Logo Studenta

Evaluacion de la personalidad normal - Cap 5

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

5 
Instrumentos de evaluación de la personalidad 
Mercedes Fernández Liporace 
En los capítulos precedentes se han revisado los principales modelos 
que la Psicología ha construido para explicar la personalidad humana, 
pasando por las definiciones más clásicas, las teorías basadas en el enfoque 
de rasgos, el abordaje idiográfico y los desarrollos más actuales. Nos hemos 
detenido especialmente en el modelo de los cinco factores, máximo 
exponente del abordaje factorial. También hemos dedicado espacio a la 
visión teórico-racional encarnada por el modelo de Millón, del que hemos 
examinado sus aportes, su evolución y aplicaciones, así como las 
modificaciones de aquel experimentadas en las últimas décadas. Finalmente 
nos hemos focalizado en los trastornos de personalidad, haciendo especial 
hincapié en el DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013) y en las 
nuevas aportaciones que la nueva versión de este manual ha incorporado. 
Es momento, entonces, de referirnos a la evaluación de la personalidad 
según la Psicología actual. Pero para ello es necesario comentar algunas 
cuestiones referidas a sus antecedentes precientíficos. 
Los comienzos de la evaluación psicológica de la 
personalidad 
Desde que se tiene noticia, el ser humano se ha mostrado proclive a 
evaluar su personalidad de modo más o menos asistemático o sistemático, 
según el caso, dependiendo de la época pero también de la situación puntual 
en la que cada uno se halla inmerso. Es una tendencia lúdica la que nos 
impulsa, mientras esperamos en la sala del dentista o en el salón de belleza, 
a responder preguntas de un ‘‘test” 
108 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
informal de personalidad que llevarán a un resultado que nos permitirá 
conocernos más y mejor, tanto a nosotros mismos como a alguno de 
nuestros seres queridos. La mayoría de las personas con determinado nivel 
educativo o de información psicológica no las tomará en serio y las 
responderá a modo de divertimento, pero lo cierto es que muchos se 
detendrán a contestarlas, de una u otra manera, con una actitud más seria 
o más distendida. El horóscopo, basado en los principios de la astrología, 
actualmente continúa ocupando alguna sección en diarios, revistas o sitios 
de Internet. Las cartas natales, basadas en esta disciplina ancestral para el 
ser humano, aún conservan numerosos adeptos, sosteniéndose en 
tradiciones milenarias. 
En un plano más formal y haciendo un poco de historia se destacan los 
aportes de la filosofía clásica, que desde los desarrollos aristotélicos y desde 
el conocimiento sofista intentaba describir la personalidad por medio de los 
humores corporales, los cuatro elementos u otras dimensiones similares. Y 
ya más cerca de nuestros tiempos, la fisiognomía y la frenología proponían 
unir determinados indicadores -corporales o craneanos, respectivamente- 
con ciertos correlatos comporta- mentales que podían ser hipotetizados 
como habituales, distintivos o característicos en cada individuo. Tal ha sido 
la sucesión que diversos autores ya clásicos destacaron como los 
antecedentes precientíficos de la evaluación psicológica en general, y de la 
evaluación de la personalidad en particular (Fernández Ballesteros, 1980; 
McReynolds, 1975; Silva, 1985). 
La Psicología científica ha intentado, desde sus comienzos, tomar como 
propio el estudio de la personalidad creando diversos modelos, con mayor 
o menor peso de dimensiones biológicas, intrapsíquicas o ambientales, y ha 
compilado tales hipótesis teóricas en grandes cuerpos de conocimientos 
(véanse Capítulos 1 a 3) que dieron lugar a las herramientas que hoy 
conocemos como instrumentos de evaluación psicológica de la 
personalidad. Vayamos ahora a estos instrumentos. 
Métodos psicológicos para la evaluación de la 
personalidad 
Históricamente, más allá de que la entrevista clínica sea la herramienta 
por excelencia que empleamos como primera introducción a las 
problemáticas personales, mucho se ha escrito y discutido acerca 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 109 
de sus limitaciones en cuanto a la validez y confiabilidad de los datos que 
aporta respecto de la concreción de diagnósticos de personalidad. Todo ello 
se ha debatido en virtud de dos tipos principales de dificultades, entendidas 
como obstáculos para arribar a acuerdos tanto teóricos cuanto 
metodológicos. 
Entre el primer grupo de dificultades -conceptuales o teóricas- podemos 
ubicar, por caso, la falta de consenso que se advierte en las definiciones de 
los distintos trastornos que manejan los clínicos o la influencia de sesgos 
culturales para decidir qué indicadores configuran un diagnóstico positivo 
de trastorno para determinado grupo cultural. Entre los problemas 
metodológicos es posible contabilizar escollos tales como la disparidad en 
cuanto a desarrollos temáticos en entrevistas libres y semidirigidas que cada 
clínico o que cada consultante propone, así como otras complicaciones 
generadas por el estilo de respuesta del entrevistado, que atentan contra un 
diagnóstico válido -efectos de deseabilidad social en la respuesta, tendencia 
a la aquiescencia dada por determinantes culturales, defensividad, 
exageración de sintomatología e, incluso, simulación, entre otras 
distorsiones posibles, deliberadas o no- (American Psychiatric Association, 
1980). 
