Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
5 Instrumentos de evaluación de la personalidad Mercedes Fernández Liporace En los capítulos precedentes se han revisado los principales modelos que la Psicología ha construido para explicar la personalidad humana, pasando por las definiciones más clásicas, las teorías basadas en el enfoque de rasgos, el abordaje idiográfico y los desarrollos más actuales. Nos hemos detenido especialmente en el modelo de los cinco factores, máximo exponente del abordaje factorial. También hemos dedicado espacio a la visión teórico-racional encarnada por el modelo de Millón, del que hemos examinado sus aportes, su evolución y aplicaciones, así como las modificaciones de aquel experimentadas en las últimas décadas. Finalmente nos hemos focalizado en los trastornos de personalidad, haciendo especial hincapié en el DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013) y en las nuevas aportaciones que la nueva versión de este manual ha incorporado. Es momento, entonces, de referirnos a la evaluación de la personalidad según la Psicología actual. Pero para ello es necesario comentar algunas cuestiones referidas a sus antecedentes precientíficos. Los comienzos de la evaluación psicológica de la personalidad Desde que se tiene noticia, el ser humano se ha mostrado proclive a evaluar su personalidad de modo más o menos asistemático o sistemático, según el caso, dependiendo de la época pero también de la situación puntual en la que cada uno se halla inmerso. Es una tendencia lúdica la que nos impulsa, mientras esperamos en la sala del dentista o en el salón de belleza, a responder preguntas de un ‘‘test” 108 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) informal de personalidad que llevarán a un resultado que nos permitirá conocernos más y mejor, tanto a nosotros mismos como a alguno de nuestros seres queridos. La mayoría de las personas con determinado nivel educativo o de información psicológica no las tomará en serio y las responderá a modo de divertimento, pero lo cierto es que muchos se detendrán a contestarlas, de una u otra manera, con una actitud más seria o más distendida. El horóscopo, basado en los principios de la astrología, actualmente continúa ocupando alguna sección en diarios, revistas o sitios de Internet. Las cartas natales, basadas en esta disciplina ancestral para el ser humano, aún conservan numerosos adeptos, sosteniéndose en tradiciones milenarias. En un plano más formal y haciendo un poco de historia se destacan los aportes de la filosofía clásica, que desde los desarrollos aristotélicos y desde el conocimiento sofista intentaba describir la personalidad por medio de los humores corporales, los cuatro elementos u otras dimensiones similares. Y ya más cerca de nuestros tiempos, la fisiognomía y la frenología proponían unir determinados indicadores -corporales o craneanos, respectivamente- con ciertos correlatos comporta- mentales que podían ser hipotetizados como habituales, distintivos o característicos en cada individuo. Tal ha sido la sucesión que diversos autores ya clásicos destacaron como los antecedentes precientíficos de la evaluación psicológica en general, y de la evaluación de la personalidad en particular (Fernández Ballesteros, 1980; McReynolds, 1975; Silva, 1985). La Psicología científica ha intentado, desde sus comienzos, tomar como propio el estudio de la personalidad creando diversos modelos, con mayor o menor peso de dimensiones biológicas, intrapsíquicas o ambientales, y ha compilado tales hipótesis teóricas en grandes cuerpos de conocimientos (véanse Capítulos 1 a 3) que dieron lugar a las herramientas que hoy conocemos como instrumentos de evaluación psicológica de la personalidad. Vayamos ahora a estos instrumentos. Métodos psicológicos para la evaluación de la personalidad Históricamente, más allá de que la entrevista clínica sea la herramienta por excelencia que empleamos como primera introducción a las problemáticas personales, mucho se ha escrito y discutido acerca Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 109 de sus limitaciones en cuanto a la validez y confiabilidad de los datos que aporta respecto de la concreción de diagnósticos de personalidad. Todo ello se ha debatido en virtud de dos tipos principales de dificultades, entendidas como obstáculos para arribar a acuerdos tanto teóricos cuanto metodológicos. Entre el primer grupo de dificultades -conceptuales o teóricas- podemos ubicar, por caso, la falta de consenso que se advierte en las definiciones de los distintos trastornos que manejan los clínicos o la influencia de sesgos culturales para decidir qué indicadores configuran un diagnóstico positivo de trastorno para determinado grupo cultural. Entre los problemas metodológicos es posible contabilizar escollos tales como la disparidad en cuanto a desarrollos temáticos en entrevistas libres y semidirigidas que cada clínico o que cada consultante propone, así como otras complicaciones generadas por el estilo de respuesta del entrevistado, que atentan contra un diagnóstico válido -efectos de deseabilidad social en la respuesta, tendencia a la aquiescencia dada por determinantes culturales, defensividad, exageración de sintomatología e, incluso, simulación, entre otras distorsiones posibles, deliberadas o no- (American Psychiatric Association, 1980). Atendiendo a los obstáculos sucintamente descritos, la Psicología ha trabajado para desarrollar herramientas diferentes de la entrevista, orientadas especialmente a la evaluación de las dimensiones o variables - según el nivel de análisis donde nos ubiquemos- que componen la personalidad. Como en toda actividad aplicada o de investigación donde1 se trabaje con métodos de evaluación psicológica, el objetivo principal reside en identificar y describir