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1 
LAS PARROQUIAS DE LOS PUEBLOS AZUCAREROS DE LA DIOCESIS 
DE TUCUMAN DURANTE LOS AÑOS TREINTA 
 
Publicado en Caretta Gabriela y Zacca Isabel (Comp.), Derroteros en la 
construcción de Religiosidades. Sujetos, instituciones y poder en Sudamérica, siglos 
XVII al XX. CEPIHA, UNSTA, CONICET, 2012, pp. 181-195 
 
 
Desde su asunción como Obispo en 1931, Agustín Barrere desplegó una serie de 
estrategias dirigidas a fortalecer la institución eclesiástica y profundizar su influencia en 
el conjunto de la sociedad. En el marco de este proyecto, el Obispo tucumano procuró el 
crecimiento parroquial en orden a expandir la estructura eclesiástica en el territorio 
provincial y se preocupó por imponer, a partir del II Sínodo Diocesano, un sentido de 
disciplina y orden entre el clero diocesano. Asimismo, los problemas económicos y 
sociales de la provincia constituyeron un tema de interés central en su prédica. Las 
preocupaciones que atravesaron su gestión estaban vinculadas a los conflictos que 
asediaban a la industria azucarera -principal actividad económica de la provincia-, las 
pujas entre el capital y el trabajo y el temor frente a una potencial difusión del “peligro 
comunista”. En este escenario, Barrere consideraba imperiosa la consolidación de los 
postulados del catolicismo entre la clase trabajadora como una forma de evitar que la 
influencia del comunismo y el socialismo, “ideas disolventes de la paz social”, ganaran 
arraigo entre este sector de la población. 
 El presente trabajo intenta analizar las estrategias dirigidas a catolizar la 
población de los ingenios azucareros desplegadas por la jerarquía eclesiástica durante el 
obispado de Agustín Barrere. En un contexto de crisis económica y conflictividad social 
creciente, tales jurisdicciones despertaron la preocupación del Obispo tucumano quien 
procuró establecer lazos con los empresarios azucareros que compartían su interés por 
conducir a los trabajadores en el “seguro camino del catolicismo”. En segundo lugar, el 
análisis avanza en la reflexión sobre la vida parroquial en los pueblos de ingenios y las 
percepciones que tenía la Iglesia católica de la religiosidad y las prácticas de los obreros 
azucareros. En este sentido, me interesa avanzar en el estudio de la dinámica de 
funcionamiento parroquial, del rol que ejercían los curas párrocos en estas jurisdicciones 
y, de este modo, vislumbrar las singularidades que imprimió la presencia de la industria 
azucarera en la Iglesia católica tucumana. 
 2 
 
1.- “Por la paz social”: la gestión pastoral de Agustín Barrere 
 
La crisis de 1930 impactó en la economía azucarera a través de la abrupta caída 
de los salarios reales de los trabajadores del sector y del consumo nacional de azúcar, 
agudizando los problemas que afectaban a la agroindustria local (Correa Deza, Campi, 
2010). La industria azucarera conformaba un mundo complejo integrado por distintos 
sectores cuyos intereses contrapuestos configuraban un escenario altamente conflictivo. 
En ese sentido, la producción tucumana se caracterizó por la presencia del sector 
cañero, conformado por campesinos propietarios o arrendatarios de extensiones 
variables de tierra que se dedicaban al cultivo de la caña de azúcar para luego venderla a 
los ingenios. Los problemas recurrentes por el precio de la materia prima, la puja de 
intereses entre los cañeros y los industriales y la persistente crisis de superproducción 
que caracterizó a la agroindustria desde los años ’20, convirtieron a la provincia en una 
suerte de “laboratorio social” donde, a través de la acción del Estado, se intentaron 
ensayar diversas respuestas para atenuar las tensiones y los enfrentamientos sectoriales 
(Bravo y Gutiérrez, 2009). 
En la escala más baja de la estructura productiva se ubicaban los obreros 
azucareros, actor heterogéneo que contemplaba una multiplicidad de niveles y 
ocupaciones que iba desde los peones del surco hasta los empleados jerárquicos de la 
fábrica
1
. Durante los años ´30, sus reclamos fueron escasamente contemplados en las 
concertaciones sectoriales y sus demandas tuvieron un peso menor en la política local, 
panorama que contribuyó a profundizar un escenario de pobreza alarmante en el que la 
explotación y coerción por parte de los patrones era moneda corriente (Ullivarri, 2008). 
Con la crisis que dio inicio a la década de 1930, el debate salarial y el clima de 
conflictividad ascendiente entre los sectores obreros ocuparon el centro de la escena
2
. 
En el marco de esta situación, el clima de efervescencia social abonaba la percepción 
del acecho de “ideas disolventes” como el comunismo y el “socialismo rojo” que 
nutrían una caracterización deslegitimadora de las incipientes organizaciones obreras, 
 
1
 El mundo del trabajo en la industria azucarera se caracterizaba por su complejidad y heterogeneidad: en 
un radio reducido convivían propietarios, empleados jerárquicos, obreros calificados, obreros de fábrica, 
peones, trabajadores del surco, etc. Una escala de jerarquías muy compleja donde los propios trabajadores 
se dividían según su pertenencia étnica, calificación laboral o condición de “permanentes” y 
“transitorios”. (Campi, 1999). 
2
 Sobre la situación de la industria azucarera en los primeros años de la década del treinta ver Campi y 
Kindgard, 2002; Parra, 2007, Correa Deza y Campi, 2010. Sobre la situación de los sectores trabajadores 
del azúcar: Ullivarri, 2008. 
 3 
cuyas acciones eran interpretadas como fruto de la infiltración de “agitadores 
profesionales”
3
. 
Tal era el clima político y social al producirse la asunción de Barrere al frente de 
la diócesis de Tucumán en 1930. Desde el momento en que se hizo cargo de sus 
funciones, el Obispo siguió con atención los vaivenes de la agroindustria local: dedicó 
su primera carta pastoral a reflexionar sobre los problemas que la acuciaban, sentando 
de ese modo los lineamientos de la Iglesia en torno a la “cuestión social”. Asimismo, en 
sus primeros escritos ya aparecía enunciado “el peligro comunista” como una amenaza 
inminente que podía diseminarse entre la población obrera, sector factible de cautivar 
por esa “falsa ideología”
4
. 
 De acuerdo a este diagnóstico, las estrategias del nuevo Obispo estuvieron 
dirigidas a fortalecer la institución eclesiástica con miras a consolidar la “catolización 
de la sociedad” como un “seguro camino de paz social”. Desde la perspectiva de 
Barrere, la fortaleza de la Iglesia residía en su crecimiento institucional: debía 
aumentarse la cantidad de parroquias, curas y recursos materiales. En primera instancia, 
la Iglesia local debía estar bien establecida, ordenada, y sus miembros debían asimilar y 
respetar las jerarquías de la institución
5
. En consecuencia, a través de la promulgación 
del II Sínodo Diocesano en 1931 se impartieron las directivas que reglamentaban 
minuciosamente la forma de organización de la institución: sus alcances abarcaban 
desde las obligaciones referidas a la Curia eclesiástica y a los clérigos seculares y 
regulares hasta las costumbres de los fieles católicos
6
. 
 Paralelamente, el Obispo procuró el crecimiento parroquial con el fin de 
expandir la estructura eclesiástica en el territorio provincial. En efecto, Barrere otorgó 
un lugar privilegiado a la parroquia como célula básica para asegurar la presencia de la 
Iglesia dentro de la sociedad. Esto lo llevaba a afirmar en 1942 que “uno de nuestros 
logros es haber subrayado gráficamente entre propios y extraños el papel insustituible 
 