Atendiendo a los obstáculos sucintamente descritos, la Psicología ha 
trabajado para desarrollar herramientas diferentes de la entrevista, 
orientadas especialmente a la evaluación de las dimensiones o variables -
según el nivel de análisis donde nos ubiquemos- que componen la 
personalidad. Como en toda actividad aplicada o de investigación donde1 
se trabaje con métodos de evaluación psicológica, el objetivo principal 
reside en identificar y describir diferencias individuales entre las personas 
en cuanto al rasgo evaluado o medido. Particularmente en el ámbito 
aplicado, la captación o discriminación de tales diferencias es la razón de 
ser del proceso de evaluación, que persigue el fin último de recomendar 
intervenciones puntuales ante una problemática dada. Siguiendo los 
razonamientos anteriores, los métodos de evaluación con los que 
actualmente cuenta la disciplina pueden clasificarse según una cierta 
diversidad de criterios. Así, para comprender a fondo las diferencias entre 
los instrumentos de evaluación de la personalidad y conocerlos mejor 
podemos apelar a una clasificación metodológica, a una que tome en cuenta 
el modo en que el instrumento ha sido diseñado, a otra que se refiera a la 
manera en que los datos han sido analizados, y finalmente, a una 
clasificación que contemple los objetivos específicos de la evaluación que 
con tal herramienta pueden llevarse a cabo. Examinémoslas en detalle en 
los siguientes apartados. 
Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
Clasificación metodológica: instrumentos proyectivos 
vs. psicométricos 
Con el fin de morigerar los obstáculos señalados en el apartado anterior, 
la Psicología ha desarrollado, de cara a complementar la información 
brindada por las entrevistas, dos metodologías fundamentales de 
evaluación de la personalidad, conocidas como métodos proyectivos y métodos 
psicométricos (Cohen, Swerdlik y Sturman, 2012). Los primeros se basan en 
los postulados psicoanalíticos y se valen del mecanismo defensivo de la 
proyección que, utilizado en combinación con estímulos y consignas poco 
estructurados, supone una respuesta que se asume como indicador de la 
dinámica de la personalidad profunda. 
Cabe destacar que la expresión métodos proyectivos pertenece a Frank 
(1939), quien no limita este mecanismo solo a las situaciones en las que el 
aparato psíquico actúa para sobreponerse a la desintegración psíquica, a la 
angustia (y hasta podríamos arriesgar a decir con terminología más actual, 
al estrés). Yendo más lejos,Frank lo entiende como el estilo por medio del 
cual un sujeto organiza en su respuesta el campo de la experiencia, apelando 
a sentimientos, emociones y significaciones personales (Anzieu, 1960). La 
ambigüedad del estímulo y de la consigna contribuye en estos instrumentos 
a que la proyección acontezca, poniendo en juego aspectos distintivos de 
cada configuración personal. Y es, precisamente, este principio el que 
permite la aparición de las respuestas y las interpretaciones a ellas 
asignadas, que siempre estarán en relación con las descripciones 
psicoanalíticas sobre la dinámica intrapsíquica. 
Rorschach redactó en 1912 su monografía Psychodiagnostics, sentando 
las bases fundacionales de esta metodología evaluativa (Rorschach, 
1921/1942). Desde entonces se ha desarrollado un vasto arsenal de 
herramientas sustentadas en el modelo psicodinámico y sus diversas 
variantes, con hincapié en diferentes aspectos persono- lógicos. Resulta 
interesante poner de relieve que este abordaje involucra interpretaciones en 
términos holísticos en cuanto a los diferentes componentes que para este 
modelo integran la personalidad. Si bien se trabaja examinando una nutrida 
variedad de indicadores, el informe final que se logra apunta hacia la 
interpretación del conjunto como una totalidad dotada de sentido, 
estructurándose informes descriptivos que, en general, se redactan 
mediante una narrativa 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 111 
florida, de cara a la exhaustiva descripción del funcionamiento individual 
en diversas situaciones según los postulados psicoanalíticos. 
Son conocidos los instrumentos donde la consigna solicita una actividad 
gráfica y/o verbal, una respuesta verbal a partir de la percepción de 
estímulos gráficos, respuestas verbales a partir de estímulos verbales, 
respuestas comportamentales, escritas, entre otras. Entre los instrumentos 
más empleados pueden citarse, por ejemplo, el Test Pro- yectivo del Dibujo 
de la Figura Humana (Machover, 1949) y todas sus variantes -Test de la 
Familia Kinética (Burns y Kaufman, 1978), HTP (Buck, 1947, 1948) entre 
otras-, el Cuestionario Desiderativo (Córdoba y Pigem, 1946), el Test de 
Relaciones Objétales (Phillipson, 1955), el Test de Apercepción Temática 
(Morgan y Murray, 1935) o el ya mencionado Test de Manchas de Tinta de 
Rorschach (1942), por tomar solo algunos de los más tradicionales. 
Las técnicas proyectivas se basan, además, en otros varios supuestos 
(Murstein, 1961). Además de la determinación inconsciente del 
comportamiento, se afirma que cuanto menos estructurada resulte la tarea, 
menor control habrá en las respuestas por parte del entrevistado y, por 
ende, menor distorsión consciente en ellas. Por supuesto que estas 
aseveraciones tienen sus defensores y detractores, discutiéndose evidencia 
a favor y en contra. El mismo debate existe en cuanto a la validez de los 
indicadores, en relación con la pertinencia situacional de las 
interpretaciones, su posible generalización, variaciones no controladas 
introducidas por la longitud y el carácter abierto de los protocolos, así como 
con la controvertida multivocidad interpretativa y posibles efectos de la 
subjetividad del evaluador en la significación otorgada a los indicadores 
(Brody, 1972; Erdelyi y Goldberg, 1979; Kinslinger, 1966). 
No se abundará aquí en información específica en cuanto a formatos y 
variantes referidos a este tipo de instrumentos, así como tampoco se hará 
un desarrollo de ninguno en particular, ya que el tema que nos ocupa en 
este texto enfatiza la evaluación psicométrica, pero el lector interesado 
puede remitirse a Bell (1948), Hammer (1957) o Abty Bellak (1967) para una 
primera introducción al tema. 