diferencias individuales entre las personas en cuanto al rasgo evaluado o medido. Particularmente en el ámbito aplicado, la captación o discriminación de tales diferencias es la razón de ser del proceso de evaluación, que persigue el fin último de recomendar intervenciones puntuales ante una problemática dada. Siguiendo los razonamientos anteriores, los métodos de evaluación con los que actualmente cuenta la disciplina pueden clasificarse según una cierta diversidad de criterios. Así, para comprender a fondo las diferencias entre los instrumentos de evaluación de la personalidad y conocerlos mejor podemos apelar a una clasificación metodológica, a una que tome en cuenta el modo en que el instrumento ha sido diseñado, a otra que se refiera a la manera en que los datos han sido analizados, y finalmente, a una clasificación que contemple los objetivos específicos de la evaluación que con tal herramienta pueden llevarse a cabo. Examinémoslas en detalle en los siguientes apartados. Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) Clasificación metodológica: instrumentos proyectivos vs. psicométricos Con el fin de morigerar los obstáculos señalados en el apartado anterior, la Psicología ha desarrollado, de cara a complementar la información brindada por las entrevistas, dos metodologías fundamentales de evaluación de la personalidad, conocidas como métodos proyectivos y métodos psicométricos (Cohen, Swerdlik y Sturman, 2012). Los primeros se basan en los postulados psicoanalíticos y se valen del mecanismo defensivo de la proyección que, utilizado en combinación con estímulos y consignas poco estructurados, supone una respuesta que se asume como indicador de la dinámica de la personalidad profunda. Cabe destacar que la expresión métodos proyectivos pertenece a Frank (1939), quien no limita este mecanismo solo a las situaciones en las que el aparato psíquico actúa para sobreponerse a la desintegración psíquica, a la angustia (y hasta podríamos arriesgar a decir con terminología más actual, al estrés). Yendo más lejos,Frank lo entiende como el estilo por medio del cual un sujeto organiza en su respuesta el campo de la experiencia, apelando a sentimientos, emociones y significaciones personales (Anzieu, 1960). La ambigüedad del estímulo y de la consigna contribuye en estos instrumentos a que la proyección acontezca, poniendo en juego aspectos distintivos de cada configuración personal. Y es, precisamente, este principio el que permite la aparición de las respuestas y las interpretaciones a ellas asignadas, que siempre estarán en relación con las descripciones psicoanalíticas sobre la dinámica intrapsíquica. Rorschach redactó en 1912 su monografía Psychodiagnostics, sentando las bases fundacionales de esta metodología evaluativa (Rorschach, 1921/1942). Desde entonces se ha desarrollado un vasto arsenal de herramientas sustentadas en el modelo psicodinámico y sus diversas variantes, con hincapié en diferentes aspectos persono- lógicos. Resulta interesante poner de relieve que este abordaje involucra interpretaciones en términos holísticos en cuanto a los diferentes componentes que para este modelo integran la personalidad. Si bien se trabaja examinando una nutrida variedad de indicadores, el informe final que se logra apunta hacia la interpretación del conjunto como una totalidad dotada de sentido, estructurándose informes descriptivos que, en general, se redactan mediante una narrativa Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 111 florida, de cara a la exhaustiva descripción del funcionamiento individual en diversas situaciones según los postulados psicoanalíticos. Son conocidos los instrumentos donde la consigna solicita una actividad gráfica y/o verbal, una respuesta verbal a partir de la percepción de estímulos gráficos, respuestas verbales a partir de estímulos verbales, respuestas comportamentales, escritas, entre otras. Entre los instrumentos más empleados pueden citarse, por ejemplo, el Test Pro- yectivo del Dibujo de la Figura Humana (Machover, 1949) y todas sus variantes -Test de la Familia Kinética (Burns y Kaufman, 1978), HTP (Buck, 1947, 1948) entre otras-, el Cuestionario Desiderativo (Córdoba y Pigem, 1946), el Test de Relaciones Objétales (Phillipson, 1955), el Test de Apercepción Temática (Morgan y Murray, 1935) o el ya mencionado Test de Manchas de Tinta de Rorschach (1942), por tomar solo algunos de los más tradicionales. Las técnicas proyectivas se basan, además, en otros varios supuestos (Murstein, 1961). Además de la determinación inconsciente del comportamiento, se afirma que cuanto menos estructurada resulte la tarea, menor control habrá en las respuestas por parte del entrevistado y, por ende, menor distorsión consciente en ellas. Por supuesto que estas aseveraciones tienen sus defensores y detractores, discutiéndose evidencia a favor y en contra. El mismo debate existe en cuanto a la validez de los indicadores, en relación con la pertinencia situacional de las interpretaciones, su posible generalización, variaciones no controladas introducidas por la longitud y el carácter abierto de los protocolos, así como con la controvertida multivocidad interpretativa y posibles efectos de la subjetividad del evaluador en la significación otorgada a los indicadores (Brody, 1972; Erdelyi y Goldberg, 1979; Kinslinger, 1966). No se abundará aquí en información específica en cuanto a formatos y variantes referidos a este tipo de instrumentos, así como tampoco se hará un desarrollo de ninguno en particular, ya que el tema que nos ocupa en este texto enfatiza la evaluación psicométrica, pero el lector interesado puede remitirse a Bell (1948), Hammer (1957) o Abty Bellak (1967) para una primera introducción al tema. Los métodos psicométricos para evaluar la personalidad, en