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Ulloa, F Introducción gradual al concepto de numerosidad social

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F e r n a n d o O . U l l o a
Salud eleMental
Con toda la mar detrás
libros del
Zorzal
C a pítulo I
Introducción gradual al 
concepto de numerosidad 
social
Escenario del campo sociocultural donde opera el 
psicoanálisis
Tal vez fue hace medio siglo -en la Experiencia Rosario, de la 
que hablaré más adelante- cuando comencé a pensar en la n u m e ­
r o s id a d so c ia l como manera de nombrar una intervención clínica 
psicoanalítica en situaciones plurales, tal como lo adelanté en el 
preescrito/prólogo.
Hace algunos años comencé a utilizar la expresión numerosi­
dad social y lo hice, en primer término, para denominar y abarcar 
las diversas situaciones colectivas donde procuraba sostenerme 
psicoanalista, sin desmentir lo propio de la subjetividad en todos 
sus registros, tan sobredeterminada por el inconsciente. Buscaba, 
además, ubicar las articulaciones y los límites del psicoanálisis, so­
bre todo cuando se muestra atento a la producción de salud men­
tal, en el sentido más amplio del término, y para hacerlo recurre al 
debate crítico de ideas.
El término n u m e r o s id a d hace referencia a la sumatoria de suje­
tos que resulta cuando al dueto analista/analizante se le suma uno, 
más uno, más uno... y así sucesivamente, hasta el número lógico de 
integrantes de un equipo, en relación con sus objetivos específicos; 
numerosidad que también está acotada en su constitución por el 
espacio disponible.
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Salud eleM ental
En los comienzos, la intención era construir una numerosidad 
abarcativa, que diese cuenta de los diferentes tipos y categorías 
de mis intervenciones, como psicoanalista, en hospitales públicos, 
colegios, cátedras universitarias, centros de estudiantes, etcétera.
En estas diferentes instituciones, la situación más propicia su­
pone que en el espacio disponible los integrantes conformen una, 
dos o tres rondas, de modo que cada sujeto sea a la vez perceptor 
y percibido. Cuando no es posible hacerlo -tal vez por la simple 
razón de que los asientos no se desplazan, algo frecuente en un 
anfiteatro o en un salón de conferencias—, solicito a quienes hablan 
que se pongan de pie, para ser vistos y que a la vez puedan mirar a 
los demás; así se hace posible la reciprocidad perceptual.
Otro tanto ocurre con la palabra, ya se trate de la dicha o de la 
escuchada. Pero esto último fue una adquisición posterior, cuan­
do tuve experiencia en conducir debates críticos, auxiliado por los 
procederes críticos correspondientes. Adelanto -lo veremos avan­
zado el texto- que esto configura u n a c to d e h a b la m ira d o .
La práctica me llevó a constatar que el número de postulantes 
que se pondrá de pie para tomar la palabra, cualquiera sea la can­
tidad de presentes y la forma en que se distribuyan, se mantiene 
con alguna constancia alrededor de una cifra que varía entre ocho 
y doce, en ocasiones un número menor, sobre todo al comienzo de 
una experiencia donde puede costar más que la gente se ponga de 
pie para hablar. ¿Será este el origen de las comisiones directivas, 
que en general tienen un número semejante de cargos? Si así fuera, 
nunca exploré su lógica, simplemente constaté que eso ocurre.
A esta altura de la presentación de la numerosidad social me 
parece oportuno avanzar una definición, algo prematura y por eso 
escueta, que aclarará lo que vengo diciendo:
En el campo de la numerosidad social, cuentan tantos sujetos de
cuerpo presente como sujetos hablantes cuentan.
El primer c u e n ta n alude a la mirada en reciprocidad, punto de 
partida de cualquier sujeto en tanto sujeto social. El segundo c u e n ­
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Femando O. Ulloa
ta n se refiere al discurso, ya que el discurso de un sujeto siempre 
tiene algo de singular; en ello radica, básicamente, el inicio de la 
singularidad de un sujeto, en su condición de pensante.
La tensión dinámica en un sujeto —concepto sobre el que vol­
veré en el capítulo siguiente, desde otra perspectiva—, al mismo 
tiempo sujeto social y singular, hace propicio el accionar del psi­
coanálisis en este campo de la numerosidad social (NS), que en 
algún momento será r e c in to p e r e la b o r a t iv o m u lt ip l ic a d o r .
El lector se irá encontrando en el curso de este texto con el de­
sarrollo de tales ideas, algunas de las cuales ya fueron presentadas 
en el preescrito/prólogo.
Acerca de la perelaboración
En su obra Z e n e n e l a r te d e e sc r ib ir , Bradbury habla del pla­
cer creativo que experimentó cuando aprendió a usar el escalpelo, 
para reducir a un breve guión cinematográfico uno de sus largos 
y primeros cuentos, sin matar su espíritu. Un arte, el que comenta 
Bradbury, que en mi caso quizá sólo quede en intento, oportuno 
para emprender la síntesis acerca de la perelaboración, en térmi­
nos de in te n s i f ic a c ió n con e fec tos p e r d u r a b le s . No olvidemos que esos 
efectos se dan en un tratamiento dentro de los excesos del lo q u is , 
propios de la asociación libre: coloquio, circunloquio, interlocutor, 
locuacidad, locuela, etcétera, para nombrar únicamente algunas de 
las variables del término. Se trata de una variabilidad necesaria 
nara que no sólo el trabajo interpretativo, sino también y principal­
mente lo que se va sintetizando en el analizante como advertencia 
de sí, pueda traducirse en el tal efecto perelaborativo.
Me interesa señalar que si bien la perelaboración es un con­
cepto psicoanalítico algo difuso, en realidad constituye uno de 
esos recursos curativos propios de la condición humana, previos al 
acontecer que marcó la irrupción del psicoanálisis. Un acontecer 
que significó, en primer término, en el maestro vienés, y luego en 
cada analizante y analista que le siguieron, el pasaje de lo incons­
ciente como presencia cultural en la civilización, a l inconsciente
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Salud eleM ental
freudiano, ahora articulado a la conciencia del sujeto. Así se su­
pera ese lo neutro y adjetivante (“lo inconsciente”) y se accede a 
la sustantivación del inconsciente freudiano. En este acontecer, 
la perelaboración resultó y resulta nuclear. El propio dispositivo 
psicoanalítico es perelaborativo, en tanto intensifica los procesos 
resolutivos-curativos, posibles en todo sujeto.
La idea de perelaboración no queda abarcada por el concepto 
de elaboración. El prefijo p e r , tal como lo señala el D ic c io n a r io d e 
la R e a l A c a d e m ia E s p a ñ o la , y también los de otras lenguas, indica 
mayor intensidad de un proceso y, de manera menos explícita, lo 
que perdura en el tiempo, lo ̂ rsistente, lo perdurable.
Es común aludir, de forma algo ambigua, a la perelaboración 
como el proceso de cura que avanza, aun cuando es difícil identi­
ficar un accionar interpretativo impulsando la cura. En esos mo­
mentos parecería que el tratamiento se ha estancado, aproximan­
do el riesgo de que la abstinencia del psicoanalista encubra una 
actitud de indolencia, incluso una falla ética de aquel, siendo en 
cambio en el analizante; literalmente lo que el término dice: evi­
tar resistencialmente el dolor frente a la proximidad -en general 
angustiante- de un importante núcleo patógeno aún no nombra­
do. En el apalabramiento asociativo del paciente, el lo q u is resulta 
eficaz al permitir sutiles manifestaciones con valor de un nuevo 
conocimiento, advenido en el curso del análisis. Insisto en que 
esto también puede ocurrir por fuera del proceso psicoanalítico; 
un ejemplo privilegiado se da en la creatividad poética y también 
en aquello que más adelante mencionaré como los oficios básicos 
de la palabra.
Volviendo al psicoanálisis y a ese conocimiento de resultas de la 
actividad asociativa, habitualmente formulo este proceso de la si­
guiente manera: “Me doy cuenta de que siempre supe lo que acabo 
de saber... para volver a olvidarlo”. Un v o lv e r a o lv id a r resultado de 
la recaptura de aquello quizás entrevisto sólo fugazmente.
Si lo reprimido puede significarse, en la atemporalidad 
inconsciente, como “eterno” -en tanto no envejeceen su capaci­
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Fernando O. Ulloa
dad de promover síntomas-, cuando pasa a manifestarse como “lo 
siempre sabido”, es decir, cuando ingresa a la tópica de la concien­
cia, aun por breves instantes, pierde la condición de “eternidad” 
para formar parte de la temporalidad consciente. En la conciencia 
el tiempo fluye como fluye el pensamiento, de ahí que al ser recap­
turado aquello que por reprimido se vuelve a olvidar, este “olvido” 
se trasforma, en el territorio de lo reprimido —usando libremente 
una expresión freudiana-, en un “representante representativo” de 
la conciencia metafórica. Esta representación temporalizada torna 
al territorio captor más permeable a la exploración y, de hecho, más 
expresivo con relación a lo reprimido. Cabría interrogarse acerca de 
si la tópica de retorno, para lo recapturado, es sólo el preconsciente, 
cosa obvia, o también el inconsciente mismo, algo no descartable.
Visto desde una perspectiva metapsicológica, lo anterior puede 
ubicarse como uno de los procesos intrapsíquicos de la perelabo­
ración; conciencia e inconsciente entrelazados vienen a constituir 
en ella un escenario donde la conciencia, por definición orbital y 
sobredeterminada por el inconsciente, no se rinde en su curiosidad 
de saber acerca de ese reflejo sobre ella, según lo situamos en la 
metapsicología.
Para pensar la perelaboración tal como se deduce de los escri­
tos freudianos, es útil establecer su parentesco con el concepto de 
trabajo psíquico (el D u r c h a r b e i te n freudiano, w o r k in g - th r o u g h en 
inglés o, en español, e l tr a b a jo p s í q u ic o - a - t r a v é s - d e . . . ) en términos 
del proceso por el cual el aparato psíquico elabora los estímulos 
perturbadores, cualquiera sea su origen. Gracias a él, lo reprimido 
logra en ocasiones abrirse paso, camino a hacer conciencia. Pese 
a estar determinada por el inconsciente, esta puede no obstante 
“aprovechar”la ventaja relativa de ser testigo periférico, para adver­
tir precisamente aquello propio de la instancia que la determina.
