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Percia, M Instalaciones estéticas, invenciones grupales

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Instalaciones estéticas, invenciones grupales 
 
Marcelo Percia 
 
Guía1 
para proyectos grupales de deshabituaciones2 
clínicas culturales3 
 
1. 
Elegir un problema.4 
No se trata sólo de tomar un tema (por decir algo: la 
incomunicación, la desigualdad, el desamparo, la ciudad, la 
escuela, los hospitales). Un problema es el tema recortado más la 
potencia dormida que se acalla en su tratamiento habitual. Un 
 
1 Esta guía trata de desencaminar el recorrido hacia una meta prevista y 
manejable, se propone ayudar a perder el rumbo: se necesita practicar el 
extravío para llegar a un sitio en el que nunca se estuvo. Imaginamos que 
tal vez alguien se desvíe del objetivo de aprobar la materia y se encuentre 
con la posibilidad de probar algo diferente: saborear el gusto inigualable de 
una situación inédita. La distinción entre aprobar y probar reside en que se 
aprueba algo ya conocido como bueno, mientras sólo se prueba lo que no 
se sabe. 
2 La deshabituación es la irrupción de lo no previsto en el paisaje estable de 
las cosas. 
3 Deshabituaciones clínicas culturales son intervenciones que aman lo que 
se sale de cauce, lo que se vierte fuera de lo establecido (subversiones), lo 
que copula con otras versiones (interversiones). Deleuze recordaba en 
Crítica y clínica (1993) que el que escribe trata de inventar otra lengua en 
la lengua, intenta “sacar a la lengua de sus caminos trillados, hacerla 
delirar”. Ante la pregunta de qué es un delirio, Jacobo Fijman respondió 
alguna vez (resonando con el mensaje etimológico que la palabra 
trasporta): “Hay un delirio poético que padecen los poetas, los artistas. 
Delirar es salirse del surco, como si un arado se saliese del surco”. 
Entonces, deshabituaciones clínicas culturales porque bordean el delirio y 
porque lo clínico, liberado de la estrechez psicológica, es un accionar 
hospitalario con lo se expresa fuera del lecho en el que yace lo reglado. 
4 La elección de un problema no se reduce a escoger algo interesante o 
conveniente, se necesita partir de un malestar y de una urgencia: el deseo 
de una acción ilusionada en mejorar el mundo. Tal vez se pueda impostar 
una voz, pero no la sensibilidad de un pequeño colectivo de estudiantes que 
trama una intervención. 
 2 
problema es un tema intervenido que llama a pensar lo todavía 
impensado.5 
 
2. 
El objetivo de una instalación6 
es inventar una distancia en la sin distancia. 
Poner en marcha la crítica de lo naturalizado. Lo naturalizado: 
prepotencia de la costumbre. ("La costumbre nos teje, diariamente, 
una telaraña en las pupilas", Oliverio Girondo).7 
 
5 Escribe Juan Carlos De Brasi (2010) en su libro Ensayo sobre el 
pensamiento sutil que “el tema, en nuestra cultura, remite 
obligatoriamente a una unidad prefigurada, mientras el ensayo está 
empeñado en abrirla a la multiplicidad que la habita, rasgando las 
convicciones que la desertifican”. 
6 Desde la perspectiva explorada, toda instalación es una desinstalación, 
idea presente en el término deshabituación. Cuestión también insinuada en 
el movimiento situacionista: cada situación construida es pensaba como 
contra situación o situación interferida. En relación a la palabra 
intervención, suelo anotarla como inter(in)vención. Resta discutir 
denominaciones como las empleadas por la estética relacional. Otros 
puntos para seguir pensando podrían situarse (por fijar sólo dos referencias) 
en la idea de ready-made de Marcel Duchamp o, en nuestro país, en las 
prácticas grupales afectadas por intuiciones del teatro de Beckett iniciadas 
por Eduardo Pavlovsky. 
7 La cita de Oliverio Girondo representa la proposición misma del deseo de 
pensar. En el Manifiesto de “Martín Fierro” de 1924 que se le atribuye, 
escribe que “el artista se refriega los ojos a cada instante para arrancar 
las telarañas que tejen de continuo: el hábito y la costumbre”. La idea (ya 
presente en los escritos en prosa que se conocen como Membretes), vuelve 
a aparecer en el texto 14 de Espantapájaros (1932) y dice así: “La 
costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas. Poco a poco 
nos aprisiona la sintaxis, el diccionario, y aunque los mosquitos vuelen 
tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles. Cuando 
una tía nos lleva de visita, saludamos a todo el mundo, pero tenemos 
vergüenza de estrecharle la mano al señor gato, y más tarde, al sentir 
deseos de viajar, tomamos un boleto en una agencia de vapores, en vez de 
metamorfosear una silla en trasatlántico”. En el texto 20 del mismo libro 
también se encuentra de otro modo: “¡Pero es tal la fuerza de la 
costumbre!... Insensiblemente uno se habitúa a vivir entre cadáveres 
desmenuzados y entre vidrios rotos…”. En esta guía, la preposición “La 
costumbre nos teje diariamente una telaraña en las pupilas” dice el deseo 
de imaginar intervenciones, en el campo de las psicologías, capaces de 
 3 
 
