res­
puesta a la pobreza crónica de millones 
de creyentes y no creyentes.
El enfrentamiento con la realidad 
los llevó a un análisis de las razones es- 
tructuralesque sumieron a las mayorías 
en la miseria y el analfabetismo. Con­
trariamente a las posturas clásicas de la 
jerarquía eclesiástica (del griego hie­
ras: sagrado y archein: dominar, es de­
cir poder o dominio sagrado) se conde­
nó moralmente al capitalismo depen­
diente como un sistema injusto y opre­
sor. Para comprender sus raíces se ana­
lizaron las contradicciones del capita­
lismo y las luchas entre las clases anta­
gónicas.
América latina se estaba transfor­
mando rápidamente desarrollándose las 
ciudades como producto de la indus­
trialización. Los cordones de pobreza 
crecieron, albergando a millones que 
masivamente emigraron del campo a la 
ciudad en busca de fuentes de trabajo.
Una nueva visión en la reflexión 
teológica permitió upa comprensión di­
ferente del hombre y de sí mismo. De
una visión cosmológica se pasó a una 
antropológica donde el hombre deja de 
ser pasivo para ser agente activo de la 
historia.
Se desarrollaron las Comunidades 
de Base como forma de vida alternati­
va al individualismo pregonado por los 
medios de comunicación y la salvación 
personal en el «más allá» que ofrecía la 
Iglesia tradicional. Una nueva lectura 
de la Biblia permitió rescatar y resaltar 
pasajes que pregonaban la lucha popu­
lar y una concepción profética contra­
puesta a la sacerdotal. La epopeya de 
los hebreos narrada en el Exodo cobró 
otra dimensión al reivindicarse la lucha 
del pueblo oprimido contra sus opreso­
res a través de un proceso de liberación.
Los profetas, como Moisés, Isaías y 
Jesús, enarbolaron un mensaje libera­
dor chocando con los sacerdotes que 
estaban ligados al poder de las clases 
dominantes. «Moisés —explica Rubén 
Dri en La utopía de Jesús—no se con­
vierte para preocuparse de la salvación 
de su alma o para entregarse a la con- 
templaciónyla penitencia, sino paralu­
char junto al pueblo oprimido hasta lo­
grar la liberación de todas las opresio­
nes. Dios es encontrado y vivido en es­
te proceso de lucha que es histórico, es 
decir político-social, pero no termina 
allí, sino que se prolonga en las profun­
didades del hombré hasta hacerlo ple­
namente libre, de modo que en él reful-
20 Todo es Historia
El clima político se había enrarecido a fines de 1970, cuando tuvo lugar el velatorio de Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo 
Ramus, responsables del asesinato del general Aramburu. Un grupo de sacerdotes tercermundistas participó de esta ceremonia. 
Los muertos habían sido dirigentes Juveniles católicos.
ja con todo esplendor la imagen de 
Dios». De la misma manera, Jesús se 
mezcla entre los pobres liderando una 
insurrección.
La concepción sacerdotal es la reli­
giosa tradicional basada en el dualis­
mo, el inmovilismo y la jerarquía. El 
elemento dual se basa en la división del 
mundo entre lo sagrado y lo profano as­
pirándose —algo imposible— a vivir 
en lo sagrado. El dualismo se refleja en 
la división entre el cuerpo, que está en 
comunicación con el mundo de las co­
sas sensibles, y el alma, que representa 
el mundo espiritual o de las ideas. La ta­
rea fundamental sería «liberar el alma 
de los lazos con los que el cuerpo la tie­
ne aprisionada», explica Dri. El inmo­
vilismo refleja el miedo de las clases 
dominantes al cambio y la construcción 
de una imagen de Dios como un ser per­
fecto. Arriba está Dios en forma pura 
sin contaminación con la materia; el or­
den jerárquico y la obediencia en este 
sentido adquieren una importancia de 
primer orden pues sólo se cumple con 
Su voluntad.
La concepción profética, por el con­
trario, es monista (o totalizante), histó­
rica y diaconal. El mundo no está escin­
dido de dos realidades distintas (sagra­
do y profano) sino que existe una tota­
lidad de cuerpo y alma con múltiples di­
mensiones. La dimensión histórica lo 
arranca a Dios del cielo para situarlo 
dialécticamente en las experiencias con­
cretas del pueblo. Partiendo de una si­
tuación de opresión del pueblo hebreo 
por parte del Imperio egipcio y las cla­
ses dominantes (corte, ricos, sacerdo­
tes), se transita por un camino de libe­
ración y se culmina en la tierra prome­
tida donde no habrá ni opresores ni 
oprimidos. El pensamiento diaconal se 
opone a las jerarquías considerando a 
todos los hombres como iguales; por 
ello los profetas lucharon contra los re­
yes, las cortes y los ricos.
Los profetas luchan contra los ído­
los, los de madera y oro adorados por el 
pueblo en el pasado, y los de la muerte 
de hoy en día: el poder, las jerarquías, la 
riqueza, el Estado, la fuerza militar. En 
este sentido tiene razón el cardenal Rat- 
zinger cuando acusa a la Teología de la 
Liberación de «poner en duda la estruc­
tura sacramental y jerárquica de la Igle­
sia, tal como la ha querido el Seflor».
Las Comunidades de Base se desa­
rrollaron con sacerdotes que fueron a 
vivir con su pueblo, en las mismas con­
diciones que ellos, sufriendo las mis­
mas penas y participando de las expe­
riencias populares. El papa Juan XXIII 
fue quien les dio mayor impulso cuan­
do afirmó que «el gran escándalo del si­
glo xx es la pérdida de la clase obrera 
por parte de la Iglesia». Esta frase y su 
decisiva participación en el Concilio 
Vaticano II influyeron sobre una nueva 
camada de sacerdotes que vieron así le­
gitimadas sus posturas de acercamien­
to a las capas populares. En realidad, el 
Concilio y Juan XXIII permitieron que 
absolutamente todo fuera rediscutido, 
abriéndose la Iglesia a otras posturas 
históricamente antagónicas.