Ocurre que en su condición orbital respecto del inconsciente, 
recibe noticias de él, así como nos llegan noticias del sol a quienes 
habitamos el planeta Tierra, que gira a distancia a su alrededor. 
Testigos de su presencia, nos beneficiamos, entre otras cosas, de su
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Salud eleM ental
energía, así como el pensamiento frente al enigma se beneficia de 
la intensidad sostenida en el tiempo que supone la perelaboración.
Freud se ocupa del tema en el contexto del tratamiento de la 
histeria y en las teorizaciones tempranas del “Proyecto...”. Afirma 
que una vez identificado el núcleo patógeno o sus proximidades 
aparecerá una resistencia en el paciente, y la situación perderá 
transparencia. El tratamiento se estanca y no basta con nombrar 
esa resistencia, sino que será necesario identificar el núcleo patóge­
no. Así, la perelaboración es el arduo y silencioso camino por el que 
se transfiere (transcurre) lo reprimido entre una y otra tópica del 
aparato psíquico. A esta modalidad del transferir se refirió Freud 
en un comienzo, antes de que el término fuera aplicado de manera 
prevalente, ahora en un registro intersubjetivo, a la resolución de 
la neurosis de transferencia, algo esencial en el proceso de la cura.
Freud destaca que el incremento de la resistencia marca un 
momento culminante, en el proceso mayor del t r a b a jo - a - t r a v é s - d e . 
Señala que “sólo en el apogeo de ese proceso se descubren, dentro 
del trabajo en común con el paciente, emociones pulsionales repri­
midas que lo alimentan y de cuya existencia y poder se convence 
en virtud de tales vivencias”.
Por mi parte, agrego que esto es así especialmente en ámbitos 
colectivos, atravesados por los procederes críticos, sin olvidar que 
la perelaboración es posibilidad inherente a todo sujeto, más allá 
del trabajo psicoanalítico. Tanto este como el accionar crítico pue­
den promoverla; uno y otro se suman en el campo de la numerosi­
dad social abordada psicoanalíticamente.
En cuanto a ese momento de apogeo, viene a quedar ilustrado 
por dos frases imaginarias. La primera proclama: “Aquí las cosas 
siempre fueron, son y serán así”. Corresponde al momento inicial 
de un suceder que viene a ser interrumpido por un distinto acon­
tecer, con efectos a futuro. Es entonces otra la frase que expresa el 
nuevo estado de conciencia: “Me doy cuenta de que siempre supe 
algo -más fugaz o más nítido- de lo que acabo de saber”. Quizás
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Fernando O. Ulloa
ese saber sólo admita un saber a qué atenerse o quizás, como ya 
lo veremos, habilite un intento de hacer gracias al cual se aprende.
Freud precisará que la perelaboración puede convertirse en una 
ardua tarea para el paciente y en una prueba de paciencia para el 
analista, pero destaca también que constituye un momento de be­
neficiosos efectos alteradores para ambos, efectos que distinguen 
al tratamiento psicoanalítico de cualquier otro influjo subjetivo.
Entiendo que en esos efectos alteradores de las estructuras sub­
jetivas, promovidos por la perelaboración, tanto impulsando la cura 
en el paciente como la capacitación teórica-metodológica en el clí­
nico, estriba la diferencia que el psicoanálisis tiene con cualquier 
otro quehacer psicoterapéutico alternativo. Desde esta perspectiva, 
la perelaboración corresponde a ese acontecer que hace al funcio­
namiento mismo del aparato psíquico, como un proceso en cierta 
forma independiente -nunca del todo— del importante accionar 
interpretativo en lo que respecta a las neurosis de transferencia.
No vengo empleando al azar el término a c o n te c e r , sino que lo 
encuentro preciso para hablar del psicoanálisis como un proce­
der crítico. Sabido es que todo proceder crítico debe ser eficaz, 
en primer término, sobre quien sostiene la crítica. Cabe también 
recordar que así como el vocablo su c e d e r connota lo que sucede a 
lo anterior, no como consecuencia, sino como secuencia de lo ya 
existente (algo propio del pensamiento deductivo surgido a partir 
de propuestas previas), el término a c o n te c e r no se juega a lo ya exis­
tente, sino a los efectos promovidos a futuro inmediato o mediato. 
Esta idea corresponde bastante ajustadamente a la producción de 
pensamiento crítico; y es que la clínica psicoanalítica es un proce­
der promotor de tal pensamiento.
El arduo y paciente esfuerzo freudiano, a partir de lo que fue su 
“propio análisis”, a u to a n á l is is , como él lo denominaba, pienso que 
erróneamente, en la medida en que este último término aproxima 
los redondeles autoeróticos, excluyentes de la necesaria alteridad, 
inaugurará ese acontecer, repetido (según la singularidad de cada 
uno) en los sucesivos analizantes-analistas posfreudianos.
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Salud eleM ental
Cuando digo p r o p io a n á l i s i s también incluyo el conducido por 
un analista (ventaja que no tuvo Freud, al menos orgánicamente, 
aunque la alteridad estuvo dada por distintos otros, y por eso lo de 
p r o p io a n á l i s i s ), y esto justifica emplear el término a n a l i z a n t e y no 
a n a l i z a d o para quien se incluye en un dispositivo transferencial 
con beneficio psicoanalítico.
El acontecer al que aludo -otro nombre de la perelaboración— 
supone un inconsciente, aún no sustantivado por el “lo” neutro que 
hace del inconsciente un adjetivo, efecto que Freud advirtió y estu­
dió, principalmente en el trabajo sobre sus propios sueños.
Las lecturas sofocleanas sobre Edipo deben de haberle servido 
como restos diurnos, ocupado como estaba en elaborar la muer­
te de su padre. Es así que en la interpretación de sueños propios 
y ajenos empezó a poner a punto el complejo edípico como una 
teorización psicoanalítica nuclear, a la par que organizó las bases 
metodológicas de un dispositivo clínico, perfeccionado a lo largo 
del siglo. Un dispositivo en el cual lo inconsciente fue produciendo 
análisis, como reflejo mesurado (toda teoría lo es) de la desmesu­
ra inconsciente. Una teoríaque a su vez habrá de volverse sobre 
aquello de lo cual es reflejo - “lo” inconsciente—, adviniendo así e l 
inconsciente freudiano y luego, con propio nombre, el de quienes 
emprendieron este personal apoderamiento necesario a la condi­
ción psicoanalítica.
En ese trabajo propio del análisis, Freud se valió de Sófocles 
y de otros trágicos que le aportaron “restos diurnos conceptuales” 
para adentrarse —por medio de la interpretación- en algunos de sus 
sueños. Así, el consejo freudiano acerca de la atención libremente 
flotante como intención propia de todo psicoanalista supone tam­
bién una modalidad de escucha, en cuanto a los planteos teóricos, 
según la cual, en el mejor de los casos, estos operan como “restos 
diurnos” que nos permiten e n s o ñ a r nuestra práctica.
El lector se preguntará: ¿y cómo opera un analista cuando 
está despojado funcionalmente de su instrumental interpretativo? 
Toda una cuestión que creo oportuno responder, aunque sea sólo
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Fernando O. Ulloa
en forma bosquejada. Será importante para ello ceñirse con rigor a 
lo que sitúo en términos de la s tr e s in te r p r e ta c io n e s , que poco tienen 
que ver con lo que entendemos tradicionalmente por interpreta­
ción psicoanalítica.
La p r i m e r a in te r p r e ta c ió n que deberá asumir en persona el 
analista -y con las tres ocurre lo mismo- implicará precisamente 
representar, sin duda a la manera teatral, a un analista en esa con­
dición a la que ya hice referencia, la de ser convocado sin demanda 
terapéutica formulada.
Doy al término d e m a n d a el sentido fuerte que tiene para al­
guien en busca de un análisis personal. Fue un duro aprendizaje 
que me impuso ya la Experiencia Rosario, cuando la situación nos 
interrogaba acerca de q u é le suced e y q u é ha ce u n a n a l i s ta cuando no 
está formulada de manera explícita tal demanda. En aquella oca­
sión, para colmo, éramos los analistas —Pichón Riviére mediante— 
quienes convocábamos.
Dije “a la manera teatral” porque aludir a ese ámbito es el modo 
más simple de indicar cómo se encarna un personaje, sobre la base 
del n o h a cer. Por ejemplo, sería un despropósito que al actor en 
trance de representar, digamos, a Otelo, se le ocurra saludar a un 
amigo que ha descubierto entre el público. Además, este n o h a c e r 
cobra en el analista connotaciones que remiten a la abstinencia 
atravesada por lo pertinente, a la cual ya me referí.
En función de ella y en ese interpretar de forma actoral a un 
analista, este pondrá cuidado en no predicar una teoría psicoanalí­
tica, cualquiera sea, bajo ninguna forma, salvo que esté en función 
de transmisor. En esto me ajusto a los buenos textos del oficio —ya 
lo señalé antes-, más ocupados en hablar a l inconsciente que d e l 
inconsciente. Así, ningún analista con experiencia buscará predi­
car el psicoanálisis como una buena nueva evangélica. Más aún, es 
probable que ni siquiera pretenda legitimar ahí su oficio. Tampoco 
habrá de asumir ningún rol complementario que lo saque de su 
función específica de analista; no intentará juzgar o convencer a su
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Salud elf.M ental
auditorio, tampoco aconsejar, pero no por eso será sujeto “neutra­
lizado”, sin opinión personal.
Es posible que lo anterior contradiga algo que suelo afirmar, 
y esto es que: cuando las normas del oficio clínico -para el caso 
las del psicoanálisis, pero vale para las de todo linaje clínico- no 
alcanzan para resolver una situación, es legítimo transgredir. Esto 
último también implica una cuestión ética, como es la de advertir 
cuándo atraviesa ahí una solución creativa y cuándo una arbitra­
riedad. La discriminación en juego allí no sólo depende del titular; 
será el colectivo sobre el que opera esa clínica quien juzgue acerca 
de la legitimidad de esa transgresión.
Otro comentario con relación a la abstinencia propone que 
ningún analista, por más habituado que esté a los ámbitos sociales 
-y esto vale también en las neurosis de transferencia- se presentará 
como experto acerca de lo que ahí ocurre, pues e s ta r p s ic o a n a l is ta 
supone un largo aprendizaje, sobre todo teniendo en cuenta que, 
en ámbitos colectivos, m u c h a s veces e l p s ic o a n á lis is sólo p a s a p o r e l 
a n a l i s ta m is m o .
