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Percia, M Sujeto Fabulado I Notas

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Marcelo Percia
sujeto fabulado I
notas
 Percia, Marcelo
 sujeto fabulado I : notas. - 1a ed. - Adrogué : 
 Ediciones La Cebra, 2014.
 352 p. ; 21,5x14 cm. 
 ISBN 978-987-3621-04-8 
 1. Ensayo Psicoanálisis Filosofía. I. Título
 CDD 190
© Marcelo Percia
edicioneslacebra@gmail.com
www.edicioneslacebra.com.ar
Dibujo de tapa: Franz Kafka, Diarios, 1910.
Editor
Cristóbal Thayer
Esta primera edición de 1700 ejemplares de sujeto fabulado I. 
notas se terminó de imprimir en el mes de agosto de 2014 en 
Encuadernación Latinoamérica, Zeballos 885, Avellaneda
Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723
Marcelo Percia renuncia al cobro de los derechos de autor cuando 
este libro sea vendido para alumnas y alumnos de la Facultad de 
Psicología de la Universidad de Buenos Aires
sujeto fabulado I
notas
7
Sujeto fabulado atiende diferentes empleos de la palabra sujeto 
y ejercita enunciados que se proponen desconcertar automatis-
mos del sentido común.
Este libro no pretende a la filosofía ni al psicoanálisis, tampoco 
a la poesía ni a la literatura, practica una ficción ensayística y 
trata de responder ante urgencias clínicas. 
Intenta pensar usos del vocablo sujeto. No se propone una teo-
ría de lo que concibe y captura la palabra sujeto, sino observa-
ciones (no observancias) en lecturas clínicas. 
Trata de ir más allá de la idea de sujeto para probar qué pasa 
con el pensar.
Ante la pregunta ¿quién habla cuando alguien está hablando?, 
se podría responder: habla la culpa, habla el desafío, habla la 
moral, habla el heroísmo, habla la ambición, habla el abando-
no, habla el dinero.
No habla alguien que está antes del decir ni hablan personas que 
se vinculan entre sí, sino figuras que habitan vidas hablantes 
creando la ilusión de existencias que sienten culpa, asumen de-
safíos, acarrean una moral, se comportan con heroísmo, experi-
mentan ambición, sufren abandonos, se representan teniendo 
o no teniendo dinero.
Protagonizamos vidas que no gobernamos. Un no dominio 
peculiar que nos hace creer que podemos mandar. Un no go-
bierno que se presenta como libertad.
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Tal vez estos tiempos asuman la tarea de terminar de despren-
derse de las ideas de esencia, sustancia, fundamento.
De agitar la inmovilidad de invenciones llamadas sujeto, ser, 
persona, identidad, yo, sí mismo, interioridad, psiquismo.
No se trata de salvar la noción sujeto adosándole participios: 
dividido, estallado, fragmentado, debilitado, abismado.
Los participios participan de la fábula: completan, auxilian o 
modifican algo que florece fortalecido.
Los participios pasados sugieren una condición o adosan una 
cualidad que se presenta como ya adquirida.
Este libro interroga la soldadura más o menos reciente de la 
palabra sujeto con la idea de ser humano. Así como la propen-
sión, de las criaturas hablantes, a ilusionar un ser más allá de la 
momentánea existencia viva.
Interroga ¿qué sucede si se intenta pensar, hasta las últimas 
consecuencias, sin la fábula de sujeto?
¿Cómo sería la vida sin las ideas de ser, identidad, sí mismo, psi-
quismo?, ¿cómo sería sin relaciones de propiedad (mi cuerpo, mi 
pensamiento, mi vida) y sin relaciones de atribución (heroico, 
seductora, psicótico)?, ¿cómo serían las proximidades y distan-
cias entre dos, tres, veinte, miles, sin la idea de unidad?
Pero, ¿qué queda? Quedan velocidades que bocetan rostros/
máscaras/cuerpos que suenan o hablan para otros rostros/más-
caras/cuerpos bocetados. Un rostro, una máscara, un cuerpo, 
son demoras de la velocidad. 
Escribe Saint Pol Roux (1940) “Amor: dos velocidades que se pene-
tran y se fijan (se detienen) en un beso”.
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Rostro/máscara/cuerpo que habla, pero no emite palabras des-
de una interioridad ya hecha, sino que el hablar que se propaga 
afirma o crea la existencia de alguien al que le crecen oídos 
para escuchar o nacer en lo que se está diciendo. 
Dice el Movimiento: El impulso no cesa.
Dice la Rapidez: Primero, yo.
Dice la Velocidad: En el momento fui lentitud; en el instante, 
inmovilidad. 
El emisor no precede al decir: cuando vibra lo dicho, inventa en 
ese vibrar un cuerpo/máscara/rostro que se apresura a hablar 
temblando. 
La memoria de un sí mismo interior es resonancia de ese sonar 
que persiste.
Cuando alguien camina, no camina la persona, ni el yo, ni 
la voluntad; ese lugar lo ocupa el caminar, el ir y el volver, 
el llegar a tiempo o arribar tarde, el espacio por recorrer, la 
huella por dejar, el alejarse de algo o de alguien y el acercarse 
más, el encuentro posible y la partida, el movimiento que con-
cita piernas y pies, brazos y cabeza, cuerpo que vive por ese 
movimiento.
Miles de referencias no alcanzan para marcar un territorio en 
la inmensidad. 
Ensayo, ficción, clínica, navegan lo inabarcable.
Clínica como estado en el que se advierte que los pensamientos 
que parasitan y torturan la vida son los mismos que ayudan a 
vivir. 
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La idea de pensamientos que siendo los mismos son otros o que 
siendo otros son los mismos, está presente en Pierre Menard, 
autor del Quijote de Borges (1941). Explica que Menard no copia 
ni se identifica con Cervantes, sino que escribe el Quijote de 
Cervantes (palabra por palabra y línea por línea) trescientos 
años después, siendo Pierre Menard. Comenta Borges: “El tex-
to de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el 
segundo es casi infinitamente más rico”.
Entre algunos psicoanalistas, la idea de sujeto transporta la ilu-
sión de un ser.
La expresión ensayo ficcional derrama una idea sobre otra: cuan-
do el ensayo copula con la ficción, el pensamiento se resiste a re-
flejar el sentido común, a la vez que rehúsa establecerse como 
sistema afirmado en sí mismo.
Ensayo clínico ficcional como recolección de ideas que flotan 
tras el naufragio, piezas dispersas de culturas que llegan a una 
orilla tras el hundimiento de la embarcación, restos que sobre-
viven al programa de la ilustración universitaria.
La escritura del ensayo, la práctica del psicoanálisis y el oficio 
del profesor tienen inclinación a irse por las ramas.
Asociación libre no equivale a irse por las ramas. 
Asociación libre nombra la astucia del psicoanálisis para burlar 
controles de la conciencia y acariciar el secreto de los síntomas 
hablando de (lo que parece) cualquier cosa. Perpleja y aturdida 
ante el vértigo de conexiones sin necesidad, la conciencia se 
muestra (por un momento) como lo que obra no siendo: hue-
co herido, multiplicidad de costuras labradas en el vacío, una 
nada que respira entre los labios del sentido.
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Irse por las ramas supone desprenderse de la fijeza del tronco, 
practicar la diseminación. 
El ensayo pierde interés incrustado en una clasificación, mode-
lo o género; el psicoanálisis aburre si se reduce a que alguien 
se refiera sólo a lo que padece; del profesor universitario se 
podría prescindir si se limita a repetir un programa.
Lo fragmentario del ensayo ficcional sigue el ritmo argumenta-
tivo de lo inabarcable. Evita el blablablá macizo de lo resuel-
to (incluso aquel disimulado por la fingida modestia de los 
condicionales). 
Lo fragmentario no es exageración del punto y aparte, sino 
silencio; no es impotencia, sino impoder. 
Si impotencia es orgullo herido que pretende todo, impoder es 
potencia de lo limitado. 
Lo fragmentario comienza y se interrumpe como sorbo.
Lo fragmentario no es pereza que se niega a trabajar en la arti-
culación de lo disperso, sino fascinación y encantamiento por 
lo que se esparce.
Lo fragmentario ofrece también una manera del pensar en co-
mún que practica la momentánea proximidad de lo lejano, la 
reunión de lo que no se une, de lo que vive desunido.
No hay un yo que piensa, el pensar acontece como ráfagas, re-
molinos, sacudidas de voces, muchas veces, inauditas. 
La audición y expresión de esos vientos que hablan gustan de 
formas fragmentarias.
El sentido común disciplina y contiene audiencias, el pensar 
en común destella, relampaguea, pulsa demasías: demasiada 
humanidad,la humanidad; demasiada historia, la historia; de-
masiado pensamiento, el pensamiento.
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Si el ser en común inventa religiones, naciones, ciudades, clases 
sociales, escuelas, fábricas, redes, clubes, familias, el estar en 
común señala la fatalidad de proximidades y distancias entre 
vivientes que hablan (casi siempre) lenguas diferentes.
La escritura fragmentaria, en este libro, se corresponde con 
lecturas fragmentarias que toman, de aquí y de allá, cosas to-
madas por otros. 
Escribe Oscar Wilde (1891): “El misterio del mundo es lo visible, no 
lo invisible”. La pregunta es cómo se da a ver lo que se ve, cómo 
se da a pensar lo que se piensa. El misterio reside en cómo ha 
sido posible lo visible.
Escribe Paul Klee (1940) “No se trata de reproducir lo visible, sino 
de hacer visible lo invisible”. Tal vez se trate de hacer visible lo 
visible. No ahogar ni clausurar su poder de insinuación. Lo 
visible no importa como ya visto, sino como promesa de algo 
entrevisto.
Escribe Foucault (1966) a propósito de Blanchot: “la ficción con-
siste no en hacer ver lo invisible, sino en hacer ver hasta qué punto es 
invisible la invisibilidad de lo visible”.
La ausencia habita la presencia: la ausencia se da a la presencia 
sin dar toda su potencia.
La ficción ensayística presenta una narrativa de ausencias por 
venir: potencia inminente. 
Lo invisible no es el reverso de lo visible, sino su promesa.
Promesa sustraída de la finalidad, el porqué, la utilidad.
Tiempo y movimiento habitan en lo visible como invisibilidad.
Este libro no ofrece un catálogo de citas y fragmentos sobre la 
palabra sujeto en la historia de las ideas. El coleccionista hace 
alarde de las piezas que posee, a la vez que vive esclavo de 
tener que completar la serie.
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Lo fragmentario se corresponde con un diálogo clínico siempre 
interrumpido, escuchante de lo que lo interfiere.
