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F e r n a n d o O . U l l o a Salud eleMental Con toda la mar detrás libros del Zorzal C a pítulo I Introducción gradual al concepto de numerosidad social Escenario del campo sociocultural donde opera el psicoanálisis Tal vez fue hace medio siglo -en la Experiencia Rosario, de la que hablaré más adelante- cuando comencé a pensar en la n u m e r o s id a d so c ia l como manera de nombrar una intervención clínica psicoanalítica en situaciones plurales, tal como lo adelanté en el preescrito/prólogo. Hace algunos años comencé a utilizar la expresión numerosi dad social y lo hice, en primer término, para denominar y abarcar las diversas situaciones colectivas donde procuraba sostenerme psicoanalista, sin desmentir lo propio de la subjetividad en todos sus registros, tan sobredeterminada por el inconsciente. Buscaba, además, ubicar las articulaciones y los límites del psicoanálisis, so bre todo cuando se muestra atento a la producción de salud men tal, en el sentido más amplio del término, y para hacerlo recurre al debate crítico de ideas. El término n u m e r o s id a d hace referencia a la sumatoria de suje tos que resulta cuando al dueto analista/analizante se le suma uno, más uno, más uno... y así sucesivamente, hasta el número lógico de integrantes de un equipo, en relación con sus objetivos específicos; numerosidad que también está acotada en su constitución por el espacio disponible. 49 Salud eleM ental En los comienzos, la intención era construir una numerosidad abarcativa, que diese cuenta de los diferentes tipos y categorías de mis intervenciones, como psicoanalista, en hospitales públicos, colegios, cátedras universitarias, centros de estudiantes, etcétera. En estas diferentes instituciones, la situación más propicia su pone que en el espacio disponible los integrantes conformen una, dos o tres rondas, de modo que cada sujeto sea a la vez perceptor y percibido. Cuando no es posible hacerlo -tal vez por la simple razón de que los asientos no se desplazan, algo frecuente en un anfiteatro o en un salón de conferencias—, solicito a quienes hablan que se pongan de pie, para ser vistos y que a la vez puedan mirar a los demás; así se hace posible la reciprocidad perceptual. Otro tanto ocurre con la palabra, ya se trate de la dicha o de la escuchada. Pero esto último fue una adquisición posterior, cuan do tuve experiencia en conducir debates críticos, auxiliado por los procederes críticos correspondientes. Adelanto -lo veremos avan zado el texto- que esto configura u n a c to d e h a b la m ira d o . La práctica me llevó a constatar que el número de postulantes que se pondrá de pie para tomar la palabra, cualquiera sea la can tidad de presentes y la forma en que se distribuyan, se mantiene con alguna constancia alrededor de una cifra que varía entre ocho y doce, en ocasiones un número menor, sobre todo al comienzo de una experiencia donde puede costar más que la gente se ponga de pie para hablar. ¿Será este el origen de las comisiones directivas, que en general tienen un número semejante de cargos? Si así fuera, nunca exploré su lógica, simplemente constaté que eso ocurre. A esta altura de la presentación de la numerosidad social me parece oportuno avanzar una definición, algo prematura y por eso escueta, que aclarará lo que vengo diciendo: En el campo de la numerosidad social, cuentan tantos sujetos de cuerpo presente como sujetos hablantes cuentan. El primer c u e n ta n alude a la mirada en reciprocidad, punto de partida de cualquier sujeto en tanto sujeto social. El segundo c u e n 50 Femando O. Ulloa ta n se refiere al discurso, ya que el discurso de un sujeto siempre tiene algo de singular; en ello radica, básicamente, el inicio de la singularidad de un sujeto, en su condición de pensante. La tensión dinámica en un sujeto —concepto sobre el que vol veré en el capítulo siguiente, desde otra perspectiva—, al mismo tiempo sujeto social y singular, hace propicio el accionar del psi coanálisis en este campo de la numerosidad social (NS), que en algún momento será r e c in to p e r e la b o r a t iv o m u lt ip l ic a d o r . El lector se irá encontrando en el curso de este texto con el de sarrollo de tales ideas, algunas de las cuales ya fueron presentadas en el preescrito/prólogo. Acerca de la perelaboración En su obra Z e n e n e l a r te d e e sc r ib ir , Bradbury habla del pla cer creativo que experimentó cuando aprendió a usar el escalpelo, para reducir a un breve guión cinematográfico uno de sus largos y primeros cuentos, sin matar su espíritu. Un arte, el que comenta Bradbury, que en mi caso quizá sólo quede en intento, oportuno para emprender la síntesis acerca de la perelaboración, en térmi nos de in te n s i f ic a c ió n con e fec tos p e r d u r a b le s . No olvidemos que esos efectos se dan en un tratamiento dentro de los excesos del lo q u is , propios de la asociación libre: coloquio, circunloquio, interlocutor, locuacidad, locuela, etcétera, para nombrar únicamente algunas de las variables del término. Se trata de una variabilidad necesaria nara que no sólo el trabajo interpretativo, sino también y principal mente lo que se va sintetizando en el analizante como advertencia de sí, pueda traducirse en el tal efecto perelaborativo. Me interesa señalar que si bien la perelaboración es un con cepto psicoanalítico algo difuso, en realidad constituye uno de esos recursos curativos propios de la condición humana, previos al acontecer que marcó la irrupción del psicoanálisis. Un acontecer que significó, en primer término, en el maestro vienés, y luego en cada analizante y analista que le siguieron, el pasaje de lo incons ciente como presencia cultural en la civilización, a l inconsciente 51 Salud eleM ental freudiano, ahora articulado a la conciencia del sujeto. Así se su pera ese lo neutro y adjetivante (“lo inconsciente”) y se accede a la sustantivación del inconsciente freudiano. En este acontecer, la perelaboración resultó y resulta nuclear. El propio dispositivo psicoanalítico es perelaborativo, en tanto intensifica los procesos resolutivos-curativos, posibles en todo sujeto. La idea de perelaboración no queda abarcada por el concepto de elaboración. El prefijo p e r , tal como lo señala el D ic c io n a r io d e la R e a l A c a d e m ia E s p a ñ o la , y también los de otras lenguas, indica mayor intensidad de un proceso y, de manera menos explícita, lo que perdura en el tiempo, lo ̂ rsistente, lo perdurable. Es común aludir, de forma algo ambigua, a la perelaboración como el proceso de cura que avanza, aun cuando es difícil identi ficar un accionar interpretativo impulsando la cura. En esos mo mentos parecería que el tratamiento se ha estancado, aproximan do el riesgo de que la abstinencia del psicoanalista encubra una actitud de indolencia, incluso una falla ética de aquel, siendo en cambio en el analizante; literalmente lo que el término dice: evi tar resistencialmente el dolor frente a la proximidad -en general angustiante- de un importante núcleo patógeno aún no nombra do. En el apalabramiento asociativo del paciente, el lo q u is resulta eficaz al permitir sutiles manifestaciones con valor de un nuevo conocimiento, advenido en el curso del análisis. Insisto en que esto también puede ocurrir por fuera del proceso psicoanalítico; un ejemplo privilegiado se da en la creatividad poética y también en aquello que más adelante mencionaré como los oficios básicos de la palabra. Volviendo al psicoanálisis y a ese conocimiento de resultas de la actividad asociativa, habitualmente formulo este proceso de la si guiente manera: “Me doy cuenta de que siempre supe lo que acabo de saber... para volver a olvidarlo”. Un v o lv e r a o lv id a r resultado de la recaptura de aquello quizás entrevisto sólo fugazmente. Si lo reprimido puede significarse, en la atemporalidad inconsciente, como “eterno” -en tanto no envejeceen su capaci 52 Fernando O. Ulloa dad de promover síntomas-, cuando pasa a manifestarse como “lo siempre sabido”, es decir, cuando ingresa a la tópica de la concien cia, aun por breves instantes, pierde la condición de “eternidad” para formar parte de la temporalidad consciente. En la conciencia el tiempo fluye como fluye el pensamiento, de ahí que al ser recap turado aquello que por reprimido se vuelve a olvidar, este “olvido” se trasforma, en el territorio de lo reprimido —usando libremente una expresión freudiana-, en un “representante representativo” de la conciencia metafórica. Esta representación temporalizada torna al territorio captor más permeable a la exploración y, de hecho, más expresivo con relación a lo reprimido. Cabría interrogarse acerca de si la tópica de retorno, para lo recapturado, es sólo el preconsciente, cosa obvia, o también el inconsciente mismo, algo no descartable. Visto desde una perspectiva metapsicológica, lo anterior puede ubicarse como uno de los procesos intrapsíquicos de la perelabo ración; conciencia e inconsciente entrelazados vienen a constituir en ella un escenario donde la conciencia, por definición orbital y sobredeterminada por el inconsciente, no se rinde en su curiosidad de saber acerca de ese reflejo sobre ella, según lo situamos en la metapsicología. Para pensar la perelaboración tal como se deduce de los escri tos freudianos, es útil establecer su parentesco con el concepto de trabajo psíquico (el D u r c h a r b e i te n freudiano, w o r k in g - th r o u g h en inglés o, en español, e l tr a b a jo p s í q u ic o - a - t r a v é s - d e . . . ) en términos del proceso por el cual el aparato psíquico elabora los estímulos perturbadores, cualquiera sea su origen. Gracias a él, lo reprimido logra en ocasiones abrirse paso, camino a hacer conciencia. Pese a estar determinada por el inconsciente, esta puede no obstante “aprovechar”la ventaja relativa de ser testigo periférico, para adver tir precisamente aquello propio de la instancia que la determina. Ocurre que en su condición orbital respecto del inconsciente, recibe noticias de él, así como nos llegan noticias del sol a quienes habitamos el planeta Tierra, que gira a distancia a su alrededor. Testigos de su presencia, nos beneficiamos, entre otras cosas, de su 53 Salud eleM ental energía, así como el pensamiento frente al enigma se beneficia de la intensidad sostenida en el tiempo que supone la perelaboración. Freud se ocupa del tema en el contexto del tratamiento de la histeria y en las teorizaciones tempranas del “Proyecto...”