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Lacan, J Libro III Cap XIV (puntos 1 y 2)

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XIV
EL SIGNIFICANTE, EN CUANTO 
A TAL, NO SIGNIFICA NADA
La noción de estructura.
La subjetividad en lo real.
Cómo situar el comienzo del delirio.
Los entre-yo (je)
Ad usum autem orationis, incredibile est, nisi diligenter 
attenderis, quanta opera machinata natura sit. 
Cuántas maravillas esconde la función del lenguaje si 
quieren diligentemente prestarle atención: como saben a eso 
nos dedicamos aquí. No les extrañará entonces que ponga 
como epígrafe esta frase de Cicerón, ya que sobre ese tema 
vamos, este trimestre, a retomar el estudio de las estructuras 
freudianas de las psicosis.
En efecto, se trata de lo que Freud dejó en lo concerniente 
a las estructuras de las psicosis, y por lo cual las calificamos 
de freudianas. 
1
La noción de estructura merece de por sí que le prestemos 
atención. Tal como la hacemos jugar eficazmente en análisis, 
implica cierto número de coordenadas, y la noción misma de 
coordenadas forma parte de ella. La estructura es primero un 
grupo de elementos que forman un conjunto co-variante. 
261
Dije un conjunto, no dije una totalidad. En efecto, la no-
ción de estructura es analítica. La estructura siempre se esta-
blece mediante la referencia de algo que es coherente a alguna 
otra cosa, que le es complementario. Pero la noción de totali-
dad sólo interviene si estamos ante una relación cerrada con 
un correspondiente, cuya estructura es solidaria. Puede haber, 
por el contrario, una relación abierta, a la que llamaremos de 
suplementariedad. A quienes se han dedicado a un análisis 
estructural, siempre les pareció que lo ideal era encontrar lo 
que ligaba a ambas, la cerrada y la abierta, descubrir del lado 
de la apertura una circularidad. 
Pienso que ya tienen la orientación suficiente para 
comprender que la noción de estructura es ya en sí misma una 
manifestación del significado. Lo poco que acabo de indicar-
les acerca de su dinámica, sobre lo que implica, los dirige ha-
cia la noción de significante. Interesarse por la estructura es 
no poder descuidar el significante. En el análisis estructural 
encontramos, como en el análisis de la relación entre signifi-
cante y significado, relaciones de grupos basadas en conjun-
tos, abiertos o cerrados, pero que entrañan esencialmente refe-
rencias recíprocas. En el análisis de la relación entre signifi-
cante y significado, aprendimos a acentuar la sincronía y la 
diacronía, y encontramos lo mismo en el análisis estructural. 
A fin de cuentas, al examinarlas de cerca, la noción de 
estructura y la de significante se presentan como inseparables. 
De hecho, cuando analizamos una estructura, se trata siempre, 
al menos idealmente, del significante. Lo que más nos satisfa-
ce en un análisis estructural, es lograr despejar al significante 
de la manera más radical posible.
Nos situamos en un campo distinto al de las ciencias natu-
rales, y como saben, decir que es el de las ciencias humanas 
no basta. ¿Cómo hacer la demarcación? ¿En qué medida de-
bemos tender hacia los ideales de las ciencias de la naturaleza, 
me refiero a la forma en que se han desarrollado para noso-
tros, esto es, a la física ante la cual estamos? ¿En qué medida 
no podemos evitar distinguirnos de ella? Pues bien, en rela-
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ción a las definiciones esas de significante y estructura es que 
se puede trazar la frontera adecuada. 
En física, nos impusimos como ley partir de la idea que, en 
la naturaleza, nadie se sirve del significante para significar. 
Nuestra física se distingue en esto de una física mística, y aún 
de la física antigua, que nada tenía de mística, pero que no se 
imponía estrictamente esta exigencia. Para nosotros se ha con-
vertido en ley fundamental, exigible de todo enunciado del 
orden de las ciencias naturales, que nadie se sirve del signifi-
cante. 
Pero, el significante a pesar de todo está ahí, en la natura-
leza, y si en ella no estuviera el significante que buscamos, no 
encontraríamos nada. Establecer una ley natural es despejar 
una fórmula insignificante. Mientras menos signifique, más 
contentos nos ponemos. Por eso nos contenta tanto la culmi-
nación de la física einsteniana. Se equivocan si creen que las 
formulitas de Einstein que relacionan la masa de inercia con 
una constante y algunos exponentes, tiene la menor significa-
ción. Son un puro significante. Y por eso, gracias a él tenemos 
el mundo en la palma de la mano. 