El diálogo clínico des-piensa: intenta desprender, poner en entre-
dicho o en narrativa opcional, eso que se piensa en la ilusión 
que llamamos nosotros mismos.
Diálogo que, por momentos, imita el vértigo del sueño.
El fetiche de la impotencia late en la erección, su divisa el fra-
caso, su pasión la envidia. 
El impoder practica la tirada de dados, el momento entusiasta 
de la posibilidad, la sugestión de lo posible.
“Pensar es arrojar los dados”, escribe Deleuze (1972).
Agito cinco dados en un cubilete, escucho el sonar de lo posible 
(lo posible suena como martillazos o cabezas que chocan con-
tra las paredes del encierro).
Antes de la tirada, se debaten nerviosas todas las combinacio-
nes posibles.
Una tirada de dados nunca abolirá el azar (“Un coup de dés jamais 
n’Abolira le Hasard”) de Mallarmé (1897), termina con un verso 
que dice: “Todo Pensamiento emite una Tirada de Dados”.
Clínica como deliberación y como fuga, como invención de argu-
mentos que nos rescatan del tedio de las interpretaciones. 
Clínica (si no como experiencia de des-sujeción) como risa que 
desafía la solemnidad de las figuras que pretenden abolir al 
azar.
Samaniego (1781) relata una fábula sobre proyectos inteligen-
tes que no se realizan. En el Congreso de los ratones se aprueba 
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por unanimidad “echarle un cascabel” al peor enemigo “… y de 
esa suerte / al ruido escaparían de la muerte”. Pero, ¿quién le pone 
el cascabel al gato? Uno por corto de vista, otro por muy viejo, 
otro por dolorido, ninguno de los presentes se anima a llevar a 
la práctica la maravillosa idea. 
¿La clínica pone el cascabel al gato? Trata de advertir (haciendo 
sonar) los modos en que las figuras que dominan una vida per-
suaden la conveniencia de sus dulces tiranías. 
En el impoder reside el secreto de la potencia clínica.
Cada encuentro clínico termina con un límite (dejamos, por hoy, 
acá) y una promesa (seguimos la próxima). 
En el impoder vive el entusiasmo por lo que aún no se puede 
pensar. 
Tiene más de noventa y está internada en la sala de un hospital 
público. 
–¿Dónde están mis zapatos?, pregunta a la enfermera. 
–¿Por qué, abuela, se piensa ir? 
–No. 
–Y, entonces, ¿para qué los quiere?
–¡Los quiero porque sí!
A veces, el porque sí del impoder sostiene la única libertad 
posible.
El psicoanálisis ofreció una gran posibilidad al pensamiento 
intelectual de los años sesenta y setenta que se difundía en 
algunas ciudades de nuestro país. Con el tiempo, toda gran 
posibilidad pone a la vista que supone, también, una gran li-
mitación. Este libro celebra esa gran posibilidad y soporta la 
gran limitación.
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Ensayística clínica ficcional atiende sufrimientos que derivan de 
errores, desmesuras, injusticias de la civilización del lenguaje.
Se intenta intervenir la idea de sujeto para advertir automatis-
mos que se nos imponen para decir o pensar lo que nos pasa. 
Decime, ¿qué te está pasando? 
El lenguaje con su cinta infinita envuelve la ficción humana 
para que no nos pase la vida abusiva. 
No sé qué me pasa. 
El extrañamiento no es una ajenidad, sino un exceso. 
Quiere dormir, las horas no pasan nunca.
Escribe Augusto Monterroso (1959): “Cuando despertó, el dino-
saurio todavía estaba allí”.
Que somos sensibilidad de pasaje quiere decir que no somos antes, 
sino tras ese pasaje.
Existimos no siendo. 
Algo que tras el paso de una intensidad estalla como sensibili-
dad impresionada o sensibilidad que se sabe por el surco que 
deja esa intensidad. 
Las caricias del lenguaje abrevian el pasaje de la nada a lo 
humano.
Somos nada, pero nada no significa nada (lo opuesto al ser), sino 
existencia más allá, no colonizada o auxiliada por el cuerpo del 
lenguaje (la lengua como historia viva de quienes hablan). 
Dice: Me pasa que la extraño, como si ella no dejara de pasar en 
sus pensamientos o visiones. 
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Se inquiere: ¿Qué te pasa, querés pelear?, como si se adivi-
nara en el otro la presencia de una maliciosa intención que lo 
domina.
La expresión sensibilidad de pasaje alude a una sensibilidad pen-
sada sin la idea de interioridad, una sensibilidad que desborda 
perímetros o compuertas de los cuerpos y las conciencias.
En un grabado en madera que se llama Rind (corteza o cáscara) 
de 1955, Escher propone una cinta que se eleva en forma de 
hélice creando un volumen que da idea de una cabeza, rostro, 
cuello, humanos. La envoltura, ceñida en el aire como contorno 
de una corporeidad vacía: ilusión que abraza o rodea un hueco 
mullido de nubes o vapor de cielo. 
Escribe Elliot (1925) “Somos los hombres huecos / los hombres relle-
nos” (“We are the hollow men / We are the stuffed men”).
Vacíos, huecos para ser llenados: obrados por palabras.
Dígame, ¿qué le está pasando?
El enunciado sensibilidad de pasaje indica una sensibilidad que 
no posee lo que pasa por ella.
La pregunta siempre será cómo los cuerpos de las criaturas que 
hablan se ofrecen a ese pasaje.
No se trata de que algunas criaturas vivan más permeables que 
otras, sino de que lo que pasa por algunas sensibilidades es 
inmenso. Como si no fuera posible tanto o como si la esponja 
por la que pasan océanos pensara (si le fuera dado pensar) en 
disolverse y, en seguida, quedara apresada por el terror de 
desaparecer. 
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La cultura de la Ilustración europea llamó sujeto a una inven-
ción que hizo pasar por entrañable realidad humana.
De todas las desmesuras de la historia, la de sujeto dueño de sí 
es una de las más incisivas.
El psicoanálisis atendió padecimientos por esa desmesura. 
Escuchó cómo, aprisionada en esa hermosa creencia, la vida 
humana se consumía. 
La noción de un individuo racional, varón, burgués, europeo, 
soberano, fabula la idea de sujeto moderno como ilusión de un 
dios humano.
Mujeres, niñas y niños, locas y locos, explotadas y explotados, 
la vida humana inclasificable, atestigua desde mediados del 
siglo diecinueve el malestar de esa fábula.
Marx (1844) denuncia que el trabajador no es un hombre (o es 
un hombre que vive sin otra posibilidad de sí) que sólo existe 
como capital viviente que conserva su existencia si trabaja. En 
un mismo movimiento, el trabajadorque produce el capital es 
producido por él. A la vez que se produce la ilusión de sí mis-
mo, es producido (antes que como hombre) como mercancía. Si 
el capital no lo diseña como un actor necesario (con trabajo y 
con salario) deja de existir como trabajador. Sin esa existencia 
le queda hacerse sepultar o dejarse morir. Un trabajador sin 
trabajo es un fantasma que merodea fuera del mundo (capita-
lista). La producción no fabrica un hombre, sino una mercancía 
llamada trabajador. Una inexistencia nacida como existencia 
en tanto fuerza de trabajo, una plena nada transformada en fá-
bula social.
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El deseo muerde anzuelos ofrecidos por el mundo social, pero 
a veces escapa con su boca desgarrada: no sólo escapa insatis-
fecho sino también herido por eso mismo que se ofrecía como 
satisfacción.
Marx advierte que el capitalismo decide quién es quién. 
Clasificación que habilita violencias y matanzas.
No se trata de que el trabajador tenga derecho a ser hombre, 
sino de que liberándose de la condición de mercancía fabricada 
por el capital, libere a todo lo viviente de la sangrienta clasifica-
ción que instituye la idea de humanidad.
La percepción de que sufrimos por un error enraizado en el 
lenguaje está presente en la obra de Nietzsche.
Se trata de pensar los usos del vocablo sujeto para despejar de 
qué modo el sufrimiento humano se compone o conjuga con 
ese automatismo de la lengua. 
La lengua no es sólo la lengua.
Un oído no sólo percibe sonidos que salen de la boca de al-
guien que habla, la física de la audición y la acústica vibra en 
el cuerpo de una lengua que habla: el lenguaje deviene lengua 
que habla sola. 
Saussure (1913) distingue entre lengua y lenguaje: la lengua ex-
presa estados de lenguaje hablados por la historia social.
Suele advertirse el problema de la libertad cuando no se sabe 
cómo librarse de un sufrimiento. Incluso, se entiende –en ese 
momento– que no es fácil precisar qué nos hace sufrir. Eso que 
consideramos el motivo de nuestro sufrimiento tiene la cuali-
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dad de implantarse como pertenencia personal: como posesión 
que nos posee. 
La necesidad de decir que la idea de sujeto es fábula, pulsa por 
todas partes: también en contacto con las psicosis internadas en 
los hospitales de la pobreza.
Por el momento, en este libro se emplea la palabra psicosis para 
nombrar vidas arrasadas por intensidades que son demasía 
para un solo cuerpo. 
Intensidades que el cuerpo social no puede ni sabe alojar.
También se emplea la palabra psicosis para empujar el pensa-
miento hasta el límite de lo concebible. 
Psicosis como indicación de algo que lleva a pensar más allá.
Una de las paradojas de la civilización es que se da una so-
ciedad para alojar intensidades que son demasiado para un 
solo cuerpo, a la vez que expulsa a quienes son sensibles a esas 
desmesuras.
La locura es una sensibilidad solitaria.
Dice la Muerte: ¡Soy tu condición trágica!
Dice la Demasía: ¡Soy el océano pasando a través de la esponja!
Eso que insistimos en llamar sujeto no está en las mujeres y hom-
bres que desvarían. No está en el yo que habla, en la conciencia 
que piensa, en la memoria que colecciona recuerdos y olvida. 
No está entre quienes viven aterrorizados por alucinaciones 
que se imponen o tomados por delirios que extravían. No está 
entre quienes se pierden en el alcohol y las pastillas. No está en 
la ilusión de una interioridad que se presenta devastada. 
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Esa vacancia insoportable es ocupada por el poder psiquiátrico 
y las teorías psicológicas, la ilusión química y las neurociencias, 
las rutinas disciplinantes de la enfermería, el dominio moral de 
una autoridad, el goce de la crueldad y la violencia.
Las psicosis ponen a la vista que el lugar de sujeto puede pensar-
se como territorio en disputa.
Cuerpo social no es lo mismo que sociedad, tampoco equivale 
a la masa de un gigante formado por multitudes adhesivas. 
Este libro llama cuerpo social a la proximidad del desconocido 
que se da en la voz que dice cualquier cosa que necesite estoy acá.