. Afirma que una vez identificado el núcleo patógeno o sus proximidades aparecerá una resistencia en el paciente, y la situación perderá transparencia. El tratamiento se estanca y no basta con nombrar esa resistencia, sino que será necesario identificar el núcleo patóge no. Así, la perelaboración es el arduo y silencioso camino por el que se transfiere (transcurre) lo reprimido entre una y otra tópica del aparato psíquico. A esta modalidad del transferir se refirió Freud en un comienzo, antes de que el término fuera aplicado de manera prevalente, ahora en un registro intersubjetivo, a la resolución de la neurosis de transferencia, algo esencial en el proceso de la cura. Freud destaca que el incremento de la resistencia marca un momento culminante, en el proceso mayor del t r a b a jo - a - t r a v é s - d e . Señala que “sólo en el apogeo de ese proceso se descubren, dentro del trabajo en común con el paciente, emociones pulsionales repri midas que lo alimentan y de cuya existencia y poder se convence en virtud de tales vivencias”. Por mi parte, agrego que esto es así especialmente en ámbitos colectivos, atravesados por los procederes críticos, sin olvidar que la perelaboración es posibilidad inherente a todo sujeto, más allá del trabajo psicoanalítico. Tanto este como el accionar crítico pue den promoverla; uno y otro se suman en el campo de la numerosi dad social abordada psicoanalíticamente. En cuanto a ese momento de apogeo, viene a quedar ilustrado por dos frases imaginarias. La primera proclama: “Aquí las cosas siempre fueron, son y serán así”. Corresponde al momento inicial de un suceder que viene a ser interrumpido por un distinto acon tecer, con efectos a futuro. Es entonces otra la frase que expresa el nuevo estado de conciencia: “Me doy cuenta de que siempre supe algo -más fugaz o más nítido- de lo que acabo de saber”. Quizás 54 Fernando O. Ulloa ese saber sólo admita un saber a qué atenerse o quizás, como ya lo veremos, habilite un intento de hacer gracias al cual se aprende. Freud precisará que la perelaboración puede convertirse en una ardua tarea para el paciente y en una prueba de paciencia para el analista, pero destaca también que constituye un momento de be neficiosos efectos alteradores para ambos, efectos que distinguen al tratamiento psicoanalítico de cualquier otro influjo subjetivo. Entiendo que en esos efectos alteradores de las estructuras sub jetivas, promovidos por la perelaboración, tanto impulsando la cura en el paciente como la capacitación teórica-metodológica en el clí nico, estriba la diferencia que el psicoanálisis tiene con cualquier otro quehacer psicoterapéutico alternativo. Desde esta perspectiva, la perelaboración corresponde a ese acontecer que hace al funcio namiento mismo del aparato psíquico, como un proceso en cierta forma independiente -nunca del todo— del importante accionar interpretativo en lo que respecta a las neurosis de transferencia. No vengo empleando al azar el término a c o n te c e r , sino que lo encuentro preciso para hablar del psicoanálisis como un proce der crítico. Sabido es que todo proceder crítico debe ser eficaz, en primer término, sobre quien sostiene la crítica. Cabe también recordar que así como el vocablo su c e d e r connota lo que sucede a lo anterior, no como consecuencia, sino como secuencia de lo ya existente (algo propio del pensamiento deductivo surgido a partir de propuestas previas), el término a c o n te c e r no se juega a lo ya exis tente, sino a los efectos promovidos a futuro inmediato o mediato. Esta idea corresponde bastante ajustadamente a la producción de pensamiento crítico; y es que la clínica psicoanalítica es un proce der promotor de tal pensamiento. El arduo y paciente esfuerzo freudiano, a partir de lo que fue su “propio análisis”, a u to a n á l is is , como él lo denominaba, pienso que erróneamente, en la medida en que este último término aproxima los redondeles autoeróticos, excluyentes de la necesaria alteridad, inaugurará ese acontecer, repetido (según la singularidad de cada uno) en los sucesivos analizantes-analistas posfreudianos. 55 Salud eleM ental Cuando digo p r o p io a n á l i s i s también incluyo el conducido por un analista (ventaja que no tuvo Freud, al menos orgánicamente, aunque la alteridad estuvo dada por distintos otros, y por eso lo de p r o p io a n á l i s i s ), y esto justifica emplear el término a n a l i z a n t e y no a n a l i z a d o para quien se incluye en un dispositivo transferencial con beneficio psicoanalítico. El acontecer al que aludo -otro nombre de la perelaboración— supone un inconsciente, aún no sustantivado por el “lo” neutro que hace del inconsciente un adjetivo, efecto que Freud advirtió y estu dió, principalmente en el trabajo sobre sus propios sueños. Las lecturas sofocleanas sobre Edipo deben de haberle servido como restos diurnos, ocupado como estaba en elaborar la muer te de su padre. Es así que en la interpretación de sueños propios y ajenos empezó a poner a punto el complejo edípico como una teorización psicoanalítica nuclear, a la par que organizó las bases metodológicas de un dispositivo clínico, perfeccionado a lo largo del siglo. Un dispositivo en el cual lo inconsciente fue produciendo análisis, como reflejo mesurado (toda teoría lo es) de la desmesu ra inconsciente. Una teoríaque a su vez habrá de volverse sobre aquello de lo cual es reflejo - “lo” inconsciente—, adviniendo así e l inconsciente freudiano y luego, con propio nombre, el de quienes emprendieron este personal apoderamiento necesario a la condi ción psicoanalítica. En ese trabajo propio del análisis, Freud se valió de Sófocles y de otros trágicos que le aportaron “restos diurnos conceptuales” para adentrarse —por medio de la interpretación- en algunos de sus sueños. Así, el consejo freudiano acerca de la atención libremente flotante como intención propia de todo psicoanalista supone tam bién una modalidad de escucha, en cuanto a los planteos teóricos, según la cual, en el mejor de los casos, estos operan como “restos diurnos” que nos permiten e n s o ñ a r nuestra práctica. El lector se preguntará: ¿y cómo opera un analista cuando está despojado funcionalmente de su instrumental interpretativo? Toda una cuestión que creo oportuno responder, aunque sea sólo 56 Fernando O. Ulloa en forma bosquejada. Será importante para ello ceñirse con rigor a lo que sitúo en términos de la s tr e s in te r p r e ta c io n e s , que poco tienen que ver con lo que entendemos tradicionalmente por interpreta ción psicoanalítica. La p r i m e r a in te r p r e ta c ió n que deberá asumir en persona el analista -y con las tres ocurre lo mismo- implicará precisamente representar, sin duda a la manera teatral, a un analista en esa con dición a la que ya hice referencia, la de ser convocado sin demanda terapéutica formulada. Doy al término d e m a n d a el sentido fuerte que tiene para al guien en busca de un análisis personal. Fue un duro aprendizaje que me impuso ya la Experiencia Rosario, cuando la situación nos interrogaba acerca de q u é le suced e y q u é ha ce u n a n a l i s ta cuando no está formulada de manera explícita tal demanda. En aquella oca sión, para colmo, éramos los analistas —Pichón Riviére mediante— quienes convocábamos. Dije “a la manera teatral” porque aludir a ese ámbito es el modo más simple de indicar cómo se encarna un personaje, sobre la base del n o h a cer. Por ejemplo, sería un despropósito que al actor en trance de representar, digamos, a Otelo, se le ocurra saludar a un amigo que ha descubierto entre el público. Además, este n o h a c e r cobra en el analista connotaciones que remiten a la abstinencia atravesada por lo pertinente, a la cual ya me referí. En función de ella y en ese interpretar de forma actoral a un analista, este pondrá cuidado en no predicar una teoría psicoanalí tica, cualquiera sea, bajo ninguna forma, salvo que esté en función de transmisor. En esto me ajusto a los buenos textos del oficio —ya lo señalé antes-, más ocupados en hablar a l inconsciente que d e l inconsciente. Así, ningún analista con experiencia buscará predi car el psicoanálisis como una buena nueva evangélica. Más aún, es probable que ni siquiera pretenda legitimar ahí su oficio. Tampoco habrá de asumir ningún rol complementario que lo saque de su función específica de analista; no intentará juzgar o convencer a su 57 Salud elf.M ental auditorio, tampoco aconsejar, pero no por eso será sujeto “neutra lizado”, sin opinión personal. Es posible que lo anterior contradiga algo que suelo afirmar, y esto es que: cuando las normas del oficio clínico -para el caso las del psicoanálisis, pero vale para las de todo linaje clínico- no alcanzan para resolver una situación, es legítimo transgredir. Esto último también implica una cuestión ética, como es la de advertir cuándo atraviesa ahí una solución creativa y cuándo una arbitra riedad. La discriminación en juego allí no sólo depende del titular; será el colectivo sobre el que opera esa clínica quien juzgue acerca de la legitimidad de esa transgresión. Otro comentario con relación a la abstinencia propone que ningún analista, por más habituado que esté a los ámbitos sociales -y esto vale también en las neurosis de transferencia- se