3
 Hasta los años treinta las estructuras organizacionales de los obreros azucareros habían sido débiles y se 
caracterizaron por su intermitencia. No obstante, desde mediados de la década de 1930, comenzaron a 
conformarse entidades sindicales más estables y no estrictamente asociadas a lairrupción de un conflicto. 
(Ullivarri, 2008). 
4
 Archivo del Arzobispado de Tucumán (en adelante AAT), “Carta pastoral del Excmo. Sr. Obispo 
Diocesano” en Boletín Oficial de la Diócesis de Tucumán (en adelante BODT), 3.8.1930. Ver también 
“Carta Circular sobre la solución de un pleito sindical por la Sagrada Congregación del Concilio”, BODT, 
5.1.1930. 
5
 Resulta importante señalar que Barrere se formó bajo los parámetros de la disciplina vaticana a lo largo 
de sus siete años de estudio en la Universidad Gregoriana, donde se graduó con el doble título de Dr. en 
Filosofía y Teología en 1891. 
6
 Segundo Sínodo Diocesano de Tucumán. Escuela tipográfica del Colegio Salesiano Tulio García 
Fernández, 1931. El Sínodo se celebró en la iglesia catedral entre los días 14 y 18 de abril de 1931. 
 4 
de la parroquia, centro de la organización actual de la Iglesia en orden a la vida cristiana 
y por ende a la salvación de las almas”
7
. La evolución cuantitativa de las parroquias era 
un indicador de la influencia concreta de la institución eclesiástica en la sociedad, por lo 
que los esfuerzos estuvieron dirigidos a aumentar su número y a moralizar a las 
poblaciones más proclives a caer en “desgracia”, es decir, los trabajadores del azúcar. 
 Los industriales azucareros también reflejaron una preocupación creciente por 
las condiciones de vida de los obreros, preocupación que derivó en obras de asistencia y 
acción benefactora en sus ingenios a través de labores educativas, sanitarias, fomento 
del deporte y del culto católico. Entre ellos despuntaba el ejemplo del industrial Alfredo 
Guzmán, quien representaba el modelo de “buen patrón católico” y de “benefactor” de 
la Iglesia cuya “vida ejemplar” el Obispo destacó en muchas oportunidades
8
. En un 
sentido similar debe observarse el caso del ingenio San Pablo, cuyas autoridades 
consideraron desde los años ´20 a la asistencia social de sus trabajadores como un 
elemento positivo, noción forjada al calor del pensamiento social cristiano. 
Aunque algunos ingenios ofrecieron servicios como viviendas, visitas médicas, 
seguro de trabajo y algún tipo de jubilación, sus propietarios no aceptaban que estas 
mejoras fueran respaldadas por una legislación de cumplimiento obligatorio. Sólo 
admitían los servicios sociales a título de concesiones, manifestación de un 
paternalismo asistencialista que se había convertido en un rasgo común desde los 
orígenes de la industria azucarera, asociado en muchos casos a la Doctrina Social de la 
Iglesia suscripta por algunos empresarios azucareros (Landaburu, 2008). Desde esta 
perspectiva, los industriales habían acumulado experiencia en proporcionar respuestas a 
la cuestión social en clave católica a partir de la fundación de Círculos de obreros y la 
formación de asociaciones de carácter mutualista. Como ha sido señalado, este 
acercamiento a la clase trabajadora intentaba encauzar a los obreros en el camino del 
catolicismo como una forma de contrarrestar la difusión de las ideas socialistas. 
La preocupación de Barrere por difundir los postulados sociales del catolicismo 
entre la población obrera de la provincia lo llevó a vincularse con los empresarios 
azucareros, quienes aceptaron costear la construcción de nuevos templos y sustentar 
económicamente a los curas párrocos. Subyacía en el acuerdo entablado entre Barrere y 
 
7
 AAT, “La Acción Católica en nuestro país: saldo de su primer decenio” en BODT, 23 de mayo de 1942. 
8
 El industrial azucarero Alfredo Guzmán fue uno de los principales “benefactores” de la Iglesia católica 
local. Entre las obras que costeó se cuentan la construcción de la actual Iglesia de Nuestra Señora de la 
Merced, la Sala Cuna (fundada en 1904), el Colegio Guillermina (1937), el hogar San José para ancianos 
(1942) y el hogar San Roque para ancianas (1945). Asimismo, pagaba los estudios de los seminaristas 
menores cuyas familias no podían costearlos. 
 5 
los empresarios un mismo ideario: el de catolizar a los obreros con el fin de 
contrarrestar la influencia del comunismo y el socialismo. 
 
2.- Las parroquias: centros para la “cura de almas” 
 
 A.- Los aportes de los industriales azucareros al desarrollo de la red 
parroquial 
 