A veces, la figura que ocupa el lugar de sujeto en el encierro 
es la transa: excitación de intercambios urgidos que siguen el 
mínimo código de te doy, me das… que abarca cigarrillos, yerba 
mate, dinero, drogas, sexo, protección.
La transa no importa por la cosa que se intercambia, sino por la 
excitación del intercambio.
En la soledad de los campos de algodón, del dramaturgo francés 
Bernard-Marie Koltès (1987), pone a la vista la cuestión del de-
seo como ansia que esclaviza.
Dos nerviosismos se cruzan en medio de la noche, el personaje 
que se presenta como especie de dealer dice “Si camina por la calle, 
a esta hora y en este lugar, es porque desea algo que no tiene, y ese algo, 
yo, puedo dárselo. (…) Me acerco a usted, pese a ser la hora en que el 
hombre y el animal se lanzan salvajes uno sobre otro, me acerco, con las 
manos abiertas y las palmas giradas, con la humildad del que propone 
frente al que compra, con la humildad del que posee frente al que desea 
(…) dígame qué cosa desea porque yo puedo dársela, se la daré con 
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suavidad, casi con respeto, quizá con afecto; y tras haber colmado los 
huecos y allanado los picos que hay en nosotros, nos alejaremos uno 
de otro, en equilibrio sobre el delgado y plano hilo de nuestra latitud, 
satisfechos en medio de los hombres y los animales insatisfechos de ser 
hombres e insatisfechos de ser animales…”. 
El autor describe el encuentro como deal: “transacción que se 
realiza en un espacio prohibido o no controlado; en lugares neutros, 
indefinidos, no pensados para la cita entre un proveedor y un cliente; 
trato que se celebra mediante un entendimiento tácito o un código de 
signos convenidos o un diálogo de doble sentido (con el fin de evitar la 
traición o la estafa) a cualquier hora del día o de la noche…”.
En la soledad de los campos de algodón (en el título se hace referen-
cia a los tiempos de esclavitud en el sur de los Estados Unidos 
a fines del siglo diecinueve) se encuentran dos nerviosismos: 
uno ofrece cualquier cosa y todo lo que el deseo puede anhelar, 
el otro vive empujado por impulsos que no sabe ni domina. 
Las psicosis hospitalizadas en la pobreza narran devastacio-
nes de la esclavitud: persistencias esclavas de deseos que no 
se poseen. 
Existencias humanizadas por transas que inyectan nerviosis-
mos y crean la ilusión de ser alguien que desea para otro que 
promete algo para satisfacer ese deseo. 
Lo humano se conforma como hueco que se ofrece para ser 
colmado o llevarse como desdicha que pesa in-colmada.
Cuando el cuerpo social se vuelve cuerpo paranoico, la sensibili-
dad que dice esto es mucho para mí, se vuelve loca.
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La idea de una interioridad con elevaciones y profundidades, 
con llanuras y bosques, con desiertos y poblados, imita las for-
mas con las que se piensa la tierra.
Este libro llama cuerpo social paranoico a la proximidad que ase-
dia a quienes viven habitados por sufrimientos inmensos.
La satisfacción es pariente de la finalidad.
La finalidad ocupa el lugar de autoridad a la que, tarde o tem-
prano, llegan mendigantes las acciones humanas.
Dice el Cuerpo Social: ¡Ofrezco relevo sin importar a quién!
Inquiere el Cuerpo Paranoico: ¡Identifíquese!
Casi no duerme, no puede parar de hablar, pasa de una cosa a 
otra sin terminar una idea. Ese nerviosismo trata de adormecer, 
confundir o distraer pensamientos que amenazan con matarlo.
Las psicosis testimonian qué queda de una vida sacrificada al 
poder de un Amo. 
Ponen en escena la contención y la tiranía de figuras que se 
adueñan de una vida. 
La tenacidad imperativa de sus voces alucinadas.
Las figuras que nos hacen sufrir no se presentan sólo como 
déspotas, autoritarias, abusadoras; se imponen seductoras, 
fascinantes, protectoras.
Las psicosis permiten percibir que cuando la vida es asaltada 
por fantasmas o figuras que no se detienen, las energías que 
habitan los cuerpos vivientes, se enferman.
23
Dice la Crueldad: ¡Dame más, dame más, más!Las psicosis ayudan a advertir la locura como hemorragia de 
intensidad (apenas) sosegada por figuras de crueldad. 
A veces, la crueldad es la única compañía confiable en la 
desolación. 
La expresión sujeto fabulado anticipa que esa invención fabulosa 
derrapa hacia la desmesura.
No sujeto fabulador, ni sujeto que fabula, ni sujeto de la fábula, sujeto 
fabulado (sin artículo el) como ilusión de una civilización de in-
dividuos libres que niegan, así, las condiciones de su sumisión. 
Sujeto fabulado como composición o ensamble de un desvarío.
Sujeto fabulado como existencia que carga figuras que dominan 
una vida a la vez que dan ilusión de sí.
Sujeto fabulado por el pensamiento europeo de la Ilustración. 
Fabulación como irradiación y propagación de una lengua. 
Sujeto: pliegue fastuoso en la nada. 
Mágica y fascinante resulta la insinuación de un pliegue en lo 
que, si no, sería una inmensa superficie lisa.
Pliegue como inflexión que sugiere una interioridad que no 
tiene. Belleza de lo que se ahueca o simula cavidad: las arru-
gas en las sábanas y las mantas que quedan en la cama, dan a 
entender el trajín de los cuerpos. 
Enigma sutil de un movimiento debajo de la alfombra. 
Deleuze (1988 a) observa que el pliegue es un estado de la po-
tencia. Envoltura que no encierra ni cubre: abraza como tela o 
piel de agua. Escribe: “El despliegue no es, pues, lo contrario del 
pliegue, sino que sigue el pliegue hasta otro pliegue”.
24
En La Ola del grabador japonés Hokusai (1760-1849) el mar, en 
plena tempestad, alza una gran mano que amenaza con envol-
ver a una frágil embarcación humana.
El mar se extiende ondulante entre el horizonte y la orilla. 
Cada tanto una elevación que se arquea hace un hueco, cavi-
dad, cilindro, en su propia curvatura que simula una cortina 
de espuma o de sí, hasta disolverse, esparcirse, extenderse, sin 
aviso, en un estallido que se difunde hacia los costados de esa 
onda que se alarga hasta cesar caprichosa en otro movimiento 
que la prolonga. Curvatura de una extensión que traza en el 
aire la sugerencia de una interioridad que no tiene o tiene la 
vida de un instante.
Cubre la tierra con la fina extensión de un cuerpo de agua, 
cuando se retira la orilla burbujea.
No hay interioridad humana, sino incesantes movimientos que 
ahuecan como abrazos de agua en el aire.
La colección de esos movimientos se conoce como memoria, 
identidad, historia personal.
La fábula de sujeto alucina un lugar soporte o sostén que carga 
con invenciones y fantasmas de un lenguaje (que casi por su 
cuenta) impone enunciados que existen para reinar sobre las 
vidas humanas.
La fatalidad de la carga está en el lenguaje.
Diógenes recomendaba vivir sólo con aquello que se podría 
cargar en un largo viaje. 
25
Se atribuye a Chuang Tzu (siglo II a. C.) esta idea: “el hombre 
sabio lleva su bote vacío”.
Nietzsche (1883) advierte que el hombre como el camello se 
arrodilla y se deja cargar bien.
Se advierten en este texto diferentes inclinaciones o ímpetus: 
glosas de pensamientos, ficciones clínicas, pruebas de cómo se 
diría.
Por momentos, este libro reúne fragmentos que precisan una 
idea de sujeto como disponibilidad que puede ser ocupada por 
diferentes figuras que asumen una posición de Amo.
Tal vez, no pensar en términos de (el) sujeto, sino de figuras que 
ocupan ese lugar, ayuda a desprenderse de la pertinaz fábula 
moderna.
Gustavo von Aschenbach, el personaje de La muerte en Venecia 
de Thomas Mann (1912) se desvanece, antes de morir, sentado 
frente al mar, cautivo de la hermosura de un muchacho que 
ama en silencio: “Aquel que ha contemplado la belleza está condena-
do a seducirla o morir”.
Mann concluye que quien vivió para alcanzar una belleza ex-
cepcional, sólo admite descansar ante lo que parece perfecto.
La belleza ocupa el lugar de sujeto en la novela de Thomas 
Mann.
Por ahora, se conserva en este libro la idea de sujeto no como 
nombre de un supuesto ser, sino como disponibilidad que pue-
de ser tomada.
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No se trata de sustituir una idea por otra. Superponer una 
creencia encima de otra. No se propone tapar la idea de ser con 
la de vacío ni la de sujeto con la de figuras que nos gobiernan, 
sino de hacer lugar a la pregunta de cómo sería la vida sin esas 
ideas. 
Por momentos, este volumen agrupa pasajes que presentan 
formas de decir lo que pasa por esa ficción que llamamos sí 
mismo, modos de expresión sin el imperio de la idea de sujeto.
Razón, Conciencia, Yo, son formaciones que tratan de entroni-
zarse en la posición de sujeto. 
El lugar de sujeto suele estar ocupado por figuras que arman 
tiendas de negocios (más fijas que provisorias) en un desierto.
Diferentes figuras se disputan esa disponibilidad.
Sujeto, Yo, Identidad, Mismidad son delirios de grandeza de la 
individualidad.
El modesto interés que presenta el empleo de la idea de figuras 
(en plural) es el de aliviar la vergüenza de seguir escuchando 
hablar de “el sujeto” con tanta ligereza.
En la fábula de sujeto late una de las mayores arrogancias 
de la modernidad europea: por donde se la mire, parece 
megalómana.
27
Sujeto fabulado como delirio de grandeza, como pensamiento 
que alucina el mundo y las cosas, como amo de todos los seres 
vivos, como tirano posesivo del deseo del otro.
¿Cómo incinerar un pensamiento sin hacer arder la cabeza? 
Recuerda que, cuando despertó, en la cocina reluciente, el 
cuerpo de la madre colgaba de un cinturón que le apretaba el 
cuello. Tenía once años.
El hombre sólo alcanza alguna tranquilidad en la suciedad. 
