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Devereaux - Reciprocidades entre observador y sujeto (1)

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DEVERAUX - RECIPROCIDADES ENTRE OBSERVADOR Y SUJETO. 
 
CAPÍTULO III 
 
Dado que solo el tipo de teoría que uno emplea determina si un fenómeno dado se convertirá 
en “dato” para una ciencia más que para otra, es necesario examinar los procedimientos que 
vuelven dato de la ciencia del comportamiento un hecho relativo a un organismo vivo. En la 
investigación de la ciencia del comportamiento el principal de estos procedimientos es el que 
define la posición «leí observador en la situación a que se hace producir datos de la ciencia 
del comportamiento. 
En la ciencia física, todas las observaciones son en un sentido y la relación entre el 
observador y lo observado es asimétrica, aun cuando el lugar del deslinde entre observador 
y observado sea a veces difícil de determinar (capítulo XXII). 
Digan lo que quieran los poetas o los místicos, las estrellas no miran al astrónomo ni al 
enamorado que contempla el cielo, y esta impasibilidad de la naturaleza inanimada es el 
resorte principal de esa "angustia cósmica" del hombre, todavía no suficientemente 
entendida. (Véase el Apéndice a este capítulo.) 
Incapaz de pasar por alto la insensibilidad y la ausencia de iniciativa de la materia, el hombre: 
1. El aspecto, la superficie y aun la sustancia de los objetos materiales Maya (= ilusión), o 
bien 
2. Postula un prototipo trascendental de la realidad; o 
3. Define la materia como una barrera o como mediadora entre si mismo e hipotéticos seres 
sensibles (respondientes). 
Este último y el más primitivo de los subterfugios —que puede tomar dos formas— es el más 
esclarecedor para nuestros fines. 
1. El aspecto, la superficie y aun la sustancia de los objetos materiales se consideran a 
veces frontera entre el hombre y un "Ser" sensible (respondiente) (espíritu) o una "Fuerza" 
(mana) que lo habitan. Una formulación posible «de este subterfugio es la «de Tales; "Todas 
las cosas están llenas de Dios." 
2. El universo en su conjunto se considera la frontera entre el hombre y un Ser (o seres) 
que vive más allá. Este anticuado subterfugio asegura al Hombre, eterno niño, que un buen 
Padre está al otro lado de las estrellas (cf. F. Schiller: Oda a la alegría). 
Escojo deliberadamente estas dos formulaciones poéticas de esta maniobra "filosófica". 
Incluso el sistema de pensamiento más lógico y científico tiene un significado subjetivo para 
el inconsciente de la persona que lo crea o adopta. Todo sistema de pensamiento —incluso 
el mío, claro está— nace en el inconsciente, a manera de defensa contra la angustia y la 
desorientación; se formula primero afectivamente, más que intelectualmente, y en el (ilógico) 
"lenguaje del inconsciente" (proceso primario). Si entonces se advierte que la fantasía hace 
disminuir la angustia y la desorientación, se traspone del inconsciente al consciente y se 
traduce del lenguaje del proceso primario al del proceso secundario, que es más lógico y 
más orientado hacia la realidad. El poeta filosófico retraduce entonces parcialmente este 
sistema intelectualizado en ese tipo de imaginería que el científico descartaba cuando lo 
trasponía del inconsciente al consciente. De ahí que la reformulación de un sistema de 
pensamiento por el poeta filosófico dé excelentes claves para la formulación (afectiva) 
original por el científico de su plan final (intelectualizado). Un ejemplo aclarará esto. La idea 
del anillo del benceno le vino al químico Kekulé en sueños: soñó que una serpiente se mordía 
la cola (caso 135). Al despertar, intelectualizó este sueño simbólico intuitivo y así tuvo el 
esquema del anillo de benceno. Si se encargara a cierto número de poetas que escribieran 
un poema acerca del anillo de benceno, algunos de ellos —debido a la prevalencia histórico- 
cultural de este símbolo— y sin haber oído nunca hablar de Kekulé ni de su sueño— 
utilizarían la "imagen poética” de la serpiente que se muerde la cola para describir el anillo 
de benceno. 
Tanto en la imaginería de Tales como en la de F. Schiller, el Ser sensible (respondiente) está 
separado del hombre, pero también comunicado con él, por la materia insensible. A veces 
este Ser responde al hombre, o se le hace responder, por medio de su frontera inanimada: 
la materia responde ya sea "espontáneamente", por medio de señales y portentos, como 
eclipses, aludes, etc., o bien cuando se le pide, por medio de rocas movedizas, dados de 
oráculo, etc. (Devereux, 1967a). Después, el hombre se siente impelido a penetrar esa 
barrera material estudiando sus propiedades, primero para descubrir los usos de la materia, 
como medio de llegar hasta el Ser que está más allá de la barrera, como hizo Pitágoras 
(Dodds, 1951), y posteriormente —en una fase mucho más adelantada de desarrollo 
cultural— por sí misma, trasformando la alquimia en química, la astrología en astronomía y 
—en un nivel lógicamente diferente— la numerología en matemáticas, la misma necesidad 
interior explica también por qué la imagen que el hombre se hace del universo suele estar 
conformada de acuerdo con su imagen de la sociedad (Durkheim, 1912). Es incluso probable 
que la exploración sistemática de la materia insensible (no respondiente) se hiciera 
psicológicamente soportable en gran parte por la premisa —al principio evidente— de que 
uno podía, por esos medios, hacer que la materia respondiera, demostrando así la existencia 
de una Fuerza (mana) o Ser respondiente que en ella moraba. En realidad, la insensibilidad 
(no responsividad) de la materia todavía inquieta a quienes la exploran: de todos los 
científicos, los físicos son los más propensos a creer en lo sobrenatural. 