Los métodos psicométricos para evaluar la personalidad, en cambio, se 
distinguen porque pueden basarse en diversos modelos y no solamente en 
algún modelo psicoanalítico, además de ser altamente estructurados, con 
respuestas cerradas y, en general, preestablecidas. Suelen también 
denominarse métodos objetivos, aunque más actualmente se ha preferido 
abandonar esta sinonimia, puesto que su estructuración y 
112 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
los estudios de validez y calidad psicométrica que implican no los despoja 
de componentes subjetivos del evaluador, del evaluado y tampoco de los 
teóricos que formularon la descripción de los conceptos que en cada caso 
se operacionalizan. Dadas estas limitaciones, se ha aceptado que no es 
posible trabajar con indicadores de la personalidad objetiva del examinado, 
sino con autoinformes o autorreportes sobre su personalidad percibida. Esto 
significa, por un lado, que es el propio sujeto quien responde sobre cómo él 
mismo cree/piensa que es o se comporta habitualmente, antes que sobre 
cómo realmente es o se conduce. 
Estos autoinformes pueden adquirir un formato de inventarios, 
cuestionarios o checklists. Clásicamente es posible localizar autores que 
utilizan técnicamente los términos "inventario" y "cuestionario" como 
sinónimos, aunque otros los diferencian, definiendo los inventarios como 
listados de afirmaciones a las que se debe responder verdadero o falso -o 
alternativamente sí o no- o mediante alguna escala ordinal graduada, 
comúnmente una Likert -de acuerdo-ni de acuerdo ni en desacuerdo-en 
desacuerdo, o variantes similares-, según el grado de conformidad del 
examinado con tales proposiciones, o bien según la frecuencia con que el 
contenido aludido en la afirmación se suscita. El vocablo cuestionario suele 
reservarse, entonces, para aquellos instrumentos cuyos ítems consistan en 
preguntas que también impliquen una respuesta cerrada (V-F/sí-no/de 
acuerdo/Likert u otras variantes). Los checklists son, como su nombre lo 
indica, comúnmente listados de adjetivos que, según el evaluado, definen 
su personalidad, su estilo o sus comportamientos habituales, preferencias, 
o síntomas, entre otras posibilidades, y que también prevén una respuesta 
cerrada. Como puede advertirse, en virtud del carácter estructurado de la 
tarea planteada, las respuestas pueden ser dicotómicas o politómicas -dos 
alternativas o más-, pero nunca abiertas. Ello va en la misma dirección que 
la ya referida estructuración que caracteriza las escalas psicométricas 
(Anastasi y Urbina, 1998; Martínez Arias, 2005; Torninmbeni, Pérez y Olaz, 
2008). En todos los casos es obligatoria, como mínimo, la consecución de 
investigaciones que pongan a prueba las propiedades psicométricas de la 
herramienta, tales como estudios sobre evidencias de validez aparente, de 
contenido, empírica y de constructo, así como análisis de confiabilidad en 
términos de consistencia interna y de estabilidad temporal, junto con 
estudios sobre la capacidad discriminativa de los reactivos (Fernández 
Liporace, Cayssials y Pérez, 2009). 
A pesar de que esta categoría no siempre se contempla en las 
clasificaciones metodológicas de los instrumentos de personalidad, algunos 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 113 
autores añaden a la dicotomía proyectivos/psicométricos un tercer tipo de 
abordaje: los métodos de evaluación conductual (Cone, 1987). Ellos se 
sustentan en un enfoque que pretende simplificar el problema de si un 
indicador dado -por ejemplo, una afirmación en el autoinforme o una 
característica formal o de contenido en el dibujo proyectivo- puede tomarse 
como representativo de un constructo intangible que no tiene existencia real 
sino ideal, tal como es la personalidad o alguna de sus dimensiones (y tal 
como son todas las variables psicológicas en sentido estricto). De este modo, 
intentando evitar asumir que existen rasgos latentes subyacentes a los 
indicadores -atributos estables de personalidad que se corresponden con 
alguna característica del dibujo o alguna afirmación que represente el rasgo 
que está detrás de él-, se busca hacer foco enel comportamiento en sí, 
adhiriendo a la idea de que la conducta concreta relevada en cada caso es 
una muestra del repertorio habitual de comportamientos de un sujeto dado 
en situaciones similares. Es decir, lo que una persona haga en una 
circunstancia determinada estará en relación con ciertas condiciones 
antecedentes, prescindiendo del supuesto de que exista un rasgo psicológico 
de base que lo fundamente (si es que puede hablarse de existencia en el caso 
de los entes ideales, tales como los constructos psicológicos). El énfasis se 
ubica en el comportamiento en sí mismo. Sin embargo, este abordaje ha sido 
objeto de una fuerte discusión y puesto que a pesar de estos esfuerzos el 
concepto de rasgo pareciera, de todos modos, estar sustentando muchas 
medidas conductuales, el empleo de medidas conductuales directas no se 
encuentra tan generalizado (Mischel, 1968; Zuckerman, 1979). Otra de sus 
dificultades consiste en su aplicabilidad, ya que la puesta en práctica de 
comportamientos que involucren algo más que el uso de papel y lápiz, la 
simple conversación o cualquier otra coordenada por fuera de una situación 
de evaluación clásica resulta mucho más costosa y engorrosa desde el punto 
de vista pragmático. Imagínese por ejemplo un test situacional donde se 
ubica al examinado ante una circunstancia laboral dada, recreada 
exactamente en tiempo y espacio para evaluar su aptitud para la producción 
en equipo. Ello implicaría contar con condiciones edilicias, recursos 
humanos y temporales equivalentes a una situación laboral real. Ello 
claramente involucra otros costos y otras infraestructuras de varios tipos, 
que exceden en mucho los procesos de evaluación a los que estamos 
habituados (Smith e Iwata, 1997). 
