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COMUNICACION EDICION DIGITAL 2020

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Comunicación: 
un paradigma de 
la mente 
Martin Wainstein 
Edición Digital 2020 
 
 
 Martin Wainstein Profesor Consulto de la Universidad 
de Buenos Aires (UBA).Director de la Carrera de Especialización en Psicología Clínica 
Sistémica en la Facultad de Psicología de la UBA. 
Licenciado en Sociología y Psicología en la UBA, Se doctoró en Psicología en la 
Universidad de Belgrano (UB). 
Se formó como psicoterapeuta en el Mental Research Institute de Palo Alto California con 
John Weakland, Paul Watzlawick, Richard Fish y Stevee deShazer y en el Families Studies 
de Nueva York con Salvador Minuchin. 
Se ha desempeñado como Profesor en la Facultad de Psicología (UBA) de Teoría y Técnica 
de Clínica Sistėmica, cátedra que inició esa enseñanza en una universidad nacional, en 
1992 hasta 2015 y en la cátedra de Psicología Social, desde 1986, en la que continúa a 
cargo. 
Dirigió la Carrera de Psicología de la Universidad de Palermo, donde fue Profesor Titular 
de Clínica Sistémica y Psicoterapia Conductual, Psicología de la Personalidad y 
Psicoterapia Cognitiva-Conductual (2002). 
Dirige desde hace 20 años equipos de investigación (SECyT-UBA) y actividades y 
programas de extensión en el área de la psicología social y las prácticas sistémicas (UBA). 
Realizó programas de entrenamiento y formación de terapeutas en la República Argentina 
en Buenos Aires, Mar del Plata, Neuquén, Mendoza, San Luis, Trelew, Rosario; en los 
EEUU, en Palo Alto, Ca. y en Nueva York, NY. 
Dirige desde 1985 la Fundación Gregory Bateson de Buenos Aires, ha publicado 
numerosos escritos científicos, organizado congresos nacionales e internacionales y 
publicado como autor cuatro libros y varios capítulos de libros. 
Dirige actualmente la revista Sistemas Familiares editada por la Asociación Sistémica de 
Buenos Aires. 
Desde 2015 es Miembro Evaluador de la Comisión Técnica Asesora de Ciencias Jurídicas 
Económicas y de la Administración del Rectorado, de la Comisión Nacional de Evaluación 
y Acreditación Universitaria (CONEAU) y coordina la Comisión de Posdoctorado de la 
Facultad de Psicología de la UBA. 
ÍNDICE 
1. PRÓLOGO 
2. INTRODUCCIÓN 00 ..........................................................................................
El tema y el autor 00 .............................................................................................
El estilo batesoniano 00 ........................................................................................
Datos biográficos 00 .....................................................................................
3. LAS RELACIONES MENTE- CONDUCTA- CONTEXTO EN LA PSICOLOGÍA 00 
El Conductismo 00 .......................................................................................
El Psicoanálisis 00 .......................................................................................
La Teoría de la Forma 00 ..............................................................................
El interaccionismo 00 ...................................................................................
La revolución cognoscitiva y la nueva ciencia de la mente 00 ..........................
Crear un puente entre la ciencia, 
la filosofía y los datos de la conducta 00 ........................................................
4. LA CUESTIÓN DE LA MENTE Y EL NUEVO PARADIGMA DE LA CIENCIA .
Mentes y máquinas 00 ..................................................................................
La complejidad 00 ........................................................................................
Los modelos 00 ............................................................................................
Lo mental y las ciencias de la conducta 00 ...........................................................
Mente y conducta 00 .............................................................................................
Mente y ordenadores 00 ........................................................................................
5. LOS PILARES DEL “PUENTE” 00 ..................................................................
La noción de “paradigma” 00 ...............................................................................
De la estructura al sistema 00 ...............................................................................
El concepto de isomorfismo 00 ............................................................................
El concepto de analogía 00 ...................................................................................
La noción de pattern 00 .......................................................................................
La cuestión del cambio 000 ..................................................................................
El concepto de morfogénesis 000 .........................................................................
De la energía a la comunicación 000 ....................................................................
El lenguaje como mediador 000 ...........................................................................
La cuestión del significado 000 ............................................................................
6. LA “MÁQUINA” DE BATESON 000 .............................................................
El modelo de proceso mental 000 .........................................................................
7. CONSTRUCTIVISMO: UNA PERSPECTIVA SOCIAL DE LA PSICOLOGÍA 000 
8. BIBLIOGRAFÍA CITADA 000 .....................................................................
ACERCA DEL AUTOR 00 ..............................................................................
1. Prólogo 
A principios de los años cincuenta Gregory Bateson, un antropólogo y experto en 
comunicación inglés, afincado en los Estados Unidos, comenzó una investigación que 
estudiaba las paradojas en la comunicación. Realizaba su trabajo mediante la observación del 
comportamiento de pacientes esquizofrénicos internados en un hospital de veteranos de 
guerra. Utilizaba para ello una metodología más propia de un antropólogo que de un 
psiquiatra, se incorporaba a la vida de los pacientes como aquél se incorpora a la vida de una 
tribu, con una mirada diferente de las ideas psiquiátricas propias de la época orientadas hacia 
las causas que producían la enfermedad mental. Comenzó a interesarse por las formas de 
relacionarse de los pacientes con el entorno institucional psiquiátrico y familiar y por las 
variaciones que producía esto en su conducta. Se agregaba a esto que las descripciones de lo 
que observaba, las hacía desde ciertas concepciones recientes y originales en el campo de 
conocimiento de aquellos días. Estas ideas, que provenían de disciplinas jóvenes como la 
Cibernética, la Teoría General de los Sistemas y de la Física moderna, lo llevaron a pensar 
temas propios de las ciencias de la conducta de un modo realmente original. Dicho a modo de 
ejemplo, en lugar de preguntarse “por qué”, o sea en base a qué causas, en el pasado individual, 
una persona se comporta de una manera determinada, Bateson se preguntaba “¿qué efectos del 
efecto tienen influencia sobre sus propias causas?”, o “¿cómo está constituido el contexto actual 
de esta persona, para que su conducta tenga sentido, o sea coherente con la situación, etc.?”. 
Así, Bateson fue un pionero en introducir cierta concepción teórica nueva en las ciencias 
humanas, su idea sistémica y cibernética de la comunicación que reemplazaba cierta forma de 
pensamiento causalista y lineal por otro “circular”. Si leemos de manera ingenua estas 
preguntas, aparentemente son simples, pero fueron ellas las que produjeron un giro en lo que 
sería el futuro entendimiento de las prácticas clínicas. 
El libro que el lector tiene frente a sus ojos, desentrama este proceso. 
Su autor, recorre a lo largo de sus páginas, las ideas de un Bateson investigador, creador de 
nuevos conceptos, que traslada originalmente, conocimientos de distintasdisciplinas, como la 
física, la biología, la psicología, la antropología, etc., aplicándose a la construcción de una 
pragmática de la comunicación humana. 
Martín Wainstein dirige su estudio hacia el entendimiento del proceso creador de una 
teoría de la mente, que desestructura los parámetros clásicos de su concepción, como él 
claramente lo menciona en la Introducción “[...] su conceptualización de la mente revitalizó en 
el campo de la psicología clínica, la posibilidad de pensar y ampliar conocimientos, más allá de 
los límites bastante cerrados impuestos por los modelos psicodinámicos y conductistas”. 
El texto contextualiza la producción batesoniana, no sólo con aspectos biográficos, sino 
también realizando un recorrido breve -pero no por eso superficial- de las diferentes 
concepciones de mente propias de los modelos más relevantes de la psicología, como los 
propuestos por el Conductismo, el Psicoanálisis, la Teoría de la Forma y las vertientes 
Interaccionistas y de la Psicología Cognoscitiva, para arribar al momento histórico en que 
comienza a producirse la constitución de un nuevo paradigma de las ciencias humanas, 
sintetizando algunas reglas básicas del “conocer” batesoniano, que “[...] refieren a un conjunto 
de conceptos, algunos de raíz matemática, otros relativos a la física de los procesos irreversibles 
(segunda ley de termodinámica), otros relacionados con la biología, todos sustentan su punto 
de partida de ‘que el mundo y la vida tienen un orden y que ese orden supone una lógica que 
tiene que poder sernos –por lo menos parcialmente– accesible ya que nuestra propia 
naturaleza pertenece a ese mismo orden’”. 