Influenciados especialmente por la 
revolución cubana en 1959, los con­
ceptos de un marxismo abierto y anti­
dogmático pudieron hacer pie en mu­
chos sacerdotes que comprobaron que 
su experiencia no era contradictoria 
con muchos de los postulados que pre­
gonan la luchade clases. Si bien la fra­
se de Marx «la religión es el opio de los 
pueblos» es particularmente dura y co­
rrecta en un contexto histórico deter­
minado, otros aportes del propio Marx 
(que dicho sea de paso nunca profundi­
zó en el tema) Engels, RosaLuxembur- 
go, Gramsci, Bloch, Goldmann y una 
nueva generación de marxistas latino­
americanos —como Fidel Castro, Car­
los Fonseca, el Che Guevara, Marighe- 
11a— permitieron acortar la brecha en­
tre la Teología de la Liberación y el 
marxismo, especialmente porque se fue 
desarrollando una práctica conjunta.
Hoy en día, las ricas experiencias 
de Nicaragua, El Salvador y Brasil han 
demostrado que el cristianismo revolu­
cionario se ha convertido en uno de los 
factores más poderosos de cuestiona- 
miento del capitalismo dependiente. 
Todo es Historia 21
tes de los males que es preciso denun­
ciar?»13.
Sinceramente, y con cierta ingenui­
dad en ese momento, los sacerdotes no 
podían creer la actitud de la mayoría del 
episcopado. Al fin y al cabo, tomando 
en cuenta la concepción jerárquica en 
la Iglesia —aceptada aún por todos— 
los obispos debían ser los impulsores 
de los cambios.
La discusión fue creciendo y obligó 
alepiscopado argentino a editar un tex­
to oficial, en su Asamblea de abril de 
1969, para tratar de apaciguar a los «re­
voltosos». Su lenguaje es sumamente 
ambiguo. Aparentemente se apoya en 
el Concilio y la Populorum progressio 
para influir sobre ios sacerdotes, pero 
en el fondo su objetivo es acallarlos, 
evitar que se profundicen las contradic­
ciones dentro de la estructura y frente al 
gobierno. Nuevamente se apela a gene­
ralidades en el análisis socioeconómico 
y a la «buena voluntad» de todas las cla­
ses, desconociendo los antagonismos 
entre ellas y llamando a los padres a im­
pedir la violencia de sus hijos como si 
ésta dependiera únicamente de la edu­
cación recibida en el hogar.
Comparativamente, parece un texto 
preconciliar, y así lo entienden los sa-‘ 
cerdotes que, un mes más tarde, duran­
te el estallido del Cordobazo estarán 
junto al levantamiento.
El movimiento estuvo siempre 
abierto al diálogo con la jerarquía ecle­
siástica —es más, lo buscaba— aun en 
El padre Alberto Carbone, señalado con la flecha, participa de una protesta callejera 
en 1969. Estuvo entre los acusados por complicidad en el secuestro de Aramburu.
los momentos de mayor confrontación 
pública. Sin embargo, desde las esferas 
gubernamentales, con el apoyo de los 
medios de comunicación, se difundió 
la imagen de una agrupación dirigida 
por comunistas y guerrilleros. El doc­
tor Carlos Sachen, perteneciente al na­
cionalismo católico de extrema dere­
cha publicó un libro titulado La Iglesia 
clandestina plagado de difamaciones 
políticas y personales, especialmente 
contra el secretario general del MSTM, 
Miguel Ramondetti.
Los sacerdotes del movimiento es­
taban muy preocupados por la distan­
cia que podía existir entre el pueblo y la 
Iglesia en el sufrimiento cotidiano. Un 
profundo valor moral los acercaba a los 
oprimidos y los alejaba de aquellos 
obispos que, desde sus confortables si­
llones, predicaban en el vacío. El Con­
cilio había definido que los clérigos de­
bían convertirse en «colaboradores y 
consejeros necesarios en el oficio de 
enseñar, santificar y apacentar el Pue­
blo de Dios». Pero las comunidades 
cristianas en los barrios pobres y mar­
ginados de la Capital y las provincias 
seguían sin ser consultadas.
Las bases eclesiales exigían un com­
promiso urgente con un proyecto de li­
beración apoyándose en las conclusio­
nes de la Conferencia de Medellín y re­
curriendo permanentemente al Evan­
gelio. Mateo, en el capítulo quinto, alu­
de a los «pobres en espíritu, los que llo­
ran, los que tienen hambre y sed de jus­
ticia, los misericordiosos, los que pade­
cen persecución». No tomar en cuenta 
estas palabras implicaba —para el 
MSTM— falsear el mensaje evangéli­
co, despojando al pueblo de la fuerza 
revolucionaria de la fe y sometiéndolo 
al sistema de dominación vigente.
Esto podía parecer un poco simplis­
ta, pero también era fruto de su propia 
realidad y formación cerrada aislada de 
la sociedad civil. Por otra parte, la ma­
yoría de los sacerdotes carecía de expe­
riencia política y el enfrentamiento con 
la jerarquía los introducía en una discu­
sión que mezclaba lo teológico y lo po­
lítico.
Los encuentros 
nacionales del MSTM
Desde 1968 hasta 1972 el MSTM 
realizó cinco encuentros nacionales, an­
tes de su desaparición, y los documen­
tos de los mismos reflejan una honda 
preocupación por los problemas políti­
cos, sociales, culturales y morales. Es 
interesante destacar que la opresión de 
la mujer como tal no es considerada sal­
vo cuando está ligada al tema de la pros­
titución, cuyas raíces son definidas co­
mo sociales. Esto, a pesar de que el tra­
bajo con los sectores más empobreci­
dos necesariamente implicaba una rela­
ción estrecha con los problemas de las 
mujeres en los barrios y que, en muchas 
ocasiones, ellas estuvieran a la cabeza 
de las luchas.
El 15 de setiembre de 1968 comen­
zó a circular el primer número de la re­
vista Enlace, que se propuso servir de 
nexo y socialización de las experien­
cias personales y grupales en cada re­
gión. De esta manera, entre encuentro y 
encuentro, continuaba la discusión, la 
reflexión teológica y el intercambio de 
información.
En el segundo encuentro nacional, 
realizado el 1,2 y 3 de mayo de 1969, 
participaron 80 sacerdotes provenien­
tes de 27 diócesis; esto comprueba la 
expansión del movimiento. Las discu­
siones abarcan la relación política y 
teológica con las contradicciones pro­
pias que se manifestaban individual y 
grupalmente. Se aprobaron las Coinci­
dencias Básicas que, claramente, apo­
yan un proceso revolucionario de cam­
bio radical y urgente desde los cimien­
tos. Representa de hecho una rebelión 
dentro de la Iglesia, enfrentando abier­
tamente a monseñor Aramburu que, 
tres meses antes, había prohibido la
22 Todo es Historia
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participación de sacerdotes en actos 
públicos, o realizar declaraciones de 
carácter político-social sin su consenti­
miento.
