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Lacan, J La agresividad en psicoanálisis

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LA AGRESIVIDAD EN PSICOANA LlSIS 
I NFORME TEÓRI CO PRESENTADO EN EL X I CONGRESO 0 1:: LOS 
PSI COANA LI STAS I.)J:: l.l::NG UA FRA NCESA , REUNIllQ EN BRUSELAS 
A MEDIAI>OS DE MAYO DE 1948 
El informe p recedente les ha presentado 'el empleo que hace mos 
de \a n oci6n de agres ividad,l en clínica y en terapéutica. Me 
queda la tarea de puner a prueba delante de ustedes si puede 
form arse de ella un concepto tal que pueela aspirar a un uso 
d enlífi c.:o, es decir propi o para obje tivar hechos de un orde n 
compara ble en la realidad , más ca tegóri ca men le p:Ha es t7lb lecer 
ulla dimensión de la experiencia en la que hechos ohjetivados 
puedan considera rse COIllO va riables ~uyas. 
T encmos lodos en conu'm en e~ ta asambh~(, una experie ncia 
fundad a e n una (écnic<I , un sistema de conceptos a l q\le somos 
fi e l e~, tanto porque fu e elaborado por aquel prec isamenle que 
nos ab r iú toda s la s \'ías de esa experiencia, cu anto porque lleva 
la marca viva de las elapas de esa elaboración. Es decir que al 
conl.rario de l dogmatismo qU'e nos imputan, sabemos que ese 
.<,istema permanece abi erto no sólo en ~u acabamiento, sino en 
varias de SlI S ¡un luras. 
Eso~; hiat.os parecen rellnirse en la signifi caci6n enigmática 
que Frelld promoviú como instinto de muerlt': tes tim oni o, se­
mejanle él la figur:l de la Esfinge, de la aporía eO Il (lue lropezó 
ese gran pen sa miento en la tentativa mc'IS profund a que se ha 
dado de formular una -experiencia del hombre en el regist ro 
de la biología. 
Esa a poria es tá en el corazón de la noci ón de la agre~i vidad , 
respecto de hl cua l Ined imos mejor cada día la p¡lrle qu e convie­
ne a (ribuirle en la economía p!:.iquica. 
Por 'eso la cuestión de la 1l ~lluraJeza metapsicolúgica de las 
tendencia s moníferas vuelve a ponerse COnSLan lementc sohre 
e l lapete por nues tros colegas leúricm, no sin conlradia iún, y 
.a menudo, preciso es d'ecirlo, con algún form" l ismo. 
Qui ero úni ca mente proponerle~ algunas observatiolles o tesis 
1 Dejando aparte es ta primera linea. esLc texto se da inLactrl. 
[94] 
LA AGRES IVID .... O EN rSICOANÁusrs 95 
que me h an inspirado mis refl exiones de mucho t. iempo "lrede­
-dar -<le e~ ta ¡¡paría verdade ra de la doc tr in a, y tamhién el senli­
miento que a la lectura de numerosos lrabe.jos he tenido de 
nues tra respons<l bilidad en la evolución actual de I¡¡ psicología 
de IabOr<lI Ori o y de cura. Pienso por un<l parte en l a~ inve:;Liga ­
-ciones l);:¡m"das beho1Jiollristas, lo mejor de cuyos res ultados 
(que" veces nos parecen un poco magros para el a parato cun 
que se rodea n) me parece que lo deben a la utilizac iún a menu­
do implícit.a que hacen de las categorías que el <lll,í.Iisis lt¡¡ apo r­
tado a la psicolog fa ; por otra parte, a oe género de cura - ya .'1e 
dirija a los adu ltos o a 1m nil"íos- que puede agrupar':ie bajo el 
término de cura psicodramátiw, que busca su efi cacia en la 
ahrea cctún qu e incenta agotar en el plano del juego, y en ]a 
-que el anál isis clás ico da también las nociones efi cazmente di­
reclri ces. 
TESIS 1: La agresividad se manifiesta en u.na expe'rienáa q'll c (' S 
subjetiva POT Sil consti tución misma. 
No 'es v:lno, en efecto, volver al fenómen o de la ex peri encia P SI­
coana lí Li ca. Por apuntar a datos primarios, esta re fl ex ión es 
{)mitida a menudo. 
Puede decirse que la acción psicoanalítica se desarrolla en y 
por la comunicació n verba l, es decir en Ull a captura dial écti ca 
(Jel sentido. Sup one pU'es un sujeto que se mani Ciesta como tal 
.C! la intenció n de utro. 
Esta .~ ubjetiv idacl no puede objeuírsellos como algo qu e dehi e­
ra cs Lar cadu co, ~egt'ln el ideal que la física satisface, e1imin;\n­
dala m'ed iante el aparato registrador, sin poder ev itar no obs­
tante la cauc iún del error personal en la lectul"(l del resul t;:ldo. 
Sólo un sujeto puede comprender un sentido, inversamente 
todo fe nómeno de sentido implica un su jeto .l En el aná lisis un 
~ uieto se da como pudi end o ser comprendido y lo es e fectiva­
mente: inlros pecciún e intui ción pretendidallle nle proyectiva no 
con stitu yen aquí los vicios ele principio que un " psicología qu e 
dab<l sus pr imeros )JtlSOS en la vía de la ciencia conside r6 como 
irrcduoiblet1. Esto equivaldría a hacer un ca llejón sin s<l Jida de 
momento~ abslractamente aislados del cli:110go, cu,tndo es pre­
(iso conf iarse ¡¡ su movimiento: es 'el mérito de Fre ud el ha ber 
asumido sus r¡e~gos, antes de dominarlos mediante una téc ni ca 
Tlguro~a. 
97 9ti LA A(;k} SI\' JUAO J;:r.: 1 ~1C:t)'\N .I..LI SI~ 
¿Pueden sus rcs\lltado~ lunuar una ciencia positi va? Sí. si la 
ex pericnci¡.¡ es rOlltrolable por todos. Ahora bien, constituid .. 
enlre dos suj'etos tin o de Jos cuales de.~empeña en el di álogo llTl 
{'<lpe l de ideal impersonalidad (pu nto que exigirá m,ís auelante 
lIueSlra atenciún), }" experiencia , una vez aca bada y bajo la 'i 
úni cas condiciones de Glpacidad exigible para toua illve,~tigacic'll1 
t:,'Ipecial, puede ser retomada por el otro sujeLO con UII tercero. 
Esta vía aparentemente inici ¡'ltica 11 0 es sino una tran~l1lisi6n 
por recurrencia, ue la que 11 0 cabe asomhrarse pues to que de· 
pende de la estructura misma, bipolar, de Lada subj etividad , 
Sólo la velocidad de la difusión de la experiencia queda afec ',, · 
da por ella y si su restricci6n al área ue una cuhura puede dis· 
('uLirse, aparte ue que ninguna sa na antropología puede saG;'l r 
ue ello una objeci6n, todo indica que sus resultados pueden 
relativizarse 10 ~ufiáente para una genera liz.-"lción que sa lisfag.¡ 
el postulado humallitario, inseparable del e!'.pírilll de la dencia . 
" ..:SIS JI : La agresivida.d., en. la expe)·ien.cia, nos es dada como 
intención de a.gresión y como imagrn de dislo cación 
corporal, y rs bajo tales modo~ como ,le demuestra efi. 
Cir'l1 ir':, 
l.a experie nria allíllil tca nos permile experim entar la presión 
intencional. La leemos en el sen tido simbólico eje los síntomas, 
en cuanto e l ~ uj'eto de~poj ;" las defe nsas con las quc los desco­
necta de sus relaciones CO Il su vida cotidia na y con Sil histori¡1 
- en la fin alidad implícita de sus con duc tas y de ~llS rechazos ­
en las fallas eJe su accióll - en la confe~ i{,11 de SU" fa ntasmils 
pri vi legiados - en los ,-éblls [je roglíficos] de la vida onírica. 
Podemos c"si m'c( lirl J. en };t modulad /m reivindicmlora qu e 
'iostiene a veces todo el di'icurso, en sus s l1~pensiones, !\ llS vacila­
cione~, ,.,us inflexiones y sus bpSllS, en las inexacLitudes del relaLO, 
I<Is irregula ridaues en 1<1 aplicacibn u'e la regla, lo'i relrasos en 
las sesiones, las ausencias calculada~. a menuuo en las rccrimin,, · 
clones, los reproch e~, los temores fantasmá li cos, las reacc iones 
e mocionales ue inl . las d emo~traciones con finalidad intimidante; 
mientras que las violencias propiamen te dich ;.¡:.¡ son tu n raras 
(omo 10 implican la coy un tura de emergenc ia que ha llevado 
al enfermo a l méd ico, y su tra nsformación, :.:I ce ptada por e l pri. 
mero, en una convenri(m <le di á logo. 