Numerosos conceptos de la frondosa literatura batesoniana (Naven, Pasos hacia una 
Ecología de la Mente, Espíritu y Naturaleza, etc.), que, en el estilo propio del autor, abundan en 
complejidad, son recreados en este libro, en la búsqueda de cierta convergencia entre 
epistemología, teoría de la conducta y sus posibles aplicaciones en la clínica psicoterapéutica. 
El texto orienta la atención del lector hacia el lenguaje como un agente de cambio. El 
lenguaje abandona aquí, su clásica concepción representacional, adquiriendo el status activo de 
“constructor de mundos”, “inventor de realidades” a través de las narrativas. En este aspecto, el 
libro navega sobre las aguas originales en las que se basó la concepción batesoniana de la 
psicoterapia para delimitar y justificar modelos de trabajo. 
No son muchos los textos que han avalado epistemológicamente los recursos de las 
terapias comunicacionales, y esto es lo que produce un efecto tentador en esta obra, el “buscar 
encontrando”, el respaldo teórico que sostiene una intervención, partiendo desde la matriz de 
la concepción de mente para Bateson -“la máquina”- con toda la implicación teórica que esta 
palabra concita, “ [...] es fundamentalmente un modelo epistemológico, de cómo conocer, que 
pretende ser aplicable con valor descriptivo y explicativo, a cualquier área de la realidad del ser 
viviente. Por ese motivo, sus cualidades deben ser evaluadas en función, justamente, de su 
capacidad como modelo general para ser aplicado a situaciones particulares, y para poder 
‘pasar’ conocimiento de una situación a otra”. 
En síntesis, Comunicación: un Paradigma de la Mente, aúna y explica las diferentes 
conceptualizaciones científicas de uno de los pensadores más relevantes del siglo XX, aporta 
nuevas reflexiones y aclara otras, fundamentando muchos de los conceptos que presentan las 
intervenciones clínicas, no como meras recetas técnicas, sino como el resultado de una nueva 
forma de mirar el mundo. Para ser coherentes con el autor: introduce información que genera 
diferencia, y en esa diferencia consiste la novedad y el aprendizaje. 
Marcelo R. Ceberio 
Hospital de San Pau, Barcelona 
Paul Watzlawick 
M. R. I., Palo Alto, California 
2. Introducción 
El tema y el autor 
¿Qué pauta conecta al cangrejo con la langosta y a la orquídea 
con el narciso, y a los cuatro conmigo? 
¿Y a mí contigo? ¿Y a nosotros seis con la ameba, en una dirección, 
y con el esquizofrénico retardado, en la otra? 
 GREGORY BATESON 
 
El texto que el lector tiene en sus manos trata del concepto de mente, un tema teórico, 
abstracto y complejo que, por otro lado –y por si esto solo fuera poco–, ha sido ya motivo de 
siglos de ardua reflexión. 
El territorio abarcado por este tema continúa siendo ámbito de fuertes disputas: si bien 
durante siglos ha implicado demarcaciones dudosas entre la filosofía y la religión, en los 
últimos doscientos años ha sido a la vez objeto del reclamo de casi todas las ciencias, en 
especial la biología, la neurofisiología, la psicología, las ciencias sociales y humanísticas, y la 
lingüística.1 
Una temática de esta índole –antes bien “ecuménica” que “panorámica”– solamente puede 
ser motivo de un estudio si es sometida a grandes restricciones. Ellas son las siguientes: 
Éste es un trabajo in se historiográfico. Esto quiere decir que se realizó bajo la influencia de 
un autor: hemos tratado de investigar el concepto de mente en la obra de un autor específico: 
Gregory Bateson. 
¿Por qué Bateson? Tal vez bastaría decir: “Porque nos gusta”. Pero no, no es sólo esto: 
creemos poder ofrecer una razón un poco más justificada que la de nuestras emociones. 
Entendemos que fue uno de los principales pioneros en la tarea de liberar a los estudios de 
la conducta –en lo referido a la cuestión de la mente– de los “atolladeros teóricos” heredados 
del dualismo y el mecanicismo cartesianos. Participó de un vasto movimiento, la cibernética, 
que influyó sobre casi todas las formas de pensamiento en la segunda mitad de este siglo. Su 
participación conectó las nuevas ideas cibernéticas con la noción de conducta desde la biología 
de los organismos más simples hasta el conocimiento de los comportamientos más complejos 
de la vida social. 
Hoy muchas de sus ideas están relativamente diseminadas en el lenguaje común de los 
científicos y la cultura en general, pero antes de la cibernética, en esos ámbitos prevalecía 
terminantemente un modo de pensar –identificado como clásico– acerca de los fenómenos 
mentales y de la conducta que persiste aún en la psicología. Veamos brevemente este recorrido. 
Si bien desde la antigua Grecia hasta el siglo XVII diversos autores habían sostenido 
teorías y doctrinas acerca de la naturaleza de lo que se identificaba como alma, psique y mente, 
fue sin duda Descartes el pensador que estableció la distinción más aceptada entre el mundo de 
lo material y el mundo de lo mental –instalando, de allí en más– la problemática del dualismo 
en la cuestión de la mente. 
Menos resaltado por la posterioridad, pero no por eso menos importante fue el hecho de 
que al relacionar el pensar y el conocer como fundamento del existir, Descartes definió también 
la naturaleza de lo mental como algo individual, privado e intracraneano. 
Esta filosofía de la mente cartesiana prevalecía sobre finales del siglo XIX cuando la 
psicología se separa de la filosofía y se orienta por el camino de la ciencia. 
El laboratorio de Wilhelm Wundt –fundado en Leipzig en 1874– y el de William James, en 
Harvard en 1876 señalan claramente el nacimiento de la psicología científica y la 
correspondiente transformación de la filosofía de la mente en filosofía de la psicología. 
Para la psicología científica la búsqueda se orientó en primer lugar hacia encontrar las 
particularidades que asemejaran o distinguieran sus explicaciones de las de otras ciencias, en 
especial de la física. 
En segundo lugar, a relacionar las ideas de la psicología popular con los resultados de los 
descubrimientos de la psicología científica, especialmente en sus vertientes clínica y 
experimental. 
En tercer lugar, la moderna psicología continuó el debate cuerpo-mente, pero 
reemplazando los fundamentosreligiosos del pensamiento clásico por los fundamentos de 
teorías y descubrimientos realizados en el marco del método científico. 
De todos modos lo que llamaríamos la cuestión de la mente, de la conducta o simplemente 
de lo que “hace que la gente se mueva” ha tenido un desarrollo no demasiado coincidente entre 
los psicólogos y otros científicos de la conducta. 
Diferentes pensadores hicieron diferentes suposiciones acerca de cuáles son los aspectos 
que merecen estudiarse de las personas. En general, esto supuso la exclusión de otros y definió 
un modelo o imagen subyacente de cómo son los seres humanos. 
Estos modelos determinaron ideas sobre la normalidad psicológica, la naturaleza del 
desarrollo evolutivo, la relación cuerpo-mente, la relación persona-entorno, etc. 
Hasta los años ’50 esas ideas pusieron el acento en dos grandes líneas. Una de ellas atendió 
algunos procesos parciales, como la búsqueda de localizaciones funcionales en las vertientes 
biologistas, o bien los estudios del aprendizaje, la organización cognoscitiva o las relaciones 
entre la psicología animal y humana. 
Otra se dedicó a las personas, al estudio de las diferencias individuales, mediante 
instrumentos de medición. La psicología del desarrollo, a través de experimentos y estudios de 
casos y la psicología clínica, dedicada a los casos “anormales”. 
 Así, el enfoque psicoanalítico buscó las causas del comportamiento en fuerzas emocionales 
profundas cristalizadas durante el desarrollo evolutivo en estructuras (ello, yo, súper yo) entre 
las cuales se generan conflictos. 
La visión conductista halló las causas del comportamiento en fuerzas ambientales 
(reforzamiento) y en un conjunto de respuestas aprendidas ante los estímulos externos. 
La perspectiva de la gestaltheorie hizo hincapié en la organización cognoscitiva actual, 
fundamentalmente en la reorganización perceptual, base del comportamiento y la resolución 
de problemas. 
El pensamiento de los neurobiólogos y genetistas describía la conducta como resultado de 
factores y procesos genéticos, fisiológicos y neurobiológicos. 