El entramado parroquial de la diócesis de Tucumán conformaba un conjunto 
heterogéneo que englobaba parroquias muy dispares en cuanto a extensión, cantidad de 
población, perfil socioeconómico, etc. Al asumir Barrere en 1931, existían en la diócesis 
19 parroquias, de las cuales sólo 4 estaban ubicadas en San Miguel de Tucumán. En el 
marco de tales jurisdicciones, el cuidado pastoral de la comunidad de fieles se ejercía a 
través de la administración de sacramentos y de la acción espiritual general ejercida por 
los curas (Gregorio de Tejada, 1993:299). 
La iniciativa de crear una parroquia -a partir de la subdivisión de las existentes- 
o de edificar nuevos templos podía surgir de la decisión del Obispo o de un pedido 
específico de la población. En ese caso, debían contemplarse distintas variables: la 
disponibilidad de recursos materiales, casi siempre obtenidos de la colaboración de los 
fieles (comisiones pro templo) o de aportes del gobierno provincial o nacional, y la 
existencia de sacerdotes que los administren. Asimismo, debía tenerse en cuenta si la 
población de la jurisdicción había aumentado y si tenía un nivel adquisitivo suficiente 
para hacer los aportes correspondientes al mantenimiento de la nueva parroquia y de sus 
curas. Este último aspecto era de importancia central ya que las rentas con las que 
vivían los párrocos procedían principalmente de los derechos de estola por la 
administración de sacramentos o servicios litúrgicos -que se regulaban a partir de un 
canon arancelario diocesano- y de alguna contribución especial de los fieles. En virtud 
de lo expuesto, no sorprende que el entramado de parroquias variara entre parroquias 
ricas y codiciadas y parroquias pobres. 
Entre las parroquias más codiciadas por los curas párrocos figuraban las que 
estaban bajo la zona de influencia de algún ingenio azucarero. En gran medida, los 
empresarios colaboraron con la expansión de la red parroquial de la diócesis. Los curas 
que lograban poseer estos “beneficios eclesiásticos” que eran las parroquias de ingenios 
gozaban de un sueldo pagado por los industriales, ofrecían sus servicios religiosos en 
iglesias “de material” bien construidas y con los ornamentos reglamentarios -también 
 6 
provistos por el establecimiento fabril- y disfrutaban de la vida social que transcurría en 
los chalets de quienes conformaban la elite económica y social de la provincia. La 
parroquia era el centro de atracción y control de la feligresía y junto a la fábrica 
impulsaban la vida asociativa del pueblo (Centurión, 2000). 
 Tal realidad distaba mucho de las penurias que pasaban, por ejemplo, los curas 
de las parroquias de los departamentos de Trancas, Graneros, Leales y Burruyacu. Se 
trataba de parroquias alejadas y con escasos recursos, cuyos curas párrocos 
interpretaban su estadía en las mismas como una especie de “castigo” eclesiástico. Estos 
departamentos se caracterizaban por su gran extensión y su escasa densidad 
demográfica: los cuatro representaban un 50% de la superficie provincial y reunían sólo 
el 14% de la población. Estos distritos carecían de centros urbanos y establecimientos 
azucareros, a excepción del ingenio Leales ubicado en el departamento homónimo
9
. 
Eran parroquias de “curas gitanos” donde la vida del sacerdote transcurría en las 
misiones que se llevaban a cabo con el objeto de recorrer todo el territorio para entrar en 
contacto con las pequeñas poblaciones diseminadas
10
. Los curas no sólo vivían en 
déficit sino que habitaban en templos muy precarios en los que no se hacía ningún tipo 
de mantenimiento. Algunas de estas parroquias, junto con sus capillas,obtenían un 
subsidio provincial que constituía la base de los ingresos parroquiales. 
 Consciente de este panorama, Barrere se valió de la colaboración de algunos 
empresarios azucareros para extender la red parroquial responsabilizándolos de la 
congrua, es decir, el sustento de las nuevas parroquias y de sus curas. Durante su 
gestión se erigieron las parroquias de Río Seco, Los Ralos, Santa Ana, Aguilares, Bella 
Vista y, al cabo de su muerte, las de San Pablo y Santa Lucía
11
. A continuación 
exploraremos el proceso a través del cual se erigieron las cuatro parroquias fundadas a 
lo largo de la década de 1930: parroquia Inmaculada Concepción de Rio Seco en 1931, 
San Antonio de Padua de Los Ralos en 1932, parroquia de Santa Ana en 1934 y 
finalmente Nuestra Señora del Carmen de Aguilares en 1939
12
. 
 
9
 Un análisis de estas circunscripciones y su influencia en las instancias electorales en Lichtmajer, 2007. 
10
 Testimonio del párroco de Burruyacu. Archivo de Acción Católica Tucumana, Carpeta con 
correspondencia de parroquias y Juntas Parroquiales, Carta del padre Gomez Aragón a la Junta Diocesana 
de Acción Católica, 20 mayo de 1943. 
11
 En total, durante el obispado de Barrere se erigieron 11 parroquias, entre ellas 4 en la ciudad capital. 
12
 Cabe destacar que los empresarios azucareros también participaron en el proceso de erección de las 
parroquias de Bella Vista (1945), San Pablo (1954) y Santa Lucía (1954) pero no son abordadas en este 
trabajo ya que forman parte de un proceso posterior. Tales parroquias fueron erigidas en las capillas de 
estos ingenios que ya existían previamente. En el caso de la capilla de Santa Lucía, ésta fue erigida en 
1937 a partir de la colaboración de los dueños del ingenio homónimo. 
 7 
 En general, muchos de los ingenios de la provincia tenían en sus inmediaciones 
una capilla donde se ofrecían los servicios religiosos a la población. Hasta el ingenio La 
Corona disponía de estos servicios más allá de su estigma de “ingenio protestante y 
anticatólico”
13
. Sin embargo, las diferencias entre una capilla y una parroquia eran 
sustanciales: al designar a una iglesia en calidad de parroquia se aseguraba la atención 
de un sacerdote de forma permanente con todas las prerrogativas necesarias para 
impartir sacramentos, celebrar misa en días festivos y organizar las asociaciones de 
laicos. 
A través de la correspondencia de Barrere con los dueños y administradores de 
los ingenios es posible dar cuenta de los intereses que subyacían a las negociaciones 
entre ambos actores, de qué forma se establecieron las contribuciones y cuáles eran los 
límites de la intervención del Obispo en estas jurisdicciones. 
En el caso de la parroquia de Santa Ana, erigida en 1934 en los alrededores del 
ingenio homónimo, Barrere solicitó a Clemente Zavaleta, Director del Banco de la 
Nación -entidad propietaria del ingenio- la donación al obispado de un terreno de dos 
hectáreas sobre una calle principal para que la edificación del nuevo templo -también a 
cargo del Banco- sea de fácil acceso para la población. Según Barrere, el Sr. Zavaleta 
era “conocido por su sentimiento cristiano y su amor al terruño” y comprendería la 
urgencia de erigir la parroquia, caso contrario “bien pronto se verá a toda esa gente 
trabajadora de los ingenios pasar al socialismo más rojo con todos los trastornos 
sociales y ruinas que ha de acarrear al país” y agregaba: 
“tratándose de centros industriales y obreros, como es el ingenio 
Santa Ana, de densa población trabajadora, no puede negarse que 
por sus mismas condiciones de vida son campo propicio para la 
siembra de ideas disolventes como lo son también para la buena 
semilla. Un vicario cooperador no tendrá las facultades que 
necesita para la cura de almas, necesitan una parroquia ahí”
14
. 
 