En resumen, los métodos de evaluación conductual prescinden del 
supuesto p.sieomótrico clásico que toma la respuesta del sujeto ante una 
pregimla, allí marión o consigna como un indicador de un rasgo o 
114 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
atributo latente que subyace a esa respuesta, que podría definirse como una 
dimensión dada dentro de la configuración de su personalidad. En sentido 
estricto, los métodos de evaluación conductual proponen una situación 
cercana a una situación natural, en la que se asume que el comportamiento 
disparado por determinada consigna será una muestra válida y 
representativa del universo de todos los comportamientos posibles de ser 
ejecutados por un sujeto en tales coordenadas situacionales. Esta 
representatividad es la que permite predecir, con cierto margen de certeza, 
los comportamientos más probables ante la aparición de ciertas condiciones. 
Siguiendo esta línea, los métodos más empleados por el enfoque conductual 
suelen ser la observación -directa, por cámara Gesell o video-, los estudios 
análogos -generalmente clínicos, en los que se intenta reconstruir situaciones 
similares a la real, aplicando un análisis funcional de variables responsables 
del mantenimiento de la conducta-problema con el fin último de 
desactivarla mediante intervenciones clínicas-, la autosupervisión -que 
consiste en una acción psicoeducativa en la que el sujeto se convierte en un 
agente activo, a la vez que observador crítico de su propia acción, también 
con fines terapéuticos-, las medidas de desempeño situacional, la 
representación o juego de roles, los métodos psicofisiológicos, entre otros. 
Como ya se ha comentado, la principal dificultad de esta metodología reside 
en la replicación exacta de las condiciones ambientales que gatillan 
determinados comportamientos, con los consiguientes costos económicos y 
humanos que ello implica. También debe atenderse a la precisa definición 
del constructo a ser evaluado por medio del comportamiento en el que se 
hace foco, así como a la validez de tal comportamiento en cuanto a su 
representatividad respecto de ese constructo o dimensión -como puede 
advertirse, el sesgo hacia el enfoque de rasgos continúa vigente aún en este 
abordaje-, la demostración del valor de las herramientas de evaluación -área 
casi por completo inexplorada en evaluación conductual-, la capacitación de 
evaluadores y la reactividad de los evaluados frente a micrófonos, cámaras 
u otros dispositivos similares (Cohen, Swerdliky Sturman, 2012). 
Además de caracterizarse metodológicamente como proyectivos, 
psicométricos o conductuales (Figura 1), y como ya se ha anticipado, es 
factible efectuar algunas otras distinciones para comprender más 
acabadamente la estructura, basamento y propósitos de los instrumentos de 
evaluación de la personalidad. Así, pueden proponerse varios criterios 
clasifícatenos adicionales, que se desarrollarán en los próximos apartados. 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 115 
FIGURA 1. Instrumentos de evaluación de la personalidad. Clasificación según 
método. 
 
Una vez establecida esta primera clasificación pasemos, entonces, a 
referirnos concretamente a los instrumentos psicométricos dedicados a la 
evaluación de la personalidad. 
Clasificación según base de diseño: clave empírica de 
criterio vs. criterio racional 
Según la manera en que los diseñadores de un instrumento 
psicométrico hayan generado ideas para redactar los ítems que suponen 
indicadores del constructo evaluado, es frecuente categorizar los 
inventarios como basados en un diseño racional o en uno empírico, también 
conocido como clave empírica de criterio (Anastasi y Urbina, 1998) (véase 
Figura 2). 
116 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
El diseño racional encuentra su apoyo en la literatura científica 
disponible, planificándose entonces el contenido de los reactivos a partir 
de determinadas propuestas teóricas vinculadas con cierto modelo que 
intente explicar la personalidad humana, complementariamente integradas 
con hallazgos recientes en relación con la puesta a prueba de tales hipótesis 
mediante investigaciones debidamente documentadas en publicaciones de 
actualización científica en el área, avaladas por metodologías precisas y 
actualizadas. Esto significa que el equipo de investigación deberá efectuar 
una exhaustiva revisión bibliográfica sobre los materiales científicos 
publicados bajo el enfoque teórico en el que se haya decidido trabajar, sin 
olvidar atender a los resultados de las investigaciones de actualización 
vinculados con tal abordaje teórico, revisión que deberá someterse a un 
riguroso examen crítico desde el punto de vista metodológico y lógico. 
Un diseño de clave empírica, en cambio, hace foco en el ámbito de 
aplicación de la Psicología y busca generar los ítems a partir de los vectores 
que los actores del fenómeno en estudio, o bien los expertos en tal 
fenómeno, consideran relevantes a la luz de la práctica profesional 
cotidiana. Así, este tipo de instrumentos recoge ideas para formular 
elementos interrogando en profundidad a potenciales evaluados (pacientes 
que padezcan determinado trastorno de personalidad si se trata de 
psicopatologías, por ejemplo) sobre sus principales características, 
síntomas, hábitos, preferencias, temores, malestares, entre otros. 
Alternativamente, esta información puede ser brindada por expertos 
(psicólogos clínicos o investigadores que estudian la personalidad "normal" 
o patológica) o incluso a partir de historias clínicas o informes de familiares 
o allegados a pacientes con determinados diagnósticos. De este modo, se 
advierte que los investigadores abocados a esta tarea deben necesariamente 
realizar lo que en metodología de la investigación se denominan tareas ele 
campo, yendo de lleno a recabar datos en el plano empírico donde el 
fenómeno acontece, a buscar la opinión experta de clínicos, pacientes o 
familiares cercanos mediante anamnesis, entrevistas abiertas, 
semidirigidas, grupos focales, cuestionarios, o bien recolectando estos 
datos de registros o fuentes secundariastales como las historias clínicas, 
por ejemplo. 
Es a partir de este criterio empírico que las puntuaciones de los ítems 
se asignarán de acuerdo con la concordancia entre las respuestas brindadas 
por el sujeto según indique el criterio empírico consensuado para la 
redacción de los elementos acordados. La puntuación se asigna con 
idéntica lógica en el caso del criterio racional, según el 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 117 
acuerdo entre el criterio teórico establecido y las respuestas brindadas. Así, 
el modo de asignar los puntos es una característica en común para ambos 
tipos de instrumentos. 