Como ya lo señalé, sí deberá ser “experto” para procurar que 
quienes lo convocan o lo demandan —ámbito social o neurosis de 
transferencia, respectivamente, de por medio— sepan apoderarse de 
su propio saber.
Para hacer una mostración ejemplar del psicoanálisis, Freud se 
refirió en forma parcial a una frase del F a u s to de Goethe: “Aquello 
que de tus mayores has heredado, deberás apropiártelo”. Y la frase 
continuaba así: “Lo que no se usa es una pesada carga. Sólo el ins­
tante vale”. Incluyo la frase completa porque sin ese “lo que no se 
usa es una pesada carga”, el personaje Fausto -en trance de recibir 
la copiosa biblioteca de sus mayores— se vería obligado a aceptar el 
mandato de leer todos sus textos, en lugar de donarlos o valerse de 
algún otro recurso para desprenderse de esa pesada carga en la que 
vendrá a convertirse esa herencia, de no ser usada.
Un amigo escritor y filósofo, Santiago Kovadloff, me comen­
tó al respecto: “En mi biblioteca tengo libros que nunca leí ni
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Fernando O. Ulloa
habré de leer. Es una manera de encuadrar lo que sé con lo que 
ignoro”.
¿Pero qué ocurre con aquel sólo el instante vale? Creo que Faus­
to alude a lo que en psicoanálisis se presenta como la toma de 
conciencia, insight, en inglés.
La segunda interpretación que le corresponderá asumir al ana­
lista -convocado y sin demanda- resulta más fácil de situar recu­
rriendo a una analogía, según la cual es cuestión de interpretar 
la lectura de un texto, aquel del campo que constituye el objeto 
mismo de ese análisis; las letras de las que se ocupa esta lectura son 
las de las palabras pronunciadas por quienes habitan ese campo. 
También, pero sin palabras, las dicen sus actitudes que, como suele 
ocurrir con las imágenes —y las actitudes se ven— valen por muchas 
palabras. Claro que será necesario que ellas estén presentes, aun­
que más no sea en la mente del analista, quien no deberá olvidar 
que los sujetos titulares de ese saber -aunque callen- son quienes 
lo han convocado.
El analista en trance de interpretar tal lectura estará atento a 
lo que ese texto dice y contradice, configurando, por momentos, lo 
que designo en términos de relaciones insólitas, situándolas como 
una de las cinco condiciones de la eficacia chnica. Me limito aquí 
a nombrarlas: capacidad de predicción; actitud no normativa; po­
sibilidad de establecer relaciones insólitas en un discurso; defini­
ciones por lo positivo o por lo que es; coherencia entre teoría y 
práctica o entre ser y decir. Las cinco están desarrolladas en la No­
vela clínica psicoanalítica, en el apartado “Novela clínica neurótica 
de don Pascual”.
Además de ocuparse de lo que el texto dice y de aquello que 
contradice, esa lectura también prestará atención a lo que el texto 
no dice. Esto es algo de particular importancia cuando ese no decir 
cobra matices de lo secreto, muchas veces un secreto a voces; en 
otras ocasiones materializado en murmullos que circulan por los 
pasillos. Un analista -sobre todo aquel entrenado en el quehacer 
colectivo- pronto tendrá indicios de tal secreto; los encontrará en
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Salud eleM ental
las vacilaciones, los gestos, las miradas significativas y aun en las 
sonrisas.
Nada de esto podrá traducirse en un esbozo interpretativo, 
como tampoco en preguntas que violenten ese secreto. Pero llega­
do el momento, el analista habrá de promover todo lo que ha ido 
conjeturando, de manera tal que alguien -y la palabra que voy a 
emplear es pichoniana- d e n u n c ie ese secreto a voces.
En ese punto el analista podrá operar, sin olvidar que la natura­
leza del secreto determinará si continúa o no con su intervención, 
según la magnitud de lo develado. No lo hará en función de algún 
códigomoral, pero sí cuidando no constituirse en un encubridor 
del secreto.
No olvidemos que lo propio de un campo psicoanalítico supone 
establecer cómo fueron o son los hechos. Probablemente, aquello 
que se presenta como secreto —y digo “a voces" para diferenciarlo 
de lo reprimido y por eso mismo en silencio- constituya la causa 
por la cual el analista fue convocado.
Comencé diciendo que me parecía fácil exponer esta segunda 
interpretación, la de un analista interpretando un texto. Conven­
gamos que resultó lo contrario. En efecto, como acabo de sugerir, 
ese secreto a voces puede ser la causa -no siempre lo es- que justi­
fica la presencia de ese analista, a un tiempo convocado y privado 
de la información que algunos o muchos conocen. Sin duda esto 
reproduce aquella contradicción que presenté como las relaciones 
insólitas con la verdad.
Vayamos a la te rcera in te r p r e ta c ió n . Si el analista se ha mante­
nido en pertinente abstinencia, con su atención centrada en los 
emergentes, él mismo, como también aquellos objetos de ese aná­
lisis (y que esto suceda en simultaneidad es propicio) irán aproxi­
mándose a las palabras más eficaces para d e c ir acerca d e lo q u e a h í 
ocurre .
Lo dicho antes acerca de la imbricación entre inconsciente y 
psicoanálisis, operando uno sobre otro, permite pensar al psicoaná­
lisis como un oficio próximo a los que pueden considerarse oficios
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Fernando O. Ulloa
básicos de la palabra, formando parte legítima de la condición hu­
mana. Haré una breve referencia a ellos, apoyándome en algunas 
ideas que trabajé tiempo atrás, precisamente en torno al tiempo y 
el aparato psíquico: “Del tiempo, sus contratiempos teóricos y sus 
saltos conjeturales”.
El tiempo y el inconsciente siempre han promovido la curiosi­
dad y la especulación desarrollando inteligencia. De inicio produjo 
pensamiento místico, esa impaciencia de la inteligencia frente a la 
inquietud del misterio; también nutrió la poética como un limi­
tado reflejo de la desmesura y de lo invisible, entreviendo fugaces 
inspiraciones; esto vale para cualquier creación del arte; bastante 
más tarde impulsó la cavilación, abriendo las conjeturas filosóficas. 
Desde temprano el ingenio humano inventó herramientas para su 
trabajo; y al ponerlas en práctica fue haciendo observaciones que 
con los siglos avanzaron la racionalidad crítica y aproximaron así 
los procederes de las ciencias y la crítica epistémica. Lenta y aza­
rosamente, la humanidad procuró la organización política y eco­
nómica, en general divorciada de lo anterior, desmintiendo tantas 
veces la racionalidad y los progresos alcanzados.
El psicoanálisis puede ser ubicado entre la filosofía y la episte­
mología; en algunos casos -depende del estilo del psicoanalista- 
corrido a la filosofía o quizás a la poética, no tanto como quehacer, 
sino tomando de ella la penetrante eficacia interactiva de la subje­
tividad. En ocasiones, animándose por los caminos de la numero­
sidad social, aproxima el interés por la política y la economía para 
enfrentar el desafío que implican estas cuestiones estructurantes 
de lo social, con relación a la salud mental. Esto supone definir 
la salud mental no en términos psicopatológicos, sino en aquellos 
que reenvían a la cultura.
Respecto de los oficios, me importa mencionar brevemente lo 
que suelo llamar “la angustia hacedora de oficios”. Justifica esta 
mención el hecho de que todos estos quehaceres básicos, más an­
tiguos que el psicoanálisis, están ligados de forma estrecha a la 
perelaboración de la angustia por parte del aparato psíquico, algo
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Salud f.leM ental
no ajeno a ese trabajar-a-través-de, que ha ido perfeccionando 
la condición humana y organizando los quehaceres y su cultura, 
como una manera de vivir vocacionalmente, acorde al desarrollo 
de los complejos procesos de la identidad.
Bien puede decirse que en los comienzos de la vida, así como 
del aprendizaje de nuestros trabajos, somos lo que nos hicieron, en 
tanto profesamos a la manera de quienes nos iniciaron. Si logra­
mos no quedar atrapados en aquellas identificaciones-auxiliares, 
durante un largo tiempo tenderemos a ser a la manera de lo que 
hacemos. En definitiva, y afirmando vocación, es posible que lo­
gremos hacer lo que somos. Esto último es el desiderátum de un 
oficio, que conservando las leyes válidas en cuanto a ética y eficacia 
de toda profesión, va más allá de estas y sus estandarizaciones, al 
ser atravesada por el estilo y el posicionamiento ético del oficiante. 
Algo opuesto a lo acontecido con aquel rey de la película La locura 
de rey Jorge, quien durante años procuró ajustarse a su manera de 
ser, que contrariaba las expectativas tradicionales de sus súbditos. 
En trance de perder el trono por causa de ese obstinado propósito, 
mirando sus vestiduras y emblemas reales, reflexionó: “Debo ser 
aquello a lo que me parezco”, y se disfrazó de tal.
Hay una figura freudiana que encuentro oportuno incluir aquí, 
en tanto inicia este acontecer perelaborativo. Me refiero a la novela 
familiar neurótica (NFN), que además de suponer un período de 
intensa productividad lúdica ficcional, tiene efectos perdurables, 
entre ellos, la capacidad de conjetura y hasta el humor conjetural, 
una y otro herederos de la ficción no renegadora, algo de lo que 
enseguida habré de ocuparme.
Hay razones para hacer extensiva esta novelería a todo sujeto, 
sin restringirla al “neurótico” como propuso Freud, puesto que la 
estructura humana siempre incluye el conflicto de esa naturaleza.
