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DEVERAUX - RECIPROCIDADES ENTRE OBSERVADOR Y SUJETO. CAPÍTULO III Dado que solo el tipo de teoría que uno emplea determina si un fenómeno dado se convertirá en “dato” para una ciencia más que para otra, es necesario examinar los procedimientos que vuelven dato de la ciencia del comportamiento un hecho relativo a un organismo vivo. En la investigación de la ciencia del comportamiento el principal de estos procedimientos es el que define la posición «leí observador en la situación a que se hace producir datos de la ciencia del comportamiento. En la ciencia física, todas las observaciones son en un sentido y la relación entre el observador y lo observado es asimétrica, aun cuando el lugar del deslinde entre observador y observado sea a veces difícil de determinar (capítulo XXII). Digan lo que quieran los poetas o los místicos, las estrellas no miran al astrónomo ni al enamorado que contempla el cielo, y esta impasibilidad de la naturaleza inanimada es el resorte principal de esa "angustia cósmica" del hombre, todavía no suficientemente entendida. (Véase el Apéndice a este capítulo.) Incapaz de pasar por alto la insensibilidad y la ausencia de iniciativa de la materia, el hombre: 1. El aspecto, la superficie y aun la sustancia de los objetos materiales Maya (= ilusión), o bien 2. Postula un prototipo trascendental de la realidad; o 3. Define la materia como una barrera o como mediadora entre si mismo e hipotéticos seres sensibles (respondientes). Este último y el más primitivo de los subterfugios —que puede tomar dos formas— es el más esclarecedor para nuestros fines. 1. El aspecto, la superficie y aun la sustancia de los objetos materiales se consideran a veces frontera entre el hombre y un "Ser" sensible (respondiente) (espíritu) o una "Fuerza" (mana) que lo habitan. Una formulación posible «de este subterfugio es la «de Tales; "Todas las cosas están llenas de Dios." 2. El universo en su conjunto se considera la frontera entre el hombre y un Ser (o seres) que vive más allá. Este anticuado subterfugio asegura al Hombre, eterno niño, que un buen Padre está al otro lado de las estrellas (cf. F. Schiller: Oda a la alegría). Escojo deliberadamente estas dos formulaciones poéticas de esta maniobra "filosófica". Incluso el sistema de pensamiento más lógico y científico tiene un significado subjetivo para el inconsciente de la persona que lo crea o adopta. Todo sistema de pensamiento —incluso el mío, claro está— nace en el inconsciente, a manera de defensa contra la angustia y la desorientación; se formula primero afectivamente, más que intelectualmente, y en el (ilógico) "lenguaje del inconsciente" (proceso primario). Si entonces se advierte que la fantasía hace disminuir la angustia y la desorientación, se traspone del inconsciente al consciente y se traduce del lenguaje del proceso primario al del proceso secundario, que es más lógico y más orientado hacia la realidad. El poeta filosófico retraduce entonces parcialmente este sistema intelectualizado en ese tipo de imaginería que el científico descartaba cuando lo trasponía del inconsciente al consciente. De ahí que la reformulación de un sistema de pensamiento por el poeta filosófico dé excelentes claves para la formulación (afectiva) original por el científico de su plan final (intelectualizado). Un ejemplo aclarará esto. La idea del anillo del benceno le vino al químico Kekulé en sueños: soñó que una serpiente se mordía la cola (caso 135). Al despertar, intelectualizó este sueño simbólico intuitivo y así tuvo el esquema del anillo de benceno. Si se encargara a cierto número de poetas que escribieran un poema acerca del anillo de benceno, algunos de ellos —debido a la prevalencia histórico- cultural de este símbolo— y sin haber oído nunca hablar de Kekulé ni de su sueño— utilizarían la "imagen poética” de la serpiente que se muerde la cola para describir el anillo de benceno. Tanto en la imaginería de Tales como en la de F. Schiller, el Ser sensible (respondiente) está separado del hombre, pero también comunicado con él, por la materia insensible. A veces este Ser responde al hombre, o se le hace responder, por medio de su frontera inanimada: la materia responde ya sea "espontáneamente", por medio de señales y portentos, como eclipses, aludes, etc., o bien cuando se le pide, por medio de rocas movedizas, dados de oráculo, etc. (Devereux, 1967a). Después, el hombre se siente impelido a penetrar esa barrera material estudiando sus propiedades, primero para descubrir los usos de la materia, como medio de llegar hasta el Ser que está más allá de la barrera, como hizo Pitágoras (Dodds, 1951), y posteriormente —en una fase mucho más adelantada de desarrollo cultural— por sí misma, trasformando la alquimia en química, la astrología en astronomía y —en un nivel lógicamente diferente— la numerología en matemáticas, la misma necesidad interior explica también por qué la imagen que el hombre se hace del universo suele estar conformada de acuerdo con su imagen de la sociedad (Durkheim, 1912). Es incluso probable que la exploración sistemática de la materia insensible (no respondiente) se hiciera psicológicamente soportable en gran parte por la premisa —al principio evidente— de que uno podía, por esos medios, hacer que la materia respondiera, demostrando así la existencia de una Fuerza (mana) o Ser respondiente que en ella moraba. En realidad, la insensibilidad (no responsividad) de la materia todavía inquieta a quienes la exploran: de todos los científicos, los físicos son los más propensos a creer en lo sobrenatural. La unidireccionalidad de las observaciones en la ciencia física es simultáneamente