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Paolicchi et al-vulnerabildad

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Concepto de vulnerabilidad: entre la fragilidad social y el desamparo psíquico. 
 
Autoras: Paolicchi, Graciela; Bozzalla, Lucía; Maffezzoli, Mabel; Colombres, Raquel; Abreu, 
Lucía; Pennella, María; Botana, Hilda; Sorgen, Eugenia. 
 
Síntesis 
Este trabajo presenta una investigación bibliográfica en torno a la noción de vulnerabilidad. Se 
presentan autores que trabajan el concepto desde la Sociología y desde el Psicoanálisis, abordando 
el aspecto psicosocial de la problemática. Se plantean las formas en que se presenta dicha 
vulnerabilidad en la actualidad, describiéndose los procesos a través de los cuales se arriba a esa 
condición; se toman en consideración tanto los sujetos como las familias y las comunidades. Se 
establecen articulaciones entre esa noción y las de desamparo o desvalimiento psíquico. Se 
reflexiona sobre cómo la vulnerabilidad de los adultos abarcados por los procesos anteriormente 
descriptos redunda en aumento de desamparo en la infancia, y los efectos que esto tiene en su 
constitución psíquica. 
 
PALABRAS CLAVE: Vulnerabilidad-desvalimiento psíquico-infancia- red social 
 
Vulnerability concept: between social fragility and psychic helplessness 
Synthesys 
This essay presents an investigation around the notion of vulnerability. It presents authors working 
from Sociology and from Psychoanalysis, addressing the psychosocial aspect of the problem. It 
shows the ways in which this vulnerability is presented today, describing the processes through which 
condition is arrived to; consideration such as subjects, families and communities are taken. This notion 
is established with the idea of psychic helplessness or powerlessness. It reflects on how the adults’ 
vulnerability covered by the processes described above, resulting in increased helplessness in 
childhood and the effects that this has on their psychic constitution. 
 
KEYWORDS: Vulnerability- Psychic helplessness- Childhood- Social network 
 
Desarrollo 
 La palabra vulnerabilidad ha tomado una amplia difusión en las últimas décadas. Se la encuentra 
mencionada desde perspectivas económicas, sociológicas y psicológicas entre otras, así como en el 
discurso corriente. ¿Cuáles son los sentidos del término? ¿Cómo se puede conceptualizar la 
vulnerabilidad desde distintos marcos teóricos o incluso desde distintas disciplinas? ¿Hay algo en 
común cuando se habla de vulnerabilidad en macroeconomía (los mercados vulnerables) y cuando 
 
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se habla de la vulnerabilidad de los sujetos, de las familias, de las comunidades? 
 Analizando el sentido del uso del término en los distintos contextos, se observa que en todos los 
casos alude a la ausencia de garantías, a la fragilidad, a las dificultades que se presentan para 
sostener a sí mismo, a alguien, algo. 
 