La noción de que el significante significa algo, de que 
alguien se vale de ese significante para significar algo, se lla-
ma la Signatura rerum. Es el título de una obra de Jakob 
Bœhme. Con lo cual quería decir que, en los fenómenos natu-
rales, está el susodicho Dios hablándonos en su lengua. 
No por ello debemos pensar que nuestra física implica la 
reducción de toda significación. En el límite hay una, pero sin 
nadie que la signifique. Dentro de la física, la sola existencia 
de un sistema significante implica al menos esta significación: 
que hay uno, un Umwelt. La física implica la conjunción mí-
nima de los dos significantes siguientes: el uno y el todo —
que todas las cosas son una o que el uno es todas las cosas—. 
Esos significantes de la ciencia, por reducidos que sean, 
sería un engaño creer que están dados, y que el empirismo 
que fuere permite despejarlos. Ninguna teoría empírica es ca-
paz de dar cuenta de la mera existencia de los primeros núme-
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ros enteros. Por más esfuerzos que haya hecho el señor Jung 
para convencernos de lo contrario, la historia, la observación, 
la etnografía, muestran que en cierto nivel de uso del signifi-
cante, en tal cultura, comunidad o población, acceder al nú-
mero cinco, por ejemplo, es una conquista. Es muy posible 
distinguir, por los lados del Orinoco, entre la tribu que 
aprendió a significar el número cuatro, y no más allá, y 
aquélla para la cual el número cinco abre posibilidades 
sorprendentes, coherentes, por cierto, con el conjunto del 
sistema significante en que se inserta. 
Esto no es chiste. Debe tomarse al pie de la letra. El efecto 
fulgurante de la llegada del número tres a cierta tribu del 
Amazonas fue notado por gente que sabía lo que decía. El 
enunciado de las series de números enteros no va de suyo. 
Puede concebirse perfectamente, y la experiencia muestra que 
es así, que más allá de determinado límite en esta serie, las 
cosas se confunden, y que sólo se ve la confusión de la multi-
tud. La experiencia también muestra que, como el número 1 
sólo adquiere su eficacia máxima retroactivamente, en la ad-
quisición del significante él no nos permite poner el dedo en 
el origen. 
Estas consideraciones parecen contradecir las observacio-
nes que hice acerca de que todo sistema de lenguaje entraña, 
recubre, la totalidad de las significaciones posibles. No es así, 
porque ello no quiere decir que todo sistema de lenguaje ago-
te las posibilidades del significante. Es totalmente diferente. 
Prueba de ello es, por ejemplo, que el lenguaje de una tribu 
australiana puede expresar determinado número con el cre-
ciente de la luna. 
Estos comentarios pueden parecer lejanos. Son, sin 
embargo, esenciales para retornar el comienzo de nuestro 
discurso de este año. Nuestro punto de partida, el punto al que 
siempre volvemos, pues siempre estaremos en el punto de 
partida, es que todo verdadero significante es, en tanto tal, un 
significante que no significa nada.
264
2
La experiencia lo prueba: mientras más no significa nada, 
más indestructible es el significante. 
Quienes bromean sobre lo que podemos llamar el poder de 
las palabras, demostrando, lo cual es siempre fácil, las contra-
dicciones en las que se entra con el juego de tal o cual con-
cepto, quienes se burlan del nominalismo, como suele decirse, 
de tal o cual filosofía, toman una dirección insensata. 
Es fácil, desde luego, criticar lo que puede tener de arbitra-
rio o de huidizo el uso de una noción comola de sociedad, 
por ejemplo. No hace tanto tiempo que se inventó la palabra, 
y resulta irónico ver a qué impasse concreto lleva, en lo real, 
la noción de la sociedad como responsable de lo que le ocurre 
al individuo, cuya exigencia ha dado lugar finalmente a las 
construcciones socialistas. En efecto, en el surgimiento de la 
noción de sociedad —no digo de ciudad— hay algo radi-
calmente arbitrario. Piensen que para nuestro amigo Cicerón, 
y en la misma obra que hemos citado, la nación es solamente, 
por decirlo así, la diosa de la población: preside los nacimien-
tos. De hecho, la idea moderna de nación ni siquiera está en el 
horizonte del pensamiento antiguo, y no es simplemente el 
azar de una palabra lo que lo demuestra. 
