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A  Nº ,  , ISSN - 
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[P, . -]
Leer la Revolución de Mayo…
RESUMEN:
En este trabajo se estudia las bibliotecas tardocoloniales, con el fi n de comprender 
cómo los revolucionarios –si lo eran– o el 
grupo más conspicuo, y el pueblo en general 
estaban habilitados para leer los acontecimien-
tos que estaban sucediendo ante sus propios 
ojos, y aceptaron la revolución en Buenos 
Aires, sin una violencia y muerte masivas. 
¿Cómo fue posible que un conocido fraile 
predicara en un sermón sólo unos años antes 
de la revolución que el Rey era la imagen 
viva de Dios, y que debía ser obedecido en 
conciencia (como lo venían haciendo sus 
antecesores desde 1600, y como se enseñaba 
en los catecismos que se vendían en las pul-
perías) citando a Richelieu, y poco después 
defendía la revolución y llamaba al Rey “trai-
dor”, citando a Montesquieu?
Semejantes cambios no puede ser trazado 
sin el previo conocimiento de un corpus bi-
bliográfi co que tuvo que ser movilizado para 
que los acontecimientos tuvieran una legibi-
lidad tolerable, que diera sentido a la revolu-
ción. Intentamos estudiar las bibliotecas, 
pero no suponiendo que sus dueños hubieran 
leído, comprendido, o –menos– acordaran 
con ellos y estuvieran “infl uenciados” por 
ellos. En cambio, asumimos que los libros son 
semiósforos, como ha dicho Pomián, es decir 
LEER LA REVOLUCION 
DE MAYO: BIBLIOTECAS 
TARDOCOLONIALES 
EN EL RÍO DE LA PLATA
Por Jaime Peire
 
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objeto para ser investidos de un signifi cado. 
Esto semiósforos nos guiarán más adelante a 
buscar el sentido de la revolución y cómo, fue 
entendida y leída, una y otra vez, por la gente 
que la protagonizó, o simplemente la vivió.
Por otro lado, como ha afi rmado Chartier, 
el discurso es una construcción social. Inves-
tigar un número relevante de bibliotecas, 
cerca de cien y analizarlas, nos permite obser-
var qué y cuál fue el material bibliográfi co 
concreto, que como un a suerte de aparato 
logístico, o ejército fantasmático, estaba listo 
para ser apropiado, sobre la base de una his-
toria disponible, en expresión de Koselleck, 
sosteniendo sus pensamientos y acciones. 
Este corpus no estaba constituido sólo por los 
ilustrados “canonizados” sino más bien por 
las articulaciones a partir de una larga tradición 
desde los griegos, hasta que la revolución 
estuvo preparada para apropiárselos. Pero 
cómo fue esa apropiación, es otra historia.
ABSTRACT:
To read Mayo Revolution: 
late colonial libraries 
in the Río de la Plata
This research is an study of late colonials libraries, in order to understand how the 
revolutionars –if they were so– or the most 
conspicuos group, and the people in general, 
were able to read the events that were hap-
pening at their eyes, and accepted the revolu-
tion in Buenos Aires, without massive violence 
and death. How was possible that a known 
frair preached just a few years of the revolution 
that the King was the living image of God, 
and that they must obbey him on conscius,(as 
the others used to do, from 1600, and the 
catecisms that the boys learned teached, an 
they were selled in the pulperías for the people), 
in the name of Richelieu, and a little time after, 
he defended the Revolution and califi ed him 
of “traidor”, taking Montesquieu, expresily?
Such changes cannot be drawn without a 
previous knowledge of a bibliographic corpus 
that have to be moved in order to give the 
events a tolerable legibility, that make any 
sense to the Mayo’s Revolution. We intended 
to look after the libraries, but no suppossing 
that the owners of them have ridden, under-
stood or agree them, and were “infl uenced” 
by them, but on the contrary, we take the 
books as semisfores, like Pomián said, or obje� s 
with have a signifi cate to be assume. \ is 
semiosfores will guide us, later to seek to un-
derstand the sense of revolution, like over and 
over was understand and red by the people 
who protagonizaced it, but also who simply 
lived it.
On the other hand, as Chartier has said, 
the discours is a social constru� ion. To search 
a relevant number of libraries, near a hundred, 
and analize them, allow us to see what and 
how was the bibliographical raw material , 
that, like a ghost logistical army, were avail-
able for being appropiated based in a disp-
ponibility history, as Koselleck state, sustaining 
their thoughts and a� ions. \ is corpus, was 
not only the “canonized” enligthenned authors, 
but the articulations with a large tradition, 
since the greeks, untill the revolution was 
ready to be appropiated. But how was that 
appropiation, is another history. 
PALABRAS CLAVE: Revolución de Mayo, 
revoluciones de independencia en América 
Latina, bibliotecas, Siglo de las Luces, 
hist oria de la le� ura.
KEYWORDS: May Revolution, latin ameri-
can revolution of independence, libraries, 
enlightenment, hist ory of reading.
— I —
Introducción
En 1991, Roger Chartier terminaba su libro sobre los orígenes culturales de la revolución francesa ex-
presando que había tratado de “bos-
 
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quejar la cuestión central que en la 
a� ualidad se plantea: cómo articular 
las descripciones de la conciencia 
histórica de los contemporáneos, ob-
sesionados en 1789 por una certi-
dumbre de inauguración y de rup-
tura absoluta, con la identifi cación 
de determinaciones desconocidas que 
conducen a los hombres a hacer una 
historia diferente de la que ellos creen 
hacer. Por un lado, restituir la radi-
calidad del surgimiento del aconte-
cimiento, y por el otro, encontrar las 
discontinuidades desconocidas y pa-
radójicas que se insertan en la larga 
historia de la monarquía”1.
Esto nos pone en la pista de que 
todo acontecimiento un tanto con-
vulsivo necesita de una analítica que 
se corresponda con estas cara� erís-
ticas: es decir una analítica de acuer-
do al giro hermenéutico2. Y para rea-
lizar esta hermeneusis de una realidad 
pasada, un buen instrumento son las 
bibliotecas de la gente, en tanto y en 
cuanto ellas mismas son una herme-
1. Chartier, Roger: Espacio público, crítica 
y desacralización en el siglo XVIII, los 
orígenes culturales de la revolución fran-
cesa, Barcelona, Gedisa, 1995, p. 233. 
2. Cfr. Para una introducción Grondin, 
Jean: Introducción a la hermenéutica 
fi losófi ca, Barcelona, Herder, 1999. Her-
nández Pacheco, Javier: Corrientes ac-
tuales de la Filosofía. La escuela de Franc-
kfort, La Filosofía Hermenéutica, Madrid, 
Tecnos, 1996. Para el caso de la Histo-
ria, Koselleck, Reinhart, Gadamer Hans-
Georg: Historia y Hermenéutica, Barce-
lona, Paidós, 1997.
neusis de la realidad, un intento de 
comprenderla y de exorcizarla; de 
enfrentarla: son un refl ejo del tiem-
po histórico, es decir –tomando a 
Reinhart Koselleck– son fruto de la 
experiencia del pasado y de las ex-
pe� ativas del futuro3.
De esta manera, consideramos, 
siguiendo a Krystof Pomián, que los 
libros son semiósforos4, es decir obje-
tos investidos de un signifi cado, y 
esto independientemente de si el que 
los lee los tenía en el momento del 
evento que se trata de comprender, 
o de si los comprendía o los tenía, o 
estaba de acuerdo con ellos. De lo 
que se trata es de averiguar si había 
una Historia disponible5 en la socie-
dad para investirlos de ese signifi ca-
do, de un modo social, en un mundo 
de la vida cultural. De que existiera 
la posibilidad de comprender de “leer” 
esa Historia disponible. De eso nos 
ocuparemos en el presente trabajo: 
de la posibilidad de explicar cómo 
algunos pudieron “leer” en el nuevo 
gobierno una revolución que marcar 
el comienzo de algo nuevo. Pasar al 
discurso a estudiar su apropiación 
será otro paso, que no intentaremos 
aquí. 
3. Koselleck, Reinhart: Futuro pasado, para 
una semántica de los tiempos históricos, 
Barcelona, Paidós, 1993, pp. 13-18.
4. PomiánKrystof, “Historia cultural, his-
toria de los semiósforos” en Rioux, Jean 
Pierre y Sirinelli, Jean François, Para una 
historia cultural, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 1999, p. 86.
5. Ibídem, p. 251 y ss.
 
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Procuramos comprender y expli-
car la posibilidad de que la revolución 
fuera “leída” por muchos que –por 
citar un ejemplo– poco antes predi-
caban desde el púlpito que el Rey era 
la “Imagen viva de Dios” citando a 
Richelieu, y después de la apoyaban 
diciendo que el Rey era un traidor, 
citando a Montesquieu6. Pero para 
ello, parece evidente que debieran 
haberse movilizado –ya antes de la 
revolución– diversos corpus biblio-
gráfi cos que fueron desplazados por 
los a� ores del drama que se fue de-
sarrollando, suerte de fantasmático 
ejército.
— II —
Las bibliotecas, 
los textos, y sus 
mundos de vida
Empezaremos por los temas y au-tores del barroco, a diferencia de 
lo que he hecho en otras ocasiones, 
ya que al contar con una masa críti-
ca importante de bibliotecas, podemos 
enfatizar la misión de los libros en la 
construcción social de los discursos. 
Por lo tanto no tendremos en cuen-
ta tanto las personas, como los temas, 
y dentro de cuáles grandes temas 
estos están encuadrados. Trataremos 
6. Cfr. Peire, Jaime: El taller de los 
espejos, Iglesia e imaginario, Buenos 
Aires, Claridad, 2000, cap. V.
de obedecer a la arquite� ura de las 
bibliotecas en su conjunto, más que 
a una cronología temporal de los 
temas7. Pero a partir de allí me de-
7. Hemos apuntado en la búsqueda al 
hombre “común” mas que al 
intelectual conocido o famoso. Por 
supuesto que también integran 
nuestras bibliotecas hombres famosos 
e intelectuales reconocidos, tanto 
como hombres de acción. Pero a los 
que más atención préstamos es al 
hombre culto que sabía leer, pero que 
no necesariamente era un letrado: el 
ejemplo típico son los comerciantes, 
pero hay otros, como pulperos, 
marineros, un clarinete y hasta un 
tonelero. Y hemos realizado la 
hermenéutica de sus bibliotecas, por 
ahora, a la luz de las grandes 
bibliotecas de letrados y famosos, 
pero tratando de respetar, sin 
embargo, su lógica interna. En este 
momento nos hallamos en la 
búsqueda –ardua– de bibliotecas en 
capas más bajas. Sin embargo, en la 
casi totalidad de las bibliotecas que 
hemos encontrado el dueño es 
califi cado de Don. En sólo una de las 
consultadas esto no es así. Es el caso 
de Antonio Araujo, quien apareció 
muerto en una panadería, y se declaró 
que tenía confl ictos con su amo por 
“esclavizarle”. AGN, Sucesiones, 
3867, a nombre de Juana Almirón. 
Tenía solo tres volúmenes de libros 
referidos exclusivamente a la 
espiritualidad, a los que se califi ca de 
“librillos”. Para una bibliografía 
completa de lo publicado sobre 
Bibliotecas, cfr. Parada, Alejandro: 
“El mundo del libro y de la lectura 
durante la época de Rivadavia. Una 
 
