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Comunicación: un paradigma de la mente Martin Wainstein Edición Digital 2020 Martin Wainstein Profesor Consulto de la Universidad de Buenos Aires (UBA).Director de la Carrera de Especialización en Psicología Clínica Sistémica en la Facultad de Psicología de la UBA. Licenciado en Sociología y Psicología en la UBA, Se doctoró en Psicología en la Universidad de Belgrano (UB). Se formó como psicoterapeuta en el Mental Research Institute de Palo Alto California con John Weakland, Paul Watzlawick, Richard Fish y Stevee deShazer y en el Families Studies de Nueva York con Salvador Minuchin. Se ha desempeñado como Profesor en la Facultad de Psicología (UBA) de Teoría y Técnica de Clínica Sistėmica, cátedra que inició esa enseñanza en una universidad nacional, en 1992 hasta 2015 y en la cátedra de Psicología Social, desde 1986, en la que continúa a cargo. Dirigió la Carrera de Psicología de la Universidad de Palermo, donde fue Profesor Titular de Clínica Sistémica y Psicoterapia Conductual, Psicología de la Personalidad y Psicoterapia Cognitiva-Conductual (2002). Dirige desde hace 20 años equipos de investigación (SECyT-UBA) y actividades y programas de extensión en el área de la psicología social y las prácticas sistémicas (UBA). Realizó programas de entrenamiento y formación de terapeutas en la República Argentina en Buenos Aires, Mar del Plata, Neuquén, Mendoza, San Luis, Trelew, Rosario; en los EEUU, en Palo Alto, Ca. y en Nueva York, NY. Dirige desde 1985 la Fundación Gregory Bateson de Buenos Aires, ha publicado numerosos escritos científicos, organizado congresos nacionales e internacionales y publicado como autor cuatro libros y varios capítulos de libros. Dirige actualmente la revista Sistemas Familiares editada por la Asociación Sistémica de Buenos Aires. Desde 2015 es Miembro Evaluador de la Comisión Técnica Asesora de Ciencias Jurídicas Económicas y de la Administración del Rectorado, de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU) y coordina la Comisión de Posdoctorado de la Facultad de Psicología de la UBA. ÍNDICE 1. PRÓLOGO 2. INTRODUCCIÓN 00 .......................................................................................... El tema y el autor 00 ............................................................................................. El estilo batesoniano 00 ........................................................................................ Datos biográficos 00 ..................................................................................... 3. LAS RELACIONES MENTE- CONDUCTA- CONTEXTO EN LA PSICOLOGÍA 00 El Conductismo 00 ....................................................................................... El Psicoanálisis 00 ....................................................................................... La Teoría de la Forma 00 .............................................................................. El interaccionismo 00 ................................................................................... La revolución cognoscitiva y la nueva ciencia de la mente 00 .......................... Crear un puente entre la ciencia, la filosofía y los datos de la conducta 00 ........................................................ 4. LA CUESTIÓN DE LA MENTE Y EL NUEVO PARADIGMA DE LA CIENCIA . Mentes y máquinas 00 .................................................................................. La complejidad 00 ........................................................................................ Los modelos 00 ............................................................................................ Lo mental y las ciencias de la conducta 00 ........................................................... Mente y conducta 00 ............................................................................................. Mente y ordenadores 00 ........................................................................................ 5. LOS PILARES DEL “PUENTE” 00 .................................................................. La noción de “paradigma” 00 ............................................................................... De la estructura al sistema 00 ............................................................................... El concepto de isomorfismo 00 ............................................................................ El concepto de analogía 00 ................................................................................... La noción de pattern 00 ....................................................................................... La cuestión del cambio 000 .................................................................................. El concepto de morfogénesis 000 ......................................................................... De la energía a la comunicación 000 .................................................................... El lenguaje como mediador 000 ........................................................................... La cuestión del significado 000 ............................................................................ 6. LA “MÁQUINA” DE BATESON 000 ............................................................. El modelo de proceso mental 000 ......................................................................... 7. CONSTRUCTIVISMO: UNA PERSPECTIVA SOCIAL DE LA PSICOLOGÍA 000 8. BIBLIOGRAFÍA CITADA 000 ..................................................................... ACERCA DEL AUTOR 00 .............................................................................. 1. Prólogo A principios de los años cincuenta Gregory Bateson, un antropólogo y experto en comunicación inglés, afincado en los Estados Unidos, comenzó una investigación que estudiaba las paradojas en la comunicación. Realizaba su trabajo mediante la observación del comportamiento de pacientes esquizofrénicos internados en un hospital de veteranos de guerra. Utilizaba para ello una metodología más propia de un antropólogo que de un psiquiatra, se incorporaba a la vida de los pacientes como aquél se incorpora a la vida de una tribu, con una mirada diferente de las ideas psiquiátricas propias de la época orientadas hacia las causas que producían la enfermedad mental. Comenzó a interesarse por las formas de relacionarse de los pacientes con el entorno institucional psiquiátrico y familiar y por las variaciones que producía esto en su conducta. Se agregaba a esto que las descripciones de lo que observaba, las hacía desde ciertas concepciones recientes y originales en el campo de conocimiento de aquellos días. Estas ideas, que provenían de disciplinas jóvenes como la Cibernética, la Teoría General de los Sistemas y de la Física moderna, lo llevaron a pensar temas propios de las ciencias de la conducta de un modo realmente original. Dicho a modo de ejemplo, en lugar de preguntarse “por qué”, o sea en base a qué causas, en el pasado individual, una persona se comporta de una manera determinada, Bateson se preguntaba “¿qué efectos del efecto tienen influencia sobre sus propias causas?”, o “¿cómo está constituido el contexto actual de esta persona, para que su conducta tenga sentido, o sea coherente con la situación, etc.?”. Así, Bateson fue un pionero en introducir cierta concepción teórica nueva en las ciencias humanas, su idea sistémica y cibernética de la comunicación que reemplazaba cierta forma de pensamiento causalista y lineal por otro “circular”. Si leemos de manera ingenua estas preguntas, aparentemente son simples, pero fueron ellas las que produjeron un giro en lo que sería el futuro entendimiento de las prácticas clínicas. El libro que el lector tiene frente a sus ojos, desentrama este proceso. Su autor, recorre a lo largo de sus páginas, las ideas de un Bateson investigador, creador de nuevos conceptos, que traslada originalmente, conocimientos de distintasdisciplinas, como la física, la biología, la psicología, la antropología, etc., aplicándose a la construcción de una pragmática de la comunicación humana. Martín Wainstein dirige su estudio hacia el entendimiento del proceso creador de una teoría de la mente, que desestructura los parámetros clásicos de su concepción, como él claramente lo menciona en la Introducción “[...] su conceptualización de la mente revitalizó en el campo de la psicología clínica, la posibilidad de pensar y ampliar conocimientos, más allá de los límites bastante cerrados impuestos por los modelos psicodinámicos y conductistas”. El texto contextualiza la producción batesoniana, no sólo con aspectos biográficos, sino también realizando un recorrido breve -pero no por eso superficial- de las diferentes concepciones de mente propias de los modelos más relevantes de la psicología, como los propuestos por el Conductismo, el Psicoanálisis, la Teoría de la Forma y las vertientes Interaccionistas y de la Psicología Cognoscitiva, para arribar al momento histórico en que comienza a producirse la constitución de un nuevo paradigma de las ciencias humanas, sintetizando algunas reglas básicas del “conocer” batesoniano, que “[...] refieren a un conjunto de conceptos, algunos de raíz matemática, otros relativos a la física de los procesos irreversibles (segunda ley de termodinámica), otros relacionados con la biología, todos sustentan su punto de partida de ‘que el mundo y la vida tienen un orden y que ese orden supone una lógica que tiene que poder sernos –por lo menos parcialmente– accesible ya que nuestra propia naturaleza pertenece a ese mismo orden’”. Numerosos conceptos de la frondosa literatura batesoniana (Naven, Pasos hacia una Ecología de la Mente, Espíritu y Naturaleza, etc.), que, en el estilo propio del autor, abundan en complejidad, son recreados en este libro, en la búsqueda de cierta convergencia entre epistemología, teoría de la conducta