En ambos casos, los métodos de análisis psicométrico más comúnmente 
empleados para analizar evidencias de validez de constructo son el análisis 
factorial y los estudios de grupos contrastados (por ejemplo, de pacientes 
vs. no-pacientes, o de extrovertidos vs. introvertidos, o de psicóticos vs. 
neuróticos). A ambos tipos de análisis nos referiremos en el siguiente 
apartado, dado que los instrumentos para evaluar la personalidad también 
pueden diferenciarse en virtud de tal criterio clasificatorio dicotómico. 
Finalizando este apartado, cabe añadir que es factible diseñar 
instrumentos basados en la combinación de ambos criterios -racional y 
empírico-, tal como ha sucedido con los inventarios MMPI (véase Capítulo 
6). 
FIGURA 2. Instrumentos de evaluación de la personalidad. Clasificación según 
modalidad de redacción de ítems. 
 
118 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
Clasificación según análisis de datos: factoriales vs. 
grupos contrastados 
Debe recordarse que los estudios de grupos contrastados apuntan a la 
validación convergente o concurrente -dependiendo de si nos estamos 
refiriendo a los aspectos teóricos o empíricos de las posibles evidencias de 
validez sobre una escala dada- de las puntuaciones arrojadas por un 
instrumento bajo ciertas condiciones y en determinada muestra de 
población, según la posibilidad de verificar la siguiente hipótesis: puesto 
que las herramientas de evaluación psicológica persiguen como fin último 
la captación o discriminación de diferencias individuales, una escala que 
pretendiera evaluar una psicopatología o una característica de 
personalidad no patológica determinada debería ser capaz de generar 
puntuaciones significativamente diferentes para los dos grupos que se 
contrastan (por caso, pacientes vs. no-pacientes o extrovertidos vs. 
introvertidos). Así, el instrumento estaría discriminando adecuadamente, 
mediante sus puntuaciones, el estatus de cada sujeto en cuanto a su 
clasificación según psicopatología presente vs. psicopatología ausente o en 
relación con el continuo de extroversión- introversión. Si se verifica en la 
empiria que el test logra efectuar esta discriminación adecuadamente, de 
manera tal que quienes hubieran sido clasificados en uno u otro grupo con 
antelación -o, en definitiva, de manera independiente al test- con base en 
un criterio externo también hayan sido clasificados en el mismo grupo por 
el test en estudio, entonces, se concluye que aquel resulta útil a la hora de 
realizar el diagnóstico de manera apropiada (Cohen, Swerdlik y Sturman, 
2012). Tales estudios son comúnmente realizados a la hora de aportar 
evidencias de validez de constructo convergente o empírica concurrente 
en inventarios con objetivos clínicos o que buscan la descripción de 
dimensiones no psicopatológicas de la personalidad, ya que llevarlos a 
cabo resulta sencillo desde el punto de vista metodológico e, incluso, 
temporal y económico. 
El análisis factorial, en cambio, se define como un método de reducción 
de datos que permite describir el comportamiento de un gran número de 
variables observadas -en este caso, las respuestas dadas por una muestra 
de sujetos a los ítems del instrumento- mediante un número menor de 
factores, dimensiones o variables latentes que, se espera, sean coherentes 
con determinadas hipótesis teóricas referidas a las dimensiones que 
componen el constructo. Si el resultado 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 119 
obtenido verifica el número hipotetizado de dimensiones o factores y 
también verifica que tales o cuales ítems saturan, cargan o reportan en el 
factor en el que se espera según ese modelo -de acuerdo con su contenido, 
por supuesto-, esta coincidencia constituye una evidencia de validez a 
favor de que el comportamiento de los sujetos -indicado por sus respuestas 
al instrumento- verifica en el plano empírico -comportamental- tales 
hipótesis que pertenecen al plano teórico. Y esta evidencia aboga en favor 
de la asunción de que el test es una adecuada operacionalización del 
modelo teórico del que se ha partido al construirlo. Si varios estudios 
obtienen evidencias similares, entonces puede pasarse a realizar análisis 
confirmatorios, que ya no se centran directamente en la bondad de las 
propiedades psicométricas del instrumento, sino en la capacidad del 
modelo para explicar el comportamiento real; mientras mayor cantidad de 
evidencia confirmatoria se acumule, mayor será la robustez del modelo y, 
por ende, mayor será la posibilidad de generalizarlo a diferentes grupos 
poblacionales, siempre dependiendo de las poblaciones concretas en las 
que se lo haya puesto a prueba (Hair, Anderson, Tatham y Black, 2000). 
De esta manera los instrumentos psicométricos para evaluar la 
personalidad suelen apoyarse en al menos uno de estos tipos de estudio 
factoriales o de grupos contrastados (Figura 3), examinando los resultados 
obtenidos como evidencias de validez relativas a las puntuaciones arrojadas 
por el test en una muestra poblacional dada bajo ciertas condiciones. Ello 
hace al análisis de estas propiedades psicométricas, cuyos resultados se 
constituirán en elementos de juicio sobre la calidad técnica del instrumento 
que el usuario deberá valorar a la hora de escoger la mejor herramienta para 
su quehacer evaluativo en el ámbito aplicado o profesional. Los estudios 
factoriales aportan evidencias de validez con relación al constructo, en tanto 
que los de grupos contrastados pueden usarse como evidencias del mismo 
tipo o como evidencias de validez de criterio, según el aspecto relativo a la 
validez de los resultados que se quiera examinar o enfatizar en virtud de las 
necesidades o inquietudes del usuario. 
120 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
FIGURA 3. Instrumentos de evaluación de la personalidad. Clasificación según 
método de análisis de datos. 
