Logo Studenta

Deleuze, G La literatura y la vida

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

Crítica y clínica 
 
Gilles Deleuze 
 
 
 
 
Traducido por Thomas Kauf 
Editorial Anagrama, Barcelona, 1996 
 
 
Título de la edición original: 
Critique et clinique 
Les Éditions de Minuit, París, 1993 
 
 
 
Los números entre corchetes corresponden a la 
paginación de la edición impresa. En esa edi-
ción, los números de la notas al pie se iniciali-
zaban en cada página. Al no conservar la forma 
de la paginación, no se ha podido conservar es-
ta numeración de las notas al pie. 
 
 
 
Los libros hermosos están escritos 
en una especie de lengua extranjera. 
 
PROUST, Contre Sainte–Beueve 
 
[9] 
PRÓLOGO 
Este conjunto de textos, entre los cuales unos son inéditos y otros ya 
han sido publicados, se organiza alrededor de unos problemas deter-
minados. El problema de escribir: el escritor, como dice Proust, inventa 
dentro de la lengua una lengua nueva, una lengua extranjera en cierta 
medida. Extrae nuevas estructuras gramaticales o sintácticas. Saca a la 
lengua de los caminos trillados, la hace delirar. Pero asimismo el 
problema de escribir tampoco es separable de un problema de ver y de 
oír: en efecto, cuando dentro de la lengua se crea otra lengua, el 
lenguaje en su totalidad tiende hacia un límite «asintáctico», «agrama-
tical», o que comunica con su propio exterior. 
El límite no está fuera del lenguaje, sino que es su afuera: se compo-
ne de visiones y de audiciones no lingüísticas, pero que sólo el lenguaje 
hace posibles. También existen una pintura y una música propias de la 
escritura, como existen efectos de colores y de sonoridades que se 
elevan por encima de las palabras. Vemos y oímos a través de las 
palabras, entre las palabras. Beckett hablaba de «horadar agujeros» en 
el lenguaje para ver u oír «lo que se oculta detrás». De todos los escri-
tores hay que decir: es un vidente, es un oyente, «mal visto mal dicho», 
es un colorista, un músico. 
 3
Estas visiones, estas audiciones no son un asunto privado, sino que 
forman los personajes de una Historia y de una geografía que se va 
reinventando sin cesar. El delirio las inventa, como procesos que 
arrastran las palabras de un extremo a otro [10] del universo. Se trata 
de acontecimientos en los lindes del lenguaje. Pero cuando el delirio se 
torna estado clínico, las palabras ya no desembocan en nada, ya no se 
oye ni se ve nada a través de ellas, salvo una noche que ha perdido su 
historia, sus colores y sus cantos. La literatura es una salud. 
Estos problemas trazan un conjunto de caminos. Los textos presen-
tados aquí, y los autores considerados, son caminos de esas caracterís-
ticas. Unos son cortos, otros más largos, pero se cruzan, vuelven a 
pasar por los mismos sitios, se aproximan o se separan, cada cual 
ofrece una panorámica sobre otros. Algunos son callejones sin salida 
cerrados por la enfermedad. Toda obra es un viaje, un trayecto, pero 
que sólo recorre tal o cual camino exterior en virtud de los caminos y 
de las trayectorias interiores que la componen, que constituyen su 
paisaje o su concierto. [11] 
 