\.~I... 
' .. 
LA AGRL'>IVIOAD EN PSICOANÁl.lSlS 
L.., efi cacia propia de esa intención agresiva es manifiesta: la 
comprobamos corrientemente en la acción formadora de un 
individu o sobre ]a~ personas de su dependencia: la agresividad 
in tencional roe, mina, disgrega, castra; , conduce a la muerte : 
"¡Y yo 4ue creía que eras impotentel", gemía en un grito d-e 
tib'l'esa una madre a su hijo que acababa de confesarle, no sin 
'esfueflo, sus te ndencias homosexuales. y podla ,,"'erse que su per. 
mallente agresividad de mujer viril no había d ejado de tener 
efectos; siempre nos ha sido imposible, 'en casos semejílO les, des~ 
viar los golpes de la empresa analflica misma. 
Esta agresividad se ejerce ciertamente dentro de constriccio­
nes rea les, Pero sabemos por experien cia que no es menOS eficaz 
por la vía de la expresividad: un padre ~evero intimida por su 
sola pre~encia y laimagen del.. Cas tigador a penas necesita enar­
oola r!'.e pa ra quc e l niño la formc. Resuen a más l-ejos que nín· 
gún estrago. 
ES lm fenómenos mentales llamados las imágenes, con un tér­
mino cuyas acepciones semánti cas con firm an todas su va lor ex· 
presivo, después de Jos fracasos p'erpetuos para dar cuenta de 
ellos que ha registrado la psicología de tradición clásica, el psi­
coanálisis fu e el primero que se reveló a l nivel de la realidad 
concreta quc representa n. Es que partió de su función forma· 
d or<l. en el suj elo y reveló q ue si las imágenes co rrientes delermi· 
nan ta!cs inflexiones individuales de las tend-encias, es como va­
riacioll cs dc las matrices que constituyen para los " instintos" 
mismos esas otras específi cas qu e nosotros hacemos responder a 
la <lnligua apelación de imago. 
Enll~e estas últimas las hay que representan los vectores elec· 
ti vos de las intcnciones agresivas, a las que proveen de una efi· 
car ia que podemos ll amar m;í.gica. Son las imágenes de castra­
ci('m, de ev iración, de mutilación , de desmembrami'en ro, de di s­
10Lación, de destripamien to, de devoración, de reventamiento del 
LtlCrpo. eu 1I11<l. palabra las imagos que personalm'ente he agru· 
pado ba jo la rúbrica que bien parece ser estructural de imagos 
de l C'up.rpo fragmentad.o. 
Ha y aquí una relación especíHca del hombre con su propIO 
cuerpo qU'e Sé! manifi es ta igualmente en la generalidad de una 
serie de prácticas socia les -desde los ritos del ta tuaje, de la 
in ci!) ión, de ]a circuncisión en las sociedades primitivas, hasta 
en lo que podría llama rse 10 arbi trario procustiano de la moda, 
en cuan to que d'esmiente en las sociedades avanzadas ese respeto 
98 LA AGR.ESIYIDAD EN PSICOA NÁLISIS 
de las formas naturales del cuerpo humano cuya idea es tard ía 
en la cultura. 
No hay sin o que escuchar la fabulación y los juegos de los 
niños, aislados o en tre ellos, entre dos y ci nco años, para saber 
que arrancar la cab'eza y abrir el vientre son temas espontáneos 
de su imaginación , que la experiencia de la muñeca despanzu­
rrada no hace más que colmar. 
Hay que hojear un álbum que reproduzca el conjunto y los 
detalles de la obra de J erónimo Bosco para reconocer en ell os 
el a tl as de todas esas imágenes agresivas que atormentan l os{L 
hombres. La preva lencia entre ellas, descubierta por e l a ná lisis, 
de las imág'enes de una autosco pia primitiva de los órganos ora­
les" y derivados de la cloaca h a engendrado agul las formas de 
los demonios. H as ta la misma ojiva d'c las angustia e del naci. 
miento se encuen tra en la puerta de los abismos hacia los que 
empujan a los condenados. y hasta la estructura narcisis ta puede 
e\'ocarse en esas esferas d'e vidrio en las que están cautivos los 
copartícipes agotados del jardín de las del icias. 
Volvemos a encontrar constantemente estas fantasmagorías 
en los sueños, particularmente 'en el mamen to en que el al'lá lisis 
parece ven ir a refle iarse sobre el fo ndo de las fijaciones más ar­
ca icas. Y evocaré el sueño de uno de mis pacient'es, en quien 
las pulsiones agresivas se manifestaban por medio de fantasmas 
obsesivos; en el sueño, se veía, ye ndo en coche con la mujer de 
sus amores difíciles, perseguido por un pez volador, cuyo cuerpo 
como de tr ipa dejaba transparentarse un nivel de líquido h ori­
zonta l, imagen de persecución vesical de una gra n claridad 
anatómica. 
Son todos éstos datos primarios de una gestalt propia de la 
agresión en el hombre y ligada al carácter simbólico, no menos 
que a l refin am iento cruel de las armas que fabrica, por ]0 men os 
en el estadio artesanal de su industria. Esta función imaginar ia 
va a esclarecerse en nuestra exposición. 
Anotemos aquí que de intentarse una reducción behaviourista 
del proceso a na lítico - hacia lo cua l un prurito de rigor, injus­
tificado en mi opinión, empujaría a algunos de nosotros-, se ]a 
mutl1a de sus datos subjetivos más importantes. de los que son 
testigos en la conciencia los fantasmas privil eg'(ados, y que nos 
han permitido concebir la imago, formadora de la identi fi cación. 
LA AGRESIVIDAD El'! l'SICOAl'! . .\LISlS 99 
TES IS 111 : Los resoTtes de agresividad deciden de las razones que 
motivan la técnica del análisis. 
El diá logo parece en sí mismo constituir una renuncia a la agre­
sividad; la filosofía desde Sócra tes ha puesto siempre en él su 
esperanza de hacer triunfar la vía racional. Y sin embargo desde 
los tiempos en que TrasÍmaco hizo su salida demente al princi­
pio del gran diálogo de l oa R epública, el fracaso de la dia léc­
ti ca verbal no ha hecho s in o demostrars'e con harta frecuencia . 
He subrayado que el analis ta curaba por el diá logo, y locuras 
tan grandes como ésa; ¿qué virtud le añadió pues Freud? 
La regla propuesta al paciente en el a nálisis le deja adelan~ 
tars'e en una intencionalidad ciega a todo otro fin que su libe­
ración de un malo de una ignorancia de la que no conoce ni 
siquiera los límites. 
Su vOl será la única que se hará oír duran te un tiempo cuya 
dUr¡lOÚn queda a discreción del analista. Particularmente le 
ser:'! pronto manifiesra, y ;ul'emás confirmada, la abstención del 
(lnali~la de responderle en ningún plan de consejo o de proyecto. 
Hay aquí una constricción que parece ir en contra del fin de­
!;eauo )' que debe justificar a lgún profund o motivo. 
¿Qué preocupaciún condiciona pues, fren te a él, la ílctLtlld 
d el an;disla? La de ofrecer al diálogo un personaje tan despo­
jado como sea posible de característLcas individuales; nos borra· 
mas, sa limos del campo dond-e podría percibirse es te interés, 
eS L(\ sim paLJa, esta reacción que busca el que habla en el rostro 
del interlocutor, evitamos toda manifestación de nuestros gustos 
personales, ocul lamos lo q ue puede d'CIatarlos, nos despersona­
lizamo.l). y tendemos él. esa meta que es representar pa ra el otro 
un ideal de impasibilidad. 
No expre!iamos sólo eu 'e~to esa apa tía que hemos tenido q ue 
rea li z.ar en nosotros mismos para estar en situación de compren­
der él nu es tro sujeto, ni preparamos el relieve de orácu lo q ue, 
sobre 'ese fondo de inercia, debe tomar nuestra jntervención 
interpretan te. 