Perspectiva social 
 Las grandes transformaciones sociales, económicas y culturales de los últimos cuarenta años dieron 
lugar a teorizaciones en torno a la noción de vulnerabilidad. 
 Robert Casteli plantea que se padece la vulnerabilidad social desde la certeza previa de estar 
protegido (1991, 1997). Constata el crecimiento de las manifestaciones de desprotección que se 
manifiestan en el continente europeo, principalmente bajo la forma de jóvenes desocupados y 
madres solas. No se trata tanto de la figura del anciano sin recursos o de la familia numerosa 
(situaciones que pueden observarse en países de Latinoamérica), sino de los jóvenes que no 
consiguen su primer empleo y de las consecuencias de la disolución familiar (problemas que tienen 
en común los países europeos y americanos). Para este autor la vulnerabilidad se explica teniendo 
en cuenta tanto el tipo de inserción laboral como la categoría de inscripción relacional que logran los 
sujetos. Todo individuo puede ubicarse socialmente en relación a un doble eje: el de la integración a 
través del trabajo y el de la inscripción relacional (vínculos familiares, relaciones sociales). Explica 
las situaciones de marginalidad como producto de procesos de desvinculación en relación a ambos 
ejes que, además, suelen superponerse. De acuerdo al grado de inserción en dichos ejes define tres 
zonas: 
a) zona de integración: los individuos tienen trabajo estable y una inserción relacional fuerte; 
b) zona de vulnerabilidad: el trabajo es precario y hay fragilidad relacional; 
c) zona de desafiliación o marginalidad: los individuos no tienen trabajo, y no hay inserción social, 
sino aislamiento. 
 Este autor desnaturaliza la cuestión de la desigualdad social, postulando que las situaciones de 
marginalidad o desafiliación se explican por procesos de expulsión que son propios de determinados 
modos de funcionamiento de la sociedad. Desde las últimas décadas del siglo XX se produjeron 
políticas a partir de las cuales en distintos países, una gran parte de la población se vio desplazada 
desde la zona de integración (correspondiente a la lógica del Estado Moderno y del trabajo fabril) a 
las zonas de vulnerabilidad y de desafiliación. La vulnerabilidad sería la condición de fragilidad en lo 
social que deja expuesto al sujeto al riesgo de la desafiliación, ambas concebidas como efecto de un 
modo de constitución de lo social. 
 Si bien dicho autor trabaja desde la realidad europea, las categorías que utiliza y la explicación de 
los procesos sociales de expulsión que aporta permiten comprender también muchos aspectos de 
las transformaciones que se han visto en la Argentina de la postdictadura militar, cuyo punto máximo 
de manifestación, políticas neoliberales mediante, podría ubicarse en la crisis que estalló a finales de 
 
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2001. Estas políticas proponen que todos los actores sociales sean activos forjadores de su propio 
destino, pero los sujetos no pueden gestionar por sí mismos las funciones de protección que recibían 
del Estado y de otras instituciones. 
Duschatzky, S. y Corea, C. (2002, pp 17), por su parte, destacan la diferencia conceptual entre las 
categorías de excluido y expulsado. Mientras que la primera permite pensar en la imposibilidad de 
integración, la segunda alerta acerca de las operaciones sociales que producen tal condición, 
destacando que en tanto es una producción, la misma puede tener un carácter móvil. Al plantear que 
vulnerabilidad y pobreza son conceptos relacionados pero no equivalentes, definen pobreza como 
“estados de desposesión material y cultural que no necesariamente atacan procesos de filiación y 
horizontes o imaginarios futuros”. Describen las características que tuvo la pobreza en épocas en las 
que había instituciones potentes que garantizaban la inclusión social y eximían de la exclusión y de 
la desafiliación. El lazo social, sin eliminar las desigualdades y los conflictos, se evidenciaba por 
ejemplo, en la participación en la estructura fabril pujante, en la pertenencia a los sindicatos o clubes 
de barrio, y en la consecuente expectativa de progresar en el futuro. La red social garantizaba la 
inclusión en una trama de filiaciones, pertenencias y reconocimientos; en cambio la vulnerabilidad 
describe procesos de precarización de trabajo y de fragilidad relacional, y se vincula con la idea de 
expulsión hacia un estado de exclusión. 
Las autoras plantean la problemática de la inutilidad social que padecen algunos actores sociales, y 
el fenómeno de indiferencia que conlleva la naturalización de esta situación por parte del conjunto 
social. La sociedad los trata como inexistentes, no espera nada de ellos, y los priva de las condiciones 
sociales necesarias para construir un proyecto personal; sólo les ofrece lo que parece conducirlos a 
destinos predeterminados por las condiciones de exclusión de partida. En esta situación se 
encuentra, en mayor o menor medida, una diversidad de grupos sociales y no sólo los que se definen 
como pobres según las mediciones usuales. Así por ejemplo, las migraciones – cuyos motivos no 
siempre están dados poruna carencia material- pueden relacionarse con situaciones de familias 
desintegradas y provocar un gran sufrimiento si las leyes no promueven su integración, si no existe 
el recurso de unirse con otras familias de igual proveniencia y armar una red, o integrarse a través 
de instituciones a la población que las recibe. 
 Richard Sennett (2003, pp 154) presenta la idea de “fatiga de la compasión” para describir la 
naturalización con la cual amplios sectores de la sociedad toman las situaciones de desigualdad y 
marginalidad. Dicha naturalización supone una manera de precaverse de la carga subjetiva que 
derivaría de una actitud de disponibilidad sin fronteras frente al sufrimiento de los otros. Puede 
entenderse esa fatiga entonces como expresión de la impotencia ante el dolor y el sufrimiento ajenos, 
llegando a la deshumanización del semejante (como una forma de defensa): el otro es despojado de 
su condición humana en el sentido de no poder ser mirado como persona, como sujeto. 
 Otro autor que trabaja la cuestión social y las grandes transformaciones que se evidencian en los 
últimos 40 años en las democracias de casi todo el mundo, es Pierre Rosanvallonii (2012). Señala 
 