De forma breve, diré que la NFN es un momento perelabora­
tivo, gracias al cual el niño enfrenta su derrota edípica, ensayando 
subjetividad a través del despliegue de la ficción. La así llamada 
derrota se acompaña, por lo demás, de un saber que se va impo­
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Fernando O. Ulloa
niendo al infante como inexorable; se trata de un saber como una 
cosa en sí, por supuesto sin ningún valor conceptual en ese mo­
mento. Entonces el niño advierte como irrecusable realidad que 
no es causa del deseo de sus mayores, básicamente sus padres, sino 
consecuencia -incluso amada consecuencia- de ese deseo. Un co­
nocimiento doloroso, para bien de su autonomía, en tanto supere 
el anhelo de ser el objeto de deseo prevalente de esos mayores. Si 
digo p a r a su b ie n es porque advertir, tal vez de manera difusa, que 
no es su exclusivo objeto de deseo, será un factor decisivo para pro­
piciar la inventiva de su imaginación infantil, tanto en los juegos 
solitarios como en aquellos que despliegue con otros “pequeños 
ciudadanos”, a quienes audazmente propone el clásico convite de 
“dale que vos sos... y que yo soy...”, armando la fiesta. Y así como 
irá cobrando forma la familiar novela, otros personajes imagina­
rios surgirán de manera progresiva en ese ensayo de subjetividad, 
inventando futuro.
Ese trabajo lúdico será también un trabajo psíquico, a través de 
circunstancias más propicias o más adversas, siempre y cuando esa 
adversidad no lo conduzca a jugarse cada día la vida, en la azaro­
sa perinola de los distintos significados del vocablo c o n je tu r a l que 
vengo desplegando.
Respecto de esos personajes construidos por el niño, Freud dice 
que recurre para hacerlo a los rasgos más apreciados, más queri­
dos de sus padres, a partir de los cuales va imaginarizando figuras 
bien distintas de ellos. Personalmente considero que esos rasgos 
privilegiados por el niño, y que serán la base de sus inventivas, con 
frecuencia son restos que aún titilan en el rostro y en los gestos 
de sus padres; signos latentes de lo que no fue, restos de proyec­
tos y aspiraciones fallidas, probablemente no ajenos a la propia y 
antigua novela neurótica de los mayores. El niño tomará la posta 
abandonada, a partir de su formidable captación del lenguaje, de 
la cultura de su época y, tal vez, como ya señalé, del antiguo deseo 
interrumpido en sus mayores, cuando aquel emite aún apagadas 
señas.
63
Salud eleM ental
En esta producción del niño podemosconsiderar dos tipos de 
ficción: por un lado, la que mantiene la nobleza del género, en 
tanto imaginariza más allá de lo real, sin ocultar recusatoriamente 
los hechos y las restricciones con que se encuentra. Esta actividad 
conlleva la inventiva necesaria para resignificar esos hechos, pro­
ducción que ya presenté como antecedente del humor conjetural, 
ese humor perelaborativo que quizá merezca, por eso mismo, la 
condensación de “per-humor que conjetura”.
El humor, como forma de la valentía, es un fluido penetrante 
de las rigideces de lo real. Pero en la NFN también puede darse 
una producción ficcional que recusa los límites castratorios pre­
sentados al niño por lo real. Entonces, lo ficticio de esa producción 
levantará velos fetichistas; el fetiche es un ídolo, perversamente 
adorado porque afirma que es lo que no es, y también lo contrario. 
Se trata de una mentira idealizada, una patología de la perelabo- 
ración relacionada con la perversión y que tiene también posibles 
efectos perdurables. Tiempo más, tiempo menos, la mentira se de­
rrumba, aunque a veces dura demasiado. Su derrumbe da paso al 
otro rostro engañoso, que ahora afirma que no está lo que sí está 
y, por consiguiente, no es posible intentar una salida. Frente a este 
pérfido rostro del fetiche, el humor dispuesto se empeña en lo con­
jetural, una de cuyas vertientes es despejar soluciones a futuro. Así, 
sólo la primera de las formas ficcionales, la no ficticia, se ajusta al 
estatuto de perelaboración en cuanto proceso resolutivo-curativo 
del sujeto.
Cuando aludo a la niñez y su condición de novelería, no sólo 
me refiero a un momento evolutivo de todo sujeto, sino además 
incluyo -con los riesgos que esto supone- a la humanidad en su 
niñez inicial. Una niñez cultural con modos explicativos primarios 
para dar cuenta, en clave de fábula, de un mundo visible pero enig­
mático en lo aparente, por entonces más “ancho y ajeno”. Sabido 
es que en la medida en que el conocimiento sobre ese “aparente” 
avanza, más ancho y ajeno aún se torna ese mundo, bajo el modo 
del socrático “sólo sé que no sé nada”. Pero también es cierto que
64
Fernando O. Ulloa
el cúmulo de conocimientos cada vez se irá acrecentando más rá­
pido, perfeccionando esos modos explicativos ordenables en una 
secuencia de estilos que con el tiempo serán la base de los oficios 
ya aludidos. Como ya dije, inician esta secuencia las explicaciones 
míticas que pueblan antropológicamente el firmamento; la épica 
inventando y narrando dioses, de hecho paganos, con relación a un 
modo de conocer la naturaleza, las estaciones, el clima, la experien­
cia campesina. Campesino y pagano son términos correlativos en 
cuanto al endiosamiento de las fuerzas naturales.
Frente a los excesos explicativos y racionales de los relatos 
míticos, se hicieron firmes los incrédulos, asumiendo riesgos por 
sostener un pensamiento racional, opuesto al viejo aforismo de la 
antigua Grecia pagana que afirmaba: “De los dioses, por las dudas, 
di que existen”. Estos incrédulos fueron llamados los sabios prefi­
losóficos. Tales de Mileto es el que más ha pasado a la historia por 
su famoso teorema. Ellos se mostraban interesados por los asuntos 
de la comunidad, y en esto ya eran políticos, y si no economistas, 
al menos buenos ecónomos administrando lo que ya podían con­
siderarse bienes públicos; hábiles artesanos, inventaban artificios y 
herramientas para perfeccionar y aliviar los trabajos cotidianos. La 
experiencia y el conocimiento de la física, que de ahí proviene, fúe 
importante en los comienzos de lo que luego sería el saber inicial 
filosófico. Pero sobre todo, eran firmes defensores del pensamien­
to racional. Faltaban siglos y siglos aún para que el ámbito de lo 
irracional encontrara su Freud, si bien este encuentro ya lo anun­
ciaban onirólogos, clarividentes (la tradición privilegia al dudoso 
Tiresias), dramaturgos animándose con la tragedia como lo hizo 
Sófocles, del que el psicoanálisis tomó y popularizó su Edipo.
Además de esa misma “niñez” de la cultura y su imaginería 
enlazando lo real, avanzaba lentamente la eficacia simbólica, miles 
de años después necesaria para el psicoanálisis, como ya lo había 
sido desde antiguo para la poética y toda la producción artística. 
Por supuesto, la eficacia simbólica, con estilo distinto, también es 
esencial en la ciencia.
65
Salud eleM ental
Es un hecho que lo real no garantiza la verdad, aunque sue­
le presentarse como lo verdadero, sin que alcance necesariamente 
a ser cierto. Para que tenga lugar el apoderamiento capaz de dar 
espesor de verdad a la subjetividad, será necesario enfrentar la opa­
cidad propia y constitutiva de lo real, apelando por momentos a 
ese juego perelaborativo, que partiendo de la imaginación infantil 
y su producción de novelería o de la adulta y sus conjeturas -cada 
una con su inventiva, cuando no se atascan en la ficción renega­
dora- pueden abrir la chance de resignificar aquella opacidad en 
una producción simbolizante de paradigmas, con algún sentido de 
perdurabilidad (sólo alguno). Los paradigmas y sus efectos no son 
perdurables; en su momento, esos efectos -sobre todo cuando re­
sultan críticos— no respetarán su origen y desnudarán la endeblez 
en que nacieron. Los paradigmas son necesariamente efímeros, y 
esto delata su linaje ficcional, discontinuidad necesaria al saber.
Lo anterior aparenta ser opuesto a la perdurabihdad propia de la 
perelaboración. Ocurre sin embargo que en la ciencia -de hecho en 
la ficción conjetural y principalmente en la cura psicoanah'tica—, lo 
que perdura no es el saber sino la actitud curiosa por acrecentar ese 
saber, una actitud por momentos deconstructora de saberes previos.
El psicoanálisis puede presentarse como una disciplina curiosa 
por muchas razones, pero básicamente por el lugar que ocupa en 
la capacitación de un analista la curiosidad sin culpa, tanto de sí 
mismo como del mundo. Digo “sin culpa” por el lugar que el cono­
cer sexual ocupa en el infantil sujeto, conocer del cual un analista 
habrá de nutrirse para advenir como tal. Cura y curiosidad están 
estrechamente articuladas, son funcionales entre sí; esta es otra de 
las causas por las cuales el avance de la cura supone una ardua y 
paciente tarea: la de sostener con curiosidad intensa aquello a lo 
que alude el prefijo p e r .
Ya que hablamos de tareas, recordemos que si bien desde Freud 
se sostiene el carácter sintomático de la conciencia, en tanto orbital 
reflejo del inconsciente —orbitalidad que el psicoanálisis pretende 
no negar, como tampoco sus consecuencias sintomáticas-, procura
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Fernando O. Ulloa
en todo caso obtener un beneficio de las ventajas comparativas 
que le acuerda a la conciencia ese estar al margen de la escena 
inconsciente. Un lugar ventajoso, semejante al noble margen del 
texto donde caben las anotaciones acerca de su contenido. Para 
el caso, el texto es el inconsciente y quien anota en sí misma es la 
conciencia; un anotar que irá acrecentándola de modo que, aún 
sintomática, tiene la posibilidad de advenir “conciencia tarea”.
No se puede negar que, desde la perspectiva psicoanalítica, la 
conciencia está determinada por el inconsciente, pero tampoco se 
puede negar que nada sabríamos acerca de él si no fuera a partir 
de la conciencia.
El proceso de la transferencia intertópica y lo propio de la pe- 
relaboración tienen como fin último la instancia consciente de lo 
que se ha dado en llamar el a p a r a to p s íq u ic o . Estamos en plena 
primera tópica, Conciencia-Preconsciente-Inconsciente, que per­
manece vigente a pesar de la formulación de la segunda: Ello-Yo- 
Superyó. Escribo los componentes de la primera tópica para no 
menoscabarlos frente a los de la segunda, pues trabajar en ámbitos 
donde la transferencia intertópica es de rigor no es psicoanálisis 
de segunda. La conciencia de la que hablo le es inherente, y creo 
que bien le cabe el nombre de c o n c ie n c ia - ta re a . Una conciencia 
que cuando es recapturadapor su determinante contribuye a 
transformar lo inconsciente en e l inconsciente. Es más, el campo 
metapsicológico, como reflejo de lo inconsciente, constituye en sí 
una conciencia calificada, tal vez paradigma de lo que propongo 
llamar conciencia-tarea, merced a la cual el panorama metapsi­
cológico nacido del proceso transferencial se irá acrecentando, ya 
sea por la práctica del oficio psicoanalítico o por la vía de lo que 
propongo como p r o p io a n á l i s i s , una condición irrenunciable para 
todo analista que se ha aproximado a ese logro, de forma abarcativa 
llamado f i n d e a n á lis is .