Vive en una casa llena de gusanos. Manchas grasientas, polvos 
mugrientos, restos de comida en platos y ollas sin lavar y des-
perdicios conservados en estado de descomposición, se ense-
ñorean en el espacio que habita. El olor pestilente de lo que se 
pudre inunda el ambiente. La suciedad, por momentos, ofrece 
lo que las drogas no consiguen: acallar pensamientos que ase-
dian. Impulsos que emiten órdenes que enceguecen el entendi-
miento y encienden el cuerpo que no conduce: se vuelve loco 
cada vez que ve o presiente la silueta de una niña. Entonces, 
se encierra en su casa sin ver a nadie. Permanece envuelto en 
una manta nauseabunda. La suciedad que cultiva, se impone a 
la suciedad que lo esclaviza. Expresa la voluntad de que, tras 
su muerte, el cadáver sea reducido a cenizas. Imagina que, tal 
vez, las cenizas venzan a los gusanos que, si no, brotarían de 
un organismo que sobreviviría sin control.
No habitada por la palabra, por la ilusión de ser, por la ficción 
de identidad: la vida, ¿qué vida?
Así como una mujer o un hombre sin trabajo piden (en el mun-
do capitalista) ser explotados para seguir viviendo, necesita-
mos de las palabras, el ser, la identidad.
El problema no reside en esas pertenencias necesarias, sino en 
el culto de la propiedad. Pertenencias como circunstancia de 
quien dice pertenezco a este tiempo.
28
Este libro trata de sustraer la idea de sujeto y seguir pensando 
alrededor de ese vacío, con el vértigo de ese abismo y el alivio 
de no tener que llevar esa carga.
Si el lenguaje proyecta un Amo perfecto que crea la libertad 
que esclaviza; entonces, ¿habría que liberarse del lenguaje y no 
del capitalismo?
¿Liberar a la humanidad del lenguaje? ¿Cuando todas las cria-
turas vivientes que hablan gocen de las invenciones y fantas-
mas de todas las lenguas; entonces, recién entonces, se podría 
hablar de liberar a la humanidad del lenguaje?
En el lenguaje reside la productividad incesante de la injusticia 
humana, pero la exclusión de las posibilidades del lenguaje es 
una de las fuentes de esa injusticia.
Liberar a la humanidad del lenguaje podría querer decir exi-
mirla de cargar con el afán posesivo y de dominación que 
imponen algunas gramáticas. Posibilitar porosidades que no 
regulen, coleccionen, ni declaren, ni pongan compuertas al 
pensar. 
¿Iniciar una porosidad sin yo que, sin embargo, conserve la 
indignación por la injusticia?
Cuando la lucha por ser (sujeto de derecho) sea una conquistade todas las existencias, ¿comenzará el tiempo de estar en la 
vida sin figuras de mando y de dominio, sin locuras posesivas, 
identidades, promesas eternas? 
¿Se iniciará el tiempo del instante, el final de la fábula?
El final de la fábula, ese ansiado descanso, no sería la muer-
te, sino la vida liberada, no impedida por la voracidad pose-
siva que, por momentos (largos momentos) coloniza la vida 
humana.
Una metafísica no teológica: una metafísica sin dios.
29
No se trata de reconocer la muerte ni de volver a matar a dios, 
tampoco de advertir que nos ha abandonado o que se ha vuelto 
olvidadizo, sino de pensar sin la idea de dios, sin la idea de ser, 
sin la idea de verdad, sin la idea de sujeto. 
(Algo así como andar sin pensamiento).
Los fragmentos de este texto hacen ese intento. 
Cuando alguien mira, no mira el yo, la persona, la voluntad; 
mira el mirar, las luces y las sombras, la extensión de lo abierto 
y lo cerrado, los colores, los matices, las cosas nombradas que 
chocan contra la percepción (que la abren, apabullan, encan-
tan). Sin olvidar las existencias que son vistas sin que se las 
sepa, intuya, imagine.
La idea de sujeto se ha esparcido, por todas partes.
Las palabras no tienen origen, tienen historia. 
Se escuchan historias en las palabras no reduciéndolas al uso y 
significado habitual. 
Los diccionarios imponen condiciones no siempre confiables, 
pero pueden avivar la imaginación.
No se trata de constatar qué significan las palabras, sino de 
pensarlas. Hablar en contra de la inercia que dice sin pensar lo 
que se está diciendo.
Los sentidos de una palabra flotan en el aire desprendiendo 
vapores.
En cada vocablo llaman multitudes de bocas que suenan en 
lenguas diferentes.
La palabra se mira y se escucha deseándola, aunque no se vea 
ni oiga nada.
La palabra se piensa leyendo a sus amantes. 
30
El vocablo sujeto suele decirse en singular.
Expresa estados de arrojo (ímpetu de acciones que se salen de 
sí) y estados de lo arrojado (de lo que se echa debajo de algo y se 
ofrece o somete a soportarlo).
Imprudencia expansiva y destino sostenedor.
Vocación adyacente (extendido hacia las inmediaciones) y vo-
cación subyacente (retenido detrás o cargando otra cosa).
¿El mar descansa de sí en las orillas? 
La orilla traza la línea irregular de una adyacencia. Una zona 
que se mueve, cambia, vive, sin pertenecer al mar ni a la tierra.
No se trata de proponer o demandar que los niños sean (como 
se dice) sujetos de derecho, sino de interrogar cómo el derecho 
aloja el devenir niño, niña, hablante cuidado, viviente no obli-
gado a una determinada identidad de género.
Para los griegos clásicos la idea de sujeto no vive soldada a la de 
existencia humana: eso que llamamos hombre puede o no estar 
en ese lugar.
El vocablo (antes de establecerse como idea moderna) anduvo 
involucrado en cuestiones ontológicas, lógicas, gramaticales.
La lógica narra el paisaje quieto del deseo de nombrar que los 
griegos llamaban logos: en lógica, sujeto localiza aquello sobre lo 
que se afirma o niega algo.
En una relación de atribución entre dos términos (S es P), el 
lugar de sujeto carga con la asignación de un predicado.
31
El razonamiento lógico inmoviliza, por un momento, a la vida 
para ordenarla.
La idea de sujeto alude tanto a lo que yace debajo (que no equi-
vale a lo oculto) como a lo que soporta o sostiene acciones y 
atributos.
La paradoja de lo que yace sosteniendo late en la palabra sujeto.
Lógica, dialéctica, diálogo, son modos argumentales que disci-
plinan a los hablantes de la razón occidental. 
En nombre de esa razón se mata, se muere. 
Lógica y gramática tienen improntas jerárquicas. 
Conservan huellas de las relaciones de poder que imperan en 
las sociedades humanas. 
La palabra sujeto lleva consigo anuncios.
Una de sus primeras filiaciones es con la idea de supuesto (supó-
sito): aquello de lo que habla el predicado y lo que lo precede. 
La atribución supone (suppositio, acción de poner debajo) un lu-
gar sobre el que asentarse y da por sentado que será sostenida.
La suposición incita a los predicados a dejarse caer en ese 
soporte.
La suposición, también, se emparenta con la imaginación y la 
conjetura: posible asiento de la fantasía. 
Ilusión de algo cierto desde donde zarpar sin horizonte.
La gramática ama a la lógica, como la lógica a las matemáticas; 
pero todas pierden la cabeza por la metafísica. Habrá que es-
perar a que Rubens (1630-1635) pinte los exuberantes cuerpos 
32
desnudos de Las tres Gracias para tener una visión de la dicha 
de tales amoríos.
De la partición nacen muchas cuestiones. 
La división signa a la palabra sujeto: comienza por designar 
una parte de la proposición lógica y (también) una parte de la 
proposición gramatical.
La palabra sujeto es una de las traducciones del vocablo griego 
hypokeímenon que alude a aquello que soporta y sustenta a las 
categorías que, así, se posan sobre un nombre.
Categorías es un texto breve (que se conoce incompleto) en el 
que Aristóteles clasifica modos posibles de predicar algo sobre 
las cosas. 
La razón humana realiza atribuciones que asumen formas acu-
satorias (el árbol es alto, el perro es flaco, la piedra no camina), actúa 
como si existir no designado fuera la deshonra del mundo. 
Acusativo en gramática refiere al caso de la declinación latina y 
de otras lenguas que, en general, equivale en español al objeto 
directo del verbo.
Aristóteles emplea la palabra hypokeímenon para designar uno 
de los sentidos de la categoría que llamó sustancia (que se tra-
duce también como esencia o entidad).
En sus comienzos, la palabra que hoy se emplea para nombrar 
la ilusionada libertad humana individual, era sitio ocupado 
por el persistente dominio de predicados.
33
Eduardo Sinnott (2007) recuerda (observación hecha por mu-
chos helenistas clásicos) que la palabra que Aristóteles emplea 
para la categoría que llama sustancia es ousía.
La categoría sustancia a diferencia de las otras (cantidad, cuali-
dad, relación, lugar, tiempo, posición, posesión, acción, pasión) no 
sólo alude a una clase de predicados, sino también a lo que se 
llama sujeto (“cosa individual y concreta, que representa al referente 
último en que arraiga la actividad predicativa toda”).
Señala Sinnott que, si bien se suele sugerir que para Aristóteles 
la palabra sujeto (hypokeímenon) “oscila o vacila entre un valor gra-
matical y un valor ontológico”, el término designa “una suerte de 
polo ideal de predicaciones”. 
La idea de sujeto viene para realizar un trabajo: soportar 
categorías.
Sujeto como explanada de la cualidad y la cantidad, del espacio 
y del tiempo, de la acción y de la pasión.
Sujeto como tierra prometida de los atributos. 
Sujeto como sustento de la vida caballo, de la vida árbol, de la vida 
planta, de la vida sentimiento, de la vida alma, de la vida belleza. 
Sustento de lo que se da la vida sin darse a otra cosa.
Sujeto como excusa que tienen algunas categorías para erguirse.
Sujeto como lo que se ofrece para estar debajo de algo que luce.
Sujeto como pedestal o podio de categorías. 
Lugar no clausurado por ninguna y, sin embargo, condenado 
a esperarlas. 
Si no se supone algo que está antes de la atribución, se podría 
pensar que las categorías inventan ese algo que las soporte para 
poder reinar. 
O se inventan a sí mismas a la vez que inventan un soporte 
para que sus potencias puedan actuar designando. 
Las categorías flamean potencias de designación.
34
La cultura griega se arrogó, entre otras cosas, la facultad de 
legarle al mundo una metafísica.
Se lee en la Metafísica de Aristóteles: “Sujeto (hypokeímenon) es 
aquello sobre lo que se dicen las demás cosas, sin que ello, por su 
parte, se diga sobre otra”. 
Si las cosas que se dicen caen sobre algo, hypokeímenon se pre-
senta como aquello que no se apoya en nada, que no recae sobre 
otra cosa: lo que se sostiene sosteniendo.
Hypokeímenon se ofrece como espera que no sólo no sabe lo que 
espera, sino que ni siquiera sabe que esperahasta que algo no 
le llega: espera que acontece como espera de lo que, de pronto, 
le está llegando.