 4
1. LA LITERATURA Y LA VIDA 
Escribir indudablemente no es imponer una forma (de expresión) a 
una materia vivida. La literatura se decanta más bien hacia lo informe, 
o lo inacabado, como dijo e hizo Gombrowicz. Escribir es un asunto de 
devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cual-
quier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de Vida 
que atraviesa lo vivible y lo vivido. La escritura es inseparable del 
devenir; escribiendo, se deviene–mujer, se deviene–animal o vegetal, se 
deviene–molécula hasta devenir–imperceptible. Estos devenires se 
eslabonan unos con otros de acuerdo con una sucesión particular, 
como en una novela de Le Clézio, o bien coexisten a todos los niveles, 
de acuerdo con unas puertas, unos umbrales y zonas que componen el 
universo entero, como en la obra magna de Lovecraft. El devenir no 
funciona en el otro sentido, y no se deviene Hombre, en tanto que el 
hombre se presenta como una forma de expresión dominante que 
pretende imponerse a cualquier materia, mientras que mujer, animal o 
molécula contienen siempre un componente de fuga que se sustrae a su 
propia formalización. La vergüenza de ser un hombre, ¿hay acaso 
alguna razón mejor para escribir? Incluso cuando es una mujer la que 
deviene, ésta posee un devenir–mujer, y este devenir nada tiene que ver 
con un estado que ella podría reivindicar. Devenir no es alcanzar una 
forma (identificación, imitación, Mimesis), sino encontrar la zona de 
vecindad, de indiscernibilidad o de indiferenciación tal que ya [12] no 
quepa distinguirse de una mujer, de un animal o de una molécula: no 
imprecisos ni generales, sino imprevistos, no preexistentes, tanto 
menos determinados en una forma cuanto que se singularizan en una 
 5
población. Cabe instaurar una zona de vecindad con cualquier cosa a 
condición de crear los medios literarios para ello, como con el áster 
según André Dhôtel. Entre los sexos, los géneros o los reinos, algo 
pasa.1 El devenir siempre está «entre»: mujer entre las mujeres, o 
animal entre otros animales. Pero el artículo indefinido sólo surge si el 
término que hace devenir resulta en sí mismo privado de los caracteres 
formales que hacen decir el, la («el animal aquí presente»...). Cuando 
Le Clézio deviene–indio, es siempre un indio inacabado, que no sabe 
«cultivar el maíz ni tallar una piragua»: más que adquirir unos caracte-
res formales, entra en una zona de vecindad.2 De igual modo, según 
Kafka, el campeón de natación que no sabía nadar. Toda escritura 
comporta un atletismo. Pero, en vez de reconciliar la literatura con el 
deporte, o de convertir la literatura en un juego olímpico, este atletis-
mo se ejerce en la huida y la defección orgánicas: un deportista en la 
cama, decía Michaux. Se deviene tanto más animal cuanto que el 
animal muere; y, contrariamente a un prejuicio espiritualista, el animal 
sabe morir y tiene el sentimiento o el presentimiento correspondiente. 
La literatura empieza con la muerte del puerco espín, según Lawrence, 
o la muerte del topo, según Kafka: «nuestras pobres patitas rojas 
extendidas en un gesto de tierna compasión». Se escribe para los 
terneros que mueren, decía Moritz.3 La lengua ha de esforzarse en 
alcanzar caminos indirectos femeninos, animales, moleculares, y todo 
 
1 Vid. André Dhôtel, Terres, de mémoire, Éd. Universitaires (sobre un devenir–áster en La 
Chronique fabuleuse, pag. 225). 
2 Le Clézio, Haï, Flammarion, pág. 5. En su primera novela, Le proces–verbal, Ed. Folio–
Gallimard, Le Clézio presentaba de forma casi ejemplar un personaje en un devenir–mujer, 
luego en un devenir–rata, y luego en un devenir–imperceptible en el que acaba desvaneciéndo-
se. 
3 Vid. J.–C. Bailly, La légende dispersée, anthologie du romantisme allemand, 10–18, pag. 38. 
 6
camino indirecto es un devenir mortal. No hay líneas rectas, ni en las 
cosas ni en el lenguaje. La sin–[13]taxis es el conjunto de caminos 
indirectos creados en cada ocasión para poner de manifiesto la vida en 
las cosas. 
Escribir no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, 
los sueños y las fantasías propios. Sucede lo mismo cuando se peca por 
exceso de realidad, o de imaginación: en ambos casos, el eterno papá y 
mamá, estructura edípica, se proyecta en lo real o se introyecta en lo 
imaginario. Es el padre lo que se va a buscar al final del viaje, como 
dentro del sueño, en una concepción infantil de la literatura. Se escribe 
para el propio padre–madre. Marthe Robert ha llevado hasta sus 
últimas consecuencias esta infantilización, esta psicoanalización de la 
literatura, al no dejar al novelista más alternativa que la de Bastardo o 
de Criatura abandonada.4 Ni el propio devenir–animal está a salvo de 
una reducción edípica, del tipo «mi gato, mi perro». Como dice Law-rence, «si soy una jirafa, y los ingleses corrientes que escriben sobre mí 
son perritos cariñosos y bien enseñados, a eso se reduce todo, los 
animales son diferentes... ustedes detestan instintivamente al animal 
que yo soy».5 Por regla general, las fantasías de la imaginación suelen 
tratar lo indefinido únicamente como el disfraz de un pronombre 
personal o de un posesivo: «están pegando a un niño» se transforma 
enseguida en «mi padre me ha pagado». Pero la literatura sigue el 
camino inverso, y se plantea únicamente descubriendo bajo las perso-
nas aparentes la potencia de un impersonal que en modo alguno es una 
 