La unidireccionalidad de las observaciones en la ciencia física es simultáneamente una de 
sus características distintivas y uno de sus rasgos más inquietantes, mientras que la 
característica fundamental de la ciencia del comportamiento es la reciprocidad real o 
potencial de la observación entre el observador y lo observado, que constituye una relación 
teóricamente simétrica: el Hombre observa la Rata, pero la Rata también observa al Hombre. 
Y así, en las ciencias del comportamiento, la unidireccionalidad de la observación es en gran 
parte una ficción convencional, instrumentada mediante disposiciones experimentales que 
minimizan la contraobservación o contrarrespuesta, ya que la contraobservación 
(supuestamente) "indeseable” del experimentador por el animal experimental puede 
"impedir” que se obtengan los resultados "objetivos" deseados. 
Caso 5: Ciertos animales experimentales —y sobre todo los mamíferos superiores— a veces 
sienten tanto agrado por los manejos de su guardián que no reaccionan "debidamente" al 
"castigo" o a los toques eléctricos gratuitos. 
Aunque este hecho es bien conocido, sólo los etólogos y un puñado de psicólogos tratan 
sistemáticamente de estudiar las relaciones simétricas (observación recíproca, interacción) 
entre el experimentador y el sujeto experimental. 
La misma indiferencia para con la reciprocidad puede observarse incluso en la 
psicoterapia. La psicoterapia científica (pos-chamanista) prefreudiana solía razonar como si 
la corriente entera de sucesos fluyera del terapeuta al paciente. Freud reconoció la 
existencia de la trasnferencia y la contratrasferencia, * pero —por razones 
terapéuticamente válidas— estructuró la situación analítica de tal modo que se impide 
sistemáticamente la contraobservación del analista por el analizando, por ejemplo haciendo 
que el analista (por lo general callado) esté sentado detrás del sofá. El objetivo (válido) de 
este dispositivo casi experimental es organizar una situación en que el analizando —que 
hace como si fuera un "científico" que trata de lograr un insight del analista (observado)— 
tiene acceso a tan pocos indicios verdaderos que sólo puede producir una conclusión —o 
sea "llenar" el cuadro— recurriendo a la fantasía que es precisamente, claro está, el tipo de 
material necesario parala labor terapéutica (Devereux, 1951c). En algunos casos, los 
indicios accesibles al paciente 
 
 
* Estas palabras se explican en el capítulo 5. 
son tan escasos que el material de la fantasía ("relleno") deforma y acaba por borrar incluso 
los pocos indicios verdaderos que le eran accesibles. Así, por ejemplo, un analizando que 
sólo me veía cuando entraba o salía de la sala analítica, retenía el dato único de que yo solía 
llevar tweeds y elaboró este dato a tal punto que acabo por visualizarme como un individuo 
estereotipado y tweedy (caso II). Como estos rellenos adecuados al sistema pueden 
interpretarse a la manera de un test de complete la frase, constituyen material psicoanalítico 
excepcionalmente útil. 
Puesto que, según Freud, el psicoanálisis es ante todo un método de investigación y sólo 
secundariamente una técnica terapéutica, tenemos razón en estructurar la situación analítica 
de modo que las oportunidades que el analizando tenga de observar a su analista se 
reduzcan al mínimo. Pero no tenemos razón en engañarnos con este arreglo experimental. 
El analizando puede hacer y hace observaciones realistas aun en la más clásica situación 
analítica; la personalidad del analista, el aspecto de su consultorio, el lugar donde reside, los 
honorarios que cobra, permiten al pariente hacer observaciones realistas junto con las 
imaginarias y sacar de sus "datos" conclusiones realistas, así como otras inspiradas en la 
trasferencia. No puedo estar de acuerdo con la tendencia a pasar por alto este material 
realista fundándose en que "la realidad no es analizable", máxima analítica que se oye 
mucho y que considero falaz. Yo creo que lo que cura a nuestro paciente no es lo que 
sabemos sino lo que somos, y que debemos amar a nuestros pacientes (Ñacht, 1962, 
Devereux, 1966g). Creo además que el paciente aprende mucho acerca de su analista por 
los intentos de éste de "ocultarse" a su paciente, por la sencilla razón de que la naturaleza 
de la ocultación revela indirectamente la forma de lo ocultado.'' 
Esta cuestión es suficientemente importante para que merezca la pena seguirla examinando. 
He demostrado repetidas veces (Devereux, 1953b, 1955a, 1966h) que una mentira, o la 
expurgación de un texto, simplemente suprime lo exterior, pero conserva intactos la 
estructura y el contenido afectivo de lo que se suprimió, como harán ver los siguientes 
ejemplos, discutidos detalladamente en otro lugar: 
Caso 6: Una abortista aleuta no quería hablar de aborto con el antropólogo y en su lugar 
prefería hablar de cestería. Como es sabido, los restos son símbolos conocidos del útero 
(Shade. 1949, cf. Devereux, 1955a). 
Caso 7: Píndaro modificó la leyenda del festín caníbal de Tántalo negando que Demeter se 
comiera la espaldilla de Pélops; en su lugar afirmó que el hermoso muchacho había sido 
raptado por Poseidón, que estaba enamorado de él (Píndaro: Primera Olla olímpica, versos 
24 ss.). 
La invariante de estas dos versiones es la angustia erotizada del niño, que en la versión 
tradicional suscita la fantasía de la agresión caníbal de la madre y en la versión suavizada 
la fantasía de la agresión homosexual del padre (Devereux. 1953b, 1960d, 1965f)- Un 
ejemplo más complejo de atenuación pindárica (Tercera Oda olímpica, verso 27) ha sido 
examinado en otra parte (Devereux. 1966h). 