y sus posibles aplicaciones en la clínica psicoterapéutica. El texto orienta la atención del lector hacia el lenguaje como un agente de cambio. El lenguaje abandona aquí, su clásica concepción representacional, adquiriendo el status activo de “constructor de mundos”, “inventor de realidades” a través de las narrativas. En este aspecto, el libro navega sobre las aguas originales en las que se basó la concepción batesoniana de la psicoterapia para delimitar y justificar modelos de trabajo. No son muchos los textos que han avalado epistemológicamente los recursos de las terapias comunicacionales, y esto es lo que produce un efecto tentador en esta obra, el “buscar encontrando”, el respaldo teórico que sostiene una intervención, partiendo desde la matriz de la concepción de mente para Bateson -“la máquina”- con toda la implicación teórica que esta palabra concita, “ [...] es fundamentalmente un modelo epistemológico, de cómo conocer, que pretende ser aplicable con valor descriptivo y explicativo, a cualquier área de la realidad del ser viviente. Por ese motivo, sus cualidades deben ser evaluadas en función, justamente, de su capacidad como modelo general para ser aplicado a situaciones particulares, y para poder ‘pasar’ conocimiento de una situación a otra”. En síntesis, Comunicación: un Paradigma de la Mente, aúna y explica las diferentes conceptualizaciones científicas de uno de los pensadores más relevantes del siglo XX, aporta nuevas reflexiones y aclara otras, fundamentando muchos de los conceptos que presentan las intervenciones clínicas, no como meras recetas técnicas, sino como el resultado de una nueva forma de mirar el mundo. Para ser coherentes con el autor: introduce información que genera diferencia, y en esa diferencia consiste la novedad y el aprendizaje. Marcelo R. Ceberio Hospital de San Pau, Barcelona Paul Watzlawick M. R. I., Palo Alto, California 2. Introducción El tema y el autor ¿Qué pauta conecta al cangrejo con la langosta y a la orquídea con el narciso, y a los cuatro conmigo? ¿Y a mí contigo? ¿Y a nosotros seis con la ameba, en una dirección, y con el esquizofrénico retardado, en la otra? GREGORY BATESON El texto que el lector tiene en sus manos trata del concepto de mente, un tema teórico, abstracto y complejo que, por otro lado –y por si esto solo fuera poco–, ha sido ya motivo de siglos de ardua reflexión. El territorio abarcado por este tema continúa siendo ámbito de fuertes disputas: si bien durante siglos ha implicado demarcaciones dudosas entre la filosofía y la religión, en los últimos doscientos años ha sido a la vez objeto del reclamo de casi todas las ciencias, en especial la biología, la neurofisiología, la psicología, las ciencias sociales y humanísticas, y la lingüística.1 Una temática de esta índole –antes bien “ecuménica” que “panorámica”– solamente puede ser motivo de un estudio si es sometida a grandes restricciones. Ellas son las siguientes: Éste es un trabajo in se historiográfico. Esto quiere decir que se realizó bajo la influencia de un autor: hemos tratado de investigar el concepto de mente en la obra de un autor específico: Gregory Bateson. ¿Por qué Bateson? Tal vez bastaría decir: “Porque nos gusta”. Pero no, no es sólo esto: creemos poder ofrecer una razón un poco más justificada que la de nuestras emociones. Entendemos que fue uno de los principales pioneros en la tarea de liberar a los estudios de la conducta –en lo referido a la cuestión de la mente– de los “atolladeros teóricos” heredados del dualismo y el mecanicismo cartesianos. Participó de un vasto movimiento, la cibernética, que influyó sobre casi todas las formas de pensamiento en la segunda mitad de este siglo. Su participación conectó las nuevas ideas cibernéticas con la noción de conducta desde la biología de los organismos más simples hasta el conocimiento de los comportamientos más complejos de la vida social. Hoy muchas de sus ideas están relativamente diseminadas en el lenguaje común de los científicos y la cultura en general, pero antes de la cibernética, en esos ámbitos prevalecía terminantemente un modo de pensar –identificado como clásico– acerca de los fenómenos mentales y de la conducta que persiste aún en la psicología. Veamos brevemente este recorrido. Si bien desde la antigua Grecia hasta el siglo XVII diversos autores habían sostenido teorías y doctrinas acerca de la naturaleza de lo que se identificaba como alma, psique y mente, fue sin duda Descartes el pensador que estableció la distinción más aceptada entre el mundo de lo material y el mundo de lo mental –instalando, de allí en más– la problemática del dualismo en la cuestión de la mente. Menos resaltado por la posterioridad, pero no por eso menos importante fue el hecho de que al relacionar el pensar y el conocer como fundamento del existir, Descartes definió también la naturaleza de lo mental como algo individual, privado e intracraneano. Esta filosofía de la mente cartesiana prevalecía sobre finales del siglo XIX cuando la psicología se separa de la filosofía y se orienta por el camino de la ciencia. El laboratorio de Wilhelm Wundt –fundado en Leipzig en 1874– y el de William James, en Harvard en 1876 señalan claramente el nacimiento de la psicología científica y la correspondiente transformación de la filosofía de la mente en filosofía de la psicología. Para la psicología científica la búsqueda se orientó en primer lugar hacia encontrar las particularidades que asemejaran o distinguieran sus explicaciones de las de otras ciencias, en especial de la física. En segundo lugar, a relacionar las ideas de la psicología popular con los resultados de los descubrimientos de la psicología científica, especialmente en sus vertientes clínica y experimental. En tercer lugar, la moderna psicología continuó el debate cuerpo-mente, pero reemplazando los fundamentosreligiosos del pensamiento clásico por los fundamentos de teorías y descubrimientos realizados en el marco del método científico. De todos modos lo que llamaríamos la cuestión de la mente, de la conducta o simplemente de lo que “hace que la gente se mueva” ha tenido un desarrollo no demasiado coincidente entre los psicólogos y otros científicos de la conducta. Diferentes pensadores hicieron diferentes suposiciones acerca de cuáles son los aspectos que merecen estudiarse de las personas. En general, esto supuso la exclusión de otros y definió un modelo o imagen subyacente de cómo son los seres humanos. Estos modelos determinaron ideas sobre la normalidad psicológica, la naturaleza del desarrollo evolutivo, la relación cuerpo-mente, la relación persona-entorno, etc. Hasta los años ’50 esas ideas pusieron el acento en dos grandes líneas. Una de ellas atendió algunos procesos parciales, como la búsqueda de localizaciones funcionales en las vertientes biologistas, o bien los estudios del aprendizaje, la organización cognoscitiva o las relaciones entre la psicología animal y humana. Otra se dedicó a las personas, al estudio de las diferencias individuales, mediante instrumentos de medición. La psicología del desarrollo, a través de experimentos y estudios de casos y la psicología clínica, dedicada a los casos “anormales”. Así, el enfoque psicoanalítico buscó las causas del comportamiento en fuerzas emocionales profundas cristalizadas durante el desarrollo evolutivo en estructuras (ello, yo, súper yo) entre las cuales se generan conflictos. La visión conductista halló las causas del comportamiento en fuerzas ambientales (reforzamiento) y en un conjunto de respuestas aprendidas ante los estímulos externos. La perspectiva de la gestaltheorie hizo hincapié en la organización cognoscitiva actual, fundamentalmente en la reorganización perceptual, base del comportamiento y la resolución de problemas. El pensamiento de los neurobiólogos y genetistas describía la conducta como resultado de factores y procesos genéticos, fisiológicos y neurobiológicos. El punto de vista humanista-existencial aportó las ideas de individuo libre, racional y autodeterminante, diferente de los animales por su capacidad de autoactualización en la cual conjuga tanto su experiencia presente como la pasada. La psicología social, incorporada en los márgenes de cada una de estas corrientes del pensamiento psicológico “propiamente dicho”, arrastrando un pecado de nacimiento –su condición “multiparadigmática”– con fuerte y recíproca influencia con el pensamiento sociológico, acompañaba este camino. Si bien la mayor parte de los psicólogos aceptaron que “toda psicología es psicología social” porque todo lo que se incluye como la mente y la conducta sucede dentro de un contexto social. Y aun cuando fue moneda corriente entender que cuando alguien está solo sigue recibiendo la influencia de otros -aunque sea como expectativa potencial de éstos hacia lo que está haciendo-; debe aceptarse que el pensamiento, digamos “oficial”, iniciado por George Herbert Mead a principios de siglo, entró siempre en contradicción con el paradigma predominante que veía la mente como algo aislado, privado y estructuralmente determinado por alguna causa en particular. Mead era alguien raro para el mundo “psi”, razonaba desde una matriz darwiniana a propósito de la significación de los gestos sociales para los animales. Estaba influido por James en la distinción entre Yo que conoce y Mi que se conoce y por Cooley y su “teoría del espejo”, según la cual el self se refleja en las reacciones de los otros. Entendía que el conocimiento del sí mismo y de los otros se desarrolla simultáneamente, ya que ambos dependen de la interacción social. Que la mente, el self y la sociedad constituyen una unidad, un proceso cuyo estudio fragmentado atenta contra la posibilidad de entendimiento de las partes y del todo. También el brillante psicólogo ruso Lev Vigotsky señalaba en los mismos años que “el mecanismo del comportamiento social y el mecanismo de la