Q ueremos evitar una emboscada, que oculta ya esa llamada, 
marcada por el patetismo eterno de la fe, que el enfermo nos 
dirige, Implica un secreto. "Échate encima -nos dicen- este 
mal que pesa sobre mis hombros; pero tal como te veo, ahíto. 
asentado y confortable, no puedes ser digno de llevarlo." 
Lo que aparece aquí como reivindicación orgullosa del su­
fri miento mos trará su rostro - ya veces en un momento basta nte 
http:realiz.ar
100 LA ACRESIVIDAD F.N PSICOANÁLISIS 
decisivo para entrar en esa "reacción terapéutica negativa" que 
retuvo la atención de Freud- bajo la forma de esa J"esistencia 
del amor propio, para tomar este término en toda la profundi­
dad que le dio La Rocheloucauld y que a menudo se confiesa 
as í: "No puedo aceptar el pensamiento de ser liberado por otro 
que por mí mismo." 
Ciertamente, en una m;ís insondable exigencia del corazón, es 
la participación en su mal lo que el enfermo espera de nos­
otros. Pero es ]a reacción hastíl la que guía nuestra prudencia 
y la que inspiraba ya a Freud su puesta en guardia contra toda 
te ntaciÓn de jugar al profeta. Sólo los santos están lo bastante 
desprendidos de la más profunda de las pasiones comu nes para 
evitar los contragolpes agresivos de la caridad. 
En cuanto a ostentar el ejemplo de nuestras virtudes y de 
nuestros méritos, nunca he visto recurrir a ello sino a algún 
gran TIlaestro, todo imbujdo de una idea, tan austera como ino­
cente, de su valor apostólico; pienso todavía en el furor que 
desencadenó. 
Por lo demás, cómo asombrarnos de esas reaccion"ts, nosotros 
que denunciamos los resortes agresivos escondidos en todas las 
actividades llamadas filantrópicas. 
Debemos sin embargo poner en juego la agresividad del 
su j'eLO para con nosotros, puesto que esas intenciones, ya scsabe, 
(arman la transferencia negativa que es nudo inaugural del 
drama analítico. 
Este fenómeno representa en el paciente la transferencia ima­
ginaria sobre nuestra p'ersona de una de las imagos más o menos 
'arcaicas que, por un efecto de subducción simbólica, degrada, 
deriva o inhibe el ciclo de tal conducta que, por un acciJente 
de represión, ha excluido del control del yo tal fun ción y tal 
s-egmento corporal, que por una acción de identificación ha 
dado su forma a tal instancia de la personalidad. 
Puede verse que el más azaroso pretexto basta para provocar 
la intención agresiva, que reactualiza la imago, que ha segui­
do siendo permanente -en el plano de sobredeterminación sim­
bólica que Hamamos el inconsciente del sujeto, con su correla­
ción in tencionaJ. 
Semejante mecanismo se muestra a menudo ext~madamente 
simple en la histeria: en el 'caso de una mu chacha atacada de 
astasia-abasia, que resistía desde hada meses a las tentativas de 
sugestión terapéutica dc los es tilos más diversos, mi personaje 
se encontró identificada ·de golpe a la constelación de los rasgos 
1Ji.._ 
LA .-\G REsrVIDAD EN PSICOANÁLISIS 101 
más desagradables que realizaba para ella el objeto de una pa­
sión, bastante marcada por lo demás de un acento delirante. La 
imago subyacente era la de su padre, respecto del cual bastó 
que yo le hiciese observar que le había faltado su apoyo (ca­
rencia que yo sabía que había dominado efectivamente su bio­
grafía y en un estilo muy novelesco), para que se encontrase 
curada de su síntoma, sin que hubiera visto en él, podríamos 
decir, más que fuego, sin que la pasión mórbida por otra parte 
se encontrase afectada por -ello. 
Estos nuelos SOIl más difíciles de romper, es sabido, en la neu­
rosis obsesiva, precisamen te debido al hecho bien conocido por 
nosotros de que su estructura 'está particularmente destinada a 
camuflar, a desplazar, a negar, a dividir y a amortiguar la in­
tención agresiva, yeso según una descomposición defensiva, tan 
comparable en sus principios a la que ilustran la torre en es­
trella y el parap'eto en zigzag, que hemos escuchado a varios de 
nuestros pacientes utilizar a propósito de ellos mismos una refe­
rencia metafórica a "fortificaciones al estilo de Vauban". 
En cuanto al papel de la intención agresiva en la fobia, es por 
decirlo así manifiesto. 
No es pues que sea desfavorable reactiv ar semejante intención 
en el psicoanálisis. 
Lo que tratamos de evitar para nuestra técnica es que la 1n­
tertci6n agresiva en el paciente encuentre el apoyo de una ,idea 
actual de nuestra persona suficientemente elaborada para que 
pueda organizarse en esas reacciones de oposición, de denega­
ción, d'e ostentación y de mentira que nuestra experiencia nos 
demuestra que son los modos caracteristicos de la instancia del 
yo en el Jiálogo. 
Caracterizo aquí esta in<;tancia no por la construcción teórica 
que Freud da de ella en su meta psicología como del sistema 
percepción-conciencia, sino por la esencia fenomenológica que 
él reconoció como la más constantemente suya en la experien­
cia, bajo el aspecto de la Verneinu.ng, y cuyos datos nos reco­
mieneb apreciar en el índice más general de una inversión pre­
juJiciaI. 
En resumen, designamos en el yo ese núcleo dado a la con­
ciencia, pero· opaco a la reflexión, marcado con todas las ambi­
güedades que, d'e la complacencia a la mala fe, estructuran en 
el sujeto humano 10 vivido pasional; ese "yo" antepu'csto al 
verbo [el je francé'q que, confesando su facti cidad a la crítica 
existencial, opone su irreductible inercia de pretensiones y de 
http:Verneinu.ng
102 	 LA ACRESl\'IDAD EN PSICOANÁLISIS 
d esconocimi ento a ]a problemá tica concreta de la realización 
del suje to. 
Lejos de atacarlo a fondo. la mayéuti ca ana lít ica adopta un 
rodeo que equivale 'en definitiva a inducir en e l suj eto una 
pa ranoia dirigida. En efecto, es sin duda uno de los aspectos 
de la acción analítica operar la proyección de lo que Mebnie 
Klein llama los malos objetos internos, mecanismo paranOIco 
ci'ertamente, pero aquí bien sistematizado, fi ltrado en cierto 
modo y aislado a medida que se va produciendo. 
Es e l aspec to de nuestra praxis que responde a la categoría del 
espacio, si se comprende mínimamente en 'ella ese espacio ima­
gin ario donde se desarrolla esa dim ensión de los síntomas, que 
los es tru ctura como islotes excluidos, escotomas inenes o auto­
nom ismos parasitarios 'en las fun ciones de la persona. 
A la o tra dimensión, tempora l, responde la angustia y su in­
cidencia, ya sea patente e n el fenómeno de la huida o de la 
inh ibición, ya sea latente cua ndo no apa rece sino con la imago 
mot1vante. 
y con todo, repitámoslo, es ta imago no se revela sino en la 
medida en que nuestra actitud ofrece al suje to e l espejo puro de 
un a superficie sin accid-entes. 
Pero imagínese, para comprendernos, lo que sucedería en un 
paciente que viese en su analista un a réplica exacta d e si mismo. 
Todo el mundo siente que el exceso de tensión agresiva consti ­
tuiría tal obstáculo a la manifestación de la transferencia que su 
efecto útil sólo podría producirse con la mayor lentitud, y es 
lo qu e sucede en ciertos análisis d e finalidad didáct ica. Si la ima­
ginamos, en caso extremo, vivida s'egún el modo de extrañeza 
propio de las aprehensiones del doble, esa ~ i t uación desencade­
naría una angustia incontrolable. 
T ESIS JV: 	 La agresividad es la tendencia correlativa de un modo 
de identificación que ltam.amos narcisista. y que deter­
mina la eslructura formal del yo del hO'mbre y del re­
gistro de en tidades caracterút.ico de su mundo. 
La experiencia subjeti va del a nálisis inscribe iumediatcunente 
sus resultados en la psicología concre ta . Indiquemos solamente 
lo que aporta a la psicol~gía de las emociones a l mostrar la sig­
nificación común de estados tan di\'ersos como el lemor fantas­
mático, la ira, la tristeza activa o la fatiga psicasténica. 
li11.... 
lA AGRESIYlDAD EN P SICOANÁLISIS 	 103 
Paseu ahora de la subjetividad de la intención a la noción de 
una te ndencia a la agresión es dar el salto de la fenomenología 
de nu estra experiencia a la metapsicología. 