13
 Archivo de la Diócesis de Concepción (en adelante ADC), Carpeta Parroquia de Concepción, Carta del 
cura párroco a Barrere, 15 abril de 1939. En efecto el ingenio La Corona era propiedad de David 
Methven, protestante, quien la incorporó como sociedad anónima en sociedad con sus hijos, formando la 
compañía azucarera argentina. El ingenio funcionó por años en la villa de concepción. (Schleh, 1944). 
14
 ADC, Carpeta Parroquia de Santa Ana, Carta de Barrere a Clemente Zavaleta, 30 diciembre de 1933. 
 8 
Hasta tanto la nueva iglesia fuese edificada en el terreno donado por el Banco, la 
parroquia tuvo su sede en la capilla del ingenio
15
. Por su parte, el arrendatario del 
establecimiento fabril pagaba un sueldo de 150 pesos mensuales al cura párroco, tal 
como habían acordado previamente con Barrere
16
. El Obispo arregló con el directorio 
del Banco las dimensiones y los detalles de la iglesia parroquial, cuyos planos y 
presupuesto fueron diseñados por el equipo de arquitectura de la institución bancaria. 
Finalmente, el Banco autorizó las partidas para la construcción del templo a principios 
de los años ´40, en el marco del “plan orgánico de asistencia social” diseñado por el 
entonces administrador del ingenio, José Padilla. Tal proyecto contempló la 
construcción de un hospital que estuvo a cargo de una comunidad de religiosas provista 
por el Obispo, un estadio de deportes y la reorganización del club de obreros del ingenio 
que ofreció a sus asociados “ventajas y mutualidad”. Una vez más Barrere resaltaba que 
estas obras eran necesarias para dar “la paz social al medio con el equilibrio económico 
que se propende [ya que] el centro industrial necesita escaparse de todo principio 
subversivo”
17
. 
Esta breve descripción del caso de Santa Ana sirve de ejemplo para ilustrar los 
postulados que animaron a Barrere a solicitar de los ingenios el apoyo financiero para 
erigir las nuevas parroquias en esas jurisdicciones. En un contexto de crisis económica, 
la necesidad de consolidar a la Iglesia y al catolicismo entre las poblaciones obreras 
frente al temor de una posible influencia de “ideas disolventes” era un postulado 
compartido por los empresarios. Hacia fines de los años ´30 el Obispo tucumano podía 
complacerse ya que “son 10 los ingenios que han edificado iglesias y tengo la promesa 
de otros que lo van a realizar” en tanto habían comprendido la obligación que tenían 
respecto de la vida moral y religiosa de sus empleados y obreros
18
. 
En realidad, la experiencia de Santa Ana y la facilidad con la que el Obispo 
obtuvo la donación de un terreno ubicado en una zona privilegiada junto con la 
construcción de la nueva iglesia (con las escrituras en propiedad del Obispado) no 
 
15
 De esta forma, con el traslado de la parroquia fuera del complejo fabril Barrere también evitaba la 
dependencia directa del ingenio ya que temía futuras dificultades en el caso de que, “por bueno y cristiano 
que fuere”, apareciera un comprador eventual de la fábrica. 
16
 Los sueldos que pagaban los empresarios azucareros variaban entre 100 y 150 pesos. ADC, Carpetas 
de las Parroquias de Concepción, Aguilares, Río Seco, Santa Ana, Santa Lucía y San Pablo. 
17
 ADC, Carpeta Parroquia Santa Ana, carta del directorio del Banco a Barrere, 15 de junio de 1942 y 
Carta de Barrere al presidente Ramón Castillo agradeciéndole lo que hacía el Banco de la Nación en el 
ingenio, Noviembre de 1942. 
18
 ADC, Carpeta Parroquia Santa Ana, Carta de Barrere al Presidente del Directorio del Banco de la 
Nación, Dr. Jorge Santamarina, 21 octubre de 1937. 
 9 
resulta un ejemplo que pueda generalizarse
19
. En los casos de las parroquias de Rio 
Seco y Los Ralos el problema de la donación del terreno y las escrituras de la propiedad 
de la iglesia conllevó arduas negociaciones. La “Sociedad Anónima Córdoba del 
Tucumán” propietaria del ingenio La Providencia se hizo cargo de la construcción de laiglesia de Rio Seco y de la casa parroquial, ofreciendo también una mensualidad al cura. 
La compañía realizó la obra en calidad de “donación” y escrituraron la propiedad a 
nombre del Obispado. Sin embargo, a pesar de las gestiones realizadas por Barrere, la 
iglesia y casa parroquial construidas por la firma Avellaneda y Terán quedaron como 
propiedad del ingenio Los Ralos. 
 Aunque era incentivado por el Obispo, el rol activo de los industriales en este 
proceso generaba algunas rispideces. En ese sentido, al hacerse cargo de los sueldos los 
dueños de ingenios podían atribuirse el derecho de elegir qué sacerdote asumiría al 
frente de su iglesia, una designación que teóricamente correspondía a Barrere. Aunque 
fue evidente que el Obispo y los empresarios no siempre coincidieron en esta instancia, 
sus discrepancias podían zanjarse por vías diferentes: hubo casos en que el Obispo 
sostuvo una serie de entrevistas con los industriales para “acordar” la designación del 
párroco y otros en los que Barrere, en calidad de “sugerencia”, proponía algunos 
nombres de posibles párrocos y los patrones decidían en última instancia
20
. Por otro 
lado, los industriales se resguardaban el derecho de restringir su colaboración en el 
momento en que lo consideraran oportuno. Ciertamente, las contribuciones eran 
resultado de la “buena voluntad” de los patrones, más allá que el Obispo recalcara 
siempre el sentido de “obligación” que tales aportes implicaban. Así lo dejó en claro el 
dueño del ingenio Aguilares, Simón Padrós, cuando ante el pedido de Barrere de una 
suba de sueldo al cura párroco le contestó afirmativamente al tiempo que le recordaba 
 