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un crecimiento extraordinario y una mundialización de las desigualdades, de manera que las 
diferencias entre los países se han reducido: mientras que las ganancias promedio en China, Brasil 
o Argentina se han ido acercando a las de Europa, en cada uno de estos países las desigualdades 
aumentaron. Postula que para la vida en sociedad es necesario no sólo la redistribución de bienes 
económicos sino también el ejercicio de la solidaridad, lo cual requiere del sentimiento de pertenecer 
a un mundo en común. De ese modo pone en el centro de la cuestión social la posibilidad de hacer 
lazo con los otros, para lo cual es indispensable que sea posible vivir como iguales; sólo así se podrá 
participar de un mundo en común. Lejos de considerar la noción de igualdad como uniformidad y de 
limitarla a la redistribución de la riqueza, la redefine en términos que van más allá de esta última, y 
la ubica como un modo de relación social que gira en torno a tres principios: singularidad, reciprocidad 
y comunalidad. Destaca el reconocimiento de las diferencias, la vigencia de las mismas reglas de 
juego para todos y la construcción de espacios comunes, al estilo de las antiguas ciudades que se 
organizaban en torno de la plaza pública, cuyo espacio permitía la discusión y el intercambio entre 
unos y otros. Para este autor, en la actualidad falta un mundo en común: la sociedad es un conjunto 
de individuos que no encuentra la forma de componer comunalidad (es lo que se conoce como 
individualismo). 
 Las situaciones descriptas desde la perspectiva social y las vulnerabilidades involucradas, son 
dependientes de las políticas implementadas en las respectivas sociedades y siguen un curso más 
o menos fluctuante de acuerdo a crisis globales y/o locales. Así por ejemplo en Argentina, la 
vulnerabilidad social y la marginalidad adquirieron mayores dimensiones como efecto de las políticas 
neoliberales que desembocaron en la crisis del 2001. 
 
Perspectiva psicoanalítica 
 Cuando se examina la noción de vulnerabilidad desde la perspectiva psicoanalítica en el plano de 
los sujetos, es necesario vincularla con la noción de la psychischeHilflosigkeit freudiana, traducida al 
español como desamparo (López Ballesteros) o como desvalimiento (Etcheverry). Según definen 
Laplanche y Pontalis en el Diccionario de Psicoanálisis (1971, pp 93), el desamparo refiere en 
principio al “estado del lactante que, dependiendo totalmente de otra persona para la satisfacción de 
sus necesidades (sed, hambre) se halla impotente para realizar la acción específica adecuada para 
poner fin a la tensión interna”. De este modo, Freud alude al desvalimiento originario del ser humano 
que impone la necesidad de la presencia de un otro auxiliar potente. Es así como se va constituyendo 
el psiquismo en una realidad intersubjetiva signada por el posicionamiento asimétrico del adulto que 
garantiza el sostén del infans. Freud hablará de dos grandes fuentes de desvalimiento o desamparo 
psíquico que pueden ejercer su efecto a lo largo de toda la vida: las incitaciones exógenas que vienen 
desde el mundo, y las endógenas, propias de lo pulsional. 
 Hugo Bleichmar (1997, pp 133) trabajando sobre la noción de Hilflosigkeit en Freud, marca dos 
tiempos, para diferenciar la impotencia como experiencia anterior al desvalimiento. Dice: “ante lo 
 