Tapa de la 
revista 
Primera Plana 
en enero de 
1972: el 
Movimiento de 
Sacerdotes para el
Tercer Mundo había 
alcanzado amplia 
repercusión pública y 
la prensa reflejaba sus 
relaciones tensas con el 
gobierno militar.
Los sacerdotes quieren servir al pue­
blo y dejar de recibir las prebendas de la 
institución eclesiástica. Muchos están 
arraigados en el mundo del trabajo en 
fábricas, otros optan por ir a vivir a las 
«villas miserias» y compartir las luchas 
contra su erradicación forzosa. Algu­
nos se interesan en las provincias en re­
giones alejadas y especialmente empo­
brecidas, donde el analfabetismo y las 
enfermedades sOn’ crónicos. «Los chi­
cos eñ Goya morían de hambre 
—recuerda Miguel Ramondetti— por­
que yo los he visto, no “muertos de 
hambre”, sino muertos en el cajón. 
Muertos, chicos de un año, muertos 
(...). Además de todos los que queda­
ron vivos, medio lelos, medio tontos, 
en la escuela no andaban, ¿Y por 
qué?»14.
La realidad es crítica. Los sacerdo­
tes se pliegan a las protestas populares 
en 1969 y la represión cae sobre ellos. 
Varios son detenidos por defender a 
miembros de sus parroquias o por ple­
garse a las protestas. En junio el padre 
Rafael Yaccuzzi, desde el norte santa- 
fesino, le envía una carta abierta a On- 
ganía como «argentino, hombre y sa­
cerdote», alertándolo que «sus armas 
ya no serán suficientes, la justicia que 
impulsa la lucha del pueblo encontrará 
el modo de derrotar sus fusiles». En no­
viembre, el presidente busca el apoyo 
de la Iglesia y convoca al pueblo a un 
acto religioso con el objetivo de «con­
sagrar en forma pública y solemne 
a la Argentina al Inmaculado Co­
razón de María». Centenas de sa­
cerdotes lo consideran un agra­
vio e, indignados, hacen un lla­
mado al pueblo a no participar 
de un acto donde «lo religio­
so amenaza ser usado como 
estupefaciente de las in­
quietudes del mismo pue­
blo».
Las luchas en 1970 
van en aumento. En 
marzo los obreros de la 
central hidroeléctrica del 
Chocón en Neuquén son reprimi­
dos, entre ellos el sacerdote-obrero Pas­
cual Rodríguez. El obispo Jaime de Ne­
vares asume la defensa de los trabaja­
dores que así descubren «otra» Iglesia. 
Junto a los sacerdotes de la provincia 
deciden destinarlas limosnas de las 
mismas a las familias de los despedi­
dos, y compartir «el sufrimiento del 
Cristo vivo en la persona de los obre­
ros».
Quienes dirigen las luchas son prin­
cipalmente dirigentes sindicales y polí­
ticos que participan del peronismo en 
sus más diversas expresiones. La ma­
yoría de los sacerdotes, en contacto con 
los sectores populares, se acerca tam­
bién a esta opción política, siendo este 
tema el eje de discusión del tercer en­
cuentro el 1 y 2 de mayo de 1970.
Con la presencia de los monseñores 
Zazpe, Devoto y Brasca, tres obispos 
—hecho singuiare importante—sedis- 
cute el camino para lograr el socialismo 
que ya se había aprobado el año anterior 
en las Coincidencias Básicas.
El problema que se le presenta al 
Movimiento es que, si bien hay coinci­
dencias respecto al objetivo final (el so-
24 Todo es Historia
cialismo), la situación política nacional 
requiere de respuestas inmediatas so­
bre el papel que el peronismo jugará en 
este camino. Aun con dudas, críticas y 
cuestionamientos teóricos, en su libro 
Nuestra opción por el peronismo, el sa­
cerdote mendocino Rolando Concatti 
llegaba a la conclusión de que «no bas­
ta ser peronista para ser revolucionario. 
Pero no se puede ser revolucionario y 
antiperonista». De ninguna manera los 
sacerdotes —a título individual o como 
movimiento— querían desligarse de 
los sectores populares. Su destino esta­
ba junto a ellos y el peronismo era tam­
bién el reflejo de un «sentimiento» re­
primido durante 17 años.
En el cuarto encuentro realizado, el 
8 y 9 de junio de 1971, se retoma una ál­
gida discusión que no había sido salda­
da. La mayoría de los sacerdotes cifra 
las esperanzas en el retomo de Perón 
como paso previo a la verdadera revo­
lución. Pero también se manifiestan di­
vergencias respecto a los sectores inter­
nos del peronismo en los cuales apoyar­
se. Además, las declaraciones del líder 
son ambivalentes: por un lado apoya al 
movimiento y, por el otro, intenta ato­
mizarlo subordinándolo a su propia es­
trategia política.
La jerarquía eclesiástica práctica­
mente no le deja alternativas al movi­
miento: es plegarse al fervor de la gen­
te o aislarse y retomar a la etapa precon­
ciliar. Por ello el padre Mugica sintió la 
necesidad de participar del retomo de 
Perón. Como él lo describiera: «Cuan­
do volví, una de las alegrías más gran­
des fue que una señora de la villa, de 
unos cincuenta años, me dijo: “los po­
bres también estábamos en el avión, 
porque estaba usted”».
En octubre de 1972 se realizó el 
quinto y último encuentro nacional del 
movimiento, mientras el país vivía mo­
mentos claves de su historia. El régi­
men militar presidido por el general La- 
nusse había dispuesto la realización de 
elecciones generales para marzo de 
1973, y muchos vaticinaban un claro 
trinfo del peronismo. El presbítero Jor­
ge Vemazza rememora: «Quienes, por 
su adhesión a Cristo saben, por ejem­
plo, que merecen especial cariño los 
más débiles, ¿cómo no han de optar por 
una sociedad que en sus leyes, institu­
ciones y costumbres profese que los 
únicos privilegiados son los ancianos y 
los niños?»15.
El 9 de diciembre de 1972 Perón re­
cibe a 60 sacerdotes del movimiento
COWUKW A Mis HCRMANOS 
*n¡OÍ * MR BUtNOS BUCMÍU1IIM 
US Msm ti tVAMBtllQ M MARX 
US CULTfVt ti 00» CNTRf ARStNTÍNOO 
USCONMMt Al ROCK CAMÍNO M LA VÍOUMCiA. 