Esa conciencia-tarea implementando creatividad nos introdu­
ce a un último aspecto de la perelaboración. Un aforismo popular, 
refiriéndose a la creatividad, alude al hecho de que interviene en
67
Salud eleM ental
ella un mínimo porcentaje de inspiración y un máximo de trans­
piración; una manera de dar cuenta del trabajo de plasmar en obra 
lo que haya llegado a disparar la primera. De hecho, lo específico 
del proceso creativo reside en avanzar desde lo más sutil y fugaz de 
la inspiración hacia lo más denso, es decir, lo propio del artefacto 
(aquello hecho con arte); todo lo cual supone un verdadero trabajo 
a - t r a v é s - d e distintos estados de conciencia, verdaderas estaciones 
psíquicas con antigua tradición en la cultura. El filósofo-lógico 
Wittgenstein se ocupó cuestionadora e inteligentemente de esos 
estados de conciencia, entre los que distingue la intuición (recor­
demos que la inspiración-intuición es porcentualmente breve y 
luego comienza el esforzado trabajo de la meditación, la cavila­
ción, la reflexión y las distintas circunstancias del habla, es decir, 
del to q u is , para arribar por último a diferentes inscripciones que 
hacen obra). En efecto, la escritura supone un verdadero trabajo 
perelaborativo podador de los excesos del to q u is . Tal vez por ese 
camino de excesos y sobriedades se materialice una obra, que para 
ser de arte deberá capturar, transportar y transparentar la inicial y 
fugaz sutileza que la originó.
El artefacto, como momento denso del proceso creativo, trans- 
parenta lo que desde la sutil inspiración transporta (metáfora) 
aumentando así las chances, para quien contempla esas obras, de 
acceder —si su percepción lo merece— a lo entrevisto por el inspira­
do autor, que pudo atravesar fugazmente la opacidad de lo real. Sin 
duda, el término clave aquí es c o n te m p la r . No deja de ser curioso 
que el más remoto antecedente de la idea de teoría aluda a d e c ir 
acerca d e lo c o n te m p la d o e n la escena te a tr a l . En el proceso psicoa- 
nalítico clínico, la escena que se contempla es la que el paciente 
despliega, favorecido por el espacio que le crea la abstinencia del 
terapeuta, escena acerca de la cual también se puede decir respecto 
de lo que ahí acontece. Un decir como producción de pensamiento 
teórico, primer esbozo de conceptualización de la práctica, esto es, 
un decir conceptualizador acerca del otro, distinto del decir sobre 
sí mismo, esta última idea también cara a Wittgenstein. A par­
68
Fernando O. Ulloa
tir de ahí, y ya por fuera de la escena clínica, el analista y -acaso 
también- el analizante tal vez inicien la transpirante tarea de la 
escritura como un momento privilegiado de la clínica; una escritu­
ra que de nuevo evoca el comentario de Bradbury acerca de cómo 
usar el escalpelo, intensificando un texto sin matarlo (aludiendo a 
la escritura y sus acotamientos).
¿Cuál es el motor de ese segundo y arduo momento de la 
teorización? Al menos en la escritura teórica psicoanalítica, lo 
impulsa aquello que puede considerarse como básico en la hechura 
de todo psicoanalista: la p r o p ia g r a v e d a d personal. Una gravedad 
cuya etimología, lo vimos en el preescrito, se desglosa en g r a v i t a ­
c ió n , g r a v i d e z , g r a v a m e n -y también a g r a v io - - , el de advertir, ahora 
con sentido patológico, la propia gravedad. Todos términos que en 
su parentesco etimológico reenvían a algo situable más allá de la 
noción de enfermedad, aunque la incluyen. Tal vez lo esencial de 
la idea resida en que esa “gravedad particular” del analista se hace 
productiva frente a la alteridad de lo contemplado en lo real de 
su paciente. Por esto la gravedad, en todo su abanico etimológico, 
integra en sus fundamentos la baquía del sujeto frente a lo real. Un 
analista es un baquiano en estas cosas. Como tal, no retrocederá 
ante las dolorosas tomas de conciencia, aun cuando impliquen el 
riesgo de agraviar la propia estima. Por esa vía habrá de adquirir 
la gravitación para sostener la transferencia, lo cual supone pagar 
los gravámenes correspondientes a esta postura, con el rédito de la 
gravidez que fecunda su propia persona.
Para aclarar lo anterior haré un breve comentario acerca de lo 
que suelo denominar, de un modo no muy original, “la irreducible 
discontinuidad” dada entre un sujeto y otro. Una discontinuidad 
no necesariamente irreconciliable, pero que pese a los puentes 
simbólicos comunicacionales que aproximan el entendimiento, 
se mantendrá como tal; ya instalada con el hijo y aun mediando 
la donación simbólica de la madre, base del lenguaje entre esta y 
su niño. Esta discontinuidad habrá de unlversalizarse como senti­
miento de soledad humana, ya que no sólo es cuestión de una dis-
69
Salud eleM ental
continuidad intersubjetiva, sino que además integra toda estructu­
ra psíquica como tal. A partir de ella y del sentimiento que genere, 
surgirán preguntas -nunca con respuestas satisfactorias- acerca de 
quién soy, de dónde vengo, cuál es mi destino. Es decir, acerca de 
la vida y de la muerte, manera de aludir a las puertas de acceso, 
siempre opacas, de lo real. Todo esto importa aquí porque en esa 
irreductibilidad se funda la perelaboración, trabajo esencialmente 
intrapsíquico que, dando espesor a la subjetividad, puede hacer de 
alguien un sujeto con capacidad de estar solo sin ser un solitario.
A los veinte años de la muerte de Pichón Riviére, escribí un 
texto que titulé: “Pichón Riviére: ¿es la propia gravedad la hechura 
de un psicoanalista?”. De ese texto extraeré, aunque no literalmen­
te, pasajes que ejemplifiquen algunas ideas. En primer término, 
relato un episodio de la vida de Pichón Riviére, significativo en 
mi propia formación psicoanalítica, en lo que hace a la idea de 
contemplación como momento perelaborativo.
En ocasión de separarse de su primera mujer, fue a vivir a una 
casa que tenía un patio cubierto muy soleado. Para nosotros re­
sultó sorpresivo e incómodo, quizá con algo de siniestro, ver la 
amplia biblioteca que había circundado las paredes de su consul­
torio abandonado, transformada en una montaña de libros con sus 
laderas de desparramos. Un verdadero librerío para nada l ib r a r y , 
sino más exactamente un caos aproximando el sentimiento de lo 
real irrecuperable, donde parecía zozobrar tanta letra simbólica.
Ahí permanecía la montaña de libros sin que pareciera pre­
ocuparlo demasiado y sin ánimo de ser Mahoma en camino hacia 
ella. Un día, durante un grupo de estudio, se dirigió al desorden, 
tomó al acaso uno o dos, tal vez tres, libros y los hojeó rápidamen­
te. No era un libro especial el que buscaba, sino algo que nutriera 
la posibilidad de un enfoque distinto, quizá rompiendo un bache 
de aburrimiento momentáneo en la producción. Finalmente, optó 
por uno del que leyó algunos pasajes, supongo que reconociendo 
antiguas lecturas. El acto fragmentario y sorpresivo de extraer un 
libro buscado al azar, pero elegido a sabiendas, resignificó el estan­
70
Fernando O. UUoa
camiento aburrido y también el librerío, ahora con miras a que la 
montaña arribara, poco tiempo después, a la biblioteca rearmada.
No puedo asegurarlo, pero en mi recuerdo aquel libro contenía 
un poema de Keats. En todo caso, fue por esos días que Pichón 
Riviére me introdujo en la lectura de ese poeta. Se trata del poema 
titulado “Depuntillas estaba”, cuyo verso 23 condensa “Contemplé 
un instante”. Ese poema sitúa, en palabras de Cortázar, “la pleni­
tud de la primera noche en que William Shakespeare acabó L a 
T e m p e s ta d , [...] la noche en que Rilke sintió el tiempo cósmico 
rugir sobre su cabeza”. Para mí, ese es el momento en que el poeta 
entrevé, en su contemplación, la desmesura de lo real; la tentación 
de capturar algo de lo contemplado lo impulsa a un pensar repen­
tino, modo inicial de adueñarse que produce una metáfora poética 
como forma perelaborativa del pensamiento.
En el intento de capturar el tiempo cósmico que huye ante 
sus ojos, lo entrevisto desaparece no bien alcanza a dibujar aquel 
denso esbozo: “Contemplé un instante”. La ambigüedad poética 
de Keats fluctúa aquí entre la contemplación de un fragmento del 
tiempo real, ese instante, y la duración del instante. Una manza­
na metafórica que arrancada al árbol del saber conlleva la expul­
sión del paraíso entrevisto, no bien se insinúa cierto conocimiento 
acerca de él. Comienza entonces el bíblico “Ganarás el pan con el 
sudor de tu frente”. Es el precio que el hombre paga en su empeño 
por saber, un impuesto ya contabilizado en el mito del paraíso.
La formulación freudiana que alude a la transferencia en térmi­
nos de un r e p e t ir p a r a n o re c o rd a r puede alinearse en esta perspecti­
va mítica. Toda la desmesura que gravita en la historia memoriosa 
e inmemorial, así como en la cotidianeidad del sujeto, está reflejada 
en esa sentencia mesurada de Freud. R e p e t i r p a r a n o re c o rd a r alude, 
en su brevedad, a aquello que no tiene medida: el inconsciente. No 
cabe duda de que el proceso transferencial situado por Freud en su 
fórmula aforística es una modalidad de perelaboración articulada 
a ese “para volver a olvidar” aquello que, una vez sabido, siempre
71
Salud eleM ental
se supo, y que he presentado como la esencia metapsicológica de 
la perelaboración.