conciencia son el mismo”, la propia conciencia depende de la conciencia que los demás tengan de nosotros tanto como la de los otros depende de la nuestra. Mead y Vigotsky tenían una concepción mediadora del papel que los instrumentos psicológicos y los medios de comunicación interpersonal desempeñan en el proceso de construcción de la conciencia. Bateson reconocerá la influencia de las ideas de George H. Mead (véase más adelante) y sin duda tuvo noción de las ideas de Vigotsky a través de quien fuera su esposa, la antropóloga norteamericana Margaret Mead. Esta conocía por lo menos el trabajo de Vigotsky Thought and speech (Pensamiento y Lenguaje), publicado en Psychiatry, 2, en 1939 que citaba en la bibliografía de su capítulo sobre los niños primitivos en el Manual de Psicología Infantil editado por Leonard Carmichael a principios de los ‘50. Todas estas ideas clásicas acerca de la naturaleza y la conducta humanas desarrolladas a fines del siglo XIX y principios del XX pasaron a ser parte del lenguaje familiar de millones de personas en el mundo. “Los hombres prácticos” decía el economista John Maynard Keynes, muchas veces creen estar lejos y libres de las influencias intelectuales pero suelen ser “esclavos de algún economista difunto”. Podríamos decir que la psicología de la vida cotidiana de los hombres comunes también es a veces esclava de algún “psicólogo difunto”. Así, resultan obvias para el conocedor las referencias que en las conversaciones sociales cotidianas o en los discursos de economistas y políticos se hacen a la represión, la descarga de agresión, la relación entre refuerzo y repetición por personas que no conocen o sólo les es familiar el nombre de Freud, Watson, Lewin, Skinner, etc. Sin embargo tanto en la psicología académica como en la psicología clínica de la segunda posguerra pocos autores incorporaban las ideas interaccionistas dentro de los prevalentes paradigmas conductista y psicoanalítico. El sujeto “estructural” de la psicología influido por el paradigma cartesiano clásico que intersectaba la relación ciencia-filosofía dejaba poco espacio para un “sujeto interactivo”, mediatizado por la cultura y fuertemente socializado como el propuesto por pensadores como George Mead o Lev Vigotsky. Las preguntas básicas eran (y para qué negarlo, aún lo son): ¿son la mente y el cerebro dos entidades independientes? Si lo son ¿cómo interactúan? ¿Es la mente una cosa, una colección de estados, un conjunto de procesos? ¿Existe la mente? Parafraseando a nuestro Mario Bunge, lo esencial era la “identificación del sujeto de los predicados mentales”... que es lo que ‘mienta’ ...cuál es la cosa que percibe, siente, recuerda, imagina, desea, piensa” (M. Bunge, 1980, p. 23). Así llegamos a la idea central de este libro. Es relativamente sencilla: entendemos, por una parte, que Gregory Bateson creó un puente bastante sólido que permitió integrar conceptualmente un grupo de teorías –algunas más antiguas, otras que estaban enunciándose entre 1945 y 1950–, a la reflexión sobre las relaciones entre organismos, conocimiento y mundo. Desfilan así, explícitamente, por su obra la Teoría de la Evolución, la Teoría de los Tipos Lógicos, la Teoría de la Información, la Teoría Cibernética, la Teoría General de los Sistemas, la nueva Lingüística, los desarrollos en procesamiento de información, las teorías sobre el ADN y un código genético, la codificación de mensajes en un sistema nervioso central reticulado y muchas otras, como la teoría “de los dos cerebros”, aunque en forma más fragmentaria y difusa. Por otra parte sus trabajos de investigación –sobre todo los que llevaron a su teoría del “doble vínculo”– fueron un ejemplo de aplicación de esas teorías y modos de pensar los problemas humanos y también reformularon muchos aspectos de las teorías clásicas acerca del aprendizaje, la percepción interpersonal, la comunicaciónhumana y los trastornos mentales. Bateson desarrolló toda una filosofía de la mente, o por lo menos toda una manera de pensar lo mental -lo que él gustaba llamar, una epistemología- orientada a describir cómo los organismos perciben, piensan, y actúan. Con esa tarea contribuyó a conectar las nociones de comunicación y conducta de modo tal que permitió en el campo de la psicología y en un área especial, las prácticas clínicas, la posibilidad de pensar y ampliar el conocimiento plus ultra de los límites ciertamente cerrados que se imponían desde los prevalecientes modelos psicodinámico y conductista. De hecho, ampliando hacia el entorno la noción clínica de mente contribuyó a establecer en el campo psiquiátrico la idea de que los trastornos “mentales” son trastornos de la comunicación. Si bien su herencia ha tenido y sigue teniendo efecto ecosistémico sobre varias áreas del conocimiento, el efecto más evidente ha sido sobre el modo de pensar sus prácticas entre los terapeutas familiares, psicólogos clínicos, psiquiatras, psicopedagogos y trabajadores sociales. De hecho, la terapia familiar, la terapia breve orientada a la resolución de problemas y los procedimientos surgidos en el mítico Mental Research Institute de Palo Alto, de aplicación a individuos, parejas, familias y organizaciones –y todas sus derivaciones, consecuencias y aplicaciones por parte de otras “escuelas”– la terapia estratégica, de redes, etc., y en última instancia lo que se dio en llamar el enfoque sistémico, “clínica sistémica”, o clínica de “sistemas”, serían impensables sin las ideas batesonianas. Aun la misma evolución de la psicología “cognoscitiva” -en algunos de sus aspectos- sería improbable sin el “pivote” que significó la reflexión batesoniana. Sirva de ejemplo la reciente evolución de los modelos cognoscitivos desde un modelo mental “de computadora”. Es decir, modelos que suponen la aplicación en serie de reglas formales, previamente almacenadas, sobre símbolos claramente definidos y discriminables; hacia modelos más actuales, que razonan en términos de aplicación en paralelo, cuyas reglas no están predeterminadas ni son predeterminables, cuyas unidades de aplicación están conexionadas y responden con representaciones emergentes de la red de conexiones. Un ejemplo de esto son los criterios de “mente” o de procesamiento de información enumerados por un modelo de pensamiento de última generación como el de Rumelhart, Hinton y McClelland (1986) llamado de procesamiento paralelo distribuido (Parallel Distribued Processing). Sugieren los investigadores del PDP Group, ocho aspectos básicos que debe incluir un modelo “en paralelo” que ofrezca posibilidades de aplicación a fenómenos psicológicos: 1) Un conjunto de unidades de procesamiento ordenado como red (sistema interconectado). 2) Un estado de activación del sistema (¿energía?). 3) Una función de output para cada unidad del sistema. 4) La conectividad entre las unidades debe seguir un patrón (pauta de conexión sistemática). 5) Una regla ordena la difusión de actividades en la red. 6) Una regla ordena la relación entrada-estado actual-nuevo nivel de activación para cada unidad (regla de transformación), no se transmiten mensajes sino que la representación surge de procesos emergentes producidos por múltiples activaciones de unidades incapaces cada una de ellas de provocar mensajes... 7) Una regla de almacenamiento de experiencias que ordene la modificación de los patrones de conectividad (aprendizaje II: aprender a aprender). 8) El sistema opera en un ambiente (noción de contexto). Puede el lector retener este listado, o bien volver a él despues del análisis del modelo de mente de Bateson presentado en el capítulo IV. Es inevitable por otra parte reconocer que todos estos temas están hoy, por así decirlo, un poco “en el candelero”. Efectivamente, la inclusión de las perspectivas cognoscitivas en la psicología clínica nacional es ya una realidad, sea como corrientes “sistémicas” o “cognitivas”. Y Bateson fue y es una fuente teórica para ambas. ¿Qué nos proponemos hacer entonces con Bateson y su concepto de mente? Trataremos de sistematizar su lenguaje, definiéndolo o confrontándolo con otros, de discriminar las fuentes o la novedad de sus ideas, en lo que constituye obviamente una lectura particular, que incluye una reflexión acerca de las influencias que tuvo su pensamiento en las aplicaciones a la resolución de problemas en personas, familias y organizaciones. La propuesta no es per se absolutamente original, aunque tampoco la oferta es muy grande... El análisis de su obra escrita hasta la década del sesenta, se difundió parcialmente a través de la Pragmatics of Human Comunication, de Watzlawick, Beavin y Jackson (1967). El aporte posterior más sólido se debe sin duda a Bradford Keeney con su Aesthetics of Change (1983). Trabajos igualmente significativos, si bien de corte no tan teórico, han sido About Bateson: Esays on Gregory Bateson, de su hija Mary Catherine (1977); Gregory Bateson: The legacy of a scientist, de David Lipset (1980); Thinking, the expanding frontier: procedins of the international and interdisciplinary conference on thinking held at the University of the South Pacific, editado por William Maxwell y con un excelente prólogo de Jerome Bruner (1983); With a daughter’s eyes: a memoir of Margaret Mead and Gregory Bateson, de su hija Mary Catherine (1984). A esta lista se deberían agregar el más reciente Sacred Unity. Further steps to an ecology of mind, editado por Rodney E. Donaldson (1991, A. Cornelia and Michael Bessie Book) y los ensayos y artículos sobre aspectos específicos de su obra, publicados por varias revistas científicas, especialmente Family Process. Pero llegados a este punto debemos aclarar también qué no es este trabajo. No es una introducción a su obra. Si bien Bateson es en general reconocido como epistemólogo, y esto es válido en los términos en que él definía la epistemología (cómo los organismos perciben, piensan y deciden). Sin