una de sus características distintivas y uno de sus rasgos más inquietantes, mientras que la característica fundamental de la ciencia del comportamiento es la reciprocidad real o potencial de la observación entre el observador y lo observado, que constituye una relación teóricamente simétrica: el Hombre observa la Rata, pero la Rata también observa al Hombre. Y así, en las ciencias del comportamiento, la unidireccionalidad de la observación es en gran parte una ficción convencional, instrumentada mediante disposiciones experimentales que minimizan la contraobservación o contrarrespuesta, ya que la contraobservación (supuestamente) "indeseable” del experimentador por el animal experimental puede "impedir” que se obtengan los resultados "objetivos" deseados. Caso 5: Ciertos animales experimentales —y sobre todo los mamíferos superiores— a veces sienten tanto agrado por los manejos de su guardián que no reaccionan "debidamente" al "castigo" o a los toques eléctricos gratuitos. Aunque este hecho es bien conocido, sólo los etólogos y un puñado de psicólogos tratan sistemáticamente de estudiar las relaciones simétricas (observación recíproca, interacción) entre el experimentador y el sujeto experimental. La misma indiferencia para con la reciprocidad puede observarse incluso en la psicoterapia. La psicoterapia científica (pos-chamanista) prefreudiana solía razonar como si la corriente entera de sucesos fluyera del terapeuta al paciente. Freud reconoció la existencia de la trasnferencia y la contratrasferencia, * pero —por razones terapéuticamente válidas— estructuró la situación analítica de tal modo que se impide sistemáticamente la contraobservación del analista por el analizando, por ejemplo haciendo que el analista (por lo general callado) esté sentado detrás del sofá. El objetivo (válido) de este dispositivo casi experimental es organizar una situación en que el analizando —que hace como si fuera un "científico" que trata de lograr un insight del analista (observado)— tiene acceso a tan pocos indicios verdaderos que sólo puede producir una conclusión —o sea "llenar" el cuadro— recurriendo a la fantasía que es precisamente, claro está, el tipo de material necesario parala labor terapéutica (Devereux, 1951c). En algunos casos, los indicios accesibles al paciente * Estas palabras se explican en el capítulo 5. son tan escasos que el material de la fantasía ("relleno") deforma y acaba por borrar incluso los pocos indicios verdaderos que le eran accesibles. Así, por ejemplo, un analizando que sólo me veía cuando entraba o salía de la sala analítica, retenía el dato único de que yo solía llevar tweeds y elaboró este dato a tal punto que acabo por visualizarme como un individuo estereotipado y tweedy (caso II). Como estos rellenos adecuados al sistema pueden interpretarse a la manera de un test de complete la frase, constituyen material psicoanalítico excepcionalmente útil. Puesto que, según Freud, el psicoanálisis es ante todo un método de investigación y sólo secundariamente una técnica terapéutica, tenemos razón en estructurar la situación analítica de modo que las oportunidades que el analizando tenga de observar a su analista se reduzcan al mínimo. Pero no tenemos razón en engañarnos con este arreglo experimental. El analizando puede hacer y hace observaciones realistas aun en la más clásica situación analítica; la personalidad del analista, el aspecto de su consultorio, el lugar donde reside, los honorarios que cobra, permiten al pariente hacer observaciones realistas junto con las imaginarias y sacar de sus "datos" conclusiones realistas, así como otras inspiradas en la trasferencia. No puedo estar de acuerdo con la tendencia a pasar por alto este material realista fundándose en que "la realidad no es analizable", máxima analítica que se oye mucho y que considero falaz. Yo creo que lo que cura a nuestro paciente no es lo que sabemos sino lo que somos, y que debemos amar a nuestros pacientes (Ñacht, 1962, Devereux, 1966g). Creo además que el paciente aprende mucho acerca de su analista por los intentos de éste de "ocultarse" a su paciente, por la sencilla razón de que la naturaleza de la ocultación revela indirectamente la forma de lo ocultado.'' Esta cuestión es suficientemente importante para que merezca la pena seguirla examinando. He demostrado repetidas veces (Devereux, 1953b, 1955a, 1966h) que una mentira, o la expurgación de un texto, simplemente suprime lo exterior, pero conserva intactos la estructura y el contenido afectivo de lo que se suprimió, como harán ver los siguientes ejemplos, discutidos detalladamente en otro lugar: Caso 6: Una abortista aleuta no quería hablar de aborto con el antropólogo y en su lugar prefería hablar de cestería. Como es sabido, los restos son símbolos conocidos del útero (Shade. 1949, cf. Devereux, 1955a). Caso 7: Píndaro modificó la leyenda del festín caníbal de Tántalo negando que Demeter se comiera la espaldilla de Pélops; en su lugar afirmó que el hermoso muchacho había sido raptado por Poseidón, que estaba enamorado de él (Píndaro: Primera Olla olímpica, versos 24 ss.). La invariante de estas dos versiones es la angustia erotizada del niño, que en la versión tradicional suscita la fantasía de la agresión caníbal de la madre y en la versión suavizada la fantasía de la agresión homosexual del padre (Devereux. 1953b, 1960d, 1965f)- Un ejemplo más complejo de atenuación pindárica (Tercera Oda olímpica, verso 27) ha sido examinado en otra parte (Devereux. 