El punto de vista humanista-existencial aportó las ideas de individuo libre, racional y 
autodeterminante, diferente de los animales por su capacidad de autoactualización en la cual 
conjuga tanto su experiencia presente como la pasada. 
La psicología social, incorporada en los márgenes de cada una de estas corrientes del 
pensamiento psicológico “propiamente dicho”, arrastrando un pecado de nacimiento –su 
condición “multiparadigmática”– con fuerte y recíproca influencia con el pensamiento 
sociológico, acompañaba este camino. 
Si bien la mayor parte de los psicólogos aceptaron que “toda psicología es psicología social” 
porque todo lo que se incluye como la mente y la conducta sucede dentro de un contexto social. 
Y aun cuando fue moneda corriente entender que cuando alguien está solo sigue recibiendo la 
influencia de otros -aunque sea como expectativa potencial de éstos hacia lo que está 
haciendo-; debe aceptarse que el pensamiento, digamos “oficial”, iniciado por George Herbert 
Mead a principios de siglo, entró siempre en contradicción con el paradigma predominante que 
veía la mente como algo aislado, privado y estructuralmente determinado por alguna causa en 
particular. 
Mead era alguien raro para el mundo “psi”, razonaba desde una matriz darwiniana a 
propósito de la significación de los gestos sociales para los animales. Estaba influido por James 
en la distinción entre Yo que conoce y Mi que se conoce y por Cooley y su “teoría del espejo”, 
según la cual el self se refleja en las reacciones de los otros. Entendía que el conocimiento del sí 
mismo y de los otros se desarrolla simultáneamente, ya que ambos dependen de la interacción 
social. Que la mente, el self y la sociedad constituyen una unidad, un proceso cuyo estudio 
fragmentado atenta contra la posibilidad de entendimiento de las partes y del todo. 
También el brillante psicólogo ruso Lev Vigotsky señalaba en los mismos años que “el 
mecanismo del comportamiento social y el mecanismo de la conciencia son el mismo”, la 
propia conciencia depende de la conciencia que los demás tengan de nosotros tanto como la de 
los otros depende de la nuestra. Mead y Vigotsky tenían una concepción mediadora del papel 
que los instrumentos psicológicos y los medios de comunicación interpersonal desempeñan en 
el proceso de construcción de la conciencia. Bateson reconocerá la influencia de las ideas de 
George H. Mead (véase más adelante) y sin duda tuvo noción de las ideas de Vigotsky a través 
de quien fuera su esposa, la antropóloga norteamericana Margaret Mead. Esta conocía por lo 
menos el trabajo de Vigotsky Thought and speech (Pensamiento y Lenguaje), publicado en 
Psychiatry, 2, en 1939 que citaba en la bibliografía de su capítulo sobre los niños primitivos en 
el Manual de Psicología Infantil editado por Leonard Carmichael a principios de los ‘50. 
Todas estas ideas clásicas acerca de la naturaleza y la conducta humanas desarrolladas a 
fines del siglo XIX y principios del XX pasaron a ser parte del lenguaje familiar de millones de 
personas en el mundo. “Los hombres prácticos” decía el economista John Maynard Keynes, 
muchas veces creen estar lejos y libres de las influencias intelectuales pero suelen ser “esclavos 
de algún economista difunto”. Podríamos decir que la psicología de la vida cotidiana de los 
hombres comunes también es a veces esclava de algún “psicólogo difunto”. 
Así, resultan obvias para el conocedor las referencias que en las conversaciones sociales 
cotidianas o en los discursos de economistas y políticos se hacen a la represión, la descarga de 
agresión, la relación entre refuerzo y repetición por personas que no conocen o sólo les es 
familiar el nombre de Freud, Watson, Lewin, Skinner, etc. 
Sin embargo tanto en la psicología académica como en la psicología clínica de la segunda 
posguerra pocos autores incorporaban las ideas interaccionistas dentro de los prevalentes 
paradigmas conductista y psicoanalítico. 
El sujeto “estructural” de la psicología influido por el paradigma cartesiano clásico que 
intersectaba la relación ciencia-filosofía dejaba poco espacio para un “sujeto interactivo”, 
mediatizado por la cultura y fuertemente socializado como el propuesto por pensadores como 
George Mead o Lev Vigotsky. 
Las preguntas básicas eran (y para qué negarlo, aún lo son): ¿son la mente y el cerebro dos 
entidades independientes? Si lo son ¿cómo interactúan? ¿Es la mente una cosa, una colección 
de estados, un conjunto de procesos? ¿Existe la mente? 
Parafraseando a nuestro Mario Bunge, lo esencial era la “identificación del sujeto de los 
predicados mentales”... que es lo que ‘mienta’ ...cuál es la cosa que percibe, siente, recuerda, 
imagina, desea, piensa” (M. Bunge, 1980, p. 23). 
Así llegamos a la idea central de este libro. Es relativamente sencilla: entendemos, por una 
parte, que Gregory Bateson creó un puente bastante sólido que permitió integrar 
conceptualmente un grupo de teorías –algunas más antiguas, otras que estaban enunciándose 
entre 1945 y 1950–, a la reflexión sobre las relaciones entre organismos, conocimiento y 
mundo. 
Desfilan así, explícitamente, por su obra la Teoría de la Evolución, la Teoría de los Tipos 
Lógicos, la Teoría de la Información, la Teoría Cibernética, la Teoría General de los Sistemas, la 
nueva Lingüística, los desarrollos en procesamiento de información, las teorías sobre el ADN y 
un código genético, la codificación de mensajes en un sistema nervioso central reticulado y 
muchas otras, como la teoría “de los dos cerebros”, aunque en forma más fragmentaria y 
difusa. 
Por otra parte sus trabajos de investigación –sobre todo los que llevaron a su teoría del 
“doble vínculo”– fueron un ejemplo de aplicación de esas teorías y modos de pensar los 
problemas humanos y también reformularon muchos aspectos de las teorías clásicas acerca del 
aprendizaje, la percepción interpersonal, la comunicaciónhumana y los trastornos mentales. 
Bateson desarrolló toda una filosofía de la mente, o por lo menos toda una manera de 
pensar lo mental -lo que él gustaba llamar, una epistemología- orientada a describir cómo los 
organismos perciben, piensan, y actúan. Con esa tarea contribuyó a conectar las nociones de 
comunicación y conducta de modo tal que permitió en el campo de la psicología y en un área 
especial, las prácticas clínicas, la posibilidad de pensar y ampliar el conocimiento plus ultra de 
los límites ciertamente cerrados que se imponían desde los prevalecientes modelos 
psicodinámico y conductista. 
De hecho, ampliando hacia el entorno la noción clínica de mente contribuyó a establecer 
en el campo psiquiátrico la idea de que los trastornos “mentales” son trastornos de la 
comunicación. 
Si bien su herencia ha tenido y sigue teniendo efecto ecosistémico sobre varias áreas del 
conocimiento, el efecto más evidente ha sido sobre el modo de pensar sus prácticas entre los 
terapeutas familiares, psicólogos clínicos, psiquiatras, psicopedagogos y trabajadores sociales. 
De hecho, la terapia familiar, la terapia breve orientada a la resolución de problemas y los 
procedimientos surgidos en el mítico Mental Research Institute de Palo Alto, de aplicación a 
individuos, parejas, familias y organizaciones –y todas sus derivaciones, consecuencias y 
aplicaciones por parte de otras “escuelas”– la terapia estratégica, de redes, etc., y en última 
instancia lo que se dio en llamar el enfoque sistémico, “clínica sistémica”, o clínica de 
“sistemas”, serían impensables sin las ideas batesonianas. 
Aun la misma evolución de la psicología “cognoscitiva” -en algunos de sus aspectos- sería 
improbable sin el “pivote” que significó la reflexión batesoniana. 
Sirva de ejemplo la reciente evolución de los modelos cognoscitivos desde un modelo 
mental “de computadora”. Es decir, modelos que suponen la aplicación en serie de reglas 
formales, previamente almacenadas, sobre símbolos claramente definidos y discriminables; 
hacia modelos más actuales, que razonan en términos de aplicación en paralelo, cuyas reglas no 
están predeterminadas ni son predeterminables, cuyas unidades de aplicación están 
conexionadas y responden con representaciones emergentes de la red de conexiones. 
Un ejemplo de esto son los criterios de “mente” o de procesamiento de información 
enumerados por un modelo de pensamiento de última generación como el de Rumelhart, 
Hinton y McClelland (1986) llamado de procesamiento paralelo distribuido (Parallel 
Distribued Processing). 