presentará como experto acerca de lo que ahí ocurre, pues e s ta r p s ic o a n a l is ta supone un largo aprendizaje, sobre todo teniendo en cuenta que, en ámbitos colectivos, m u c h a s veces e l p s ic o a n á lis is sólo p a s a p o r e l a n a l i s ta m is m o . Como ya lo señalé, sí deberá ser “experto” para procurar que quienes lo convocan o lo demandan —ámbito social o neurosis de transferencia, respectivamente, de por medio— sepan apoderarse de su propio saber. Para hacer una mostración ejemplar del psicoanálisis, Freud se refirió en forma parcial a una frase del F a u s to de Goethe: “Aquello que de tus mayores has heredado, deberás apropiártelo”. Y la frase continuaba así: “Lo que no se usa es una pesada carga. Sólo el ins tante vale”. Incluyo la frase completa porque sin ese “lo que no se usa es una pesada carga”, el personaje Fausto -en trance de recibir la copiosa biblioteca de sus mayores— se vería obligado a aceptar el mandato de leer todos sus textos, en lugar de donarlos o valerse de algún otro recurso para desprenderse de esa pesada carga en la que vendrá a convertirse esa herencia, de no ser usada. Un amigo escritor y filósofo, Santiago Kovadloff, me comen tó al respecto: “En mi biblioteca tengo libros que nunca leí ni 58 Fernando O. Ulloa habré de leer. Es una manera de encuadrar lo que sé con lo que ignoro”. ¿Pero qué ocurre con aquel sólo el instante vale? Creo que Faus to alude a lo que en psicoanálisis se presenta como la toma de conciencia, insight, en inglés. La segunda interpretación que le corresponderá asumir al ana lista -convocado y sin demanda- resulta más fácil de situar recu rriendo a una analogía, según la cual es cuestión de interpretar la lectura de un texto, aquel del campo que constituye el objeto mismo de ese análisis; las letras de las que se ocupa esta lectura son las de las palabras pronunciadas por quienes habitan ese campo. También, pero sin palabras, las dicen sus actitudes que, como suele ocurrir con las imágenes —y las actitudes se ven— valen por muchas palabras. Claro que será necesario que ellas estén presentes, aun que más no sea en la mente del analista, quien no deberá olvidar que los sujetos titulares de ese saber -aunque callen- son quienes lo han convocado. El analista en trance de interpretar tal lectura estará atento a lo que ese texto dice y contradice, configurando, por momentos, lo que designo en términos de relaciones insólitas, situándolas como una de las cinco condiciones de la eficacia chnica. Me limito aquí a nombrarlas: capacidad de predicción; actitud no normativa; po sibilidad de establecer relaciones insólitas en un discurso; defini ciones por lo positivo o por lo que es; coherencia entre teoría y práctica o entre ser y decir. Las cinco están desarrolladas en la No vela clínica psicoanalítica, en el apartado “Novela clínica neurótica de don Pascual”. Además de ocuparse de lo que el texto dice y de aquello que contradice, esa lectura también prestará atención a lo que el texto no dice. Esto es algo de particular importancia cuando ese no decir cobra matices de lo secreto, muchas veces un secreto a voces; en otras ocasiones materializado en murmullos que circulan por los pasillos. Un analista -sobre todo aquel entrenado en el quehacer colectivo- pronto tendrá indicios de tal secreto; los encontrará en 59 Salud eleM ental las vacilaciones, los gestos, las miradas significativas y aun en las sonrisas. Nada de esto podrá traducirse en un esbozo interpretativo, como tampoco en preguntas que violenten ese secreto. Pero llega do el momento, el analista habrá de promover todo lo que ha ido conjeturando, de manera tal que alguien -y la palabra que voy a emplear es pichoniana- d e n u n c ie ese secreto a voces. En ese punto el analista podrá operar, sin olvidar que la natura leza del secreto determinará si continúa o no con su intervención, según la magnitud de lo develado. No lo hará en función de algún códigomoral, pero sí cuidando no constituirse en un encubridor del secreto. No olvidemos que lo propio de un campo psicoanalítico supone establecer cómo fueron o son los hechos. Probablemente, aquello que se presenta como secreto —y digo “a voces" para diferenciarlo de lo reprimido y por eso mismo en silencio- constituya la causa por la cual el analista fue convocado. Comencé diciendo que me parecía fácil exponer esta segunda interpretación, la de un analista interpretando un texto. Conven gamos que resultó lo contrario. En efecto, como acabo de sugerir, ese secreto a voces puede ser la causa -no siempre lo es- que justi fica la presencia de ese analista, a un tiempo convocado y privado de la información que algunos o muchos conocen. Sin duda esto reproduce aquella contradicción que presenté como las relaciones insólitas con la verdad. Vayamos a la te rcera in te r p r e ta c ió n . Si el analista se ha mante nido en pertinente abstinencia, con su atención centrada en los emergentes, él mismo, como también aquellos objetos de ese aná lisis (y que esto suceda en simultaneidad es propicio) irán aproxi mándose a las palabras más eficaces para d e c ir acerca d e lo q u e a h í ocurre . Lo dicho antes acerca de la imbricación entre inconsciente y psicoanálisis, operando uno sobre otro, permite pensar al psicoaná lisis como un oficio próximo a los que pueden considerarse oficios 60 Fernando O. Ulloa básicos de la palabra, formando parte legítima de la condición hu mana. Haré una breve referencia a ellos, apoyándome en algunas ideas que trabajé tiempo atrás, precisamente en torno al tiempo y el aparato psíquico: “Del tiempo, sus contratiempos teóricos y sus saltos conjeturales”. El tiempo y el inconsciente siempre han promovido la curiosi dad y la especulación desarrollando inteligencia. De inicio produjo pensamiento místico, esa impaciencia de la inteligencia frente a la inquietud del misterio; también nutrió la poética como un limi tado reflejo de la desmesura y de lo invisible, entreviendo fugaces inspiraciones; esto vale para cualquier creación del arte; bastante más tarde impulsó la cavilación, abriendo las conjeturas filosóficas. Desde temprano el ingenio humano inventó herramientas para su trabajo; y al ponerlas en práctica fue haciendo observaciones que con los siglos avanzaron la racionalidad crítica y aproximaron así los procederes de las ciencias y la crítica epistémica. Lenta y aza rosamente, la humanidad procuró la organización política y eco nómica, en general divorciada de lo anterior, desmintiendo tantas veces la racionalidad y los progresos alcanzados. El psicoanálisis puede ser ubicado entre la filosofía y la episte mología; en algunos casos -depende del estilo del psicoanalista- corrido a la filosofía o quizás a la poética, no tanto como quehacer, sino tomando de ella la penetrante eficacia interactiva de la subje tividad. En ocasiones, animándose por los caminos de la numero sidad social, aproxima el interés por la política y la economía para enfrentar el desafío que implican estas cuestiones estructurantes de lo social, con relación a la salud mental. Esto supone definir la salud mental no en términos psicopatológicos, sino en aquellos que reenvían a la cultura. Respecto de los oficios, me importa mencionar brevemente lo que suelo llamar “la angustia hacedora de oficios”. Justifica esta mención el hecho de que todos estos quehaceres básicos, más an tiguos que el psicoanálisis, están ligados de forma estrecha a la perelaboración de la angustia por parte del aparato psíquico, algo 61 Salud f.leM ental no ajeno a ese trabajar-a-través-de, que ha ido perfeccionando la condición humana y organizando los quehaceres y su cultura, como una manera de vivir vocacionalmente, acorde al desarrollo de los complejos procesos de la identidad. Bien puede decirse que en los comienzos de la vida, así como del aprendizaje de nuestros trabajos, somos lo que nos hicieron, en tanto profesamos a la manera de quienes nos iniciaron. Si logra mos no quedar atrapados en aquellas identificaciones-auxiliares, durante un largo tiempo tenderemos a ser a la manera de lo que hacemos. En definitiva, y afirmando vocación, es posible que lo gremos hacer lo que somos. Esto último es el desiderátum de un oficio, que conservando las leyes válidas en cuanto a ética y eficacia de toda profesión, va más allá de estas y sus estandarizaciones, al ser atravesada por el estilo y el posicionamiento ético del oficiante. Algo opuesto a lo acontecido con aquel rey de la película La locura de rey Jorge, quien durante años procuró ajustarse a su manera de ser, que contrariaba las expectativas tradicionales de sus súbditos. En trance de perder el trono por causa de ese obstinado propósito, mirando sus vestiduras y emblemas reales, reflexionó: “Debo ser aquello a lo que me parezco”, y se disfrazó de tal. Hay una figura freudiana que encuentro oportuno incluir aquí, en tanto inicia este acontecer perelaborativo. Me refiero a la novela familiar neurótica (NFN), que además de suponer un período de intensa productividad lúdica ficcional, tiene efectos perdurables, entre ellos, la capacidad de conjetura y hasta el humor conjetural, una y otro herederos de la ficción no renegadora, algo de lo que enseguida habré de ocuparme. Hay razones para hacer extensiva esta novelería a todo sujeto, sin restringirla al “neurótico” como propuso Freud, puesto que la estructura humana siempre incluye el conflicto de esa naturaleza. De forma breve, diré que la NFN es un momento perelabora tivo, gracias al cual el niño enfrenta su derrota edípica, ensayando subjetividad a través del despliegue de la ficción. La así llamada derrota se acompaña, por lo demás, de un saber que se va impo 62 Fernando O. Ulloa niendo al infante como inexorable; se trata de un saber como una cosa en sí, por supuesto sin ningún valor conceptual en ese mo mento. Entonces el niño advierte como irrecusable realidad