1966h). Caso 8: Cuando leí en uno de los cuentos de hadas de Grimm que la nariz de no sé quién se iba haciendo cada vez más larga, deduje que esa nariz representaba el pene, y su alargamiento la erección. Después descubrí que había leído una versión expurgada del cuento; en la versión original registrada por los hermanos Grimm se menciona el pene y no la nariz. Freud estaba convencido de cuán fútiles resultaban las ocultaciones complicadas y por eso recibía a sus pacientes en una sala que reflejaba sus intereses y su personalidad; de hecho, analizaba con el perro echado a sus pies. Como los analizandos que iban a consulta con Freud no tenían más remedio que saber mucho de él, el intento de ocultación hubiera sido fútil. Científico, Freud aceptaba este hecho; no recurría, como tampoco otros buenos analistas, a una infantil maraña de "ocultaciones''. Caso 9: Este caso suele citarse en los círculos psicoanalíticos como ejemplo de comportamiento psicoanalítico realista y sensato. Un analista distinguido, que debió huir a los Estados Unidos durante la guerra, llegó a Nueva York casi sin un centavo. Su primer consultorio era por eso bastante pobre. Habiendo observado uno de sus pacientes que no podía ser un buen analista porque la pobreza de su consultorio demostraba su escasa prosperidad, el analista replicó: "Tiene usted razón en decir que mi consultorio es pobre. Soy un refugiado llegado hace poco." Independientemente de que un intento gratuito de ocultación sea infantilmente impulsivo o cuidadosamente tramado, falla porque —como ya dije— la ocultación revela necesariamente no poco de lo ocultado y además, mucho acerca de quien recurre a ella. Caso 10: Un analizando, trasferido de un analista a otro, dijo al segundo que en una ocasión su primer analista se había escabullido detrás de un pilar en el vestíbulo de un hotel para que no lo viera su analizando (Freedman, 1956). Caso 11: La artificiosa austeridad del consultorio de un analista era tan extremada que hasta sus colegas la interpretaban como manifestación de su rigidez personal. Además, la desolación que allí reinaba, destinada a ocultar a los pacientes los pocos intereses extraprofesionales de aquel analista, revelaba en realidad no poco de su rigidez y frialdad. Para acabar, por muy ingeniosamente que uno presente el ambiente experimental, por muchas pantallas en un solo sentido que interponga entre sí y el sujeto observado, y por muy fríamente que destruya el sensorium de un animal para impedirle que observe la existencia del observador, cada vez son más los experimentos psicológicos que resultan “viciados” por la inesperada percepción por parte de la rata de indicios extralaberínticos, incluso indicios de la presencia actual o anterior (olores) del experimentador, o de otras ratas que habían recorrido el mismo laberinto. Aun allí donde la situación experimental hace imposible toda contraobservación, nada que no sea matar al animal —lo que hace imposible la experimentación (capítulo xxii)— puede anular esa conciencia singular del impacto de los estímulos que la materia inanimada sencillamente no posee. Ciertamente, incluso los catatónicos, al parecer sin conciencia del mundo que los rodea, pueden al salir de su estupor dar cuenta detallada de todo cuanto sucedió en torno suyo mientras estaban estuporosos. De modo análogo, uno puede condicionar incluso a monos paralizados experimentalmente. Por eso es sencillamente no realista —que no es lo mismo que escolástico— escamotear el fenómeno clave de la conciencia de los estímulos como precondición de la respuesta. Probablemente la única diferencia de importancia entre lo animado y lo inanimado es la conciencia, y entre el hombre y el animal, la conciencia de su propia conciencia: el saber que uno sabe (capítulo XXIV). De ahí que incluso cuando no es posible la observación directa del observador por el sujeto, siempre existe al menos la capacidad potencial o el equipo para la contraobservación por parte del observado. Hay, pues, una diferencia sui generis entre el experimento (físico-químico) de derramar ácido sobre un trozo de carne cortada y el experimento científico in vivo de la ciencia de la vida de verterlo sobre un organismo viviente. Aparte de diferencias mínimas, más o menos se produce la misma reacción en ambos casos. En uno y otro la carne reacciona químicamente al ácido... pero además, el organismo vivo "sabe" —y esto es una forma de comportamiento— mientras que la carne cortada no sabe, y por lo tanto no tiene comportamiento. Reconozcámoslo o no, sólo el tomaro no tomar en cuenta esta reacción incremental determina el que realicemos un experimento químico o de biología en los seres vivos, y no importa nada que denominemos esta reacción incremental watsoniana o guthrieana, ni evento cognitivo tolmaniano, mientras reconozcamos tu decisiva importancia. El grado en que, en un ambiente donde es posible la contraobservación, una especie dada observa (y responde) al observador es un indicador bastante seguro de la posición de ese animal en la cadena de la evolución. El que decidamos formular el grado en que una especie contraobserva en función del área que el observador ocupa en el "plano cognitivo" de la rata o en función de la cantidad de respuestas referibles a estímulos procedentes del observador, no hace al caso en este contexto, con tal que se reconozca el hecho de la contraobservatión. Existe una relación funcional —y es posible que también causal— entre los artificios operacionales y los postulados subyacentes: 1] en una teoría del comportamiento en que no entra la variable intermedia de la "conciencia" o conocimiento, y 2] en la estructuración de los experimentos de un modo que maximice la unidireccionalidad de la observación. El artificio postulacional de negar la conciencia del organismo observado y el artificio experimental de minimizar la observación del