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jaré guiar por la lógica interna de las 
bibliotecas, que a veces nos hace en-
trar una sana vorágine, como una 
propedéutica saludable.
El primer ítem macro que salta a 
la vista por su importancia en la can-
tidad de volúmenes pero sobretodo 
por su lugar estratégico dentro de 
cada biblioteca como un todo, in-
terpretado dentro del conjunto de 
las bibliotecas, es lo que podríamos 
denominar el “barroco”. En primer 
lugar las Empresas políticas de Saave-
dra Fajardo, titulado también, Idea 
de un príncipe político crist iano repre-
sentada en cien empresas. También 
había un libro similar de Rivadene-
yra8, que fi guraba en un número sig-
aproximación a través de los avisos de 
La Gaceta Mercantil (1823-1828)” en 
Cuadernos de Bibliotecología, Nº 17, 
Buenos Aires, 1998. Para un Ilustrado 
típico de la “república de las letras” 
del momento, cfr. Martini, Mónica: 
Francisco Antonio Cabello y Mesa, un 
publicista ilustrado de dos mundos 
(1786-1824), Buenos Aires, 1998.
8. Virtudes del príncipe cristiano. Menos 
frecuente que las Empresas, sin 
embargo. También fi guraban en esa 
línea el de Fernández de Navarrete, 
Conservación de monarquías y del 
mismo autor, Discursos políticos. 
Menos frecuente, era la Instrucción de 
Príncipes de Cabrera, que fi gura en la 
biblioteca de Martín de Zavaleta, una 
de las más completas de su tiempo. 
(1776) AGN Sucesiones 6370. 
También en esta línea, Corona 
virtuosa de un príncipe, de Nierem-
nifi cativo de bibliotecas. La idea era 
el libro que debía ser el espejo don-
de el príncipe podía mirarse, a la vez 
que un pequeño tratado teórico prác-
tico de política, para que el mismo 
príncipe fuera un espejo para su pue-
blo, en el caso de Saavedra tomando 
como ejemplo a Fernando el Cató-
lico.
Podríamos sintetizarlo no del to-
do arbitrariamente en tres aspe� os 
que se repiten. 1) El príncipe debe 
ser virtuoso, y para ello cultivar las 
virtudes. La principal de ellas es la 
Prudencia, que es la virtud por ex-
celencia de los que gobiernan. Parte 
importante de ella, es que el prínci-
pe debe aprender a fi ngir, especial-
mente en lo tocante a la información. 
2) Debe utilizar la razón de estado 
de una manera cristiana. Todo el es-
fuerzo de Saavedra y de los “espejos 
del príncipe” –no sin tropiezos– es-
tá en que este aplique la razón de 
estado de una forma cristiana. 3) 
Debe buscar consolidar la Monarquía 
–con toda la carga imperial que tenía 
esta palabra– antes que seguir expan-
diéndola peligrosamente. “No son 
las Monarquías diferentes de los vi-
berg, cuyo también barroco Diferen-
cia entre lo temporal y lo eterno, es casi 
omnipresente. Del Padre Mendo, El 
Príncipe perfecto y ministros avisados, y 
otros que en general se encuadran en 
la literatura de Espejo de príncipes, 
como el Speculum principum de Pedro 
Belluga.
 
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vientes y los vegetales. Nacen, viven 
y mueren como ellos sin edad fi rme 
de consistencia. Y así son naturales 
sus caídas. En su naciendo, decre-
cen”9: Saavedra Fajardo era bastante 
escéptico con respe� o a las formas 
de gobierno10. Los tratados de prín-
cipe cristianos, buscaban reivindicar 
de alguna manera una razón de es-
tado cristiana acuñada en los arcanos 
del estado de Tácito11 –a quien Saave-
9. Citado por Pagden, Anthony: Señores 
de todo el mundo. Ideologías del 
imperio en España, Inglaterra y Francia 
(en los siglos XVI, XVII y XVIII), 
Barcelona, Península, 1997, p.137. El 
tema de la razón de Estado en el 
enfrentamiento del “yo cristiano y el 
cuerpo místico del soberano, que 
devendrá en el llamado Estado 
moderno, Paul Kléber Monod, 
Monarquía y religión en Europa, 
1589-1715,Madrid, Alianza 2001, 
p.120-121 y 131-132 como ejemplos.
10. Tulio Halperin Donghi denomina a 
esta actitud “empirismo” de los 
barrocos. Véase Halperín Donghi, 
Tulio: Tradición política española e 
ideología revolucionaria de mayo, 
Buenos Aires, Centro Editor de 
América Latina, p. 44 y ss.
11. El pensamiento de Tácito es 
especialmente visible en la copia de 
sus Emblemas, que pretenden ilustrar 
pedagógicamente por medio de la 
metáfora, cada una de las “Empresas”. 
También Solórzano tenía una 
Emblemata centum, regio politica que 
alguna vez fi guraba en las bibliotecas 
que hemos consultado. Bastante 
común eran los Emblemas de Alciato 
–muy relevante en su tiempo– por 
dra Fajardo cita 688 veces– aunque 
no sin tropiezos: 
“Pues en el pensamiento político 
español la política de Dios entra en 
conta� o íntimo con una prá� ica 
política que no podría someterse a 
trabas ético-religiosas sin compro-
meter las posibilidades de éxito de 
los ideales que defi ende”12.
Al lado de Saavedra Fajardo, y de 
Rivadeneyra, estaba con mucha fre-
cuencia Juan Solórzano y Pereira, en 
dos obras. La Recopilación de las Le-
yes de Indias, y la Política indiana13. 
ejemplo en la Biblioteca deMartín de 
Zavaleta, AGN, Sucesiones, 6370. En 
todo caso, es de remarcar que la 
emblemática estaba muy presente en 
las bibliotecas. Acerca de la 
Emblemática cfr. De la Flor, 
Fernando: Barroco. Representación del 
mundo e ideología en el mundo 
hispánico, Madrid, 2002, y también 
Hermosa Andújar, Antonio: “De la 
educación del príncipe a la educación 
del ciudadano” en Angel Prior Olmos, 
(Ed.), Estado, Hombre y gusto estético en 
la crisis de la ilustración, Biblioteca 
Valenciana, 2003, p.127-166.
12. Ibidem, p. 49.
13. Junto a esto hay que tener en cuenta 
también –pues aparece en las 
bibliotecas a veces– la República 
literaria de Saavedra Fajardo, que da 
un marco –junto con las obras que 
citaremos de Bossuet– a una fuerte 
presencia de la cultura barroca, al 
fi nal del período colonial. Por 
ejemplo en la biblioteca de Agustín 
Casimiro de Aguirre, de 1790.
 
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Quizás no pasara desapercibido para 
el le� or de Solórzano, el que este 
autor, americano, reclamara para los 
criollos un lugar preferencial en los 
puestos del funcionariado, insistien-
do en que así estaba legislado. Claro 
que en un contexto, como bien se-
ñalara Halperín, donde el mismo 
decía: “mejor es tener un rey tirano, 
que no tener ninguno”14, donde la 
fi delidad al Rey estaba vinculada por 
medio de un lazo sagrado, como gus-
taban de reconocer los españoles de 
continuo, Solórzano incluido. 
Pero seguramente lo que no pa-
saría desapercibido a los le� ores de 
éste de todas las bibliotecas, es su 
defensa del absolutismo15 en un as-
pe� o en que Solórzano rompe con 
la tradición de Vitoria y Suárez, pa-
ra alinearse con los demás teóricos 
14. Ibidem, p. 53. Es una sentencia de 
Tácito. Otros autores romanos impor-
tantes que fi guran con frecuencia son, 
Virgilio, Tito Livio –autores 
importantes para la Historia de los 
Imperios– Quinto Curcio, en la 
biblioteca de Martín de Zavaleta Ib, 
Ovidio en la misma, Salustio.
15. Utilizo aquí la palabra absolutismo 
adrede, aunque no es término de 
moda para autores como François 
Guerra y la Escuela de Florencia, 
refi riéndome más al registro del 
discurso que de las prácticas. De 
hecho el sujeto de imputación del 
mando político para Solórzano es el 
“príncipe absoluto”. Juan de 
Solórzano y Pereyra, Política indiana, 
TIII, Biblioteca de Autores Españo-
les, Vol. 254, 17-18.
europeos: “El rey es ahora creador 
de la ley en un sentido mas fuerte y 
literal del que daba al termino la es-
colástica de la centuria anterior; el 
cará� er humano y profano de esta 
concepción del orden jurídico con-
trasta mas de lo que parece a prime-
ra vista con el de las construcciones 
de la escolástica española”16. Sin em-
bargo, es preciso señalar aquí, que 
ese énfasis en la fi gura del Rey sacra-
lizada, como legislador, no es nuevo, 
sino que viene de la mano de la 
sacralización romana del princeps de 
fi nes de la republica, consagrada por 
el Digesto, obra muy presente en las 
bibliotecas porteñas, junto con todo 
ello Corpus juris civilis de Justiniano: 
“Quod placet princeps habet legem 
vigorem”. Lo que quiere al príncipe 
tiene vigor de ley17.
16. Ibidem, p. 57. 
17. Cfr. para este tema, Kleber Monod, 
Paul: El poder de los Reyes. Monarquía 
y religión en Europa, 1589-1715, 
Madrid, Alianza, 2001, que tiene un 
enfoque diferente al de Chartier en 
cuanto a la desacralización del Rey. 
Para él, después de una etapa donde 
la Monarquía era el refl ejo de Dios y 
el espejo de la identidad humana, y el 
Rey el mediador entre Dios y los 
hombres. Pero esa mediación entró en 
declive a fi nes de siglo XVI. “Había 
tenido lugar (hacia 1715) un marcado 
declive de la efi cacia de las explicacio-
nes políticas que se basaban en la 
asunción de lo sagrado o de la gracia 
divina. Lo que las sustituyó no fue el 
secularismo, sino una obediencia 
 