cambio, se distinguen porque pueden basarse en diversos modelos y no solamente en algún modelo psicoanalítico, además de ser altamente estructurados, con respuestas cerradas y, en general, preestablecidas. Suelen también denominarse métodos objetivos, aunque más actualmente se ha preferido abandonar esta sinonimia, puesto que su estructuración y 112 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) los estudios de validez y calidad psicométrica que implican no los despoja de componentes subjetivos del evaluador, del evaluado y tampoco de los teóricos que formularon la descripción de los conceptos que en cada caso se operacionalizan. Dadas estas limitaciones, se ha aceptado que no es posible trabajar con indicadores de la personalidad objetiva del examinado, sino con autoinformes o autorreportes sobre su personalidad percibida. Esto significa, por un lado, que es el propio sujeto quien responde sobre cómo él mismo cree/piensa que es o se comporta habitualmente, antes que sobre cómo realmente es o se conduce. Estos autoinformes pueden adquirir un formato de inventarios, cuestionarios o checklists. Clásicamente es posible localizar autores que utilizan técnicamente los términos "inventario" y "cuestionario" como sinónimos, aunque otros los diferencian, definiendo los inventarios como listados de afirmaciones a las que se debe responder verdadero o falso -o alternativamente sí o no- o mediante alguna escala ordinal graduada, comúnmente una Likert -de acuerdo-ni de acuerdo ni en desacuerdo-en desacuerdo, o variantes similares-, según el grado de conformidad del examinado con tales proposiciones, o bien según la frecuencia con que el contenido aludido en la afirmación se suscita. El vocablo cuestionario suele reservarse, entonces, para aquellos instrumentos cuyos ítems consistan en preguntas que también impliquen una respuesta cerrada (V-F/sí-no/de acuerdo/Likert u otras variantes). Los checklists son, como su nombre lo indica, comúnmente listados de adjetivos que, según el evaluado, definen su personalidad, su estilo o sus comportamientos habituales, preferencias, o síntomas, entre otras posibilidades, y que también prevén una respuesta cerrada. Como puede advertirse, en virtud del carácter estructurado de la tarea planteada, las respuestas pueden ser dicotómicas o politómicas -dos alternativas o más-, pero nunca abiertas. Ello va en la misma dirección que la ya referida estructuración que caracteriza las escalas psicométricas (Anastasi y Urbina, 1998; Martínez Arias, 2005; Torninmbeni, Pérez y Olaz, 2008). En todos los casos es obligatoria, como mínimo, la consecución de investigaciones que pongan a prueba las propiedades psicométricas de la herramienta, tales como estudios sobre evidencias de validez aparente, de contenido, empírica y de constructo, así como análisis de confiabilidad en términos de consistencia interna y de estabilidad temporal, junto con estudios sobre la capacidad discriminativa de los reactivos (Fernández Liporace, Cayssials y Pérez, 2009). A pesar de que esta categoría no siempre se contempla en las clasificaciones metodológicas de los instrumentos de personalidad, algunos Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 113 autores añaden a la dicotomía proyectivos/psicométricos un tercer tipo de abordaje: los métodos de evaluación conductual (Cone, 1987). Ellos se sustentan en un enfoque que pretende simplificar el problema de si un indicador dado -por ejemplo, una afirmación en el autoinforme o una característica formal o de contenido en el dibujo proyectivo- puede tomarse como representativo de un constructo intangible que no tiene existencia real sino ideal, tal como es la personalidad o alguna de sus dimensiones (y tal como son todas las variables psicológicas en sentido estricto). De este modo, intentando evitar asumir que existen rasgos latentes subyacentes a los indicadores -atributos estables de personalidad que se corresponden con alguna característica del dibujo o alguna afirmación que represente el rasgo que está detrás de él-, se busca hacer foco enel comportamiento en sí, adhiriendo a la idea de que la conducta concreta relevada en cada caso es una muestra del repertorio habitual de comportamientos de un sujeto dado en situaciones similares. Es decir, lo que una persona haga en una circunstancia determinada estará en relación con ciertas condiciones antecedentes, prescindiendo del supuesto de que exista un rasgo psicológico de base que lo fundamente (si es que puede hablarse de existencia en el caso de los entes ideales, tales como los constructos psicológicos). El énfasis se ubica en el comportamiento en sí mismo. Sin embargo, este abordaje ha sido objeto de una fuerte discusión y puesto que a pesar de estos esfuerzos el concepto de rasgo pareciera, de todos modos, estar sustentando muchas medidas conductuales, el empleo de medidas conductuales directas no se encuentra tan generalizado (Mischel, 1968; Zuckerman, 1979). Otra de sus dificultades consiste en su aplicabilidad, ya que la puesta en práctica de comportamientos que involucren algo más que el uso de papel y lápiz, la simple conversación o cualquier otra coordenada por fuera de una situación de evaluación clásica resulta mucho más costosa y engorrosa desde el punto de vista pragmático. Imagínese por ejemplo un test situacional donde se ubica al examinado ante una circunstancia laboral dada, recreada exactamente en tiempo y espacio para evaluar su aptitud para la producción en equipo. Ello implicaría contar con condiciones edilicias, recursos humanos y temporales equivalentes a una situación laboral real. Ello claramente involucra otros costos y otras infraestructuras de varios tipos, que exceden en mucho los procesos de evaluación a los que estamos habituados (Smith e Iwata, 1997). En resumen, los