observador por el observado (Devereux, 1960b) son equivalentes, ya que ambos tratan de garantizar que uno sea rapaz de decir quién es la rata y quién el psicólogo. Las siguientes consideraciones demuestran que este enunciado no tiene implicaciones necesariamente derogatorias. Es una propiedad singular de la ciencia no comportamental el que el animado observa al inanimado —o en algunos casos, el animado observa a otro animado de modo tal que la animación del ser observado no tenga importancia. Esto permite incluso a un J. B. Watson o un E. R. Guthrie decir: “Yo soy el observador y esto percibo", puesto que el observado — que puede incluso ser una persona sometida a una observación puramente física— no puede decir eso de sí mismo de ningún modo relevante en ese contexto. Y así, si yo trato de estudiar tan sólo el aumento de peso de una mujer, sin referencia a sus excesos neuróticos (o sus trastornos endocrinos), puede gritar tanto y tan fuerte como quiera que "volvió a aumentar de peso porque nadie la quiere”, o que "su enfermedad empeora”, porque yo sencillamente no puedo "oír" sus gritos, que no “existen" (es decir, son extraños al caso) en mi marco de referencia fisicalista. Si yo tomara en cuenta, en este contexto, sus gritos ("y eso percibo”), me haría culpable del género de falacia de que sería culpable un ingeniero que, estudiando las propiedades físicas de un automóvil, incluyera también en sus cálculos el número de serie del motor o el de la placa. El individuo "rebajado” al ser estudiado de un modo que no toma en cuenta o pone sordina a su conciencia de sí mismo, suele responder a esta "devaluación" con una reacción de protesta que exagera su conciencia de sí. Por ejemplo, el hecho de que la pesen como si fuera un costal de papas puede hacer reconocer a nuestra hipotética obesa, por primera vez en su vida, que come demasiado porque siente que no la quieren. Esta pauta de reacción es uno de los datos más importantes en la investigación de la ciencia del comportamiento. Caso 12: Una de mis tareas en la Escuela de Medicina de la Temple University era enseñar a los estudiantes de medicina adelantados a recoger indicios psiquiátricos en sus reconocimientos físicos. Descubrí que algunas de las observaciones más importantes se hicieron mientras el paciente era sometido a una manipulación puramente física, como la auscultación del corazón o un examen de la pelvis (capítulo XIV). Es psicológica y lógicamente necesario idear experimentos de la ciencia del comportamiento en que el observador y el observado difieran del mismo modo que el físico difiere del objeto que estudia. Dado que en los experimentos físicos el fenómeno de "y esto percibo" sólo puede presentarse en el observador, desde el principio hay una distinción de género. En el estudio de los organismos vivos, y sobre todo el del hombre, esta distinción debe arbitrarse por medios legítimos y no ficticios. Dándose la diferenciación entre observador y observado en el momento en que al observador se le permite decir con pertinencia "y esto percibo", algunos científicos del comportamiento recurren tácitamente al espurio artificio de negar al sujeto observado la capacidad de decir “y esto percibo". Esto conduce inevitablemente a teorías del comportamiento que niegan implícitamente las facultades cognitivas del observado. Como esta teoría comportamental de "Hamlet sin príncipe de Dinamarca” es evidente que tampoco puede dar cuenta del comportamiento del observador en términos de una psicología pura de respuesta privada de toda "mácula" cognitiva, tales teorías son inevitablemente autoanulantes y no comprehensivas. No se puede obviar esta dificultad apelando a la teoría de los tipos matemáticos de Russell (Russell, 1938a) que, bien entendida, nos obliga realmente a distinguir del mismo modo entre sujeto y observador, precisamente en función de un cognitivo “y esto percibo", pero sin negar la misma facultad al organismo observado. La paradoja lógica clave de este contexto es la denominada “de Epiménides". Dice Epiménides, el cretense: "Todos los cretenses son mentirosos", (fr. 1. Diels-Kranz, 1951-52) y con ello da a entender que mienten siempre. Vista superficialmente, esta declaración pone en marcha una serie interminable de autocontradicciones que forman bola de nieve: siendo Epiménides cretense, miente necesariamente al decir que todos los cretenses son unos mentirosos. Entonces, todos los cretenses —entre ellos el mismo Epiménides— no son mentirosos. Entonces, Epiménides decía la verdad al decir que todos los cretenses son mentirosos. Pero en este caso, miente de todos modos... y así sucesivamente, ad infinitum. Russell resolvió estas autocontradicciones demostrando que un enunciado acerca de todos los enunciados no es aplicable a sí mismo, ya que no pertenece al tipo lógico a que pertenecen todos los demás enunciados. Ciertamente, cuando Epiménides, el cretense, hace un enunciado acerca de los enunciados de los cretenses no está funcionando como espécimen (Esta interpretación de la paradoja de Epiménides se basa en la teoría de "clases de todas las clases no miembros de sí mismas") cretense, en relación con el contexto: hace de "autoantropólogo", que estudia las prácticas de su propio grupo (capítulo XII). En cualquier otra situación, todo lo que diga este cretense en particular podrá ser —y acaso tenga incluso que ser— mentira. Pero en este contexto particular, no es lógicamente necesario que Epiménides mienta. Y a la inversa, su veracidad en esta situación concreta no tiene por qué necesariamente menoscabar su notoriedad de campeón de los mentirosos de Creta ni la de Creta como tierra de mentirosos habituales. La teoría de Russell