Caso 8: Cuando leí en uno de los cuentos de hadas de Grimm que la nariz de no sé quién 
se iba haciendo cada vez más larga, deduje que esa nariz representaba el pene, y su 
alargamiento la erección. Después descubrí que había leído una versión expurgada del 
cuento; en la versión original registrada por los hermanos Grimm se menciona el pene y no 
la nariz. 
Freud estaba convencido de cuán fútiles resultaban las ocultaciones complicadas y por eso 
recibía a sus pacientes en una sala que reflejaba sus intereses y su personalidad; de hecho, 
analizaba con el perro echado a sus pies. Como los analizandos que iban a consulta con 
Freud no tenían más remedio que saber mucho de él, el intento de ocultación hubiera sido 
fútil. Científico, Freud aceptaba este hecho; no recurría, como tampoco otros buenos 
analistas, a una infantil maraña de "ocultaciones''. 
Caso 9: Este caso suele citarse en los círculos psicoanalíticos como ejemplo de 
comportamiento psicoanalítico realista y sensato. Un analista distinguido, que debió huir a 
los Estados Unidos durante la guerra, llegó a Nueva York casi sin un centavo. Su primer 
consultorio era por eso bastante pobre. Habiendo observado uno de sus pacientes que no 
podía ser un buen analista porque la pobreza de su consultorio demostraba su escasa 
prosperidad, el analista replicó: "Tiene usted razón en decir que mi consultorio es pobre. Soy 
un refugiado llegado hace poco." 
Independientemente de que un intento gratuito de ocultación sea infantilmente impulsivo o 
cuidadosamente tramado, falla porque —como ya dije— la ocultación revela necesariamente 
no poco de lo ocultado y además, mucho acerca de quien recurre a ella. 
Caso 10: Un analizando, trasferido de un analista a otro, dijo al segundo que en una ocasión 
su primer analista se había escabullido detrás de un pilar en el vestíbulo de un hotel para 
que no lo viera su analizando (Freedman, 1956). 
Caso 11: La artificiosa austeridad del consultorio de un analista era tan extremada que hasta 
sus colegas la interpretaban como manifestación de su rigidez personal. Además, la 
desolación que allí reinaba, destinada a ocultar a los pacientes los pocos intereses 
extraprofesionales de aquel analista, revelaba en realidad no poco de su rigidez y frialdad. 
Para acabar, por muy ingeniosamente que uno presente el ambiente experimental, por 
muchas pantallas en un solo sentido que interponga entre sí y el sujeto observado, y por 
muy fríamente que destruya el sensorium de un animal para impedirle que observe la 
existencia del observador, cada vez son más los experimentos psicológicos que resultan 
“viciados” por la inesperada percepción por parte de la rata de indicios extralaberínticos, 
incluso indicios de la presencia actual o anterior (olores) del experimentador, o de otras ratas 
que habían recorrido el mismo laberinto. 
Aun allí donde la situación experimental hace imposible toda contraobservación, nada que 
no sea matar al animal —lo que hace imposible la experimentación (capítulo xxii)— puede 
anular esa conciencia singular del impacto de los estímulos que la materia inanimada 
sencillamente no posee. Ciertamente, incluso los catatónicos, al parecer sin conciencia del 
mundo que los rodea, pueden al salir de su estupor dar cuenta detallada de todo cuanto 
sucedió en torno suyo mientras estaban estuporosos. De modo análogo, uno puede 
condicionar incluso a monos paralizados experimentalmente. Por eso es sencillamente no 
realista —que no es lo mismo que escolástico— escamotear el fenómeno clave de la 
conciencia de los estímulos como precondición de la respuesta. Probablemente la única 
diferencia de importancia entre lo animado y lo inanimado es la conciencia, y entre el 
hombre y el animal, la conciencia de su propia conciencia: el saber que uno sabe (capítulo 
XXIV). De ahí que incluso cuando no es posible la observación directa del observador por 
el sujeto, siempre existe al menos la capacidad potencial o el equipo para la 
contraobservación por parte del observado. Hay, pues, una diferencia sui generis entre el 
experimento (físico-químico) de derramar ácido sobre un trozo de carne cortada y el 
experimento científico in vivo de la ciencia de la vida de verterlo sobre un organismo 
viviente. Aparte de diferencias mínimas, más o menos se produce la misma reacción en 
ambos casos. En uno y otro la carne reacciona químicamente al ácido... pero además, el 
organismo vivo "sabe" —y esto es una forma de comportamiento— mientras que la carne 
cortada no sabe, y por lo tanto no tiene comportamiento. 
Reconozcámoslo o no, sólo el tomaro no tomar en cuenta esta reacción incremental 
determina el que realicemos un experimento químico o de biología en los seres vivos, y no 
importa nada que denominemos esta reacción incremental watsoniana o guthrieana, ni 
 
evento cognitivo tolmaniano, mientras reconozcamos tu decisiva importancia. 
El grado en que, en un ambiente donde es posible la contraobservación, una especie dada 
observa (y responde) al observador es un indicador bastante seguro de la posición de ese 
animal en la cadena de la evolución. El que decidamos formular el grado en que una especie 
contraobserva en función del área que el observador ocupa en el "plano cognitivo" de la rata 
o en función de la cantidad de respuestas referibles a estímulos procedentes del observador, 
no hace al caso en este contexto, con tal que se reconozca el hecho de la contraobservatión. 
Existe una relación funcional —y es posible que también causal— entre los artificios 
operacionales y los postulados subyacentes: 
1] en una teoría del comportamiento en que no entra la variable intermedia de la 
"conciencia" o conocimiento, y 
2] en la estructuración de los experimentos de un modo que maximice la unidireccionalidad 
de la observación. 