que no es causa del deseo de sus mayores, básicamente sus padres, sino consecuencia -incluso amada consecuencia- de ese deseo. Un co nocimiento doloroso, para bien de su autonomía, en tanto supere el anhelo de ser el objeto de deseo prevalente de esos mayores. Si digo p a r a su b ie n es porque advertir, tal vez de manera difusa, que no es su exclusivo objeto de deseo, será un factor decisivo para pro piciar la inventiva de su imaginación infantil, tanto en los juegos solitarios como en aquellos que despliegue con otros “pequeños ciudadanos”, a quienes audazmente propone el clásico convite de “dale que vos sos... y que yo soy...”, armando la fiesta. Y así como irá cobrando forma la familiar novela, otros personajes imagina rios surgirán de manera progresiva en ese ensayo de subjetividad, inventando futuro. Ese trabajo lúdico será también un trabajo psíquico, a través de circunstancias más propicias o más adversas, siempre y cuando esa adversidad no lo conduzca a jugarse cada día la vida, en la azaro sa perinola de los distintos significados del vocablo c o n je tu r a l que vengo desplegando. Respecto de esos personajes construidos por el niño, Freud dice que recurre para hacerlo a los rasgos más apreciados, más queri dos de sus padres, a partir de los cuales va imaginarizando figuras bien distintas de ellos. Personalmente considero que esos rasgos privilegiados por el niño, y que serán la base de sus inventivas, con frecuencia son restos que aún titilan en el rostro y en los gestos de sus padres; signos latentes de lo que no fue, restos de proyec tos y aspiraciones fallidas, probablemente no ajenos a la propia y antigua novela neurótica de los mayores. El niño tomará la posta abandonada, a partir de su formidable captación del lenguaje, de la cultura de su época y, tal vez, como ya señalé, del antiguo deseo interrumpido en sus mayores, cuando aquel emite aún apagadas señas. 63 Salud eleM ental En esta producción del niño podemosconsiderar dos tipos de ficción: por un lado, la que mantiene la nobleza del género, en tanto imaginariza más allá de lo real, sin ocultar recusatoriamente los hechos y las restricciones con que se encuentra. Esta actividad conlleva la inventiva necesaria para resignificar esos hechos, pro ducción que ya presenté como antecedente del humor conjetural, ese humor perelaborativo que quizá merezca, por eso mismo, la condensación de “per-humor que conjetura”. El humor, como forma de la valentía, es un fluido penetrante de las rigideces de lo real. Pero en la NFN también puede darse una producción ficcional que recusa los límites castratorios pre sentados al niño por lo real. Entonces, lo ficticio de esa producción levantará velos fetichistas; el fetiche es un ídolo, perversamente adorado porque afirma que es lo que no es, y también lo contrario. Se trata de una mentira idealizada, una patología de la perelabo- ración relacionada con la perversión y que tiene también posibles efectos perdurables. Tiempo más, tiempo menos, la mentira se de rrumba, aunque a veces dura demasiado. Su derrumbe da paso al otro rostro engañoso, que ahora afirma que no está lo que sí está y, por consiguiente, no es posible intentar una salida. Frente a este pérfido rostro del fetiche, el humor dispuesto se empeña en lo con jetural, una de cuyas vertientes es despejar soluciones a futuro. Así, sólo la primera de las formas ficcionales, la no ficticia, se ajusta al estatuto de perelaboración en cuanto proceso resolutivo-curativo del sujeto. Cuando aludo a la niñez y su condición de novelería, no sólo me refiero a un momento evolutivo de todo sujeto, sino además incluyo -con los riesgos que esto supone- a la humanidad en su niñez inicial. Una niñez cultural con modos explicativos primarios para dar cuenta, en clave de fábula, de un mundo visible pero enig mático en lo aparente, por entonces más “ancho y ajeno”. Sabido es que en la medida en que el conocimiento sobre ese “aparente” avanza, más ancho y ajeno aún se torna ese mundo, bajo el modo del socrático “sólo sé que no sé nada”. Pero también es cierto que 64 Fernando O. Ulloa el cúmulo de conocimientos cada vez se irá acrecentando más rá pido, perfeccionando esos modos explicativos ordenables en una secuencia de estilos que con el tiempo serán la base de los oficios ya aludidos. Como ya dije, inician esta secuencia las explicaciones míticas que pueblan antropológicamente el firmamento; la épica inventando y narrando dioses, de hecho paganos, con relación a un modo de conocer la naturaleza, las estaciones, el clima, la experien cia campesina. Campesino y pagano son términos correlativos en cuanto al endiosamiento de las fuerzas naturales. Frente a los excesos explicativos y racionales de los relatos míticos, se hicieron firmes los incrédulos, asumiendo riesgos por sostener un pensamiento racional, opuesto al viejo aforismo de la antigua Grecia pagana que afirmaba: “De los dioses, por las dudas, di que existen”. Estos incrédulos fueron llamados los sabios prefi losóficos. Tales de Mileto es el que más ha pasado a la historia por su famoso teorema. Ellos se mostraban interesados por los asuntos de la comunidad, y en esto ya eran políticos, y si no economistas, al menos buenos ecónomos administrando lo que ya podían con siderarse bienes públicos; hábiles artesanos, inventaban artificios y herramientas para perfeccionar y aliviar los trabajos cotidianos. La experiencia y el conocimiento de la física, que de ahí proviene, fúe importante en los comienzos de lo que luego sería el saber inicial filosófico. Pero sobre todo, eran firmes defensores del pensamien to racional. Faltaban siglos y siglos aún para que el ámbito de lo irracional encontrara su Freud, si bien este encuentro ya lo anun ciaban onirólogos, clarividentes (la tradición privilegia al dudoso Tiresias), dramaturgos animándose con la tragedia como lo hizo Sófocles, del que el psicoanálisis tomó y popularizó su Edipo. Además de esa misma “niñez” de la cultura y su imaginería enlazando lo real, avanzaba lentamente la eficacia simbólica, miles de años después necesaria para el psicoanálisis, como ya lo había sido desde antiguo para la poética y toda la producción artística. Por supuesto, la eficacia simbólica, con estilo distinto, también es esencial en la ciencia. 65 Salud eleM ental Es un hecho que lo real no garantiza la verdad, aunque sue le presentarse como lo verdadero, sin que alcance necesariamente a ser cierto. Para que tenga lugar el apoderamiento capaz de dar espesor de verdad a la subjetividad, será necesario enfrentar la opa cidad propia y constitutiva de lo real, apelando por momentos a ese juego perelaborativo, que partiendo de la imaginación infantil y su producción de novelería o de la adulta y sus conjeturas -cada una con su inventiva, cuando no se atascan en la ficción renega dora- pueden abrir la chance de resignificar aquella opacidad en una producción simbolizante de paradigmas, con algún sentido de perdurabilidad (sólo alguno). Los paradigmas y sus efectos no son perdurables; en su momento, esos efectos -sobre todo cuando re sultan críticos— no respetarán su origen y desnudarán la endeblez en que nacieron. Los paradigmas son necesariamente efímeros, y esto delata su linaje ficcional, discontinuidad necesaria al saber. Lo anterior aparenta ser opuesto a la perdurabihdad propia de la perelaboración. Ocurre sin embargo que en la ciencia -de hecho en la ficción conjetural y principalmente en la cura psicoanah'tica—, lo que perdura no es el saber sino la actitud curiosa por acrecentar ese saber, una actitud por momentos deconstructora de saberes previos. El psicoanálisis puede presentarse como una disciplina curiosa por muchas razones, pero básicamente por el lugar que ocupa en la capacitación de un analista la curiosidad sin culpa, tanto de sí mismo como del mundo. Digo “sin culpa” por el lugar que el cono cer sexual ocupa en el infantil sujeto, conocer del cual un analista habrá de nutrirse para advenir como tal. Cura y curiosidad están estrechamente articuladas, son funcionales entre sí; esta es otra de las causas por las cuales el avance de la cura supone una ardua y paciente tarea: la de sostener con curiosidad intensa aquello a lo que alude el prefijo p e r . Ya que hablamos de tareas, recordemos que si bien desde Freud se sostiene el carácter sintomático de la conciencia, en tanto orbital reflejo del inconsciente —orbitalidad que el psicoanálisis pretende no negar, como tampoco sus consecuencias sintomáticas-, procura 66 Fernando O. Ulloa en todo caso obtener un beneficio de las ventajas comparativas que le acuerda a la conciencia ese estar al margen de la escena inconsciente. Un lugar ventajoso, semejante al noble margen del texto donde caben las anotaciones acerca de su contenido. Para el caso, el texto es el inconsciente y quien anota en sí misma es la conciencia; un anotar que irá acrecentándola de modo que, aún sintomática, tiene la posibilidad de advenir “conciencia tarea”. No se puede negar que, desde la perspectiva psicoanalítica, la conciencia está determinada por el inconsciente, pero tampoco se puede negar que nada sabríamos acerca de él si no fuera a partir de la conciencia. El proceso de la transferencia intertópica y lo propio de la pe- relaboración tienen como fin último la instancia consciente de lo que se ha dado en llamar el a p a r a to p s íq u ic o . Estamos en plena primera tópica, Conciencia-Preconsciente-Inconsciente, que per manece vigente a pesar de la formulación de la segunda: Ello-Yo- Superyó. Escribo los componentes de la primera tópica para no menoscabarlos frente a los de la segunda, pues trabajar en ámbitos donde la transferencia intertópica es de rigor no es psicoanálisis de segunda. La conciencia de la que hablo le es inherente, y creo que bien le cabe el nombre de c o n c ie n c ia - ta re a . Una conciencia que cuando es