19
 Cabe señalar que la situación de Santa Ana se destacaba por poseer una “capacidad financiera que 
supera ampliamente la de otras empresas” ya que pertenecía al Banco de la Nación. ADC, Carpeta con 
documentación de la Parroquia Santa Ana, Carta de Barrere a Jorge Santamarina, presidente del directorio 
del banco, 21 de octubre de 1937. En realidad, no todos los ingenios eran como el Santa Ana desde el 
punto de vista de la planificación de sus asentamientos. Se trataba de un gran complejo industrial cuya 
población trabajadora se asentaba en sus inmediaciones conformando un poblamiento apartado de los 
otros centros de población. Las características excepcionales del Santa Ana en Paterlini de Koch, 1987. 
20
 Tal fue el caso que se dio en la parroquia de Rio Seco con los dueños del Ingenio La Providencia, 
después de una serie de reuniones que sostuvo el Obispo con el gerente, el directorio del ingenio envió 
una carta a Barrere aprobando la designación de Francisco Scrocchi al frente de la parroquia. ADC, 
Carpeta Parroquia de Río Seco, 26 marzo de 1931. 
 10 
que se reservaban el “derecho de suprimir parcial o totalmente en cualquier momento la 
ayuda que vienen prestando a favor del culto”
21
. 
 Las contribuciones a la difusión del catolicismo en los ingenios podían provenir 
de aportes directos para el sostenimiento del culto o de las gestiones que hacían los 
industriales que, desde sus cargos políticos, tramitaban subsidios estatales a favor de la 
Iglesia
22
. Tal fue el caso de la parroquia de Monteros, donde gracias a la representación 
parlamentaria de Juan Simón Padrós y la intervención de Ernesto Padilla, fueron 
asignados para la reconstrucción del templo un subsidio provincial de 15.000 pesos y 
uno del gobierno nacional de 40.000. Asimismo, desde hacía unos años la parroquia 
contaba con un subsidio mensual de 1.300 pesos de la Municipalidad
23
. 
 En síntesis, a lo largo de los años treinta la Iglesia intensificó las gestiones en 
dirección a expandir la red parroquial de la diócesis, como parte de un proceso de 
consolidación institucional. Barrere estableció vínculos con los industriales azucareros 
para asegurar la atención religiosa a los trabajadores de los establecimientos fabriles y, 
de esta forma, garantizar un “camino de paz social”. Desde esta perspectiva, la 
promoción del culto católico iba de la mano del desarrollo de obras sociales que 
fomentaban el asociacionismo y la recreación “sana”, instancias que propendían a 
“civilizar” y “moralizar” a los sectores trabajadores. Por entonces, los ejemplos 
destacados por la Iglesia fueron los ingenios Concepción y San Pablo, establecimientos 
que, desde la perspectiva del Obispo, brindaban la atención religiosa y moral que la 
población requería. Asimismo, la administración del ingenio Santa Ana aspiraba a 
convertirse en un ejemplo elocuente del catolicismo social tal como lo predicaba la 
Iglesia. 
 Ahora bien, estas observaciones nos permiten avanzar en otro orden de 
consideraciones: el rol de las parroquias de los pueblos azucareros y de sus curas 
párrocos. En los últimos años, la historiografía sobre la Iglesia católica en Argentina 
comenzó a incorporar estudios que se focalizaron en la dinámica del funcionamiento 
 
21
 ADC, Carpeta Parroquia de Aguilares, Carta de Simón Padrós a Barrere, 9 de mayo de 1940. La 
parroquia se encontraba en el pueblo de Aguilares bajo la zona de influencia de los ingenios Santa 
Bárbara de la compañía azucarera Juan Manuel Terán y Aguilares de la Sociedad Simón Padrós y Cia. 
Ambos colaboraban con el sueldo del párroco. 
22
 En los casos analizados las “comisiones pro templo”, si bien existieron, no tuvieron un rol central como 
en otras parroquias. Por ejemplo en el caso de Santa Ana, el arrendatario junto con un cura enviado desde 
el obispado designaron una comisión formada por Señoras y niñas del pueblo. Esta comisión se 
encargaría de recolectar los fondos necesarios que permitirían ornamentar la capilla de forma 
correspondiente para que pueda ser elevada al rango de parroquia. 
23
 ADC, Carpeta Parroquia de Monteros. Juan Simón Padrós fue diputado nacional por el Partido 
Demócrata Nacional durante tres períodos de 1932 a 1943. 
 11 
parroquial, en el comportamiento de los curas párrocos y su vinculación con las 
feligresías
24
. En línea con estas preocupaciones, me interesa proyectar tal perspectiva al 
análisis de las parroquias de ingenios de la diócesis de Tucumán. Más allá de los 
intentos comunes de la jerarquía eclesiástica y de los industriales por fortalecer la 
parroquia como centro de moralización y disciplinamiento, cabe preguntarse por la 
figura de los párrocos. En definitiva, estos eran el nexo con las poblaciones en su 
calidad de mediadores y de transmisores de la religión. Paralelamente, eran los 
responsables de la vitalidad parroquial, del acercamiento de los fieles al templo, y del 
“éxito” de la difusión de los postulados del catolicismo. 
 
B.- Los curas párrocos: entre el Obispo y los fieles 
 
Como ha sido señalado, las parroquias de los pueblos azucareros figuraban entre 
las más codiciadas dado el sustento que le aseguraban las subvenciones de las fábricas y 
los aportes de los fieles. Sin embargo, ser cura párroco en estas jurisdicciones no era 
tarea fácil. 
Las parroquias se planteaban como un centro de atracción y control de la 
feligresía, tarea en la cual el rol de los párrocos era central: de su carisma y capacidad 
de gestión dependía el buen funcionamiento de la vida parroquial. Como observaremos 
a continuación para llevar a cabo sus estrategias y proyectar la catolización a través del 
ámbito parroquial, el Obispo buscó disciplinar a un clero cuyo comportamiento no se 
adaptaba del todo a la disciplina vaticana plasmada en el Sínodo Diocesano. 
Barrere aspiraba a un perfil de sacerdote más “profesional”, es decir que se 
diferenciara del resto de la población no solo por su vestimenta y por la tonsura sino por 
sus actitudes y comportamientos
25
. De esta forma, las disposiciones del Sínodo vinieron 
a llenar un vacío estatutario que sirvió de sustento a los llamados de atención y a lassanciones que el Obispo inició contra los sacerdotes díscolos. Sin embargo, desde la 
 