Sugieren los investigadores del PDP Group, ocho aspectos básicos que debe incluir un 
modelo “en paralelo” que ofrezca posibilidades de aplicación a fenómenos psicológicos: 
1) Un conjunto de unidades de procesamiento ordenado como red (sistema interconectado). 
2) Un estado de activación del sistema (¿energía?). 
3) Una función de output para cada unidad del sistema. 
4) La conectividad entre las unidades debe seguir un patrón (pauta de conexión sistemática). 
5) Una regla ordena la difusión de actividades en la red. 
6) Una regla ordena la relación entrada-estado actual-nuevo nivel de activación para cada 
unidad (regla de transformación), no se transmiten mensajes sino que la representación 
surge de procesos emergentes producidos por múltiples activaciones de unidades incapaces 
cada una de ellas de provocar mensajes... 
7) Una regla de almacenamiento de experiencias que ordene la modificación de los patrones de 
conectividad (aprendizaje II: aprender a aprender). 
8) El sistema opera en un ambiente (noción de contexto). 
Puede el lector retener este listado, o bien volver a él despues del análisis del modelo de 
mente de Bateson presentado en el capítulo IV. 
Es inevitable por otra parte reconocer que todos estos temas están hoy, por así decirlo, un 
poco “en el candelero”. Efectivamente, la inclusión de las perspectivas cognoscitivas en la 
psicología clínica nacional es ya una realidad, sea como corrientes “sistémicas” o “cognitivas”. Y 
Bateson fue y es una fuente teórica para ambas. 
¿Qué nos proponemos hacer entonces con Bateson y su concepto de mente? Trataremos de 
sistematizar su lenguaje, definiéndolo o confrontándolo con otros, de discriminar las fuentes o 
la novedad de sus ideas, en lo que constituye obviamente una lectura particular, que incluye 
una reflexión acerca de las influencias que tuvo su pensamiento en las aplicaciones a la 
resolución de problemas en personas, familias y organizaciones. 
La propuesta no es per se absolutamente original, aunque tampoco la oferta es muy 
grande... El análisis de su obra escrita hasta la década del sesenta, se difundió parcialmente a 
través de la Pragmatics of Human Comunication, de Watzlawick, Beavin y Jackson (1967). El 
aporte posterior más sólido se debe sin duda a Bradford Keeney con su Aesthetics of Change 
(1983). Trabajos igualmente significativos, si bien de corte no tan teórico, han sido About 
Bateson: Esays on Gregory Bateson, de su hija Mary Catherine (1977); Gregory Bateson: The 
legacy of a scientist, de David Lipset (1980); Thinking, the expanding frontier: procedins of 
the international and interdisciplinary conference on thinking held at the University of the 
South Pacific, editado por William Maxwell y con un excelente prólogo de Jerome Bruner 
(1983); With a daughter’s eyes: a memoir of Margaret Mead and Gregory Bateson, de su hija 
Mary Catherine (1984). A esta lista se deberían agregar el más reciente Sacred Unity. Further 
steps to an ecology of mind, editado por Rodney E. Donaldson (1991, A. Cornelia and Michael 
Bessie Book) y los ensayos y artículos sobre aspectos específicos de su obra, publicados por 
varias revistas científicas, especialmente Family Process. 
Pero llegados a este punto debemos aclarar también qué no es este trabajo. No es una 
introducción a su obra. Si bien Bateson es en general reconocido como epistemólogo, y esto es 
válido en los términos en que él definía la epistemología (cómo los organismos perciben, 
piensan y deciden). Sin embargo, éste no es un trabajo filosófico o especulativo, sino que más 
bien buscamos delimitar aquellos conceptos que entendemos válidos para las ciencias de la 
conducta, con el fin restringido de su aplicación en las practicas clínicas, prácticas que se 
desarrollan fundamentalmente como intercambios comunicacionales mediante lenguaje oral y 
gestual. Intercambios que buscan cambiar los modos que las personas tienen de significar 
situaciones, personas o cosas, es decir de comprender sus experiencias. 
Los humanos organizamos nuestras experiencias del mundo en base a nuestras propias 
creencias, nuestras “verdades” y tendemos a entender éstas como correspondencia entre 
nuestro parecer interno “subjetivo” y un fenómeno externo ”objetivo”. 
El mito del parecer interno intenta resolver cuestiones como el sentido de la propia vida. El 
mito objetivista pone la atención sobre la necesidad humana de entender lo otro no humano 
para ser capaces de funcionar con éxito. Ambas visiones suponen un sujeto separado de su 
ambiente. El objetivismo concibe lo adecuado como dominio sobre ese ambiente. El 
subjetivismo pone el acento en la individualidad, la intuición y los valores. 
Comúnmente pensamos el ‘mundo físico’ externo como algo separado de un ‘mundo mental’ 
interno. Es nuestra creencia que esta división se basa sobre el contraste en la codificación y la 
transmisión que se dan dentro y fuera del cuerpo. 
El mundo mental –la mente–, el mundo del procesamiento de la información, no está limitado 
por la piel (...) Decimos que el mapa es diferente que el territorio. Pero ¿qué es el territorio? 
Operacionalmente alguien salió con su retina o con un instrumento de medición e hizo 
representaciones que luego se dibujaron en un papel. Lo que hay en el papel del mapa es una 
representación de lo que hubo en la representación retiniana del hombre que hizo el mapa; y a 
medida que retrocedemos preguntando, nos topamoscon una regresión al infinito, con una 
serie de mapas. El territorio no aparece nunca en absoluto.(...) El proceso de representación 
siempre lo filtrará, excluyéndolo, de manera que el mundo mental es sólo mapas de mapas de 
mapas, al infinito. (...) en cada paso, a medida que una diferencia se transforma y se propaga 
por su vía, la materialización de la diferencia antes de ese paso es un ‘territorio’, del que la 
materialización después del paso es un ‘mapa’. 
En el mito batesoniano la comprensión emerge de la interacción, el sujeto negocia 
continuamente con la naturaleza y con los otros y crea una experiencia recurrente. Esa 
experiencia recurrente genera categorías y formas de entendimiento que se aplican de una 
experiencia en otra. Así, todo entender es extender la metáfora de una experiencia a otra, de un 
dominio a otro. Toda realidad es “ficcional” y todo entender se vuelve “tautológico”. 
Pero, ¿qué es entonces una mente? La delimitación de una mente individual depende 
siempre de cuál es el fenómeno que se quiere comprender. Muchas vías de mensaje están por 
fuera de la piel, y éstas, junto con la información que transportan deben ser incluidas como 
parte del sistema mental: 
“Veamos lo que sucede con un árbol y un hombre con un hacha. Observamos que el hacha 
vuela por el aire y hace cierto tipo de incisiones en un tajo que preexiste en el costado del árbol. 
Si queremos explicar este conjunto de fenómenos, tenemos que ocuparnos de las diferencias en 
la superficie cortada del árbol, las diferencias en la retina del hombre, las diferencias en su 
sistema nervioso central, las diferencias en sus sistemas neurales eferentes, las diferencias en el 
comportamiento de sus músculos, las diferencias en el modo en que se desplaza el hacha por el 
aire, hasta llegar a las diferencias que el hacha produce, finalmente en la superficie del árbol”. 
La comprensión de la conducta humana requiere siempre circuitos totales. Esto es la 
cibernética: el recorrido circular completo que describe y explica. Un sistema mental es ese 
circuito completo que no nos deja cosas sin explicar, a nosotros, que estamos incluidos en la 
explicación. Obviamente el sistema, sus límites, dependen de la naturaleza de la explicación. 
La información que como una diferencia elemental recorre ese circuito es lo que Bateson 
llama idea. 
Como puede apreciar el lector, admitiendo estos puntos de partida es difícil pensar que 
uno no termine encontrando lo que buscaba, o que “busquemos” lo que vamos a encontrar. 
Buscaremos aquí encontrar en el modelo de mente batesoniano cierto isomorfismo con las 
características operacionales de los sistemas nerviosos propios de los mamíferos, las de los 
sistemas lingüísticos complejos (como los humanos) y una teoría acerca del significado según la 
cual éste depende de su comprensión dentro del marco de una comunidad lingüística. Esto es, 
un modelo de mente que admite los intereses de la neuropsicología (y amigable con cualquier 
sistema biológico portador de un sistema nervioso de cierta complejidad) y la lingüística 
(aplicable a sistemas sociales complejos). 