Ser es un nombre que se da a algo siempre supuesto, suposi-
ción de la cópula misma, posibilidad de conexión entre térmi-
nos que nacen de esa posibilidad.
Término traducido al latín como subiacens, que alude a estar 
echado, colocado o situado debajo de, estar sometido, subordinado. 
Subiacens equivaldría a subyacente.
Ante la maravillosa contundencia de la vida, la humanidad 
pudo el mito y la razón.
El lenguaje hace de la vida una ficción estricta y razonada. 
También hace ficciones locas, inusitadas, inútiles.
El nombre nace como súbdito del verbo: debajo de o sometido a 
la atribución que se le impone.
Se predica (en sentido lógico o gramatical) algo que se atribuye 
a un nombre.
35
Se predica (en sentido ontológico) algo que se adhiere al nom-
bre como accidente.
No hay necesidad: puede adherir o no. Algunas categorías se 
llevan por delante el lugar de sujeto.
Sujeto, sitio propicio para las adherencias: para que se le pe-
guen categorías 
Sujeto, espacio de paredes inexistentes, aptas para que se ad-
hieran figuras como ventosas. 
Las categorías avanzan con sus jugos viscosos: mientras 
la atribución parece enunciativa, la adherencia sugiere la 
pegajosidad. 
Este libro trata de adherencias que se prenden en las paredes 
de una ausencia. 
Las figuras parasitan la generosidad de esa ausencia.
La idea misma de división entre amos y esclavos se corresponde 
con la división lógica entre sujeto y predicado o la ontológica 
entre sujeto y categorías. 
Una vez dividido el mundo, se legitima que una parte pueda 
necesitar y hasta abusar de otra para vivir.
Habrá que esperar a la cinta de Moebius (1858) para pensar un 
recorrido sin separaciones, divisiones, ni términos, que se rela-
cionen entre sí.
En los siglos dos y tres después de Cristo se establecen los 
nombres de subiectum y praedicatum como partes de la proposi-
ción lógica simple.
36
La palabra castellana sujeto deriva de la expresión latina subiec-
tum que significa arrojado, lanzado, puesto debajo de, sometido: lo 
destinado a soportar y sostener.
Procedencia que también tienen los vocablos sujet en francés, 
soggeto en italiano, sujeito en portugués, Subjekt en alemán, sub-
jet en inglés.
Los escritores latinos emplean el término en forma verbal 
como subiectum est (fue sometido), de modo adjetival como homo 
subiectum (esclavo sometido) o como sustantivo, subiectum (el 
sometido).
La palabra subiectum designa uno de los dos términos que com-
ponen el juicio en la lógica tradicional. 
El sujeto lógico designa la posición de soportar lo dicho: aquello 
sobre lo que se dice algo.
Los términos subiectum y praedicatum (sujeto y predicado) fueron 
empleados en lógica antes que en gramática. 
En tratados de gramática medieval se utiliza la palabra suppo-
situm (supuesto antes que sujeto) para designar aquello de lo 
cual hablamos y se utiliza la palabra appositum (para los lógicos 
praedicatum) para designar aquello que se dice sobre otro. 
Apuleyo, autor de El Asno de oro, la novela latina del siglo dos 
que relata la historia de un joven que se transforma en burro 
conservando su capacidad de pensar, analiza el enunciado 
Apuleyo diserta. 
Advierte que esa preposición predicativa se compone de una 
parte declarativa que consta de un verbo (diserta) y una parte 
que designa como subiectiva o súbdita que consta de un nombre 
(Apuleyo). 
37
La palabra subiectum designa también una esencia que es por sí 
misma, soporte sustentador de accidentes que sólo pueden ser 
en una esencia.
Es difícil imaginar, en este tiempo, algo que se sustente a sí 
mismo, un lugar esencial o sustancial. 
Y, sin embargo, la cultura renueva una y otra vez esa ilusión. 
Las promesas del consumo se adhieren a las paredes de la 
ausencia propagando cuerpos que viven subyugados por esas 
promesas.
Esa disponibilidad de soportar lo que sea, la ocupan mercan-
cías: maravillosos fetiches que sujetan modelando lo sujetado.
Dice el Vacío: Soy plenitud (François Cheng).
Dice la Ausencia: Sin mí la presencia no tendría lugar.
Dice la Nada: Sostengo la ilusión de un ser.
Tomás de Aquino (1274) presenta no sólo la noción lógica de 
subiectum, sino también la ontológica, en cuanto substrato de 
los accidentes.
Piensa subiectum como sustentante o substrato de accidentes o 
categorías. 
Asistimos al uso de la figura de sujeto como disponibilidad (lu-
gar o espacio), suposición sustentante.
Una vez inventadas la culpa, el reconocimiento, el miedo, las 
pasiones, ¿qué harían esas figuras si no encontraran en dónde 
posarse?
¿Cómo nacería un quién si no como soporte de esas figuras?
38
La idea de sustrato da al vocablo sujeto profundidad, sótano, 
entrepiso. 
Aunque la representación de interioridad tendrá que esperar 
mucho después de Shakespeare para ser requerida.
En el siglo trece Tomás de Aquino recupera ideas de Aristóteles, 
escribe: “La sustancia que es sujeto (...) se dice que subsiste, en cuan-
to existe por sí y no en otro”. 
También escribe: “Todo accidente denomina o da nombre a su 
sujeto”.
Refiriéndose a Aristóteles, escribe: “Y porque principalmente 
trata de la enunciación, que es el tema (subiectum) de este libro, en 
cualquier ciencia deben conocerse con anterioridad los principios del 
tema”.
La palabra sujeto se utiliza para indicar un tema.
Se dice sujeto del libro para señalar el tema sobre el que trata el 
libro.
(Con el asunto del correo electrónico volvimos a familiarizarnos 
con este sentido del vocablo sujeto que, sin embargo, gobierna 
varias centenas de la historia y todavía está vigente en otras 
lenguas).
Escribe Duns Scoto, también en el siglo trece: “Acerca de lo 
primero, ‘sujeto’ suele tomarse en múltiples sentidos, como aparece 
en estos versos… A propósito de nuestro tema, se toma en el último 
sentido, esto es, en el de aquello acerca de lo cual el intelecto especula 
en la ciencia, que debe llamarse con más verdad objeto que sujeto…”.
Duns Scoto emplea el término sujeto como metonimia sobre la 
cual especula el intelecto científico. 
39
Escribe Guillermo de Ockham en Suma de lógica, en el siglo 
catorce: “De lo cual puede colegirse que algo se llama sujeto porque 
realmente está debajo de otra cosa que se le adhiere y a la cual adviene 
realmente”.
La palabra adherencia nombra una resistencia tangencial que 
acontece entre cuerpos que practican contactos o cuando uno 
de ellos intenta deslizarse sobre otro.
En la orilla se dan contactos sin adherencias. 
Momentánea incertidumbre (la absorción del agua en la arena, 
el retiro del mar, el viento, la intensidad del sol) de fuerzas que 
se acarician.
Diferentes sentidos del vocablo sujeto: el ontológico, como 
sustancia sustentante de los accidentes y como materia sus-
tentante de la forma; y el lógico, como término que soporta 
predicaciones.
La navaja de Ockham corta por lo sano: dada la proposición 
el hombre es animal, la palabra hombre ocupa el lugar de sujeto 
porque se puede predicar de un hombre que es animal, pero si se 
dijera el animal es hombre, podría prestarse a confusión porque 
de todo animal no se puede predicar que es hombre. Sólo será 
válido emplear la palabra sujeto para preposiciones verdaderas 
o demostradas.
¡Qué lejos la criatura humana de esa condición! 
La humanidad misma consiste en advenir de la ilusión de otro 
antes de advenir como ilusión de sí.
Si la idea de sujeto proviene de la de sustancia (siendo sustan-
cia la que subsiste por sí misma), la humanidad fabulada no 
soporta la idea de sujeto ni la de sustancia: no subsiste por sí 
40
misma, necesita advenir pensada (alimentada) por otra ficción, 
a su vez pensada por otra y así como en el relato de las ruinas 
circulares.
Esa condición parásita de los accidentes que destaca la historia 
de la filosofía, es la condición de las figuras que (en estas pági-
nas) se dice que ocupan el lugar de sujeto.
Los argumentos de este libro no siguen indicaciones de los dis-
cípuloscartesianos de la lógica de Port-Royal. La afirmación 
que dice: el cuerpo es redondo, supone que la redondez no podría 
subsistir sin la existencia previa del cuerpo al que hace redon-
do; pero en estas páginas se sugiere otro disparate o exceso: la 
redondez se expresa haciendo nacer (en ese acto) un cuerpo 
redondo. 
Las vidas humanas se sustentan en figuras que, sin las energías 
de los vivientes que hablan, no tendrían sustento.
Cuando este libro presenta la palabra energía, no se refiere a 
una energía mecánica ni una energía psíquica. 
¡Qué importante fueron las distinciones entre instinto y pulsión, 
necesidad y deseo, significado y sentido! 
Dice el Instinto: ¡Es así! 
Dice la Pulsión: ¡Soy el Sentimiento que no puedes parar! 
Dice la Necesidad: ¡Volveré y seré moral o estadística! 
La moral instruye modos de comportarse y fórmulas para per-
tenecer a un grupo. 
Dice el Deseo: ¡Siempre estoy más allá!
Instinto y necesidad ofrecen modos de proceder: saben de dón-
de vienen, a dónde van y cómo conducirse. Pulsión y deseo se 
41
ofrecen aconteciendo sin saber. Instinto y necesidad alardean 
con la ilusión de pureza.
Dice el Instinto: ¡Soy la vida! 
Dice la Pulsión: ¡Y a mí qué me importa!
Instinto y necesidad arreglan con la evolución. Pulsión y deseo 
no reconocen reglas en sus embrollos. Instinto y necesidad la-
ten en automatismos y reflejos. Lacan sugiere que en la escena 
preferida del deseo hay una madre, un niño, un espejo.
Dice la Necesidad: ¡Quiero pan! 
Dice el Deseo: ¡Quiero una mirada!
Como casi siempre pulsión y deseo andan obnubilados, los 
poderes sociales tratan de reinar en esas confusiones.
Dice el Significado: ¡Los diccionarios consagran lo posible! 
Dice el Sentido: ¡Inventaré a Joyce!
Instinto, necesidad, significado, cultivan determinaciones y 
cosechan respuestas.
Dice la Enfermedad: Me río del instinto, de la necesidad y del signi-
ficado. Me río, también, de la pulsión, el deseo y el sentido.
La angustia adviene en esas carcajadas.