24
 María Elena Barral, 2007; Valentina Ayrolo, 2006; Diego Mauro, 2010; Miranda Lida, 2005, entre 
otros. Los estudios desarrollados en torno a la vida cotidiana, la cultura y la sociabilidad en los ingenios 
azucareros resultan escasos. Cabe destacar el artículo sugerente de Campi, 1999 y la tesis de Centurión, 
2000. 
25
 La reforma del clero formó parte del proceso más general de romanización en el que se vio inserta la 
Iglesia argentina desde fines del siglo XIX. Conjuntamente, el proyecto Vaticano comportaba el 
fortalecimiento de la parroquia como un espacio privilegiado de difusión de la doctrina católica, de 
institucionalización de las devociones populares y de formación del laicado. Como vimos, aspecto central 
de la gestión pastoral del Obispo Barrere. (Di Stefano y Zanatta 2000: 332). 
 12 
perspectiva del clero la situación era más compleja: si bien los sacerdotes que ejercían el 
ministerio parroquial le debían obediencia al Obispo -la autoridad máxima de la 
Diócesis- también debían equilibrar su gestión entre las directivas del Obispado y las 
reglas que les imponía la propia dinámica de funcionamiento de la parroquia. Los 
párrocos se encontraban en el difícil lugar intermedio entre la jerarquía y los fieles. 
Un repaso por las “circulares confidenciales” enviadas a los párrocos y las 
sanciones que dispuso Barrere a lo largo de su gestión dan cuenta de la mayor o menor 
flexibilidad con la que el Obispo intervino en la conducta de los curas. El mayor 
problema radicaba en que numerosos párrocos se “extralimitaban” de sus funciones. Por 
lo general, los curas de parroquia no sólo actuaban como “administradores del culto” 
sino que se involucraban en la vida económica, social y política de la comunidad de las 
formas más variadas. Si bien esta situación no afectaba solamente a los curas de 
ingenio, los problemas parecían complicarse para ellos dada la complejidad de la vida 
parroquial en los pueblos azucareros y la heterogeneidad de los actores involucrados, 
motivo por el cual Barrere puso especial énfasis en disciplinar a los curas que ejercían 
funciones en estas jurisdicciones. 
El enfrentamiento entre cañeros e industriales se proyectaba de distintas formas 
en la vida de la Iglesia y sus aristas debieron ser tenidas en cuenta en el ejercicio del 
ministerio pastoral. En este sentido, resulta interesante seguir la historia del Pbro. 
Soldati, quien tuvo un itinerario frustrado como párroco
26
. 
Alberto Soldati se desempeñaba como vicario cooperador en la parroquia de 
Simoca, pueblo que lo vio nacer y crecer en el seno de una familia de pequeños 
propietarios cañeros. Sus padres, que no podían afrontar los gastos que implicaban los 
estudios de su hijo, consideraron oportuno enviarlo al seminario menor de la diócesis 
donde Soldati obtuvo una beca de estudios. Una vez presbiterado volvió a su pueblo 
natal como vicario cooperador de la parroquia de Simoca. Sin embargo, en poco tiempo 
el cura se vio tironeado entre la observancia de las reglas de la Iglesia y su 
identificación con la causa cañera. Soldati había recibido por años una formación como 
sacerdote en el seminario mayor de Catamarca, pero embebido de una tradición familiar 
de propietarios cañeros, pronto se vio involucrado en la defensa de los intereses de los 
agricultores de la zona. Aún más, el vicario cooperador no sólo desafiaba el poder de los 
industriales, sino también el del gobierno. En 1938, junto con el párroco de Concepción, 
 
26
 AAT, Legajo Alberto Soldati. 
 13 
celebraron una misa en conmemoración a los cañeros reprimidos por la policía en 
Gastona en 1932. Según el Fiscal eclesiástico de la diócesis, César Padilla, se trataba de 
una “conmemoración en carácter de protesta contra la actitud del gobierno de entonces 
y en contra de la policía”. Pero Soldati recibió un llamado de atención especial por su 
compromiso en la “defensa de una agremiación de cañeros”, lo que según Padilla 
también “revestía un carácter político”
27
. Las amonestaciones implementadas a Soldati 
se debieron a su participación en un mitín organizado por la Unión Agraria Provincial 
en la plaza Mitre de Concepción. 
Lo interesante es el desenlace de esta historia: cansado de las presiones y los 
llamados de atención del Obispo, pero sobre todo de su imposibilidad de acceder a las 
parroquias de ingenio dada su condición de hijo de cañeros, Soldati decidió postularse 
para ser capellán del Ejército y de ese modo asegurarse el sustento. Así lo explicaba el 
propio sacerdote: 
“Considerando que mi anterior participación en el movimiento 
cañero, para mí justo y razonable en sus exigencias, me coloca en 
situación difícil y obstaculiza el ejercicio en el apostolado 
sacerdotal, pues, en las parroquias subvencionadas por las 
fábricas azucareras no resultaría persona grata y en las otras, los 
dirigentes agrarios, validos de que mi familia tiene fundos con 
cañaverales, trataría de arrastrarme tras ellos sin comprender los 
superiores intereses de orden sobrenatural que me imposibilitan 
acompañarlos para evitar que el ejercicio de mi ministerio se 
torne ineficaz; agregando que no sería raro piensen que intereses 
materiales y mezquinos han provocado mi cambio de opinión y 
alejamiento, lo que podría originar intencionadas calumnias que 
perjudiquen a la religión; pienso y creo que la mejor forma de 
obviar estas dificultades es ingresar al Ejército para trabajar entre 
los soldados, procurando el mayor bien de las almas y servir 
mejor a la Santa Iglesia”
28
. 
 
27
 ADC, Carpeta Parroquia de Concepción, Carta del secretario del Obispado al párroco interino de 
Concepción, 14 junio de 1938 y carta al Vicario Cooperador de Simoca, 14 junio 1938. A pesar de las 
amonestaciones, el cura Soldati siguió comprometido en la defensa de los cañeros. En 1939 fue uno de los 
principales oradores, en calidad de “miembro” de la seccional de cañeros de Simoca, en el acto 
organizado en Monteros bajo el patrocinio del Centro Cañero de Tucumán y de la Unión Agraria 
provincial. Diario La Nación, “Una concentración de cañeros hubo ayer en Tucumán”, 29 abril 1939. 
28
 AAT, Legajo Alberto Soldati, carta a Mons. Barrere, 5 de abril de 1942. 
 14 
 
No sirvieron de nada las cartas que envió su padre a Barrere rogando que 
comprenda la “situación particular” en la que se encontraba su hijo: 
“Yo le ruego a Ud. de su regreso, pero también espero la mejoría 
en su posición, que no sea ayudante ni que sea destinado en 
lugares desiertos que por el mero hecho de que tenga un poco de 
caña de azúcar y que sea amigo de dirigentes cañeros, sea 
destinado en zona que no haya caña, que para su actuación en 
donde estubo (sic); y por las simpatías que se consiguió en todo 
en donde estubo, le ruego, Sr. Obispo lo tenga en consideración 
de favorecerle un buen puesto en Tucumán”29. 
 