De esta última nos interesan las posibilidades de sistematizar una comprensión del acto 
clínico que favorezca su práctica: ¿qué resultados se obtienen mediante la comunicación y la 
negociación de significados? ¿Cómo podemos ser más capaces de producir visiones y provocar 
experiencias diferentes del mundo que disminuyan el sufrimiento evitable de las personas? 
Quedará sin desarrollar una posibilidad quizás más importante que la relación mente-
realidad clínica. La que relaciona el pensamiento de Bateson con un siglo en el que la 
aceleración tecnológica y científica se produjo y se sigue produciendo a una velocidad y un 
ritmo espasmódico. 
Esa aceleración relaciona las cosas, crea nuevas interacciones a un ritmo demencial en el 
que jamás la naturaleza imaginó que una vaca podría comer una oveja muerta. Pero el 
ingeniero de alimentación conectó de algún modo la sarna de la oveja viva con los huesos de la 
oveja muerta, con el músculo de la vaca viva y a éste con el cerebro del hombre, cerrando un 
“circuito loco” del que sólo se detecta una “vaca loca”. 
Cada uno conoce sólo una fase del “circuito mental”, cada uno está privado tanto de la 
satisfacción como de la responsabilidad del producto terminado. Como en las familias, todos se 
miran azorados ante el vómito de la bulímica, la crisis de pánico del padre-superhombre. Nadie 
ve en la “vaca loca” el síntoma, la síntesis de una sociedad sin conciencia de sí. 
El siglo XX es el siglo de la comunicación instantánea, Cortés pudo destruir una 
civilización antes de que la noticia llegara a Europa. Hoy el mundo es un espectáculo 
continuado donde todo está en contacto con todo casi simultáneamente, pero la inconciencia 
del siglo de Cortés se ve reemplazada por la inconciencia del hábito y la pasividad, o bien por el 
estallido masivo y el colapso social. La comunicación hace que el castigo de un ciudadano negro 
en Los Ángeles haga estallar disturbios e incendios en cincuenta ciudades de los Estados 
Unidos. Sabemos cómo fabricar la felicidad, el mejor desodorante, pero no cómo controlar la 
acción a distancia mediante la cual nuestras axilas perfumadas destruyen la capa de ozono. 
Volviendo al autor, es necesario señalar las raíces tempranas de su inquietud sobre las 
relaciones entre interacción y construcción del self o la persona. En 1935, en un trabajo de 
antropología teórica en el cual buscaba establecer categorías para el estudio de lo que definía 
como contacto cultural, e indicaba que los conceptos a crearse no deberían sólo servir para 
“establecer clasificaciones abstractas” de relaciones entre comunidades diferentes, sino para 
“describir relaciones reales” dentro de una comunidad. Luego agregaba –de un modo 
aparentemente periférico a su tema– que propondría “ampliar tanto la idea de contacto, que la 
haría incluir aún en esos procesos en los cuales un niño es modelado y adiestrado para que se 
adecue a la cultura en la que nació...”. En el mismo texto, una nota al pie de página sugería una 
idea premonitoria: 
“El presente esquema está orientado hacia el estudio de los procesos sociales más que hacia el 
de los psicológicos, pero podría construirse un esquema estrictamente análogo para el estudio 
de la psicopatología. Dentro de él, se estudiaría la idea de ‘contacto’, especialmente en los 
contextos de moldeamiento del individuo. Estos intercambios mostrarían desempeñar un papel 
importante no sólo en el desajuste sino en la normalidad de la asimilación de las personas a los 
grupos sociales” (G. Bateson, 1972). 
Idea premonitoria que recién tomaría cuerpo y se desarrollaría dieciséis años después, con 
los trabajos de investigación en conjunto con Jürgen Ruesch y la publicación de un texto que 
adquirió valor fundacional, Communication: The Social Matrix of Psychiatry (G. Bateson; J. 
Ruesch, 1951). 
Desde este libro se comienza a hablar de la conducta como comunicación (en un sentido 
informacional), de las interacciones como un sistema y de “terapia de la comunicación”. Esas 
ideas se ampliaron después y hasta nuestros días hacia las nociones de “terapia sistémica”, 
“cibernética”, “contextual”, “ecológica”, de las “narrativas”, etc. 
De allí en más, ocurrió lo que suele ocurrir casi siempre en el desarrollo del conocimiento: 
ciertas expresiones centrales o conceptos fundantes del modelo que se desarrollaba como 
paradigma en expansión terminaron por así decirlo, colapsándose, perdiendo su sentido y su 
contenido originales, a medida que el ámbito descriptivo originario se amplió hasta horizontes 
impredecibles para los pioneros. 
Baste recordar que en los últimos cuarenta años los conceptos sistémicos, cibernéticos, 
comunicacionales y ecológicos, se han imbricado con el saber de la psicología, y de la mano del 
movimiento de terapia familiar –desarrollado primero en los Estados Unidos y luego en el 
resto del mundo– han ocupadoun lugar relevante en el campo de la psicología clínica. 
En la República Argentina no se encuentran orígenes muy claros de esta experiencia, si se 
sondea más allá de la década de los ochenta. Si bien es claro que su introducción se debe al 
trabajo de continua conexión entre el contexto estadounidense y argentino llevado a cabo por el 
terapeuta argentino Carlos Sluzki, miembro del legendario semillero del Hospital Aráoz Alfaro 
de la ciudad de Lanús, un suburbio de la ciudad de Buenos Aires. 
Sluzki inició en los años ’60 sus viajes al Mental Research Institute de Palo Alto, verdadera 
Meca del movimiento sistémico argentino -como bien lo señala Des Champs (1991). En 1970, 
poco antes de instalarse por lo que sería un largo período de su vida allí, Sluzki colabora en la 
organización de un congreso internacional en Buenos Aires al cual asistieron importantes 
figuras internacionales como Jay Haley quien menciona por primera vez y oficialmente en 
Buenos Aires la noción de terapia familiar desde una perspectiva sistémica. La fundación, en 
1984, de la Asociación Sistémica de Buenos Aires significó el eslabón institucional que facilitó 
el desarrollo posterior, concretado con la creación de publicaciones específicas y la inserción de 
la especialidad en las cátedras universitarias. 
Ya en los ’90 el fenómeno “sistémico” se afinca e influye fuertemente la psicología clínica 
nacional, esto motiva a preguntarse por un marco teórico, o un fundamento metodológico de lo 
que pueda ser llamado “psicología clínica sistémica”; o bien, mutatis mutandi: ¿Qué es hacer 
una clínica sustentada en supuestos sistémicos, y cuáles son esos supuestos en la investigación 
y en la docencia? Son preguntas que parecen por lo menos razonables. 
En esta dirección guía nuestro trabajo la idea de que cierta forma de entender la ciencia, la 
naturaleza y la conducta originada en los desarrollos batesonianos contiene algunos elementos 
que permitirían hallar algunas respuestas a estas preguntas. 
En tanto Bateson superpuso a un concepto clásico para la psicología -el concepto de 
mente- las perspectivas y modelos aportados por otros campos de conocimiento, como los de 
las teorías de la comunicación, del control, de sistemas, del aprendizaje, lingüísticas, 
ecológicas, neurofisiológicas, neuropsicológicas, etc., el estudio de esa superposición permitiría 
delimitar cierta posible especificidad de una perspectiva sistémica de la psicología -respetando 
el término sistémico, cuyo uso está ampliamente extendido en nuestro medio- para definir 
abreviadamente la aplicación al campo de la conducta de la confluencia de diversas teorías que 
registra la obra de Bateson. 
 Demarcar esta especificidad nos llevó, por una parte, al análisis del concepto de mente en 
la obra de Bateson, pero también por otra nos comprometió a un cierto análisis de la historia 
del concepto en la Psicología, historia –demás esta casi decirlo– de una conflictiva coexistencia 
y una sistemática sustitución de cosmovisiones y modelos. 
 El estudio y las notas recogidas en ese análisis quizá sean obviables en la lectura de este 
trabajo, aunque ciertamente no lo han sido para su realización. Por ese motivo esa 
“navegación” entre los innumerables textos aparece en el libro reflejada en “ventanas” que 
conectan el “hipertexto” que subyace a la producción del “texto” propiamente dicho. 