recapturadapor su determinante contribuye a transformar lo inconsciente en e l inconsciente. Es más, el campo metapsicológico, como reflejo de lo inconsciente, constituye en sí una conciencia calificada, tal vez paradigma de lo que propongo llamar conciencia-tarea, merced a la cual el panorama metapsi cológico nacido del proceso transferencial se irá acrecentando, ya sea por la práctica del oficio psicoanalítico o por la vía de lo que propongo como p r o p io a n á l i s i s , una condición irrenunciable para todo analista que se ha aproximado a ese logro, de forma abarcativa llamado f i n d e a n á lis is . Esa conciencia-tarea implementando creatividad nos introdu ce a un último aspecto de la perelaboración. Un aforismo popular, refiriéndose a la creatividad, alude al hecho de que interviene en 67 Salud eleM ental ella un mínimo porcentaje de inspiración y un máximo de trans piración; una manera de dar cuenta del trabajo de plasmar en obra lo que haya llegado a disparar la primera. De hecho, lo específico del proceso creativo reside en avanzar desde lo más sutil y fugaz de la inspiración hacia lo más denso, es decir, lo propio del artefacto (aquello hecho con arte); todo lo cual supone un verdadero trabajo a - t r a v é s - d e distintos estados de conciencia, verdaderas estaciones psíquicas con antigua tradición en la cultura. El filósofo-lógico Wittgenstein se ocupó cuestionadora e inteligentemente de esos estados de conciencia, entre los que distingue la intuición (recor demos que la inspiración-intuición es porcentualmente breve y luego comienza el esforzado trabajo de la meditación, la cavila ción, la reflexión y las distintas circunstancias del habla, es decir, del to q u is , para arribar por último a diferentes inscripciones que hacen obra). En efecto, la escritura supone un verdadero trabajo perelaborativo podador de los excesos del to q u is . Tal vez por ese camino de excesos y sobriedades se materialice una obra, que para ser de arte deberá capturar, transportar y transparentar la inicial y fugaz sutileza que la originó. El artefacto, como momento denso del proceso creativo, trans- parenta lo que desde la sutil inspiración transporta (metáfora) aumentando así las chances, para quien contempla esas obras, de acceder —si su percepción lo merece— a lo entrevisto por el inspira do autor, que pudo atravesar fugazmente la opacidad de lo real. Sin duda, el término clave aquí es c o n te m p la r . No deja de ser curioso que el más remoto antecedente de la idea de teoría aluda a d e c ir acerca d e lo c o n te m p la d o e n la escena te a tr a l . En el proceso psicoa- nalítico clínico, la escena que se contempla es la que el paciente despliega, favorecido por el espacio que le crea la abstinencia del terapeuta, escena acerca de la cual también se puede decir respecto de lo que ahí acontece. Un decir como producción de pensamiento teórico, primer esbozo de conceptualización de la práctica, esto es, un decir conceptualizador acerca del otro, distinto del decir sobre sí mismo, esta última idea también cara a Wittgenstein. A par 68 Fernando O. Ulloa tir de ahí, y ya por fuera de la escena clínica, el analista y -acaso también- el analizante tal vez inicien la transpirante tarea de la escritura como un momento privilegiado de la clínica; una escritu ra que de nuevo evoca el comentario de Bradbury acerca de cómo usar el escalpelo, intensificando un texto sin matarlo (aludiendo a la escritura y sus acotamientos). ¿Cuál es el motor de ese segundo y arduo momento de la teorización? Al menos en la escritura teórica psicoanalítica, lo impulsa aquello que puede considerarse como básico en la hechura de todo psicoanalista: la p r o p ia g r a v e d a d personal. Una gravedad cuya etimología, lo vimos en el preescrito, se desglosa en g r a v i t a c ió n , g r a v i d e z , g r a v a m e n -y también a g r a v io - - , el de advertir, ahora con sentido patológico, la propia gravedad. Todos términos que en su parentesco etimológico reenvían a algo situable más allá de la noción de enfermedad, aunque la incluyen. Tal vez lo esencial de la idea resida en que esa “gravedad particular” del analista se hace productiva frente a la alteridad de lo contemplado en lo real de su paciente. Por esto la gravedad, en todo su abanico etimológico, integra en sus fundamentos la baquía del sujeto frente a lo real. Un analista es un baquiano en estas cosas. Como tal, no retrocederá ante las dolorosas tomas de conciencia, aun cuando impliquen el riesgo de agraviar la propia estima. Por esa vía habrá de adquirir la gravitación para sostener la transferencia, lo cual supone pagar los gravámenes correspondientes a esta postura, con el rédito de la gravidez que fecunda su propia persona. Para aclarar lo anterior haré un breve comentario acerca de lo que suelo denominar, de un modo no muy original, “la irreducible discontinuidad” dada entre un sujeto y otro. Una discontinuidad no necesariamente irreconciliable, pero que pese a los puentes simbólicos comunicacionales que aproximan el entendimiento, se mantendrá como tal; ya instalada con el hijo y aun mediando la donación simbólica de la madre, base del lenguaje entre esta y su niño. Esta discontinuidad habrá de unlversalizarse como senti miento de soledad humana, ya que no sólo es cuestión de una dis- 69 Salud eleM ental continuidad intersubjetiva, sino que además integra toda estructu ra psíquica como tal. A partir de ella y del sentimiento que genere, surgirán preguntas -nunca con respuestas satisfactorias- acerca de quién soy, de dónde vengo, cuál es mi destino. Es decir, acerca de la vida y de la muerte, manera de aludir a las puertas de acceso, siempre opacas, de lo real. Todo esto importa aquí porque en esa irreductibilidad se funda la perelaboración, trabajo esencialmente intrapsíquico que, dando espesor a la subjetividad, puede hacer de alguien un sujeto con capacidad de estar solo sin ser un solitario. A los veinte años de la muerte de Pichón Riviére, escribí un texto que titulé: “Pichón Riviére: ¿es la propia gravedad la hechura de un psicoanalista?”. De ese texto extraeré, aunque no literalmen te, pasajes que ejemplifiquen algunas ideas. En primer término, relato un episodio de la vida de Pichón Riviére, significativo en mi propia formación psicoanalítica, en lo que hace a la idea de contemplación como momento perelaborativo. En ocasión de separarse de su primera mujer, fue a vivir a una casa que tenía un patio cubierto muy soleado. Para nosotros re sultó sorpresivo e incómodo, quizá con algo de siniestro, ver la amplia biblioteca que había circundado las paredes de su consul torio abandonado, transformada en una montaña de libros con sus laderas de desparramos. Un verdadero librerío para nada l ib r a r y , sino más exactamente un caos aproximando el sentimiento de lo real irrecuperable, donde parecía zozobrar tanta letra simbólica. Ahí permanecía la montaña de libros sin que pareciera pre ocuparlo demasiado y sin ánimo de ser Mahoma en camino hacia ella. Un día, durante un grupo de estudio, se dirigió al desorden, tomó al acaso uno o dos, tal vez tres, libros y los hojeó rápidamen te. No era un libro especial el que buscaba, sino algo que nutriera la posibilidad de un enfoque distinto, quizá rompiendo un bache de aburrimiento momentáneo en la producción. Finalmente, optó por uno del que leyó algunos pasajes, supongo que reconociendo antiguas lecturas. El acto fragmentario y sorpresivo de extraer un libro buscado al azar, pero elegido a sabiendas, resignificó el estan 70 Fernando O. UUoa camiento aburrido y también el librerío, ahora con miras a que la montaña arribara, poco tiempo después, a la biblioteca rearmada. No puedo asegurarlo, pero en mi recuerdo aquel libro contenía un poema de Keats. En todo caso, fue por esos días que Pichón Riviére me introdujo en la lectura de ese poeta. Se trata del poema titulado “Depuntillas estaba”, cuyo verso 23 condensa “Contemplé un instante”. Ese poema sitúa, en palabras de Cortázar, “la pleni tud de la primera noche en que William Shakespeare acabó L a T e m p e s ta d , [...] la noche en que Rilke sintió el tiempo cósmico rugir sobre su cabeza”. Para mí, ese es el momento en que el poeta entrevé, en su contemplación, la desmesura de lo real; la tentación de capturar algo de lo contemplado lo impulsa a un pensar repen tino, modo inicial de adueñarse que produce una metáfora poética como forma perelaborativa del pensamiento. En el intento de capturar el tiempo cósmico que huye ante sus ojos, lo entrevisto desaparece no bien alcanza a dibujar aquel denso esbozo: “Contemplé un instante”. La ambigüedad poética de Keats fluctúa aquí entre la contemplación de un fragmento del tiempo real, ese instante, y la duración del instante. Una manza na metafórica que arrancada al árbol del saber conlleva la expul sión del paraíso entrevisto, no bien se insinúa cierto conocimiento acerca de él. Comienza entonces el bíblico “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Es el precio que el hombre paga en su empeño por saber, un impuesto ya contabilizado en el mito del paraíso. La formulación freudiana que alude a la transferencia en térmi nos de un r e p e t ir p a r a n o re c o rd a r puede alinearse en esta perspecti va mítica. Toda la desmesura que gravita en la historia memoriosa e inmemorial, así como en la cotidianeidad del sujeto, está reflejada en esa sentencia mesurada de Freud. R e p e t i r p a r a n o re c o rd a r alude, en su brevedad, a aquello que no tiene medida: el inconsciente. No cabe duda de que el proceso transferencial situado por Freud en su fórmula aforística es una modalidad de perelaboración articulada a ese “para volver a olvidar” aquello que, una vez sabido, siempre 71 Salud eleM ental se supo, y que he presentado como la esencia metapsicológica de la perelaboración. Fragmentar ese repetir que no recuerda