Evidentemente, las perspectivas de Soldati como párroco en la diócesis de 
Tucumán no eran muy favorables: en las iglesias subvencionadas por las fábricas 
azucareras (las “mas codiciadas”) nunca sería bienvenido, en las zonas ajenas al cultivo 
de la caña viviría una existencia pobre, casi como un “castigo eclesiástico”, y en los 
pueblos donde el movimiento cañero era importante, como en Simoca, su rol 
demandaba un compromiso político con la defensa de los agricultores. Y durante la 
gestión de Barrere, quien puso especial énfasis en controlar cada vez más los 
comportamientos que vincularon al clero con aspectos “políticos”, era muy difícil que 
un sacerdote como Soldati pudiera desempeñarse sin problemas en la diócesis. 
En ese sentido, el capítulo del Sínodo dedicado a la conducta del clero prohibía 
terminantementela participación en política. Los sacerdotes se veían obligados a 
“mantenerse fuera y por encima de todos los partidos, condición imprescindible para el 
éxito de su ministerio”, y debían mantener una relación de “paz y armonía” con las 
autoridades civiles, siendo “condescendientes en todo lo que no afecte a las leyes de la 
Iglesia y el decoro sacerdotal”
30
. No obstante, el oficio de misas que se vinculaban a 
algún “pedido político” resultaba una práctica extendida entre los curas párrocos. Pero 
mientras estas celebraciones tendían a conservar la paz y la armonía y no implicaban 
desafíos a las autoridades políticas o patronales, el Obispo no las reprendía. Por el 
contrario, cuando los curas se involucraban en la defensa y la reivindicación de algún 
 
29
 AAT, Legajo Alberto Soldati, Carta de Enrique Soldati a Barrere, 5 septiembre de 1941. 
30
 “Del Clero y las Autoridades y leyes civiles”, Segundo Sínodo Diocesano de Tucumán. Escuela 
tipográfica del Colegio Salesiano Tulio García Fernández, 1931. 
 15 
sector que implicara el cuestionamiento al statu quo, entonces se activaban los 
mecanismos de disciplinamiento como las sanciones eclesiásticas. 
¿Qué significaba entonces ser un “buen párroco” en los pueblos azucareros? 
¿Cómo era concebido este rol desde la perspectiva de la población parroquial, más allá 
de las pautas impuestas por el Obispo? 
A juzgar por la cantidad de cartas enviadas en favor de la permanencia del cura 
párroco de Santa Ana -ante la solicitud de traslado que hizo Barrere- podría pensarse 
que en su zona de influencia era considerado un “buen párroco”. El Pbro. Breppe había 
llevado adelante una ardua tarea entre la población del ingenio: era tesorero del club de 
obreros, organizó a la juventud y a la niñez a través de la fundación de una agrupación 
de Boy Scouts con su banda de música “muy reconocida”, estableció una biblioteca 
popular, gestionó la construcción de las canchas de deportes de la parroquia y organizó 
las ramas de Acción Católica y de la Juventud Obrera Católica
31
. Por esta razón se 
consideraba al cura párroco eficiente y preocupado por la población: era un sacerdote 
que entendía a su comunidad. 
El problema era que muchas de las conductas que convertían a los párrocos en 
figuras representativas y generaban el afecto de la población entraban en tensión con el 
modelo de sacerdote delineado por las disposiciones del Sínodo. Por ejemplo, el rol de 
los curas en las asociaciones de laicos fue un aspecto que no dejó de ser fuente de 
tensiones. Comúnmente, las funciones de los párrocos eran requeridas en las 
Comisiones Directivas de los clubes de obreros del ingenio o de alguna otra asociación, 
ya que su figura simbolizaba la transparencia y comportaba la confianza de todos. 
Basado en el Sínodo, Barrere prohibió explícitamente este tipo de participación y obligó 
a renunciar a todos los que estaban involucrados en algún cargo directivo. Ni siquiera la 
intervención de los industriales logró convencer al Obispo de que se trataba de un rol 
que era necesario preservar
32
. Asimismo, Barrere llamó recurrentemente la atención de 
los curas que participaban de las fiestas y bailes populares, que “jugaban cartas” y 
tomaban alcohol, que asistían a espectáculos públicos, que no dormían en la casa 
parroquial, que comían en confiterías, que andaban en bicicleta, etc
33
. En definitiva, lo 
 
31
 ADC, Carpeta Parroquia de Santa Ana, 13 agosto 1946. 
32
 ADC, Carpeta Parroquia Santa Ana, cartas enviadas al obispado, diciembre 1941. 
33
 AAT, Carpeta con Circulares al Clero Secular y Regular y Comunidades Religiosas 1930-1952. El 
Sínodo hacía referencia explícitamente a la obligación que tenían los párrocos de residir en la casa 
parroquial y no ausentarse sin la debida autorización del Obispo diocesano. En el Capítulo V del Sínodo 
titulado “De Los Párrocos”, el artículo III hacía referencia a sus “derechos y obligaciones”. Asimismo se 
dedicó un punto a regular las “costumbres sociales” de los curas párrocos. En general, las disposiciones 
 16 
que buscaba el Obispo era transformar las costumbres y las formas que tenían los 
sacerdotes de establecer vínculos con la población parroquial. 
 En las antípodas de Breppe podría situarse al párroco de Río Seco, el Pbro. 
Scrocchi, quien se había ganado la enemistad de la mayor parte de sus fieles. Barrere 
recibió varias denuncias de habitantes de poblaciones que dependían de la parroquia, 
que se quejaban porque al cura no le importaban “los pobres” debido a que lo único que 
le interesaba era “la plata”. Aparentemente, el Pbro. Scrocchi era demasiado atento con 
los patrones del ingenio La Providencia y, según las denuncias, demasiado 
“complaciente con la gente distinguida”
34
. Scrocchi era el párroco que había elegido el 
directorio de la sociedad anónima Córdoba del Tucumán, propietaria del ingenio La 
Providencia y la que le pagaba el sueldo al cura. 
 En síntesis, lo que Barrere esperaba de los párrocos de la diócesis era que actúen 
de acuerdo a las disposiciones del Sínodo diocesano, lo que en términos generales 
significaba ser respetuosos de las autoridades establecidas, no “extralimitarse” de las 
funciones del ministerio parroquial, no involucrarse en actividades mundanas y sobre 
todo “vigilar las costumbres públicas”, es decir, que trabajaran por moralizar y 
disciplinar las costumbres de la población
35
. Este modelo de párroco entraba muchas 
veces en tensión con las expectativas que los feligreses depositaban en el cura párroco. 
Finalmente, resulta interesante reparar en la figura del párroco como vigilante y 
moralizador de las “costumbres públicas”. Barrere puso especial énfasis en este aspecto, 
ya que consideraba que “a causa de la ignorancia y malas costumbres que cunden en 
todas las clases sociales la fe se ha debilitado en muchos y los deberes y prácticas de la 
vida cristiana son cada vez mas descuidados”
36
. En este sentido, ¿qué es lo que 
preocupaba tanto a la Iglesia de los comportamientos de los parroquianos? No eran sólo 
las “ideas disolventes” que parecían diseminarse entre los obreros azucareros y que era 
necesario extirpar a través de la prédica de los curas, de la prensa católica y de la 
“sociabilidad sana”; sino otros problemas que eran comunes a todas las poblaciones de 
los ingenios: el alcoholismo, la criminalidad, la violencia, los bailes y fiestas populares 
 