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Pero este rompimiento dentro de 
una relativa continuidad, como des-
usadamente enfatiza Halperín, es el 
fruto en primer lugar de las tenden-
cias políticas que se estaban dando 
basada en principios religiosos (la 
cursiva es nuestra) a una autoridad 
humana unitaria, abstracta, en 
combinación con un sentido 
profundizado de responsabilidad 
individual moral –en pocas palabras 
soberanía más autodisciplina”. Es un 
cambio, un hábitus –según el autor– 
desde la religión como “cemento 
social”, hacia una sociedad donde el 
yo se redefi nía según las ideologías 
estatales que estaban surgiendo. 
Kleber Monod, Paul: op. cit, pp.14-
15. Por motivos que se verán en este 
estudio, no pensamos que este 
proceso haya afectado al Río de la 
Plata colonial directamente, pero lo 
que las bibliotecas marcan con 
claridad –al contrario de algunas 
fuentes– es que estamos ante un 
proceso de resquebrajamiento de lo 
que fue el cerramiento de la 
semántica política y su fundamento 
religioso en la época de la 
contrarreforma, y al mismo tiempo 
de apertura y producción de nuevos 
signifi cados en la semántica política, 
al calor del contexto histórico. Cfr. 
para el proceso de “ cerramiento 
semántico” Emilio Burucúa, José: “La 
variedad de lenguas, culturas y 
multitudes como instrumento 
paradojal de la unidad humana en los 
confl ictos religiosos del siglo XVI”, en 
María Inés Carzolio y Darío Barriera, 
Política, cultura, Religión. Del Antiguo 
Régimen a la formación de los Estados 
Nacionales, Rosario, 2005, p. 80.
en Europa, que estaban registrando 
–en segundo lugar– una vuelta a las 
concepciones políticas helenísticas y 
romanas, que después fueron toma-
das por los teóricos españoles. 
“La transformación de la condi-
ción de los emperadores romanos 
que se produjo desde Augusto a Cons-
tantino el Grande supuso la trans-
formación efe� iva del princeps ro-
mano en monarca teocrático hele-
nístico, a pesar de la gran disparidad 
de orígenes históricos de la corte ro-
mana y de la monarquía macedonia. 
En el siglo VII, san Isidoro de Sevi-
lla identifi có esta noción de lo que 
representaba ejercer imperium con la 
monarquía, que tomó prestada del 
griego. “Las monarquías –escribió– 
son aquellas en que el principado 
pertenece a una sola persona, como 
fue el caso de Alejandro entre los 
griegos y de Julio Cesar entre los ro-
manos”. A partir de entonces –y de 
ello se derivarían importantes con-
secuencias (…) el termino monarquía 
se empleó a menudo como sinónimo 
de imperio para designar un ámbito 
compuesto por un determinado nú-
mero de Estados distintos en los que 
no se cuestionaba la voluntad legis-
lativa de un único gobernante y en 
los que el príncipe no solo era legibus 
solutus, sino cuyas leyes eran expre-
sión de la voluntad de éste”18.
18. Pagden, Anthony, op.cit, p. 28, cita 
18.
 
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Si bien el tratado de la monarquía 
del Dante, que recogía estas ideas era 
probablemente inexistente en las bi-
bliotecas porteñas, no lo era San 
Isidoro de Sevilla19. Y desde luego, 
el verdadero autor que hizo la solda-
dura entre estas ideas desde la roma-
nidad hasta la modernidad, aun en 
contra del recelo y del temor de la 
tardoescolástica española, que fue la 
peor enemiga de la idea de Imperio, 
de un Campanella, de un Gattinara, 
de un Sepúlveda y otros: San 
Agustín.
Es curioso comprobar que los 
padres de la Iglesia, incluso griegos, 
fi guran más que la escolástica “du-
ra”20. Solo cuatro bibliotecas tenían 
la Suma teológica de Santo Tomas, 
y sólo una su Regimini principum21. 
Existían algunos tratado de teología 
tomista en algunas bibliotecas tam-
bién. Pero San Agustín era común. Y 
si contamos a los demás padres de la 
Iglesia, de Filón de Alejandría, he-
breo, y otros neoplatónicos paganos, 
19. Que fi guraba en bibliotecas como la 
de Azamor, pero en otras no tan cons-
picuas y conocidas como la de Bruno 
Reynal.20. Es curioso en cambio, encontrar 
libros de la preescolástica, como los 
de Pedro Lombardo y Bernardo de 
Claraval.
21. El título original era De regno ad 
Regem Citry, se refi ere a Chipre, (circa 
1267) pero es más conocida como De 
regimine principum.
la ventaja de la fi losofía neoplatóni-
ca –y quizás su soldadura con la “Fi-
losofía” de Newton, (sobre el cual 
circulaba un libro de Voltaire). Tam-
bién estudios sobre su sistema en 
relación a la política y aún contra él 
considerándolo atrasado22.Tal como 
se encuentra en un grupo de biblio-
tecas, parece evidente que no sólo se 
conocía a Newton, sino que se de-
batía la proyección de sus ideas23.
Tal como se esfuerza en recalcar 
Pagden, la fi losofía política que se 
había impuesto era agustiniana, lo 
cual no sólo quiere decir neoplató-
nica, sino también paulina. Es bas-
tante corriente observar en las biblio-
tecas las Epístolas de San Pablo: es 
más: son casi las únicas que se repi-
ten. ¿Y cuál es el rasgo más sobresa-
liente de la proyección política de la 
do� rina de San Pablo? La obedien-
cia a la ley y a la autoridad que ha 
sido colocada “allí” por Dios. San 
Pablo es en esto, terminante.
22. Cfr. por ejemplo, la biblioteca de 
Francisco Ortega (1790) en Guiller-
mo Furlong, Bibliotecas argentinas 
durante la dominación española, 
Buenos Aires, 1944, p. 122, se 
mencionan 2 tomos. 
23. Cfr. acerca de este tema, el trabajo de 
Borello, Ricardo: La infl uencia de las 
ideas newtonianas en el Río de la Plata, 
Quilmes, 2003, inédito. Es interesan-
te observar que Aristóteles casi no 
fi gura en las bibliotecas, mientras es 
bastante más normal encontrar a 
Platón.
 
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Esta fi losofía política neoplató-
nica pone por origen de la autoridad 
el divino, no el humano, como lo 
hacían Vitoria y Suárez (que prá� i-
camente no existía en las bibliotecas: 
de la tardoescolástica éstas toman 
sobre todo a Domingo de Soto y lo 
que se refi era a la polémica sobre la 
conquista). Si la autoridad del Mo-
narca es divina, la obediencia debe 
ser en conciencia. Aquí la política 
agustiniana se cierra con las tenden-
cias jansenizantes que aparecen en 
los libros de moral mayoritariamente 
probabilioristas (rigoristas), Concina, 
especialmente o Gonet, , entre otros, 
en contra de los “jesuíticos”, de me-
nor presencia, pero cuyo represen-
tante más veces nombrado es Larra-
ga, único autor sobre moral, junto 
con el esporádico Busembaum y No-
ceti, que parece contestar la podero-
sa artillería pesada jansenizante Pero 
un personaje como el Clarinete del 
Regimiento de Burgos, Laynes, tenía 
–por ejemplo– un Larraga. La polé-
mica entre jesuitas y jansenizantes 
no parece haber terminado, incluso 
en el derecho canónico, donde pri-
man Van Spen y otros de la misma 
tendencia, aunque no con un mo-
nopolio absoluto24.
24. Cfr. Zanatta, Loris y Roberto Di 
Stefano: Historia de la Iglesia en 
Argentina, Buenos Aires, Grijalbo-
Mondadori, 2000. Un buen ejemplo 
de la espacio amplio de escape al 
estricto propabibliorismo, es el 
Este tema, que podría parecer 
trivial, por el contrario, era suma-
mente importante. No en vano des-
pués de la expulsión de los Jesuitas 
se ordenó hacer un juramento en 
todas las Universidades del Imperio, 
de no sostener las do� rinas “laxas” 
jesuíticas, especialmente sobre el ti-
ranicidio: porque la moral así tacha-
da incluía como un opción moral 
posible el tiranicidio, que había sido 
condenado por el Concilio de Cons-
tanza. Pero el problema era que el 
anatema de Constanza prohibía ase-
sinar al tirano por cualquier medio. 
Obviamente la interpretación de la 
Monarquía era interesada. Ningún 
moralista probabilista hubiera soste-
nido eso seriamente, en el mundo 
hispánico. La teología escolástica sos-
tenía el derecho a la resistencia al 
tirano injusto y en ocasiones a ma-
tarlo, pero no de cualquier manera, 
como rezaba el anatema del Conci-
lio25.
ejemplifi cado por Daisy Rípodas 
Ardanaz, cuando el obispo Azamor y 
Ramírez, al quejarse de un problema 
de jurisdicción expresa que este 
arrebato ha sido “sin opinión 
verdaderamente probable”. Rípodas 
Ardanaz, Daisy: El obispo de Azamor y 
Ramírez. Tradición cristiana y 
modernidad, Buenos Aires, 1982. La 
cursiva es de la autora.
25. Cfr. para estos temas Peire, Jaime: La 
Visita-Reforma a los religiosos de indias 
de 1769, Tesis doctoral inédita, 
Pamplona, 1986.
 
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La imposición de la moral rigo-
rista implica el intento de establecer 
una obligación de obedecer al rey, 
en conciencia. Esto estaba en todos 
los catones y catecismos que eran los 
libros mas frecuentes encontrados. 
Además se vendían en las pulperías. 
Así por ejemplo, nos encontramos 
con una Cartilla (Catecismo) de 1796 
(¡solo 15 años antes de la revolución 
de mayo!) que ante la pregunta de si 
se debe obedecer a los ministros pues-
tos por el Rey, responde: “Si Padre, 
debemos obedecer no solo a los bue-
nos y moderados, si(no) también a 
los fastidiosos molestos e injustos.” 
Lejos se esta aquí de la do� rina de 
la resistencia al tirano escolástica. 
Menos aún del tiranicidio, que los 
borbones se habían esforzado en des-
terrar
“¿Cuál es la primera obligación de 
un crist iano? Respuest a: “después 
de amar, temer, y servir a Dios y 
obedecer sus Santas Leyes, tener a 
nuest ro Rey entero respeto, amor, 
fi delidad, y obediencia; porque es-
te es un precepto de Dios26, y un 
orden que ha est ablecido para el 
gobierno del Mundo, y el que no 
lo executa así resist e al mismo Dios, 
como lo enseña el Apóst ol San Pa-
blo. (La negrita es del texto)27.
26. La negrita es del original.
27. Lázaro de Ribera, Breve Cartilla Real 
para que los niños de la Provincia del 
Paraguay se instruyan en las primeras 
Aquí es donde –me parece– se 
puede entender el marco de circula-
ción y apropiación del discurso ilus-
trado, que ya desde mucho antes 
estaba penetrando en el Río de la 
Plata. Pero para ello, las bibliotecas 
nos señalan un autor clave, que será 
la llave para esa recepción: Bossuet, 
el obispo francés, que aprobó las de 
aclaraciones del clero galicano, en 
1682. Sus obras, muy presentes en 
las bibliotecas no sólo de letrados, 
pero también de los comerciantes, 
son los libros “intele� uales” más pre-
sentes, después de los españoles28. 
Alguno de ellos son casi infaltables 
en las bibliotecas letradas. Su visión 
fuertemente providencialista y teleo-
lógica y su pannacionalismo, enten-
dido en el sentido antiguo, étnico, 
de la palabra, enmarcaron la evolu-
ción ética y política en donde va a 
hacer impa� o la ilustración, a partir 
de la década del sesenta del siglo 
XVIII. Bossuet parece ser con estas 
cara� erísticas un eje fundamental en 
la construcción de sentido, en cuan-
obligaciones de un buen vasallo, 
dispuesta por su Gobernador Intenden-
te, Asunción 1796, AGN, Bn, 286.
28. El clarinete del Regimiento de 
Burgos, Apolinar Laynes, tenía los 4 
tomos de las Variaciones de la Iglesia 
Protestante, 5 tomos de una obra no 
identifi cada de Bossuet, y su Del 
conocimiento de Dios y de sí mismo, 
junto con “Colonias Inglesas”, 
Cicerón y Virgilio, en una biblioteca 
de unos 240 volúmenes.
 