Son todas cosas que no existen de suyo. De ello es lícito 
deducir que la noción de sociedad puede ser puesta en duda. 
Pero precisamente en la medida misma en que podemos po-
nerla en duda es un verdadero significante. Y por esa misma 
razón entró en nuestra realidad social como una roda, como la 
cuchilla de un arado. 
Cuando se habla de lo subjetivo, e incluso cuando aquí lo 
cuestionamos, siempre permanece en la mente el espejismo de 
que lo subjetivo se opone a lo objetivo, que está del lado del 
que habla, y que por lo mismo está del lado de las ilusiones: o 
porque deforma o porque contiene a lo objetivo. La dimen-
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sión hasta ahora eludida de la comprensión del freudismo, es 
que lo subjetivo no está del lado del que habla. Lo subjetivo 
es algo que encontramos en lo real. 
Sin duda, lo real en juego no debe tomarse en el sentido en 
que lo entendemos habitualmente, que implica objetividad, 
confusión que se produce sin cesar en los escritos analíticos. 
Lo subjetivo aparece en lo real en tanto supone que tenemos 
enfrente un sujeto capaz de valerse del significante, del juego 
del significante. Y capaz de usarlo del mismo modo que noso-
tros lo usamos: no para significar algo, sino precisamente para 
engañar acerca de lo que ha de ser significado. Es utilizar el 
hecho de que el significante es algo diferente de la significa-
ción para presentar un significante engañoso. Esto es tan 
esencial que, hablando estrictamente, es el primer paso de la 
física moderna. La discusión cartesiana acerca del Dios enga-
ñoso es el paso imposible de evitar para todo fundamento de 
una física en el sentido en que entendemos este término. 
Lo subjetivo es para nosotros lo que distingue el campo de 
la ciencia en que se basa el psicoanálisis, del conjunto del 
campo de la física. La instancia de la subjetividad en tanto 
que presente en lo real, es el recurso esencial que hace que di-
gamos algo nuevo cuando distinguimos esa serie de fenóme-
nos, de apariencia natural, que llamamos neurosis o psicosis. 
¿Son las psicosis una serie de fenómenos naturales? ¿En-
tran en el campo de la explicación natural? Llamo natural al 
campo de la ciencia en el que no hay nadie que se sirva del 
significante para significar. 
Les ruego retengan estas definiciones, pues sólo se las doy 
luego de haberme tomado el trabajo de decantarlas. 
Las creo particularmente adecuadas para aportar la mayor 
claridad al tema de las causas finales. La idea de causa final 
repugna a la ciencia tal cual está constituida actualmente, pero 
ésta la usa incesantemente de manera encubierta, en la noción 
de retorno al equilibrio por ejemplo. Si por causa final se en-
tiende sencillamente una causa que actúa por anticipación, 
que tiende hacia algo que está por delante, es absolutamente 
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ineliminable del pensamiento científico, y hay tanta causa fi-
nal en las fórmulas einstenianas como en Aristóteles. La dife-
rencia es muy precisamente la siguiente: ese significante na-
die lo emplea para significar cosa alguna —a no ser ésta: que 
hay un universo. 
Leí un autor que se maravillaba por la existencia del ele-
mento agua: hasta qué punto ella da fe de los cuidados que ha 
tenido el Creador por el orden y nuestro placer, pues si el 
agua no fuese ese elemento a la vez maravillosamente fluido, 
pesado y sólido, no veríamos los barquitos bogar tan fluida-
mente sobre el mar. Esto está escrito, y sería un error pensar 
que el autor era un imbécil. Simplemente, estaba todavía en la 
atmósfera de una época en que la naturaleza estaba hecha para 
hablar. Esto se nos escapa debido a que nuestras exigencias 
causales han sufrido cierta purificación. Pero estas pretendi-
das ingenuidades eran naturales en gente para quien todo lo 
que se presentaba con una naturaleza significante estaba he-
cho para significar algo.
Actualmente se está realizando una operación muy curio-
sa, que consiste en salirse de ciertas dificultades que presen-
tan algunos dominios limítrofes, en las cuales, por fuerza, en-
tra a jugar la cuestión del uso del significante como tal, utili-
zando precisamente la noción de comunicación, sobre la cual 
hemos conversado aquí de cuando en cuando. Si incluí en ese 
número de la revista, con la que todos ustedes están algo fa-
miliarizados, el artículo de Tomkins, es para darles un 
ejemplo del modo ingenuo de usar la noción de comunica-
ción. Verán que se puede llegar muy lejos, y que no faltó 
quien lo hiciera.