tiene consecuencias de mucho alcance para el científico del comportamiento a quien permite atribuir la facultad de decir “y esto percibo”, tanto para sí como para la amiba que estudia, sin por eso destruir la diferencia fundamental de género entre observador y observado. Basta que al observado se le permita decir pertinentemente sólo “y esto percibo" mientras al observador se le permite decir pertinentemente también: "Y además percibo que percibo y también percibo que el sujeto observado percibe." En la terminología de Russell, al observado sólo se le permite hacer enunciados, mientras que al observador se le permite hacer también enunciados acerca de enunciados; de los suyos, como de los del sujeto observado. En un nivel, tanto el sujeto observado como el observador autoobservado corresponden a los cretenses, incluso elllamado Epiménides. Pero el observador además, y en otro nivel, es también Epiménides el conocedor de todos los cretenses, incluso, y acaso especialmente, del cretense llamado Epiménides. Hemos ahora de abordar una cuestión delicada: ¿Por qué parece deseable o necesario eliminar la contraobservación? Como quiera que sea, damos por supuesto que la rata ve nuestro aparato; lo aceptamos porque la rata no sabe lo que es el aparato, aunque sabe lo que son los humanos. (En algunos observadores es cierta la inversa.) Aceptamos todo esto y no nos molesta, porque sabemos las propiedades de esos artificios y su valor de estímulo. Esta apreciación nos lleva a la conclusión inevitable de que tratamos de evitar la contraobservación porque no nos conocemos a nosotros ni nuestro valor de estímulo. .. Y no deseamos conocerlo. En lugar de aprender a observarnos y entendernos, tratamos de impedir que nos observen y entiendan nuestros sujetos. Pero un psicólogo clínico guapo debe saber que las mujeres a quienes somete a la prueba de Rorschach darán más respuestas sexuales que si él fuera viejo y calvo (caso 402), del mismo modo que uno feo debe saber que sus clientas en la prueba darán menos respuestas sexuales que si él fuera joven y guapo. Lo mismo sucede en todas las demás situaciones observacionales, desde los experimentos con amibas hasta la terapia psicoanalítica y la “observación participante" antropológica. Además, el observador no sólo tiene que entender su propio valor de estímulo específico, sino que también debe ser capaz de obrar en consecuencia en la situación observacional, experimental, de entrevista o terapéutica. Es esto algo que incluso los psicoanalistas de categoría a veces olvidan. Caso 13: Una muchacha escogió (inconscientemente) como primer analista a un hombre que tenía un defecto físico marcado, semejante al de su padre, pero como su análisis no avanzaba, cambió de analista. En el curso de su segundo análisis se hizo dolorosamente evidente que apenas empezado su primer análisis había llegado a un insight, cuando menos preconsciente del hecho de que había escogido a su primer analista a causa de su defecto físico: el no haber mejorado se debía a que su analista no había sabido interpretarle aquel insight latente. Es difícil esquivar la conclusión de que el primer analista no presentó aquella interpretación oportuna porque se imaginaba que su defecto real no afectaba a la trasferencia. Corrobora esta inferencia el hecho de que el primer analista seguía reiterando que “la realidad no es analizable", y por eso se negaba a ayudar a su analizanda a entender el significado y las posibles consecuencias del comportamiento extremadamente destructivo de su novio e insistía en que lo importante eran solamente las reacciones de la analizanda al comportamiento de su novio... y esto a pesar del hecho de que una exacerbación del comportamiento de su novio pudo haber puesto seriamente en peligro la salud de la analizanda. Pero esta situación satisfacía plenamente los criterios de intervenciones "didácticas" legítimas que he esbozado en otra parte (Devereux. 1956a). En realidad, la conciencia de nuestro propio valor de estímulo estándar o corriente suele permitirnos apreciar debidamente las reacciones de trasferencia de nuestros analizandos. Caso 14: Hace algunos años padecí una grave enfermedad viral que estuvo varios meses sin diagnosticar. En consecuencia yo estaba macilento, envejecido y fatigado, hecho que ninguno de mis pacientes podía dejar de notar. Innecesario es decir que cada uno de mis analizandos reaccionó a esta observación realista de un modo congruente con el estado de su trasferencia. Y así, cuando unos de ellos decía: “¡Vaya! Usted no es más que un anciano encorvado, triste y enfermo", lo que requería interpretación no era esta descripción realista de mi aspecto, sino el tono de triunfo y la ironía desdeñosa con que lo decía. Así mismo, lo que requería interpretación no era la apreciación igualmente realista de mi estado por un médico a quien estaba analizando, sino sus amables pero inapropiados intentos de prescribir un tratamiento a su analista. En resumidas cuentas, no basta que el observador tenga conciencia de su propio valor de estímulo especifico y lo tome en cuenta al apreciar los datos que procura su observación (caso 13). Tiene que ser capaz de obrar libremente sobre su comprensión de su valor específico de estímulo en la misma situación observacional, experimental, de entrevista o terapéutica. En función de la teoría de tipos, esta distinción es tan fundamental y clara como la distinción entre el físico y el objeto que estudia, y por eso permite una buena experimentación. Además, la distinción y la diferencia entre observador y observado es del mismo tipo y magnitud en ambos casos. Ciertamente, desde el punto de vista de la teoría de tipos, la diferencia