Pero ese sal to no ma nifiesta ninguna otra cosa sin o una exi­
gencia del pensamiento qu'e, para objetivar ahora el regis tro de 
las reacciones <lgresi vas, y a f.alta de poder seriad o en una va­
riación cua ntitat iva, debe comprenderlo en una fórmula de equi­
va lencia. Así es como lo hacemos con la noci6n de libido. 
La tendenc ia <lgresiva se revela funda mental en cierta serie 
de estados s ignificativo~ de la personalidad, que son las psicosis 
para no id es y paranoicas. 
He subrayado 'en mis trabajos que ~e podía coordinar por su 
seriación es trictamente paralela la calidad de la reacción agre­
s:va que puede esperarse de tal form a de paranoia co n la etapa 
de la génesis m'ental representada por el delir io sintomáti co de 
esa misma forma. Relación que aparece aún más profunda 
cua nd o - lo h e mostrado para una form a curab1e: la paranoia 
de <I utocastig'o- el acto agresivo resu elve la constru cción de­
lira nte, 
Así se seri a de man'era continua la reacción agresiva, desde 
1__ exp losión brutal tanto como inm otivada de l ac to, a través 
de toda la ga ma de las forma s de las beJig'er(lncias, hasta la 
guerra fría d e las demostraciones interpre tativas, paralelamente 
a las imputaciones d'e nocividad que, para no hablar del /wkón 
oscu ro a l que e l paranoide refiere su discordancia de todo co n­
tacto vital, se superpon en desde la motivación . tomad<t de l regis­
tro de un organismo mu y primiti vo, del veneno, hasta aquella 
o tra , mágica, del maleficio, telepática. de la influencia, lesiona l, 
de la intrusión física, abusiva, del desarme de f<.¡ intención, des­
posesiva, del robo del secreto, profanatoria, de la violación de 
la in tim id ad, jurídica, del preju icio, persecutoria, del espionaje 
y de la intimidación, prestigiosa, d e la difamación y delataque 
al hon or, reivindicadora, del daño y de la exp lo tació n. 
Esta ser ie en la que reconocemos todas las envolturas sucesi­
vas del esta tu to biológico y social de la p ersona, he mostrado que 
consist ía en ca da caso en una organi zación origina l de las formas 
de l yo y del objeto que quedan igualmente afecladas en su es­
lructu ra , y h asta en Ilts categorías espacial y temporal en que 
~e constitu yen, vividos como acontecimientos en una perspectiva 
de espeji smo~ , como afecciones con un acento de es tereo tipia 
que suspende su dial éctica. 
J <tnet, que mostró tan admirablemente la ~ ignificación de los 
104 lA ACRESIVIDAD EN PSICOANÁLISIS 
sentim ientos de persecuclOn como momentos fenomenológicos 
de las conductas socia les, no ha profundizado e n su carácter 
común, que es precisamente que se constituyen por un estanca­
miento de uno de esos momentos, semejante en extra ñeza a la 
figura de los actores c\\ando deja de correr la películ a. 
Ahora bien , es te estancamiento formal es pariente de la estrqr­
tura más general del conocimiento humano: la que constituye 
el yo y los obje tos bajo a tributos de permanencia, de identidad 
y de sustanci alidad, en una palabra bajo formas d'e entidades o 
de "cosas" muy diferentes de esas gestalt que )a experiencia nos 
permite aislar en lo movIdo del campo tendido según las líneas 
del deseo ani.mal. 
Efectivamente, esa fijació n formal que introduce cier ta rup­
tura de plano, cierta discordancia ent re el organismo del h om­
bre y su Umwelt, es la condición misma que extie nde inclcfini­
damente su mundo y su poder, dando a sus objetos su poli va­
lencia instrumenta l y su po lifonía simbólica, su potencial tam ­
bién de a rmamento. 
Lo que he lla mado el conocímienlO paranoico cJemuestra e n­
tonces responder en sus formas más O menos arcaica s a ciertos 
momentos criticas, esca ndiendo la historia de la génesis mental 
del hombre, y que representan cada uno un es tad io ele la iden­
tificación objetivan te. 
Pueden entreverse sus et<lpas por la simple observación en el 
niño, en el que una Charlotee Büh ler, una EIsa K6hler, y la 
escuela de Chicago a su zaga, nos mll estr<ln V<l.rios p lanos de 
manifestacio nes significa tivas, pero a los que 5610 1" experiencia 
<lIl<llÍti ca puede dar su va lor exacto permit iendo re in tegrar en 
e IJ os la relació n subje ti va_ 
El primer phmo nos muesl ra que la ex per iencia de si en e l 
niño pequeño, en cuan to q ue ~e refiere a su semejante. se desarro­
lla a parti r ele una situac i('m vivida como indiferencjada , Asf 
alrededor de la edad de ocho meses en esas confrontaciones en­
tre nifios, que, obser('émoslo, par<l ser fecu ndas apen as permiten 
una disL,1.ncia de dos meses y medio de eelad, vemos esos gesws 
de acciones fi c ticias con los que un su jeto rectifica el esfu'eno 
imperfecto de1 ges to del otro confundi endo su distinta aplica­
ción , esas sin cronías de la captación espectacular, tanto má'i no­
tables cuanLo que se ad'eJan tan a la coord inación c.omple ta de 
los aparatos motores q ue ponen en juego, 
Así la agresividad que se manifieSta en las re ta liac iones de 
palmad as y ue golpes no puede consid'erarse únicttmentc como 
,1 ,\ M:}U·SIVlllAO EI'i I'SIl:OANÁLlS1S l or) 
una maniles tación lúdica de ejercici o de las fuerza~ y de su pu es ta 
e n jllego pa ra detec tar el cuerpo. Debe comprenderse e n un 
orden de coordin~c i6n más a mplio: e l que subordinará la ::; fun ­
dones de pos turas tón icas y de tensión vegetat íva a un a rela ti­
"idad social cuya prevalencia ha subrayado no tablemente un 
\Vallon en la cons titución expresiva de las emociones humana". 
M ,ís aún . yo mbmo he creído poder poner de relieve que el 
11li10 cn esas ocasiones an ti cipa en el plano mental la conq uista 
de ]a unidad funcional de su propio cuerpo, todavía inacabado 
e n e!ooe momento en e l plano de la motricid;-td volunt;:lriíl. 
Ha y :Jqllí una primera captación por !J imagen en la quc se 
d ibuja e l prim'e l' momento de la dialéClica de las identiHcacio­
]le.... "Esr;í ligado a un fen('nncno de Gesta/t, la percepci6n IllU y 
prccOI CH e l nino de la fOfll1.(l hUm<l ll <1, forma que, ya se ve, fij a 
~u inlen':s desde los primeros m'eses, e incluso para e l rostro hu­
mano desde el dtcimo día, Pero lo que demuestra e l fenó mcllo 
<le reconocimiento, impli cando 1a suhjetividad, son los signoo;¡ 
<le júbilo triunfante y el ludismo de detectación que caracter i7'ln 
desde el sexto mes el e ncuentro por el nii10 de su imagen en el 
espejo_ ESla conducta contrasta vivamen te con la indiferellci:l 
manj[e!oo t:lda por los :l ni males, aun los qu e perciben eSél imagen, 
d chilllp:m cé por eje mpl o. cua ndo han compro bado su vanid ad 
objetal. y toma aún m{ls relieve por prod u <..: irse él una ed ad en 
qu e el nil-IO presenta toda\.'b. para el ni,'e l de su inteligencia 
instrumenta l, un retraso respec to de l chimpancé, a l que só lo 
:¡Jca rll;\ a los once meses. 