El estilo batesoniano 
Jean Guitton, en su ensayo Aprender a vivir y a pensar (1960), opone el “pensador 
sistemático” al “pensador problemático” de una manera similar a como se enfrentan un 
arquitecto y un zapador. El arquitecto prepara y realiza su obra en base a un plan completo, 
estructural, preocupado por la armonía; el zapador, en cambio, es un investigador de 
problemas, va de aquí para allá cavando, sorteando, regresando, buscando soluciones para su 
búsqueda. El zapador sabe que los conceptos predefinidos pueden no adaptarse y constituirse 
en trampas. Busca más la solución que la coherencia. 
Es decir, hay pensadores que construyen sistemas, cierran épocas de pensamiento. Otros, 
como dijo Stephen Toulmin (1980) –en referencia justamente a Bateson– son como los 
exploradores solitarios del Far West norteamericano: precursores, a veces dominados por una 
excentricidad y una necesidad de nuevos rumbos casi exasperante. 
Esto tiene su expresión más acabada en la forma de su obra, en su mayor parte constituida 
por ensayos, los cuales conforman el estilo literario de una búsqueda de lo específico: aún sus 
libros registran cada capítulo con un status de autonomía cercano al de un ensayo. 
A la par que desarrolla su labor, pareciera que el explorador fuera descubriendo un 
verdadero mundo en cada pequeña tarea; y algo de eso hay, aunque a posteriori, luego de 
captar el todo dentro de una perspectiva histórico-panorámica, no es difícil ver que se están 
ofreciendo nuevos puntos de vista a cuestiones antiguas, tratadas con sistemática continuidad. 
Si la creación de sistemas teóricos tiende más a la coherencia que a la verdad, y la 
preocupación metodológica más a la verdad que a la coherencia, se podría decir de Bateson que 
buscaba antes bien una metodología para describir y comprender la realidad que la 
construcción de un sistema teórico para explicarla y darle un sentido. Aquí se adoptará esta 
perspectiva. 
Por último, Bateson se nos aparece como un autor poco académico. Perfil que se infiere de 
sus “saltos” desde un tema a otro, lo cual suele reflejar, en muchos casos y simultáneamente, 
saltos de un nivel de abstracción a otro. Esto a veces hace tan difícil su lectura como la 
sistematización de su pensamiento y, mucho más que en otros autores, la revisión de sus 
conceptos puede -en vista de la multiplicidad ofrecida- resultar discutible. 
Datos biográficos 
Gregory Bateson nació en 1904. Hijo de William Bateson, un reconocido biólogo británico, 
pionero en el aquél entonces novedoso campo de la genética. Se graduó en antropología y dejó 
su país natal para realizar trabajos de campo en Nueva Guinea. Corría la década de los treinta, 
y tampoco en ese entonces era fácil ni usual internarse entre los cazadores de cabezas del delta 
del río Sepic... 
En esos raros caminos se encontró con la que a la postre sería su esposa, la célebre 
antropóloga norteamericana Margaret Mead. Se radicó en los Estados Unidos, donde se 
desempeñó en 1947 como profesor visitante de Antropología en Harvard. 
En los años siguientes fue investigador asociado al Langley Porter Neuropsychiatric 
Institute de San Francisco y trabajó como “etnólogo” en el Palo Alto Veterans Administration 
Hospital. De aquel tiempo en más, el nombre de Palo Alto permanecerá asociado al “proyecto 
de Palo Alto” o “grupo de Palo Alto”, y por ende a la historia de la psiquiatría moderna. 
Posteriormente realizó trabajos experimentales en teoría de la comunicación con delfines, 
en el Oceanographic Institute, y fue profesor en la Hawaii University. Posteriormente continuó 
como docente en la University of California at Santa Cruz. 
Su influencia en el pensamiento norteamericano fue en su momento muy grande; toda una 
generación de pensadores y científicos sociales sintió su impacto, especialmente en el campo de 
la terapia familiar. Sin embargo, nunca obtuvo un claro reconocimiento en los círculos 
académicos de ese país. 
Los últimos diez años de su vida los dedicó a la investigación teórica. En 1976, en claro 
reconocimiento a sus virtudes intelectuales, el gobernador Jerry Brown lo nombró miembro del 
Consejo de Regentes de la Universidad de California. 
Murió en Esalen, San Francisco ( California) en julio de 1980. 
El eminente físico Fritjof Capra lo retrató como 
“una figura imponente: un gigante, intelectual y físicamente. Alto y corpulento, se imponía en 
todos los niveles” (F. Capra, 1988). 
NOTA 
1. El término “científico” fue empleado por vez primera hacia el año 1840 por el clérigo y 
filósofo William Whewell. Anteriormente, aquéllos que intentaban explicar algoacerca del 
mundo que los rodeaba eran simplemente llamados “filósofos”. 
3. Las relaciones mente-conducta-contexto en la 
Psicología 
En occidente reconocemos los comienzos de la cultura con el inicio de la tradición escrita. En 
esas primeras narraciones –ya sean griegas o judeo-cristianas– siempre tuvieron presencia 
temas como el imaginar, el desear, el pensar, y las acciones humanas. Sin embargo, hicieron 
falta muchos siglos para que la psicología, ganara la posibilidad de reivindicar un nivel de 
discurso propio, independiente de la filosofía, convirtiéndose en una disciplina o campo de 
estudio y llevar a esa región del saber hacia lo que hoy llamamos conocimiento científico. 
Esa psicología “como ciencia”, al nacer sobre los finales del siglo XIX, estaba rodeada de 
una cultura romántica, un mundo burgués y una idiosincrasia fuertemente individualista. 
Tanto fue así, que hoy nos resulta coherente y entendible que su primera unidad de análisis 
fuera el individuo, y que su método fuera la introspección. Que buscara develar lo mental en los 
entretelones de una “conciencia individual totalizadora y capaz de guiar la voluntad que une 
idea y acontecimiento” (Wundt, 1896). 
 La psicología es la ciencia de la vida mental, tanto en sus fenómenos como en sus 
condiciones... Los fenómenos son aquellas cosas a las que llamamos sentimientos, deseos, 
cognición, razonamiento, decisiones y demás (William James, 1890). 
Fue un poco más tarde –con el comienzo del siglo XX–, iniciado el tiempo que la 
percepción orteguiana llamaría “advenimiento de las masas a la historia” y “necesidad de las 
circunstancias para la comprensión del individuo”, que también para la psicología, el ser 
individual se abrió al mundo y al ambiente. Esto coincidió –y tal vez convocó– el desarrollo de 
varias perspectivas teóricas que se ofrecieron como alternativas al introspeccionismo y a una 
psicología de la conciencia privada. 
Cada una de las nuevas teorías creó supuestos suficientemente sólidos, y también grupos 
de científicos y profesionales que los adoptaron, por lo que podría decirse que tomaron la 
forma de verdaderos paradigmas (Kuhn, 1962). 
Merecedores de ese título son, sin duda, el Psicoanálisis, el Conductismo, la Teoría de la 
Gestalt y el Interaccionismo. Cada una de estas perspectivas contestó de un modo particular 
ciertas cuestiones esenciales acerca de la mente y la conducta, proponiendo específicamente 
construcciones mediatizadoras entre el individuo, su conocimiento y el mundo. Así lo fueron –y 
aún lo son– los conceptos de inconciente, de conducta, de conocimiento como proceso 
psicológico y la comunicación como interacción. 
Cada una de ellas ofreció también un modelo acerca de las relaciones entre las personas y 
su mundo; ya sea con la denominación de “relación entre la vida cotidiana y los fenómenos 
inconcientes”, o de “relación entre el organismo y el ambiente”, o de “relación entre la 
percepción y la realidad”, o “la conducta como comunicación”. 
Cada una de estas propuestas tuvo también su fecha de nacimiento. En 1900, Freud 
publica La Interpretación de los sueños, que incluye una teoría del “aparato psíquico”. En 1904 
Iván Pavlov recibió el Premio Nobel por su teoría de lo que actualmente se denomina 
condicionamiento clásico. En 1913, Watson da a conocer su manifiesto “La Psicología desde el 
punto de vista de un conductista”; en 1912, Wertheimer presenta su hipótesis sobre los 
“fenómenos fi” (buena forma, continuidad, etc.), hacia 1910 George Mead ya ha consolidado los 
orígenes del interaccionismo simbólico, que se llamaría más tarde Escuela de Chicago. 