entre una entidad no capaz de decir "y esto percibo" (objeto) y una entidad capaz de decirlo (físico) es exactamente la misma que entre el sujeto (animal o humano) capaz de decir (o al que se permite decir pertinentemente) “y esto percibo" y el observador capaz de decir (o al que se permite decir pertinentemente) "y yo percibo «que percibo y que mi sujeto también percibe". Un simple examen puede ayudarnos a aclarar la cuestión. Consideremos la serie de conceptos "pastor"-"perro"-"vertebrado". En esta serie, la distancia entre "pastor" y "perro" es la misma que la distancia entre "perro" y "vertebrado”. Pero esto no quiere decir que la "distancia" entre las abstracciones superiores y las inferiores sea constante. Depende de las abstracciones tratadas como "contiguas". En la serie mencionada, puedo reducir la distancia entre “pastor" y "vertebrado" omitiendo la palabra “perro". Puedo aumentar la distancia entre "perro" y "vertebrado” poniéndoles en medio la abstracción "mamífero". Si lo hago, las dos palabras cesan de ser contiguas, y la distancia entre ellas aumenta. En sentido semejante podemos aumentar o disminuir la "distancia" entre observador y observado sin pasar por alto ninguna de las importantes características del segundo. El acuerdo o especificación de que el sujeto serlo puede hacer enunciados ("y esto percibo") mientras que al observador se le permite hacer además (pertinentemente) enunciados acerca de enunciados (“y además yo percibo que tanto yo como el sujeto percibimos") es lógicamente tan artificioso como la reacción de la ingenua negativa del psicólogo a conceder conocimiento a su sujeto experimental. Pero si uno pasa —como puede hacerlo legítimamente— de la lógica pura a la aplicada, la diferencia entre las consecuencias de estos dos artificios es patente. Esta distinción va mucho más allá de comprender que una cosa es negar o amputar uno de los aspectos clave de la realidad y otra muy distinta aislar una variable. Lo que se excluye —sea negando su existencia o por simple convención— de la pura psicología de respuesta es un elemento clave de la realidad, que diferencia decisivamente al organismo de lo inorgánico: la capacidad de conciencia o conocimiento que no requiere definición de ninguna manera en este contexto. El enfoque aquí propuesto comprende el conocimiento ("y esto percibo") dentro de su esfera de acción. Incluso la capacidad potencial que el sujeto tiene de perfeccionar más su conciencia —como su facultad de hacer enunciados acerca de enunciados— no se niega de plano sino que sencillamente se ignora por convención. Además, el enfoque propuesto nos permite planear incluso experimentos en que a los sujetos puede permitírseles hacer pertinentemente enunciados acerca de enunciados; sencillamente porque el observador también puede hacer pertinentemente lo que puede interpretarse como "un enunciado sobre enunciados acerca de enunciados"... por ejemplo, creando la teoría de tipos. El enfoque de la psicología de respuestapura fija de una vez para siempre el límite de los fenómenos susceptibles de ser estudiados, mientras que el esquema propuesto no pone límites de ningún género a la experimentación ni la teoría, ni requiere experimentos cuyo objetivo sea negar o inhibir un fenómeno clave. Permite la aparición de cualquier forma de comportamiento, la actualización de cualquier tipo de función, porque la selección de datos, en función de los criterios de pertenencia convenidos, se produce después de ocurrido el fenómeno. Y así, la mujer (física) obesa pesada en una balanza no es descerebrada (figuradamente) para privarla de su capacidad de comprender que está demasiado gorda ni se le quitan las cuerdas vocales para impedir que lo diga. Es libre de hacer lo que quiera, mientras que yo, el experimentador, soy igualmente libre —mientras la peso— de no tomar en cuenta más que la aguja de la balanza. Este método de experimentación está de acuerdo con el principio de Poincaré de todo "método es la elección de hechos". Se trata simplemente de ponerse de acuerdo acerca de lo que uno considera pertinente en un contexto dado. Todo esto deja igual la Sonderstellung del observador, aunque éste sea intelectualmente inferior a su sujeto. Además, permite hacer experimentos en que el observador (contraobservado él mismo) es un perro o un mono y el observado un ser humano: algunos de los mayores experimentos de ecología son precisamente de este tipo. La principal ventaja del esquema propuesto es la reintroducción del observador, tal y como es realmente, en la situación experimental; no como fuente de lamentable perturbación sino como fuente importante y aun indispensable de datos complementarios y pertinentes para la ciencia del comportamiento. Esto permite aprovechar los efectos sui generis de la observación tanto en el observador como en el observado, que aquí consideramos datos clave (capítulo XXI). El enfoque propuesto efectúa la hipervaloración del sentido común del observador que con diversos artificios trata de lograr —sin conseguirlo— por una subvaloración absurda del observado. Lo que requiere la buena ciencia del comportamiento no es una rata (real o ficticiamente) descerebrada, sino un científico (del comportamiento) recerebrado. Tratando de crear modos de experimentar y teorizar exentos de cognición, el científico del comportamiento se inhibe a si mismo más aún que a su rata, y simplifica su propia mente más aún que la de la rata: pone ingenio acrobático en lugar de pensamiento original, inventa más ajedreces complicados en lugar de mejores estrategias científicas y embalsama las semillas en lugar de plantarlas. El científico verdadero no es un glorioso "idiot