El artificio postulacional de negar la conciencia del organismo observado y el artificio 
experimental de minimizar la observación del observador por el observado (Devereux, 
1960b) son equivalentes, ya que ambos tratan de garantizar que uno sea rapaz de decir 
quién es la rata y quién el psicólogo. Las siguientes consideraciones demuestran que este 
enunciado no tiene implicaciones necesariamente derogatorias. 
Es una propiedad singular de la ciencia no comportamental el que el animado observa al 
inanimado —o en algunos casos, el animado observa a otro animado de modo tal que la 
animación del ser observado no tenga importancia. Esto permite incluso a un J. B. Watson 
o un E. R. Guthrie decir: “Yo soy el observador y esto percibo", puesto que el observado — 
que puede incluso ser una persona sometida a una observación puramente física— no 
puede decir eso de sí mismo de ningún modo relevante en ese contexto. Y así, si yo trato de 
estudiar tan sólo el aumento de peso de una mujer, sin referencia a sus excesos neuróticos 
(o sus trastornos endocrinos), puede gritar tanto y tan fuerte como quiera que "volvió a 
aumentar de peso porque nadie la quiere”, o que "su enfermedad empeora”, porque yo 
sencillamente no puedo "oír" sus gritos, que no “existen" (es decir, son extraños al caso) en 
mi marco de referencia fisicalista. Si yo tomara en cuenta, en este contexto, sus gritos ("y 
eso percibo”), me haría culpable del género de falacia de que sería culpable un ingeniero 
que, estudiando las propiedades físicas de un automóvil, incluyera también en sus cálculos 
el número de serie del motor o el de la placa. 
El individuo "rebajado” al ser estudiado de un modo que no toma en cuenta o pone sordina 
a su conciencia de sí mismo, suele responder a esta "devaluación" con una reacción de 
protesta que exagera su conciencia de sí. Por ejemplo, el hecho de que la pesen como si 
fuera un costal de papas puede hacer reconocer a nuestra hipotética obesa, por primera vez 
en su vida, que come demasiado porque siente que no la quieren. Esta pauta de reacción 
es uno de los datos más importantes en la investigación de la ciencia del comportamiento. 
Caso 12: Una de mis tareas en la Escuela de Medicina de la Temple University era enseñar 
a los estudiantes de medicina adelantados a recoger indicios psiquiátricos en sus 
reconocimientos físicos. Descubrí que algunas de las observaciones más importantes se 
hicieron mientras el paciente era sometido a una manipulación puramente física, como la 
auscultación del corazón o un examen de la pelvis (capítulo XIV). 
Es psicológica y lógicamente necesario idear experimentos de la ciencia del comportamiento 
en que el observador y el observado difieran del mismo modo que el físico difiere del objeto 
que estudia. Dado que en los experimentos físicos el fenómeno de "y esto percibo" sólo 
puede presentarse en el observador, desde el principio hay una distinción de género. 
En el estudio de los organismos vivos, y sobre todo el del hombre, esta distinción debe 
arbitrarse por medios legítimos y no ficticios. Dándose la diferenciación entre observador y 
observado en el momento en que al observador se le permite decir con pertinencia "y esto 
percibo", algunos científicos del comportamiento recurren tácitamente al espurio artificio de 
negar al sujeto observado la capacidad de decir “y esto percibo". Esto conduce 
inevitablemente a teorías del comportamiento que niegan implícitamente las facultades 
cognitivas del observado. Como esta teoría comportamental de "Hamlet sin príncipe de 
Dinamarca” es evidente que tampoco puede dar cuenta del comportamiento del observador 
en términos de una psicología pura de respuesta privada de toda "mácula" cognitiva, tales 
teorías son inevitablemente autoanulantes y no comprehensivas. 
No se puede obviar esta dificultad apelando a la teoría de los tipos matemáticos de Russell 
(Russell, 1938a) que, bien entendida, nos obliga realmente a distinguir del mismo modo 
entre sujeto y observador, precisamente en función de un cognitivo “y esto percibo", pero sin 
negar la misma facultad al organismo observado. 
La paradoja lógica clave de este contexto es la denominada “de Epiménides". 
Dice Epiménides, el cretense: "Todos los cretenses son mentirosos", (fr. 1. Diels-Kranz, 
1951-52) y con ello da a entender que mienten siempre. Vista superficialmente, esta 
declaración pone en marcha una serie interminable de autocontradicciones que forman bola 
de nieve: siendo Epiménides cretense, miente necesariamente al decir que todos los 
cretenses son unos mentirosos. Entonces, todos los cretenses —entre ellos el mismo 
Epiménides— no son mentirosos. Entonces, Epiménides decía la verdad al decir que todos 
los cretenses son mentirosos. Pero en este caso, miente de todos modos... y así 
sucesivamente, ad infinitum. Russell resolvió estas autocontradicciones demostrando que 
un enunciado acerca de todos los enunciados no es aplicable a sí mismo, ya que no 
pertenece al tipo lógico a que pertenecen todos los demás enunciados. Ciertamente, 
cuando Epiménides, el cretense, hace un enunciado acerca de los enunciados de los 
cretenses no está funcionando como espécimen (Esta interpretación de la paradoja de 
Epiménides se basa en la teoría de "clases de todas las clases no miembros de sí mismas") 
cretense, en relación con el contexto: hace de "autoantropólogo", que estudia las prácticas 
de su propio grupo (capítulo XII). En cualquier otra situación, todo lo que diga este cretense 
en particular podrá ser —y acaso tenga incluso que ser— mentira. Pero en este contexto 
particular, no es lógicamente necesario que Epiménides mienta. Y a la inversa, su veracidad 
en esta situación concreta no tiene por qué necesariamente menoscabar su notoriedad de 
campeón de los mentirosos de Creta ni la de Creta como tierra de mentirosos habituales. 