embargo, éste no es un trabajo filosófico o especulativo, sino que más bien buscamos delimitar aquellos conceptos que entendemos válidos para las ciencias de la conducta, con el fin restringido de su aplicación en las practicas clínicas, prácticas que se desarrollan fundamentalmente como intercambios comunicacionales mediante lenguaje oral y gestual. Intercambios que buscan cambiar los modos que las personas tienen de significar situaciones, personas o cosas, es decir de comprender sus experiencias. Los humanos organizamos nuestras experiencias del mundo en base a nuestras propias creencias, nuestras “verdades” y tendemos a entender éstas como correspondencia entre nuestro parecer interno “subjetivo” y un fenómeno externo ”objetivo”. El mito del parecer interno intenta resolver cuestiones como el sentido de la propia vida. El mito objetivista pone la atención sobre la necesidad humana de entender lo otro no humano para ser capaces de funcionar con éxito. Ambas visiones suponen un sujeto separado de su ambiente. El objetivismo concibe lo adecuado como dominio sobre ese ambiente. El subjetivismo pone el acento en la individualidad, la intuición y los valores. Comúnmente pensamos el ‘mundo físico’ externo como algo separado de un ‘mundo mental’ interno. Es nuestra creencia que esta división se basa sobre el contraste en la codificación y la transmisión que se dan dentro y fuera del cuerpo. El mundo mental –la mente–, el mundo del procesamiento de la información, no está limitado por la piel (...) Decimos que el mapa es diferente que el territorio. Pero ¿qué es el territorio? Operacionalmente alguien salió con su retina o con un instrumento de medición e hizo representaciones que luego se dibujaron en un papel. Lo que hay en el papel del mapa es una representación de lo que hubo en la representación retiniana del hombre que hizo el mapa; y a medida que retrocedemos preguntando, nos topamoscon una regresión al infinito, con una serie de mapas. El territorio no aparece nunca en absoluto.(...) El proceso de representación siempre lo filtrará, excluyéndolo, de manera que el mundo mental es sólo mapas de mapas de mapas, al infinito. (...) en cada paso, a medida que una diferencia se transforma y se propaga por su vía, la materialización de la diferencia antes de ese paso es un ‘territorio’, del que la materialización después del paso es un ‘mapa’. En el mito batesoniano la comprensión emerge de la interacción, el sujeto negocia continuamente con la naturaleza y con los otros y crea una experiencia recurrente. Esa experiencia recurrente genera categorías y formas de entendimiento que se aplican de una experiencia en otra. Así, todo entender es extender la metáfora de una experiencia a otra, de un dominio a otro. Toda realidad es “ficcional” y todo entender se vuelve “tautológico”. Pero, ¿qué es entonces una mente? La delimitación de una mente individual depende siempre de cuál es el fenómeno que se quiere comprender. Muchas vías de mensaje están por fuera de la piel, y éstas, junto con la información que transportan deben ser incluidas como parte del sistema mental: “Veamos lo que sucede con un árbol y un hombre con un hacha. Observamos que el hacha vuela por el aire y hace cierto tipo de incisiones en un tajo que preexiste en el costado del árbol. Si queremos explicar este conjunto de fenómenos, tenemos que ocuparnos de las diferencias en la superficie cortada del árbol, las diferencias en la retina del hombre, las diferencias en su sistema nervioso central, las diferencias en sus sistemas neurales eferentes, las diferencias en el comportamiento de sus músculos, las diferencias en el modo en que se desplaza el hacha por el aire, hasta llegar a las diferencias que el hacha produce, finalmente en la superficie del árbol”. La comprensión de la conducta humana requiere siempre circuitos totales. Esto es la cibernética: el recorrido circular completo que describe y explica. Un sistema mental es ese circuito completo que no nos deja cosas sin explicar, a nosotros, que estamos incluidos en la explicación. Obviamente el sistema, sus límites, dependen de la naturaleza de la explicación. La información que como una diferencia elemental recorre ese circuito es lo que Bateson llama idea. Como puede apreciar el lector, admitiendo estos puntos de partida es difícil pensar que uno no termine encontrando lo que buscaba, o que “busquemos” lo que vamos a encontrar. Buscaremos aquí encontrar en el modelo de mente batesoniano cierto isomorfismo con las características operacionales de los sistemas nerviosos propios de los mamíferos, las de los sistemas lingüísticos complejos (como los humanos) y una teoría acerca del significado según la cual éste depende de su comprensión dentro del marco de una comunidad lingüística. Esto es, un modelo de mente que admite los intereses de la neuropsicología (y amigable con cualquier sistema biológico portador de un sistema nervioso de cierta complejidad) y la lingüística (aplicable a sistemas sociales complejos). De esta última nos interesan las posibilidades de sistematizar una comprensión del acto clínico que favorezca su práctica: ¿qué resultados se obtienen mediante la comunicación y la negociación de significados? ¿Cómo podemos ser más capaces de producir visiones y provocar experiencias diferentes del mundo que disminuyan el sufrimiento evitable de las personas? Quedará sin desarrollar una posibilidad quizás más importante que la relación mente- realidad clínica. La que relaciona el pensamiento de Bateson con un siglo en el que la aceleración tecnológica y científica se produjo y se sigue produciendo a una velocidad y un ritmo espasmódico. Esa aceleración relaciona las cosas, crea nuevas interacciones a un ritmo demencial en el que jamás la naturaleza imaginó que una vaca podría comer una oveja muerta. Pero el ingeniero de alimentación conectó de algún modo la sarna de la oveja viva con los huesos de la oveja muerta, con el músculo de la vaca viva y a éste con el cerebro del hombre, cerrando un “circuito loco” del que sólo se detecta una “vaca loca”. Cada uno conoce sólo una fase del “circuito mental”, cada uno está privado tanto de la satisfacción como de la responsabilidad del producto terminado. Como en las familias, todos se miran azorados ante el vómito de la bulímica, la crisis de pánico del padre-superhombre. Nadie ve en la “vaca loca” el síntoma, la síntesis de una sociedad sin conciencia de sí. El siglo XX es el siglo de la comunicación instantánea, Cortés pudo destruir una civilización antes de que la noticia llegara a Europa. Hoy el mundo es un espectáculo continuado donde todo está en contacto con todo casi simultáneamente, pero la inconciencia del siglo de Cortés se ve reemplazada por la inconciencia del hábito y la pasividad, o bien por el estallido masivo y el colapso social. La comunicación hace que el castigo de un ciudadano negro en Los Ángeles haga estallar disturbios e incendios en cincuenta ciudades de los Estados Unidos. Sabemos cómo fabricar la felicidad, el mejor desodorante, pero no cómo controlar la acción a distancia mediante la cual nuestras axilas perfumadas destruyen la capa de ozono. Volviendo al autor, es necesario señalar las raíces tempranas de su inquietud sobre las relaciones entre interacción y construcción del self o la persona. En 1935, en un trabajo de antropología teórica en el cual buscaba establecer categorías para el estudio de lo que definía como contacto cultural, e indicaba que los conceptos a crearse no deberían sólo servir para “establecer clasificaciones abstractas” de relaciones entre comunidades diferentes, sino para “describir relaciones reales” dentro de una comunidad. Luego agregaba –de un modo aparentemente periférico a su tema– que propondría “ampliar tanto la idea de contacto, que la haría incluir aún en esos procesos en los cuales un niño es modelado y adiestrado para que se adecue a la cultura en la que nació...”. En el mismo texto, una nota al pie de página sugería una idea premonitoria: “El presente esquema está orientado hacia el estudio de los procesos sociales más que hacia el de los psicológicos, pero podría construirse un esquema estrictamente análogo para el estudio de la psicopatología. Dentro de él, se estudiaría la idea de ‘contacto’, especialmente en los contextos de moldeamiento del individuo. Estos intercambios mostrarían desempeñar un papel importante no sólo en el desajuste sino en la normalidad de la asimilación de las personas a los grupos sociales” (G. Bateson, 1972). Idea premonitoria que recién tomaría cuerpo y se desarrollaría dieciséis años después, con los trabajos de investigación en conjunto con Jürgen Ruesch y la publicación de un texto que adquirió valor fundacional, Communication: The Social Matrix of Psychiatry (G. Bateson; J. Ruesch, 1951). Desde este libro se comienza a hablar de la conducta como comunicación (en un sentido informacional), de las interacciones como un sistema y de “terapia de la comunicación”. Esas ideas se ampliaron después y hasta nuestros días hacia las nociones de “terapia sistémica”, “cibernética”, “contextual”, “ecológica”, de las “narrativas”, etc. De allí en más, ocurrió lo que suele ocurrir casi siempre en el desarrollo del conocimiento: ciertas expresiones centrales o conceptos fundantes del modelo que se desarrollaba como paradigma en expansión terminaron por así decirlo, colapsándose, perdiendo su sentido y su contenido originales, a medida que el ámbito descriptivo originario se amplió hasta horizontes impredecibles para los pioneros. Baste recordar que en los últimos cuarenta años los conceptos sistémicos, cibernéticos, comunicacionales y ecológicos, se han imbricado con el saber de la psicología, y de la mano del movimiento de terapia familiar –desarrollado primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo– han ocupadoun lugar relevante en el campo de la