métodos de evaluación conductual prescinden del supuesto p.sieomótrico clásico que toma la respuesta del sujeto ante una pregimla, allí marión o consigna como un indicador de un rasgo o 114 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) atributo latente que subyace a esa respuesta, que podría definirse como una dimensión dada dentro de la configuración de su personalidad. En sentido estricto, los métodos de evaluación conductual proponen una situación cercana a una situación natural, en la que se asume que el comportamiento disparado por determinada consigna será una muestra válida y representativa del universo de todos los comportamientos posibles de ser ejecutados por un sujeto en tales coordenadas situacionales. Esta representatividad es la que permite predecir, con cierto margen de certeza, los comportamientos más probables ante la aparición de ciertas condiciones. Siguiendo esta línea, los métodos más empleados por el enfoque conductual suelen ser la observación -directa, por cámara Gesell o video-, los estudios análogos -generalmente clínicos, en los que se intenta reconstruir situaciones similares a la real, aplicando un análisis funcional de variables responsables del mantenimiento de la conducta-problema con el fin último de desactivarla mediante intervenciones clínicas-, la autosupervisión -que consiste en una acción psicoeducativa en la que el sujeto se convierte en un agente activo, a la vez que observador crítico de su propia acción, también con fines terapéuticos-, las medidas de desempeño situacional, la representación o juego de roles, los métodos psicofisiológicos, entre otros. Como ya se ha comentado, la principal dificultad de esta metodología reside en la replicación exacta de las condiciones ambientales que gatillan determinados comportamientos, con los consiguientes costos económicos y humanos que ello implica. También debe atenderse a la precisa definición del constructo a ser evaluado por medio del comportamiento en el que se hace foco, así como a la validez de tal comportamiento en cuanto a su representatividad respecto de ese constructo o dimensión -como puede advertirse, el sesgo hacia el enfoque de rasgos continúa vigente aún en este abordaje-, la demostración del valor de las herramientas de evaluación -área casi por completo inexplorada en evaluación conductual-, la capacitación de evaluadores y la reactividad de los evaluados frente a micrófonos, cámaras u otros dispositivos similares (Cohen, Swerdliky Sturman, 2012). Además de caracterizarse metodológicamente como proyectivos, psicométricos o conductuales (Figura 1), y como ya se ha anticipado, es factible efectuar algunas otras distinciones para comprender más acabadamente la estructura, basamento y propósitos de los instrumentos de evaluación de la personalidad. Así, pueden proponerse varios criterios clasifícatenos adicionales, que se desarrollarán en los próximos apartados. Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 115 FIGURA 1. Instrumentos de evaluación de la personalidad. Clasificación según método. Una vez establecida esta primera clasificación pasemos, entonces, a referirnos concretamente a los instrumentos psicométricos dedicados a la evaluación de la personalidad. Clasificación según base de diseño: clave empírica de criterio vs. criterio racional Según la manera en que los diseñadores de un instrumento psicométrico hayan generado ideas para redactar los ítems que suponen indicadores del constructo evaluado, es frecuente categorizar los inventarios como basados en un diseño racional o en uno empírico, también conocido como clave empírica de criterio (Anastasi y Urbina, 1998) (véase Figura 2). 116 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) El diseño racional encuentra su apoyo en la literatura científica disponible, planificándose entonces el contenido de los reactivos a partir de determinadas propuestas teóricas vinculadas con cierto modelo que intente explicar la personalidad humana, complementariamente integradas con hallazgos recientes en relación con la puesta a prueba de tales hipótesis mediante investigaciones debidamente documentadas en publicaciones de actualización científica en el área, avaladas por metodologías precisas y actualizadas. Esto significa que el equipo de investigación deberá efectuar una exhaustiva revisión bibliográfica sobre los materiales científicos publicados bajo el enfoque teórico en el que se haya decidido trabajar, sin olvidar atender a los resultados de las investigaciones de actualización vinculados con tal abordaje teórico, revisión que deberá someterse a un riguroso examen crítico desde el punto de vista metodológico y lógico. Un diseño de clave empírica, en cambio, hace foco en el ámbito de aplicación de la Psicología y busca generar los ítems a partir de los vectores que los actores del fenómeno en estudio, o bien los expertos en tal fenómeno, consideran relevantes a la luz de la práctica profesional cotidiana. Así, este tipo de instrumentos recoge ideas para formular elementos interrogando en profundidad a potenciales evaluados (pacientes que padezcan determinado trastorno de personalidad si se trata de psicopatologías, por ejemplo) sobre sus principales características, síntomas, hábitos, preferencias, temores, malestares, entre otros. Alternativamente, esta información puede ser brindada por expertos (psicólogos clínicos o investigadores que estudian la personalidad "normal" o patológica) o incluso a partir de historias clínicas o informes de familiares o allegados a pacientes con determinados diagnósticos. De este modo, se advierte que los investigadores abocados a esta tarea deben necesariamente realizar lo que en metodología de la investigación se denominan tareas ele campo, yendo de lleno a recabar datos en el plano empírico donde