 
Clasificación según objetivo de la evaluación: 
personalidad normal vs. personalidad 
psicopatológica y screening vs. diagnóstico 
Según sus propósitos, los inventarios o cuestionarios de personalidad 
pueden perseguir el fin de evaluar la personalidad "normal” o patológica 
(debe aclararse que se está definiendo la normalidad en un sentido 
estadístico y no valorativo). Esta decisión dependerá, naturalmente, del 
enfoque teórico empleado, centrándose en si se trata de una descripción 
de estilos o de repertorios de comportamientos habituales en la mayoría 
de las situaciones cotidianas (este enfoque no hace hincapié en aspectos 
patológicos sino en la caracterización del funcionamiento habitual), o de 
si se busca distinguir la presencia o ausencia y dirimir, eventualmente, la 
importancia o gravedad de cierta configuración sintomática o 
disfuncional. 
No obstante lo anterior, la clasificación más extendida suele 
circunscribirse a los instrumentos que evalúan psicopatología, que se 
dividen en escalas de diagnóstico vs. escalas de screening -también llamadas 
de cribado, rastrillaje o despistaje- (Pedreira Massa y Sánchez Gimeno, 
1992). De este modo, entonces, debiéramos anteponer a esta dicotomía una 
dicotomía anterior, en la que clasificaríamos los instrumentos 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 121según sus propósitos de evaluar la personalidad normal o patológica. Y 
recién en un segundo momento, aludir a la clasificación referida a la 
polaridad diagnóstico vs. screening (Figura 4). Vayamos, entonces, a la 
evaluación de psicopatologías. 
Las herramientas de diagnóstico apuntan a la identificación y 
descripción de un cuadro clínico en su fase aguda o en relación con su 
cronicidad, mediante la identificación de síntomas con significación 
clínica; esto es, que su frecuencia de aparición o bien su intensidad 
impliquen en el sujeto o en su alrededor algún grado de malestar 
apreciable, o importen algún tipo o grado de invalidación considerable en 
el desarrollo de sus actividades habituales. Las puntuaciones aportadas 
por las diferentes escalas o dimensiones deberán interpretarse en el sentido 
de dirimir la presencia-ausencia de un trastorno dado, o bien de arribar a 
un diagnóstico diferencial sobre el tipo de desorden presente, por supuesto 
en el marco gestáltico de la información brindada por el instrumento junto 
con la/s entrevista/s y el resto de la batería diagnóstica. 
Los instrumentos de screening, en cambio, se dirigen a la detección de 
indicadores de riesgo psicopatológico, como por ejemplo, sintomatología leve 
o moderada, que no implique ningún grado de invalidación del sujeto en 
su vida cotidiana -como una fobia a los espacios cerrados en una persona 
que vive y trabaja en el campo, siempre en espacios abiertos-, o 
sintomatología significativa aún no detectada por otros medios. Fuera del 
ámbito psicológico, es muy frecuente que los servicios de salud pública o 
privada organicen screenings con propósitos similares, como la semana de 
los lunares -nevos-, la de los exámenes ginecológicos, semana de la 
diabetes, entre otros. En todos esos casos se utilizan test de cribado para la 
detección de riesgo o posible trastorno aún sin diagnóstico. Obtener una 
evaluación de riesgo en esta instancia no necesariamente implica que el 
sujeto padezca o tenga la patología (expresándonos en términos 
coloquiales). Si una persona concurre a examinarse sus lunares y el 
dermatólogo detecta uno o dos que considera riesgosos, ello no significa 
que ese individuo presente una patología cancerosa (por ejemplo, un 
melanoma). Significa que se ha hallado un indicador de riesgo que debe 
ser evaluado. Cuando los lunares se extraen y la biopsia brinda el resultado 
positivo o negativo se está en presencia de una evaluación diagnóstica, 
pero la fase de examen ocular que hace el dermatólogo para determinar 
qué lunares deben biopsiarse -si es necesario-, es la de screening. Así, debe 
insistirse en que un screening positivo no necesariamente sugiere un 
diagnóstico positivo. Eso se establece en la siguiente fase, que es la de 
diagnóstico. 
122 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
Desde una perspectiva tradicional, con el fin de que en el cribado no 
surjan casos falsos negativos -sujetos que efectivamente padezcan el 
trastorno pero que en el screening no sean categorizados como casos en 
riesgo-, el instrumento se diseña especialmente para presentar una alta 
sensibilidad (elevando los puntajes de riesgo ante sintomatología escasa o 
leve) y baja especificidad (el instrumento no posee capacidad para 
discriminar entre tipos diferentes de trastornos, de modo tal que es 
imposible arribar por su intermedio a un diagnóstico preciso y diferencial). 
El diagnóstico definitivo o un diagnóstico diferencial, más sutil y 
específico, aún no se plantea como objetivo en esta fase, considerando que 
la etapa de cribado debe ser breve, de administración sencilla y de rápida 
evaluación para que una gran cantidad de sujetos pueda ser examinada en 
lapsos acotados y para que su derivación a diagnóstico -de ser necesaria- 
sea rápida y eficiente (MacMahon y Trichopoulos, 2001). Se detecta riesgo 
para hacer prevención primaria en los casos en los que la patología aún no 
se encuentre presente pero estén dadas ciertas condiciones para que sea 
posible que aquella se configure. Se diagnostica para hacer prevención 
secundaria o terciaria cuando el trastorno ya se ha configurado, de cara a 
poner en práctica intervenciones psicoterapéuticas o de control de los 
efectos indeseados que ya se hayan establecido en términos crónicos o de 
efectos secundarios de tratamientos (Organización Mundial de la Salud, 
2010). 
En tareas de screening, siempre es preferible generar casos falsos 
positivos que luego, en una etapa ulterior de diagnóstico, resulten 
confirmados como negativos, antes que casos falsos negativos que nunca 
llegarán a diagnóstico por suponerse como de no-riesgo, en tanto que en 
realidad sí pertenecían a esa categoría. Es por ello que las escalas de 
cribado generan puntuaciones que se elevan ante una escasa cantidad de 
respuestas positivas sobre presencia de síntomas para producir el efecto 
de alta sensibilidad, persiguiendo los fines antes detallados (Kessler y 
Zhao, 1999). 