Fragmentar ese repetir que no recuerda es la esencia del proceso 
perelaborativo. A esto se refiere Freud cuando señala que “sólo en 
el apogeo de ese proceso (perelaborativo), se evidencian pulsiones 
reprimidas que obstaculizan, a la par que alimentan, ese a t r a v é s 
d e ; pulsiones cuya existencia y poder se traducen en convincentes 
vivencias”. Es en este proceso perelaborativo, del que sólo doy aquí 
algunas pinceladas, donde comienza a perfilarse el per-humor que 
conjetura, fundamento de una valiosa producción cultural o una 
disposición adquirida autobiográficamente -ya habré de referir­
me a ella-, con valor de herramienta clínica, personal y doméstica; 
esto último, en el sentido de un d o m u s o domicilio conceptual y 
metodológico, tampoco ajeno a la propia ideología, habilita cierta 
condición de local, aun en la intemperie, en quien se propone e s ta r 
p s ic o a n a l is ta visitante, munido del necesario talante o humor para 
habérselas con propias y ajenas resistencias.
Cuando sitúo la transferencia como una forma de la perela­
boración, no sólo aludo al concepto tal como lo plantea en un 
primer momento Freud, desde el punto de vista de la estructura 
intrapsíquica, sino que me importa, además, poner de relieve ese 
“repetir para no recordar” en tanto fenómeno propio del sujeto. De 
él se vale el psicoanálisis para organizar las neurosis de transferen­
cia como resultado y eje del dispositivo clínico que hace posible 
la eficacia de la interpretación. Pero el fenómeno existía antes y 
por fuera de ese dispositivo; fue el talento de Freud (como que­
da expuesto, por ejemplo, en C o n se jo s a l m é d ic o ) que supo utilizar 
metodológicamente.
La presentación freudiana de la transferencia no es la única 
fórmula del psicoanálisis que ha hecho fortuna; cabe consignar en­
tre ellas una más moderna, como es la d ire c c ió n d e la cu ra \ sin llegar 
a constituirse en aforismos, unas y otras responden a su dinámica.
Un aforismo como producción perelaborativa, sin duda grata a 
la propuesta de Bradbury, condensa en una frase elegante y cargada
72
Fernando O. Ulloa
de sentido el reflejo de la desmesura entrevisto en el instante de 
contemplación. Transcurrida esa fugacidad, sólo queda la nostalgia 
de lo que ya no es, junto a esa pequeña joya del pensamiento arran­
cada a la opacidad. A partir de ese resto, arduamente irá el poeta 
densificando lo sutil hasta la condensación en obra; de la misma 
forma el analizante avanzará en su cura. Si poeta y analizante hu­
biesen sostenido la contemplación, tal vez habrían aproximado 
algo inherente a la mística; pero al no renunciar a lo propiamente 
humano -el pensamiento- se establece aquello dicho por Sócrates 
también en términos aforísticos: “Sólo sé que no sé nada”. Una 
sentencia no necesariamente humilde que refleja lo esquivo de lo 
real. Esta es la epopeya perelaborativa, propia de la condición hu­
mana, donde el saber es un horizonte que siempre se aleja. Una 
persecución imposible pero no siempre vana.
La Experiencia Rosario como prólogo
Vuelvo a la idea de NS, nombre que reservo -al menos en mis 
conceptualizaciones, y en esto insisto- para todo recorte sociocul- 
tural, abordado desde el psicoanálisis. La existencia de tal nume­
rosidad, que en su eficacia altera la de aquel dueto donde se origi­
nara, fue el precario fundamento para que en mis comienzos (me 
remito a la Experiencia Rosario), diese por sentada la intención 
psicoanalítica de mi práctica clínica en campos plurales. Más tarde, 
me resultó importante buscar razones de mayor consistencia para 
validar en ese contexto la naturaleza psicoanalítica de mi clínica.
Por entonces, ya había corrido más de un siglo desde ese ver­
dadero “acontecer freudiano”, me refiero a lo que el vienés llamó su 
autoanálisis y del que resultó el Ubro L a in te r p r e ta c ió n d e los su e ñ o s , 
piedra angular de la literatura y del saber psicoanalíticos. Como 
ya lo adelanté, abordó ese proceso auxfliado por Sófocles, quien 
en cierta forma le había prestado -dicho esto en tono metafórico, 
pero no tanto- los restos diurnos de su Edipo, gracias a los cuales 
Freud pudo elaborar aquel primer ladrillo de su M e ta p s ic o lo g ía : e l 
C o m p le jo d e E d ip o y, por supuesto, otros. En la medida en que un
73
Salud eleM ental
edificio teórico no se hace a partir de un único ladrillo, si bien 
estamos tentados de hablar del in c o n s c ie n te f r e u d i a n o , esto sólo 
tiene valor inaugural, como homenaje a Freud. El inconsciente 
es una larga historia, que hace difícil pensar en un inconsciente 
personalizado.
Luego de esos primeros logros surgió, avanzada su experiencia 
de analista, la primera y más genuina de las instituciones psicoa- 
nalíticas. Me estoy refiriendo a la n e u ro s is d e tr a n s fe r e n c ia (NT), 
puesta a punto por Freud; institución clínica psicoanalítica por 
excelencia, sostenida en sus dos clásicos pilares, la intención -pro­
puesta al paciente— de a so c ia r l ib r e m e n te , dejando a cargo del ana­
lista la escucha con a te n c ió n l ib r e m e n te f l o t a n t e . Dos libertades para 
la captura transferencial. De estas paradojas -como la de conjugar 
libertad y captura- se nutre la práctica psicoanalítica cuando son 
formuladas oportunamente.
Quizá, sin mucho pensarlo -aunque es el meollo del proble­
ma-, consideré en aquellos comienzos que, de mantenerse el nexo, 
aun en silencio, con esta institución original (me refiero a la NT), 
quedaba fundada mi in te n c ió n de acordar una condición psicoana­
lítica a mis exploraciones clínicas en ámbitos colectivos.
Como lo remarqué en el preescrito/prólogo (P/P), privilegio 
ese carácter de in te n c ió n dado el valor que este término tiene en 
psicoanálisis, no sólo por los argumentos que en esa introducción 
adelanté, sino también porque Freud sumó a la imposibilidad de 
gobernar y educar también la de psicoanalizar. Pero la intención 
de hacerlo -y esto cuenta también para todos los imposiblesfreu- 
dianos- promueve la diferencia necesaria para que, de forma im­
perfecta, haya gobierno, educación y análisis. ¿Acaso es posible un 
amor perfecto? No lo es, pero quién niega que constituya uno de 
los ejes de la cultura civilizada de la humanidad, además de pesar 
en la vida de todo sujeto.
La validación psicoanalítica de estas experiencias plurales pa­
reció reafirmarse cuando presenté en la Asociación Psicoanalítica 
Argentina (APA) -filial de la Asociación Internacional de Psicoa­
74
Femando O. Ulloa
nálisis (IPA)- un ensayo para optar a la categoría de Miembro 
Titular, que llamé P sic o lo g ía d e la s in s t i tu c io n e s . U n a a p r o x im a c ió n 
p s ic o a n a l í t ic a . La APA -de la que durante un tiempo continué 
siendo miembro— reconoció validez psicoanalítica a esas explora­
ciones en la NS. No fue un argumento consistente, pero me animó 
por entonces a persistir en mis intentos.
La Experiencia Rosario, que cumplió medio siglo en 2008, 
también me dio empuje. Participé directamente en ella, curioso 
por saber acerca de las chances de operar la clínica psicoanalítica 
en situaciones colectivas y el lugar asignable a esa intervención. 
Luego de esas jornadas -verdadero prólogo en cuanto a la presen­
cia del psicoanálisis clínico en situaciones plurales, que le confieren 
un cierto rasgo a la disciplina en nuestra región—, integré el equipo 
a cargo de reconceptualizar y discutir esta Experiencia con los co­
legas y observadores participantes. Mi ponencia se tituló R e la c io n e s 
y l ím i te s d e u n a p r á c t ic a p s ic o a n a l í t ic a con o b je t iv o s te ra p é u tic o s , con 
la s té c n ica s o p e r a t iv a s . Un texto “precomputadora” definitivamente 
extraviado, en el cual, en términos generales, recuerdo haber sos­
tenido que en el psicoanálisis se intenta una lectura, donde se le 
acuerda al presente un primer valor como reflejo del pasado, sobre 
todo el infantil. En las técnicas operativas, en cambio, todo acon­
tecer del presente intenta ser un ensayo de lo que luego se repicará 
afuera y a futuro.
Ese no fue el único eje de mis conceptualizaciones, pero re­
cuerdo que durante bastante tiempo esa ponencia fue un punto 
de discusión con Pichón Riviére, por cierto, una discusión en la 
que no faltaba el humor y era posible que cada uno sostuviera 
lo contrario de lo que había sostenido en la discusión anterior. 
Algo que terminó siendo todo un clásico de humor en clave entre 
nosotros.
Durante años tuve en menos aquel texto con el que opté a ti­
tular de la APA, pues pese al subtítulo, U n a a p r o x im a c ió n p s ic o a ­
n a l í t ic a , lo pensaba de corte psicológico o, a lo sumo, un intento 
exploratorio de la aplicación del psicoanálisis en situaciones colec-
75
Salud eleM ental
tivas. Aún no se había consolidado la conceptualización de la NS, 
aunque estaba esbozada.
Luego advertí que fue necesario y el primer paso para una lec­
tura semiológica -con su escritura correspondiente- de esos ám­
bitos colectivos; escritura sostén de una clínica afín al psicoanálisis 
que permitiera abordar la NS, algo que venía llevando adelante 
con hospitales, colegios, algunas cátedras universitarias e incluso 
centros de estudiantes de distintas facultades, no sólo de la UBA.
En esta actividad priorizaba las instituciones del campo público; 
con los años volqué mi interés a las que trabajaban con poblaciones 
marginadas, en general, con equipos asistenciales o docentes, que 
enfrentan las adversidades propias de la marginalidad, tanto las de 
la pobreza como las manicomiales. Esta preferencia por ocuparme 
de ambas marginalidades ocurrió luego de mi posgrado, que bien 
merece ese nombre, en tanto file mi primer banco de prueba en 
esas actividades colectivas. Más adelante volveré sobre e s t e p o s g r a ­
d o al que me refiero y que entiendo cobró ese valor, no sólo para mí 
sino además para quienes aún no se habían graduado. Incluso me 
atrevería a decir que también lo era para alumnos de otros años, así 
como para algunos familiares del alumnado que concurrían a estas 
asambleas. Este interés -más allá de los alumnos de la cátedra a mi 
cargo- les confería un carácter público a esas Asambleas Clínicas.