3. 
Análisis de automatismos sociales institucionales y grupales en 
relación al problema en cuestión. Diseño de una cartografía de 
hábitos que envuelven la posibilidad de pensar el asunto planeado. 
Poner en entredicho el sentido común.8 
 
4. 
Relevar los discursos existentes en torno a la cuestión elegida. 
Realizar entrevistas para obtener ideas que ayuden a pensar el 
problema recortado a partir de testimonios de los actores 
involucrados. Auxiliarse con los libros y artículos sugeridos como 
lecturas imprescindibles y acompañantes en esta materia.9 
 
5. 
Escribir un manifiesto como relato íntimo del colectivo de la 
(des)instalación en el que se declaren las razones que llevaron a 
ese acto.10 
 
6. 
Planear la intervención en un lugar.11 
 
destejer la telaraña en nuestras pupilas o la telaraña en nuestros oídos o la 
telaraña en nuestros pensamientos. 
8 El sentido común es un repertorio fijo de visiones del mundo que sirve 
para justificar lo que es e impedir pensar que la vida siempre puede ser de 
otras maneras. El desinterés, la indiferencia, el aburrimiento son figuras del 
sentido común. 
9 Oscar Wilde recordaba que “el verdadero misterio del mundo es lo 
visible, no lo invisible”. El secreto de una inter(in)vención no es tanto 
hacer visible lo invisible, como hacer visible lo visible. 
10Un manifiesto expresa un deseo emancipado del cerrojo moral, una 
protesta furiosa contra el sentido común, la voz crítica de un colectivo 
político, estético, conceptual. No es la fachada de una estructura, sino su 
derrumbe, potencia enunciativa que dice lo que quiere decir e incluso, a 
veces, más de lo que puede decir. Un manifiesto es latido que expresa lo 
otro, nunca neutral, asume la potencia de lo neutro. No es exhibición 
quejosa del yo, es aullido colectivo de la disidencia. La enunciación 
colectiva de un manifiesto teórico crítico ayuda a salir de la tediosa 
manifestación de mi malestar personal: posibilita el pasaje del “a mí me 
pasa o yo siento” a la pregunta de “qué nos pasa o cómo nos pasa el 
mundo”. Los manifiestos expresan demasías colectivas. 
 4 
Intervenir un espacio es hacer venir en ese sitio algo que suele 
estar expulsado. 
 
7. 
Diseño del conjunto de acciones a realizar. 
Anticipo de qué puede ocurrir. Hospitalidad con los incautos. 
Importa que la instalación posibilite pensar algo que no suele ser 
pensado. No interesa instruir cómo o qué deben pensar los 
espectadores/participantes. Se trata de provocar deseos de pensar, 
de desparramar una inquietud no agresiva, una inquietud que 
genere ganas de hablar, compartir, imaginar.12 
 
8. 
Planificar posibilidades de participación de los invitados 
involucrados. Registro de los efectos provocados (diario o crónica 
de la intervención, fotos, videos, entrevistas, encuestas,testimonio, 
cacerías de incidentes y signos mínimos).13 
 
9. 
Evaluación de la instalación. Distancia entre lo planeado y lo 
realizado. Análisis de reacciones y respuestas (modos en que 
fueron afectados) los participantes.14 
 
10. 
 