Hay quien dice que en el interior del organismo los diver-
sos órganos de secreción interna se envían mensajes entre sí; 
bajo la forma, por ejemplo, de hormonas que le vienen a 
anunciar a los ovarios que las cosas andan muy bien, o al con-
trario, que están fallando un poco. ¿Es éste un uso legítimo de 
las nociones de comunicación y de mensaje? ¿Por qué no? Si 
el mensaje es simplemente del orden de lo que ocurre cuando 
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enviamos un rayo, invisible o no, sobre una célula fotoeléctri-
ca. Esto puede llegar muy lejos. Si, barriendo el cielo con el 
pincel de un proyector, vemos aparecer algo en el medio, eso 
puede ser considerado como la respuesta del cielo. La crítica 
se hace sola. Esto empero, es aún tomar las cosas de un modo 
demasiado fácil. 
¿Cuándo se puede hablar verdaderamente de comunica-
ción? Me dirán que es evidente: se necesita una respuesta. 
Esto puede sostenerse, es cuestión de definición. ¿Diremos 
que hay comunicación a partir del momento en que la 
respuesta se registra? Pero, ¿qué es una respuesta? Hay una 
sola manera de definirla, decir que algo vuelve al punto de 
partida. Es el esquema de la retroalimentación. Todo retorno 
de algo que, registrado en algún lado, desencadena por ese he-
cho una operación de regulación, constituye una respuesta. La 
comunicación comienza ahí, con la auto-regulación.
¿Pero estamos ya acaso a nivel de la función del signifi-
cante? Yo digo que no. En una máquina termo-dinámica 
sustentada en una retroalimentación, no hay uso del signifi-
cante. ¿Por qué? El aislamiento del significante en tanto tal 
necesita otra cosa, que primero se presenta de modo paradóji-
co, como toda distinción dialéctica. Hay uso estricto del signi-
ficante a partir del momento en que, a nivel del receptor, lo 
que importa no es el efecto del contenido del mensaje, no es 
el desencadenamiento en el órgano de determinada reacción 
debida a la llegada de la hormona, sino lo siguiente: que en el 
punto de llegada del mensaje, se toma constancia del mensaje. 
¿Implica esto una subjetividad? Examinémoslo muy dete-
nidamente. No es seguro. ¿Qué distingue la existencia del sig-
nificante en tanto tal, como acabo una vez más de intentar 
precisar su fórmula, en tanto sistema correlativo de elementos 
que toman su lugar sincrónica y diacrónicamente unos en re-
lación a otros? 
Estoy en el mar, capitán de un pequeño navío. Veo cosas 
que se agitan en la noche de un modo que me hace pensar que 
puede tratarse de un signo. ¿Cómo voy a reaccionar? Si no 
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soy todavía un ser humano, reacciono mediante todo tipo de 
manifestaciones, como suele decirse, modeladas, motoras y 
emocionales, satisfago las descripciones de los psicólogos, 
comprendoalgo, en fin, hago todo lo que les digo que hay que 
saber no hacer. En cambio, si soy un ser humano escribo en 
mi bitácora: A tal hora, en tal grado de longitud y latitud, 
percibimos esto y lo otro. 
Esto es lo fundamental. Salvo mi responsabilidad. La 
distinción del significante esta ahí. Tomo constancia del signo 
como tal. El acuse de recibo es lo esencial de la comunicación 
en tanto ella es, no significativa, sino significante. Si no arti-
culan fuertemente esta distinción, recaerán sin cesar en las 
significaciones que sólo pueden enmascarar el resorte original 
del significante en tanto ejerce su función propia. 
Retengamos bien esto. Incluso cuando en el interior de un 
organismo, viviente o no, se producen transmisiones fundadas 
en la efectividad del todo o nada, aún cuando, debido a la 
existencia de un umbral, por ejemplo, hay algo que no llega a 
cierto nivel, y luego, de golpe, produce determinado efecto —
tengan presente el ejemplo de las hormonas— no podemos to-
davía hablar de comunicación, si en la comunicación implica-
mos la originalidad del orden del significante. En efecto, algo 
es significante no en tanto que todo o nada, sino en la medida 
en que algo que constituye un todo, el signo, esta ahí justa-
mente para no significar nada. Ahí comienza el orden del sig-
nificante, en tanto que se distingue del orden de la significa-
ción. 