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pulsional, el lactante experimenta el estado interior de impotencia, la vivencia de que por sí mismo 
no puede salir de la exigencia que la pulsión le impone desde el interior. Por el hecho de que no 
puede, de que él es impotente, se requiere del objeto externo. Si este objeto faltase, se generaría –
segundo tiempo– el sentimiento de desvalimiento, de desamparo, de carencia de socorro”. 
La vulnerabilidad social –anteriormente desarrollada– y la vivencia de impotencia subjetiva –que se 
trabaja aquí– refieren a vivencias de inseguridad y de temor en los sujetos; si estas vivencias son 
reconocidas, implicarán el desarrollo de algún tipo de sufrimiento. 
 Eva Giberti (2005, pp 28), desde una perspectiva psicosocial, explora el significado etimológico del 
término vulnerabilidad, cuyo sentido se vincula con herir (del latín, vulnerare: herir, derivado de 
vulnus: herida). Lo relaciona también con recibir un golpe y su etimología refiere además a desgracia 
y aflicción. La autora conceptualiza la noción de vulnerabilidad en sintonía con la noción de 
desamparo o desvalimiento freudiano. La condición de vulnerabilidad “se expresa entonces como 
una imposibilidad de defensa frente a los hechos traumatizantes o dañinos, debido a la insuficiencia 
de recursos psicológicos defensivos personales, y/o merced a la ausencia de apoyo externo, además 
de una incapacidad o inhabilidad para adaptarse a un nuevo escenario generado por los efectos de 
la situación riesgosa o peligrosa”. Aplica esta noción a ciertas situaciones que pueden padecer tanto 
los sujetos como las comunidades. 
 Silvia Bleichmar (2005) plantea que el sujeto necesita para constituirse del sostén identitario que le 
brinda la pertenencia a un grupo a partir de la renuncia de las pulsiones libidinales y hostiles. La falta 
de dicho sostén en los procesos de constitución psíquica y la ausencia de empatía en los vínculos 
produce daños no sólo en la propia subjetividad sino también en la construcción de la noción de 
semejante. Sin ello es difícil articular los intercambios entre los sujetos en un marco de respeto y 
reconocimiento del otro como semejante y como diferente. 
 
Efectos de la crisis social en la niñez 
 El marco de las cuestiones desplegadas permite reflexionar sobre la infancia en relación a ciertas 
problemáticas de época, haciendo foco en la relación entre algunas formas del malestar infantil y las 
circunstancias del ámbito social. La problemática referida al peso de la realidad social en la 
constitución subjetiva fue trabajada por distintos especialistas en la Argentina, sobre todo a partir de 
la crisis anteriormente mencionada. 
 Es sabido que la necesidad de sostén y por lo tanto de lazo social es máxima en los primeros tiempos 
de la vida, y que los niños y adolescentes siguen teniendo especial necesidad de amparo y 
protección; de allí la concepción acerca de los derechos de la niñez y la adolescencia que establece 
derechos especiales para los menores de 18 años en la Convención sobre los Derechos del Niño del 
año 1989. Las condiciones psicosociales vinculadas con la vulnerabilidad descriptas por Castel, 
relacionadas con la pobreza o atravesadas por el riesgo de la desafiliación, son potencialmente 
traumáticas y capaces de motivar fallas en las funciones de sostén necesarias para el desarrollo 
 