el fenómeno acontece, a buscar la opinión experta de clínicos, pacientes o familiares cercanos mediante anamnesis, entrevistas abiertas, semidirigidas, grupos focales, cuestionarios, o bien recolectando estos datos de registros o fuentes secundariastales como las historias clínicas, por ejemplo. Es a partir de este criterio empírico que las puntuaciones de los ítems se asignarán de acuerdo con la concordancia entre las respuestas brindadas por el sujeto según indique el criterio empírico consensuado para la redacción de los elementos acordados. La puntuación se asigna con idéntica lógica en el caso del criterio racional, según el Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 117 acuerdo entre el criterio teórico establecido y las respuestas brindadas. Así, el modo de asignar los puntos es una característica en común para ambos tipos de instrumentos. En ambos casos, los métodos de análisis psicométrico más comúnmente empleados para analizar evidencias de validez de constructo son el análisis factorial y los estudios de grupos contrastados (por ejemplo, de pacientes vs. no-pacientes, o de extrovertidos vs. introvertidos, o de psicóticos vs. neuróticos). A ambos tipos de análisis nos referiremos en el siguiente apartado, dado que los instrumentos para evaluar la personalidad también pueden diferenciarse en virtud de tal criterio clasificatorio dicotómico. Finalizando este apartado, cabe añadir que es factible diseñar instrumentos basados en la combinación de ambos criterios -racional y empírico-, tal como ha sucedido con los inventarios MMPI (véase Capítulo 6). FIGURA 2. Instrumentos de evaluación de la personalidad. Clasificación según modalidad de redacción de ítems. 118 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) Clasificación según análisis de datos: factoriales vs. grupos contrastados Debe recordarse que los estudios de grupos contrastados apuntan a la validación convergente o concurrente -dependiendo de si nos estamos refiriendo a los aspectos teóricos o empíricos de las posibles evidencias de validez sobre una escala dada- de las puntuaciones arrojadas por un instrumento bajo ciertas condiciones y en determinada muestra de población, según la posibilidad de verificar la siguiente hipótesis: puesto que las herramientas de evaluación psicológica persiguen como fin último la captación o discriminación de diferencias individuales, una escala que pretendiera evaluar una psicopatología o una característica de personalidad no patológica determinada debería ser capaz de generar puntuaciones significativamente diferentes para los dos grupos que se contrastan (por caso, pacientes vs. no-pacientes o extrovertidos vs. introvertidos). Así, el instrumento estaría discriminando adecuadamente, mediante sus puntuaciones, el estatus de cada sujeto en cuanto a su clasificación según psicopatología presente vs. psicopatología ausente o en relación con el continuo de extroversión- introversión. Si se verifica en la empiria que el test logra efectuar esta discriminación adecuadamente, de manera tal que quienes hubieran sido clasificados en uno u otro grupo con antelación -o, en definitiva, de manera independiente al test- con base en un criterio externo también hayan sido clasificados en el mismo grupo por el test en estudio, entonces, se concluye que aquel resulta útil a la hora de realizar el diagnóstico de manera apropiada (Cohen, Swerdlik y Sturman, 2012). Tales estudios son comúnmente realizados a la hora de aportar evidencias de validez de constructo convergente o empírica concurrente en inventarios con objetivos clínicos o que buscan la descripción de dimensiones no psicopatológicas de la personalidad, ya que llevarlos a cabo resulta sencillo desde el punto de vista metodológico e, incluso, temporal y económico. El análisis factorial, en cambio, se define como un método de reducción de datos que permite describir el comportamiento de un gran número de variables observadas -en este caso, las respuestas dadas por una muestra de sujetos a los ítems del instrumento- mediante un número menor de factores, dimensiones o variables latentes que, se espera, sean coherentes con determinadas hipótesis teóricas referidas a las dimensiones que componen el constructo. Si el resultado Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 119 obtenido verifica el número hipotetizado de dimensiones o factores y también verifica que tales o cuales ítems saturan, cargan o reportan en el factor en el que se espera según ese modelo -de acuerdo con su contenido, por supuesto-, esta coincidencia constituye una evidencia de validez a favor de que el comportamiento de los sujetos -indicado por sus respuestas al instrumento- verifica en el plano empírico -comportamental- tales hipótesis que pertenecen al plano teórico. Y esta evidencia aboga en favor de la asunción de que el test es una adecuada operacionalización del modelo teórico del que se ha partido al construirlo. Si varios estudios obtienen evidencias similares, entonces puede pasarse a realizar análisis confirmatorios, que ya no se centran directamente en la bondad de las propiedades psicométricas del instrumento, sino en la capacidad del modelo para explicar el comportamiento real; mientras mayor cantidad de evidencia confirmatoria se acumule, mayor será la robustez del modelo y, por ende, mayor será la posibilidad de generalizarlo a diferentes grupos poblacionales, siempre dependiendo de las poblaciones concretas en las que se lo haya puesto a prueba (Hair, Anderson, Tatham y Black, 2000). De esta manera los instrumentos psicométricos para evaluar la personalidad suelen apoyarse en al menos uno de estos tipos de estudio factoriales o de grupos contrastados (Figura 3), examinando los resultados obtenidos como evidencias de validez relativas a las puntuaciones arrojadas por el test en una muestra poblacional dada bajo ciertas condiciones. Ello hace al análisis de estas propiedades psicométricas, cuyos resultados se constituirán en elementos de juicio sobre la calidad técnica del instrumento que el usuario deberá valorar a la hora de escoger la mejor herramienta para su quehacer evaluativo en el ámbito aplicado o profesional. Los estudios factoriales aportan evidencias de validez con relación al constructo, en tanto que los de grupos contrastados pueden usarse como evidencias del mismo tipo o como evidencias de validez de criterio, según el aspecto relativo a la validez de los resultados que se quiera examinar o enfatizar en virtud de las necesidades o inquietudes del usuario. 