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to agrupa varios fa� ores fundamen-
tales, que, combinándose, dan su 
sentido y lugar a las bibliotecas. 
Este autor parece ser el que pone 
la base para la soldadura entre la lec-
tura griega del cristianismo, junto 
con la idea de que está en la mente 
de Dios que los objetivos eclesiásticos 
sean desplegados por las naciones 
históricas, para llegar a su objetivo. 
Sobre esta idea, podría articularse sin 
difi cultad, las nuevas corrientes ilus-
tradas. Los cuerpos bibliográfi cos 
estudiados, manifi estan estas solda-
duras con mucha claridad. No se 
trata solamente de Bossuet,sino de 
toda la literatura barroca que las bi-
bliotecas contienen. Huelga decir 
que no estoy afi rmando que esto lo 
demuest re. Simplemente lo hace po-
sible. 
En primer lugar está su religio-
sidad “nacionalista”, que expresa de-
cididamente que la “misión” de la 
Iglesia solo puede ser llevada a cabo 
en el seno de una monarquía fuerte, 
es decir, que la labor convergente de 
monarquía e Iglesia es un imperati-
vo prá� ico evidente y que los cho-
ques entre los dos han sido y son 
inevitables. Habría que tratar de lle-
var una coexistencia lo más pacífi ca 
posible.
En segundo lugar su visión uni-
versalista, parecía darle al proceso 
histórico una coherencia tal que per-
mitía una interpretación de la reali-
dad histórica, aún cuando después 
“Progreso” pueda suplantar a Provi-
dencia o en su caso sintetizarla, pero 
la cantidad de veces que aparece su 
Política sagrada sacada de las Sagradas 
Escrituras29, y su Discours sur l’hist oire 
universelle depuis le commencement 
du monde jusqu’á la empire de Char-
lemagne, junto con las Declaraciones 
del clero Galicano y el tema de clero 
francés en general30 que estas le� uras 
venían fomentadas desde arriba, en 
el marco de regular las relaciones 
entre sacerdocio e imperio de la mis-
ma manera que en el caso francés31. 
Otra obra que estaba muy presente 
en las bibliotecas porteñas era Va-
riaciones de la Iglesia protest ante.
De esta manera, cobran nuevo 
sentido las infl uencias griegas y ro-
manas, todo ha sido preparado para 
que las Monarquías –teniendo como 
paradigma la monarquía Hebrea, 
titulo de un libro muy frecuente– ad-
quirieran sentido, y esa obediencia 
en conciencia, fuera un sacrifi cio con 
un sentido mesiánico. La Koinos no-
29. Politique tirée des propres paroles de 
l’Éscriture sainte, á Monsieur le 
Dauphin.
30. Me refi ero a la Defensa de la 
declaración de la Asamblea del clero de 
Francia de 1682 acerca de la potestad 
eclesiástica, que aparecen con distintas 
variantes en el título, traducida al 
español.
31. En esta línea era muy común el libro 
de Gaspar de Villarroel, Gobierno 
eclesiástico pacifi co y unión de los dos 
cuchillos pontifi cio y regio.
 
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mos acuñada por los estoicos32, con 
la misión de difundirse a todo el 
“mundo” propia de la visión romana 
a partir de la lex Rhodia, pero trans-
formada en ética cristiana, a partir de 
San Agustín, tiene un sujeto cole� ivo 
claro: La monarquía católica33.
Pero al mismo tiempo Bossuet, 
que pretendía una interpretación 
literal de las Sagradas escrituras, im-
pone una ortodoxia que el tiempo 
iba a resultar fuertemente anacróni-
ca cuando surge poderosa la critica 
bíblica, encabezada por el Diccionai-
re Hist orique et Critique de Pierre 
Bayle34, que fi guraba en algunas bi-
32. Aunque no es común, si puede verse 
en algunas bibliotecas a Marco 
Aurelio, en 39 tomos.
33. En la misma línea, el único libro 
suelto del Viejo testamento que se 
encuentra, es el Libro de los Reyes, en 
la biblioteca de Pedro Altolaguirre, y 
también, en varias, Costumbres de los 
israelitas, y en esta línea uno omnipre-
sente en el período: Monarquía 
hebrea, ya en la década del 50. Cfr. 
Torre Revello, José: “Bibliotecas en el 
Buenos Aires Antiguo desde 1729 
hasta la inauguración de la biblioteca 
pública en 1812, Biblioteca del 
Capitán de Navío Felicio de Fonseca, 
(1758)” en Revista de Historia de 
América, Nro.56, Buenos Aires, 1965, 
p. 92.
34. Al Río de la Plata, Bayle llegó, “de 
manera clandestina, para sumarse a la 
vasta biblioteca del Dr. Juan Baltasar 
Maziel y a la colección del no menos 
erudito Azamor y Ramírez. La 
bliotecas, protegido por su titulo a 
veces traducido y sin mencionar el 
autor. Para Koselleck, la critica se 
torna con Bayle, universal y devas-
tadora. Pero quizás un difusor más 
común era Agustín Calmet, que, 
aunque moderado, utilizaba la nue-
va “crítica”35. La expresión “critique” 
prolongada labor docente cumplida 
por el primero al frente del Real 
Colegio de San Carlos así como su 
reeconocida pertenencia a la “secta 
ecléctica” y su admisión entusiasta de 
“los principios de Cartesio ó de 
Gassendo ó de Newton” permiten 
conjeturar que los alumnos de Maziel 
(Saavedra, Castelli, Belgrano, 
Moreno, Rivadavia y Dorrego, entre 
otros, (nada menos), pudieron 
adoptar como guía para algunos 
pasajes de sus estudios los artículos 
más famosos del Dictionnaire. Pero 
sólo es una conjetura”. Diccionario 
Histórico y crítico [Primera antología], 
Introducción de Fernando Bahr, p. 
LXLIII. Buenos Aires, 2003.
35. Calmet, Agustín: Commentaire littéral 
et critique sur touts les livres de l’Ancien 
et de Nouveau Testament, y también 
Dictionnaire critique chronologique 
géographique et litteral de la Bible, que 
tenía por ejemplo Solá en once 
tomos. Si a esto le sumamos algunos 
Histoire critique des practiques 
supersticeuses qui ont séduit les peuples 
et embarrasé les savants, de Le Brun 
(que tenía Maziel, por ejemplo) y 
otros que junto con crítica literaria 
incluían crítica religiosa, como 
Entretiens sur divers sujets d’histoire, de 
litterature, de religion et de critique, 
De la Croze, parecería que la “Ciencia 
 
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de las Sagradas Escrituras” estaba 
penetrando. Calmet aparece en la 
biblioteca de Francisco Soloaga., en 
1771, de 234 volúmenes, y eso que 
probablemente era apenas un 
ayudante de tendero según declara. 
Tenía también libros en latín, un 
diccionario de italiano, y nada menos 
que a Van Spen. Además completa-
ban su biblioteca el Inca Garcilaso, 
San Juan de la Cruz y las Sentencias 
de Pedro Lombardo. AGN, Sucesio-
nes 8412. También en 1770, Pero 
mucho más avanzada, era la lista de 
libros que el librero José de Silva y 
Aguiar le vendía a Joseph de Ayala en 
el mismo año, biblioteca que contaba 
con 1071 volúmenes, que valía 4.420 
pesos, que incluía un Reinfestuel, las 
Obras completas de Gassendi en 
latín, Pedro Lombardo, en latín,, los 
17 tomos de Feijóo, y también su 
crítico, Sotomanes, (lo que indica ya 
el conocimiento de una polémica en 
torno a Feijóo, que se verifi cará 
instalada más tarde, cuando sea ya 
común poseer los dos) Pluche, 
Espectáculo de la naturaleza en 15 
tomos de comedias –condenadas por 
algunos oradores de púlpito– 
Orlando el Furioso, 1 tomo de física 
eléctrica, 1 tomo sobre el comercio de 
Holanda, obviamente el Telémaco, 7 
tomos sobre el Estado político de la 
Europa, En 1776- Abel Feu, tenía una 
biblioteca de 21 volúmenes, casi 
todos libros de medicina, y un 
diccionario de francés, en castellano, 
latín, francés. AGN, Sucesiones, 
5871. Una de las bibliotecas más 
importantes de esa década fue la de 
Martín de Zavaleta, de 1082 
volúmenes, con un valor de 3171 
y “criticism” (y también critiscks) 
“ganó carta de naturaleza en el de-
curso del siglo XVII, entendiéndose 
con ella el arte de un enjuiciamiento 
al objeto referido especialmente a los 
textos antiguos, pero también a las 
obras de arte y de literatura, así como 
al pueblo y a los hombres, pero a 
partir de su uso como método fi lo-
lógico en las Sagradas Escrituras, en 
lo que Schleiermacher más tarde ex-
pesos, y la Política indiana, un 
diccionario de Vasco , nada menos 
que la Divina comedia, las Confesio-
nes, y las Meditaciones, en 4 tomos, de 
San Agustín, (signifi cativamente, 
junto a las Epístolas de San Pablo, y el 
Apocalipsis de San Juan, el Reifens-
tuel de rigor, 11 tomos de Calmet, el 
Tratado de la Amortización de 
Campomanes, un curso de Química.2 
tomos de Gracian, 16 tomos del 
Espectáculo de la naturaleza de Pluche, 
el Teatro Crítico de Feijóó completo, y 
el Telémaco obvio, 10 tomos de 
Heinecio en latín, la Vida de Carlos 
XII de Voltaire, en dos tomos “usados” 
Olavide en tres tomos de El hombre 
feliz, las Variaciones de Bossuet, 
Cervantes, 1 tomo de comedias, la 
colección de Escritosde la Holanda, 
Góngora, destacándose el interés por 
la política, Empresas políticas de 
Fajardo, dos tomos de la Política de 
Bobadilla, y Sor Juana Inés de la 
Cruz.. AGN, Sucesiones, 8821. Son 
ejemplos de bibliotecas no necesaria-
mente de gente importante, que 
muestran la posibilidad de una 
apreciación crítica de los sucesos que 
iban transcurriendo.
 