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saludable. El sujeto infantil quedaentonces expuesto a padecer desvalimiento. 
 Desde el Psicoanálisis se considera que el vínculo niño-madre es imprescindible para la constitución 
subjetiva del niño. A su vez es necesario que este vínculo sea sostenido desde la cercanía y la 
intimidad por un grupo humano que lo contenga, y que este se encuentre a su vez apuntalado por la 
sociedad en la que está inserto. Las crisis socio-económicas como la mencionada, cuyas 
consecuencias aún se transitan, dañan la trama social, perturban las dinámicas familiares, y afectan 
la constitución de la subjetividad. 
 Se requiere una pertenencia sólida al entramado social para que los recursos simbólicos -los únicos 
válidos para la tarea psíquica primordial de elaborar lo cuantitativo- se constituyan y se transmitan a 
las nuevas generaciones. Cuando estos procesos se ven alterados, la realidad social pesa 
negativamente y el trabajo de cualificación de los estímulos y por lo tanto también el de la 
simbolización, se ven empobrecidos; en situaciones extremas el psiquismo se organiza en torno a 
mecanismos primitivos (como la disociación y la desmentida) que pueden manifestarse en 
enfermedades psicosomáticas, adicciones, ejercicio de la violencia, entre otros modos de 
padecimiento. 
 Juan José Calzetta (2004, pp 121) trabaja el concepto de “deprivación simbólica” para describir la 
particular subjetividad que se produce en situaciones de disgregación social. Una franja de sujetos 
queda excluida de los bienes simbólicos propios de su cultura, y se ve obligada a inventar una forma 
de autosostén que, a menudo, sólo puede orientarse en el sentido de la destructividad. Este enfoque 
aproxima la idea de una niñez traumatizada, padecida por una importante proporción de los niños de 
Argentina y ocasionada por la agresión, el maltrato, el abuso que el medio social, considerado en su 
conjunto, ejerce contra ellos. Lo traumático no deriva de lo inesperado de la agresión, sino de su 
persistencia, lo cual limita las posibilidades de elaboración psíquica. (2005). 
 Investigando sobre la misma problemática, Cristina Corea y Silvia Duschatsky (2002, pp 55) 
describen cómo, en situaciones de marginalidad, los jóvenes carentes de inserción y de sostén en la 
trama paterno-filial de identificación crean formas alternativas de constitución subjetiva basadas en 
la fraternidad y el “aguante”. Estas figuras generan tramas de pertenencia y de sentido para niños y 
jóvenes que viven por fuera de las instituciones que conformaron la condición de la infancia en la 
Modernidad: la escuela y la familia. 
 Ignacio Lewcowicz (2004), observador y teórico de los efectos de la crisis estallada a fines del 2001 
en la Argentina, aportó la posibilidad de pensar sobre la situación de la infancia en ese momento 
particular de la historia; desde su mirada, durante esa crisis las instituciones que albergaban la 
condición humana en la Modernidad dejaron de existir como tales, creándose un estado de pérdida 
de garantías, sin una perspectiva de futuro. Plantea que en ese contexto de ausencia de solidez de 
la familia y de la escuela, la infancia se desarticula en tanto representación que cobija las historias 
individuales. Niños y niñas, incluidos en la conmoción social, caídos de las instituciones 
contenedoras, se constituyen como sujetos frágiles junto a adultos fragilizados (padres desbordados, 
 
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con la autoestima debilitada, con riesgo de pérdida de inserción laboral y social). 
 Se plantea así otra de las problemáticas de la época que ha sido objeto de estudio en los últimos 
tiempos: la pérdida de la asimetría adulto–niño, con lo cual la infancia queda desprotegida, ya que la 
noción de adulto y de niño han sido deconstruidas. Los lugares diferenciados en la cadena de las 
generaciones quedan a la sombra de la figura del consumidor, que los iguala. Todos son vistos como 
potenciales consumidores, desplazándose muchas veces el lazo social hacia el consumo de objetos, 
o de personas ubicadas en el lugar de objetos. Se observa un fenómeno social: el temor a perder el 
nivel logrado y así quedar excluidos de la trama social, sin un proyecto de futuro que permita 
visualizar la salida de ese malestar. Todo ello acontece en un marco cultural en el que la noción de 
semejante pierde universalidad y fuerza, y la de prójimo sólo recorta la de próximo; es decir, sólo 
incluye al parecido y excluye al diferente. 
 Otras transformaciones significativas se relacionan con las nuevas modalidades de organizaciones 
familiares, que ocupan el lugar de la tradicional familia nuclear. Los vínculos no se encuentran 
únicamente determinados por la estructura de parentesco sino que dependen de acercamientos y 
desencuentros, dando lugar a lazos cambiantes, cada vez más electivos y menos vitalicios, a partir 
de una suerte de elección mutua. En este contexto de pérdida del modelo tradicional de familia, 
pueden manifestarse situaciones de desorientación en las nuevas generaciones (Castoriadis, 1997). 
En los jóvenes coexisten estados de desconcierto e inseguridad junto a esfuerzos para crear nuevas 
formas de convivencia. Así se intenta articular las nuevas costumbres con las transmitidas por las 
generaciones anteriores, y se busca crear ambientes de contención que posibiliten la crianza de los 
hijos. 
 Indagando acerca de las vulnerabilidades sociales y sus efectos en la constitución subjetiva de niños 
y niñas a raíz de la mencionada crisis social del país, hay autores que se interesan por la problemática 
de los niños que permanecen solos en sus hogares durante muchas horas (Ragatke y Toporosi, 
2003). Plantean que la conjunción de diversos factores (entre los que citan la flexibilización laboral, 
la prolongación de las jornadas laborales, el riesgo de perder el trabajo, los fenómenos migratorios y 
los cambios en los modelos familiares: hogares monoparentales con mujer a cargo, padres que 
permanecen en los hogares pero deprimidos por la desocupación) dio lugar a un incremento del 
número de niños en esa situación. Se preguntan si constituye un factor de incidencia traumática en 
los niños dicha soledad, y para responder a este interrogante las autoras toman los planteos 
winnicottianos. Partiendo de considerar que la capacidad de estar a solas es un logro asociado con 
la madurez emocional y que requiere de un proceso de construcción, realizan una descripción de 
acuerdo a los diferentes momentos de la constitución subjetiva. De ese modo establecen cuándo 
están dadas las condiciones psíquicas para que un niño pueda quedarse solo y cuándo no, 
resaltando la importancia de evitar dejarlos solos cuando no están en condiciones emocionales de 
sobrellevar esa situación. Winnicott (1958, pp 36) resalta la paradoja de que la “capacidad de estar 
a solas” se construye en la experiencia de poder “estar solo en presencia de alguien” en quien se 
 