Atentos a los objetivos de este trabajo, en lo que hace a nuestro interés por el modo en que 
se fueron entretejiendo históricamente ciertas concepciones de lo mental y su relación con el 
mundo, realizaremos una breve descripción que selecciona los elementos mínimos de cada uno 
de los modelos en cuanto son relevantes a sus propuestas sobre la relación individuo-ambiente, 
o, en un lenguaje más antiguo: cuerpo y mundo. 
El Conductismo 
Para el conductista, la psicología es esa división de la ciencia natural que toma la conducta 
humana –lo que se hace y dice, tanto aprendido como no aprendido– como su objeto de 
estudio. 
 (John B. Watson, 1919) 
El conductismo original consideró el ambiente como un conjunto de estímulos potenciales, 
y al individuo un organismo con una red neural capaz de alterarse plásticamente a partir de las 
estimulaciones externas. Esa alteración sólo podía estudiarse por medio de la observación de 
las respuestas, o más bien de patrones de estímulos y respuestas mediados por la red neural. 
Para aquel conductismo original no había “mente” estrictamente hablando. La entidad 
mediadora era la conducta entendida como interacción entre el organismo y el medio, 
transcurriendo en un continuo espacio-temporal. En él, ciertos aspectos de la actividad de los 
organismos (“respuestas”) se relacionan con los diferentes objetos del medio (“estímulos”). 
Dichas relaciones remiten a la forma en que cada uno de los elementos condiciona, o es 
condicional, a los restantes. La relación más simple que puede establecerse entre el organismo 
capaz de dar respuestas y el ambiente capaz de provocar estímulos es el nexo denominado 
“reflejo”. 
El reflejo es posible por las características estructurales del organismo y las propiedades 
físico-químicas del ambiente. 
Gráficamente, esto puede representarse de este modo: 
AQUÍ DIBUJO 
Cuarenta años después B. F. Skinner, desarrollando la famosa ley del efecto de Thorndike 
(1898), propuso que “la conducta se moldea y mantiene por sus consecuencias”. Buscaba 
controlar y predecir la conducta, –mas no explicarla– para lo cual investigó los resultados del 
uso de reforzadores –aquellos estímulos que instalan la repetición o la evitación de ciertas 
conductas. 
Cuando en la década del cincuenta este modelo fue utilizado con seres humanos en la 
psicología clínica, a pesar de haberse enriquecido teóricamente con nociones más complejas 
como las ya citadas, en las cuales el estímulo indica la posible consecuencia de la emisión de 
una respuesta particular (condicionamiento operante), el conductismo no avanzó plus ultra de 
poner el acento en arcos de conducta o fragmentos de circuitos comportamentales específicos 
de ciertos síntomas manipulados por medio de un sistema de premios y castigos. 
El Psicoanálisis 
Para el psicoanálisis, en cambio, con respecto a la relación organismo-ambiente las cosas 
ocurrían de un modo que era casi todo lo contrario. No es que Freud desestimara lo fisiológico, 
pero evidentemente el escaso desarrollo de la neurofisiología de su época lo llevó –a pesar de 
ser un decidido defensor de la metodología de las ciencias naturales (Assoun, 1981)– a buscar 
explicaciones para la conducta de las personas a través de hipótesis mentalistas y entidades 
teóricas intrapsíquicas. Sin embargo, el “aparato psíquico” freudiano deja de lado la cuestión de 
los estímulos y –como aparece desarrollado en la noción de serie complementaria– centra más 
bien su preocupación en las determinaciones estructurales intrapsíquicas, de carácter 
inconciente. Aquellas pasan a ser un mero “factor desencadenante” externo; por lo cual aquello 
que permitía explicar la conducta era el análisis de los procesos ocurridos en una “mente” 
sustancialmente dividida entre inconsciente y conciencia, y los conflictos que esta división 
generaba. 
 Hemos llegado a conocer este aparato psíquico estudiando la evolución individual del ser 
humano. A la más antigua de estas provincias o instancias psíquicas la llamamos Ello; su 
contenido es todo lo heredado, lo congénitamente dado, lo constitucionalmente establecido; es 
decir, ante todo lo pulsional surgido de la organización somática(...) Esta parte más arcaica del 
aparato psíquico seguirá siendo la más importante durante la vida entera. (Sigmund Freud, 
Esquema del Psicoanálisis). 
Elpsicoanálisis surgió, por otra parte, como experiencia clínica. Si para Wundt lo 
inconsciente era algo negativo (“una periferia primitiva de la conciencia”), para el psicoanálisis, 
por el contrario, era algo positivo: buscando su eficacia en “hacer conciente lo inconciente”, 
tomó claramente partido a favor de los procesos inconscientes. 
La mente freudiana podría, en nuestra simplificación, ser representada así: 
AQUÍ DIBUJO 
La Teoría de la Forma 
El modelo de mente de la Teoría de la Gestalt (de la forma, por oposición a una psicología 
de los “contenidos”) también se oponía tanto al de Wundt cuanto al del conductismo. Si bien 
para Wertheimer también lo central era el organismo, y en especial el cerebro, lo que le 
interesaba era fundamentalmente la capacidad de éste como productor de procesos 
mediadores. Asimilando un saber fascinante en aquella época –el concepto de “campo 
dinámico”, tomado de la física– lo aplicó a las relaciones propias del cerebro, el que era 
considerado cual electrolito capaz de “ionizar” los estímulos externos, como cualquier 
electrolito tiende a hacerlo con su entorno (W. Köhler, 1955). Si bien esto último no adquiría 
sino un valor metafórico, esta analogía definía la idea de una mente con capacidad pregnante. 
Heredera de una tradición filosófica de raíz kantiana, la Gestalt postulaba para este 
cerebro, capaz de generar procesos mediatizadores (es decir, mentales) una capacidad 
ordenadora y organizadora de la realidad externa. 
El concepto principal legado de allí es el de puntuación: la percepción parcela el continuo 
de la realidad, creando jerarquías de figura y fondo. Si la percepción de un organismo se 
caracteriza por Gestalten inmersas en la corriente de la comunicación, esa corriente puede dar 
lugar a una jerarquía de sucesivas subdivisiones; de ellas, sólo una será la historia natural del 
organismo, no obstante lo cual esa historia admitirá muchas percepciones o puntos de vista 
diferentes. 
La “mente” de la Gestalt no traduce en modo directo el universo fenoménico como objeto a 
la conciencia, sino a través de formas a priori, que producen una configuración psicológica de 
la realidad. La mente de la Gestalt podría ser representada de este modo: 
AQUÍ DIBUJO 
Esta perspectiva tomó un cauce nuevo y diferente a partir de la obra de G. Spencer Brown, 
quien en su ya clásico Laws of Form (1973) fundamentaría lógico-matemáticamente el modo 
en que se genera un universo “cuando se separa o aparta un espacio” cuyos límites pueden 
trazarse “por donde nos plazca”. La cuestión no queda sólo allí: la idea se extiende –como 
veremos más adelante– a que el mandato de trazar una distinción, es decir puntuar una 
secuencia de hechos, es anterior a la descripción, y por lo tanto a la experiencia, lo cual implica 
la preexistencia de lo que Rabkin (1978, 487) llamaría “programas, reglas, planes, libretos, 
recetas, esquemas de trabajo, guiones, secuencias, relaciones, circuitos recursivos, carreras 
profesionales, procesos, gramáticas, etc”. En un lenguaje más aggiornado, lo que hoy se llama 
un “dato” (datum), desde la Psicología de la Forma debiera ser llamado un “capto” (captum), 
una experiencia. Más adelante cuando veamos las propuestas constructivistas se notarán las 
influencias que los conceptos de la Gestalt mantienen aún en el pensamiento contemporáneo. 
El interaccionismo 
Otro conjunto de ideas que aportó su influencia fue el constituido por las inquietudes 
psicosociales, que, aún en un breve repaso, no pueden ser dejadas de lado. Desde principios del 
siglo XX, estas perspectivas interaccionistas fueron aportando un caudal de instrumentos 
teóricos que, lamentablemente, la psicología en general, y la clínica en particular, demoraron 
muchos años en capitalizar. 