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tenderá con el nombre de hermenéu-
tica”36. Sin duda esto fue un caballo 
de Troya de la crítica ilustrada, tam-
bién en el Río de la Plata. 
Esto desencadenó para Koselleck 
un proceso dialé� ico de crítica y 
crisis que, al generar una fi losofía de 
la historia, permitió que la crítica se 
apoderase del centro de la esfera pú-
blica naciente, exigiendo la libertad 
para ejercer la misma crítica en nom-
bre de esa fi losofía de la historia, don-
de la razón critica era fundamental, 
a partir de lo cual “solo en el seno de 
la libertad absoluta es posible desen-
cadenar el proceso critico que hace 
posible la conquista de la verdad”37. 
Ahora bien, ha sido Chartier, quien 
ha retomado –a partir de Jürgen 
36. Ibidem, pp.192- 193. 
37. Ibidem, p. 202. Para Koselleck esto 
terminara en la revolución francesa. 
Koselleck cita al propio Kant, después 
de hacer la búsqueda etimológica de 
la palabra y encontrarla en Platón 
como capacidad para juzgar, muy 
apropiadamente: “Nuestra época es la 
verdadera época de la critica, a la que 
todo tiene que someterse. La religión 
mediante su carácter sagrado y la 
legislación mediante su majestad 
quieren hurtarse a la misma de 
consuno. Pero de inmediato provocan 
justifi cadas sospechas contra si 
propias y no pueden reivindicar ese 
inequívoco respeto que la razón sólo 
concede a aquellas cosas que han 
podido resistir airosamente su libre y 
público examen. Koselleck, Reinhart: 
op. cit., cita 47, p. 222.
Habermas– a Koselleck, el tema de 
la esfera pública y de la crítica, para 
tomar algo de los dos, pero también 
para criticar a ambos en su uso del 
término “burgués”, aplicado a la es-
fera pública38.
Precisamente para Chartier –y 
esto es fundamental para nuestra 
hermenéutica de las bibliotecas– la 
denominación “burguesa” no es “ni 
denominación social ni califi cación 
ideológica, esa categoría cara� eriza-
ría, independientemente de los in-
dividuos, una modalidad especifi ca 
de la relación critica con el Estado 
absolutista que supone un espacio 
de debates sustraído de la esfera del 
poder y constituido por un “público” 
que no es ni la corte ni el pueblo”39.
Ahora bien, parece evidente que 
una comunidad como la porteña, 
que entre 1806 y 1810 sufrió tres 
golpes de gobierno, la deposición de 
Sobremonte, el motín de Alzaga y la 
revolución de mayo, con amplias 
38. Para ver el tema de los espacios 
públicos en América, resulta 
indispensable la consulta de Guerra, 
François-Xavier y Annick, Lampé-
rière: Los espacios públicos en 
Iberoamérica, ambigüedades y 
problemas, siglos XVIII-XIX, México, 
F.C.E, 1998, especialmente las, p. 5-
21, p. 109-139.
39. Chartier, Roger: op.cit, cita 2, p. 233. 
Véase también Schaub, Jean Fréderic: 
“El pasado republicano del espacio 
público” en Guerra, François-Xavier: 
Los espacios…, op.cit., pp. 27-53. 
 
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repercusiones “populares” en los tres, 
hasta dejar dividida la ciudad en par-
tidos e incluso las provincias interio-
res40, debería contar con un mínimo 
40. En la consulta que Cisneros hace a 
Mariano Moreno y Julian Leyva, 
sobre que se debía hacer con el 
expediente de Alzaga el primero era 
claramente partidarios de Alzaga, 
estos dejan en claro que el asunto 
tenia una importancia clave, aunque 
hay que medir la parcialidad de 
ambos personajes. Para ellos las 
consecuencias de proseguir la causa 
tendría las “resultas fatales de 
proseguir una causa ruidosa en que se 
halla envuelta una multitud crecida 
de principales vecinos, y aun de 
cuerpos beneméritos por su represen-
tación y por su origen. Acaso no se 
podría inventar un medio mas 
adecuado de mantener viva la 
discordia, y de encender el fuego 
inextinguible de la rivalidad, del odio 
y de la venganza, no solo entre las 
clases de esta capital sino de sus 
provincias, cuando no se hiciese 
trascendental a las partes más 
remotas”. Esto revela una capacidad 
de crítica y de evaluación de la 
situación, no solo de Buenos Aires, 
sino de las provincias sus provincias, 
por encima del argumento mismo 
que se exhibe. Incluso en el Dicta-
men, los asesores deslizan con 
habilidad una velada amenaza al 
Virrey, de posición debilitada, cuando 
dicen que no se deben imponer las 
penas, “mucho más si no se apoya en 
una fuerza capaz de reprimir las 
quejas de los malcontentos”. Mayo 
Documental, T IX, Buenos Aires, 
1962, pp. 318-319
de aquella capacidad critica, en for-
ma dire� amente proporcional a la 
“popularidad” que pretendía, o al 
menos contar con una capacidad de 
movilización y una sociabilidad, acor-
de a los acontecimientos, no sólo de 
mayo de 1810, sino también los in-
mediatamente posteriores, cuando 
hubo que afrontar las consecuencias 
de las decisiones tomadas41. En suma, 
la revolución debía legitimarse, y 
para ello hacia falta una élite capaz 
de ejercer una critica del sistema co-
lonial. Pero esa crítica debía estar en 
poder de los “revolucionarios” antes 
del movimiento de mayo42. Y preci-
samente ésa es la imagen que deja la 
41. En este sentido se orientaron las 
investigaciones de González 
Bernardo, Pilar: Civilidad y política en 
los orígenes de la nación Argentina. Las 
socibilidades en Buenos Aires, 1829-
1862, Buenos Aires, F.C.E, 2000, y 
más recientemente, “La «sociabilidad» 
y la Historia Política”, en Jaime Peire, 
(Comp): Actores, representaciones e 
imaginarios. Nuevas perspectivas en la 
Historia política de América Latina: 
Homenaje a François Xavier Guerra, 
en prensa, 2007.
42. Cfr. González Bernaldo, Pilar: 
“Producción de una nueva legitimi-
dad: ejercicio y sociedades patrióticas 
en Buenos Aires entre 1810 y 1813” 
en Weimberg, Federico; Goldman, 
Noemí; Guerrra, François-Xavier y 
Pilar González Bernardo: Imagen y 
recepción de la revolución francesa en l
a Argentina, Buenos Aires, 1989, 
p.27 y ss.
 
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le� ura atenta y comparación de las 
bibliotecas: la posibilidad de ejercer 
esa crítica. Aquí es preciso enfatizar 
que una le� ura atenta al conjunto de 
las bibliotecas muestra claramente 
–como se verá– que las condiciones 
materiales de esa capacidad potencial 
estaban presentes desde antes de la 
revolución y que ésta no sólo in-
volucraba a los autores más avanza-
dos, sino a un corpus bibliográfi co 
–o mejor a varios– que le daban sen-
tido.
Es posible que algún le� or poco 
avezado objetara a esta posibilidad 
de ejercer la crítica, la conocida pro-
hibición de libros que pesaba sobre 
los le� ores, y sobre la que tanto se 
apoyó la crítica posterior. Sin embar-
go, a esto hay que responder que los 
libros entraban igualmente, y eran 
escondidos bajo otros títulos con 
pequeñas –o quizás también grandes 
alteraciones, u omisiones– o se alte-
raba el autor, o se ponía sólo el nom-
bre del tradu� or, u otros pequeños 
prestidigitaciones que mantenían 
alejadas a las requisas de los inquisi-
dores. Daisy Rípodas Ardanaz ha 
reconstruido de manera realmente 
exhaustiva, el circuito completo des-
de Cádiz hasta el Río de la Plata, de 
cómo el sistema de prohibición era 
burlado, estudiando cómo fueron 
solicitados los libros prohibidos –que 
hemos visto en la Biblioteca de Fran-
cisco Ortega– y cómo fueron escon-
didos en un cajón 79 tomos bajo otro 
nombre y enviados a Buenos Aires a 
nombre de Domingo Belgrano Pérez, 
a mayor abundamiento43. 
De manera que más que detener-
se en esta objeción, es necesario ad-
vertir que loslibros que aquí citamos 
son los identifi cados e identifi cables. 
Es muy probable que los libros pro-
hibidos u otros que son de nuestro 
interés fueran mucho más numero-
sos. Y por lo tanto, que la posibilidad 
de ejercer una crítica global al siste-
ma colonial, fuera más contundente 
de lo que aquí presentamos. Sin con-
tar con que los autores del index es-
taban lejos de poder controlar toda 
la producción impresa, y por lo tan-
to muy probablemente existían obras 
cuya existencia desconocían, y que 
–sin embargo– no eran “convenien-
tes” para el tipo de le� or que pre-
tendían confi gurar las autoridades. 
Y sin entrar –en defi nitiva, el corazón 
del problema– en las apropiaciones 
de cada le� or, de los libros permiti-
dos y no permitidos, y la refracción 
de estas apropiaciones44.
43. Rípodaz Ardanaz, Daisy: “Introduc-
ción de libros prohibidos en el Río de 
la Plata. (1788)” en Revista de 
Historia del Derecho, Nro.23, Buenos 
Aires, 2000, pp. 503-511. Agradezco 
a esta autora su inestimable y 
generosa ayuda para la elaboración de 
este trabajo.
44. Chartier, Roger: El orden de los libros. 
Lectores, autores, bibliotecas en Europa 
entre los siglos XVI-XVIII, Barcelona, 
Paidós, 1994. Del mismo autor, 
 