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confía. Si la presencia del adulto resulta insuficiente (por falta de empatía y conexión, por ausencias 
prolongadas) en los momentos de constitución de esa capacidad, ésta no se construye, y el niño 
queda en situación emocional de desamparo ante la ausencia de otro significativo. En cambio, si 
dicha capacidad se ha instalado, el niño es capaz de vivenciar la soledad, incluso de disfrutarla y de 
valorar la experiencia. Las autoras señalan que un niño puede quedarse solo en su casa, en la plaza, 
viajar solo, a partir de la incorporación de la imagen de una figura confiable y protectora que lo 
acompaña con su presencia interiorizada. Al principio de su desarrollo emocional, el niño necesita de 
la presencia real de la madre; dicha presencia luego se internaliza y a partir de ese momento estará 
en condiciones psíquicas de afrontar situaciones de soledad real. Se observa en muchas 
circunstancias que niños pequeños se quedan al cuidado de un hermano no mucho mayor que él; si 
no se dan las condiciones antedichas habrá dos niños en riesgo. Estosplanteos permiten reflexionar 
acerca de las consecuencias que puede tener para un niño que no se encuentra en condiciones de 
afrontar la soledad, el tener que hacerlo. Más allá de la exposición a accidentes de distinto tipo 
(golpes, quemaduras, intoxicaciones, entre otros) resulta una experiencia de intenso sufrimiento con 
efectos potencialmente traumáticos: debilitamiento de la autoestima, pérdida del sentimiento de 
seguridad, sobreadaptaciones, depresiones con variada sintomatología, propensión a la 
desorganización, dificultades en el control de los impulsos. 
 Paolicchi y otros (2011, pp 70) aclaran que lo importante es que se cumpla la función materna, la 
cual puede desplegarse a través de una presencia sostenida, empática y coherente, aunque repartida 
en distintos referentes que pertenecen a la cotidianeidad del niño: “frente a la ausencia de las figuras 
parentales en el hogar, el sostén puede configurarse por medio de una función maternante ejercida 
por un grupo de personas -líder comunitario, abuela, madres, maestras- no sólo en beneficio de los 
niños sino también en beneficio de las familias”. 
 También desde una perspectiva psicoanalítica Beatriz Janín (2004) se refiere a las consecuencias 
psíquicas de la crisis social en el seno de las organizaciones familiares. Los niños registran cambios 
en los vínculos con los padres y poco a poco quedan sin ese espacio de seguridad parental. En estas 
situaciones se observan adultos angustiados, deprimidos, desbordados, paralizados. 
Correlativamente se observa en los niños un aumento de las enfermedades psicosomáticas, 
trastornos de la alimentación, reacciones de angustia, trastornos de aprendizaje y de la conducta, 
ataques de pánico, entre otras patologías. La autora señala que en estos contextos se transmite de 
padres a hijos sin necesidad de decir lo que pasa, más allá de lo que se quiere transmitir. Queda 
abierta la temática de la transmisión intergeneracional de lo traumático, que ha sido desarrollada por 
Serge Tisseron (1995, pp 18, 19)): “cuando en una generación, después de un traumatismo que 
puede ser un duelo, pero que también puede ser cualquier tipo de experiencia traumatizante, no se 
hace el trabajo de elaboración psíquica, resulta en consecuencia un clivaje que va a constituir para 
las generaciones ulteriores verdadera prehistoria de su historia personal”. Según este autor, las 
situaciones serán “indecibles” para quienes las viven, “innombrables” para sus hijos e “impensables” 
 