psicología clínica. En la República Argentina no se encuentran orígenes muy claros de esta experiencia, si se sondea más allá de la década de los ochenta. Si bien es claro que su introducción se debe al trabajo de continua conexión entre el contexto estadounidense y argentino llevado a cabo por el terapeuta argentino Carlos Sluzki, miembro del legendario semillero del Hospital Aráoz Alfaro de la ciudad de Lanús, un suburbio de la ciudad de Buenos Aires. Sluzki inició en los años ’60 sus viajes al Mental Research Institute de Palo Alto, verdadera Meca del movimiento sistémico argentino -como bien lo señala Des Champs (1991). En 1970, poco antes de instalarse por lo que sería un largo período de su vida allí, Sluzki colabora en la organización de un congreso internacional en Buenos Aires al cual asistieron importantes figuras internacionales como Jay Haley quien menciona por primera vez y oficialmente en Buenos Aires la noción de terapia familiar desde una perspectiva sistémica. La fundación, en 1984, de la Asociación Sistémica de Buenos Aires significó el eslabón institucional que facilitó el desarrollo posterior, concretado con la creación de publicaciones específicas y la inserción de la especialidad en las cátedras universitarias. Ya en los ’90 el fenómeno “sistémico” se afinca e influye fuertemente la psicología clínica nacional, esto motiva a preguntarse por un marco teórico, o un fundamento metodológico de lo que pueda ser llamado “psicología clínica sistémica”; o bien, mutatis mutandi: ¿Qué es hacer una clínica sustentada en supuestos sistémicos, y cuáles son esos supuestos en la investigación y en la docencia? Son preguntas que parecen por lo menos razonables. En esta dirección guía nuestro trabajo la idea de que cierta forma de entender la ciencia, la naturaleza y la conducta originada en los desarrollos batesonianos contiene algunos elementos que permitirían hallar algunas respuestas a estas preguntas. En tanto Bateson superpuso a un concepto clásico para la psicología -el concepto de mente- las perspectivas y modelos aportados por otros campos de conocimiento, como los de las teorías de la comunicación, del control, de sistemas, del aprendizaje, lingüísticas, ecológicas, neurofisiológicas, neuropsicológicas, etc., el estudio de esa superposición permitiría delimitar cierta posible especificidad de una perspectiva sistémica de la psicología -respetando el término sistémico, cuyo uso está ampliamente extendido en nuestro medio- para definir abreviadamente la aplicación al campo de la conducta de la confluencia de diversas teorías que registra la obra de Bateson. Demarcar esta especificidad nos llevó, por una parte, al análisis del concepto de mente en la obra de Bateson, pero también por otra nos comprometió a un cierto análisis de la historia del concepto en la Psicología, historia –demás esta casi decirlo– de una conflictiva coexistencia y una sistemática sustitución de cosmovisiones y modelos. El estudio y las notas recogidas en ese análisis quizá sean obviables en la lectura de este trabajo, aunque ciertamente no lo han sido para su realización. Por ese motivo esa “navegación” entre los innumerables textos aparece en el libro reflejada en “ventanas” que conectan el “hipertexto” que subyace a la producción del “texto” propiamente dicho. El estilo batesoniano Jean Guitton, en su ensayo Aprender a vivir y a pensar (1960), opone el “pensador sistemático” al “pensador problemático” de una manera similar a como se enfrentan un arquitecto y un zapador. El arquitecto prepara y realiza su obra en base a un plan completo, estructural, preocupado por la armonía; el zapador, en cambio, es un investigador de problemas, va de aquí para allá cavando, sorteando, regresando, buscando soluciones para su búsqueda. El zapador sabe que los conceptos predefinidos pueden no adaptarse y constituirse en trampas. Busca más la solución que la coherencia. Es decir, hay pensadores que construyen sistemas, cierran épocas de pensamiento. Otros, como dijo Stephen Toulmin (1980) –en referencia justamente a Bateson– son como los exploradores solitarios del Far West norteamericano: precursores, a veces dominados por una excentricidad y una necesidad de nuevos rumbos casi exasperante. Esto tiene su expresión más acabada en la forma de su obra, en su mayor parte constituida por ensayos, los cuales conforman el estilo literario de una búsqueda de lo específico: aún sus libros registran cada capítulo con un status de autonomía cercano al de un ensayo. A la par que desarrolla su labor, pareciera que el explorador fuera descubriendo un verdadero mundo en cada pequeña tarea; y algo de eso hay, aunque a posteriori, luego de captar el todo dentro de una perspectiva histórico-panorámica, no es difícil ver que se están ofreciendo nuevos puntos de vista a cuestiones antiguas, tratadas con sistemática continuidad. Si la creación de sistemas teóricos tiende más a la coherencia que a la verdad, y la preocupación metodológica más a la verdad que a la coherencia, se podría decir de Bateson que buscaba antes bien una metodología para describir y comprender la realidad que la construcción de un sistema teórico para explicarla y darle un sentido. Aquí se adoptará esta perspectiva. Por último, Bateson se nos aparece como un autor poco académico. Perfil que se infiere de sus “saltos” desde un tema a otro, lo cual suele reflejar, en muchos casos y simultáneamente, saltos de un nivel de abstracción a otro. Esto a veces hace tan difícil su lectura como la sistematización de su pensamiento y, mucho más que en otros autores, la revisión de sus conceptos puede -en vista de la multiplicidad ofrecida- resultar discutible. Datos biográficos Gregory Bateson nació en 1904. Hijo de William Bateson, un reconocido biólogo británico, pionero en el aquél entonces novedoso campo de la genética. Se graduó en antropología y dejó su país natal para realizar trabajos de campo en Nueva Guinea. Corría la década de los treinta, y tampoco en ese entonces era fácil ni usual internarse entre los cazadores de cabezas del delta del río Sepic... En esos raros caminos se encontró con la que a la postre sería su esposa, la célebre antropóloga norteamericana Margaret Mead. Se radicó en los Estados Unidos, donde se desempeñó en 1947 como profesor visitante de Antropología en Harvard. En los años siguientes fue investigador asociado al Langley Porter Neuropsychiatric Institute de San Francisco y trabajó como “etnólogo” en el Palo Alto Veterans Administration Hospital. De aquel tiempo en más, el nombre de Palo Alto permanecerá asociado al “proyecto de Palo Alto” o “grupo de Palo Alto”, y por ende a la historia de la psiquiatría moderna. Posteriormente realizó trabajos experimentales en teoría de la comunicación con delfines, en el Oceanographic Institute, y fue profesor en la Hawaii University. Posteriormente continuó como docente en la University of California at Santa Cruz. Su influencia en el pensamiento norteamericano fue en su momento muy grande; toda una generación de pensadores y científicos sociales sintió su impacto, especialmente en el campo de la terapia familiar. Sin embargo, nunca obtuvo un claro reconocimiento en los círculos académicos de ese país. Los últimos diez años de su vida los dedicó a la investigación teórica. En 1976, en claro reconocimiento a sus virtudes intelectuales, el gobernador Jerry Brown lo nombró miembro del Consejo de Regentes de la Universidad de California. Murió en Esalen, San Francisco ( California) en julio de 1980. El eminente físico Fritjof Capra lo retrató como “una figura imponente: un gigante, intelectual y físicamente. Alto y corpulento, se imponía en todos los niveles” (F. Capra, 1988). NOTA 1. El término “científico” fue empleado por vez primera hacia el año 1840 por el clérigo y filósofo William Whewell. Anteriormente, aquéllos que intentaban explicar algoacerca del mundo que los rodeaba eran simplemente llamados “filósofos”. 3. Las relaciones mente-conducta-contexto en la Psicología En occidente reconocemos los comienzos de la cultura con el inicio de la tradición escrita. En esas primeras narraciones –ya sean griegas o judeo-cristianas– siempre tuvieron presencia temas como el imaginar, el desear, el pensar, y las acciones humanas. Sin embargo, hicieron falta muchos siglos para que la psicología, ganara la posibilidad de reivindicar un nivel de discurso propio, independiente de la filosofía, convirtiéndose en una disciplina o campo de estudio y llevar a esa región del saber hacia lo que hoy llamamos conocimiento científico. Esa psicología “como ciencia”, al nacer sobre los finales del siglo XIX, estaba rodeada de una cultura romántica, un mundo burgués y una idiosincrasia fuertemente individualista. Tanto fue así, que hoy nos resulta coherente y entendible que su primera unidad de análisis fuera el individuo, y que su método fuera la introspección. Que buscara develar lo mental en los entretelones de una “conciencia individual totalizadora y capaz de guiar la voluntad que une idea y acontecimiento” (Wundt, 1896). La psicología es la ciencia de la vida mental, tanto en sus fenómenos como en sus condiciones... Los fenómenos son aquellas cosas a las que llamamos sentimientos, deseos, cognición, razonamiento, decisiones y demás (William James, 1890). Fue un poco más tarde –con el comienzo del siglo XX–, iniciado el tiempo que la percepción orteguiana llamaría “advenimiento de las masas a la historia” y “necesidad de las circunstancias para la comprensión del individuo”, que también para la psicología, el ser individual se abrió al mundo y al ambiente. Esto coincidió –y tal vez convocó– el desarrollo de varias perspectivas teóricas que se ofrecieron como alternativas al introspeccionismo y a una psicología de la conciencia privada. Cada una de las nuevas teorías creó supuestos suficientemente sólidos, y también grupos de científicos y