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Leer la Revolución de Mayo…
En primer lugar, antes de entrar 
en la Ilustración misma es importan-
te observar en casi todas las biblio-
tecas una gran abundancia de volú-
menes de libros de viajes en otros 
idiomas45. A veces estos viajeros, ade-
más de observar a los nativos, se de-
dicaban a criticar o alabar los sistemas 
coloniales. Esto es muy posible que 
haya tenido consecuencias al ser pro-
ye� ado con naturalidad, sobre la 
propia realidad colonial. Se puede 
percibir el interés acerca de las colo-
Sociedad y escritura en la edad 
moderna, México, 1995, y Cultura 
escrita, literatura e historia, conversa-
ciones con Roger Chartier, México, 
Fondo de Cultura Económica, 1999. 
Cfr. también Dosse, François: Le 
marche des idée. Histoire des intellec-
tuels, París, La Decouverte, 2003, que 
de una manera u otro enfatiza la 
posición de los historiadores que 
explican que quien “consume” un 
objeto cultural, produce, otro. Es 
decir que la recepción de un objeto 
cultural, genera un proceso de poiesis 
cultural. Véase asimismo Poirrier, 
Philippe: Les enjuix de l’histoire 
culturelle, París, Éditiones du Seuil, 
2004, especialmente p. 75 y ss. 
45. Es muy común encontrar libros no 
sólo de viajes, por supuesto, en 
francés. También en inglés, aunque 
en menor medida, en latín y en 
portugués. A veces entre los libros en 
latín, se deslizaban libros no 
ortodoxos pero importantes, como 
los de Baldo y Bartolo de Sasoff erra-
to, importantes teóricos de la 
Imperio.
nias inglesas46 y francesas –por cu-
riosidad o por crítica, pero proba-
46. Por ejemplo, entre los identifi cables, 
en la biblioteca de Pedro Altolaguirre, 
“Establecimiento de las colonias 
inglesas”, probablemente traducido 
por el que hizo el inventario con 
cambios. También, “Tratado sobre las 
colonias”, que también tenía 
Escalada, o “Teatro sobre la política 
de la Metrópoli”, en inglés, en la 
biblioteca de Vieytes, y “Fragmentos 
sobre las colonias” en francés, que 
tenía Ortega. Pero también está la 
otra lectura: el que ve en el extranjero 
alguien que irremediablemente hará 
perder la religión y buenas costum-
bres. Así el comerciante Serra y Vall 
dice en su libro de máximas en verso: 
“Desde que esta ciudad (Buenos 
Aires) / se ha dado entrada a 
extranjeros / se han perdido las 
costumbres / la religión y el sosiego. 
José Serra y Vall, Colección de Versos 
(Buenos Aires, 1807-1810), Buenos 
Aires, 2000, p. 201. La ventaja de las 
máximas de Serra y Vall, que citamos 
a continuación, es ver la apropiación 
que éste hace del tema, a veces aún 
sin haber leído el original. En efecto, 
como destaca Daisy Rípodas Ardanaz 
en el Estudio preliminar, a la edición 
de la Colección de Versos, éstos eran 
fruto de un manuscrito llamado 
Colección de máximas y sentencias 
sacadas de varios autores en Buenos 
Aires por Don José Serra y Vall en los 
años 1807 y 1808, donde se seleccio-
naban textos leídos. Era un procedi-
miento conocido en la época. A partir 
de esos textos, en muchos casos, Serra 
y Vall compuso los versos. Ver la 
Introducción de la autora, Ib. p. 20.
 
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Leer la Revolución de Mayo…
blemente de alto impa� o– y también 
españolas, en forma critica, como los 
libros de Jorge Juan y Antonio Ulloa, 
Cook47, Byron, Bougainville, u otros, 
que eran bastante comunes. Esta crí-
tica general a la colonización se podrá 
articular luego con otros libros que 
se referían a ella, dire� a o indire� a-
mente, como los de Campomanes, 
Montesquieu, Adam Smith, Ward, 
Muñoz pero sobre todo Raynal48.
47. De cuyos viajes, por ejemplo, 
Feliciano Pueyrredón, tenía 7 tomos 
así como Vieytes tenía 4, así como La 
india británica analizada, en inglés. 
Moxó y Franjolí tenía 1 tomo con 
láminas, y otros 14 sin especifi car.
48. Dejo para las notas a Feijóo y 
Fenelón, por estar omnipresentes. El 
Teatro crítico era muy común. Lo 
hemos visto en manos de un pulpero, 
ya en 1764, y de otro en 1776, y otro 
en 1790, y también otro pulpero en 
1812, el pulpero Joaquín Manuel 
Fernández, poseía una biblioteca de 
120 volúmenes, 17 tomos del mismo 
autor, además de 4 tomos de 
Cervantes y nada menos que 15 de 
Quevedo, 4 tomos de Virgilio y 4 de 
las Aventuras de Gil Blas, un boom, 
en las bibliotecas del período. AGN, 
Sucesiones, 5689. Cfr, AGN, IX 15-
3-9, AGN, IX- 15-4-11, Existían 
también bastantes ejemplares de 
Sotomanes, que había escrito un libro 
en contra de Feijóo. Otro autor 
ilustrado del que no hablo, porque lo 
hace Halperín más que sufi ciente-
mente en la obra citada, es el Obispo 
San Alberto, en sus Cartas pastorales, 
un clásico muy frecuente en las 
Además es claro que en los sec-
tores “ilustrados” se estaba pasando 
desde la le� ura intensiva a la le� ura 
extensiva por medio de las comedias49 
y novelas, que son muy frecuentes 
en las bibliotecas, como las aventuras 
de Gil Blas, \ eodore et Adéle (en 
francés y en castellano), Amores de 
Teágenes y Caricléa, Pablo y Virginia, 
Las mil y una noches, Roderico Ran-
dom y otros. La imaginación podía 
vagar a gusto sin la represión de sus 
afe� os, como indica Michel de Cer-
teau para Cervantes, cuyo Quijote 
estaba muy presente también. Tam-
bién se encuentran con cierta fre-
cuencia “Obras” de poetas, especial-
mente castellanos50.
Uno de los temas más importan-
te donde se registra la ilustración es 
en el del comercio y sus ramas. Las 
Lecciones de comercio de Genovesi, 
difusor de Quesnay, que estaba en 
las bibliotecas de muchos comercian-
tes, pero el mismo Quesnay, lo tenía 
Francisco Argerich, padre del más 
conocido Cosme -ya en algún mo-
mento entre la década del setenta y 
bibliotecas. 
49. El récord que hemos encontrado, es 
en la biblioteca de Antonio Herrera y 
Cavallero, 89 comedias, en una 
biblioteca de 6 pesos y 6 reales!
50. Cfr. Francisco Aguilar Piñal, La 
España del absolutismo ilustrado, 
Madrid, 2005, fundamental para 
identifi car muchos libros de Poesía, y 
otros, españoles fundamentalmente.
 
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la década del ochenta, cuando se co-
mienza a percibir una recepción cla-
ra de lo que hoy llamamos ilustración, 
que podemos observar en bibliotecas 
más famosas, como la del Obispo 
Azamor, Maciel y Rospigliosi51, que 
contaban con obras de Montesquieu, 
Rousseau e incluso de Voltaire. Pero 
en otros sentidos más sutiles, biblio-
tecas quizás más desconocidas y me-
nos surtidas, las de los comerciantes, 
y algunos funcionarios52. Pero un 
51. La biblioteca del Obispo Azamor en 
Rípodas Ardanaz, Daisy: La biblioteca 
porteña del obispo Azamor, Buenos 
Aires, la de Juan Baltasar Macielen 
Probst, Juan: Juan Baltasar Maciel, el 
Maestro de la generación de Mayo, 
Buenos Aires, 1946. La de Rospigliosi 
en Sucesiones, 8136. Este último 
tenía a Wolfi us (Wolff ), bastante poco 
común –pero no inexistente– en las 
bibliotecas del período.
52. Para mostrar un caleidoscopio que 
puede ser ilustrativo podemos 
observar la biblioteca de Vicente de 
Azcuénaga, que sobre una fortuna de 
309.107, 7 reales 3/8, en 1787 tenía 
una biblioteca de 57 volúmenes, que 
valía 45 pesos, en cuyo contenido 
sólo sobresalen 3 volúmenes titulados 
“Sobre el comercio”. Cfr. AGN 
Sucesiones, 3470. Poco antes, en 
1783, un comerciante quizás más 
pequeño, Vicente Quincy, moría con 
una biblioteca de 56 volúmenes entre 
los que son destacables los Cuentos 
persas de Montesquieu, con, con el 
Tratado de la Opinión de Saint Aubin, 
el Viaje de Descartes, 7 volúmenes de 
novelas de Aventuras y uno de 
pacífi co comerciante como Serra y 
Vall, ya había copiado minuciosa-
mente de Bernardin Saint Pierre, “el 
principal de los medios de subsisten-
cia para un pueblo es la agricultura”, 
cambiando y adaptando el modelo, 
Tragedias cómicas. AGN, Sucesiones, 
7773. Cfr. también las bibliotecas de 
la misma década de Manuel José 
Borda, AGN Sucesiones, 4306, de 
1785, con 13 volúmenes de Feijóo, 
una biblioteca de 93 volúmenes que 
valía 136$ 3r, una suma bastante 
considerable para una fortuna de 
pequeño comerciante de sólo 2753$ 
2 y ½ r. Una fortuna mucho mayor 
tenía otro comerciante, Joaquín de 
Arana, en 1788, de 18.135$, cuya 
biblioteca valía 75$6r., constaba de 
25 volúmenes (casi todos con “algún 
uso”) con sólo una excepción a los 
libros religiosos: Economía de la vida 
humana. Cfr. AGN Sucesiones, 3740. 
Para ver el caso de un letrado, cfr. 
Martín Altolaguirre, Juez fi scal de las 
reales Cajas de Buenos Aires, que 
poseyendo en 1782 una fortuna de 
112.143$ tenía una bibloteca de 19 
volúmenes, que valía unos 25 pesos, 
donde sólo sobresalían 6 tomos de 
Quevedo, 2 tomos de Bossuet, el 
Telémaco y Sotomanes. AGN, 
Sucesiones, 3864. La biblioteca de un 
médico como Francisco Argerich, en 
1787 con 88 volúmenes que valían 
131, pesos, sobre una fortuna total de 
11.064., contaba –además de libros 
de medicina– con 3 tomos de 
Quesnai, y un diccionario de francés. 
AGN, Sucesiones, 3867, a nombre de 
Josefa Altolaguirre.
 