También fue un importante avance advertir la diferencia entre 
trabajar e n el hospital o hacerlo específicamente con el hospital. De 
esta especificidad se desprende el peso que fueron cobrando, a me­
dida que se desplegó mi trabajo con ellos, los que denomino b a n co s 
d e p r u e b a , diferenciación que me posibilitó pensar y luego ensayar 
una clínica para el abordaje de los espacios socioculturales, clínica 
que fluctúa entre la que se reconoce como de linaje médico y otra 
propia del linaje psicoanalítico.
Ocurre que un analista dispuesto a trabajar como tal en estos 
ámbitos, haciendo conciencia para sí y para quienes asesora, nece­
sariamente tendrá que incluir a la conciencia -junto con la instan­
cia inconsciente- como parte básica de su trabajo; esa conciencia
76
Fernando O. Ulloa
que es producto de la importancia que allí cobra la transferencia 
intertópica a la que ya aludí.
Será de utilidad extenderme en estos linajes, porque en ellos 
se inscriben las distintas especialidades clínicas que integran los 
equipos asistenciales, en contacto directo con los pacientes. Estos 
equipos debaten sus prácticas en común, buscando producir una 
capacitación interdisciplinaria, pilar básico de una buena y soste­
nida Salud Mental, como producción cultural, para nada ajena a 
esa capacitación (tema por desarrollar con la amplitud que merece 
en el próximo capítulo, luego de describir el escenario de la NS).
En el caso de las Residencias Integradas, conviven médicos ge- 
neralistas, trabajadores sociales, psicólogos con funciones psicote- 
rapéuticas y, por supuesto, los profesionales de enfermería: esto es 
importante, ya que son los que sostienen todas las innovaciones.
Las especialidades que allí se capacitan (con intención, no 
siempre lograda, de encararlas desde una perspectiva interdisci­
plinaria) producen un novedoso tipo de especialistas: los d e la p o ­
b r e z a . Es esta una especialidad verdadera y en extremo necesaria. 
La cultura impiadosa, de la que habla John Berger, es argumento 
suficiente para admitir como posible que cada vez resulten más 
requeridos en la especialidad; idea que además va en línea directa a 
lo planteado por Loic Wacquant, cuando dice que “cada día habrá 
más pobres”, todo lo cual justifica la presencia de estos dos autores.
Los organismos a cargo de la salud, en general, desaprovechan 
esa condición de expertos para atender la pobreza actual (sin des­
contar la futura) y no recontratan a estos verdaderos especialistas 
una vez finalizada su capacitación en ámbitos que rozan o conviven 
en plena marginalidad, con amenazantes horizontes de indigencia.
Los linajes clínicos
Con respecto a lo anunciado en relación con los distintos li­
najes clínicos: la clínica médica privilegia su condición holística 
-vale por totalizadora-, en el sentido que aporta una mirada pa­
norámica. Además, es clínica de cuidados, consejos y prescripcio-
77
Salud eleM ental
nes farmacológicas. A diferencia de ella, la de linaje psicoanalítico 
es clínica del fragmento, pues fragmentarias son las producciones 
del inconsciente. No es literalmente una clínica de cuidados, aun 
cuando los procesos transferenciales los demandan, en su calidad 
de atentos y pertinentes. La pertinencia es una forma sofisticada 
de la abstinencia, que gira en torno a lo que se debe y lo que no se 
debe hacer, sea desde una perspectiva ética o metodológica. Final­
mente, la clínica de corte psicoanalítico —como lo señalé en el ca­
pítulo introductorio- procura leer no sólo el p o r q u é d ia g n ó s tic o de 
determinados comportamientos sintomáticos, sino además el p a r a 
q u é p r o s p e c t iv o del síntoma. Una vertiente según la cual la salida 
que se debe encontrar para un conflictopsíquico está sugerida por 
ese p a r a q u é p r o s p e c t iv o , que al menos debe ser tenido en cuenta en 
la búsqueda de una solución.
Creo haber señalado la importancia que cobra este p a r a q u é 
p r o s p e c t iv o en el tratamiento por parte de un psicoanalista cuando 
enfrenta una psicosis. Es una posibilidad de recrear -en el vínculo 
terapéutico- un momento no psicótico. Aunque hablé de “psicoa­
nalistas”, esto vale para todo aquel que tenga a su cargo el cuidado 
de un psicótico, en especial en su entorno de familia; si está inter­
nado, ese entorno está representado, sobre todo, por enfermería. 
En efecto, estar atento en la escucha es estar íntimamente atento 
a uno mismo, a ese legendario “lo que nos sucede”, que traduje 
como un acontecer por sus efectos a futuro, cuando era recién un 
estudiante de medicina, futuro del que, podría decir, estoy hablan­
do hoy.
Lo que he señalado acerca de los linajes clínicos permite pensar 
en la construcción de una clínica apropiada para estos campos. 
Remito al lector al capítulo donde bosquejo lo específico de una 
Clínica de la Salud Mental, a partir del s ín d r o m e d e p a d e c im ie n to .
En el quehacer capacitante -y reitero el concepto por su im­
portancia- de cualquier equipo, me resulta fundamental estar 
atento a la producción de Salud Mental, entendida como un re­
sultado de la transferencia intertópica, donde el inconsciente va
78
Fernando O. Ulloa
adviniendo conciencia. Esta actitud para nada me aleja de mi con­
dición de psicoanalista atento a lo propio de la sobredetermina­
ción inconsciente. Nunca trabajo haciendo pasar el psicoanálisis de 
contrabando, aunque no “interpreto” de manera explícita el sentido 
que este término tiene en el psicoanálisis, en sus distintas formas... 
Pensándolo mejor, sí que apelo a algunas de ellas, por ejemplo, 
una pregunta, una actitud remarcando lo escuchado, un silencio 
con intención significativa y otras sutilezas que cobran forma de 
interpretaciones no formuladas.
Destaco lo anterior porque es desde ese advenimiento de con­
ciencia acrecentando conocimiento que se deciden medidas tera­
péuticas -mejor de carácter interdisciplinario-, pero también las 
que atañen a las políticas inherentes a cada institución.
Remarco que un analista está en condiciones de aportar sus co­
nocimientos específicos, aun cuando no ponga explícitamente en 
juego su instrumental interpretativo (digo e x p l íc i ta m e n te porque 
en su registro propio estos instrumentos estarán al servicio de su 
comprensión del campo). No por eso trabajará como psicoanalista 
“clandestino”; si está atento a las producciones del inconsciente, 
algo ineludible aunque en su trabajo manifiesto no aparezca como 
eje. Pero lo que no debe excluir de ese advenimiento capacitante de 
la conciencia, inherente a la transferencia intertópica, es promover 
la herramienta pertinente. Me refiero al debate crítico asistido por 
procederes críticos. Los dos principales procederes -la resonancia 
íntima y la elección de un analizador- han sido presentados en el 
P/P. Todo lo anterior es propio del psicoanálisis operando en estos 
campos colectivos que, como también dije, en general lo son en la 
marginalidad.
Asimismo, señalamos ya que en la clínica, en cualquiera de los 
linajes que consideremos, los d ia g n ó s tic o s se le e n , pero los p r o n ó s tic o s 
se c o n s tr u y e n .
Lo que voy a narrar a continuación probablemente resulte 
algo descolgado de las últimas consideraciones propuestas, pero 
me resisto a suprimirlo porque ilustra el p a r a q u é prospectivo que
79
Salud eleM ental
permite construir pronósticos, aun en situaciones límites, tan fre­
cuentes en la marginalidad, donde la muerte ronda. Estos últimos 
comentarios son, tal vez, hechos en nombre de la esperanza. ¿Para 
quiénes?... Para los que no renunciamos, como analistas, a poner 
enjuego nuestro oficio, ni siquiera en condiciones adversas... y la 
muerte, como horizonte expectante por próximo, ¡vaya si represen­
ta una adversidad! No sólo una adversidad inmediata, sino además 
esa negada muerte a futuro -real ineludible para todo sujeto—, cuyo 
abordaje resulta tarea legítima en un análisis, sobre todo próximo 
a sus finales, cuando ya está cercana la despedida transferencial. 
Tanto es así que a esta altura de mi vida me he encontrado con 
frecuencia comentando que tengo que escribir este libro —y otro 
que espera turno- en tiempo. . . y a tiempo.
Decía Freud que el inconsciente no tiene registro de esa nada 
que es la muerte. En efecto, la muerte es conocida sólo desde el 
entorno social; bien lo decía Sartre cuando afirmaba (no recuerdo 
si exactamente con estas palabras) que se muere el otro. Pienso que 
ese conocimiento -según lo señala Castoriadis, y acuerdo con él- 
abre las posibilidades de autonomía y consiguiente libertad. Cabe 
aclarar que le debo al psicoanalista Narciso Notrica esta reflexión; 
la leí hace poco en un artículo periodístico, en un comentario acer­
ca de Castoriadis.
Regreso al p a r a q u é p r o s p e c tiv o . Como ya comenté en el P/P y 
en este mismo apartado algunas líneas atrás, últimamente estoy 
valiéndome de él, sobre todo ante los síntomas de los psicóticos, en 
especial asesorando instituciones psiquiátricas.
Con los psicóticos -y también con pacientes altamente pertur­
bados- ocurre algo que debe destacarse. En ocasiones, el operador 
clínico logra entrever, de manera ardua, el para qué en cuestión. La 
experiencia propia y ajena me indica que esta lectura del operador 
sólo resulta legitimada cuando algún indicio -incluso expresado 
de forma empática por el paciente- valida la pista que de tal p a r a 
q u é conjetura el operador. Si ocurre lo señalado, es porque el pa­
ciente -aun psicótico o altamente perturbado- transmite la expec­
80
Fernando O. Ulloa
tativa de un cierto alivio a su sufrimiento. Se recrea entonces, en 
el vínculo, un momento propicio para trabajar con ese paciente. Si 
quien conduce ese trabajo es un psicoanalista, tal vez pueda operar 
su idoneidad psicoanalítica en ese momento. Sin embargo, insisto, 
es una chance para cualquier operador, de modo que también pue­
de darse en la relación del paciente con un enfermero o enfermera. 