Lo que h e llamado el estadio del espeio tiene el inter{s de 
manifestar e l din:tm ismo nfectivo por el que el sujeto se identi­
fica pri lllonlialmen te con la Geslalt visual de su propio cuerpo: 
e'i , con rebci6n a la ¡ncoordinación todavía muy profunda de O;¡ tI 
propia mOlricidad, unidad ideal. ímagu sa lvadora ; e" v:l loril.a.d:l 
ron 10< 1<1 b desolaci/>I1 orig inal, ligada a la d iscorda ncia intraor­
-g,' n icét y re lacional d e la cría de hombre, durante lo!> seis pri­
mcros lHe~es, en los que lleva los signos , nellro lógi(·os ) hUlllo­
r:¡}es, de ull a premJturación na ta l fi sio lógica, 
E~ esel captación por la imago de }a (orm~ hum ana, m:'l'i que 
una Finfiihlurtg cuya ausenci<l se demues tra de tod as las man'eras 
e n la primera infan cia, la q ue entre los se is meses y los dos 
:lilos y medio domin:l toda la dialécti ca del comportamiento del 
1Iij10 en pre:."'C ncia dc Su semejante, Durante todo ese periodo se 
regi::; tradll las reaccio nes emocionales y los testimonios articu­
lados de U Il transiti vismo nOI-mal. E l niño que pega dice h liber 
.~ 
106 LA ACRESIVlOAD EN PSICOA:'IIÁLIS:S 
sido pegado, el que ve caer llora. Del mismo .modo 'eS en una 
identifi cación con el otro como vive toda la gama de las reac­
ciones de prestancia y de ostentación , de las que sus conductas 
revelan con evidencia la ambivalencia estructural, esclavo iden­
tificado con el déspota, actor con el espect.ador, seducido con 
el seductor. 
H ay aqu í una especie de encrucijada estr uClura l, en la que 
debemos acomodar nuestro p"ensam iento pata comprender la 
natura leza de la agresividad en el hombre y su relación con el 
(ormalismo de su yo y de sus objetos. Esta relación erótica en 
que el individuo humano s'e fija en una imagen que lo enajena 
a sí mismo, tal es la energía)' tal es la forma en donde t.oma su 
orig'en esa organización pasional a la que llamará su yo, 
E~a forma se cristalizar,J. en efecto en la tensión <."onflictull\ 
interna al suje to, qu'e uetermina el despertar de su deseo por 
el objelo del deseo del otro: aquí el conc1lrso primordial se 
precipita en competencia agresiva, y de ella nace la tríada de l 
prójimo, del yo y del objeto, que, estrellando el espacio de la 
comuni cación espectacular, se inscribe en él según un fOfma­
lis rno que le es propio, y que domin a de (a) manera la Einfüh­
lung afectiva qlte e l niiio a esa edad puede desconocer la iden­
tidad de hls personas que le son m;.is fa miliares si le aparecen 
en un enlorno enteram'ente renovado, 
Pero si ya el yo a parece desde el origen marcado CO Il esa rela­
tividad agresiva, en la que los espíritus aquej ados de objetividad 
podnín reconoce r las erecciones emocionales provocadas en el 
animal al que un deseo viene a solicitar latera lmente en el 
ejercicio de su condi cionamienlo experimental , ¿cómo no co nce­
bir que cada gran metamorfosis instintual, escandiendo la vjda 
del individuo, volverá a poner 'en tela de ju icio su delimitació n, 
hecha de la conjunci ón de la historiadel sujeto con la impen ­
sable inneidad de su deseo? 
Por eso nun ca, sa lvo e n un límite a l que los genios ul<Ís gra n­
d'es no han podido nunca acercarse, es el yo del hombre reduc­
tih ~ e a su identidad vivida; y en las disrupciones de presivas de 
los reveses vividos de la jn[erioridad, engendra esencialmenle 
las negaciorre~ mor tales que lo coagulan en su formalismo, " No 
soy nada de Jo que me sucede, Tú no eres nada de lo qne va le," 
Por eso se confunden los dos momen tos en que el suj eto se 
niega a sí mismo y en que hace cargos al otro, y se descubre ahí 
esa es truClura parano ica del yo que "encuentra su análogo en las 
negaciones fundam entales, puestas en valor por Freud en los 
LA AGRESIVIDAD .EN rSICOANÁLlSIS 107 
tres de lirios de ce los, de erotomanía y de incerpreta ci()n , Es el 
delirio mismo de la bell a alma misántropa, arrojando sobre 
el mnndo el desorden que hace su ser. 
La exp'eriell cia subje tiva debe ser habilitada de pleno derecho 
para reconocer e l nudo central de la agresividad anóivalente. 
que nueSlro momenlO cultural nos da bajo la especie do!uillante 
del resentimiento, hasla en sus más arca icos aspectos en el niño_ 
Así por haber viv ido en nn momento semeja nte y no haber 
tenido qne sufrir de esa resislenci a hehavioul·¡sla en el s'entido 
que nos es propio, san Agustín se adelanta al p~icoanál¡s ¡ s al 
darnos un a imagen ejemp lar de un comportamiento tal en 'eslos 
términos: " (I idi ego el c:...:pcrlus sum zelantem. parvulwn: no'n­
rlurn loqucbatur el in t 'U.f~ batltr pallidus am.aro aspeclu, conlac­
taneum slLum:':2 "Vi con m is propios ojos y conocí b ien a un 
pequ'e llUelo presa de los ce los, No hablaba toda vía y ya contem­
plaba. todo pá lido y con una mirada envene nada , a su hermano 
de leche ," Así allud a imperecede ramente, con la elap<l infan s 
(de antes de la palabra) de la primera edad , la sitnación de 
absorción es pectacu lar : contemplaba, la reacción emocional: 
todo pá lido, y esa reactivación de las im ágenes de la fruslración 
primord ia l: y COIl una mirada envenenada, que son las coonJe­
nadas psíqui cílS y som<Ílicas de la agresividad original. 
Sólo la se ii ora t\1elanie Klein, trabajando en el niño en el 
límite m ismo de la aparició ll del lenguaje, s'e ha atrev ido a pro­
yectar la experiencia subjetiva en ese period o anterior donde sin 
embargo la observación nos permire aIirmaT su dimensió n, en 
el simple hecho por ejemp lo de que un niñ o que no hab la reac­
ciona de manera diferenle an te un castigo y a una brutalidad , 
Por e ll a sabemos ](., función del primordial recilllO imagina­
rio formado por la ¡mago de l cuerpo maternal : por ella sabemo::. 
la cartografía, dibujada por la mano misma de los niii.o~ , de su 
imperio interior , y el a tlas histúrico de las divisiones intestina!o. 
en que las ¡magos del padre y de los tl'ermanos reales o virtu;¡­
les, en qne la agresic'lIl voraz del ~ujeto mismo debaten ~1I do­
minio deleléreo sobre sus regione~ sagradas, Sal)'emos también 
la persi slencia en el sujelo de esa ~ombra de Io.s malos objetos 
internos, ligados a a lguna accidental a.sociacián (para utili zar 
un lermino respecto d'el cllal sería bueno que pu~iéramos en 
valor el se ntido orgánico que le d<l nuestra ex periencia , en opo­
sición al sentido abstracto que conserva de la ideología humea­
::! [Collles iotles, libro 1, ca p, VII. l\sl 
J O~ LA ACRLS IVIlJAV El\" 1'S!(:()ANÁI.I~I' 
na), Con ello podemos comprender por qné resortes es tructu­
ral es la reevoc3ción de ciertas personae imaginarias, la reproduc­
dún uc ciertas inferioridades de situación pueden desconce rtar 
d'el modo más rigurosamente previsib le las funciones volunta­
ria!'! en el adulto: a sa ber su incidencia fragmentadora sobre la 
¡mago de la identifi cación origina l. 
Al 1ll0stranlOS lo primordial de la "posición depresiva" , e l 
(;xtremo a rcaísl1lo de la subjetivaci6n de un kak ón, Melanie 
KI'e in ha ce re troceder los límites en que podemos ver juga r la 
fUllción suhje li va de la identificación, y nos permite particular­
mente !'!iluar como absolutamente original la primera formaciün 
·del slI lu'ryá. 
Pero precisamente hay interés en delimitar la órbita en que 
... t ordellan para nuestra Teflexióll teórica las re laciones, que cs­
t:ín lejos de haber sido elu cidadas todasl de la rensiún ele CU1P;I­
hilidad , ele la nocividad oral , de b fijación hipocondriaca , ln­
duso de ese masoquismo primordial que excluimos de nuest ra 
exposición, para aislar su noción de una agresividad ligada 3. 
la relacibn mlrci ~ ista y a las estructuras de desconocimienlo y 
d "C ob je{ivélci!'lO sistemá ticos que caracteriL'ln a la form ación 
li d yo. 
. A la Urbild de esta formación, aunque enajen<lI1te por su 
función eXlrañnnte, responde un a satisfacción propifl, qu e de­
pende de la integración de un desaliento org,í ni co, sa tisfacción 
que hay que concebir en la dimensión de un a dehi scencia vita l 
'(:oTlstitutiva del hombre y que hace impensable la idea de un 
medio que le esté preformado, l1: bido "negativa" que hace res~ 
plandec:er de llu evo la noci ón heraclit"Cana de la Di scordia, con­
... ¡derada por e l efesio como an terior a la armonía . 