Si el psicoanálisis nos enseña algo, si el psicoanálisis 
constituye una novedad, es precisamente que el desarrollo del 
ser humano no puede en modo alguno ser directamente dedu-
cible de la construcción, de las interferencias, de las composi-
ciones de las significaciones, vale decir, de los instintos. El 
mundo humano, el mundo que conocemos, en el que vivimos, 
en medio del cual nos orientamos, y sin el cual de ningún 
modo podemos orientarnos, no implica solamente la existen-
cia de las significaciones, sino el orden del significante.
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Si el complejo de Edipo no es la introducción del signifi-
cante, les pido que me den de él alguna concepción distinta. 
Su grado de elaboración sólo es tan esencial para la normali-
zación sexual porque introduce el funcionamiento del signifi-
cante en tanto tal en la conquista del susodicho hombre o mu-
jer. No es porque el complejo de Edipo es contemporáneo de 
la dimensión, o de la tendencia genital, que podemos un sólo 
instante concebir que sea esencial a un mundo humano reali-
zado a un mundo que tenga su estructura de realidad humana. 
Piensen un momento en ello: si hay algo que con seguri-
dad no está hecho para introducir la articulación y la diferen-
ciación en el mundo, es precisamente la función genital. Lo 
que por su esencia propia alcanza la más misteriosa de las 
efusiones, es justamente lo más paradójico en relación a toda 
estructuración real del mundo. La dimensión instintiva no es 
la operante en la etapa a superar del Edipo. Al respecto, por el 
contrario, el material tan variado que muestran las etapas pre-
genitales permite concebir con mayor facilidad como, por 
analogía de la significación, el mundo de la materia, para lla-
marlo por su nombre, se relaciona con lo que el hombre tiene 
en su campo inmediatamente. Los intercambios corporales, 
excremenciales, pregenitales, son harto suficientes para 
estructurar un mundo de objetos, un mundo de realidad huma-
na completa, vale decir, en el que haya subjetividades. 
No hay definición científica de la subjetividad, sino a 
partir de la posibilidad de manejar el significante con fines 
puramente significantes y no significativos, es decir, que no 
expresan ninguna relación directa que sea del orden del apeti-
to. 
Las cosas son simples. Pero aún es necesario que el sujeto 
adquiera el orden del significante, lo conquiste, sea colocado 
respecto a él en una relación de implicación que lo afecte en 
su ser, lo cual culmina en la formación de lo que llamamos en 
nuestro lenguaje el superyó. No hace falta buscar demasiado 
en la literatura analítica para ver que el uso que se le da a este 
concepto se adecua bien a la definición del significante, que 
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es la de no significar nada, gracias a lo cual es capaz de dar en 
cualquier momento significaciones diversas. El superyó plan-
tea la cuestión de saber cual es el orden de entrada, de intro-
ducción, de instancia presente del significante que es 
indispensable para que un organismo humano funcione, orga-
nismo que no sólo debe vérselas con un medio natural, sino 
también con un universo significante. 
Volvemos a encontrar la encrucijada en que los dejé la vez 
pasada respecto a las neurosis. ¿En qué estriban los síntomas, 
si no es en la implicación del organismo humano en algo que 
está estructurado como un lenguaje, debido a lo cual determi-
nado elemento de su funcionamiento entrara en juego como 
significante? Avancé más acerca de este tema la vez pasada, 
tomando como ejemplo la histeria. La histeria es una pregunta 
centrada en torno a un significante que permanece enigmático 
en cuanto a su significación. La pregunta sobre la muerte, la 
del nacimiento, son en efecto las dos preguntas últimas que 
carecen justamente de solución en el significante. Esto da a 
los neuróticos su valor existencial. 
Pasemos ahora a las psicosis. ¿Qué quieren decir? ¿Cuál es 
la función de las relaciones del sujeto con el significante en la 
psicosis? Intentamos ya delimitarla en varias ocasiones. Que 
nos hayamos visto de este modo obligados a abordar las cosas 
de manera siempre periférica, debe tener su razón de ser en la 
pregunta misma. Nos vemos obligados por el momento a 
constatarlo. Hay allí un obstáculo, una resistencia que sólo 
nos librará su significación en la medida en que hayamos ex-
tremado las cosas lo suficiente para darnos cuenta de por qué 
es así. 
271
	Del significante y el significado
	El significante, en cuanto a tal, no significa nada
	1
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