4 Marthe Robert, Roman des origines et origines du roman, Grasset (Novela de los orígenes y 
orígenes de la novela, Taurus). 
5 Lawrence, Lettres choisies. Pión, II, pág. 237. 
 7
generalidad, sino una singularidad en su expresión más elevada: un 
hombre, una mujer, un animal, un vientre, un niño... Las dos primeras 
personas no sirven de condición para la enunciación literaria; la 
literatura sólo empieza cuando nace en nuestro interior una tercera 
persona que nos desposee del poder de decir Yo (lo «neutro» de 
Blanchot).6 Indudablemente, los personajes literarios están perfecta-
mente individualizados, y no son imprecisos [14] ni generales; pero 
todos sus rasgos individuales los elevan a una visión que los arrastran 
a un indefinido en tanto que devenir demasiado poderoso para ellos: 
Achab y la visión de Moby Dick. El Avaro no es en modo alguno un 
tipo, sino que, a la inversa, sus rasgos individuales (amar a una joven, 
etc.) le hacen acceder a una visión, ve el oro, de tal forma que empieza 
a huir por una línea mágica donde va adquiriendo la potencia de lo 
indefinido: un avaro..., algo de oro, más oro... No hay literatura sin 
tabulación, pero, como acertó a descubrir Bergson, la tabulación, la 
función fabuladora, no consiste en imaginar ni en proyectar un mí 
mismo. Más bien alcanza esas visiones, se eleva hasta estos devenires o 
potencias. 
No se escribe con las propias neurosis. La neurosis, la psicosis no 
son fragmentos de vida, sino estados en los que se cae cuando el 
proceso está interrumpido, impedido, cerrado. La enfermedad no es 
proceso, sino detención del proceso, como en el «caso de Nietzsche». 
Igualmente, el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es 
 
6 Blanchot, La part du feu, Gallimard, págs. 29–30, y L’entretien infini, págs. 563–564: «Algo 
ocurre (a los personajes) que no pueden recuperarse más que privándose de su poder de decir 
Yo.» La literatura, en este caso, parece desmentir la concepción lingüística, que asienta en las 
partículas conectivas, y particularmente en las dos primeras personas, la condición misma de 
la enunciación. 
 8
médico, médico de sí mismo y del mundo. El mundo es el conjunto de 
síntomas con los que la enfermedad se confunde con el hombre. La 
literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud: no 
forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría 
en este caso la misma ambigüedad que con el atletismo), pero goza de 
una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de 
las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespi-
rables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos 
devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles.7 De lo 
que ha visto y oído, el escritor regresa con [15] los ojos llorosos y los 
tímpanos perforados. ¿Qué salud bastaría para liberar la vida allá 
donde esté encarcelada por y en el hombre, por y en los organismos y 
los géneros? Pues la salud pequeñita de Spinoza, hasta donde llegara, 
dando fe hasta el final de una nueva visión a la cual se va abriendo al 
pasar. 
La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un 
pueblo que falta. Es propio de la función fabuladora inventar un 
pueblo. No escribimos con los recuerdos propios, salvo que pretenda-
mos convertirlos en el origen o el destino colectivos de un pueblo 
venidero todavía sepultado bajo sus traiciones y renuncias. La literatu-
ra norteamericana tiene ese poder excepcional de producir escritores 
que pueden contar sus propios recuerdos, pero como los de un pueblo 
universal compuesto por los emigrantes de todos los países. Thomas 
 