OTO OTRAS ROUtiAS COSAS 
¿ POR QUÉ ESTOY PRESO 9
Ilustración del artículo de Primera Plana relativa al caso Carbone, cuya libertad 
solicitaban los clérigos tercermundistas.
que, con grandes expectativas, van a su 
encuentro. La mayoría siente reafirma­
das sus posturas: una minoría sale desi­
lusionada, Perón está muy lejos de po­
nerse a la cabeza de un amplio movi­
miento popular para transformar radi­
calmente las estructuras del país.
El eclipse
El gobierno peronista permite que 
los sacerdotes profundicen su trabajo de 
evangelización, de concientización y 
de organización a nivel de las bases li­
gado también a estructuras políticas. 
Para muchos es la oportunidad espera­
da por años. Durante los regímenes mi­
litares la instalación de una escuela o 
enfermería en un barrio era un eterno 
peregrinar entre oficinas y recibir «fa­
vores» de algún funcionario de tumo, 
no sin antes ser alertados de que la po­
lítica no es para los curas. En cambio, 
el peronismo, a través de todas sus ra­
mas y líneas internas, comprende que 
los sacerdotes sirven como correa de 
transmisión hacia amplias capas de la 
población —especialmente las más em­
pobrecidas— y por medio de los cua­
les se pueden impulsar proyectos polí­
ticos. Todos quieren «ganarlos», y bus­
can la manera de apoyar sus reinvidi- 
caciones cotidianas.
Pero la sociedad argentina en 1972- 
1973 está altamente politizada, y la 
violencia armada forma parte de estos 
proyectos totalmente antagónicos. Los 
sectores que logran hegemonizar al 
peronismo le imprimen un rumbo di­
ferente de aquel que los sacerdotes ha­
bían considerado como revoluciona­
rio. La retórica que los había seducido 
va quedando atrás, y se perfila un pro­
yecto basado en sectores de la burgue-
Todo es Historia 25
El padre Mágico, la asistencia a los pobres.
sía y apoyados por un aparato estatal 
que incluía las bandas parapoliciales 
comandadas desde el mismo Ministe­
rio de Bienestar Social por José López 
Rega.
Aunque a veces lo intentaran, los 
sacerdotes no podían quedar al margen 
de esta nueva realidad. Las discusio­
nes en los encuentros nacionales ha­
bían demostrado que coexistían líneas 
diferentes en lo político y, también, en 
la interpretación eclesial. Por un lado, 
una concepción que privilegiaba la de­
finición socialista del compromiso sin 
quedar atados al peronismo y a Perón. 
Por el otro, una continuidad verticalis- 
ta junto al peronismo, aun sufriendo en 
carne propia las consecuencias.
El trabajo dentro de la Iglesia se les 
hace cada vez más difícil, los choques 
alcanzan ribetes violentos y algunos 
sacerdotes se ven obligados a abando­
nar sus parroquias por las presiones de 
la jerarquía. El 11 de mayo de 1974, al 
salir de la parroquia San Francisco So­
lano, es asesinado el padre Mugica. 
Otros sacerdotes son arrestados, perse­
guidos y muchos deben ocultarse o, fi­
nalmente, optar por el exilio. El golpe 
de estado de 1976 fue un jalón más en 
este porceso de descomposición.
Entre las divergencias y la repre­
sión el Movimiento de Sacerdotes pa­
ra el Tercer Mundo quedó eclipsado, 
aunque todos sus integrantes hayan 
continuado de una u otra manera con 
su actividad pastoral. En alguna capi­
lla de la Capital o el interior; en alguna 
villa, dictando clases en talleres de ca­
pacitación o en la universidad. Casi 
veinte años después de su desapari­
ción, su participación en las luchas aún 
es recordada, y nuevas generaciones 
de fieles se presentan como herederos 
de un movimiento que conmocionó la 
sociedad argentina.
Bibliografía
Rolando Concatti, Nuestra op­
ción por el peronismo, Mendoza, Ed. 
Publicaciones del MSTM, 1972.
Mayol-Habegger-Armada, Los 
católicos posconciliares en la Argenti­
na (1963-1969), Buenos Aires, Ed. 
Galerna, 1970.
Jerónimo Podestá, La violencia del 
amor, Buenos Aires, 1969.
26 Todo es Historia
El padre Mugica, de importante actuación en la villa de Retiro, come un asado con el presidente Cámpora y con Raúl ÍMStiri 
(1973).
Gutiérrez-Alves-Assman: Reli­
gión, ¿instrumento de liberación?, Ma­
drid, Ed. Marova, 1973.
Rubén La Iglesia que nace del 
pueblo, Buenos Aires, Ed. Nueva Amé­
rica, 1987.
—La utopía de Jesús, Buenos Ai­
res, Ed. Nueva América, 1987.
Jorge Vernazza, Para compren­
der una vida con los pobres: los curas 
villeros, Buenos Aires, Ed. Guadalupe, 
1989.
Carlos Mugica, Una vida para el 
pueblo, Buenos Aires, Ed. Pequén, 
1984.
Sacerdotes para el Tercer Mundo, 
crónica-documentos-reflexión, Buenos 
Aires, Ed. Publicaciones del MSTM, 
1970.
Afiche alusión al asesinato de 
Mugica, calle Florida, junio del 
74; la actividad apostólica en las 
villasde los tercermundistas era 
incompatible con el proyecto 
político del ministro López Rega. 
Las consecuencias estaban a la 
vista.
Todo es Historia 27
Los Sacerdotes para el Tercer 
Mundo y la actualidad nacional, Bue­
nos Aires, Ed. La Rosa Blindada, 1973.
Pacem in terris: carta encíclica 
del papa Juan XXIII, Buenos Aires, 
Ed. Paulinas, 1982.
Populorumprogressio: carta en­
cíclica del papa Pablo VI, sobre el de­
sarrollo de los pueblos, Buenos Ai­
res, Ed. Paulinas, 1988.
Notas
1. Testimonio de Luis Farinello ya ci­
tado.
2. Testimonio de Jerónimo Podestá 
concedido al autor.
3. Pacem in terris, carta Encíclica de 
su Santidad el Papa Juan XXm, Buenos 
Aires, Ed. Paulinas, 1982, p. 18.
4. García Lupo, Rogelio, Merce­
narios y monopolios en la Argentina, de 
Onganía a Lanusse (1966-1971), Buenos 
Aires, Ed. Achaval Solo, 1971, p. 8.