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para los miembros de la tercera generación. 
 
Conclusiones 
 A partir de la investigación bibliográfica en torno a la noción de vulnerabilidad tanto desde la 
perspectiva social como desde la perspectiva psicoanalítica, se destaca como un denominador 
común a ambos contextos la importancia otorgada a las relaciones interpersonales. 
 Los autores resaltan que, ante la crisis social hoy también globalizada y el malestar epocal 
subsiguiente, es necesario restituir la vinculación. Desde el punto de vista social, consideran a esta 
vinculación un lazo social que construye trama o red. Desde el punto de vista psíquico, un vínculo 
que permite la cualificación psíquica de las cantidadesy genera las condiciones de empatía 
requeridas para la constitución tanto del yo como del objeto, entendido éste como semejante. 
 La articulación de ambas perspectivas permite pensar y reflexionar acerca del cruce de lo individual 
y lo comunitario, de lo intrapsíquico y lo intersubjetivo, y cómo no se puede hablar de consecuencias 
universales sino de ciertas tendencias o dominancias en las manifestaciones. Así, en poblaciones 
con alto índice de desempleo en las cuales el sujeto está expuesto a condiciones potencialmente 
dañinas, puede ser difícil contar con recursos para responder a la amenaza; predominará entonces 
la vivencia de impotencia y el estado de desvalimiento, lo cual puede manifestarse en conductas 
diversas: alcoholismo, violencia, adicciones, cuadros orgánicos graves. Y en las mismas condiciones, 
otros sujetos pueden producir respuestas innovadoras apoyados en los recursos simbólicos con los 
que sí cuentan para enfrentar las crisis, teniendo presente que esos recursos pueden provenir tanto 
de lo intrapsíquico como de lo intersubjetivo para armar un proyecto alternativo con sentido de futuro. 
La organización de la solidaridad en pequeños o grandes emprendimientos ha constituido un ejemplo 
claro en ese sentido en la sociedad argentina. 
 Asimismo, la permanencia de niños solos en sus hogares, puede dar lugar a la sustitución 
momentánea de las figuras parentales de cuidado por formas de organización entre vecinos o 
instituciones comunitarias que generan verdaderas redes e involucran diversos referentes sociales. 
Si bien estos lazos sociales pueden componerse de forma autogestiva, se destaca la necesidad de 
políticas de Estado que puedan garantizar que las familias accedan a los bienes básicos de 
subsistencia y sus niños ejerzan los derechos humanos fundamentales para su desarrollo. En ese 
sentido, aunque se siga lejos de alcanzar las condiciones necesarias de protección integral para la 
infancia, diferentes medidas de Estado implementadas en los últimos años en el país intentan brindar 
un sostén a los sectores de mayor vulnerabilidad. 
 Las formas extremas de individualismo que propician los discursos y las acciones mercantilistas, 
dejan desprotegidos e inermes a niños y adultos. Son situaciones que llevan a la ruptura del 
entramado social. La organización de proyectos grupales y diversas actividades solidarias posibilitan 
el armado de redes que permiten avizorar la construcción de una idea de futuro. Los autores 
mencionados coinciden en la importancia de la recuperar el lazo social, para que el futuro recupere 
 
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el sentido de promesa. 
 
 
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iSociólogo y filósofo francés que escribe sobre este tema en la década de los 90, a partir de los cambios que produjo el 
neoliberalismo o capitalismo tardío en la realidad europea. 
 
iiHistoriador y filósofo político francés contemporáneo que investiga sobre las mutaciones actuales de la democracia.

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