Ni nguna necesidad enwnces de busca r más lejos la fuente de 
e", energía de la que Freud, a propósito del problema de la 
rcpresibn, se pregunta de dónde la toma el yo , para ponerla al 
....erv icio del "principio de realidad", 
No cabe duua que proviene de ]a " pasillll n<ll'ci s i~t<l " , no bien 
"'>c cOllcibe mí nimamente al yo segú n la nodón suh jeli\(\ que 
promovemos aquí por estar conforme con el registro de nuestra 
experiencia; las dificultades teóricas con que tropezó Frcud 
nos parecen depender en efecto de ese espeji:,mo de objetivación, 
heredado ele la psicol ogía clásica , que constitu ye la ide ~l del sis­
tema percepción-conciencia, y donde parece brusca menlc desco­
nocido el hedlO de lodo lo que el yo desatiende. escotomiza, 
d c ... conoce en lae; sensacionee; que le hace n reacc i on~ r ante la 
IOn 
1.>\ j,pl.}"~ I\' \JIAIJ ioN 1' ~ I COANÁLlS I S 
realidad, como de tod o lo que ignora, agota y anuda en las sig­
nificaciones que recihe del lenguaje: desconocimiento bien sor~ 
prend en te por arrastrar al hombre mismo que supo forzar lo,> 
límites del in consciente por el poder de su dialéc tica. 
Del mi smo 1U0do que la opresión insensa ta de] stLperyú pe\'­
mane<..."'e en la ra íz de los imperativos motivados de b conciencb 
moral, la furiosa pasión, que especifica al hombre, de jlllprimir 
en la rea lid ad su imagen es el fundamento oscuro ele las media­
ciones raciona les de la volun tad. 
La noción ele un a agresividad como tensión correlati\":l de la 
estructura n<lrcisista en e l devenir del sujeto perm ite comprcn­
del' en un a función muy simplemente formul acla toda clase d(; 
ilccid'entes y de a tipias de este devenir. 
ll1di ca remos aquí cómo concebimos su enlace dialécli co CO Il 
la función del complejo de F.dipo. Éste en su normalid ad es de 
.... ublima ción, que designa muy exactamen te una modificación 
iclentifica loria del suj eto, y. COIllO lo 'escribió Freud apenas 
hubo experimen tado la neces idad de una coord inación " tóp:ca" 
de los din amismos psíquicos, una id.enti ficaci.ón secu.nda,-ia. por 
introyección de la imago del progenitor del mismo sexo. 
La en'e rgíFl de es ta identificación está dada por el primer sur­
gimi ento biológico de la libido gen ital. Pero es cla ro <¡Ile el 
efec to es tru ctural de identüi cación con el rival no cae por su 
propio peso, salvo en el plano de la fábula , y no se concibe S!110 
a condi ci6n de que esté preparado por una identificación pri­
mari a que es tru ctura al suj eto como ri va liza ndo consigo mismo. 
De bec ho, la nota de impotencia biológi ca vuelve a encontrars'e 
aquí, así como el efec to de an ticipación característi co de la gé­
nesis del psiquismo humano, en la fijación de un "idea l" imagi­
nario yue el anfdisis ha mostrado decidir de la conformaciún del 
"instinto" a l sexo fi siológico del individuo. Punto, d icho sea 
de paso, cuyo alca nce antropológico nunca subra yaríamos bas­
tante. Pero lo que nos interesa aquí es la fun ción que llamare­
mos pacifican le del ideal del yo~ la conexión de su normati vidad 
libidinal con una normatividad cultural, ligada desde los albores 
ue la hi storia' a la imago del padre. Aquí yace evidentemente el 
alcance que sigu'C teniendo la obra de 'Freud T ótem y tabú, a 
pesar del círculo mítico que la vicia, en cuanto que hace derivar 
del aconteci miento mitológico, a saber del asesin a to del padre, 
la dimensión subjetiva que I·e da su sentido, la culpabilidad. 
http:id.entificaci.�n
'10 LA ACR(SIVIDAD EN PS tCOANÁLIS:S 
Freud en efeclo n os muestra que la necesidad de una parti­
cipación, que neutra liza el conflicLO inscri to después de l ases:nato 
en la situaci6n de rivalidad 'entre hermanos, es el fUlldamento 
de la identificación con el 'T6tem paterno. Así la identifi c(\<i/tll 
ed ípica es aquella por la cual el sujeto trasciende la é:lgresividad 
cons tituti va de la primera individuación subjetiva. Hemos in­
sistido 'en otro lugar en el paso que constituye en la instauración 
de esa distancia por la cual, con los sentimientos del orden del 
respeto. se rea li za todo un asumü afectivo del prójimo. 
Sólo la mentalidad ltnlidia léclÍca de una cultura que, domi · 
nada por fin es obje Livantes. tiende a reducir al ser del yo toda 
la actividad subje tiva, puede justificar el asombro producido 
en un Van den Steinen por el bororo que profiere : "Yo soy una 
guacamaya". Y todos lo,') sociólogos de la "mentalidad primi­
tiva" se ponen a al(\l~e(\f'se alrededor de esta profesión de iden­
t:d<ld, qu e sin embrt rgo no tiene nada más sorprendente para la 
reClexión que afirmar: "Soy médico" o "Soy ciudadano ele la 
República francesa", y presenta si n duda menos dificult::ldes 
Jógicas que promulgar : "Soy un h ombre", lo cllal en su pleno 
valor no puede querer decir o tra cosa que esto: "Soy semejante 
a aquel a quien, a l fundarlo como hombre, fundo para recono­
Cerme (amo ta1" , ya que estas diversas fórmulas no se compren­
den a fin de cuentas sino por referencia a la verdad del "Yo 
es otro" ,:: menos fulgurante a la in lUición del poeta que eviden­
re a la mirada del psicmlOalista. 
¿Quién sino nosotros volver ;:¡ a poner en tela de juicio el esta ­
tuto objetivo de ese "yo" ["je" en la frase de Rimba ud), que 
una evoluci6n histórica propia de nuestra cu ltu ra tiend'e a con­
fundir <on el sujeto? Esta anomalía merecería ser manifestad a 
en sus incidencias particulares en todos los planos del lenguaje, 
yen primer lugar 'en ese sujeto gramatical de primera persona 
en nuestras lenguas, en ese ".J'aime" del francés [o en la -o fin a l 
del "A mo" espafíol], que hipostasía la tendencia en un suj eto 
que la niega. Esp'ejismo imposible en las formas lingüisticas en 
que se sitúan las más a ntiguas, y en las que el suje to aparece 
fundamentalmente en posición de determinativo o de instru­
mental de la acción, 
Dejemos aquí la crí tica de todos los abusos del cogito ergo 
sum, para recordar que el yo, en nuestra experiencia. represen­
ta el centro de ladas las -resistencias a la cura de los sin tomas. 
3 [Alude a una cé lebre frase del poeta Anhul' Rimbaud: "le I!.)I /J" /1It/Te" , 
donde el LI SO a ntigra mat ica l d e jI! es im posible de sugerir en espaiíol. Ts,l 
LA AGRESIVIDAD EN PSICOAN,.\LISIS 111 
Tenía que suceder que el aná1isis, después de haber puesto 
el acento sobre la reintegración de las tendencias excluidas por 
e l yo, en cuanto subyacentes a los síntomas a los que atacó pri­
meramente , ligados en su mayoría a los asp'ectos fallidos de la 
identificación ed ípica, lIeg'ase a descubrir la dimensi ón " moral" 
del problema. 
Y paralelamente pasaron a l primer plano, por una parte el 
papel desempeliado por las te ndencias agresivas en la es tru ctura 
de los síntomas y de la personalidad, por otra parte toda clase 
de concepciones "valorizan tes" de la libid o liberada, en tre la s 
cua les una de las primeras se dehe a los psicoanalistas france· 
ses bajo e l registro de la oblalividad. 