sobre las conductas de los párrocos fueron reforzadas con decretos del Obispo donde especificaba las 
prohibiciones de andar en bicicleta, concurrir a espectáculos públicos, etc.: AAT, Carpeta con Decretos 
del Obispado 1930-1952. 
34
 ADC, Carpeta parroquia de Río Seco, Carta de un vecino de Villa Quinteros a Barrere, 11 julio 1943. 
35
 “Sobre las Costumbres Sociales”, Segundo Sínodo Diocesano de Tucumán. Escuela tipográfica del 
Colegio Salesiano Tulio García Fernández, 1931, pág. 34. 
36
 “Sobre la Predicación”, Segundo Sínodo Diocesano de Tucumán. Escuela tipográfica del Colegio 
Salesiano Tulio García Fernández, 1931, pág. 38. 
 17 
y las conductas sexuales
37
. El Sínodo disponía que los párrocos debían ser sumamente 
cuidadosos en el intento de moralizar a estas poblaciones evitando “reproches y 
actitudes que lastimen el amor propio y hagan contraproducentes o esterilicen sus 
piadosos empeños”
38
. Fue en este aspecto en el que Barrere se mostró mucho más 
flexible y permisivo. 
Por ejemplo, era muy difícil que los párrocos se negaran a participar de los 
festejos patronales y no podían evitar celebrar misa en esas ocasiones, más allá de los 
posibles desacuerdos con las conductas que incentivaban los días festivos. En efecto, el 
Obispo y loscuras toleraban estas fiestas y sus reprimendas no superaban algunas 
advertencias generales sobre los comportamientos adecuados que buscaban transmitirse 
a la población en el marco de la misa o a través del boletín parroquial. En este sentido, 
cabe traer a cuenta los problemas que se originaron ante la negativa del cura de la 
parroquia de San José (ubicada en la localidad de Juan Bautista Alberdi, departamento 
Rio Chico) de oficiar la misa de las fiestas patronales de Jesús Nazareno que tendrían 
lugar en Villa Belgrano el 20 de octubre de 1940. Al parecer, el enojo del cura radicaba 
en que “la policía no colabora evitando el despacho de bebidas y se arman unos 
beberajes y excesos terribles” lo que después ocasionaba la crítica feroz en los diarios. 
El problema era que esa fiesta, según el párroco, era una “mentira”, un festejo que tenía 
“capa religiosa” pero que ocultaba el negocio de “algunos que eligieron 
estratégicamente esa fecha ya que es el día siguiente a los pagos de los jornales de los 
ingenios azucareros”. El cura denunciaba que eran comerciantes inescrupulosos que 
explotaban a los obreros “sin dejarles ni un centavo”
39
. Desde el obispado le insistieron 
encarecidamente que se dirigiera igual a Villa Belgrano, oficie la misa y se vuelva 
inmediatamente sin participar de los festejos posteriores. Sin embargo, la negativa del 
cura se mantuvo sosteniendo el argumento de que la Iglesia no debería avalar ese tipo 
de festejos. 
 
Consideraciones Finales 
 
 A través del presente trabajo me propuse reflexionar sobre las estrategias 
desplegadas por la Iglesia católica tucumana con el fin de catolizar las poblaciones de 
 
37
 AAT, Visitas Ad Limina, 1931, 1939: “Capítulo XI: Sobre el pueblo fiel”. 
38
 Segundo Sínodo Diocesano, “Sobre las Costumbres Sociales”, artículo 137, pág. 34. 
39
 ADC, Carpeta Parroquia de Juan Bautista Alberdi, Carta del párroco Pedro Parra a Barrere, 14 octubre 
de 1940. 
 18 
las parroquias de los ingenios azucareros. Tal objetivo supuso, en primer lugar, 
referirme brevemente a las características generales de la gestión pastoral del obispo 
tucumano Agustín Barrere, cuyo eje principal radicaba en el fortalecimiento 
institucional de la Iglesia local a través de la ramificación de las estructuras eclesiásticas 
-promoviendo a la parroquia como la base de la organización diocesana-. La parroquia 
era concebida como el centro de atracción y control de la feligresía; era la célula básica 
para la difusión de los postulados del catolicismo y su cantidad era para Barrere un 
indicador de la influencia de la Iglesia en la sociedad. 
 El Obispo tucumano buscó que los industriales azucareros colaboraran con la 
expansión de las estructuras eclesiásticas y el sostenimiento financiero de las parroquias 
y sus sacerdotes. El compromiso de los empresarios con las aspiraciones de la Iglesia 
permitió la creación de nuevas parroquias que funcionaron al amparo de los 
establecimientos fabriles. El acuerdo que primó entre el Obispo y los industriales se 
basaba en el interés común por conducir a los trabajadores en el “seguro camino del 
catolicismo”, como una forma de contrarrestar la posible influencia del comunismo y el 
socialismo, considerados “ideas disolventes” de la paz social. De esta forma, la 
amenaza comunista fue para la Iglesia un elemento retórico efectivo sobre el que 
cimentó su alianza con los empresarios azucareros. El disciplinamiento y la 
moralización articularon un horizonte común que guió sus acciones conjuntas. 
Sin embargo, al cambiar de perspectiva y focalizarnos en la dinámica de la vida 
parroquial, estas preocupaciones parecían diluirse en un conjunto de variables más 
complejas, que concernían a los problemas que día a día surgían entre una población 
local heterogénea, donde el inconveniente de la amenaza comunista no era el único ni el 
principal. En ese sentido, a pesar de su carácter aproximativo, la exploración sobre el rol 
de los curas de parroquia de los pueblos azucareros que ensayamos en este trabajo pone 
de manifiesto que los intentos de disciplinamiento y moralización se encontraron con un 
mundo diverso desde el punto de vista social, político y cultural, en el que los intereses 
enfrentados de los distintos sectores que conformaban el espectro azucarero se 
proyectaban en las estrategias eclesiásticas y en la vida de la iglesia. 
Los curas párrocos, a quienes se les asignaba un rol central en el funcionamiento 
de la vida parroquial como “mediadores”, “impulsores de la religión” y “vigilantes de 
las costumbres públicas”, se desempeñaron en un escenario complejo. Si bien a través 
de las leyes sinodales Barrere procuró modelar un perfil de sacerdote cuyos 
comportamientos se encauzaran en la vía de la disciplina vaticana, esas pautas entraban 
 19 
en tensión con la forma en que los curas entablaban vínculos con las poblaciones 
locales. El rol propuesto por Barrere fue un modelo difícil de cumplir para los 
sacerdotes de estas jurisdicciones, donde el “equilibrio” que debían mantener en su 
carácter de párrocos se diluía a partir de las tensiones surgidas entre las directivas del 
Obispo, las reglas impuestas por los industriales y las expectativas de la población. 
 
 
 
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