5. Populorum progressio, carta encí­
clica de Su Santidad Pablo VI sobre el de­
sarrollo de los pueblos, Buenos Aires, 
1968, pp. 201, 202.
6. Podestá, Jerónimo, La violencia 
del amor, Buenos Aires, 1968, pp. 201, 
202.
7. Citado enBRiEGER, Pedro, Los sa­
cerdotes para el Tercer Mundo y la parti­
cipación de la mujer, (MS inédito), p. 19.
8. Podestá, Jerónimo, ob. cit., pp. 
119,120.
9. Podestá, Jerónimo, La revolu­
ción del hombre nuevo, Buenos Aires, 
1969, pp.ll, 12.
10. Testimonio de Jerónimo Podestá 
ya citado.
11. Mayol, Habegger y Armada, 
Los católicos posconciliares en la Argen­
tina, Ed. Galerna, Buenos Aires, 1970, p. 
351.
12. Idem, ibídem, p. 354.
13. Carta que sacerdotes tucumanos 
remitieron a monseñor Aramburu en mar­
zo de 1969. Tomado de Sacerdotes para 
el Tercer Mundo, crónicas-documentos- 
reflexión, Ed. Publicaciones del Movi­
miento, Buenos Aires, 1970, pp. 61, 62.
14. Idem, ibídem, nota 5.
15. Vernazza, Jorge, Para com­
prender una vida con los pobres: los cu­
ras villeros, Ed. Guadalupe, Buenos Ai­
res, 1989, pp. 42,43.
16. Poradowski, Miguel, La Teolo­
gía de la Liberación, Ed. Quijote, Buenos 
Aires 1985, pp. 13, 14.
28 Todo es Historia
MENSAJE DE 18 OBISPOS 
DEL TERCER MUNDO zfX 
>15 de agosto de 1967-Wf
(...) En cuanto a lo que la Iglesia tie­
ne de esencial y de permanente, es decir, 
su fidelidad y su comunión con Cristo 
en el Evangelio, nunca es solidaria de 
ningún sistema económico, político y 
social. En el momento en que un sistema 
deja de asegurar el bien común en bene­
ficio del interés de unos cuantos, la Igle­
sia debe no solamente denunciar la in­
justicia sino, además, separarse del sis­
tema inicuo, dispuesta a colaborar con 
otro sistema mejor adaptado a las nece­
sidades del tiempo, y más justo.
Fidelidad al pueblo
Esto vale para los cristianos, así co­
mo para sus jefes jerárquicos y para las 
Iglesias. En este mundo nosotros no te­
nemos ciudades permanentes, ya que 
nuestro jefe Jesucristo quiso sufrir fue­
ra de la ciudad (Heb. 13,12-14). Que na­
die de nosotros permanezca vinculado a 
los privilegios o al dinero, sino que es­
té listo a «poner sus bienes en común... 
ya que en estos sacrificios encuentra 
Dios placer» (Heb. 13,116). Incluso si 
no hemos sido capaces de hacerlo de 
buen grado y por amor, sepamos por lo 
menos reconocer la mano de Dios que 
nos corrige como hijos en los aconteci­
mientos que nos obligan a este sacrificio 
(Heb. 12,5). (...)
Más aún, los cristianos y sus pasto­
res deben saber reconocer la mano del 
Todopoderoso en los acontecimientos 
que, periódicamente, deponen a los po­
derosos de sus tronos y elevan a los hu­
mildes, devuelven a los ricos las manos 
vacías y sacian a los hambrientos. Ac­
tualmente, «el mundo pide, con tenaci­
dad y virilidad, el reconocimiento de la 
dignidad humana en toda su plenitud, la 
igualdad social de todas las clases». Los 
cristianos y todos los hombres de buena 
voluntad no pueden más que adherirse a 
este movimiento, incluso si tienen que 
renunciar a sus privilegios, y a sus for­
tunas personales, en beneficio de la co­
munidad humana en una socialización 
más grande. La iglesia no es de ninguna 
manera la protectora de las grandes pro­
piedades. Ella pide, con Juan XXIII, 
que la propiedad sea repartida a todos, 
porque la propiedad tiene, ante todo, un 
destino social. Paulo VI recordaba hace 
poco la frase de San Juan: «Si alguno 
que goce de las riquezas del mundo ve a 
su hermano en la necesidad y le cierra 
sus entrañas, ¿cómo habitará en él el 
amor de Dios?» (I Jn. 3,17), y la frase de 
San Ambrosio: «La tierra se ha dado a 
todo el mundo y no solamente a los ri­
cos». (Populorum progressio, NQ 23).
Todos los padres, tanto orientales 
como occidentales, repiten el Evange­
lio: «Comparte tu cosecha con tus her­
manos. Comparte la recolección que 
mañana estará podrida. ¡Atroz avaricia 
la que deja enmohecer todo antes que 
darlo a los menesterosos!». «¿A quién 
hago daño guardando lo que me perte­
nece?», responde el avaro. «¿Pero cuá­
les son, dime, los bienes que te pertene­
cen? ¿De dónde los has sacado? Te pa­
reces a un hombre que, tomando un lu­
gar en el teatro, quisiera impedir que los 
otros entren, pretendiendo gozar solo 
del espectáculo al que todos tienen dere­
cho. Así son los ricos: se declaran due­
ños de los bienes comunes que han aca­
parado porque han sido los primeros en 
ocuparlos. Si cada uno no guardara más 
de lo que es necesario para sus necesida­
des cotidianas y dejara lo superfluo a los 
indigentes, la riqueza y pobreza serían 
abolidas... Al hambriento pertenece el 
pan que tú guardas. Al hombre desnudo, 
el abrigo que está en tu ropero. Al des­
calzo, los zapatos que se pudren en tu ca­
sa. Al miserable, el dinero que tienes 
oculto. Así oprimes a tanta gente que 
podrías ayudar. No, no es tu capacidad 
lo que se condena aquí, sino tu negativa 
a compartir». (San Basilio, Homilía 6 
contra la riqueza).
Los cristianos tienen el deber de 
mostrar «que el verdadero socialismo es 
el cristianismo integralmente vivido, en 
el justo reparto de los bienes y la igual­
dad fundamental de todos». Lejos de 
contrariarse con él, sepamos adherirlo 
con alegría, como a una forma de vida 
social mejor adaptada a nuestro tiempo 
y más conforme con el espíritu del Evan­
gelio. Así evitaremos que algunos con­
fundan Dios y la religión con los opreso­
res del mundo de los pobres y de los tra­
bajadores, que son, en efecto, el feuda­
lismo, el capitalismo y el imperialismo. 