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que lo circunscribía a Francia53. A 
los siete tomos del Di� ionnaire de 
commerce54, hay que agregar el fre-
cuente –no sólo entre comercian-
tes– Comercio de toda la Europa55, 
53. Lo destaca Daisy Rípodas Ardanaz en 
su prólogo a la edición del primer 
tomo de versos de José Serra y Vall, 
Colección de Versos, p. 24. En la 
década del noventa, comienzan a 
detectarse libros “nuevos” en 
bibliotecas menos extraordinarias que 
las de la anterior década. Un ejemplo 
es la de Agustín Casimiro de Aguirre, 
muerto en 1790, que había invertido 
271 pesos, (sobre una fortuna de 
275.701,48$) que constaba de 190 
volúmenes, con casi todas las obras de 
Saavedra Fajardo, pero también 
Feijóo, el Proyecto económico de 
Ward, Bielefeld, varios diccionarios 
de francés, con varias novelas –que 
indican fantasía y lectura extensiva–, 
y 67 volúmenes libros de viajes, y 
varios libros en portugués.. AGN, 
Sucesiones, 3866. por el contrario, 
Manuel de Basavilbaso, muerto en 
1804, todavía tenía una biblioteca, de 
una pobreza franciscana –de cuya 
orden era terciario– pero que siendo 
de una vieja generación, contaba sin 
embargo, con Las aventuras de 
Telémaco, y 18 tomos de Feijóo, en 
una biblioteca de sólo 21.5 pesos,.La 
biblioteca de Manuel Basavilbaso 
AGN, IX-23-6-2. 
54. De Jacobo Savary de Brulons. 
55. El título es Historia y descripción 
general de los intereses de todas las 
naciones de Europa en las cuatro partes 
del mundo. Entre otros, lo tenían 
Gallego y Valcárcel, Vieytes, Matheu 
traducido por Marcoleta, y por su-
puesto, un comerciante como Do-
mingo Matheu, y otros muchos co-
merciantes e intele� uales, tenían los 
16 volúmenes del diccionario de Agri-
cultura56.
Un libro que tenía Santiago de 
Liniers, era El comercio y el gobierno57, 
nos pone en la pista de un tema 
crucial en el Río de la Plata, si agre-
gamos a ese libro –no encontrado en 
otra biblioteca– los viajeros y la crí-
tica y búsqueda de legitimación co-
lonial francesa y británica. En efe� o, 
para algunos franceses e ingleses, su 
e Izquierdo y José María Riera. Otro 
ejemplo interesante es el “Comercio 
de Holanda”, que tenía Antonio 
Joseph de Ayala, como el “Estado 
político de Europa”, del mismo 
dueño, que estaba también en otras 
bibliotecas. Ponemos comillas a los 
libros cuyos títulos son dudosos o 
inciertos para nosotros. 
56. La biblioteca de Domingo Matheu, 
en Sucesiones, 6788. Es notable la 
profusión de “diccionarios” que 
había: de América, de la historia 
hebraica, de comercio, de agricultura, 
de autoridades, geográfi co-histórico, 
geográfi co, histórico, fi losófi co, 
apostólico, universal, político-
literario, de la fabula, de la lengua 
mexicana, etc. También son muy 
importantes por su cantidad y 
variedad los “Compendios”. Se trata 
de libros “instrumentales”, pensados 
para trabajar con otros libros.
57. Le commerce et le gouvernement, de 
Condillac.
 
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colonización no había sido con áni-
mo sanguinario y de conquista sino 
que se había limitado a instalarse en 
las tierras “vacías” entre los indígenas 
y cultivaban las tierras en vez de arre-
batárselas a los indios. Luego expor-
taban su fruto a la Metrópoli.
Este argumento comenzó siendo 
el primigenio, pero en el siglo XVIII 
hasta el mismo Campomanes sugería 
adoptar este modelo y abandonar el 
de “espíritu de conquista”. La agri-
cultura y el comercio eran lo que 
hacían rica a una Metrópoli y no el 
oro y los metales. Pero no solamen-
te autores tan avanzados como Adam 
Smith defendían este punto de vista. 
El mismo Campomanes lo hacía, y 
contaba con muchos le� ores en las 
bibliotecas porteñas ya desde la dé-
cada del setenta, tanto su Discurso 
sobre la educación popular de los ar-
tesanos y su fomento, como su Refl exio-
nes sobre el comercio español en Indias58 
u otros libros suyos “reformistas”.
58. Aún cuando ya lo habían dicho 
bastante antes Memorialistas como 
Martín González de Celórrigo: “Que 
el mucho dinero no sustenta los 
Estados, ni está en él la riqueza de 
ellos”, González de Celórrigo insiste 
que la riqueza de los estados está en la 
agricultura –a la que califi cada de 
noble– y el comercio. Martín 
González de Celórrigo, Memorial de 
la política necesaria y útil restauración 
a la república de España, Madrid, 
1991, ps. 70-86. 
En las Refl exiones, aunque res-
pondiendo algunas afi rmaciones de 
teóricos británicos, reconocía que lo 
fundamental de las colonias, eran la 
agricultura y el comercio, y que ese 
era el modelo a seguir, abandonando 
el espíritu de conquista. Era preciso 
–por lo tanto– modernizar el comer-
cio, como lo recomendaba el mas 
famoso arbitrista, Campillo, y el Pro-
ye� o económico de Ward, y apuntan-
do en una misma dirección: la co-
mercialización de los frutos de la 
tierra y las manufa� uras enriquecen 
a una nación, y no los metales pre-
ciosos59.
Estas refl exiones corrían como 
de la mano con los ataques a los im-
perios coloniales que aparecían en 
Europa, el más importante de los 
cuales era el de Raynal60 que fi gura 
unas ocho veces en las bibliotecas 
consultadas61. Este libro era como 
59. Pagden, Anthony: Señores…, op.cit, 
cap. 4-6.
60. Para comprender la importancia de 
este Autor es preciso subrayar que en 
siete bibliotecas por lo menos estaba 
el libro Refl exiones imparciales sobre la 
humanidad de los españoles en las 
indias, contra los pretendidos fi lósofos y 
políticos. Para ilustrar las historias de 
MM. Raynal y Robertson, de Nuix, 
queera un intento de impugnación 
de estos autores. 
61. Pongo “unas” ocho veces porque es 
posible que esté mas pero bajo otro 
nombre, probablemente para eludir a 
la Inquisición. Hay algunos que lo 
 
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un manual-enciclopedia de las colo-
nias de las “dos Indias”. Además ha-
bía colaborado en él, el propio Di-
derot, condenando con fi rmeza la 
esclavitud como crimen de lesa hu-
manidad. El libro, como en realidad 
toda la Ilustración para Koselleck, se 
basaba en una fi losofía de la historia 
que desembocaba en la revolución, 
retomando a Rousseau. 
Raynal62 describía dos mundos, 
uno el viejo y el nuevo, el de la opre-
sión, y el de la revolución: “los crí-
menes de los reyes y las desgracias de 
los pueblos harán universal esta fatal 
catástrofe, que debe separar un mun-
do del otro. La ruina está preparada 
bajo el fundamento de nuestros im-
perios tambaleantes; los materiales 
de sus ruinas se amasan y se juntan 
de los restos de nuestras leyes, del 
choque y la fermentación de nuestras 
tienen directamente en francés pero 
otros en castellano con el nombre de 
Establecimientos ultramarinos., o en 
francés Les deux indes, o “Historia 
política”, de “Malo” de Luque, el 
traductor. Se hace difícil cuantifi car 
por este motivo, por cuanto se está 
seguro que está bajo otros nombres. 
Por ese motivo he preferido –en 
general– no dar números exactos. El 
título exacto en la traducción de 
Eduardo Malo de Luque es Historia 
política de los establecimientos 
ultramarinos de las naciones europeas.
62. Histoire philosophique et politique des 
établissement et du commerce des 
Européens dans les deux Indes.
opiniones, del abatimiento de nues-
tros derechos que hacían nuestro 
coraje… del odio irreconciliable en-
tre los hombres cobardes que poseen 
todas las riquezas y de los hombres 
robustos, virtuosos, que no tienen 
nada que perder mas que su vida”63. 
Hasta un comerciante presuntamen-
te reaccionario como Serra y Vall se 
alineaba en contra de la opresión: 
“No seas nunca opresor
Si tú pretendes ser libre,
Porque aquel que oprime a otro
Viene a hallar quien a él lo oprime.
Est o nos lo est án most rando
Varias hist orias del mundo”64.
Si junto con esto, agregamos a 
Puff endorf a veces camufl ado por el 
título o con el nombre de su traduc-
tor francés Bruzen de la Martiniére, 
Grocio, en sus ediciones latinas y 
francesa, varios Hobbes65, bastantes 
63. Citado por Koselleck, Reinhart: “Crí-
tica y crisis”, nota 4, p. 327.
64. Serra y Vall, José: Colección de Versos. 
Segunda parte, Buenos Aires, 1807-
1816, Buenos Aires, 2004 p.121.
65. Es preciso tener en cuenta que aquí la 
palabra “Ilustración” se toma muy 
ampliamente. Es muy discutible, en 
realidad, si Hobbes y Grocio son 
verdaderamente “ilustrados”. Podría 
tomárselos como tales considerando 
que existieron muchas clases de 
“Ilustraciones” Para Pagden, por 
ejemplo, la Ilustración es en verdad 
un estoicismo que pugna precisamen-
te por superar las versiones epicúreas 
 
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manuales de derecho público en fran-
cés en manos de varios oidores, y 
otros profesionales del derecho, al 
lado de los libros de derecho romano, 
algún Bodin, e incluso el Código 
Napoleónico, (dos veces), compren-
deremos que no solo estaban circu-
lando “libros peligrosos”, (aunque 
algunos viejos) sino que el iusnatu-
ralismo mismo había penetrado, con 
su visión del pa� o político, y su teo-
ría del estado “natural”, más allá de 
cómo se lo juzgase, su “pa� o” y su 
estado posterior al pa� o de sociedad 
integrada y civilizada66. Y aunque 
algunos autores de estos aprobasen 
la monarquía absoluta, el hecho de 
aceptar las teorías pa� istas implica-
ba la aceptación de una “representa-
ción” por más simbólica que esta se 
presentara.
Esto no hacia sino robustecer, si 
la información era asimilada, las ideas 
que estaban penetrando capilarmen-
precisamente de estos autores y otros. 
Pero en realidad, el vocablo novatores, 
o nuevos fi lósofos, es aplicado en el 
Río de la Plata a todos sin distinción. 
Cfr. Pagden, Anthony: La Ilustración 
y sus enemigos. Dos ensayos sobre los 
orígenes de la modernidad. Barcelona, 
Península, 2001.
66. Para ver una comparación de 
Rousseau y Hobbes como iusnatura-
listas Cfr.. Fernandez Santillan, José 
F: Hobbes y Rousseau, entre la 
autocracia y la democracia, Presenta-
ción de Norberto Bobbio, México, 
Fondo de Cultura económica, 1996.
te de Rousseau67, ya en la década del 
ochenta en por lo menos tres biblio-
tecas, Voltaire, Obras, a veces en Fran-
cés, El siglo de Luis XIV, bastantes 
“Carlos XII” y especialmente Mon-
tesquieu, cuyo “Espíritu de las leyes” 
–muchas veces en francés– era bas-
tante familiar al le� or porteño, tam-
bién desde la década del ochenta del 
siglo XVIII, y en bibliotecas menos 
profesionales, las Cartas Persas, eran 
también bastante conocidas.
De esta manera, cuando Antonio 
Escalada, Canciller de la Audiencia, 
un partidario de Alzaga, denunciaba 
en 1809 a “Su Majestad” la Junta 
Suprema de Sevilla, el casamiento de 
la hija de Liniers, (el Virrey, francés 
de nacimiento pero al servicio de la 
corona Española) con un francés en 
67. Una vez más José Serra y Vall, que 
condena a todos los “novadores”, 
incluyendo Rousseau, sin embargo a 
veces o toma de ejemplo, lo que 
demuestra una apropiación interesan-
te: “El crimen nunca formó / una 
sociedad durable / pero la virtud 
amable / la forma según Rozó. ( Sic, 
se refi ere a Rousseau) Serra y Vall, p. 
134. Hay aquí un refl ejo fugaz del 
paso de la antigua virtud estoica a 
una pretensión de la virtud cívica. 
Cfr. Jaime Peire, De la dominación 
suave y dulce a la Soberanía del pueblo. 
Chile, Universidad católica de Chile, 
en prensa 2007, donde se trata del 
paso de la razón política y de la virtud 
cdesde una perspectiva cristiana que 
pretendía sacralizar el pode a otra más 
laica. 
 