profesionales que los adoptaron, por lo que podría decirse que tomaron la forma de verdaderos paradigmas (Kuhn, 1962). Merecedores de ese título son, sin duda, el Psicoanálisis, el Conductismo, la Teoría de la Gestalt y el Interaccionismo. Cada una de estas perspectivas contestó de un modo particular ciertas cuestiones esenciales acerca de la mente y la conducta, proponiendo específicamente construcciones mediatizadoras entre el individuo, su conocimiento y el mundo. Así lo fueron –y aún lo son– los conceptos de inconciente, de conducta, de conocimiento como proceso psicológico y la comunicación como interacción. Cada una de ellas ofreció también un modelo acerca de las relaciones entre las personas y su mundo; ya sea con la denominación de “relación entre la vida cotidiana y los fenómenos inconcientes”, o de “relación entre el organismo y el ambiente”, o de “relación entre la percepción y la realidad”, o “la conducta como comunicación”. Cada una de estas propuestas tuvo también su fecha de nacimiento. En 1900, Freud publica La Interpretación de los sueños, que incluye una teoría del “aparato psíquico”. En 1904 Iván Pavlov recibió el Premio Nobel por su teoría de lo que actualmente se denomina condicionamiento clásico. En 1913, Watson da a conocer su manifiesto “La Psicología desde el punto de vista de un conductista”; en 1912, Wertheimer presenta su hipótesis sobre los “fenómenos fi” (buena forma, continuidad, etc.), hacia 1910 George Mead ya ha consolidado los orígenes del interaccionismo simbólico, que se llamaría más tarde Escuela de Chicago. Atentos a los objetivos de este trabajo, en lo que hace a nuestro interés por el modo en que se fueron entretejiendo históricamente ciertas concepciones de lo mental y su relación con el mundo, realizaremos una breve descripción que selecciona los elementos mínimos de cada uno de los modelos en cuanto son relevantes a sus propuestas sobre la relación individuo-ambiente, o, en un lenguaje más antiguo: cuerpo y mundo. El Conductismo Para el conductista, la psicología es esa división de la ciencia natural que toma la conducta humana –lo que se hace y dice, tanto aprendido como no aprendido– como su objeto de estudio. (John B. Watson, 1919) El conductismo original consideró el ambiente como un conjunto de estímulos potenciales, y al individuo un organismo con una red neural capaz de alterarse plásticamente a partir de las estimulaciones externas. Esa alteración sólo podía estudiarse por medio de la observación de las respuestas, o más bien de patrones de estímulos y respuestas mediados por la red neural. Para aquel conductismo original no había “mente” estrictamente hablando. La entidad mediadora era la conducta entendida como interacción entre el organismo y el medio, transcurriendo en un continuo espacio-temporal. En él, ciertos aspectos de la actividad de los organismos (“respuestas”) se relacionan con los diferentes objetos del medio (“estímulos”). Dichas relaciones remiten a la forma en que cada uno de los elementos condiciona, o es condicional, a los restantes. La relación más simple que puede establecerse entre el organismo capaz de dar respuestas y el ambiente capaz de provocar estímulos es el nexo denominado “reflejo”. El reflejo es posible por las características estructurales del organismo y las propiedades físico-químicas del ambiente. Gráficamente, esto puede representarse de este modo: AQUÍ DIBUJO Cuarenta años después B. F. Skinner, desarrollando la famosa ley del efecto de Thorndike (1898), propuso que “la conducta se moldea y mantiene por sus consecuencias”. Buscaba controlar y predecir la conducta, –mas no explicarla– para lo cual investigó los resultados del uso de reforzadores –aquellos estímulos que instalan la repetición o la evitación de ciertas conductas. Cuando en la década del cincuenta este modelo fue utilizado con seres humanos en la psicología clínica, a pesar de haberse enriquecido teóricamente con nociones más complejas como las ya citadas, en las cuales el estímulo indica la posible consecuencia de la emisión de una respuesta particular (condicionamiento operante), el conductismo no avanzó plus ultra de poner el acento en arcos de conducta o fragmentos de circuitos comportamentales específicos de ciertos síntomas manipulados por medio de un sistema de premios y castigos. El Psicoanálisis Para el psicoanálisis, en cambio, con respecto a la relación organismo-ambiente las cosas ocurrían de un modo que era casi todo lo contrario. No es que Freud desestimara lo fisiológico, pero evidentemente el escaso desarrollo de la neurofisiología de su época lo llevó –a pesar de ser un decidido defensor de la metodología de las ciencias naturales (Assoun, 1981)– a buscar explicaciones para la conducta de las personas a través de hipótesis mentalistas y entidades teóricas intrapsíquicas. Sin embargo, el “aparato psíquico” freudiano deja de lado la cuestión de los estímulos y –como aparece desarrollado en la noción de serie complementaria– centra más bien su preocupación en las determinaciones estructurales intrapsíquicas, de carácter inconciente. Aquellas pasan a ser un mero “factor desencadenante” externo; por lo cual aquello que permitía explicar la conducta era el análisis de los procesos ocurridos en una “mente” sustancialmente dividida entre inconsciente y conciencia, y los conflictos que esta división generaba. Hemos llegado a conocer este aparato psíquico estudiando la evolución individual del ser humano. A la más antigua de estas provincias o instancias psíquicas la llamamos Ello; su contenido es todo lo heredado, lo congénitamente dado, lo constitucionalmente establecido; es decir, ante todo lo pulsional surgido de la organización somática(...) Esta parte más arcaica del aparato psíquico seguirá siendo la más importante durante la vida entera. (Sigmund Freud, Esquema del Psicoanálisis). Elpsicoanálisis surgió, por otra parte, como experiencia clínica. Si para Wundt lo inconsciente era algo negativo (“una periferia primitiva de la conciencia”), para el psicoanálisis, por el contrario, era algo positivo: buscando su eficacia en “hacer conciente lo inconciente”, tomó claramente partido a favor de los procesos inconscientes. La mente freudiana podría, en nuestra simplificación, ser representada así: AQUÍ DIBUJO La Teoría de la Forma El modelo de mente de la Teoría de la Gestalt (de la forma, por oposición a una psicología de los “contenidos”) también se oponía tanto al de Wundt cuanto al del conductismo. Si bien para Wertheimer también lo central era el organismo, y en especial el cerebro, lo que le interesaba era fundamentalmente la capacidad de éste como productor de procesos mediadores. Asimilando un saber fascinante en aquella época –el concepto de “campo dinámico”, tomado de la física– lo aplicó a las relaciones propias del cerebro, el que era considerado cual electrolito capaz de “ionizar” los estímulos externos, como cualquier electrolito tiende a hacerlo con su entorno (W. Köhler, 1955). Si bien esto último no adquiría sino un valor metafórico, esta analogía definía la idea de una mente con capacidad pregnante. Heredera de una tradición filosófica de raíz kantiana, la Gestalt postulaba para este cerebro, capaz de generar procesos mediatizadores (es decir, mentales) una capacidad ordenadora y organizadora de la realidad externa. El concepto principal legado de allí es el de puntuación: la percepción parcela el continuo de la realidad, creando jerarquías de figura y fondo. Si la percepción de un organismo se caracteriza por Gestalten inmersas en la corriente de la comunicación, esa corriente puede dar lugar a una jerarquía de sucesivas subdivisiones; de ellas, sólo una será la historia natural del organismo, no obstante lo cual esa historia admitirá muchas percepciones o puntos de vista diferentes. La “mente” de la Gestalt no traduce en modo directo el universo fenoménico como objeto a la conciencia, sino a través de formas a priori, que producen una configuración psicológica de la realidad. La mente de la Gestalt podría ser representada de este modo: AQUÍ DIBUJO Esta perspectiva tomó un cauce nuevo y diferente a partir de la obra de G. Spencer Brown, quien en su ya clásico Laws of Form (1973) fundamentaría lógico-matemáticamente el modo en que se genera un universo “cuando se separa o aparta un espacio” cuyos límites pueden trazarse “por donde nos plazca”. La cuestión no queda sólo allí: la idea se extiende –como veremos más adelante– a que el mandato de trazar una distinción, es decir puntuar una secuencia de hechos, es anterior a la descripción, y por lo tanto a la experiencia, lo cual implica la preexistencia de lo que Rabkin (1978, 487) llamaría “programas, reglas, planes, libretos, recetas, esquemas de trabajo, guiones, secuencias, relaciones, circuitos recursivos, carreras profesionales, procesos, gramáticas, etc”. En un lenguaje más aggiornado, lo que hoy se llama un “dato” (datum), desde la Psicología de la Forma debiera ser llamado un “capto” (captum), una experiencia. Más adelante cuando veamos las propuestas constructivistas se notarán las influencias que los conceptos de la Gestalt mantienen aún en el pensamiento contemporáneo. El interaccionismo Otro conjunto de ideas que aportó su influencia fue el constituido por las inquietudes psicosociales, que, aún en un breve repaso, no pueden ser dejadas de lado. Desde principios del siglo XX, estas perspectivas interaccionistas fueron aportando un caudal de instrumentos teóricos que, lamentablemente, la psicología en general, y la clínica en particular, demoraron muchos años en capitalizar. En una primera aproximación encontramos el aporte del llamado “conductismo social” de George Mead. Para Mead, una conceptualización de la mente debía adoptar los puntos de vista funcional y evolutivo, contrastantes con cualquier forma sustantiva o material, en especial aquéllas que llevaban a