120 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) FIGURA 3. Instrumentos de evaluación de la personalidad. Clasificación según método de análisis de datos. Clasificación según objetivo de la evaluación: personalidad normal vs. personalidad psicopatológica y screening vs. diagnóstico Según sus propósitos, los inventarios o cuestionarios de personalidad pueden perseguir el fin de evaluar la personalidad "normal” o patológica (debe aclararse que se está definiendo la normalidad en un sentido estadístico y no valorativo). Esta decisión dependerá, naturalmente, del enfoque teórico empleado, centrándose en si se trata de una descripción de estilos o de repertorios de comportamientos habituales en la mayoría de las situaciones cotidianas (este enfoque no hace hincapié en aspectos patológicos sino en la caracterización del funcionamiento habitual), o de si se busca distinguir la presencia o ausencia y dirimir, eventualmente, la importancia o gravedad de cierta configuración sintomática o disfuncional. No obstante lo anterior, la clasificación más extendida suele circunscribirse a los instrumentos que evalúan psicopatología, que se dividen en escalas de diagnóstico vs. escalas de screening -también llamadas de cribado, rastrillaje o despistaje- (Pedreira Massa y Sánchez Gimeno, 1992). De este modo, entonces, debiéramos anteponer a esta dicotomía una dicotomía anterior, en la que clasificaríamos los instrumentos Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 121según sus propósitos de evaluar la personalidad normal o patológica. Y recién en un segundo momento, aludir a la clasificación referida a la polaridad diagnóstico vs. screening (Figura 4). Vayamos, entonces, a la evaluación de psicopatologías. Las herramientas de diagnóstico apuntan a la identificación y descripción de un cuadro clínico en su fase aguda o en relación con su cronicidad, mediante la identificación de síntomas con significación clínica; esto es, que su frecuencia de aparición o bien su intensidad impliquen en el sujeto o en su alrededor algún grado de malestar apreciable, o importen algún tipo o grado de invalidación considerable en el desarrollo de sus actividades habituales. Las puntuaciones aportadas por las diferentes escalas o dimensiones deberán interpretarse en el sentido de dirimir la presencia-ausencia de un trastorno dado, o bien de arribar a un diagnóstico diferencial sobre el tipo de desorden presente, por supuesto en el marco gestáltico de la información brindada por el instrumento junto con la/s entrevista/s y el resto de la batería diagnóstica. Los instrumentos de screening, en cambio, se dirigen a la detección de indicadores de riesgo psicopatológico, como por ejemplo, sintomatología leve o moderada, que no implique ningún grado de invalidación del sujeto en su vida cotidiana -como una fobia a los espacios cerrados en una persona que vive y trabaja en el campo, siempre en espacios abiertos-, o sintomatología significativa aún no detectada por otros medios. Fuera del ámbito psicológico, es muy frecuente que los servicios de salud pública o privada organicen screenings con propósitos similares, como la semana de los lunares -nevos-, la de los exámenes ginecológicos, semana de la diabetes, entre otros. En todos esos casos se utilizan test de cribado para la detección de riesgo o posible trastorno aún sin diagnóstico. Obtener una evaluación de riesgo en esta instancia no necesariamente implica que el sujeto padezca o tenga la patología (expresándonos en términos coloquiales). Si una persona concurre a examinarse sus lunares y el dermatólogo detecta uno o dos que considera riesgosos, ello no significa que ese individuo presente una patología cancerosa (por ejemplo, un melanoma). Significa que se ha hallado un indicador de riesgo que debe ser evaluado. Cuando los lunares se extraen y la biopsia brinda el resultado positivo o negativo se está en presencia de una evaluación diagnóstica, pero la fase de examen ocular que hace el dermatólogo para determinar qué lunares deben biopsiarse -si es necesario-, es la de screening. Así, debe insistirse en que un screening positivo no necesariamente sugiere un diagnóstico positivo. Eso se establece en la siguiente fase, que es la de diagnóstico. 