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plena guerra contra Francia, para que 
se pusiera remedio “a fi n de que no 
se desplome el armonioso edifi cio de 
la monarquía, faltándole los estribos 
como son las leyes”, no solo estaba 
acusando a Liniers con palabras de 
Alfonso el Sabio, autor frecuente 
también en las bibliotecas y desde 
luego presente en la suya, sino que 
estaba en realidad lanzando una ad-
vertencia que se puede ver ejecutada 
con su voto en el cabildo abierto del 
22 de mayo a favor del cese del virrey, 
el voto más completo y articulado 
de todo ese día, porque conocía bien 
a muchos de estos autores, más al-
gunos otros que no hemos reseñado 
aquí, por no ser comunes el encon-
trarlos68. Más no era el único que 
pensaba de esta manera. José Serra y 
Vall, un comerciante, pensaba algo 
parecido, en sus máximas: 
Un Est ado est á perdido,
O a su ruina muy cercano
Cuando uno viola sus leyes
Y no vemos cast igarlo69.
68. Mayo documental, (cita 31), p. 137.
69. p. 94. El problema de la ley, está 
vinculado al de la Justicia, y éstos a 
todo el sistema político. Sin justicia 
no hay Estado: “Por la grande 
corrupción / que se observa en la 
justicia / se perderá Buenos Aires / si 
no se enmienda con prisa. No se trata 
–sólo– de una “pérdida” exterior, sino 
también de la pérdida moral, Serra y 
Vall, José: Colección de Versos, tomo 1, 
p. 176.
Es preciso enfatizar que de lo que 
estamos tratando de hablar es de la 
construcción social de los discursos. 
De manera que la brevísima reseña 
de las bibliotecas que aquí hemos 
diseñado, omite temas realmente 
importantes –como el derecho me-
dieval español, el interés por la His-
toria en general y por la Americana70 
en particular, los griegos, los roma-
nos, los libros piadosos, que no todos 
eran iguales, el gran interés por la 
química y la física experimentales, 
en bibliotecas de hombres totalmen-
te ajenos, la astronomía,álgebra, ma-
temáticas, náutica y marina71 y mu-
70. Casi no hay biblioteca que no 
contenga alguna obra de esta índole, 
la más común, la obra de Solís y 
Rivadeneyra, Historia de la conquista 
de México, población y progresos de la 
América septentrional, conocida por el 
nombre de Nueva España.
71. Los ejemplos pueden multiplicarse. 
Tomaré la biblioteca aplastantemente 
jurídica de Martín de Zavaleta, en 
1776, que contenía los seis tomos de 
la Física experimental de Nollet, 
autor que también tenían muchos 
otros, por ejemplo Ortega y Maziel. 
Pero además, a guisa de ejemplo, la 
biblioteca de María Josefa de Castro, 
contaba en 1795 el “Sistema sobre la 
causa física” Buenos ejemplos son 
también las bibliotecas de Rodríguez, 
Liniers, Vieytes, Matheu, entre 
muchos otros. . Si contamos los libros 
de ciencias experimentales en general, 
incluyendo por ejemplo la química, 
los volúmenes sobrepasan los dos 
guarismos, muchos de ellos, en 
 
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chos otros, en muchos personajes 
cuya profesión nada tenía que ver 
con estos temas, que estaban en al-
gunos casos omnipresentes. Pero he 
preferido seguir la pista de temas y 
argumentos que precisamente po-
drían ser articulados por un buen 
numero de personas, dado que mu-
francés. Es éste un tema que requiere 
una profundización seria, en el caso 
rioplatense. Hasta qué punto se ha 
abandonado la razón poética por la 
razón científi ca –por ejemplo a través 
del uso del uso o abuso de la 
metáfora– o hasta qué punto se inten-
tó una sustitución, por el paradigma 
“científi co” o, como sostiene 
Starobinsky, un modelo rizomático 
haya intentado unirlos en una misma 
episteme, en el seno mismo del 
barroco. “En todo caso, esta relación 
fundante (de la razón poética 
fusionada con la científi ca) no es la 
misma en toda la totalidad imperial. 
Empezamos a sospechar que en los 
virreinatos americanos las élites 
criollas interiorizaron los modelos 
científi cos y les dieron luego su cober-
tura simbólica. De la Flor, Fernando: 
Barroco. Representación del mundo e 
ideología en el mundo hispánico, 
Madrid, 2002, p. 233, nota 4. En el 
caso del Río de la Plata, las bibliote-
cas indican más bien una lectura 
masiva de la mathesis universalis, que 
de obras inclinadas a la razón poética, 
como los dos tomos Mundus 
simbólicus de Picinelli que aparece en 
la biblioteca de Martín de Zavaleta. 
En todo caso, no creo que hubiera 
confl ictos por “un lenguaje fragmen-
tado, sino más bien un eclecticismo, 
como en el caso confeso de Maziel.
chos autores opinaban de modo si-
milar, articulándose en la prá� ica 
unos con otros, con distintas refrac-
ciones y apropiaciones.
Por ejemplo, para la década del 
noventa, parece evidente a través de 
las le� uras, que en muchas biblio-
tecas fi guraban de una u otra mane-
ra estas palabras de Quesnay autor 
que ya habíamos registrado en la dé-
cada anterior: “No sólo las colonias, 
sino las mismas provincias de la me-
trópoli están sujetas a las leyes del 
comercio y transporte, donde las le-
yes del comercio marítimo no están 
supeditadas a las leyes de la política, 
donde los intereses de la tierra culti-
vada (glebe) del Estado están subor-
dinados a los intereses de los nego-
ciantes, donde el comercio de pro-
du� os agrícolas, la propiedad de la 
tierra y aun el propio Estado están 
subordinados a los intereses de los 
negociantes, donde el comercio de 
produ� os agrícolas, la propiedad de 
la tierra y aun el propio Estado, están 
considerados como accesorios de la 
metrópoli, y la metrópoli como for-
mada por comerciantes”72. Este ar-
72. “Todos saben que las obras más útiles, 
más necesarias y que más interesan a 
la felicidad pública, su construcción 
consiste en los muelles con que se 
unían los puertos para el abrigo de las 
embarcaciones contra los huracanes y 
las olas embravecidas: éstos así los 
aseguran y promueven las riquezas 
públicas y el poder del Estado.(…) Ya 
llegó el momento dichoso en que van 
 
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gumento, el de la “Republica mer-
cantil” era suscrito entre otros por 
todos los arbitristas franceses –Mon-
tesquieu especialmente por su admi-
ración al régimen ingles– e ingleses, 
y en parte por los españoles como 
Ustáriz, Muñoz, Campomanes73, 
a destronizarse las preocupaciones; la 
mano de nuestro Supremo Jefe las 
hará caer a todas, y nos preservará de 
las ruinas que nos amenazan; ella nos 
plantará el árbol de nuestras 
felicidades, y nos hará coger 
sazonados frutos; nuestro comercio 
no sufrirá los retardos que originaría 
su decadencia, y la fábrica del muelle 
los hará prosperar: veamos dónde ha 
de hacerse.(…) a mí sólo me anima el 
deseo de acierto y el ser útil a los 
demás: no tengo espíritu de partido, y 
de interés personal, y por esto juzgo 
conveniente que se oiga a los que 
pueden dar voto en la materia; 
entonces lucharán las opiniones en 
caso de que sean diversas, y se podrá 
resolver el negocio con toda la 
seguridad de que es susceptible. (…) 
El interés propio, y respectivo de cada 
uno es el móvil de todo: si no se 
admite la idea nada se ha perdido; si 
se ejecuta, no puede resultar sino la 
ventaja de cada interesado y la de la 
Monarquía en general”. Cerviño, 
Pedro: Sobre la creación de un muelle, 
Buenos Aires, circa 1801. BN 193.
73. Quizás Campomanes buscara este 
cambio de mentalidad en sus 
Refl exiones sobre el comercio español a 
Indias de 1762 Hemos encontrado 
este autor en bibliotecas de pulperos. 
Ustáriz lo poseía un pulpero, Pablo 
Ruiz de Gaona, en 1813, que tenía 
una biblioteca de 96 volúmenes, 
Ward, Campillo, Foronda y otros. 
En este sentido es muy signifi cativo 
observar la posesión del Reglamento 
del libre comercio, en abundantes 
bibliotecas. Serra y Vall decía signi-
fi cativamente:
La opinión de utilidad
Y libertad de comercio
aumenta la población
en cualquier imperio o reino74
Para Pagden, las consecuencias 
estaban a la vista: las relaciones entre 
colonias y metrópoli debían cambiar. 
La cultura colonial debía cambiar, y 
especialmente la naturaleza de la de-
pendencia de las colonias debía cam-
biar, o se perdería todo. Estos eran 
los planes del Conde de Aranda y de 
Turgot, de constituir estados autó-
nomos75. En el caso de España esto 
valuada en 43 pesos, lo que es 
proporcionalmente más de lo que la 
mayoría de ellos invertían en sus 
bibliotecas.
74. Serra y Vall, “Colección de versos”, 
nota55, p. 196.
75. Pagden, Anthony: op. cit., p 234. La 
puesta en circulación de estas ideas 
sobre las colonias (y el juego de sus 
lenguajes) cambiaba pues su estatuto, 
cambiando al mismo tiempo el lugar 
desde donde los americanos se 
pensaban a sí mismos, dentro del 
conjunto de la monarquía. Guerra lo 
ha subrayado ya: “Esta nueva visión 
implicaba igualmente que América 
no dependía del Rey, sino de una 
metrópoli, la España peninsular… 
Que este vocabulario no fuera 
 
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era cambiar diametralmente la posi-
ción estratégica, y cambiar dominio 
por comercio. El mismo Montes-
quieu, decía, por ejemplo, en Espí-
ritu de las leyes, que “Las Indias y 
España son dos poderes sujetos al 
empleado en los documentos 
ofi ciales, en los que seguían utilizán-
dose las viejas apelaciones de reinos y 
provincias, no era óbice para que el 
término colonias –u otros equivalentes 
como establecimientos– se utilizasen 
con frecuencia creciente, primero en 
los documentos internos de la alta 
administración en Madrid y en la 
correspondencia privada de los 
funcionarios reales, y en los últimos 
lustros del siglo XVII, en la prensa y 
en los libros.” Guerra menciona a los 
Proyectistas como Ward y Campillo, 
(que aparecen 10 veces en las 
bibliotecas consultadas). Guerra, 
François-Xavier: “Las mutaciones de 
la identidad en la América hispánica”

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