es la esencia del proceso perelaborativo. A esto se refiere Freud cuando señala que “sólo en el apogeo de ese proceso (perelaborativo), se evidencian pulsiones reprimidas que obstaculizan, a la par que alimentan, ese a t r a v é s d e ; pulsiones cuya existencia y poder se traducen en convincentes vivencias”. Es en este proceso perelaborativo, del que sólo doy aquí algunas pinceladas, donde comienza a perfilarse el per-humor que conjetura, fundamento de una valiosa producción cultural o una disposición adquirida autobiográficamente -ya habré de referir me a ella-, con valor de herramienta clínica, personal y doméstica; esto último, en el sentido de un d o m u s o domicilio conceptual y metodológico, tampoco ajeno a la propia ideología, habilita cierta condición de local, aun en la intemperie, en quien se propone e s ta r p s ic o a n a l is ta visitante, munido del necesario talante o humor para habérselas con propias y ajenas resistencias. Cuando sitúo la transferencia como una forma de la perela boración, no sólo aludo al concepto tal como lo plantea en un primer momento Freud, desde el punto de vista de la estructura intrapsíquica, sino que me importa, además, poner de relieve ese “repetir para no recordar” en tanto fenómeno propio del sujeto. De él se vale el psicoanálisis para organizar las neurosis de transferen cia como resultado y eje del dispositivo clínico que hace posible la eficacia de la interpretación. Pero el fenómeno existía antes y por fuera de ese dispositivo; fue el talento de Freud (como que da expuesto, por ejemplo, en C o n se jo s a l m é d ic o ) que supo utilizar metodológicamente. La presentación freudiana de la transferencia no es la única fórmula del psicoanálisis que ha hecho fortuna; cabe consignar en tre ellas una más moderna, como es la d ire c c ió n d e la cu ra \ sin llegar a constituirse en aforismos, unas y otras responden a su dinámica. Un aforismo como producción perelaborativa, sin duda grata a la propuesta de Bradbury, condensa en una frase elegante y cargada 72 Fernando O. Ulloa de sentido el reflejo de la desmesura entrevisto en el instante de contemplación. Transcurrida esa fugacidad, sólo queda la nostalgia de lo que ya no es, junto a esa pequeña joya del pensamiento arran cada a la opacidad. A partir de ese resto, arduamente irá el poeta densificando lo sutil hasta la condensación en obra; de la misma forma el analizante avanzará en su cura. Si poeta y analizante hu biesen sostenido la contemplación, tal vez habrían aproximado algo inherente a la mística; pero al no renunciar a lo propiamente humano -el pensamiento- se establece aquello dicho por Sócrates también en términos aforísticos: “Sólo sé que no sé nada”. Una sentencia no necesariamente humilde que refleja lo esquivo de lo real. Esta es la epopeya perelaborativa, propia de la condición hu mana, donde el saber es un horizonte que siempre se aleja. Una persecución imposible pero no siempre vana. La Experiencia Rosario como prólogo Vuelvo a la idea de NS, nombre que reservo -al menos en mis conceptualizaciones, y en esto insisto- para todo recorte sociocul- tural, abordado desde el psicoanálisis. La existencia de tal nume rosidad, que en su eficacia altera la de aquel dueto donde se origi nara, fue el precario fundamento para que en mis comienzos (me remito a la Experiencia Rosario), diese por sentada la intención psicoanalítica de mi práctica clínica en campos plurales. Más tarde, me resultó importante buscar razones de mayor consistencia para validar en ese contexto la naturaleza psicoanalítica de mi clínica. Por entonces, ya había corrido más de un siglo desde ese ver dadero “acontecer freudiano”, me refiero a lo que el vienés llamó su autoanálisis y del que resultó el Ubro L a in te r p r e ta c ió n d e los su e ñ o s , piedra angular de la literatura y del saber psicoanalíticos. Como ya lo adelanté, abordó ese proceso auxfliado por Sófocles, quien en cierta forma le había prestado -dicho esto en tono metafórico, pero no tanto- los restos diurnos de su Edipo, gracias a los cuales Freud pudo elaborar aquel primer ladrillo de su M e ta p s ic o lo g ía : e l C o m p le jo d e E d ip o y, por supuesto, otros. En la medida en que un 73 Salud eleM ental edificio teórico no se hace a partir de un único ladrillo, si bien estamos tentados de hablar del in c o n s c ie n te f r e u d i a n o , esto sólo tiene valor inaugural, como homenaje a Freud. El inconsciente es una larga historia, que hace difícil pensar en un inconsciente personalizado. Luego de esos primeros logros surgió, avanzada su experiencia de analista, la primera y más genuina de las instituciones psicoa- nalíticas. Me estoy refiriendo a la n e u ro s is d e tr a n s fe r e n c ia (NT), puesta a punto por Freud; institución clínica psicoanalítica por excelencia, sostenida en sus dos clásicos pilares, la intención -pro puesta al paciente— de a so c ia r l ib r e m e n te , dejando a cargo del ana lista la escucha con a te n c ió n l ib r e m e n te f l o t a n t e . Dos libertades para la captura transferencial. De estas paradojas -como la de conjugar libertad y captura- se nutre la práctica psicoanalítica cuando son formuladas oportunamente. Quizá, sin mucho pensarlo -aunque es el meollo del proble ma-, consideré en aquellos comienzos que, de mantenerse el nexo, aun en silencio, con esta institución original (me refiero a la NT), quedaba fundada mi in te n c ió n de acordar una condición psicoana lítica a mis exploraciones clínicas en ámbitos colectivos. Como lo remarqué en el preescrito/prólogo (P/P), privilegio ese carácter de in te n c ió n dado el valor que este término tiene en psicoanálisis, no sólo por los argumentos que en esa introducción adelanté, sino también porque Freud sumó a la imposibilidad de gobernar y educar también la de psicoanalizar. Pero la intención de hacerlo -y esto cuenta también para todos los imposiblesfreu- dianos- promueve la diferencia necesaria para que, de forma im perfecta, haya gobierno, educación y análisis. ¿Acaso es posible un amor perfecto? No lo es, pero quién niega que constituya uno de los ejes de la cultura civilizada de la humanidad, además de pesar en la vida de todo sujeto. La validación psicoanalítica de estas experiencias plurales pa reció reafirmarse cuando presenté en la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) -filial de la Asociación Internacional de Psicoa 74 Femando O. Ulloa nálisis (IPA)- un ensayo para optar a la categoría de Miembro Titular, que llamé P sic o lo g ía d e la s in s t i tu c io n e s . U n a a p r o x im a c ió n p s ic o a n a l í t ic a . La APA -de la que durante un tiempo continué siendo miembro— reconoció validez psicoanalítica a esas explora ciones en la NS. No fue un argumento consistente, pero me animó por entonces a persistir en mis intentos. La Experiencia Rosario, que cumplió medio siglo en 2008, también me dio empuje. Participé directamente en ella, curioso por saber acerca de las chances de operar la clínica psicoanalítica en situaciones colectivas y el lugar asignable a esa intervención. Luego de esas jornadas -verdadero prólogo en cuanto a la presen cia del psicoanálisis clínico en situaciones plurales, que le confieren un cierto rasgo a la disciplina en nuestra región—, integré el equipo a cargo de reconceptualizar y discutir esta Experiencia con los co legas y observadores participantes. Mi ponencia se tituló R e la c io n e s y l ím i te s d e u n a p r á c t ic a p s ic o a n a l í t ic a con o b je t iv o s te ra p é u tic o s , con la s té c n ica s o p e r a t iv a s . Un texto “precomputadora” definitivamente extraviado, en el cual, en términos generales, recuerdo haber sos tenido que en el psicoanálisis se intenta una lectura, donde se le acuerda al presente un primer valor como reflejo del pasado, sobre todo el infantil. En las técnicas operativas, en cambio, todo acon tecer del presente intenta ser un ensayo de lo que luego se repicará afuera y a futuro. Ese no fue el único eje de mis conceptualizaciones, pero re cuerdo que durante bastante tiempo esa ponencia fue un punto de discusión con Pichón Riviére, por cierto, una discusión en la que no faltaba el humor y era posible que cada uno sostuviera lo contrario de lo que había sostenido en la discusión anterior. Algo que terminó siendo todo un clásico de humor en clave entre nosotros. Durante años tuve en menos aquel texto con el que opté a ti tular de la APA, pues pese al subtítulo, U n a a p r o x im a c ió n p s ic o a n a l í t ic a , lo pensaba de corte psicológico o, a lo sumo, un intento exploratorio de la aplicación del psicoanálisis en situaciones colec- 75 Salud eleM ental tivas. Aún no se había consolidado la conceptualización de la NS, aunque estaba esbozada. Luego advertí que fue necesario y el primer paso para una lec tura semiológica -con su escritura correspondiente- de esos ám bitos colectivos; escritura sostén de una clínica afín al psicoanálisis que permitiera abordar la NS, algo que venía llevando adelante con hospitales, colegios, algunas cátedras universitarias e incluso centros de estudiantes de distintas facultades, no sólo de la UBA. En esta actividad priorizaba las instituciones del campo público; con los años volqué mi interés a las que trabajaban con poblaciones marginadas, en general, con equipos asistenciales o docentes, que enfrentan las adversidades propias de la marginalidad, tanto las de la pobreza como las manicomiales. Esta preferencia por ocuparme de ambas marginalidades ocurrió luego de mi posgrado, que bien merece ese nombre, en tanto file mi primer banco de prueba en esas actividades colectivas. Más adelante volveré sobre e s t e p o s g r a d o al que me refiero y que entiendo cobró ese valor, no sólo para mí sino además para quienes aún no se habían graduado. Incluso me atrevería a decir que también lo era para alumnos de