Contrariamente a lo anterior, los instrumentos de diagnóstico deben 
tener alta especificidad (para captar sutilezas que diferencien entre los 
trastornos) y baja sensibilidad (para no generar casos falsos positivos, es 
decir, sujetos sin el trastorno pero que por presentar sintomatología no 
significativa puntúen como casos clínicos). Dada su especificidad, estas 
herramientas son más extensas para incluir mayor cantidad de síntomas 
en el total de sus ítems, por lo que su administración y evaluación insumirá 
más tiempo y deberá ser considerada a la luz de una batería completa que 
contemple una entrevista y una 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 123 
adecuada anamnesis, como mínimo. Otra razón para que estos instrumentos 
sean más extensos es que suelen añadir -y es deseable que así sea- lo que se 
conoce como escalas de validez del protocolo individual que se está evaluando. 
Ellas deben diferenciarse de la noción de evidencias de validez de los test en 
general, que implica conceptos y propósitos completamente distintos. 
Las escalas de validez se dirigen a evaluar -y eventualmente disminuir- 
el efecto que determinados estilos de respuesta del individuo puedan tener 
sobre las puntuaciones obtenidas, en el sentido de distorsionarlas generando 
un diagnóstico equivocado. Los diferentes instrumentos existentes en el 
mercado prevén diferentes combinaciones de escalas de validez, tales como 
impresión positiva (intento de brindar una imagen completamente "sana” y 
ajustada, habitualmente elevada en evaluaciones laborales), impresión 
negativa (frecuentemente elevada en evaluaciones de adolescentes que no 
han solicitado una consulta espontánea y que desean oponerse pasivamente 
al trabajo de diagnóstico, o en pacientes obsesivos graves con autocrítica y 
autoexigencia exacerbadas), inconsistencia (responder en forma 
contradictoria a la sucesión de ítems por falta de atención, de comprensión 
lectora o de interés), exageración o minimización de sintomatología (común 
entre personas que piden una inimputabilidad ante un delito o una licencia 
laboral por razones psiquiátricas; en este último caso es factible hallar 
exageraciones aún no conscientemente dirigidas), simulación de 
sintomatología (frecuente en situaciones judiciales donde se apunta a la 
inimputabilidad de un acusado de un delito grave), tendencia a la 
aquiescencia o no aquiescencia (estar sistemáticamente de acuerdo o en 
desacuerdo con lo propuesto en las afirmaciones o preguntas, característico 
de ciertos subgrupos culturales donde la simpatía y complacencia o el 
pensamiento cuestionador son, alternativamente, un valor destacable), 
defensividad (tendencia a no percibir sintomatología, conflictos o 
situaciones de riesgo, ansiedad o estrés, muchas veces por razones 
defensivas), entre otras. Estas escalas permiten, según el caso, invalidar 
protocolos con respuestas excesivamente distorsionadaso añadir su 
interpretación a la lectura general del perfil clínico, aportando información 
adicional. Por último, pero no por ello menos importante, debe destacarse 
que la existencia de estas escalas se justifica en la vulnerabilidad que los 
autorreportes exhiben ante las distorsiones -deliberadas o no- de las 
respuestas, en virtud del carácter directo de sus enunciados, punto que se 
retomará en el último apartado (Huela Casal y Sierra, 1997; Hogan, 2004). 
124 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
En la actualidad, la tendencia hacia la construcción de escalas breves 
con propiedades psicométricas robustas, en atención a los escasos tiempos 
disponibles para las administraciones, hace que ciertos instrumentos 
diseñados inicialmente como herramientas de screening añadan cierto 
número de ítems como componentes de escalas de validez, con la 
intención de sumar valor a la evaluación de respuestas en la tarea de 
cribado sintomatológico. Este nuevo criterio se opone al más clásico 
vigente hace un par de décadas, cuando los instrumentos se construían 
contemplando abultadas cantidades de reactivos, sosteniéndose en el 
principio de que interrogar más a fondo sobre todos los aspectos de una 
variable aumenta la confiabilidad de la medición (Martínez Arias, 2005). 
Hoy en día esta modalidad de trabajo ha sido dejada de lado en virtud de 
la preferencia por escalas abreviadas que respeten los tiempos 
institucionales disponibles, que son siempre acotados. 
FIGURA 4. Instrumentos de evaluación de la personalidad. Clasificación según 
objetivo de la evaluación. 
 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 125 
Instrumentos para la evaluación de la personalidad 
"normal" y patológica 
En consonancia con lo detallado en los capítulos anteriores sobre los 
modelos vigentes en cuanto a la personalidad normal y patológica, resulta 
sencillo inferir que actualmente existen varios instrumentos en el mercado 
local que representan las diferentes posturas teóricas antes mencionadas. 
Por supuesto, esos abordajes teóricos determinan sintónicamente los 
objetivos de los instrumentos de evaluación que de ellos se derivan; es decir, 
el conocimiento de los modelos subyacentes a cada escala permitirá al 
usuario entrenado y calificado inferir fácilmente qué propósito persiguen 
estas herramientas: si la evaluación de la personalidad "normal" o la 
evaluación de la personalidad patológica. 
Examinaremos muy sucintamente los más representativos que se 
encuentran disponibles en nuestro medio al día de hoy en el próximo 
capítulo. 
Referencias bibliográficas 
ABT, L. E. Y BELLAIC, L. (1967) Psicología Proyectiva. Buenos Aires. Paidós. 
AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION (1980) Diagnostic and Statistical Manual of 
Mental Disorders, 3° ed. Washington, DC. Autor. 
AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION (2013) Diagnostic and Statistical Manual, 
of Mental Disorders, 5° ed., DSM-5. Washington, DC. Autor. 
ANASTASI, A. Y URBINA, S. (1998) Tests psicológicos. México. Prentice Hall. 
ANZIEU, D. (1960) Los métodos proyectivos. Paris: Presses Universitaires de 
France. [La edición consultada fue publicada en 1981. Buenos Aires. 
Abaco.] 
BELL, J. E. (1948) Projective Techniques. Nueva York. Longman. 
BRODY, N. (1972) Personality: Research and Theory. Nueva York. Academic 
Press. 
BUCK, J. N. (1947) "The HTP, a projective device" American Journal of Mental 
Deficiency, 51, pp. 606-610. 
BUCK, J. N. (1948) "The HTP technique. A qualitative and quantitative 
scoring manual’; Journal of Clinical Psychology, 4, pp. 317-396. 
BUELA CASAL, G. Y SIERRA, I. C. (1997) Manual de evaluación psicológica: 
Fundamentos, técnicas y aplicaciones. Madrid. Siglo XXI. 
126 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) 
BURNS, R. C. Y KAUFMAN, S. H. (1978) Los dibujos /cinéticos de la familia como 
técnica psicodiagnóstica. Buenos Aires. Paidós. 
COHEN, R. J.; SWERDLIK Y STURMAN, E. (2012) Psychological Testing and 
Assessment. Auckland. McGraw-Hill. 
CONE, J. D. (1987) "Behavioral assessment: Some things old, some things 
new, some things borrowed?) Behavioral Assessment, 9, pp. 1-4. 
CÓRDOBA, J. Y PIGEM, J. M. (1946) "La expresión desiderativa como 
manifestación de la personalidad) Medicina Clínica, 4(3), pp. 20-23. 
ERDELYI, M. H. Y GOLDBERG, B. (1979) “Let 's not sweep repression under the 
rug: Towards a cognitive psychology of repression) on J. F. Kihlstrom 
y E J. Evans (eds.), Functional Disorders of Memory. Hillsdale, NJ: 
Erlbaum, pp.144-186. 
FERNÁNDEZ BALLESTEROS, R. (1980) Psicodiagnóstica. Concepto y Metodología. 
Madrid. Kapelusz. 
FERNÁNDEZ LIPORACE, M.; GAYSSIALS, A. Y PÉREZ, M. (2009) Curso Básico de 
Psicomelría. Buenos Aires. Lugar. 
FRANK, L. K. (1939) "Projective methods for the study of personality) 7he 
Journal of Psychology, 8, pp. 389-414. 
HAIR, J. E; ANDERSON, R. E.; TATHAM, R. L. Y BLACK, W. C. (2000) Análisis 
Multivariante. Madrid. Prentice Hall. 
HAMMER, S. (1957) Tests proyectivos gráficos. Buenos Aires. Paidós. 
HOGAN, T. P. (2004) Pruebas psicológicas. Una introducción práctica. México. 
Manual Moderno. 
KESSLER, R. C. Y ZHAO, S. (1999) "Overview of descriptive epidemiology of 
mental disorders) en C. S. Anshensel y J. C. Phelan, Handbook of the 
Sociology of Mental Health. Nueva York. Springer, pp. 127-150. 
KINSLINGER, IT. J. (1966) "Application of projective techniques in personnel 
psychology since 1940) Psychological Bulletin, 66, pp. 134-149. 
MACMAHON, B. Y TRICIIOPOULOS, B. (2001) Epidemiología. Madrid. Marbán. 
MACHOVER, K. (1949) Personality projection in the drawing of the human figure. 
Springfield. Charles Thomas. 
MARTÍNEZ ARIAS, R. (2005) Psicometría: Teoría de los tests psicológicos y 
educativos. Madrid. Síntesis. 
MCREYNOLDS, P. (1975) Advances in Psychological Assessment. San Francisco. 
Jossey-Bass. 
MISCHEL, W. (1968) Personality Assessment. Nueva York. Wiley. 
MORGAN, C. D. Y MURRAY, H. A. (1935) "A method for investigating 
fantasies: The Thematic Apperception Test) Archives of Neurology/ and 
Psychiatry, 34, pp. 289-306. 
Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 127 
MURSTEIN, B. J. (1961) "Assumption, adaptation levels and projective 
techniques) Perceptual and Motor Skills, 12, pp. 107-125. 
ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD (2010) Prevención de los trastornos 
mentales. Intervenciones efectivas y opciones de políticas. Informe 
compendiado. Ginebra. Autor. 
PEDREIRA MASSA, J. L. Y SÁNCHEZ GIMENO, B. (1992) "Métodos de screening de 
trastornos mentales infanto -juveniles en atención primaria de la salud) 
Revista Española de Salud Pública, 66(2), pp. 1135-5727. 
PHILLIPSON, H. (1955) 7lie Object Relations Technique (Plates and Manual). 
Londres. Tavistock. 
RORSCHACH, IT. (1921/1942) Psychodiagnostics. A Diagnostic Test Based on 
Perception. (P. Lenlcau y B. Kronenburg, trad.) Berna. Huber. [Edición 
estadounidense: Grunne & Stratton.] 
SILVA, E (1985) Psicodiagnóstico: Teoría y aplicación. Valencia. Centro Editorial 
de Servicios y Publicaciones Universitarias. 
SMITH, R. G. E JWATA, B. A. (1997) "Antecedent influences on behavior 
disorders) Journal of Applied Behavior Analysis, 30, pp. 343-375. 
TORNIMBENI, S.; PÉREZ, E. y OLAZ, F. (2008) Introducción a la psicometria. Buenos 
Aires. Paidós. 
ZupKERMAN, M. (1979) "Traits, states, situations and uncertainty) Journal 
of Behavioral Assessment, 1, pp. 43-54.

Continuar navegando