Estos sistemas inhumanos han engen­
drado a otros que, queriendo liberar a los 
pueblos, oprimen a las personas si caen 
dentro del colectivismo totalitario y la 
persecución religiosa. Pero Dios y la 
verdadera religión no tienen nada que 
ver con las diversas formas del dinero 
de la maldad (mamona iniquitatis). Por 
el contrario, Dios y la verdadera reli­
gión están siempre con los que buscan 
promover una sociedad más equitativa 
y fraternal entre todos los hijos de Dios 
en la gran familia humana. (...)
Fidelidad a la palabra 
de Dios
Que nadie busque en nuestras pala­
bras alguna inspiración política. Nues­
tra única fuente es la Palabra de Aquél 
La opción preferencial por los pobres.
que habló por medio de los profetas y de 
los apóstoles. La Biblia y el Evangelio 
denuncian como pecado contra Dios 
todo golpe a la dignidad del hombre 
creado a su imagen. Dentro de esta exi­
gencia de respeto a la persona humana, 
los ateos de buena fe se unen ahora a los 
creyentes para un común servicio á la 
humanidad en su búsqueda de justicia y 
de paz. Igualmente nosotros podemos 
dirigir con confianza a todos palabras 
de aliento, ya que para todos es necesa­
rio mucho valor y fuerza para llevar a 
buen término la inmensa y urgente ta­
rea que es la única que puede salvar al 
Tercer Mundo de la miseria y del ham­
bre, y librar a la humanidad de la catás­
trofe de una guerra nuclear. «Nunca 
más la guerra, abajo las armas».
El pueblo de los pobres y los pobres 
de los pueblos, en medio de los cuales 
nos ha puesto el misericordioso como 
pastores de un pequeño rebaño, saben 
por experiencia que deben contar con 
ellos mismosy con sus propias fuerzas, 
antes que con la ayuda de los ricos.
Ciertamente algunas naciones ricas 
o algunos ricos de ciertas naciones dan 
una ayuda apreciable a nuestros pue­
blos, pero sería una ilusión esperar pasi­
vamente una libre conversión de todos 
aquellos de quienes nuestro padre Abra- 
ham nos advierte: «Ellos no escucharán 
ni siquiera a alguien que resucite de en­
tre los muertos» (Le. 16, 31). (...)
El pueblo tiene, ante todo, hambre 
de verdad y de justicia, y los que han re­
cibido la misión de instruirlo y educar­
lo, deben hacerlo con entusiasmo. Al­
gunos errores deben ser disipados con 
urgencia: No, Dios no quiere que haya 
ricos que aprovechan los bienes de este 
mundo explotando a los pobres. No, 
Dios no quiere que haya pobres siempre 
miserables. La religión no es el opio del 
pueblo. La religión es una fuerza que 
eleva a los humildes y rebaja a los orgu­
llosos, que da pan a los hambrientos y 
hambre a los hartos. Ciertamente Jesús 
nos previno que siempre habría pobres 
entre nosotros (Juan 12,8), pero es por­
que siempre habrá ricos para acaparar 
los bienes de este mundo y de igual ma­
nera ciertas desigualdades debidas a las 
diferencias de capacidades y a otros fac­
tores inevitables.
Pero Jesús nos enseña que el segun­
do mandamiento es igual al primero, ya 
que no se puede amar a Dios sin amar a 
sus hermanos los hombres. El nos pre­
viene que todos~lós hombres seremos 
juzgados por una sola frase: «Tuveham- 
bre y medieron decomer... Yoera aquel 
que tenía hambre» (Mt. 25,31-46). To­
das las grandes religiones y sabidurías 
de la humanidad hacen eco de esta frase. 
Así el Corán anuncia la última prueba a 
la que son sometidos los hombres en el 
momento del juicio de Dios: «¿Cuál es 
esta prueba? La de redimir a los cauti­
vos, de alimentar durante la carestía al 
huérfano (...) o al pobre dormido en el 
suelo (...) y de hacerse una ley de la mi­
sericordia» (Sour, 90,11-18).
Tenemos el deber de compartir nues­
tro pan y todos nuestros bienes. Si algu­
nos pretenden acaparar para ellos mis­
mos lo que es necesario a los otros, en­
tonces es un deber de los poderes públi­
cos imponer el reparto que no se hace 
voluntariamente. El Papa Paulo VI lo 
recuerda en su última encíclica: «El 
bien común exige, a veces, la expropia­
ción, si, a causa de su extensión, de su 
explotación deficiente o nula, de la mi­
seria que de ello resulta a las poblacio­
nes, del daño considerable producido a 
los intereses del país, algunas posesio­
nes sirven de obstáculo a la prosperidad 
colectiva. Al afirmarlo con claridad, el 
Concilio ha recordado no menos clara­
mente, que la renta disponible no es co­
sa que queda abandonada al libre capri­
cho de los hombres; y que las especula­
ciones egoístas deben ser eliminadas. 
Ya no podrá admitirse que los ciudada­
nos, provistos de rentas abundantes, pro­
venientes de los recursos y de la activi­
dad nacional, transfieran una parte con­
siderable de ellas al extranjero para su 
beneficio personal, sin preocuparse del 
daño que hacen sufrir por ello a su pa­
tria» (Populorum progressio» n. 24). 
(...)
Ya es tiempo de que los pueblos po­
bres, sostenidos y guiados por sus go­
biernos legítimos, defiendan eficazmen­
te su derecho a la vida. Dios se reveló a 
Moisés diciendo: «yo he visto, yo he 
visto la miseria de mi pueblo; he escu­
chado el grito que le arrancan sus explo­
tadores... Y he resuelto liberarlo» (Ex. 
3,7).
Jesús tomó sobre sí a toda la huma­
nidad para conducirla a la Vida Eterna, 
cuya preparación terrenal es la justicia 
social, primera forma del amor frater­
nal. Cuando Cristo, por medio de su re­
surrección, libera a la humanidad de la 
muerte, conduce todas las liberaciones 
humanas a su plenitud eterna.
De esta manera dirigimos a todos 
esta frase del Evangelio que algunos de 
entre nosotros dirigieron el año pasado 
a su pueblo con esta misma inquietud y 
animados por esta misma esperanza de 
todos los pueblos del Tercer Mundo: 
«Nosotros os exhortamos a permanecer 
firmes e intrépidos, como fermento evan- 
gélico en el mundo del trabajo, confia­
dos en la palabra de Cristo: “Ponéos de 
pie y levantad la cabeza, pues vuestra li­
beración está próxima”» (Luc. 21,28).