La teoría de Russell tiene consecuencias de mucho alcance para el científico del 
comportamiento a quien permite atribuir la facultad de decir “y esto percibo”, tanto para sí 
como para la amiba que estudia, sin por eso destruir la diferencia fundamental de género 
entre observador y observado. Basta que al observado se le permita decir pertinentemente 
sólo “y esto percibo" mientras al observador se le permite decir pertinentemente también: "Y 
además percibo que percibo y también percibo que el sujeto observado percibe." En la 
terminología de Russell, al observado sólo se le permite hacer enunciados, mientras que al 
observador se le permite hacer también enunciados acerca de enunciados; de los suyos, 
como de los del sujeto observado. En un nivel, tanto el sujeto observado como el observador 
autoobservado corresponden a los cretenses, incluso elllamado Epiménides. Pero el 
observador además, y en otro nivel, es también Epiménides el conocedor de todos los 
cretenses, incluso, y acaso especialmente, del cretense llamado Epiménides. 
Hemos ahora de abordar una cuestión delicada: ¿Por qué parece deseable o necesario 
eliminar la contraobservación? Como quiera que sea, damos por supuesto que la rata ve 
nuestro aparato; lo aceptamos porque la rata no sabe lo que es el aparato, aunque sabe lo 
que son los humanos. (En algunos observadores es cierta la inversa.) Aceptamos todo esto 
y no nos molesta, porque sabemos las propiedades de esos artificios y su valor de estímulo. 
Esta apreciación nos lleva a la conclusión inevitable de que tratamos de evitar la 
contraobservación porque no nos conocemos a nosotros ni nuestro valor de estímulo. .. Y 
no deseamos conocerlo. En lugar de aprender a observarnos y entendernos, tratamos de 
impedir que nos observen y entiendan nuestros sujetos. Pero un psicólogo clínico guapo 
debe saber que las mujeres a quienes somete a la prueba de Rorschach darán más 
respuestas sexuales que si él fuera viejo y calvo (caso 402), del mismo modo que uno feo 
debe saber que sus clientas en la prueba darán menos respuestas sexuales que si él fuera 
joven y guapo. Lo mismo sucede en todas las demás situaciones observacionales, desde 
los experimentos con amibas hasta la terapia psicoanalítica y la “observación participante" 
antropológica. Además, el observador no sólo tiene que entender su propio valor de estímulo 
específico, sino que también debe ser capaz de obrar en consecuencia en la situación 
observacional, experimental, de entrevista o terapéutica. Es esto algo que incluso los 
psicoanalistas de categoría a veces olvidan. 
Caso 13: Una muchacha escogió (inconscientemente) como primer analista a un hombre 
que tenía un defecto físico marcado, semejante al de su padre, pero como su análisis no 
avanzaba, cambió de analista. En el curso de su segundo análisis se hizo dolorosamente 
evidente que apenas empezado su primer análisis había llegado a un insight, cuando menos 
preconsciente del hecho de que había escogido a su primer analista a causa de su defecto 
físico: el no haber mejorado se debía a que su analista no había sabido interpretarle aquel 
insight latente. Es difícil esquivar la conclusión de que el primer analista no presentó aquella 
interpretación oportuna porque se imaginaba que su defecto real no afectaba a la 
trasferencia. Corrobora esta inferencia el hecho de que el primer analista seguía reiterando 
que “la realidad no es analizable", y por eso se negaba a ayudar a su analizanda a entender 
el significado y las posibles consecuencias del comportamiento extremadamente destructivo 
de su novio e insistía en que lo importante eran solamente las reacciones de la analizanda 
al comportamiento de su novio... y esto a pesar del hecho de que una exacerbación del 
comportamiento de su novio pudo haber puesto seriamente en peligro la salud de la 
analizanda. Pero esta situación satisfacía plenamente los criterios de intervenciones 
"didácticas" legítimas que he esbozado en otra parte (Devereux. 1956a). 
En realidad, la conciencia de nuestro propio valor de estímulo estándar o corriente suele 
permitirnos apreciar debidamente las reacciones de trasferencia de nuestros analizandos. 
Caso 14: Hace algunos años padecí una grave enfermedad viral que estuvo varios meses 
sin diagnosticar. En consecuencia yo estaba macilento, envejecido y fatigado, hecho que 
ninguno de mis pacientes podía dejar de notar. Innecesario es decir que cada uno de mis 
analizandos reaccionó a esta observación realista de un modo congruente con el estado de 
su trasferencia. Y así, cuando unos de ellos decía: “¡Vaya! Usted no es más que un anciano 
encorvado, triste y enfermo", lo que requería interpretación no era esta descripción realista 
de mi aspecto, sino el tono de triunfo y la ironía desdeñosa con que lo decía. Así mismo, lo 
que requería interpretación no era la apreciación igualmente realista de mi estado por un 
médico a quien estaba analizando, sino sus amables pero inapropiados intentos de prescribir 
un tratamiento a su analista. 
En resumidas cuentas, no basta que el observador tenga conciencia de su propio valor de 
estímulo especifico y lo tome en cuenta al apreciar los datos que procura su observación 
(caso 13). Tiene que ser capaz de obrar libremente sobre su comprensión de su valor 
específico de estímulo en la misma situación observacional, experimental, de entrevista o 
terapéutica. 