savant” campeón de ajedrez, sino un creador. Tal vez no pueda compararse con una veloz calculadora; en realidad, como Henri Poincaré, "príncipe de las matemáticas", es posible que ni siquiera sea capaz de sumar debidamente. Lo que puede hacer es crear un nuevo mundo de ciencia. Mediante un entretenido truco de salón podrá resolver aritméticamente en 50 páginas un problema que el álgebra o el cálculo pueden resolver en tres líneas, pero no está "haciendo ciencia". El niño que en su bicicleta exclama: "¡Mira mamá; sin manos!”, no da una consigna apropiada para la exploración interplanetaria. Si fuera de otro modo, los mayores compositores del mundo hubieran sido expertos en contrapunto, como Albrerhtsberger, Jadassohn y Sorabji... no Mozart, Beethoven y afines; y la gran poesía la escribirían los filólogos y no Píndaro, Keats ni Baudelaire. Vista cultural-históricamente, buena parte de la ciencia del comportamiento contemporánea —sobre todo en Estados Unidos y Rusia— se asemeja peligrosamente a un estéril escolasticismo. En la esfera de la ciencia es paralelo de la impersonalidad esquizoide y la habilidad técnica de ciertos imitadores siglo xx del barroco refrigerado "contrapunto estilo máquina de coser"," o sea de Stravinsky y sus iguales (Devereux, 1961c). Este modo de enfocar las ciencias y el arte creador es señal de putrefacción cultural y social. .. Que todavía podemos detener, si queremos hacer el esfuerzo. Lo que más se necesita es la reintroducción de la Vida en las ciencias de la vida, y la reinstalación del observador en la situación observacional mediante la adhesión constante a la advertencia de un gran matemático: "¡Busca la simplicidad, pero desconfía de ella!" Puede "simplificar" un experimento el descerebrar a una rata o paralizarla —¡ambas cosas se han hecho!— pero los intentos que hace el pobre animal para salir arrastrándose del laberinto con sus extremidades claudicantes arrojarán una luz escasa sobre el comportamiento normal de la rata. .. y una demasiado cruel sobre el de algunos psicólogos (caso 372). El aislamiento de los fenómenos es una estrategia fundamental en la ciencia, mientras que el amputar a la realidad sus caracteres medulares sólo nos permite meterla en el lecho de procusto de nuestra impotencia escolástica. Un buen ejemplo de esto es el género de experimento psicológico "controlado”, que “controla" el elemento psicológico genuino (causa de ansiedad). Pero si tomamos por paradigma el estudio del hombre por el hombre tenemos que aceptar y aprovechar el hecho significante de que, en una díada observacional, las dos personas pueden decir “y esto percibo". Bien podríamos permitirles que lo hagan pertinentemente. Cualquiera que sea el convenio que garantice que "A es el observador" y “B es el observado", ambos hacen de observadores: su acatamiento a ese convenio implica también conocimiento mutuo y autoobservación. El hecho de que cada uno de los dos sea así "el observador” para sí mismo y el “observado" para el otro subyace a todas las (supuestas) perturbaciones debidas al hecho de haberse realizado un experimento. El conocimiento, hasta ahora tratado como “perjudicial" —o como "ruido” en teoría de la información- es un dato clave para las ciencias de la vida, que reintroduce la conciencia incluso en los experimentos destinados a eliminarla. En cada experimento hay dos eventos discretos (“einsteinianos") "en el observador": uno en el observador y otro en el observado. Estos problemas de conocimiento no pueden presentarse en el estudio de lo inanimado y esto a pesar del “principio de indeterminación" a examinar en otra parte. Esta diferencia subyace a todo lo que es sui generis en los fenómenos de la ciencia del comportamiento. La conclusión más simple a sacar de todo esto es que si nos empeñamos en hablar el lenguaje de las ciencias exactas, lo menos que podemos hacer es hablarlo gramaticalmente. APÉNDICE EL TRAUMA DE LA IMPASIBILIDAD DE LA MATERIA El hombre tiene una reacción de pánico ante la no responsividad o impasibilidad de la materia. Su necesidad de negar esta no responsividad y de dominar su pánico lo induce a interpretar los casos físicos animísticamente y a imputarles "significados" que no tienen, así como a ser capaz de experimentarlos como "respuestas". Si no hay estímulos interpretables como "respuestas", el hombre tiende a poner una respuesta ilusoria en lugar de la esperada (indebidamente) que no llega. Es un hecho la necesidad que el organismo tiene de una respuesta. El estudio hecho por Davis (1940) de un niño socialmente aislado y el resumen por Mandelbaum (1943) de datos acerca de los llamados "niños lobos”, prueban que los niños privados de respuesta social por bastante tiempo, son incapaces de desarrollar ciertos rasgos humanos "básicos". Además, si la ausencia de respuesta se produce en la primera infancia, el infante o el monito (Harlow, 1962) muere de marasmo o queda psicológicamente inútil para toda la vida (Spitz. 