Todo es Historia 29
ENTREVISTA
AL OBISPO
JERONIMO PODESTA
onseñor Jerónimo Podestáfue 
£ profesor de Derecho y Teolo- 
:: gía Dogmática y Moral en el 
Seminario de La Plata y en la Univer­
sidad Católica Argentina desde 1950 a 
1962. Obispo de Avellaneda entre 1962 
y 1967, hasta su destitución.
Nos recibió en el patio techado de 
su casa junto a su mujer Clelia. Uno lo 
escucha y no es difícil imaginarlo vein­
ticinco años atrás exhortando a sus fie­
les a poner en práctica las enseñanzas 
del Concilio, o discutiendo con los po­
líticos de la época que venían a consul­
tarlo. No en balde Onganía le temía a 
este obispo que prefería sentarse a ma­
tear con los obreros del barrio antes 
que compartir la mesa con el entonces 
Jerónimo Podestá en la actualidad, junto a Clelia, su colaboradora y esposa, 
recuerda los motivos por los que se distanció de la jerarquía eclesiástica.
líder de la Revolución Argentina. Su fi­
gura es imponente, las palabras surgen 
firmes mezclando la dureza de algunos 
conceptos con la suavidad de otros 
cuando se refiere al amor de Cristo. 
Clelia lo interrumpe una y otra vez; 
hasta el día de hoy le reprocha no ha­
ber movilizado a sacerdotes y fieles en 
su defensa. Discuten, y él intenta excu­
sarse, no lo logra, fue producto de un 
tiempo muy difícil, y reconoce que le 
faltó una pizca de coraje que tal vez hu­
biera cambiado la historia.
P.B. ¿Por qué deciden destituirlo 
del cargo de obispo?
J.P. Mi actitud díscola con respec­
to a la autoridad eclesiástica que ya no 
me quiere combatir (...). El nuncio 
Mazzoni me vino a ver y me dijo: «vos 
cuidate, no tropieces, no te malquistes 
con los otros obispos, vos tenés que 
obedecerme (...)». Pero el golpe de 
gracia vino con la Populorum progres- 
sio porque habían prohibido toda acti­
vidad política (...) Onganía (...).
P.B. ¿Por qué la Populorum era 
tan revolucionaria para la época?
J.B. En principio Pablo VI dice 
que hay que cambiar la sociedad (...) 
propone una revolución de estructuras 
(...) contra la estructura autoritaria (...). 
Yo tuve siempre y, la sigo teniendo, la 
gran ilusión de cambiar el mundo, sí. 
¿Pero con qué instrumento? Con la co­
munidad cristiana, no como una gran 
institución de poder que causa maravi­
llas, sino con la idea de Jesucristo en el 
Evangelio (...). Yo quería trabajar por 
cambiar el rostro de la Iglesia.
Un periodista del diario La Nación 
me dice: «¿Pero usted viene a Avella­
neda a salvar las almas?» Digo: «No, 
no... yo no vengo a salvar almas, yo 
vengo a ayudar a los hombres a vivir 
una vida digna». «Cómo, ¿pero usted 
no cree en las almas?». «No, yo no creo 
en las almas, porque las almas como en- 
telequia no existen; lo que existen son 
hombres». El periodista puso el título: 
«Dice el obispo de Avellaneda que no 
VIENE A SALVAR ALMAS» (...).
P.B. Leí que muchos amigos salen 
a defenderlo, y usted tiene una actitud 
de aceptar la destitución y no tratar de 
luchar, ¿cómo lo ve ahora, retrospecti­
vamente, veinte años después?
J.P. Crearon un clima en el cual los 
otros obispos no se atrevieron a interve­
nir. Quizás hoy día me doy cuenta de 
que podríao debería haber actuado bus­
cando apoyo en las bases. No me apo­
yé porque tenía la convicción de que la 
causa estaba perdida (...). Yo estaba 
como Jesús dice en el Evangelio, la 
gente lo aplaudía mucho pero, Jesús no 
se fiaba de ellos porque sabía que eran 
débiles...
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ción, lugar, idioma, edíd, requisitos.,': 
e la beca, direcciones, teléfonos, ' > > 
tán publicadas en la colección 1
MUNDIAL DE BECAS.
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GUIA MUNDIAL DE E
Informes al te
Personalmente o por correo en Azcuénaga 142C
1115- Capital Federal, Lun. a vier. d(
ENTREVISTA
A MIGUEL RAMONDETTI
iguel Ramondetti nos recibió 
en su casa del GranBuenosAi- 
res. Hay algo muy especial en 
él, su humildad y simpleza al narrar he­
chos que influyeron en la política ar­
gentina y lo tuvieron como uno de sus 
principales actores. Es fácil sentir, du­
rante la conversación, que forma par­
te del mundo de los trabajadores y los 
pobres. No hay falsas apariencias; en­
tre el mate y laBiblia, Miguel recuerda 
con nostalgia las actividades del Movi­
miento que lo tuvo como Secretario Ge­
neral, título al cual él le resta impor­
tancia. Trabaja con adolescentes en la 
Municipalidad en el Bajo Flores y en el 
hogar Alborada para «chicos de la ca­
lle» en Devoto, donde es el instructor 
de electricidad.
PE. ¿Quépasó en el 55?
M.R. En el 55 fue el antiperonismo 
de la Iglesia, del anticlericalismo de Pe­
rón que se complementaron muy bien. 