Es claro en decto que la libido genital se ejerce en el s'ent ielo 
de un rebasamiento, ciego por lo demás, del indi vid uo en pro­
ve(ho ele la 'especie, y que sus efectos sublimadores en la crisis 
del Edipo están en la fuente de todo e l proceso de la subordina­
ción cultural del hombre. Sin embargo no se podría acentuar de­
masiado el carácter irreductible de la estructura narcisista y la 
ambigüedad de una noción que te.ndería a desconocer la cons­
tancia de la tensión agresiva en toda vida moral que supone la 
sujeción a esa es tructura : ahora bien, ninguna obbtivídad po­
dría liberar su altruismo~ Y por eso La Rochefouca uld pudo 
formular su máxima, en la que su rigor está acorde con el tema 
fundamental de su pensamiento, sobre la incompatibilidad de l 
matrimonio y de las delicias. 
Dejaríamos degTadarse el filo de nuestra experien cia de en­
gañarnos, si no nuestros pacientes, con una armonía preestable­
cida cua lquie ra, que liberaría de teda inducción agresiva en el 
sujeto los conformismos sociales que la reducción de los sínto­
mas h ace posibles. 
Y una muy diferente penetración mostraban los teóricos de 
la Edad Media, que debatían el problema del amor e ntre los dos 
polos de una teoría "física" y de una teoría "extática", que 
implicaban ambas la reabsorción del yo del hombre. ya s'ea por 
su reintegración en un bien universal, ya sea por la efusión del 
sujeto hacia un obje to sin a lteridad . 
Es en todas las fa ses gené ticas del individuo, en todos los 
grados d'e cumplimiento humano en la persona donde volvemos 
a encontrar ese momento narcisista en el sujeto, en un antes en 
el que debe asumir una frustración lihidina l y un después en el 
que se trasciende en una subl imación normativa. 
Esta con cepción nos h ace comprender la agresividad implica­
112 LA ACRF.SIViDAD EN P~ICOANÁLlS1S 
da t n los efeclo~ de todas las regresiones, de lodos los abortos. 
de touos los rechazos del desarroJJo lípico 'en el su jelo, y espe· 
cia lme nte en el plano d e la rea lización sexual, más exactamente 
en e l interior de cada una de las gTandes fas'es que detenniuan 
en b vida human a las m etamorfos is libidinales cuya fnnción 
mayor 11a sido demostrad a por el análisis: destete, Edipo, puber· 
tad , madurez, o maternidad , incluso cl ímax involutlvo. Y hemos 
dicho a menudo que e l acento colocado primero en la doctrina 
sobre la s retorsi ones agresivas del confli cLo edípico en e l ~ lljeto 
respondía al hecho de que los efectos del complejo fueron vis· 
Jumbraclo~ prim'ero en los as pectos lallidoJi de su sol ución . 
No se n ecesita subrayar que una teoría coheren te de la fase 
nar(Ísista esclarece el hecho d e la a mbiva lencia propia d e las 
"pulsiones parcia les" de la escoptofilia , del sadomasoq uismo y de 
la hommexua Jidad , no menos que eJ formali smo estereotípico 
y ceremoni al de la agresividad que se m anifiesta en e lla : :¡pun­
tamos <lC"jui al aspecto [recu'enlemente muy poco "rea li l.ado" de 
J" apreh ensión del prójimo en el ejercicio de tales de esas per­
versiones, su valor subjetivo en el hecho bien diferente ele la ... 
recon~trucciones existenciales, por lo d emás mu y impres ionan­
les, que un J ean·Paul Sartre ha pouido uar ue ellas, 
Quiero indicar también d'e pasada que la funci ón decisiva que 
co ncedemos a la ¡mago del cuerpo propio en la de terminación 
d e la fase natcisita pennite comprea der la re lación cUni ca entre 
las a nomalías congénitas d e la bteralizaci6n fun ciona l (z urde­
ra) y todas las (ormas el'e in vers ión de la normaliza ción sexual 
y cultura l. ~sto nos recuerda e l papel a tribuido a la g llllllasi¡:l 
en e l idea l "bello y bueno" de ]a ed ucaci6n antigua y nos lleva 
a la tes is 'iociaJ con 1(1 q ue concluimos, 
T f.S IS v: Sem.ejante norión rJ.e la ag'reJivúlad como de una de las 
coordenadasintencionales del yo humano, y cspeáal­
mente rclaÜua a la ca,legorio. del espacio, hace conce­
bir su. po.pel en la neurosis moderna y en el malestar 
de la civilización. 
Queremos úni camente aqul abrir una perspectiva sobre los vere­
dictos que en el ordt;n social actual nos permite nues tra expe­
riencia, LlI pl"eemtnencia de la agresividad e n nuestra civili za­
ción queda ría ya suficientemente dem os trada por e l hecho de 
que se la confunde habitu almente en la moral media con la 
LA AGRES1VlDAD E N PSICOANÁL ISIS 113 
vi r tud de la fortaleza. Entendida con toda justicia co mo signifi­
cativa de un desarro llo del yo, se la considera de nn uso social 
indi spensable y tan comúnmente aceptada en las costumbres 
que es necesario, para medir su panicularidacl cultura l, compe~ 
ne trarse del sentido y de las virtudes 'efi caces de una práctica 
como la del yang en la moral públi ca y privada de los chinos. 
Si ello n o luera superfluo, el prestigio de la idea de la lucha 
por la vida quedaría suficientem'ente atestiguado por el éxito 
de una teoría que ha podido hacer aceptar a n uestro pensa~ 
mienlo una se lección fundada únicamente sobre la conquista 
del espacio por el animal como una explicación vá lida de los 
desarrollos de la vida, De es te modo el éxito de Darwin parece 
consis tir en que proyecta las predaciones de la sociedad victoria­
na y la 'euforia económi ca que sancionab a para ell a la devasta­
ci6n social que inaugurab a a la escala del planeta, en que las 
justifica mediante Ja imagen de un la.l:ssez~taire de los devoran tes 
más fnertes en su compe tencia por su presa natura l. 
Antes que él, sin emba rgo, un Hege l habla dado para 'i iempre 
la teoría de la función propi a de la agreslvi dad en la oJ.llología 
humana, profetizando a l parecer la I'ey de hierro de nuestro 
tiempo, Es del co nfliclo del Amo y del Esclavo de donde deduce 
todo el progreso sub.ietivo y objetivo de nuestra historia, hacien­
do surgir de esas crisis las síntesis que representan las forma s más 
e levadas del esta tuto de la persona en O ccidente. desde el es­
toico hasta el crist iano y aun hasta el ciudadan o futuro del 
Es tado Universal. 
Aquí el individuo na tural 'es considerad o como una nonada, 
puesto que el suj eto humano lo es en efecto delante del Amo 
absoluto que le e!-. t:i dado en la muerte, La sa tisfacció n del de~o 
humano sólo es posible media ti zada por el deseo y el trabajo del 
otro, Si en e l conflicto del Amo y de l E!-'clavo 'es el reconocimien­
to del hombre por el hombre lo que está en juego, es lambién 
sobre una n egación radical d~ los valores naturales como este 
reconocimiento es promovido, ya se exprese en la tiranía es téril 
de l amo o en la tira nía fecunda del traba jo, 
Se s<1be qué a rmazún dio esta doccrina profunda al esparLa­
guí smo constructivo del escJavo recreado por la barbarie del 
siglo darwiniano , 
La relativi zación ele nuestra sociolog'jn por la recopilación cien­
tífi ca de las l'ormas cnltural'es que destru imos en el mundo, y 
asimismo los anA lisis, m arcados con rasgos verdaderamente psi­
co,malíti cos, en los que la sabiduria de un Platón nos muestra la 
113 ]]4 LA AGRESIVIDAD E N PS ICOANÁLISIS 
dialéctica común a las pasiones del alma y de la ciudad, pueden 
escI arecernos sobre las razones de es ta barbarie. Es a saber, para 
decirlo en la jerga que responde a nuestros enfoques de las 
necesidades subj etivas d'el hombre, la ausen cia creciente de todas 
esas saturaciones del supery ó y del ideal del yo que se realizan 
en toda clase de formas orgánicas de las sociedades trad ici onales, 
[armas que "an desde los ritos de la intimidad cotid iana hasta 
las fiestas periódicas en que se manifiesta la comunid ad. Ya 
s610 las conocemos bajo los aspectos más netamente degradados. 
Más aún, por abolir la polaridad cósmica de los principios macho 
y hembra, n uestra sociedad conoce todas las incidencias psico­
lógicas propias del fen ómeno moderno lla mado de la lucha de 
los sexos. Comunidad inmensa - en el límite entre la anarquía 
"democrática" de las pasiones y su nivelación deses perada por 
el ;'gran moscardón alado" de la ti ranía narcis ista-, está cl aro 
que la promoción del yo en nuestra ex istencia conduce, confor­
me a la concepción utilitaris ta del hombre que la secu nda, a 
realizar cada vez más al hombre como individuo, es decir en un 
aislamiento del alma cada vez más em parentado con su aban­
dono original. 