otros años, así como para algunos familiares del alumnado que concurrían a estas asambleas. Este interés -más allá de los alumnos de la cátedra a mi cargo- les confería un carácter público a esas Asambleas Clínicas. También fue un importante avance advertir la diferencia entre trabajar e n el hospital o hacerlo específicamente con el hospital. De esta especificidad se desprende el peso que fueron cobrando, a me dida que se desplegó mi trabajo con ellos, los que denomino b a n co s d e p r u e b a , diferenciación que me posibilitó pensar y luego ensayar una clínica para el abordaje de los espacios socioculturales, clínica que fluctúa entre la que se reconoce como de linaje médico y otra propia del linaje psicoanalítico. Ocurre que un analista dispuesto a trabajar como tal en estos ámbitos, haciendo conciencia para sí y para quienes asesora, nece sariamente tendrá que incluir a la conciencia -junto con la instan cia inconsciente- como parte básica de su trabajo; esa conciencia 76 Fernando O. Ulloa que es producto de la importancia que allí cobra la transferencia intertópica a la que ya aludí. Será de utilidad extenderme en estos linajes, porque en ellos se inscriben las distintas especialidades clínicas que integran los equipos asistenciales, en contacto directo con los pacientes. Estos equipos debaten sus prácticas en común, buscando producir una capacitación interdisciplinaria, pilar básico de una buena y soste nida Salud Mental, como producción cultural, para nada ajena a esa capacitación (tema por desarrollar con la amplitud que merece en el próximo capítulo, luego de describir el escenario de la NS). En el caso de las Residencias Integradas, conviven médicos ge- neralistas, trabajadores sociales, psicólogos con funciones psicote- rapéuticas y, por supuesto, los profesionales de enfermería: esto es importante, ya que son los que sostienen todas las innovaciones. Las especialidades que allí se capacitan (con intención, no siempre lograda, de encararlas desde una perspectiva interdisci plinaria) producen un novedoso tipo de especialistas: los d e la p o b r e z a . Es esta una especialidad verdadera y en extremo necesaria. La cultura impiadosa, de la que habla John Berger, es argumento suficiente para admitir como posible que cada vez resulten más requeridos en la especialidad; idea que además va en línea directa a lo planteado por Loic Wacquant, cuando dice que “cada día habrá más pobres”, todo lo cual justifica la presencia de estos dos autores. Los organismos a cargo de la salud, en general, desaprovechan esa condición de expertos para atender la pobreza actual (sin des contar la futura) y no recontratan a estos verdaderos especialistas una vez finalizada su capacitación en ámbitos que rozan o conviven en plena marginalidad, con amenazantes horizontes de indigencia. Los linajes clínicos Con respecto a lo anunciado en relación con los distintos li najes clínicos: la clínica médica privilegia su condición holística -vale por totalizadora-, en el sentido que aporta una mirada pa norámica. Además, es clínica de cuidados, consejos y prescripcio- 77 Salud eleM ental nes farmacológicas. A diferencia de ella, la de linaje psicoanalítico es clínica del fragmento, pues fragmentarias son las producciones del inconsciente. No es literalmente una clínica de cuidados, aun cuando los procesos transferenciales los demandan, en su calidad de atentos y pertinentes. La pertinencia es una forma sofisticada de la abstinencia, que gira en torno a lo que se debe y lo que no se debe hacer, sea desde una perspectiva ética o metodológica. Final mente, la clínica de corte psicoanalítico —como lo señalé en el ca pítulo introductorio- procura leer no sólo el p o r q u é d ia g n ó s tic o de determinados comportamientos sintomáticos, sino además el p a r a q u é p r o s p e c t iv o del síntoma. Una vertiente según la cual la salida que se debe encontrar para un conflictopsíquico está sugerida por ese p a r a q u é p r o s p e c t iv o , que al menos debe ser tenido en cuenta en la búsqueda de una solución. Creo haber señalado la importancia que cobra este p a r a q u é p r o s p e c t iv o en el tratamiento por parte de un psicoanalista cuando enfrenta una psicosis. Es una posibilidad de recrear -en el vínculo terapéutico- un momento no psicótico. Aunque hablé de “psicoa nalistas”, esto vale para todo aquel que tenga a su cargo el cuidado de un psicótico, en especial en su entorno de familia; si está inter nado, ese entorno está representado, sobre todo, por enfermería. En efecto, estar atento en la escucha es estar íntimamente atento a uno mismo, a ese legendario “lo que nos sucede”, que traduje como un acontecer por sus efectos a futuro, cuando era recién un estudiante de medicina, futuro del que, podría decir, estoy hablan do hoy. Lo que he señalado acerca de los linajes clínicos permite pensar en la construcción de una clínica apropiada para estos campos. Remito al lector al capítulo donde bosquejo lo específico de una Clínica de la Salud Mental, a partir del s ín d r o m e d e p a d e c im ie n to . En el quehacer capacitante -y reitero el concepto por su im portancia- de cualquier equipo, me resulta fundamental estar atento a la producción de Salud Mental, entendida como un re sultado de la transferencia intertópica, donde el inconsciente va 78 Fernando O. Ulloa adviniendo conciencia. Esta actitud para nada me aleja de mi con dición de psicoanalista atento a lo propio de la sobredetermina ción inconsciente. Nunca trabajo haciendo pasar el psicoanálisis de contrabando, aunque no “interpreto” de manera explícita el sentido que este término tiene en el psicoanálisis, en sus distintas formas... Pensándolo mejor, sí que apelo a algunas de ellas, por ejemplo, una pregunta, una actitud remarcando lo escuchado, un silencio con intención significativa y otras sutilezas que cobran forma de interpretaciones no formuladas. Destaco lo anterior porque es desde ese advenimiento de con ciencia acrecentando conocimiento que se deciden medidas tera péuticas -mejor de carácter interdisciplinario-, pero también las que atañen a las políticas inherentes a cada institución. Remarco que un analista está en condiciones de aportar sus co nocimientos específicos, aun cuando no ponga explícitamente en juego su instrumental interpretativo (digo e x p l íc i ta m e n te porque en su registro propio estos instrumentos estarán al servicio de su comprensión del campo). No por eso trabajará como psicoanalista “clandestino”; si está atento a las producciones del inconsciente, algo ineludible aunque en su trabajo manifiesto no aparezca como eje. Pero lo que no debe excluir de ese advenimiento capacitante de la conciencia, inherente a la transferencia intertópica, es promover la herramienta pertinente. Me refiero al debate crítico asistido por procederes críticos. Los dos principales procederes -la resonancia íntima y la elección de un analizador- han sido presentados en el P/P. Todo lo anterior es propio del psicoanálisis operando en estos campos colectivos que, como también dije, en general lo son en la marginalidad. Asimismo, señalamos ya que en la clínica, en cualquiera de los linajes que consideremos, los d ia g n ó s tic o s se le e n , pero los p r o n ó s tic o s se c o n s tr u y e n . Lo que voy a narrar a continuación probablemente resulte algo descolgado de las últimas consideraciones propuestas, pero me resisto a suprimirlo porque ilustra el p a r a q u é prospectivo que 79 Salud eleM ental permite construir pronósticos, aun en situaciones límites, tan fre cuentes en la marginalidad, donde la muerte ronda. Estos últimos comentarios son, tal vez, hechos en nombre de la esperanza. ¿Para quiénes?... Para los que no renunciamos, como analistas, a poner enjuego nuestro oficio, ni siquiera en condiciones adversas... y la muerte, como horizonte expectante por próximo, ¡vaya si represen ta una adversidad! No sólo una adversidad inmediata, sino además esa negada muerte a futuro -real ineludible para todo sujeto—, cuyo abordaje resulta tarea legítima en un análisis, sobre todo próximo a sus finales, cuando ya está cercana la despedida transferencial. Tanto es así que a esta altura de mi vida me he encontrado con frecuencia comentando que tengo que escribir este libro —y otro que espera turno- en tiempo. . . y a tiempo. Decía Freud que el inconsciente no tiene registro de esa nada que es la muerte. En efecto, la muerte es conocida sólo desde el entorno social; bien lo decía Sartre cuando afirmaba (no recuerdo si exactamente con estas palabras) que se muere el otro. Pienso que ese conocimiento -según lo señala Castoriadis, y acuerdo con él- abre las posibilidades de autonomía y consiguiente libertad. Cabe aclarar que le debo al psicoanalista Narciso Notrica esta reflexión; la leí hace poco en un artículo periodístico, en un comentario acer ca de Castoriadis. Regreso al p a r a q u é p r o s p e c tiv o . Como ya comenté en el P/P y en este mismo apartado algunas líneas atrás, últimamente estoy valiéndome de él, sobre todo ante los síntomas de los psicóticos, en especial asesorando instituciones psiquiátricas. Con los psicóticos -y también con pacientes altamente pertur bados- ocurre algo que debe destacarse. En ocasiones, el operador clínico logra entrever, de manera ardua, el para qué en cuestión. La experiencia propia y ajena me indica que esta lectura del operador sólo resulta legitimada cuando algún indicio -incluso expresado de forma empática por el paciente- valida la pista que de tal p a r a q u é conjetura el operador. Si ocurre lo señalado, es porque el pa ciente -aun psicótico o altamente perturbado- transmite la expec 80 Fernando O. Ulloa tativa de un cierto alivio a su sufrimiento. Se recrea entonces, en el vínculo, un momento propicio para trabajar con ese paciente. Si quien conduce ese trabajo es un psicoanalista, tal vez pueda