Eso un poco era un encuentro de gente 
que confabulaba, sin ser altamente sub­
versiva, no en el sentido que tenían ar­
mas, pero... ¡si habremos hecho pan­
fletos! Los textos no me los acuerdo, 
pero yo sólo había hecho miles y repar­
tido. Según nosotros era esclarecer a la 
gente respecto a la situación que vivía 
la Iglesia y el gobierno peronista, con­
tra el gobierno. Todo empezó en Cór­
doba, me acuerdo de una cosa que me 
tocó personalmente y fue mi primer, y 
creo único, enfrentamiento con la Igle­
sia. En agosto del 55 Perón hace un dis­
curso donde por primera vez ataca la 
Iglesia, y una de las cosas que dice me 
tocan de cerca, dice algo así: «Este es el 
agradecimiento de los curas por haber­
les aumentado el sueldo». Hace poco 
habían aumentado los sueldos; y yo 
siempre estuve violentamente en con­
tra de todo lo que es relación Iglesia-Es­
tado, subvención del Estado a la Igle­
sia. Eso me molesta mucho. Casual­
mente yo cobraba un sueldo del Estado 
por ser empleado —no en la parro­
quia—en la curia; era una miseria, pe­
ro de todas maneras un sueldo del Esta­
do. Yo cada mes fumaba un recibo que 
recibía del Estado una cantidad de dine­
ro: con mi decisión firme que venía de 
lejos que había que cortar de cuajo la re­
lación de medioevo Iglesia-Estado, re­
nuncio al sueldo y es mi primer conflic­
to con el obispo que era Santiago Luis 
Copello. El era muy celoso de esas re­
laciones, entonces un día fui a verlo y le 
dije «yo no quiero en mi conciencia re­
cibir más sueldo, voy a venir a trabajar 
gratis; no se haga problema, le cumpli­
ré como hasta ahora, pero yo no voy a 
cobrar». No me dijo nada, pero al mes 
devolví mi sueldo y se lo mandé a él y 
no le gustó nada, puso el grito en el cie­
lo. Yo dije: «muy bien, hay una cosa 
que nada me puede prohibir y es que yo 
renuncie de hecho aesto». Entonces to­
dos los meses recibía, firmaba el recibo 
y lo iba a entregar al Cotolengo que era 
unaobra de beneficencia. Hice esto cer­
ca de dos años y un buen día me harté. 
Después viene toda la colaboración con 
la contra al peronismo que termina muy 
rápidamente el mismo día de la caída de 
Perón, que viene Lonardi de Córdoba. 
Yo voté por Perón en la primera presi­
dencia, en la segunda presidencia yo no 
estaba en el país, porque me fui en el 47, 
no viví la euforia del peronismo. Sí el 
17 de octubre del 45 yo estaba, pero yo 
vivía en Devoto encerrado entre cuatro 
paredes, prácticamente no estaba en el 
país. Me acuerdo del 17 de octubre, pe­
ro eran ecos que llegaban de la calle, no 
lo viví en la calle, ni siquiera en un ba­
rrio. Vivía encerrado en lo que podía 
ser la cárcel de contraventores o el se­
minario que, en esa época, mucha dife­
rencia no había en algunas cosas... El 
poco tiempo de gobierno peronista que 
viví entre el 45 y agosto del 47 lo viví 
aisladamente; el auge y la euforia no lo 
viví. Cuando llegué en el 52 acababa de 
morir Evita, hacía dos meses.
Entonces el 55 fue para mí las dos 
caras de la moneda y, a partir de ahí, a 
nivel de Iglesia seguí luchando por esa 
íhtimaconvicciónque tenía, de ser obre­
ro, trabajar; no podía porque no me de­
jaban. La Iglesia era muy verticalista, 
muy autoritaria, era mucho más en esa 
época, creo que han cambiado bastan­
tes cosas; no se podía ni soñar estar en 
la Iglesia y hacer lo que quería en algu­
nas cosas; fundamentalmente en esto 
que tocaba la relación con la sociedad 
directamente. En la Argentina no había 
ningún obispo que trabajara. Yo empe­
cé a vivir la problemática de la vida 
obrera medio clandestinamente duran­
te varios años, después lo pude oficiali­
zar. A nivel local podía hacer algunas 
cosas sin levantar mucho la perdiz, y 
empecé a trabajar como albañil los fi­
nes de semana ayudando a la gente del 
barrio y, a partir de allí, adquirí el ofi­
cio. Llegó un momento que yo vivía de 
mi trabajo en el barrio—lo sabía toda la 
gente— en albafiilería, electricidad, y 
tenía para vivir.
P.B. La gente, ¿qué decía del cura 
que trabajaba como albañil?
M.R.: En Europa ya había sido su­
perado, pero en la Argentina todavía 
vestíamos de sotana. Yo dejo la sotana 
en la semana de la caída de Perón, vi­
víamos medio clandestinamente, nos 
habían allanado las parroquias que Pe­
rón mandó allanar. Empezamos a salir 
sin sotana, que era una innovación to­
tal, antes no recibíamos a nadie que no 
fuera sin uniforme. Yo andaba siempre 
con esa idea desde el 53, ¿cómo empie­
zo yo un nuevo tipo de vida y cómo 
pruebo frente a la gente como anda? 
Entonces un día visitando una familia 
de italianos, que me contaron que los fi­
nes de semana construían su casa y les 
dije que iba a ayudarles. Los taños me 
miraron, se rieron y dijeron «no padre, 
¿cómo va a hacer eso?» Y ni se imagi­
naron que les estaba hablando en serio 
y yo les estaba hablando en serio. Tan­
to es así que el domingo, con el acuer­
do de mi jefe, me fui y llego a media ma­
ñana con uniforme; ¡los tipos se querí­
an morir! Me acuerdo que cruzo un 
alambrado, me desabrocho el unifor­
me, lo cuelgo y empiezo: «¿qué tengo 
que hacer?». Al principio ni hablaban, 
a los diez minutos se acabó, se cambió 
el clima, todo el día lo pasamos magní­
ficamente bien, fui otras veces y se 
rompió una barrera que había que rom­
per, una vez rota se acabó, vieron que se 
podía y yo también... No sabía, la ver­
dad... Allí empecé, fui adquiriendo más 
práctica, luego creamos toda una orga­
nización de gente que íbamos sábados y 
domingos a construir viviendas, y lo hi­
cimos varios años. Simultáneamente se 
cruza que yo trabajo medio día en el ba­
rrio como albañil y cuandocuras hoy en 
día te dicen: «no, ¡a gente te pide...». Es 
mentira, es una mentira total que te pi­
32 Todo es Historia
de que estés en la Iglesia, que des misa 
y estés al servicio de ellos todo el día. 
Nunca te van a pedir nada... por ahí te 
pasás meses y años y no te piden nada; 
sí un grupito reducido de gente que te 
rodea y que se hace ilusiones... Pero to­
do eso es ficticio, estoy convencido. Mi 
experiencia no es de un día, son años: 
después viene lo de Goya. Yo trabajo 
como un medio de sustento, nunca me 
gustó vivir de limosna que era un poco 
la tesitura de los curas —y sigue sien­
do— tal vez un poco de orgullo perso­
nal. Llega un momento que por una 
coincidenciaoun mal entendido el obis­
po inedeja trabajar en unafábrica. ¡Per­
fecto! A la

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