En función de la teoría de tipos, esta distinción es tan fundamental y clara como la distinción 
entre el físico y el objeto que estudia, y por eso permite una buena experimentación. Además, 
la distinción y la diferencia entre observador y observado es del mismo tipo y magnitud en 
ambos casos. Ciertamente, desde el punto de vista de la teoría de tipos, la diferencia entre 
una entidad no capaz de decir "y esto percibo" (objeto) y una entidad capaz de decirlo (físico) 
es exactamente la misma que entre el sujeto (animal o humano) capaz de decir (o al que se 
permite decir pertinentemente) “y esto percibo" y el observador capaz de decir (o al que se 
permite decir pertinentemente) "y yo percibo «que percibo y que mi sujeto también 
percibe". Un simple examen puede ayudarnos a aclarar la cuestión. Consideremos la serie 
de conceptos "pastor"-"perro"-"vertebrado". En esta serie, la distancia entre "pastor" y 
"perro" es la misma que la distancia entre "perro" y "vertebrado”. Pero esto no quiere decir 
que la "distancia" entre las abstracciones superiores y las inferiores sea constante. Depende 
de las abstracciones tratadas como "contiguas". En la serie mencionada, puedo reducir la 
distancia entre “pastor" y "vertebrado" omitiendo la palabra “perro". Puedo aumentar la 
distancia entre "perro" y "vertebrado” poniéndoles en medio la abstracción "mamífero". Si lo 
hago, las dos palabras cesan de ser contiguas, y la distancia entre ellas aumenta. En 
sentido semejante podemos aumentar o disminuir la "distancia" entre observador y 
observado sin pasar por alto ninguna de las importantes características del segundo. 
El acuerdo o especificación de que el sujeto serlo puede hacer enunciados ("y esto percibo") 
mientras que al observador se le permite hacer además (pertinentemente) enunciados 
acerca de enunciados (“y además yo percibo que tanto yo como el sujeto percibimos") es 
lógicamente tan artificioso como la reacción de la ingenua negativa del psicólogo a conceder 
conocimiento a su sujeto experimental. Pero si uno pasa —como puede hacerlo 
legítimamente— de la lógica pura a la aplicada, la diferencia entre las consecuencias de 
estos dos artificios es patente. 
Esta distinción va mucho más allá de comprender que una cosa es negar o amputar uno de 
los aspectos clave de la realidad y otra muy distinta aislar una variable. Lo que se excluye 
—sea negando su existencia o por simple convención— de la pura psicología de respuesta 
es un elemento clave de la realidad, que diferencia decisivamente al organismo de lo 
inorgánico: la capacidad de conciencia o conocimiento que no requiere definición de ninguna 
manera en este contexto. El enfoque aquí propuesto comprende el conocimiento ("y esto 
percibo") dentro de su esfera de acción. Incluso la capacidad potencial que el sujeto tiene 
de perfeccionar más su conciencia —como su facultad de hacer enunciados acerca de 
enunciados— no se niega de plano sino que sencillamente se ignora por convención. 
Además, el enfoque propuesto nos permite planear incluso experimentos en que a los 
sujetos puede permitírseles hacer pertinentemente enunciados acerca de enunciados; 
sencillamente porque el observador también puede hacer pertinentemente lo que puede 
interpretarse como "un enunciado sobre enunciados acerca de enunciados"... por ejemplo, 
creando la teoría de tipos. El enfoque de la psicología de respuestapura fija de una vez para 
siempre el límite de los fenómenos susceptibles de ser estudiados, mientras que el esquema 
propuesto no pone límites de ningún género a la experimentación ni la teoría, ni requiere 
experimentos cuyo objetivo sea negar o inhibir un fenómeno clave. Permite la aparición de 
cualquier forma de comportamiento, la actualización de cualquier tipo de función, porque la 
selección de datos, en función de los criterios de pertenencia convenidos, se produce 
después de ocurrido el fenómeno. Y así, la mujer (física) obesa pesada en una balanza no 
es descerebrada (figuradamente) para privarla de su capacidad de comprender que está 
demasiado gorda ni se le quitan las cuerdas vocales para impedir que lo diga. Es libre de 
hacer lo que quiera, mientras que yo, el experimentador, soy igualmente libre —mientras la 
peso— de no tomar en cuenta más que la aguja de la balanza. Este método de 
experimentación está de acuerdo con el principio de Poincaré de todo "método es la elección 
de hechos". Se trata simplemente de ponerse de acuerdo acerca de lo que uno considera 
pertinente en un contexto dado. 
Todo esto deja igual la Sonderstellung del observador, aunque éste sea intelectualmente 
inferior a su sujeto. Además, permite hacer experimentos en que el observador 
(contraobservado él mismo) es un perro o un mono y el observado un ser humano: algunos 
de los mayores experimentos de ecología son precisamente de este tipo. 
La principal ventaja del esquema propuesto es la reintroducción del observador, tal y como 
es realmente, en la situación experimental; no como fuente de lamentable perturbación sino 
como fuente importante y aun indispensable de datos complementarios y pertinentes para la 
ciencia del comportamiento. Esto permite aprovechar los efectos sui generis de la 
observación tanto en el observador como en el observado, que aquí consideramos datos 
clave (capítulo XXI). 
El enfoque propuesto efectúa la hipervaloración del sentido común del observador que con 
diversos artificios trata de lograr —sin conseguirlo— por una subvaloración absurda del 
observado. Lo que requiere la buena ciencia del comportamiento no es una rata (real o 
ficticiamente) descerebrada, sino un científico (del comportamiento) recerebrado. Tratando 
de crear modos de experimentar y teorizar exentos de cognición, el científico del 
comportamiento se inhibe a si mismo más aún que a su rata, y simplifica su propia mente 
más aún que la de la rata: pone ingenio acrobático en lugar de pensamiento original, inventa 
más ajedreces complicados en lugar de mejores estrategias científicas y embalsama las 
semillas en lugar de plantarlas. 
El científico verdadero no es un glorioso "idiot savant” campeón de ajedrez, sino un creador. 
Tal vez no pueda compararse con una veloz calculadora; en realidad, como Henri Poincaré, 
"príncipe de las matemáticas", es posible que ni siquiera sea capaz de sumar debidamente. 