Dicen muchas Figuras que dominan las vidas que viven 
las criaturas que hablan: ¡Te salvaremos de la enfermedad! ¡Te 
evitaremos una mala muerte!
La significación carga con la memoria del poder, el sentido 
respira en el instante.
Dice el Significado: ¡Estoy escrito! 
Dice el Sentido: ¡Me escurro entre la palabra y el oído!
En lugar de volver a repetir “sujeto aquello sobre lo que se afirma 
o niega algo y atributo aquello que se afirma o niega”, se dirá: sujeto, 
lugar en el que se enseñorea una afirmación o negación que 
goza de la existencia de una vida humana (que adviene como 
vida gozada por esa negación o esa afirmación).
42
Este libro emplea las palabras energía, fuerza, intensidad, para 
rodear (respetuoso) el silencio que irradia la vida.
Descartes (1642) emplea la palabra sujeto para designar la capa-
cidad que un cuerpo tiene de sustentar calor. 
¿Un cuerpo se ofrece para que el calor caliente o el calor hace 
arder o entibia un cuerpo dándole existencia ardiente o tibia?
En el siglo diecisiete, para Leibniz (dado un sujeto, encontrar su 
predicado; dado un predicado, encontrar su sujeto) las palabras su-
jeto y predicado, aunque enlazadas, viven buscándose una en la 
otra.
Son tiempos en los que, por momentos, también se describe 
con el vocablo sujeto el modo de las causas y con el término 
objeto el modo de los efectos.
Aprovechando la ocurrencia, en este libro se dirá que las figu-
ras que ocupan el lugar de sujeto se ofrecen como causas de una 
vida: como motivos o comandos de un obrar.
La idea de sujeto se concibe tras la división del mundo entre 
cosas que se atribuyen a algo capaz de soportarlas. 
La relación entre sujeto y persona aparece en Leibniz a propósito 
de la cuestión del derecho y las obligaciones jurídicas, aunque 
también considera sujeto de derecho a dios, los ángeles, los 
muertos, las cosas.
La expresión criaturas vivientes que hablan (que no alude a las 
aves cantoras) enlaza las ideas de vida, lenguaje y criaturas 
concebidas para soportar ese enlace.
43
Deleuze (1980-1981) en las clases sobre Spinoza advierte a los 
estudiantes que, si se imaginan siendo seres sustanciales, no 
lean a Spinoza. Aclara que no tiene nada de malo que alguien 
diga: Yo me siento un ser, pero que estaría perdiendo el tiempo 
asistiendo a su curso. Recomienda, en ese caso, ir a escuchar a 
quienes creen de verdad que somos seres, a quienes reafirman 
una sensibilidad aristotélica, cristiana, cartesiana.
Lo que la filosofía entre Aristóteles y Kant piensa como acci-
dente, circunstancia, adherencia, se puede concebir como figu-
ras que ocupan (en un momento) el lugar de sujeto.
Donde se razona que el alma y el cuerpo están enfermos, se 
podría pensar que la enfermedad inventa un alma y un cuerpo 
enfermos.
Enfermedad no tanto como accidente, circunstancia, asistente, 
adherencia, sino figura que coloniza una vida. 
Durante siglos se llamó sujeto a lo que nosotros llamamos ob-
jeto. Indiferencia que interesa como condición mimética que 
ambas palabras conservan. 
Vendrá Kant a restituir los contrarios y romper esa 
promiscuidad.
El alma (ese fulgor íntimo que yace en la idea de sujeto) de 
pronto se vuelve objeto de transacción: se puede vender el 
alma al diablo.
En una carta, Dante (1316/1317) explica cómo piensa la escri-
tura de la Divina Comedia: “Seis, por tanto, son las cosas que en el 
principio de una obra doctrinal hay que investigar, vale decir: el tema 
(subiectum), el personaje, la forma, la finalidad, el título del libro y el 
género filosófico”. 
44
Según Dante el sujeto de la obra es “el estado simple de las almas 
después de la muerte”.
La cita dice así: “Vistas estas cosas, es manifiesto que el tema (su-
biectum) acerca del cual discurran uno y otro sentido es doble. Y por 
ello hay que examinar el tema de esta obra (de subiecto huius operis), 
tomado al pie de la letra, después el tema percibido en sentido ale-
górico. Así, pues, el tema de toda la obra (subiectum totius operis), 
tomado tan solo en sentido literal, es el estado simple de las almas 
después de la muerte”.
Dante, como era común en su tiempo, emplea la palabra subiec-
tum para referir la materia o tema de su obra. 
Ese fue el sentido usual de la palabra subiectum en las len-
guas derivadas del latín y en las germánicas que adoptaron el 
término. 
Diccionarios de la lengua castellana guardan la memoria de 
este uso: suelen presentar como segunda acepción de la pala-
bra sujeto la idea de “asunto o materia sobre que se habla o escribe”. 
En este último sentido se emplea todavía en francés (sujet) y 
en inglés (subject). En italiano (sogetto) y en alemán (Subjekt) la 
palabra soportó en otros tiempos la acepción de examen, pero 
dejó de emplearse.
En el lenguaje medieval se llamaba subiectum a lo que llama-
mos objeto en el sentido del objeto de una ciencia o el objeto de 
una obra o exposición. 
Guzmán (2003) cita un fragmento de Nicolas d’Orbellis (teólo-
go y filósofo franciscano estudioso de la obra de Duns Scoto, 
que muere en 1475) en el que enumera ocho modos en los que 
se emplea la palabra sujeto: como tema o materia, como servi-
dor o súbdito, como aquello que se pone bajo otro, como lugar 
que se ofrece a las adherencias o que provee de apoyo a los 
accidentes, como lo que copula con el predicado o lo abraza 
para que no se desvanezca en los aires, como lo que soporta 
45
atributos, cualidades y sueños de ser, como cosa inferior res-
pecto de otra superior o como lugar que carga con el peso de 
otra cosa, como objeto de las artes y las ciencias.
Antes de Kant (1785) no se emplea la idea de sujeto para desig-
nar al yo, la conciencia, el ser que piensa. Escribe: “Persona es aquel 
sujeto cuyas acciones son capaces de imputación”.
¿El nombre es súbdito del verbo, se pone debajo de lo que la 
acción declara?
La palabra sujeto narra cómo los nombres nacen para ser some-
tidos por verbos o acciones que recaen con demandas o tareas 
sobre ellos. 
Los sustantivos soportan atribuciones lógicas, locas, 
caprichosas.El yo, orgulloso de sí, no se da cuenta de que destella como 
ficción que nada sabe de su ilusionada persistencia. 
El yo parece el asno o el camello de los que habla Nietzsche, pero 
asno o camello que se ve a sí mismo como león: el yo es el po-
deroso más sumiso, el autoritario más obediente, la fortaleza 
más dócil.
Haciendo alarde de libertad dice: “Yo soy…” sin advertir que el 
verbo ser llega para cargarle obligaciones: ser hombre, ser hete-
rosexual, ser judío, ser latinoamericano, ser marxista, ser bueno, ser 
sano. 
¡Qué alivio que el psicoanálisis separara, por lo menos, la idea 
de yo de la de sujeto!
46
El lenguaje humano instaura una larga historia de sometimien-
tos: el nombrar subordina a lo nombrado, el atributo subordina 
a quien que soporta lo atribuido.
La atribución a la vez que da, obliga a cargar. 
El lenguaje hace la gracia y desgracia humana.
Escribe Pizarnik (1962): “explicar con palabras de este mundo / que 
partió de mí un barco llevándome”.
La voz latina arca alude a lo que contiene o guarda. 
En hebreo, la palabra thebah que se traduce por arca significa 
tanto nave como palabra, de modo que la instrucción que Dios 
da a Noé de construir el Arca, puede interpretarse como men-
saje de entrar en la palabra.
Insinuar interesa más que nombrar. La insinuación sugiere 
y da qué pensar, mientras que el nombre impone, designa, 
identifica.
La insinuación respeta el secreto de las cosas. No porque ellas 
se guarden sus claves, sino porque el deseo de algo secreto e 
inviolable resguarda sus encantos.
No se trata de insinuar para no profanar la verdadera natu-
raleza de algo. El error consiste en creer que la palabra está 
para nombrar una naturaleza verdadera. Se dice árbol, pero no 
para designar, sino para insinuar con ese nombre mágico una 
insistencia que está ahí, más allá de cualquier nombre.
El deseo de nombrar, lo que no se puede, agasaja a las cosas: si 
no la cadena significante ahoga el cuello de lo vivo.
A veces, el pensamiento cultiva la precaución de los nombres, 
celebra el lado impreciso de las palabras, atiende lo que no so-
porta vivir etiquetado, toma la fiebre de las emociones, pero 
apoya su palma en una frente gaseosa.
A veces, el pensamiento no precisa un sentido, ofrece una cons-
telación de sugerencias y un tropel de sensaciones.
47
Recuerda Mallarmé que la poesía consiste en “dar la iniciativa 
a las palabras”. 
Alguien llega a lo que dice como conciencia o reflejo tardío.
Se aísla para no hablar ni escuchar a nadie. Así, espera que los 
pensamientos que lo agobian se olviden de las palabras.
Cuando se emplea la expresión sujeto de derecho, se designa a 
un ciudadano sobre el que recaen atribuciones, derechos, de-
beres, obligaciones.
Atribuir formas, causas, sentidos, a las cosas (incluso llamar 
cosas a las presencias vivas) constituye una fatalidad humana.
Hablemos del mar (¿el mar en el lugar de sujeto?): ¿qué puedo 
decir de él?, ¿qué le atribuyo?, ¿a qué lo someto?
Mar: extensión celeste, inabarcable caudal de agua salada.
Piedra: lisa, dura, pulida, pequeña, porosa, filosa.
Dice la voz que predica: Te declaro un hermoso día.
No son el mar ni la piedra las figuras que ocupan el lugar de 
sujeto, sino la arrogancia atributiva.
Este libro dice que algo (que suele llamar figura) ocupa el lugar 
de sujeto cuando se apodera de una disponibilidad.
El predicado sentencia a las cosas.
Cuando atribuyo palabras al mundo, hago lo que las palabras 
han hecho con esa existencia que, ahora, reconozco como mía: 
incrustar la ilusión de ser, hacer nacer la creencia de una mis-
midad que se piensa y piensa el mundo.
48
El nombrar, a veces, ¿consigue subyugar o cautivar a las cosas? 
Borges (1958) comienza El Golem así: “Si (como el griego afirma 
en el Crátilo) / el nombre es arquetipo de la cosa, / en las letras de rosa 
está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo”. 
La arbitrariedad de los nombres es mejor que nada. 
¿Peor que el parecido entre los sonidos y las cosas nombradas, 
sería nada?