122 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) Desde una perspectiva tradicional, con el fin de que en el cribado no surjan casos falsos negativos -sujetos que efectivamente padezcan el trastorno pero que en el screening no sean categorizados como casos en riesgo-, el instrumento se diseña especialmente para presentar una alta sensibilidad (elevando los puntajes de riesgo ante sintomatología escasa o leve) y baja especificidad (el instrumento no posee capacidad para discriminar entre tipos diferentes de trastornos, de modo tal que es imposible arribar por su intermedio a un diagnóstico preciso y diferencial). El diagnóstico definitivo o un diagnóstico diferencial, más sutil y específico, aún no se plantea como objetivo en esta fase, considerando que la etapa de cribado debe ser breve, de administración sencilla y de rápida evaluación para que una gran cantidad de sujetos pueda ser examinada en lapsos acotados y para que su derivación a diagnóstico -de ser necesaria- sea rápida y eficiente (MacMahon y Trichopoulos, 2001). Se detecta riesgo para hacer prevención primaria en los casos en los que la patología aún no se encuentre presente pero estén dadas ciertas condiciones para que sea posible que aquella se configure. Se diagnostica para hacer prevención secundaria o terciaria cuando el trastorno ya se ha configurado, de cara a poner en práctica intervenciones psicoterapéuticas o de control de los efectos indeseados que ya se hayan establecido en términos crónicos o de efectos secundarios de tratamientos (Organización Mundial de la Salud, 2010). En tareas de screening, siempre es preferible generar casos falsos positivos que luego, en una etapa ulterior de diagnóstico, resulten confirmados como negativos, antes que casos falsos negativos que nunca llegarán a diagnóstico por suponerse como de no-riesgo, en tanto que en realidad sí pertenecían a esa categoría. Es por ello que las escalas de cribado generan puntuaciones que se elevan ante una escasa cantidad de respuestas positivas sobre presencia de síntomas para producir el efecto de alta sensibilidad, persiguiendo los fines antes detallados (Kessler y Zhao, 1999). Contrariamente a lo anterior, los instrumentos de diagnóstico deben tener alta especificidad (para captar sutilezas que diferencien entre los trastornos) y baja sensibilidad (para no generar casos falsos positivos, es decir, sujetos sin el trastorno pero que por presentar sintomatología no significativa puntúen como casos clínicos). Dada su especificidad, estas herramientas son más extensas para incluir mayor cantidad de síntomas en el total de sus ítems, por lo que su administración y evaluación insumirá más tiempo y deberá ser considerada a la luz de una batería completa que contemple una entrevista y una Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 123 adecuada anamnesis, como mínimo. Otra razón para que estos instrumentos sean más extensos es que suelen añadir -y es deseable que así sea- lo que se conoce como escalas de validez del protocolo individual que se está evaluando. Ellas deben diferenciarse de la noción de evidencias de validez de los test en general, que implica conceptos y propósitos completamente distintos. Las escalas de validez se dirigen a evaluar -y eventualmente disminuir- el efecto que determinados estilos de respuesta del individuo puedan tener sobre las puntuaciones obtenidas, en el sentido de distorsionarlas generando un diagnóstico equivocado. Los diferentes instrumentos existentes en el mercado prevén diferentes combinaciones de escalas de validez, tales como impresión positiva (intento de brindar una imagen completamente "sana” y ajustada, habitualmente elevada en evaluaciones laborales), impresión negativa (frecuentemente elevada en evaluaciones de adolescentes que no han solicitado una consulta espontánea y que desean oponerse pasivamente al trabajo de diagnóstico, o en pacientes obsesivos graves con autocrítica y autoexigencia exacerbadas), inconsistencia (responder en forma contradictoria a la sucesión de ítems por falta de atención, de comprensión lectora o de interés), exageración o minimización de sintomatología (común entre personas que piden una inimputabilidad ante un delito o una licencia laboral por razones psiquiátricas; en este último caso es factible hallar exageraciones aún no conscientemente dirigidas), simulación de sintomatología (frecuente en situaciones judiciales donde se apunta a la inimputabilidad de un acusado de un delito grave), tendencia a la aquiescencia o no aquiescencia (estar sistemáticamente de acuerdo o en desacuerdo con lo propuesto en las afirmaciones o preguntas, característico de ciertos subgrupos culturales donde la simpatía y complacencia o el pensamiento cuestionador son, alternativamente, un valor destacable), defensividad (tendencia a no percibir sintomatología, conflictos o situaciones de riesgo, ansiedad o estrés, muchas veces por razones defensivas), entre otras. Estas escalas permiten, según el caso, invalidar protocolos con respuestas excesivamente distorsionadaso añadir su interpretación a la lectura general del perfil clínico, aportando información adicional. Por último, pero no por ello menos importante, debe destacarse que la existencia de estas escalas se justifica en la vulnerabilidad que los autorreportes exhiben ante las distorsiones -deliberadas o no- de las respuestas, en virtud del carácter directo de sus enunciados, punto que se retomará en el último apartado (Huela Casal y Sierra, 1997; Hogan, 2004). 124 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) En la actualidad, la tendencia hacia la construcción de escalas breves con propiedades psicométricas robustas, en atención a los escasos tiempos disponibles para las administraciones, hace que ciertos instrumentos diseñados inicialmente como herramientas de screening añadan cierto número de ítems como componentes de escalas de validez, con la intención de sumar valor a la evaluación de respuestas en la tarea de cribado sintomatológico. Este nuevo criterio se opone al más clásico vigente hace un par de décadas, cuando los instrumentos se construían contemplando abultadas cantidades de reactivos, sosteniéndose en el principio de que interrogar más a fondo sobre todos los aspectos de una variable aumenta la confiabilidad de la medición (Martínez Arias, 2005). Hoy en día esta modalidad de trabajo ha sido dejada de lado en virtud de la preferencia por escalas abreviadas que respeten los tiempos institucionales disponibles, que son siempre acotados. FIGURA 4. Instrumentos de evaluación de la personalidad. Clasificación según objetivo de la evaluación. Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 125 Instrumentos para la evaluación de la personalidad "normal" y patológica En consonancia con lo detallado en los capítulos anteriores sobre los modelos vigentes en cuanto a la personalidad normal y patológica, resulta sencillo inferir que actualmente existen varios instrumentos en el mercado local que representan las diferentes posturas teóricas antes mencionadas. Por supuesto, esos abordajes teóricos determinan sintónicamente los objetivos de los instrumentos de evaluación que de ellos se derivan; es decir, el conocimiento de los modelos subyacentes a cada escala permitirá al usuario entrenado y calificado inferir fácilmente qué propósito persiguen estas herramientas: si la evaluación de la personalidad "normal" o la evaluación de la personalidad patológica. Examinaremos muy sucintamente los más representativos que se encuentran disponibles en nuestro medio al día de hoy en el próximo capítulo. Referencias bibliográficas ABT, L. E. Y BELLAIC, L. (1967) Psicología Proyectiva. Buenos Aires. Paidós. AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION (1980) Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, 3° ed. Washington, DC. Autor. AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION (2013) Diagnostic and Statistical Manual, of Mental Disorders, 5° ed., DSM-5. Washington, DC. Autor. ANASTASI, A. Y URBINA, S. (1998) Tests psicológicos. México. Prentice Hall. ANZIEU, D. (1960) Los métodos proyectivos. Paris: Presses Universitaires de France. [La edición consultada fue publicada en 1981. Buenos Aires. Abaco.] BELL, J. E. (1948) Projective Techniques. Nueva York. Longman. BRODY, N. (1972) Personality: Research and Theory. Nueva York. Academic Press. BUCK, J. N. (1947) "The HTP, a projective device" American Journal of Mental Deficiency, 51, pp. 606-610. BUCK, J. N. (1948) "The HTP technique. A qualitative and quantitative scoring manual’; Journal of Clinical Psychology, 4, pp. 317-396. BUELA CASAL, G. Y SIERRA, I. C. (1997) Manual de evaluación psicológica: Fundamentos, técnicas y aplicaciones. Madrid. Siglo XXI. 126 Mercedes Fernández Liporace y Alejandro Castro Solano (comps.) BURNS, R. C. Y KAUFMAN, S. H. (1978) Los dibujos /cinéticos de la familia como técnica psicodiagnóstica. Buenos Aires. Paidós. COHEN, R. J.; SWERDLIK Y STURMAN, E. (2012) Psychological Testing and Assessment. Auckland. McGraw-Hill. CONE, J. D. (1987) "Behavioral assessment: Some things old, some things new, some things borrowed?) Behavioral Assessment, 9, pp. 1-4. CÓRDOBA, J. Y PIGEM, J. M. (1946) "La expresión desiderativa como manifestación de la personalidad) Medicina Clínica, 4(3), pp. 20-23. ERDELYI, M. H. Y GOLDBERG, B. (1979) “Let 's not sweep repression under the rug: Towards a cognitive psychology of repression) on J. F. Kihlstrom y E J. Evans (eds.), Functional Disorders of Memory. Hillsdale, NJ: Erlbaum, pp.144-186. FERNÁNDEZ BALLESTEROS, R. (1980) Psicodiagnóstica. Concepto y Metodología. Madrid. Kapelusz. FERNÁNDEZ LIPORACE, M.; GAYSSIALS, A. Y PÉREZ, M. (2009) Curso Básico de Psicomelría. Buenos Aires. Lugar. FRANK, L. K. (1939) "Projective methods for the study of personality) 7he Journal of Psychology, 8, pp. 389-414. HAIR, J. E; ANDERSON, R. E.; TATHAM, R. L. Y BLACK, W. C. (2000) Análisis Multivariante. Madrid. Prentice Hall. HAMMER, S. (1957) Tests proyectivos gráficos. Buenos Aires. Paidós. HOGAN, T. P. (2004) Pruebas psicológicas. Una introducción práctica. México. Manual Moderno. KESSLER, R. C. Y ZHAO, S. (1999) "Overview of descriptive epidemiology of mental disorders) en C. S. Anshensel y J. C. Phelan, Handbook of the Sociology of Mental Health. Nueva York. Springer, pp. 127-150. KINSLINGER, IT. J. (1966) "Application of projective techniques in personnel psychology since 1940) Psychological Bulletin, 66, pp. 134-149. MACMAHON, B. Y TRICIIOPOULOS, B. (2001) Epidemiología. Madrid. Marbán. MACHOVER, K. (1949) Personality projection in the drawing of the human figure. Springfield. Charles Thomas. MARTÍNEZ ARIAS, R. (2005) Psicometría: Teoría de los tests psicológicos y educativos. Madrid. Síntesis. MCREYNOLDS, P. (1975) Advances in Psychological Assessment. San Francisco. Jossey-Bass. MISCHEL, W. (1968) Personality Assessment. Nueva York. Wiley. MORGAN, C. D. Y MURRAY, H. A. (1935) "A method for investigating fantasies: The Thematic Apperception Test) Archives of Neurology/ and Psychiatry, 34, pp. 289-306. Evaluación de la personalidad normal y sus trastornos 127 MURSTEIN, B. J. (1961) "Assumption, adaptation levels and projective techniques) Perceptual and Motor Skills, 12, pp. 107-125. ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD (2010) Prevención de los trastornos mentales. Intervenciones efectivas y opciones de políticas. Informe compendiado. Ginebra. Autor. PEDREIRA MASSA, J. L. Y SÁNCHEZ GIMENO, B. (1992) "Métodos de screening de trastornos mentales infanto -juveniles en atención primaria de la salud) Revista Española de Salud Pública, 66(2), pp. 1135-5727. PHILLIPSON, H. (1955) 7lie Object Relations Technique (Plates and Manual). Londres. Tavistock. RORSCHACH, IT. (1921/1942) Psychodiagnostics. A Diagnostic Test Based on Perception. (P. Lenlcau y B. Kronenburg, trad.) Berna. Huber. [Edición estadounidense: Grunne & Stratton.] SILVA, E (1985) Psicodiagnóstico: Teoría y aplicación. Valencia. Centro Editorial de Servicios y Publicaciones Universitarias. SMITH, R. G. E JWATA, B. A. (1997) "Antecedent influences on behavior disorders) Journal of Applied Behavior Analysis, 30, pp. 343-375. TORNIMBENI, S.; PÉREZ, E. y OLAZ, F. (2008) Introducción a la psicometria. Buenos Aires. Paidós. ZupKERMAN, M. (1979) "Traits, states, situations and uncertainty) Journal of Behavioral Assessment, 1, pp. 43-54.
Compartir