Se genera allí una de las pocas oportunidades de desplegar con 
eficacia la incumbencia que le corresponde al operador clínico.
Después de las digresiones clínicas anteriores, retomo lo de­
sarrollado acerca de la NS, que no por tal pierde la condición de 
psicoanalítica.
A esa altura de mis exploraciones en el campo sociocultural, ya 
había publicado un trabajo que llamé L a in s t i tu c ió n p s ic o a n a lí t ic a : 
u n a u to p ía , producto de ciertas intervenciones en la NS, y propia 
de algunas instituciones psicoanalíticas.
A partir de ese trabajo pude proponer que e l p s ic o a n á lis is d e 
la N S c o m ie n z a p o r casa. Para ser más explícito: por los procesos 
transferenciales, tanto los propios de la NT -insisto en que es la 
más genuina de las instituciones psicoanalíticas- como los dados 
en la NS, donde reina con reconocimiento -también genuino- la 
transferencia intertópica.
En cuanto a las instituciones psicoanalíticas (una forma sofisti­
cada de NS), dicho no en forma literal, sino en términos analógicos, 
advierto tres tendencias. Según cuál prevalezca, suelen ajustarse a 
tres modelos -de ahí la condición analógica-, que corresponden a 
la institucionalidad Iglesia, Escuela o Virtual. En el primer caso, 
el eje lo constituyen los miembros con funciones didácticas, con el 
riesgo de instaurar una suerte de clerecía o al menos cierto espíritu 
corporativista. Riesgo no necesariamente inevitable.
Voy a valerme, esta vez sin irme del tema, de un relato que me 
toca de manera personal, porque fui uno de sus protagonistas. Fue 
cuestionando, a comienzos de la década del setenta, la condición 
de didactas (categoría de algunos de quienes tomábamos la ini­
ciativa) que nos fuimos de la APA/IPA.Lo hicimos separados en
81
Salud eleM ental
dos agrupaciones, Documento y Plataforma; no pudimos evitar, en 
el acto mismo de la renuncia, un cisma dentro del cisma. Con los 
años comprobé la frecuencia casi folclórica de esa situación como 
algo no exclusivo de las instituciones psicoanalíticas. Se expresa 
habitualmente en un enfrentamiento entre ellos y n o so tro s o entre 
n o so tro s y e llos. El n o so tro s corresponde a quienes se quedan, tal vez 
en funciones de conducción; por supuesto, el ellos alude a quienes 
se van, enfrentados a la conducción del n o so tro s .
En general estas rupturas invocan razones válidas, pero sa­
bemos cuántas veces juegan en ellas los narcisismos personales. 
Así se rompen muchos frentes que al inicio parecían compartir o 
realmente compartían una causa común, mientras el debate crítico 
prevalecía en la toma de decisiones.
La experiencia me enseña que no hay debate que produzca 
pensamiento crítico si no se cuenta con procederes que lo promue­
van, y estos suelen brillar por su ausencia en los cismas dando lugar 
a que las disidencias restablezcan la más rotunda intimidación, la 
causa principal y más común del cisma. Si este se produce, suele 
ocurrir que en el ellos se integren varios del n o so tro s , y viceversa. 
Cuando ni unos ni otros revisten el carácter de infiltrados sino el 
de integrantes que representan otras voces, se facilita una nueva 
posible integración. No es lo que suele ocurrir, lo cual dificulta las 
chances de poner explícitamente en juego las disidencias surgidas 
en alguno de los grupos, pues los “infiltrados” terminan en silencio, 
aproximando el clásico “el que calla otorga”.
No digo que tal haya sido la suerte corrida por Documento y 
Plataforma, donde prevalecían factores políticos y factores propios 
del oficio que nos era común. Pienso que Documento permaneció 
más atento al psicoanálisis puesto al servicio -dicho en mis térmi­
nos- de la NS. De hecho, algunos de los miembros de Plataforma 
parecieron optar por el accionar político, al menos en sus debates, 
cosa para nada cuestionable; lo hicieron sin dejar de lado, de forma 
explícita o implícita, la condición de analistas.
82
Fernando O. UUoa
Ni Documento ni Plataforma tuvieron vida duradera, sí me­
moria y efectos personales positivos en quienes protagonizamos 
aquellos hechos.
Respecto de esas otras voces a las que aludí agregaré que, de no 
encontrar la manera de expresarse, el funcionamiento en una y otra 
fracción se hace difícil, e incluso llegan a darse nuevas fragmen­
taciones. Todo un conflicto que suele hacer fracasar el intento de 
un abordaje psicoanalítico, pasible de restablecer el debate crítico, 
verdadero eje instrumental del psicoanálisis en la NS, algo obvio 
si pensamos que una comunidad instituida debe conducirse a sí 
misma en la búsqueda de consenso entre sus integrantes. Aquí, el 
objeto del psicoanálisis alude a ambas tópicas, es decir, también a 
la conciencia. De no mediar este debate en condiciones no intimi­
dantes, las disidencias clínicas o políticas dejan de ser toleradas y 
pueden darse rotundos fracasos.
Por la vía de estas dificultades me vi llevado a pensar —con 
razonables dudas— que el psicoanálisis n o es u n a n i m a l p o l í t ic o y 
se mueve con cierta dificultad en las acciones de esta naturaleza. 
Sucede que es propio de nuestra disciplina promover efectos de 
subjetividad, y eso implica cierta libertad de intercambio ideativo, 
algo no siempre acorde a los estilos, estrategias y tiempos políticos.
La segunda tendencia, propia de otras instituciones psicoa- 
nalíticas -siempre en distintos grados de analogía- apunta, por 
el contrario, a una organización Escuela. Esta tiene por eje una 
transferencia fuerte con un fundador que, como decía Freud a 
Jung cuando aún mantenían estrecha relación (y cito de memoria 
obviando el encomillado): si usted hace de mí un objeto de culto... 
cuando deje de serlo, por efecto mismo del psicoanálisis, es proba­
ble que se produzca un cisma entre nosotros.
La verdad es que tanto uno como otro aportaron lo suyo al 
conflicto, pero las palabras de Freud encerraban una verdad que se 
hace presente cuando emergen las disputas entre los que se consi­
deran herederos de aquel culto. Otro aporte más para comprobar 
que el psicoanálisis de la NS comienza por casa.
83
Salud eleM ental
Una tercera categoría alude a las instituciones Virtuales. En 
ellas no hay pertenencia efectiva, y sus miembros -algo nómades- 
circulan y se integran siguiendo modalidades episódicas: con­
gresos, jornadas, conferencias, agrupación de consultorios en un 
mismo edificio, etcétera. Algo más estable resulta su permanencia 
transferencial cuando integran grupos de estudio, ya sea de psi­
coanálisis o de otras disciplinas afines, donde ese vínculo transfe­
rencial queda establecido respecto de un determinado saber o de 
quien lo transmite.
¿Por qué propongo como Virtuales a estas instituciones? 
Obviamente por la razón que se deduce del texto, pero también 
porque la pertenencia a ellas a menudo resulta determinada en 
función de lo que nombro como la más genuina institución psicoa- 
nalítica, la neurosis de transferencia NT.
De darse lo anterior, cada uno de sus integrantes eHge, des­
de allí, con quién estudiar y con quién supervisar o controlar, sin 
que en esto cuenten demasiado los parentescos transferenciales 
con quien conduce su análisis personal. Es bueno que así ocurra... 
cuando ocurre en libertad.
Ya señalé que en estos miembros virtuales se advierte cierto no­
madismo, no errático sino legítimo, hasta dar con el analista final­
mente elegido. Ellos van en busca de nutricias neurosis de trans­
ferencia. Algo semejante sucede con algunos grupos de estudio.
Después de este pasaje por la institución psicoanalítica y el rei­
terado comentario, según el cual el psicoanálisis de la NS empieza 
por casa, la “casa” del psicoanálisis (vale para sus instituciones), rei­
terando que categorizo como la primera y más genuina de estas a 
la NT, retomaré otro tema al que ya hice referencia.
Al comienzo de mis exploraciones en los ámbitos plurales de 
la subjetividad, el nexo mantenido entre la “institución” de la NT 
y las instituciones que integran la NS (mientras esta era sólo 
una manera abarcativa de aludir a lo colectivo abordado desde el 
psicoanálisis) formaba parte de mi intención de ubicar mis nue­
84
Fernando O. Ulloa
vas experiencias desde esa perspectiva interdisciplinaria, siempre 
ajustándome, en cada caso, a lo que resulta pertinente o no hacer.
Ese intento presentaba, al menos, una fuerte contradicción 
-a la que luego aludiré-, pero también implicaba algunos pasajes 
interesantes en cuanto a extender el psicoanálisis más allá de los 
límites ilustrados, en cierta forma, por un clásico trabajo que Freud 
publicó en 1913, precedido de una conferencia; uno y otra con 
el mismo título: “Del múltiple interés del psicoanálisis p a r a otras 
disciplinas”. Se diría que él asignaba al psicoanálisis cierta hege­
monía en relación con otros campos del saber. Según sus biógrafos, 
Freud enfrentaba por entonces una fuerte hostilidad que provenía, 
sobre todo, de círculos universitarios; esto habría sido así, al pun­
to que la conferencia fue pronunciada ante un público invitado y 
acorde con el psicoanálisis.
Sin duda, aquel trabajo de 1913 podría haber sido comple­
mentado entonces -también hoy- por otro que, si bien no tuvo 
una explícita forma escrita, resultó evidenciado por los hechos. De 
ser escrito se llamaría de un modo semejante, con una modifica­
ción fundamental: “Del múltiple interés del psicoanálisis p o r o tra s 
disciplinas”. Esa modificación señala un pasaje del psicoanalista, 
funcionando como local, a la condición de visitante; en esta nueva 
posición deberá estar atento a explorar nuevos territorios, a la par 
que se interesará en otras disciplinas enriquecidas por el psicoaná­
lisis, que a su vez se nutre de ellas.
Lo que acabo de destacar valida estos

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