Lo que puede hacer es crear un nuevo mundo de ciencia. Mediante un entretenido truco de 
salón podrá resolver aritméticamente en 50 páginas un problema que el álgebra o el cálculo 
pueden resolver en tres líneas, pero no está "haciendo ciencia". El niño que en su bicicleta 
exclama: "¡Mira mamá; sin manos!”, no da una consigna apropiada para la exploración 
interplanetaria. Si fuera de otro modo, los mayores compositores del mundo hubieran sido 
expertos en contrapunto, como Albrerhtsberger, Jadassohn y Sorabji... no Mozart, Beethoven 
y afines; y la gran poesía la escribirían los filólogos y no Píndaro, Keats ni Baudelaire. 
Vista cultural-históricamente, buena parte de la ciencia del comportamiento contemporánea 
—sobre todo en Estados Unidos y Rusia— se asemeja peligrosamente a un estéril 
escolasticismo. En la esfera de la ciencia es paralelo de la impersonalidad esquizoide y la 
habilidad técnica de ciertos imitadores siglo xx del barroco refrigerado "contrapunto estilo 
máquina de coser"," o sea de Stravinsky y sus iguales (Devereux, 1961c). Este modo de 
enfocar las ciencias y el arte creador es señal de putrefacción cultural y social. .. Que todavía 
podemos detener, si queremos hacer el esfuerzo. 
Lo que más se necesita es la reintroducción de la Vida en las ciencias de la vida, y la 
reinstalación del observador en la situación observacional mediante la adhesión constante a 
la advertencia de un gran matemático: "¡Busca la simplicidad, pero desconfía de ella!" Puede 
"simplificar" un experimento el descerebrar a una rata o paralizarla —¡ambas cosas se han 
hecho!— pero los intentos que hace el pobre animal para salir arrastrándose del laberinto 
con sus extremidades claudicantes arrojarán una luz escasa sobre el comportamiento normal 
de la rata. .. y una demasiado cruel sobre el de algunos psicólogos (caso 372). 
El aislamiento de los fenómenos es una estrategia fundamental en la ciencia, mientras que 
el amputar a la realidad sus caracteres medulares sólo nos permite meterla en el lecho de 
procusto de nuestra impotencia escolástica. Un buen ejemplo de esto es el género de 
experimento psicológico "controlado”, que “controla" el elemento psicológico genuino (causa 
de ansiedad). 
Pero si tomamos por paradigma el estudio del hombre por el hombre tenemos que aceptar 
y aprovechar el hecho significante de que, en una díada observacional, las dos personas 
pueden decir “y esto percibo". Bien podríamos permitirles que lo hagan pertinentemente. 
Cualquiera que sea el convenio que garantice que "A es el observador" y “B es el observado", 
ambos hacen de observadores: su acatamiento a ese convenio implica también 
conocimiento mutuo y autoobservación. El hecho de que cada uno de los dos sea así "el 
observador” para sí mismo y el “observado" para el otro subyace a todas las (supuestas) 
perturbaciones debidas al hecho de haberse realizado un experimento. El conocimiento, 
hasta ahora tratado como “perjudicial" —o como "ruido” en teoría de la información- es un 
dato clave para las ciencias de la vida, que reintroduce la conciencia incluso en los 
experimentos destinados a eliminarla. En cada experimento hay dos eventos discretos 
(“einsteinianos") "en el observador": uno en el observador y otro en el observado. Estos 
problemas de conocimiento no pueden presentarse en el estudio de lo inanimado y esto a 
pesar del “principio de indeterminación" a examinar en otra parte. Esta diferencia subyace a 
todo lo que es sui generis en los fenómenos de la ciencia del comportamiento. 
La conclusión más simple a sacar de todo esto es que si nos empeñamos en hablar el 
lenguaje de las ciencias exactas, lo menos que podemos hacer es hablarlo gramaticalmente. 
 
APÉNDICE 
 
EL TRAUMA DE LA IMPASIBILIDAD DE LA MATERIA 
El hombre tiene una reacción de pánico ante la no responsividad o impasibilidad de la 
materia. Su necesidad de negar esta no responsividad y de dominar su pánico lo induce a 
interpretar los casos físicos animísticamente y a imputarles "significados" que no tienen, así 
como a ser capaz de experimentarlos como "respuestas". Si no hay estímulos interpretables 
como "respuestas", el hombre tiende a poner una respuesta ilusoria en lugar de la esperada 
(indebidamente) que no llega. 
Es un hecho la necesidad que el organismo tiene de una respuesta. El estudio hecho por 
Davis (1940) de un niño socialmente aislado y el resumen por Mandelbaum (1943) de datos 
acerca de los llamados "niños lobos”, prueban que los niños privados de respuesta social 
por bastante tiempo, son incapaces de desarrollar ciertos rasgos humanos "básicos". 
Además, si la ausencia de respuesta se produce en la primera infancia, el infante o el monito 
(Harlow, 1962) muere de marasmo o queda psicológicamente inútil para toda la vida (Spitz. 
1945, 1946, 1949: Spitz y Wolf, 1946). 
El prototipo de todo pánico producido por la falta de respuesta es la reacción del infante a la 
ausencia, o falta de responsividad temporal, de su madre. Segúnla evidencia psicoanalista 
(Ferenczi, 1950) el infante trata de compensar la respuesta faltante alucinando las 
respuestas satisfactorias maternales que ha experimentado con anterioridad. Las 
alucinaciones de los adultos privados experimentalmente de estímulos (Héron et al., 195S, 
Herton et al., 1954. Lilly, 1956a. b) están funcionalmente —y acaso también 
ontogénicamente— relacionadas con las alucinaciones de los infantes privados de amor. 
Tienen extraordinaria significancia ciertas situaciones culturales y clínicas en que el individuo 
privado de respuesta trata de negar la no responsividad de la otra persona. 