operar su idoneidad psicoanalítica en ese momento. Sin embargo, insisto, es una chance para cualquier operador, de modo que también pue de darse en la relación del paciente con un enfermero o enfermera. Se genera allí una de las pocas oportunidades de desplegar con eficacia la incumbencia que le corresponde al operador clínico. Después de las digresiones clínicas anteriores, retomo lo de sarrollado acerca de la NS, que no por tal pierde la condición de psicoanalítica. A esa altura de mis exploraciones en el campo sociocultural, ya había publicado un trabajo que llamé L a in s t i tu c ió n p s ic o a n a lí t ic a : u n a u to p ía , producto de ciertas intervenciones en la NS, y propia de algunas instituciones psicoanalíticas. A partir de ese trabajo pude proponer que e l p s ic o a n á lis is d e la N S c o m ie n z a p o r casa. Para ser más explícito: por los procesos transferenciales, tanto los propios de la NT -insisto en que es la más genuina de las instituciones psicoanalíticas- como los dados en la NS, donde reina con reconocimiento -también genuino- la transferencia intertópica. En cuanto a las instituciones psicoanalíticas (una forma sofisti cada de NS), dicho no en forma literal, sino en términos analógicos, advierto tres tendencias. Según cuál prevalezca, suelen ajustarse a tres modelos -de ahí la condición analógica-, que corresponden a la institucionalidad Iglesia, Escuela o Virtual. En el primer caso, el eje lo constituyen los miembros con funciones didácticas, con el riesgo de instaurar una suerte de clerecía o al menos cierto espíritu corporativista. Riesgo no necesariamente inevitable. Voy a valerme, esta vez sin irme del tema, de un relato que me toca de manera personal, porque fui uno de sus protagonistas. Fue cuestionando, a comienzos de la década del setenta, la condición de didactas (categoría de algunos de quienes tomábamos la ini ciativa) que nos fuimos de la APA/IPA.Lo hicimos separados en 81 Salud eleM ental dos agrupaciones, Documento y Plataforma; no pudimos evitar, en el acto mismo de la renuncia, un cisma dentro del cisma. Con los años comprobé la frecuencia casi folclórica de esa situación como algo no exclusivo de las instituciones psicoanalíticas. Se expresa habitualmente en un enfrentamiento entre ellos y n o so tro s o entre n o so tro s y e llos. El n o so tro s corresponde a quienes se quedan, tal vez en funciones de conducción; por supuesto, el ellos alude a quienes se van, enfrentados a la conducción del n o so tro s . En general estas rupturas invocan razones válidas, pero sa bemos cuántas veces juegan en ellas los narcisismos personales. Así se rompen muchos frentes que al inicio parecían compartir o realmente compartían una causa común, mientras el debate crítico prevalecía en la toma de decisiones. La experiencia me enseña que no hay debate que produzca pensamiento crítico si no se cuenta con procederes que lo promue van, y estos suelen brillar por su ausencia en los cismas dando lugar a que las disidencias restablezcan la más rotunda intimidación, la causa principal y más común del cisma. Si este se produce, suele ocurrir que en el ellos se integren varios del n o so tro s , y viceversa. Cuando ni unos ni otros revisten el carácter de infiltrados sino el de integrantes que representan otras voces, se facilita una nueva posible integración. No es lo que suele ocurrir, lo cual dificulta las chances de poner explícitamente en juego las disidencias surgidas en alguno de los grupos, pues los “infiltrados” terminan en silencio, aproximando el clásico “el que calla otorga”. No digo que tal haya sido la suerte corrida por Documento y Plataforma, donde prevalecían factores políticos y factores propios del oficio que nos era común. Pienso que Documento permaneció más atento al psicoanálisis puesto al servicio -dicho en mis térmi nos- de la NS. De hecho, algunos de los miembros de Plataforma parecieron optar por el accionar político, al menos en sus debates, cosa para nada cuestionable; lo hicieron sin dejar de lado, de forma explícita o implícita, la condición de analistas. 82 Fernando O. UUoa Ni Documento ni Plataforma tuvieron vida duradera, sí me moria y efectos personales positivos en quienes protagonizamos aquellos hechos. Respecto de esas otras voces a las que aludí agregaré que, de no encontrar la manera de expresarse, el funcionamiento en una y otra fracción se hace difícil, e incluso llegan a darse nuevas fragmen taciones. Todo un conflicto que suele hacer fracasar el intento de un abordaje psicoanalítico, pasible de restablecer el debate crítico, verdadero eje instrumental del psicoanálisis en la NS, algo obvio si pensamos que una comunidad instituida debe conducirse a sí misma en la búsqueda de consenso entre sus integrantes. Aquí, el objeto del psicoanálisis alude a ambas tópicas, es decir, también a la conciencia. De no mediar este debate en condiciones no intimi dantes, las disidencias clínicas o políticas dejan de ser toleradas y pueden darse rotundos fracasos. Por la vía de estas dificultades me vi llevado a pensar —con razonables dudas— que el psicoanálisis n o es u n a n i m a l p o l í t ic o y se mueve con cierta dificultad en las acciones de esta naturaleza. Sucede que es propio de nuestra disciplina promover efectos de subjetividad, y eso implica cierta libertad de intercambio ideativo, algo no siempre acorde a los estilos, estrategias y tiempos políticos. La segunda tendencia, propia de otras instituciones psicoa- nalíticas -siempre en distintos grados de analogía- apunta, por el contrario, a una organización Escuela. Esta tiene por eje una transferencia fuerte con un fundador que, como decía Freud a Jung cuando aún mantenían estrecha relación (y cito de memoria obviando el encomillado): si usted hace de mí un objeto de culto... cuando deje de serlo, por efecto mismo del psicoanálisis, es proba ble que se produzca un cisma entre nosotros. La verdad es que tanto uno como otro aportaron lo suyo al conflicto, pero las palabras de Freud encerraban una verdad que se hace presente cuando emergen las disputas entre los que se consi deran herederos de aquel culto. Otro aporte más para comprobar que el psicoanálisis de la NS comienza por casa. 83 Salud eleM ental Una tercera categoría alude a las instituciones Virtuales. En ellas no hay pertenencia efectiva, y sus miembros -algo nómades- circulan y se integran siguiendo modalidades episódicas: con gresos, jornadas, conferencias, agrupación de consultorios en un mismo edificio, etcétera. Algo más estable resulta su permanencia transferencial cuando integran grupos de estudio, ya sea de psi coanálisis o de otras disciplinas afines, donde ese vínculo transfe rencial queda establecido respecto de un determinado saber o de quien lo transmite. ¿Por qué propongo como Virtuales a estas instituciones? Obviamente por la razón que se deduce del texto, pero también porque la pertenencia a ellas a menudo resulta determinada en función de lo que nombro como la más genuina institución psicoa- nalítica, la neurosis de transferencia NT. De darse lo anterior, cada uno de sus integrantes eHge, des de allí, con quién estudiar y con quién supervisar o controlar, sin que en esto cuenten demasiado los parentescos transferenciales con quien conduce su análisis personal. Es bueno que así ocurra... cuando ocurre en libertad. Ya señalé que en estos miembros virtuales se advierte cierto no madismo, no errático sino legítimo, hasta dar con el analista final mente elegido. Ellos van en busca de nutricias neurosis de trans ferencia. Algo semejante sucede con algunos grupos de estudio. Después de este pasaje por la institución psicoanalítica y el rei terado comentario, según el cual el psicoanálisis de la NS empieza por casa, la “casa” del psicoanálisis (vale para sus instituciones), rei terando que categorizo como la primera y más genuina de estas a la NT, retomaré otro tema al que ya hice referencia. Al comienzo de mis exploraciones en los ámbitos plurales de la subjetividad, el nexo mantenido entre la “institución” de la NT y las instituciones que integran la NS (mientras esta era sólo una manera abarcativa de aludir a lo colectivo abordado desde el psicoanálisis) formaba parte de mi intención de ubicar mis nue 84 Fernando O. Ulloa vas experiencias desde esa perspectiva interdisciplinaria, siempre ajustándome, en cada caso, a lo que resulta pertinente o no hacer. Ese intento presentaba, al menos, una fuerte contradicción -a la que luego aludiré-, pero también implicaba algunos pasajes interesantes en cuanto a extender el psicoanálisis más allá de los límites ilustrados, en cierta forma, por un clásico trabajo que Freud publicó en 1913, precedido de una conferencia; uno y otra con el mismo título: “Del múltiple interés del psicoanálisis p a r a otras disciplinas”. Se diría que él asignaba al psicoanálisis cierta hege monía en relación con otros campos del saber. Según sus biógrafos, Freud enfrentaba por entonces una fuerte hostilidad que provenía, sobre todo, de círculos universitarios; esto habría sido así, al pun to que la conferencia fue pronunciada ante un público invitado y acorde con el psicoanálisis. Sin duda, aquel trabajo de 1913 podría haber sido comple mentado entonces -también hoy- por otro que, si bien no tuvo una explícita forma escrita, resultó evidenciado por los hechos. De ser escrito se llamaría de un modo semejante, con una modifica ción fundamental: “Del múltiple interés del psicoanálisis p o r o tra s disciplinas”. Esa modificación señala un pasaje del psicoanalista, funcionando como local, a la condición de visitante; en esta nueva posición deberá estar atento a explorar nuevos territorios, a la par que se interesará en otras disciplinas enriquecidas por el psicoaná lisis, que a su vez se nutre de ellas. Lo que acabo de destacar valida estos
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