A veces, la vida preferiría nada.
Hermógenes discute con Crátilo si las palabras nacen de las co-
sas. O, como se comenzará a pensar después, si las cosas nacen 
de las palabras.
En los versos finales de otro poema, El ingenuo, escribe Borges 
(1976): “A mí sólo me inquietan las sorpresas sencillas. / Me asombra 
que una llave pueda abrir una puerta, / me asombra que mi mano sea 
una cosa cierta, / me asombra que del griego la eleática saeta / instan-
tánea no alcance la inalcanzable meta, / me asombra que la espada 
cruel pueda ser hermosa, / y que la rosa tenga el olor de la rosa”.
Las correspondencias entre lenguaje y vida no son fatales ni 
necesarias.
La omnipotencia de una lengua se asocia a la arbitrariedad del 
poder, la violencia, la insatisfacción; el impoder de las palabras 
suscita algarabía y asombro.
A la palabra impoder se le pide que debilite la soldadura entre 
poder y potencia: se trata de admitir un no poder hacer nada que 
libera potencias del obrar clínico.
Borges alguna vez dijo que la mejor metáfora de la rosa es la 
palabra rosa: ¿acepta la rosa con felicidad llamarse rosa?
49
La rosa (como el mar o la piedra) permanece indiferente a los 
nombres que le damos.
Se puede querer agasajar la belleza de la vida nombrando e 
identificando sus destellos, pero el lenguaje, al cabo, es policial.
Lenguaje y poder se entienden en casi todo.
Es lo que percibe Orwell en 1984 cuando imagina la invención 
de una nueva lengua al servicio total del poder. Una lengua 
que reduzca el vocabulario a lo imprescindible para comunicar 
conductas cotidianas, que termine con la exuberancia de nom-
bres y cualidades, que excluya ambigüedades, tonalidades, 
reverberaciones o burbujeos de las palabras.
Nadamos en el mar, navegamos en él, pescamos en él, le canta-
mos, le escribimos, lo contaminamos.
El mar es inmenso, impetuoso, navegable. 
Los atributos o predicados cambian, caducan, pero el mar (eso 
que llamamos así) permanece o subyace como disponibilidad 
de carga.
La cosa viviente titila como existencia sin capturar por los atri-
butos que la ocupan: nombrar es adueñarse de una cosa con 
esa falsa autoridad que una lengua se arroga. 
Lo más extraordinario es que esa presencia marina vive indife-
rente respecto de lo que se le atribuye.
La llamada humanidad se compone de criaturas vivas afectadas 
por predicaciones y atributos que circulan en las sociedades 
que habitan.
Se adviene hablante cargando atribuciones como si formaran 
parte de una identidad.
50
No se conocería el nombre de Mark Chapman si no fuera por 
cargar con dos atributos que se ensamblan en esa vida: uno, 
leer la novela de Salinger El cazador oculto; otro, haber asesina-
do con cinco disparos en la espalada a John Lennon el 8 de di-
ciembre de 1980, confundido con el protagonista de la historia.
Las cosas subyacen bajo las lápidas de los predicados. 
Los hablantes graban inscripciones en las piedras.
Lo subyacente, sin embargo, no yace como un todo capturado, 
tiende más allá de las palabras.
El pliegue ofrece astucia a las cosas: reserva de lo inaudito.
La lógica del lenguaje incita a la avaricia posesiva: nombrar 
equivale a adueñarse de las cosas. 
Lo que vuelve patético al personaje de El avaro de Molière 
(1668) es la vejez.
La proposición El mar es hermoso consuma violencias. 
Primero: la del nombre. Brutalidad atributiva del lenguaje 
humano que pende letreros en las presencias y movimientos 
vivos. 
Segundo: a la atribución de un nombre se le añade un género 
(podría ser la mar) y una idea de unidad (podrían ser los mares 
o las aguas). El artículo aparece como carcelero que lo esposa 
al destino de esa unidad cerrada. Enseguida viene el verbo 
copulativo ser (el peor de todos) a sentenciar o dictaminar que 
esta existencia es: como si, al enfrascarla, en el verbo, se la au-
torizara a existir. El mar es insinúa la amenaza vedada de que, 
si el lenguaje se retirara podría no ser o ser en una forma que 
Kant llamaría cosa en sí. Además, eso que llamamosmar debe-
ría agradecer al lenguaje la posibilidad de tener una existencia 
ontológica. Incluso el lenguaje cree estar haciéndole un favor 
o un homenaje al mar dedicándole sus ciencias y poéticas. El 
51
mar no necesita reconocimiento. El lenguaje alucina tenerlo, 
poseerlo, incluso hasta hacerlo su amigo.
Todavía se lo somete a las pruebas del ser: ¿el mar persistiría 
aún si nadie lo percibiera y nombrara? ¿Puede ser visto, toca-
do, estudiado y pueden extraerse de él peces y otras historias 
fabulosas? 
Tercero: al atribuirle hermosura, se termina de enclaustrarlo en 
la función de ser disfrutado como espectáculo y confinado al 
deber de calma que inhibe y disciplina su capacidad de bravu-
ra, maremoto, tifón, o cualquier otra locura que atentara contra 
la civilización del lenguaje (que no obstante se halla prevenida 
como lo prueban la existencia de las palabras bravura, maremo-
to, tifón y locura).
El mar, así, entra en el mundo de hypokeímenon: se vuelve so-
porte de cosas que se predican.
Pero también el mar se vuelve asunto o cuestión o problema, su-
jeto, sobre lo que trata la ciencia oceanográfica. O tema, sujeto, 
inspirador del amor, la soledad, la pesca, los deportes acuáti-
cos, la melancolía. O asunto, sujeto, de proyectos y desarrollos 
inmobiliarios. O argumento del descanso del capitalismo urba-
no que inventa la idea de playa.
Escribe Heidegger (1938): “Naturalmente, debemos entender esta 
palabra subiectum, como una traducción del griego hypokeímenon. 
Dicha palabra designa a lo que yace ante nosotros y que, como funda-
mento reúne todo sobre sí. En un primer momento, este significado 
metafísico del concepto de sujeto no está especialmente relacionado 
con el hombre y aún menos con el Yo. Pero si el hombre se convierte 
en el primer y auténtico subiectum, esto significa que se convierte 
en aquel ente sobre el que se fundamenta todo ente en lo tocante a su 
modo de ser y su verdad”. 
52
En la palabra sujeto todavía late algo del término griego hypokeí-
menon: lo que subyace (ser-yecto / puesto por debajo) como funda-
mento, que permanece invariable, siempre presente. El ser en 
sí como absoluto, en contraste con lo que cambia inestable sin 
atributos ni propiedades establecidas. 
La filosofía medieval tradujo hypokeímenon por la palabra lati-
na subiectum, término que todavía no guardaba relación con la 
noción moderna de sujeto. Subiectum significa lo que subyace, 
el ser en sí soporte de propiedades, el ser de las cosas que no 
guarda ninguna relación con el ego. Subiectum es, en la edad 
media, todavía el ser de las cosas en sí (la casa, el árbol, el cielo) 
que existen independientemente de la percepción del yo, mien-
tras que objectum designaba lo puesto delante, ante los ojos.
La palabra sujeto es rara en las alcobas del amor.
(Salvo que se pida sujetame los brazos en lugar de agarrame fuerte 
o se piense me estoy acostando con un sujeto raro o que se aclare 
antes de ir a la cama este encuentro está sujeto a que nos casemos o 
a que mi marido no lo sepa o que no se lo cuentes a tus amigas).
Cuando alguien escucha, no escucha el yo, la persona, la vo-
luntad, sino el escuchar, la voz y la palabra, el ruido que hacen 
las cosas al frotarse entre sí, latidos y sonidos que emanan de 
la vida, el silencio.
La propensión a ilusionar un ser como sujeto sugerido por el yo 
que piensa suele situarse en la filosofía de Descartes.
En la idea de sujeto (tal como suele emplearse entre psicólogos 
y psicoanalistas) late una ilusión: el ser como esencia de lo que 
es, de lo que late en el fondo de una existencia, antes de todo, 
fuera de cualquier accidente o cambio. 
53
El ser como sustancia que subyace en cada cual: jugo íntimo y 
primordial.
Esencia guarda el secreto imaginado en las cosas.
La idea de verdad cultiva la de fondo. 
Se dice en el fondo de mi corazón o en el fondo de mi alma como 
lugar en el que reside lo auténtico. 
El adentro humano fluye en el agua.
En el segundo siglo de los tiempos cristianos, Tertuliano em-
plea la palabra latina mundus, escribe “mundo se llama al cielo, la 
tierra, el mar y el aire”.
Atribuir secretos al mundo supone sospecharle una voluntad. 
Arrancar secretos al mundo supone una violencia.
Llueve, pero la lluvia no se propone regar la tierra.
La proposición: “La naturaleza ama esconderse” de Heráclito –si 
no se cae en la superstición de un ser de la naturaleza (con metas, 
fines, causas)–, puede leerse como vida que ama la insinua-
ción, el movimiento de lo que se oculta dándose. 
La vida gusta ocultarse no porque se rehúse o se sustraiga, sino 
porque da lo secreto como inminencia de lo que está más allá. 
El estallido da la ausencia como potencia que no termina de 
dar. 
El mar no ama, no gusta esconderse, no estima manifestarse. 
No guarda el secreto de la sal, de la inmensidad, de la espuma, 
de las mareas, de la calma, de la furia. No oculta ensambles con 
la luna, la rotación de la tierra, la posición del sol. No esconde 
el secreto del tiempo ni de todas las vidas que viven en sus 
tibiezas y sus ondulaciones heladas. El mar ni siquiera es el 
54
mar, podría ser la mar o mar a secas, o la voz mapuche lauquen, 
o llevar otros nombres que no tiene ni lleva. 
El azar reúne sus fuerzas y espera agazapado en las vísperas 
de lo que vendrá.
La vida no sabe lo que puede: ese no saber es reserva amorosa 
de la potencia.
El lenguaje necesita la idea de secreto, resguardo de lo que no 
puede decir, para no endurecerse y descascarar sus paredes de 
aire.
La idea de sujeto participa de la dicha y el sufrimiento de cargar 
con una identidad: la invención del uno mismo es una ficción 
lograda de la cultura humana.
Una variante de ser uno es ser único.
Dice el Ego gustoso de sí: ¡Soy único, sin igual!
Dice el Ego posesivo: ¡Te quiero sólo para mí!
Dice el Ego desprendido de sí: Vivo la dicha de este momento. 
Dice el Paramecio: ¡Soy uno! 