Caso 15; Muchos grupos creen que los antepasados muertos vigilan a sus descendientes, 
cubren sus necesidades, castigan sus culpas. 
Caso 16: Un joven que padecía de fugas epileptoides ocasionales peleó con su esposa y la 
mató de un tiro. Después volvió el arma contra sí, se rozó el temporal y perdió el sentido. Al 
recobrar el conocimiento —y emergiendo acaso de una fuga epileptoide— llamó a su esposa 
(asesinada) para que lo ayudara, habiendo "olvidado" (negado) visiblemente que ya no le 
podía responder. 
El infante —incapaz de distinguir entre ausencia, deliberada negación de respuesta y 
muerte— considera la falta de respuesta una manifestación de malevolencia o enojo. 
Demuestra que así se interpreta también la no responsividad de la materia aquella famosa 
salida de un eminente científico acerca de la "malevolencia" de los objetos. Dijo Lagrange: 
“A la naturaleza no le importan las dificultades analíticas", es decir "a la naturaleza no le 
importan las dificultades matemáticas que presenta a los estudiosos"; equipara así 
indiferencia a malicia, al menos así lo da a entender. 
Caso 17: Los hopis abofetean a los muertos y los acusan de haberse muerto para molestar 
a los supervivientes (Kennard, 1937). 
Caso 18: La generosidad es una de las virtudes cardinales del mohave, que es indiferente 
a los derechos de propiedad y da o presta lo suyo casi a quien quiera. Pero en el momento 
en que muere el mohave, aun el más generoso, creen que de repente se vuelve tan 
consciente de la propiedad que todas sus pertenencias han de ser quemadas, para que no 
vuelva a reclamarlas. Como el difunto no puede responder y como sus posesiones 
materiales, que solía utilizar en vida para ciertas respuestas sociales importantes, se 
destruyen, el inicio de la no responsividad del muerto coincide claramente con el momento 
en que empiezan a imputársele una posesividad vindicativa y aun intentos homicidas 
(Devereux, 1961a). De ahí que en aquella cordial tribu sea desconocido el concepto de un 
espectro benévolo y desinteresado. También observamos que muchos héroes griegos se 
volvían inmediatamente peligrosos al morir (Harrison. 1922). 
Caso 19: Un día en que estuve excepcionalmente callado durante una hora analítica, mi 
analizanda, una joven casada, fantaseó que mi silencio era sólo la calma que precede a la 
tempestad. Veía que yo iba a ponerme en pie, tirar mi libreta de notas al suelo, pisotearla y 
gritarle reprimendas a ella. Había interpretado mi silencio como hostilidad porque su madre 
había solido castigarla con largos silencios, negándose a darle ni siquiera respuestas 
simbólicas (Devereux, 1953a). 
Los analizandos en un estado de transferencia fuertemente negativa pueden incluso 
fantasear que su analista no responsivo está muerto y sentirse en extremo culpables, porque 
se imaginan que sus deseos de muerte no expresados le mataron. 
Caso 20: Un joven fóbico y obsesivo pensó una vez que yo había muerto en mi sofá analítico 
porque no me oyó respirar ni moverme durante diez o quince minutos. Reaccionó a este 
"descubrimiento" con un pánico intenso, puesto que mi "muerte" demostraba el poder 
mágicamente destructor de sus pensamientos hostiles y sus deseos de muerte. Este 
paciente mencionaba con considerable amargura que su padre solía llevarle al parque y 
escondérsele, hasta que creyéndose abandonado chillaba él literalmente de pánico. En parte 
a consecuencia de este trauma repetido, el paciente llegó a tener en su adolescencia la 
convicción de que cosas terribles (— destrucción o muerte) podían sucederles a sus padres 
siempre que él estaba lejos de ellos (Devereux, 195bd). 
Hay muchas pruebas indirectas —de un género que suele ser más convincente que las 
pruebas directas— de que la no responsividad y aun la responsividad disminuida se 
interpretan neuróticamente como regresión a un estado inanimado (— inorgánico) o bien 
como una maniobra de poder intimidante. Y así, la no responsabilidad parcial de una persona 
supuestamente anormal se ridiculiza con términos que implícitamente le imputan la 
inorganicidad: “zoquete" o “tarugo" o "pedazo de alcornoque": en cambio, la fría indiferencia 
de una persona normal es una de las señales con que se reconoce a los socialmente 
destacados entre los anglosajones, los chinos y los indios de los llanos. Mientras que el 
prestigio de la impasibilidad inculcada es a todas luces producto de ciertas culturas, revela 
una tendencia inconsciente a equiparar la impasibilidad (no responsividad) al poder y aun a 
la agresividad (caso 180). De ahí que la impasibilidad cínicamente deliberada sea a veces 
un medio de intimidación (caso 181) y una rabia fría suele ser más espantosa que una 
hirviente, tal vez porque una persona ardientemente enojada "telegrafía su golpes", mientras 
que el hombre fríamente enojado no lo hace. Esto hace a este último especialmente 
peligroso, ya que su comportamiento controlado no indica la amplitud probable ni la 
naturaleza de su agresión. 
La angustia del hombre en presencia de la materia física insensible se refleja en el dicho de 
Whitehead (lógicamente indefendible): "La naturaleza está cerrada a la mente", que es sólo 
un eco tardío del pánico del infante abandonado, cuyos gritos no provocan respuesta de lo 
inanimado que lo rodea. La tendencia del infante a compensar esas respuestas ausentes 
por medio de respuestas alucinadas puede, a su vez, ser el origen de la tendencia primitiva 
a considerar la materia animísticamente y a “detectar" en los fenómenos materiales una 
responsividad trascendental inexistente (Devereux. 1967a). 
 
	CAPÍTULO III
	APÉNDICE

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