1945, 1946, 1949: Spitz y Wolf, 1946). El prototipo de todo pánico producido por la falta de respuesta es la reacción del infante a la ausencia, o falta de responsividad temporal, de su madre. Segúnla evidencia psicoanalista (Ferenczi, 1950) el infante trata de compensar la respuesta faltante alucinando las respuestas satisfactorias maternales que ha experimentado con anterioridad. Las alucinaciones de los adultos privados experimentalmente de estímulos (Héron et al., 195S, Herton et al., 1954. Lilly, 1956a. b) están funcionalmente —y acaso también ontogénicamente— relacionadas con las alucinaciones de los infantes privados de amor. Tienen extraordinaria significancia ciertas situaciones culturales y clínicas en que el individuo privado de respuesta trata de negar la no responsividad de la otra persona. Caso 15; Muchos grupos creen que los antepasados muertos vigilan a sus descendientes, cubren sus necesidades, castigan sus culpas. Caso 16: Un joven que padecía de fugas epileptoides ocasionales peleó con su esposa y la mató de un tiro. Después volvió el arma contra sí, se rozó el temporal y perdió el sentido. Al recobrar el conocimiento —y emergiendo acaso de una fuga epileptoide— llamó a su esposa (asesinada) para que lo ayudara, habiendo "olvidado" (negado) visiblemente que ya no le podía responder. El infante —incapaz de distinguir entre ausencia, deliberada negación de respuesta y muerte— considera la falta de respuesta una manifestación de malevolencia o enojo. Demuestra que así se interpreta también la no responsividad de la materia aquella famosa salida de un eminente científico acerca de la "malevolencia" de los objetos. Dijo Lagrange: “A la naturaleza no le importan las dificultades analíticas", es decir "a la naturaleza no le importan las dificultades matemáticas que presenta a los estudiosos"; equipara así indiferencia a malicia, al menos así lo da a entender. Caso 17: Los hopis abofetean a los muertos y los acusan de haberse muerto para molestar a los supervivientes (Kennard, 1937). Caso 18: La generosidad es una de las virtudes cardinales del mohave, que es indiferente a los derechos de propiedad y da o presta lo suyo casi a quien quiera. Pero en el momento en que muere el mohave, aun el más generoso, creen que de repente se vuelve tan consciente de la propiedad que todas sus pertenencias han de ser quemadas, para que no vuelva a reclamarlas. Como el difunto no puede responder y como sus posesiones materiales, que solía utilizar en vida para ciertas respuestas sociales importantes, se destruyen, el inicio de la no responsividad del muerto coincide claramente con el momento en que empiezan a imputársele una posesividad vindicativa y aun intentos homicidas (Devereux, 1961a). De ahí que en aquella cordial tribu sea desconocido el concepto de un espectro benévolo y desinteresado. También observamos que muchos héroes griegos se volvían inmediatamente peligrosos al morir (Harrison. 1922). Caso 19: Un día en que estuve excepcionalmente callado durante una hora analítica, mi analizanda, una joven casada, fantaseó que mi silencio era sólo la calma que precede a la tempestad. Veía que yo iba a ponerme en pie, tirar mi libreta de notas al suelo, pisotearla y gritarle reprimendas a ella. Había interpretado mi silencio como hostilidad porque su madre había solido castigarla con largos silencios, negándose a darle ni siquiera respuestas simbólicas (Devereux, 1953a). Los analizandos en un estado de transferencia fuertemente negativa pueden incluso fantasear que su analista no responsivo está muerto y sentirse en extremo culpables, porque se imaginan que sus deseos de muerte no expresados le mataron. Caso 20: Un joven fóbico y obsesivo pensó una vez que yo había muerto en mi sofá analítico porque no me oyó respirar ni moverme durante diez o quince minutos. Reaccionó a este "descubrimiento" con un pánico intenso, puesto que mi "muerte" demostraba el poder mágicamente destructor de sus pensamientos hostiles y sus deseos de muerte. Este paciente mencionaba con considerable amargura que su padre solía llevarle al parque y escondérsele, hasta que creyéndose abandonado chillaba él literalmente de pánico. En parte a consecuencia de este trauma repetido, el paciente llegó a tener en su adolescencia la convicción de que cosas terribles (— destrucción o muerte) podían sucederles a sus padres siempre que él estaba lejos de ellos (Devereux, 195bd). Hay muchas pruebas indirectas —de un género que suele ser más convincente que las pruebas directas— de que la no responsividad y aun la responsividad disminuida se interpretan neuróticamente como regresión a un estado inanimado (— inorgánico) o bien como una maniobra de poder intimidante. Y así, la no responsabilidad parcial de una persona supuestamente anormal se ridiculiza con términos que implícitamente le imputan la inorganicidad: “zoquete" o “tarugo" o "pedazo de alcornoque": en cambio, la fría indiferencia de una persona normal es una de las señales con que se reconoce a los socialmente destacados entre los anglosajones, los chinos y los indios de los llanos. Mientras que el prestigio de la impasibilidad inculcada es a todas luces producto de ciertas culturas, revela una tendencia inconsciente a equiparar la impasibilidad (no responsividad) al poder y aun a la agresividad (caso 180). De ahí que la impasibilidad cínicamente deliberada sea a veces un medio de intimidación (caso 181) y una rabia fría suele ser más espantosa que una hirviente, tal vez porque una persona ardientemente enojada "telegrafía su golpes", mientras que el hombre fríamente enojado no lo hace. Esto hace a este último especialmente peligroso, ya que su comportamiento controlado no indica la amplitud probable ni la naturaleza de su agresión. La angustia del hombre en presencia de la materia física insensible se refleja en el dicho de Whitehead (lógicamente indefendible): "La naturaleza está cerrada a la mente", que es sólo un eco tardío del pánico del infante abandonado, cuyos gritos no provocan respuesta de lo inanimado que lo rodea. La tendencia del infante a compensar esas respuestas ausentes por medio de respuestas alucinadas puede, a su vez, ser el origen de la tendencia primitiva a considerar la materia animísticamente y a “detectar" en los fenómenos materiales una responsividad trascendental inexistente (Devereux. 1967a). CAPÍTULO III APÉNDICE
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