11 Un lugar (la calle, el tren, la facultad) no sólo es un espacio ocupado por 
cuerpos, sino un territorio de estados de subjetividad. Subjetividad es 
paraje histórico que sitia lo existente. 
12 Se trata de invitar al incauto. La crítica de nosotros mismos es la práctica 
de una cautela contra lo que parece que procede como naturaleza en lo que 
pensamos. Toda intervención violenta al no advertido de alguna manera: 
conmueve y golpea al que vive vertido en la corriente, al que anda vacío de 
sentido crítico. Conviene pensar de qué modo esa violencia (conmoción o 
golpe), no sólo haga saltar resistencias y defensas sino que facilite que el 
invitado vuelque sobre el presente entusiasmos adormecidos. 
13 No se trata de ofrecer un espectáculo ni una lección moral, sino de 
provocar (en donde dominan comunicaciones disciplinadas por el órden 
establecido) un colectivo instantáneo que se encuentre pensando en un 
diálogo impreciso. 
14 Decidir una acción es asumir una responsabilidad crítica y 
comprometerse en el análisis de sus consecuencias. 
 5 
El suave y tembloroso trazo de una línea imaginaria con un dedo, 
podría alcanzar para desencadenar un proceso de deshabituación 
en el sitio menos pensado. (La llamada que sigue va de regalo:15). 
 
 
15 El Pabellón Seis es el infierno. Un sitio de castigo dentro del hospital. El 
encierro del encierro. Allí van los indóciles. El Pabellón Seis es la 
internación de los ya internados, doble cerrojo para las sensibilidades 
descontroladas. Medicados y recluidos hasta que la vida se les pase. 
También es el lugar a donde llegan los que están mal en la ciudad. Algunos 
vienen en patrulleros, esposados, golpeados, maltratados. Otros vienen en 
ambulancias, desde otros hospitales o desde los juzgados. Están lo que 
vivían en las calles, los que perdieron sus casas o fueron expulsados por sus 
familias. Están los que estuvieron presos y los que consumen pegamentos, 
paco, cocaína, pastillas, hierba, alcohol, mucho alcohol. Alucinados, 
delirantes, violentos. Adentro de la sala, lo que no les sacan los enfermeros, 
se lo roban los otros internados. Las reuniones del equipo del Pabellón Seis 
se realizan a puertas cerradas. Cada tanto, algún paciente golpea para 
entrar, pedir un cigarrillo, una galleta, yerba y azúcar, reclamar atención, 
obtener permiso para salir o quejarse porque nadie lo visita. Costó mucho 
que los que trabajaban allí imaginaran un espacio de conversación. Como 
el intento de hablar era interrumpido por los mismos pacientes, se decidió, 
antes y después de cada asamblea, hacer una reunión en medio de la sala. 
Se dispuso un círculo de sillas en las que se sentaron enfermeros, 
psiquiatras, psicólogos y se dibujó otro círculo imaginario, a unos cuarenta 
centímetros, alrededor de esas sillas. Los pacientes podían estar allí, en ese 
segundo círculo, presentes pero sin hablar. Recuerdo que hasta los más 
desbordados respetaban ese borde ficticio. De pronto, un enfermero 
explicaba algo sobre un paciente que estaba escuchando. El aludido quería 
intervenir porque no estaba de acuerdo o porque no lo entendían. Cuando 
interrumpía se le recordaba que en ese momento sólo podía escuchar. Casi 
todos aceptaban esperar. La reunión transcurría rodeada de agitaciones 
contenidas. De a poco, los que trabajaban en el hospital comenzaban a 
contar cosas que les pasaban: problemas con las autoridades, con los 
jueces, con la falta de medicación, con los días de franco, con los horarios. 
Un límite nos circundaba a todos no como muro, sino como umbral de una 
soledad que nos igualaba.

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