ubicar lo mental dentro del cráneo o de la epidermis. La teoría meadiana de la mente delimitaba para ésta “un campo coextensivo con el campo del proceso social de la experiencia y la conducta”. En este campo entraban todos los componentes de ese proceso, es decir la matriz completa de las interacciones sociales de los individuos (Mead, George; 1932, 1972, 245, nota al pie). En esta línea de pensamiento se desarrollará toda la llamada “escuela de Chicago” y, en confluencia con ella, el trabajo de un pensador gestáltico que llevó hasta las últimas instancias la noción social de campo dinámico en las ciencias de la conducta: K. Lewin (1935). El “Yo” meadiano (tomado de James), es el “sí mismo” que conoce y el “Mi” es el “sí mismo” que se conoce... el sí mismo es un proceso y no una estructura, no equivale al Yo freudiano, ni es un cuerpo organizado de necesidades y deseos o una colección de actitudes y valores o normas. Es el proceso reflexivo mismo donde el “sí mismo” actúa sobre sí y se responde, lo que hace que sea lo que es. El Yo que experimenta no puede experimentarse a sí mismo, dado que es el mismo acto de experimentar, lo que se experimenta y aquello con lo que se interactúa mediante el lenguaje es el “Mi”. Otra propuesta fue la de J. R. Kantor (1924-26, 1959), que aportó dos cambios sustanciales al conductismo basado en el paradigma del reflejo. Kantor definió, por una parte, la conducta como interconducta, es decir como la interacción organismo-ambiente, centro de su interés teórico. Kantor abandonó el tratamiento descriptivo y explicativo causal para poner de relieve el concepto de interdependencia de campos de relaciones, concepción de naturaleza sincrónica, caracterizada por una mayor complejidad que la del conductismo clásico. En tercer lugar, no pueden dejar de mencionarse los aportes del psicólogo y semiólogo soviético Lev S. Vigotsky a un modelo de comprensión de los procesos mentales a partir de su origen en los procesos sociales. Procesos desarrollados sobre todo a través de instrumentos y signos que, como ocurre con el lenguaje, actúan como mediadores. Así como Mead y Kantor se detuvieron en un enfoque prevalentemente sincrónico, Vigotsky señaló la relevancia del trasfondo evolutivo y sociohistórico de la construcción de la mente. Este trasfondo tiene características específicas; el ser humano comienza su vida como un ser social, es capaz de interactuar con los otros pero es poco capaz de hacer algo para sí mismo práctica o intelectualmente, en su socialización la internalización del mundo lo pone en camino hacia la inteligencia. La internalización es la reconstrucción interna de una operación externa, lo interpersonal se transforma en intrapersonal. La internalización de las actividades socialmente construidas e históricamente desarrolladas define la especificidad de la inteligencia humana. ... el momento más significativo en el curso del desarrollo intelectual, que da nacimiento a las formas puramente humanas de inteligencia práctica y abstracta, sucede cuando convergen el discurso y la actividad práctica, dos líneas de desarrollo que eran independientes por completo (Lev Vigotsky, 1934). La revolución cognoscitiva y la nueva ciencia de la mente* En los Estados Unidos durante la década que se extiende desde 1955 hasta 1965, comenzó a surgir un nuevo conjunto de ideas en el pensamiento de muchos investigadores. *En colaboración con Cecilia Daireaux. Lentamente, en diversos ámbitos al mismo tiempo y con un comienzo de un cierto estilo underground, se fue perfilando un nuevo modo de pensar que con el transcurso del tiempo quebraría la hegemonía del modelo conductista vigente hasta ese momento en las llamadas “ciencias de la conducta”. Así, tuvo lugar ese movimiento que a la postre se denominaría “revolución cognoscitiva”. Algunos años antes en setiembre de 1948, se había realizado en California el Simposiode Hixon, –éste fue contemporáneo con las célebres conferencias Macy en las cuales se fundó la cibernética habiendo entre ambos eventos cierta similitud de temas e inquietudes y más aún algunos participantes comunes–. El Simposio trató sobre “Los mecanismos cerebrales en la conducta” y marcó un hito fundamental en este tema. Destacaremos aquí solamente la temática de las ponencias de algunos de sus participantes con el fin de obtener una aproximación acerca del clima reinante en dicho encuentro. El matemático John von Neumann había planteado la analogía entre cerebro y computadora. Warren Mc Culloch había hecho referencia a cómo el cerebro procesa la información. El psicólogo Karl Lashley puso en duda la explicación conductista –y con esto al mismo modelo– al referirse al problema del orden serial en la conducta. Posteriormente, en 1956 se llevó a cabo el Simposio sobre Teoría de la Información en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Estuvieron allí presentes algunos de aquellos que tendrían un papel fundamental en la transformación que se estaba gestando: Jerome Bruner, George Miller, A. Newell y H. Simon, y Noam Chomsky. Según Miller, es alrededor de esta fecha que sería oficialmente admitida la ciencia cognoscitiva. Creo que Jerry (Jerome Bruner) y yo formamos una buena pareja... Compartíamos una visión de la psicología cognoscitiva, pero nuestros compañeros de juego eran muy distintos. Yo le di acceso a ideas surgidas de la teoría de la comunicación, la computación y la lingüística, mientras él me familiarizó con ideas tomadas de la psicología social, la psicología del desarrollo y la antropología... En 1960 empleamos “cognoscitivo” en nuestro nombre, en tono desafiante. La mayor parte de los psicólogos respetables de la época aún consideraban que la cognición era demasiado mentalista para científicos objetivos. Pero lo clavamos en la puerta y lo defendimos, hasta que, a la postre, nos impusimos. Y ahora hay por doquier Centros Cognoscitivos (J. Bruner, 1983). Para que este nuevo movimiento intelectual tuviera lugar fueron decisivos numerosos aportes de diferentes campos científicos. Podemos contar entre ellos la teoría de la información desarrollada por Shannon y Weaver, el nuevo modelo neuronal propuesto por McCulloch y Pitts (mostraron que la red neuronal podía representarse mediante un modelo lógico), los escritos sobre lingüística de Noam Chomsky (su trabajo cuestionó seriamente el reduccionismo implícito en la visión conductista sostenida por Skinner en el comportamiento verbal), los avances en lógica matemática basados en la propuesta inicial de A. Turing (véase página 27), y los desarrollos en cibernética de Norbert Wiener. Este último recogió los progresos en la comprensión del sistema nervioso humano, la computadora electrónica y el funcionamiento de otras máquinas y así estableció paralelismos entre el funcionamiento del organismo vivo y el de las nuevas máquinas de la comunicación. Dentro del ámbito de la psicología, en el año 1960 se crea en Harvard el Centro para Estudios Cognoscitivos bajo la dirección de los nombrados Jerome Bruner y George Miller. La idea fundante consistía en establecer un lugar donde pudiesen coparticipar científicos de distintas disciplinas interesados en la naturaleza del conocimiento. Bruner ya había publicado, en 1956, El estudio del pensamiento, obra que ha sido considerada como uno de los prolegómenos de lo que luego se llamaría “revolución cognoscitiva”. Por el nuevo Centro pasaron entre otros, Nelson Goodman, Noam Chomsky, Barbel Inhelder y Roman Jakobson. El espíritu de la época estaba marcando un nuevo rumbo en la investigación. Los científicos mencionados son sólo algunos notables representantes de este clima de transformación que tuvo lugar gracias a los avances conjuntos en diferentes disciplinas científicas. Es evidente que muchas de estas ideas y participantes estaban presentes en el contexto de reflexión batesoniano. Howard Gardner (1987) manifiesta que la Ciencia Cognoscitiva, con una fuerte apoyatura empírica, apuntó a responder antiguas cuestiones epistemológicas, especialmente aquéllas vinculadas con la naturaleza del conocimiento, sus elementos componentes, sus fuentes, evolución y difusión. Dentro de la Ciencia Cognoscitiva se incluyeron disciplinas como la antropología, la inteligencia artificial, la lingüística, la neurociencia, la filosofía y la psicología, que, compartiendo marcos epistemológicos, apuntaron a trabajar interdisciplinariamente. Como puede apreciarse de lo hasta aquí planteado, un giro significativo tuvo lugar dentro de la comunidad investigadora: se produjo un desplazamiento desde el paradigma conductista de estímulo-respuesta, asociacionista y lineal, hacia una posición “cognitiva” o de “procesamiento de información”, en la que se enfatiza el papel de los procesos que median la entrada y salida de información. La psicología retornaba al estudio de la mente. Volveremos sobre este punto a lo largo de nuestra exposición. La palabra “cognoscitivo” es ambigua, y aunque puede denotar “funciones concientes, intelectuales”, no es éste el sentido principal en que la usan los científicos cognocitivos modernos (B. Baars, 1986). Genéricamente, el término es utilizado con el fin de delimitar un campo en la psicología humana caracterizado por la aplicación de la metáfora del procesamiento de información al funcionamiento humano. Es precisamente en este punto donde nos detendremos: ¿a qué se refiere la “metáfora computacional”, a partir de qué elementos surgió esta analogía, y qué consecuencias tuvo y tiene en el campo de la aplicación clínica en la psicología? La “metáfora computacional” hace referencia a la comparación entre el funcionamiento del cerebro humano y el de la computadora. Esta idea fue producto de los avances en el área de la inteligencia artificial y una consecuencia de las ideas implicadas en lo que hoy ya se considera un hito en la historia humana, la así llamada “máquina de Turing”, cuya intención era dar respuesta a la pregunta: “¿Las máquinas pueden pensar?” Juego de imitación, o prueba o “máquina“ de Turing Se juega entre tres personas un varón (A), una mujer (B) y un interrogador (C). Este último permanece en una habitación aparte de los otros. El objeto del juego para el interrogador consiste en determinar cuál de los otros dos es el varón y cual es la mujer. Los conoce por las etiquetas X y Y y al final del juego dice “X es varón e Y es mujer” o bien “X es mujer e Y es varón” . Al interrogador (C) se le permite hacerles preguntas a ambos del tipo “Me podría decir, X, cuál es la longitud de su cabello?” Ahora supóngase que X de hecho es A, entonces A debe responder. El objetivo de A dentro del juego es intentar que C haga la identificación incorrecta. Su respuesta podría ser, por lo tanto: “Mi cabello está en capas y las partes más largas son de cerca de 23 cm de largo. Para que los tonos de voz no ayuden al interrogador, las preguntas deben ser por escrito, o mejor aún, a máquina. Lo ideal es una teleimpresora que comunique las dos habitaciones. Ahora se hace la pregunta “—¿Qué sucedería si una máquina tomara la parte de A en este juego?” El interrogador decidiría de manera incorrecta con la misma frecuencia cuando el juego se realiza de esa manera que cuando se juega con un varón y una mujer? Estas preguntas reemplazan la original “—¿Las máquinas pueden pensar?”