7 Sobre la literatura como problema de salud, pero para aquellos que carecen de ella o que sólo 
cuentan con una salud muy frágil, vid. Michaux, posfacio a «Mis propiedades», en La nuit 
remue, Gallimard. Y Le Clézio, Haï, pág. 7: «Algún día, tal vez se sepa que no había arte, sino 
sólo medicina.» 
 9
Wolfe «plasma por escrito toda América en tanto en cuanto ésta pueda 
caber en la experiencia de un único hombre».8 Precisamente, no es un 
pueblo llamado a dominar el mundo, sino un pueblo menor, eterna-
mente menor, presa de un devenir–revolucionario. Tal vez sólo exista 
en los átomos del escritor, pueblo bastardo, inferior, dominado, en 
perpetuo devenir, siempre inacabado. Un pueblo en el que bastardo ya 
no designa un estado familiar, sino el proceso o la deriva de las razas. 
Soy un animal, un negro de raza inferior desde siempre. Es el devenir 
del escritor. Kafka para Centroeuropa, Melville para América del Norte 
presentan la literatura como la enunciación colectiva de un pueblo 
menor, o de todos los pueblos menores, que sólo encuentran su 
expresión en y a través del escritor.9 Pese a que siempre remite a 
agentes singulares, la literatura es disposición colectiva de enuncia-
ción. La literatura es delirio, pero el delirio no es asunto del padre–
madre: no hay delirio que no pase por los pueblos, las razas y las 
tribus, y que no asedie a la [16] historia universal. Todo delirio es 
histórico–mundial, «desplazamiento de razas y de continentes». La 
literatura es delirio, y en este sentido vive su destino entre dos polos 
del delirio. El delirio es una enfermedad, la enfermedad por antonoma-
sia, cada vez que erige una raza supuestamente pura y dominante. Pero 
es el modelo de salud cuando invoca esa raza bastarda oprimida que se 
agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la 
aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como proceso. Una 
vez más así, un estado enfermizo corre el peligro de interrumpir el 
 
8 André Bay, prefacio a Thomas Wolfe, De la mort au matin. Stock. 
9 Vid. las reflexiones de Kafka sobre las literaturas llamadas menores, Journal, Livre de poche, 
págs. 179–182 (Diarios. Lumen, 1991); y las de Melville sobre la literatura norteamericana, D’oü 
viens–tu, Hawthorne?, Gallimard, págs. 237–240. 
 10
proceso o devenir; y nos encontramos con la misma ambigüedad que 
en el caso de la salud y el atletismo, el peligro constante de que un 
delirio de dominación se mezcle con el delirio bastardo, y acabe 
arrastrando a la literatura hacia un fascismo larvado, la enfermedad 
contra la que está luchando, aun a costa de diagnosticarla dentro de sí 
misma y de luchar contra sí misma. Objetivo último de la literatura: 
poner de manifiesto en el delirio esta creación de una salud, o esta 
invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida. Escribir por 
ese pueblo que falta («por» significa menos «en lugar de» que «con la 
intención de»). 
Lo que hace la literatura en la lengua es más manifiesto: como dice 
Proust, traza en ella precisamente una especie de lengua extranjera, 
que no es otra lengua, ni un habla regional recuperada, sino un deve-
nir–otro de la lengua, una disminución de esa lengua mayor, un delirio 
que se impone, una línea mágica que escapa del sistema dominante. 
Kafka pone en boca del campeón de natación: hablo la misma lengua 
que usted, y no obstante no comprendo ni una palabra de lo que está 
usted diciendo. Creaciónsintáctica, estilo, así es ese devenir de la 
lengua: no hay creación de palabras, no hay neologismos que valgan al 
margen de los efectos de sintaxis dentro de los cuales se desarrollan. 
Así, la literatura presenta ya dos aspectos, en la medida en que lleva a 
cabo una descomposición o una destrucción de la lengua materna, 
pero también la invención de una nueva lengua dentro de la lengua 
mediante la creación de sintaxis. «La única manera de [17] defender la 
lengua es atacarla... Cada escritor está obligado a hacerse su propia 
 11
lengua...»10 Diríase que la lengua es presa de un delirio que la obliga 
precisamente a salir de sus propios surcos. En cuanto al tercer aspecto, 
deriva de que una lengua extranjera no puede labrarse en la lengua 
misma sin que todo el lenguaje a su vez bascule, se encuentre llevado al 
límite, a un afuera o a un envés consistente en Visiones y Audiciones 
que ya no pertenecen a ninguna lengua. Estas visiones no son fantasías, 
sino auténticas Ideas que el escritor ve y oye en los intersticios del 
lenguaje, en las desviaciones de lenguaje. No son interrupciones del 
proceso, sino su lado externo. El escritor como vidente y oyente, meta 
de la literatura: el paso de la vida al lenguaje es lo que constituye las 
Ideas. 
Estos son los tres aspectos que perpetuamente están en movimiento 
en Artaud: la omisión de letras en la descomposición del lenguaje 
materno (R, T...); su recuperación en una sintaxis nueva o unos nom-
bres nuevos con proyección sintáctica, creadores de una lengua 
(«eTReTé»); las palabras–soplos por último, límite asintáctico hacia el 
que tiende todo el lenguaje. Y Céline, no podemos evitar decirlo, por 
muy sumario que nos parezca: el Viaje o la descomposición de la 
lengua materna; Muerte a crédito y la nueva sintaxis como lengua 
dentro de la lengua; Guignol’s Band y las exclamaciones suspendidas 
como límite del lenguaje, visiones y sonoridades explosivas. Para 
escribir, tal vez haga falta que la lengua materna sea odiosa, pero de tal 
modo que una creación sintáctica trace en ella una especie de lengua 
extranjera, y que el lenguaje en su totalidad revele su aspecto externo, 
 