Escribe Musil (1942): “Como si una querencia sin esencia y to-
talmente libre no hiciera más que jugar con las personas. De golpe, 
Ulrich se atemorizó, creyendo ver con toda claridad que el secreto del 
amor es precisamente éste: no ser uno”.
El secreto del amor no reside en reiterarse ni empecinarse en 
la unidad. No consiste en calcular conveniencias y riesgos. 
55
Ni completarse o sentirse entero a través de otro. No ser uno: 
abismarse entre lo uno y lo otro, diseminarse como polvo ena-
morado. ¿Quién puede algo así?
El enamorado puede conseguir que lo quieran por los modos 
en que se entrega como esclavo de las figuras que mandan en 
él.
Se piensa ser único como ser amado o especial para otro; ser 
único como diferencia desgraciada o como distinción que hace 
de alguien el mejor.
El momento único no es un ser, acontece sin pertenecer a alguien 
o volverlo extraordinario. 
El momento único acaricia lo fugaz.
La fotografía no captura el momento, apresa la inmovilidad.
La sabiduría del lenguaje no consiste en nombrar, sino en rozar 
lo fugitivo.
Escribe Barthes (1980): “Lo que la fotografía reproduce al infinito 
únicamente ha tenido lugar una sola vez: la fotografía repite mecáni-
camente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”.
La fuerza del instante reside en lo incapturable. 
No en la pena de lo irrepetible, sino en el despilfarro de su 
momentánea belleza.
Aún tocando y tocado por lo fugaz, el instante vive una con-
tinuidad arrasadora que pulveriza cualquier mecanismo 
humano.
Se carga una identidad y se vive cargado por ella; la identidad 
que pesa, también sostiene.
56
Sin la idea de uno mismo no se puede pensar la vida y la idea de 
uno mismo es un obstáculo para pensar la vida.
Pensar la vida no quiere decir ponerle un espejo delante para 
sumirla en un reflejo ni cavar hendiduras en lo visible. 
Pensar la vida, vivirla en el cuerpo que late y respira, agasajarla 
con el lenguaje que la delira.
La vida no pide ser pensada, el pensamiento concibe una ex-
centricidad que la vida no demanda. 
El pensamiento puede celebrar la vida y puede destruirla.Colgamos nombres a las cosas, llamamos cosas a las arrugas del 
mundo, nombramos mundo a la vida representada como cielo, 
tierra, mar, aire.
Hablamos atropellados por los nombres que llevan colgadas 
las cosas (que relucen como cosas colgadas a esos nombres) y, 
así, imitamos voces que dicen cielo, tierra, mar, aire.
Pensar supone estados de comunidad: en la fingida unidad 
que piensa, hablan multitudes.
Escuchar voces, si no se piensa como síntoma de las llamadas 
esquizofrenias, acontece como recepción desbordada por esos 
estados hablantes.
La expresión estar colgado (si no queda confiscada por la idea 
de no poder volver a apoyar los pies sobre la tierra tras el con-
sumo de sustancias ni avisa que alguien pende de un lazo al 
cuello) describe el pensar sostenido por voces que se extienden 
como enredaderas que sueltan sus lianas ceñidas en el aire.
El lenguaje consuma el absurdo de pegar etiquetas sobre 
la frente de las cosas. Así considera Wittgenstein (1922) sus 
proposiciones. 
57
Pensar ayuda a salir de los nombres a través de los nombres, 
se lee (casi al final) en el Tractatus: “arrojar la escalera después de 
haber subido por ella”.
También colgado como saturado de voces hablantes (como deci-
mos de un sistema operativo que no responde al recibir distintas 
órdenes a la vez).
En sus diarios, Kafka (1910) piensa la vida como un ejercicio de 
equilibristas japoneses que suben a una escalera sólo sostenida 
por los pies levantados de un compañero acostado en el suelo 
sin apoyo en ninguna pared.
El lenguaje se ofrece como la escalera de Wittgenstein: la pala-
bra cielo sube los peldaños desapareciendo detrás de una nube.
La comunidad de los hablantes está hecha de lenguaje: sin len-
gua en común no habría comunidad.
Una comunidad sólo sostenida en el lenguaje carecería de 
encanto. 
Encanto es eso que se dice en la lengua sin ser lenguaje.
Aún sin haber leído el Discurso del método (1637), la fórmula 
cogito ergo sum nos respira, nos habita, nos piensa.
Se conoce un retrato de Descartes realizado por Jan Baptist 
Weenix (1649) en el que se ve al pensador francés de pie con un 
saco oscuro, mirando de frente al observador mientras sostiene 
un libro abierto en el que se lee la leyenda Mundus est fabula.
58
En un poema que se llama Descartes, Borges (1981) enhebra en 
primera persona (como si fuera el filósofo) cosas de su vida y 
la obra: “Soy el único hombre en la tierra y acaso no haya tierra ni 
hombre. / Acaso un dios me engaña. / Acaso un dios me ha condenado 
al tiempo, esa larga ilusión. / Sueño la luna y sueño mis ojos que 
perciben la luna. / He soñado la tarde y la mañana del primer día. (…) 
He soñado mi enfermiza niñez. / He soñado los mapas y los reinos y 
aquel duelo en el alba. / He soñado el inconcebible dolor. / He soñado 
mi espada. / He soñado a Elizabeth de Bohemia. / He soñado la duda 
y la certidumbre…”.
El poema de Borges golpea el centro de la fábula humana: pre-
senta al hombre de la razón pensante como reunión de sueños 
improbables: “Soy el único hombre en la tierra y acaso no haya tie-
rra ni hombre”.
A partir del retrato de Descartes de Weenix en el que se lee la 
sentencia Mundus est fabula, escribe Nancy (1979): “El Sujeto, la 
pura propiedad del sí mismo, es una fábula”.
Llamamos mundo a eso que soporta la imposición humana de 
ser un mundo.
En este libro no se diría que el sujeto es una fábula ni que el 
sujeto se fabula a sí mismo, sino que la ficción de sujeto fabula 
un sí mismo que hasta admite la posibilidad de ser una fábula.
El pensamiento puede estar tanto dominado por la ilusión 
como por la certeza. No se trata de la existencia de alguien 
que dispone de la ilusión o de la certeza, sino de alguien que 
nace inspirado por la idea de algo imaginado o razonado como 
cierto.
Ilusión y certeza son figuras que se disputan el lugar de sujeto. 
Escribe Borges: “He soñado la duda y la certidumbre…”. No se 
trata de alguien que sueña sino de un quién que adviene soñado 
por la duda y la certidumbre.
59
No se pretende volver a declarar que un yo fabula el mundo 
(lo inventa, lo crea, lo modela), sino de sostener que el pensar 
fabula un yo que inventa, crea, modela, duda.
Dios no crea el mundo, la figura de la creación divulga la idea 
de un dios creador del mundo.
Escribe Nancy (1979): “El sujeto puede adquirir o reconquistar la 
posición de un fundamento: pero de un fundamento que no podrá ya 
desde ahora no estar afectado de su propia extremidad”.
Si sustraemos del párrafo la idea de sujeto, ¿quién puede adqui-
rir o reconquistar la posición de fundamento desde su extremi-
dad? Se trata de un quién que no es alguien. 
Extremidad que no pertenece a una existencia previa, sino que 
obra como insistencia que late en el límite.
Pero, ¿quién es ese quién que no es alguien? No es un ser, ni 
una identidad, ni un espíritu especial, tal vez se trata de una 
corporeidad que adviene, tras la pregunta, como momentánea 
comunidad de ensambles. 
La pregunta por el quién no solicita la idea de sujeto ni la de 
subjetividad, concita una potencia afectada y afectante de la 
posibilidad.
En este libro, por momentos, la palabra quién no se emplea 
como pronombre relativo, sino como interrogación de lo que 
no tiene existencia, como suspiro de una ausencia: el acento 
ortográfico, en este caso, rasga sobre la letra como herida de 
una pregunta sin respuesta.
El quién presenta eso que está por acontecer como llamado 
antes que como pronombre que designa una ilusión ya conso-
lidada, como pregunta que se posa en una ausencia antes que 
como sustituto de una referencia determinada.
60
Allí en donde Nancy (1979) escribe “…el encantamiento delibe-
rado del Sujeto hacia su propia extremidad”, si se suspende la idea 
de sujeto, se podría sugerir que el encantamiento fabula un ser 
encantado.
Las figuras que encantan vidas, contribuyen a la creencia de 
que cada cuál tiene una vida.
Dice el Encantamiento: Haré de la vida, tu vida. La tendrás para ti, 
sentirás deseos de conservarla, temor de perderla. Te daré así el deseo 
y el temor, te daré la magia de una creencia. Concibo y declaro tu ser. 
Nunca te abandonaré y existirás para siempre gracias a mí.
Sujeto fabulado por el encantamiento, hechizado por el canto de 
las palabras, casi siempre cautivas del poder.
El encanto se ofrece sin que se pueda poseer.
¿Qué significa decir que alguien está fuera de sí? 
La idea de fuera de sí difunde la ilusión de interioridad.
Cuando un quién (la ilusión de un quién que provoca la existen-
cia de una corporeidad hablada) está fuera de sí, tal vez (en ese 
instante de apertura o fuga) se celebre la ficción de mismidad 
como pista de despegue. 
Donde Nancy dice “el sujeto de la ficción”, este libro prefiere 
decir la ficción que ocupa el lugar de sujeto.
Dice la Ficción: Eso que te pasa es el pensar. Te diré: piensas, luego 
existes. Te nombro esa cosa que piensa, esa será tu verdad. Debes du-
dar de todo, pero ese pensar que duda será la prueba de tu existencia.
Las figuras hablan como dioses.
No son dioses, son figuras: condensan ideas morales, instruc-
ciones sociales, modos históricos de persuasión, deudas con el 
poder.
61
Donde suele decirse “un sujeto de la enunciación”, este libro pre-
fiere preguntar quién o qué ocupa el lugar de la enunciación.
Dice la Enunciación: Hago que eso que sale de tu boca sean tus 
pensamientos. Escucha, te enterarás qué piensas. Pero, debes saberlo 
(Freud y Lacan se dieron cuenta): soy lo que digo y soy lo que subyace 
en lo que digo, soy el decir mismo independizado de lo dicho. Te doy 
lo que piensas en parte y te tengo en lo que te doy sin que lo sepas. 
Allí donde suele afirmarse “el sujeto tiene lugar en tanto decir…”, 
este libro prefiere enunciar que el decir ocupa el lugar de sujeto, 
produciendo un quién que puede o no, luego, apropiarse de lo 
dicho.
Se trata de un quién que adviene tras el decir, un quién solicita-
do en el transcurso de la acción de hablar.
Ese quién no preexiste al enunciado o al obrar,

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