. ...Considero que en un tiempo de aproximadamente 50 años será posible programar computadoras, con una capacidad de almacenamiento de cerca de 10 x 9, para hacerles jugar tan bien el juego de imitación que, en promedio, el interrogador no tendrá más que el 70% de probabilidad de hacer la identificación correcta después de cinco minutos de preguntas... Cuando esto suceda, no existirá contradicción con la idea de máquinas pensantes (Turing, 1950). El argumento dice que si pueden describirse con precisiónlos procesos de pensamiento o de conducta de un organismo, podría ser diseñada una computadora que funcionara en forma idéntica a él. Siguiendo el silogismo, tal vez podría probarse en la computadora la viabilidad de algunas ideas sobre el modo de operar de un ser humano. Como señala Gardner, si es posible sostener que una máquina construida por el hombre razona, tiene metas, revisa y corrige su conducta, transforma información, etc., los seres humanos merecen ser caracterizados de la misma manera. Como veremos con mayor detalle, esto tiene una importancia fundamental para apoyar y sostener el modelo cognoscitivo emergente. Este cuestiona los postulados defendidos por el paradigma conductista, e introduce conceptos antes descartados por “mentalistas”. La analogía entre el funcionamiento de la computadora y el del cerebro humano orientó esta nueva visión científica del hombre. Como podemos ver, los desarrollos asociados con la teoría de la computación llevaron a algunos psicólogos y neurofisiólogos a ver al sistema nervioso (SN) como una especie de procesador de información (B. Baars, 1986). En este sentido, los antes mencionados estudios de McCulloch y Pitts fueron muy esclarecedores sosteniendo dicha analogía al establecer que las operaciones de una célula nerviosa y sus conexiones con otras podían ser representadas mediante un modelo lógico: (...) los nervios eran equiparables a enunciados lógicos, y su propiedad de ser activados o no activados –“todo o nada”– era comparable a las operaciones de cálculo proposicional, donde un enunciado es o bien verdadero, o bien falso. Según este modelo, la neurona era activada, y a su vez activaba a otra neurona, del mismo modo que un elemento o proposición de una secuencia lógica puede implicar alguna otra proposición.(...) Era verosímil una analogía entre las neuronas y la lógica en términos de electricidad, vale decir, con referencia a señales que pueden pasar o no a través de un circuito (H. Gardner, 1987). Así, McCulloch y Pitts entendieron que había una “máquina” –el cerebro humano– cuyas operaciones podían ser concebidas por semejanza con los principios de la lógica: aquella era mutatis mutandi una poderosa computadora. Por supuesto, nadie sostuvo ni sostiene seriamente que los seres humanos se asemejen a las computadoras digitales. Sin embargo, el sistema nervioso tiene que solucionar muchos problemas similares a los que deben ser resueltos por las computadoras. La teoría computacional especifica principios matemáticos aplicables a una clase infinita de aparatos simbólicos. Los SN se encuentran especialmente adaptados para representar y transformar simbólicamente el mundo del organismo. Esto nos lleva a la idea de que los principios abstractos de la manipulación de símbolos también pueden aplicarse a él. Otro aspecto importante del funcionamiento del SN que debemos considerar aquí es que cuando procesa datos no es sensible a la energía física como tal, sino sólo a la información. Esto redunda en entender diferentes eventos físicos como iguales mientras sean simbólicamente (algorítmicamente) isomórficos. ¿Qué se quiere decir con que “el SN es sólo sensible a la información”? En primera instancia, se dice que un mensaje aporta información cuando permite al receptor de la señal hacer una elección entre un conjunto de alternativas. En el caso del funcionamiento neuronal, el hecho de que una neurona sea “sensible a la información” se observa en cómo ésta responde. Si una neurona es estimulada por determinado pulso eléctrico, se adaptará a dicha frecuencia de estimulación y pronto dejará de responder al estímulo ingresante si éste es repetitivo en términos informativos, es decir, si es redundante. La falta de respuesta de la neurona no se debe a fatiga –como se creyó en algún momento– sino más bien a que el estímulo no transmite nueva información. Esto se demuestra claramente: si esta neurona es estimulada con una frecuencia eléctrica diferente, responderá nuevamente. Vemos entonces que el SN, lejos de ser un conjunto pasivo de conexiones entre estímulos y respuestas (tal como fue concebido por el modelo asociacionista postulado por el conductismo), se nos aparece como un enorme mecanismo, altamente sofisticado, activo, inteligente y flexible. Las funciones cognocitivas son, en sentido amplio, sinónimo de procesamiento de información. Este procesamiento puede ser tanto conciente como no conciente. Esto último quiere decir que puede tener lugar a nivel tácito; de hecho, la gran mayoría del procesamiento de información en el SN no es conciente. ¿Cómo influyeron estas nuevas conceptualizaciones en el ámbito de la Psicología? En primer lugar, como expresamos sucintamente al definir lo que se entiende por “psicología cognoscitiva”, el énfasis se amplía desde la conducta observable (paradigma conductista) a la inferencia de los procesos que median entre la entrada y la salida de información. Estos procesos mediadores, para los conductistas, caían dentro del ámbito de la “caja negra”. No eran directamente observables, ni medibles. Difícilmente podían realizarse experimentos que dieran cuenta de éstos de manera repetible y verificable. Por este motivo, nadaban fuera de los límites de lo que se consideraba científicamente válido. Asimismo, una fuerte “ideología” ambientalista restaba importancia –cuando no descartaba totalmente– la posibilidad de considerar a la persona como teniendo un papel activo en su relación con el entorno. El sujeto era considerado como simple receptor de sensaciones, al compás de la herencia de la visión empirista. Como definiera J. Bruner (1983) en su autobiografía: (...) el mundo de la corriente central de la psicología... estaba dominado por el sensacionismo, el empirismo, el objetivismo y el fisicalismo. [...] la explicación en psicología debía ser, en última instancia, física y biológica... [...] lo opuesto era el mentalismo, que afirma la eficacia causal de la mente misma. En el mapa anglosajón estaba marcado con rojo: ‘Cuidado’... Decíamos entonces: el interés de los psicólogos cognitivos está puesto en los “procesos mediadores”. Nos referiremos a ello con más detalle. B. Baars (1986), desde una perspectiva similar, define como dominio de una psicología científica la observación de la conducta para realizar inferencias sobre factores subyacentes que permiten explicarla. Esto es algo con lo que todos estamos familiarizados desde la visión cotidiana del sentido común; para comprender o darle un sentido a la conducta de alguien buscamos una intención, un motivo, un propósito, un deseo, etc., que dé cuenta de su accionar, que lo explique: “hizo esto porque....”, “seguramente su intención fue/no fue....”, “tal vez quería demostrar...”. Es a esto a lo que se hace referencia cuando se habla de “procesos mediadores”. Desde la perspectiva cognitiva, pues, el objetivo de la psicología es generar teorías acerca de constructos inobservables, tales como “propósitos”, “ideas”, “imágenes”, “representación”, “significación”, etc., que puedan resumir, predecir y explicar los datos de la experiencia. Plantear esto de esta manera, y utilizando estos conceptos, hubiera sido imposible durante la hegemonía conductista. Para comprender de manera cabal lo que significa esto, veamos lo que dice al respecto alguien que trabajó en aquel contexto. Manifiesta George Miller (citado por J. Bruner en 1985): (...) Pero aún nuestra limitada victoria fue importante, pues sirvió para levantar la prohibición psicológica, de 30 años, a la terminología mentalista. Ha crecido ahora una nueva generación de psicólogos que sin temor a ser mal vistos manejan conceptos mentalistas como los de cognición, atención, las imágenes, memoria, intuición, expectación, planeación, intención, voluntad, etc., todo lo cual había sido prohibido por los conductistas como anticientífico... Que los psicólogos cognoscitivos se centren en los procesos mediadores
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