 
10 Vid. Andró Dhôtel, Terres de mémoire, Éd. Universitaires (sobre un devenir–áster en La 
Chronique fabuleuse, pág. 225). 
 12
más allá de la sintaxis. Sucede a veces que se felicita a un escritor, pero 
él sabe perfectamente que anda muy lejos de haber alcanzado el límite 
que se había propuesto y que incesantemente se zafa, lejos aún de 
haber concluido su devenir. Escribir también es devenir otra cosa que 
escritor. A aquellos [18] que le preguntan en qué consiste la escritura, 
Virginia Woolf responde: ¿Quién habla de escribir? El escritor no, lo 
que le preocupa a él es otra cosa. 
Si consideramos estos criterios, vemos que, entre aquellos que hacen 
libros con pretensiones literarias, incluso entre los locos, muy pocos 
pueden llamarse escritores. [19] 
 
 13
2. LOUIS WOLFSON O EL PROCEDIMIENTO 
Louis Wolfson, autor del libro Le schizo et les langues, se llama a sí 
mismo «el estudiante de la lengua esquizofrénica», «el estudiante 
enfermo mentalmente», «el estudiante de idiomas demente», o, según 
su grafía reformada, «el ombre joven esqizofrénico». Este impersonal 
esquizofrénico tiene varios sentidos, y no indica sólo para el autor el 
vacío de su propio cuerpo: se trata de un combate en el que el héroe 
sólo puede aprehenderse bajo una especie anónima análoga a la del 
«joven soldado». Se trata también de una empresa científica en la que 
el estudiante no posee más identidad que la de una combinación 
fonética o molecular. Se trata por último, para el autor, no tanto de 
contar lo que experimenta o piensa como de expresar exactamente lo 
que hace. Y consistir precisamente en un protocolo de experimentación 
o de actividad no constituye una de las originalidades menos destaca-
bles de ese libro. El segundo libro de Wolfson, Ma mère musicienne est 
morte... (Mi madre música ha muerto...), se presentará como un libro 
escrito a dos manos precisamente porque está fragmentado por los 
protocolos médicos de la madre cancerosa.11 
El autor es norteamericano, pero los libros están escritos en francés 
por motivos que enseguida resultarán evidentes, pues lo que hace el 
estudiante es traducir de acuerdo con unas [20] reglas determinadas. 
Su forma de proceder es la siguiente: a partir de una palabra de la 
lengua materna, encontrar una palabra extranjera de significado 
parecido, pero con sonidos o fonemas comunes (preferentemente en 
 
11 Le schizo et les langues, Gallimard, 1970; Ma mere musicienne est morte, Ed. Navarin. 
 14

Continuar navegando