Correla tivamente, al parecer, queremos decir por razones cuya 
contin gen cia histórica se apoya en una necesidad que algu nas de 
nuestras consideracion'es permiten vis lumbrar, estamos compro­
metidos en una empresa técnica a la esca la de la especie: el pro­
blema es saber si el con(licto del Amo y del Esclavo encontrará 
su solución en el servici o de la máquina, para la que una psico­
técnica, que se muestra ya preñada de aplicaciones más y más 
precisas, se dedicará. a proporcionar conductores de bólidos y 
vigilantes de centra les reguladoras. 
La nociÓn del papel de la sim'etría espacial en la estructura 
n arcisista de] hombre es esencial para echar los cimientos de un 
análisis psicológico del espacio, del que aquí no podremos si no 
indicar el lugar. Digamos que la psicología anima l nos ha reve­
lado que la relación del individuo con cier to ca mpo espacial es 
en ciertas especies detec tada socialmente, de una manera que la 
eleva a la categoría de pertenencia subje tiva. Diremos que es la 
posibilidad subjetiva de la proyección en espejo de tal ca mpo 
en el campo de l otro lo que da al espacio humano su t:"!st ru ctura 
origina lmente "geométrica", estructura que llamaríamos de 
buena gana caleidoscópica. 
Tal es por lo menos el espacio donde se desarrolla la imagi­
nería del yo, y que se une al espacio objetivo de la realidad. 
""":"¡¡'¡i, 
LA AGRESIVIDAD EN PSICOA NÁLlSIS 
¿Nos ofrece sin embargo un puerto seguro? Ya en el "espacio 
vital" en el que la competencia , humana se desarrolla de mane· 
ra cada vez más apre tada, un observador 'estelar de nuestra es­
pecie ll egaría a la conclusión, ne un as necesid ades de evasión 
de singulares efectos. Pero la extensión conceptual a la que pu­
dimos creer haber reducido ro rea l ¿no parece n~arse a seguir 
dando su apoyo al pensamiento físico? Así por haber llevado 
nuestro dominio hasta los confines de la materia, ese espacio 
"realizado" que nos hace parec~r ilusorios los grande') espacios 
imaginarios donde se movían los libres juegos de los antiguos 
sa bios ¿no va a desvanecerse a su vez en un rugido del fonno 
universa l? 
Sabemos, sea como sea, por dónde procede nue.al';'\. ad apta­
ción a estas exigencias, y que la guerra muestra ser más y más 
la comadrona obligada y necesaria de todos los progresos de 
nuestra organización. De seguro, la adaptación de j os adversa­
rios en su oposición social parece progresar hacia un concurSO 
de [armas, pero podemos preguntarnos si está motivado por una 
concordancia con la necesidad o por esa iden tificación cu)'a 
imagen Dante en su Infierno nos muestra en un beso mortal. 
Por lo demás no parece que el individuo humano, como lIl;.ttc­
r ial de semejan te lucha, esté absolutamente d esprovisto d~ de­
fectos. Y la detección de los "malos objetos in ternos", respon­
sables de las reacciones (q ue pueden ser muy costosas en apa­
ratos) de la inhibición y ne la huida hada adelan te, detecoón ;1 
la que h€mos aprendido recientemente a proceder para los ele­
mentos de choque. de la caza, del paracaídas y de l comalHlo, 
prueba que la guerra, después de habernos enseñado mucho 
sobre la génesis de las neurosis, se mues tra <tal _ vez demasiado 
exigente en cuan to a sujetos cada vez más neutros t:n una .Igre· 
sividad cuyo patetismo es indeseable. 
No obstante tenemos lambién aq uí alguna s verd :Hles .p~icolt)­
gicas que aportar: a saber, hasta qué punto el pretendido "ins­
Unto de conservación" del yo flaquea fácilmente en el vér tigo 
del dominio del espacio, y sobre todo hasta qué punll.)el temor 
de la muerte, del "Amo absoluto", supuesto en la concie nci a por 
toda una tradi ción filosófica desde Hegel, está psicológicamen te 
subordinado -al temor narcis ista de la lesión del cuerp() propio. 
No nos parece vano habe r subrayado la re laciÓn qu ~ )ostíent:: 
con la dimensión del espacio una tensión subje tiva, que en el 
malestar de la civilización viene a traslaparse con la de la an­
gustia, tan humanamente abordada por Freud y que se desarro­
--
116 LA AGIU;SIVIDAD EN PS ICOANÁLIS!S 
lla en la d imensión temporal. :eS la también la escJareceremos 
gustosos con las significaciones contemporáneas de dos filoso· 
fías que responderían a las que acabamos de evocar: la de Berg. 
son por su insuficiencia naturalista y la de Kierkegaard por su 
signifi cación dialéctica. 
Sólo en la encrucijada de estas dos tensiones debería abor­
darse ese asumir el hombre su desgarramiento origin al, por el 
cual puede decirse que a cada instante constituye su mundo por'¡ 
medio de su suicidio, y del que Freud tuvo ]a audacia de foro 
mular la experiencia psicológica, por paradójica que sea ~u ex. 
presión en términos biológicos. O sea como "instinto de muerte". 
En el hombre " liberado" de la sociedad moderna, vemos que 
este desgarramiento revela has ta el fondo del ser su formidable 
cuarteadura. Es la neurosis de au tocast.igo, con los síntomas his­
térico-hipocondriacos de sus inhibiciones funcional'es, con Jas 
[armas psicasténicas de sus desrealizaciones del prójimo y del 
mundo, con sus secuencias sociales de fraca so y de crimen. Es 
a esta víct ima conmovedora, evadida por lo demás irresponsable 
'en ruptura con la se ntenci a que condena al hombre moderno 
a la más formidable galera, a la que recogemos cuando viene a 
nosotros, es a ese ser de nonada a quien nuestra tarea cotidiana 
consis te en abrir de nuevo la vía de su sentido en una fraterni. 
dad discreta por cuyo rasero somos siempre demasiado desiguales!. 
INTRODUCClON TEORlCA A LAS FUNCIONES 
DEL PSICOANALISIS EN CRlMl NOLOGIA 
COMUNICACIÓN PRESENTADA A LA XIII CONFERENCIA 
'DE PSICOANALISTAS nE LENGUA FRANCESA (29 DE MAYO DE 1950) 
EN C.OLABORAC IÓN CON M ICUEL" CF.NAC 
1. Vd movimiento de la verdad en las ciencias de l hom.bre 
Si la teoría en las ciencias físicas nunca ha escapad o realmente 
a esa exigencia de coherencia interna que es el movimiento mis­
mo del conocim iento. las ciencias del hombre, porque éstas se 
encarn<Jn 'en comportamien tos en la realidad misma de su oh-
J jeto, no pueden e ludir la pregunta sobre su sentido, ni impedir 
que la respuesta se imponga en términos de verdad, 
Que la rea~ad del hombre implique este proceso de revela­
ción, es un hedlo que induce a algunos a concebir ]a historia 
como una dialéctica inscrita en )a materia; es incluso un~ ver-o 
dad que ningún ritua l de protección "behaviourista" del sujeto 
resp'ecto de su objeto no castrará su punta creadora y mortal. y 
gue hace del científico mismo, dedicado al conocimien to "puro", 
un responsable de primera clase. 
Nadie lo sabe mejor que el psicoanalista que, en la inteli­
gencia de lo que le confía su sujeto como en la maniobra de los 
comportamientos condicionados por la técnica, ac túa por una 
revelación cuya verdad condiciona la eficacia. 
La búsqueda de la verdad no es por otro lado lo q ue hace el 
objeto de la criminología en e l orden de los asuntos judiciale~. 
ta mbiéIl lo que unifica -estas dos caras: verdad del crimen en 
su aspecto policiaco, verdad del criminal en su aspecto antro­
pológico. 
De qué [arma pueden ayudar a esta búsqueda la técnica que 
guía nuestro diálogo con el sujeto y las nociones q ue nuestra 
experiencia h a de fin ido en psicología. es el problema del cual 
trataremoS hoy: menos para decir nuestra contribución al estu­
dio de la delincuencia (exp uesta en otros reportes) que para 
lijar sus límites legítimos. y no ciertamente para propagar la 
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