En una primera aproximación encontramos el aporte del llamado “conductismo social” de 
George Mead. Para Mead, una conceptualización de la mente debía adoptar los puntos de vista 
funcional y evolutivo, contrastantes con cualquier forma sustantiva o material, en especial 
aquéllas que llevaban a ubicar lo mental dentro del cráneo o de la epidermis. La teoría 
meadiana de la mente delimitaba para ésta “un campo coextensivo con el campo del proceso 
social de la experiencia y la conducta”. En este campo entraban todos los componentes de ese 
proceso, es decir la matriz completa de las interacciones sociales de los individuos (Mead, 
George; 1932, 1972, 245, nota al pie). En esta línea de pensamiento se desarrollará toda la 
llamada “escuela de Chicago” y, en confluencia con ella, el trabajo de un pensador gestáltico 
que llevó hasta las últimas instancias la noción social de campo dinámico en las ciencias de la 
conducta: K. Lewin (1935). 
 El “Yo” meadiano (tomado de James), es el “sí mismo” que conoce y el “Mi” es el “sí mismo” 
que se conoce... el sí mismo es un proceso y no una estructura, no equivale al Yo freudiano, ni 
es un cuerpo organizado de necesidades y deseos o una colección de actitudes y valores o 
normas. Es el proceso reflexivo mismo donde el “sí mismo” actúa sobre sí y se responde, lo que 
hace que sea lo que es. El Yo que experimenta no puede experimentarse a sí mismo, dado que 
es el mismo acto de experimentar, lo que se experimenta y aquello con lo que se interactúa 
mediante el lenguaje es el “Mi”. 
Otra propuesta fue la de J. R. Kantor (1924-26, 1959), que aportó dos cambios sustanciales 
al conductismo basado en el paradigma del reflejo. Kantor definió, por una parte, la conducta 
como interconducta, es decir como la interacción organismo-ambiente, centro de su interés 
teórico. Kantor abandonó el tratamiento descriptivo y explicativo causal para poner de relieve 
el concepto de interdependencia de campos de relaciones, concepción de naturaleza sincrónica, 
caracterizada por una mayor complejidad que la del conductismo clásico. 
En tercer lugar, no pueden dejar de mencionarse los aportes del psicólogo y semiólogo 
soviético Lev S. Vigotsky a un modelo de comprensión de los procesos mentales a partir de su 
origen en los procesos sociales. Procesos desarrollados sobre todo a través de instrumentos y 
signos que, como ocurre con el lenguaje, actúan como mediadores. 
Así como Mead y Kantor se detuvieron en un enfoque prevalentemente sincrónico, 
Vigotsky señaló la relevancia del trasfondo evolutivo y sociohistórico de la construcción de la 
mente. Este trasfondo tiene características específicas; el ser humano comienza su vida como 
un ser social, es capaz de interactuar con los otros pero es poco capaz de hacer algo para sí 
mismo práctica o intelectualmente, en su socialización la internalización del mundo lo pone en 
camino hacia la inteligencia. La internalización es la reconstrucción interna de una operación 
externa, lo interpersonal se transforma en intrapersonal. La internalización de las actividades 
socialmente construidas e históricamente desarrolladas define la especificidad de la 
inteligencia humana. 
... el momento más significativo en el curso del desarrollo intelectual, que da nacimiento a las 
formas puramente humanas de inteligencia práctica y abstracta, sucede cuando convergen el 
discurso y la actividad práctica, dos líneas de desarrollo que eran independientes por completo 
(Lev Vigotsky, 1934). 
La revolución cognoscitiva y la nueva ciencia 
de la mente* 
En los Estados Unidos durante la década que se extiende desde 1955 hasta 1965, comenzó 
a surgir un nuevo conjunto de ideas en el pensamiento de muchos investigadores. 
*En colaboración con Cecilia Daireaux. 
Lentamente, en diversos ámbitos al mismo tiempo y con un comienzo de un cierto estilo 
underground, se fue perfilando un nuevo modo de pensar que con el transcurso del tiempo 
quebraría la hegemonía del modelo conductista vigente hasta ese momento en las llamadas 
“ciencias de la conducta”. Así, tuvo lugar ese movimiento que a la postre se denominaría 
“revolución cognoscitiva”. 
Algunos años antes en setiembre de 1948, se había realizado en California el Simposiode 
Hixon, –éste fue contemporáneo con las célebres conferencias Macy en las cuales se fundó la 
cibernética habiendo entre ambos eventos cierta similitud de temas e inquietudes y más aún 
algunos participantes comunes–. El Simposio trató sobre “Los mecanismos cerebrales en la 
conducta” y marcó un hito fundamental en este tema. Destacaremos aquí solamente la temática 
de las ponencias de algunos de sus participantes con el fin de obtener una aproximación acerca 
del clima reinante en dicho encuentro. 
El matemático John von Neumann había planteado la analogía entre cerebro y 
computadora. Warren Mc Culloch había hecho referencia a cómo el cerebro procesa la 
información. El psicólogo Karl Lashley puso en duda la explicación conductista –y con esto al 
mismo modelo– al referirse al problema del orden serial en la conducta. 
Posteriormente, en 1956 se llevó a cabo el Simposio sobre Teoría de la Información en el 
Instituto de Tecnología de Massachusetts. Estuvieron allí presentes algunos de aquellos que 
tendrían un papel fundamental en la transformación que se estaba gestando: Jerome Bruner, 
George Miller, A. Newell y H. Simon, y Noam Chomsky. 
Según Miller, es alrededor de esta fecha que sería oficialmente admitida la ciencia 
cognoscitiva. 
Creo que Jerry (Jerome Bruner) y yo formamos una buena pareja... Compartíamos una visión 
de la psicología cognoscitiva, pero nuestros compañeros de juego eran muy distintos. Yo le di 
acceso a ideas surgidas de la teoría de la comunicación, la computación y la lingüística, 
mientras él me familiarizó con ideas tomadas de la psicología social, la psicología del desarrollo 
y la antropología... En 1960 empleamos “cognoscitivo” en nuestro nombre, en tono desafiante. 
La mayor parte de los psicólogos respetables de la época aún consideraban que la cognición era 
demasiado mentalista para científicos objetivos. Pero lo clavamos en la puerta y lo defendimos, 
hasta que, a la postre, nos impusimos. Y ahora hay por doquier Centros Cognoscitivos (J. 
Bruner, 1983). 
Para que este nuevo movimiento intelectual tuviera lugar fueron decisivos numerosos 
aportes de diferentes campos científicos. Podemos contar entre ellos la teoría de la información 
desarrollada por Shannon y Weaver, el nuevo modelo neuronal propuesto por McCulloch y 
Pitts (mostraron que la red neuronal podía representarse mediante un modelo lógico), los 
escritos sobre lingüística de Noam Chomsky (su trabajo cuestionó seriamente el reduccionismo 
implícito en la visión conductista sostenida por Skinner en el comportamiento verbal), los 
avances en lógica matemática basados en la propuesta inicial de A. Turing (véase página 27), y 
los desarrollos en cibernética de Norbert Wiener. 
Este último recogió los progresos en la comprensión del sistema nervioso humano, la 
computadora electrónica y el funcionamiento de otras máquinas y así estableció paralelismos 
entre el funcionamiento del organismo vivo y el de las nuevas máquinas de la comunicación. 
Dentro del ámbito de la psicología, en el año 1960 se crea en Harvard el Centro para 
Estudios Cognoscitivos bajo la dirección de los nombrados Jerome Bruner y George Miller. La 
idea fundante consistía en establecer un lugar donde pudiesen coparticipar científicos de 
distintas disciplinas interesados en la naturaleza del conocimiento. 
Bruner ya había publicado, en 1956, El estudio del pensamiento, obra que ha sido 
considerada como uno de los prolegómenos de lo que luego se llamaría “revolución 
cognoscitiva”. 
Por el nuevo Centro pasaron entre otros, Nelson Goodman, Noam Chomsky, Barbel 
Inhelder y Roman Jakobson. 
El espíritu de la época estaba marcando un nuevo rumbo en la investigación. Los 
científicos mencionados son sólo algunos notables representantes de este clima de 
transformación que tuvo lugar gracias a los avances conjuntos en diferentes disciplinas 
científicas. Es evidente que muchas de estas ideas y participantes estaban presentes en el 
contexto de reflexión batesoniano. 
Howard Gardner (1987) manifiesta que la Ciencia Cognoscitiva, con una fuerte apoyatura 
empírica, apuntó a responder antiguas cuestiones epistemológicas, especialmente aquéllas 
vinculadas con la naturaleza del conocimiento, sus elementos componentes, sus fuentes, 
evolución y difusión. 
Dentro de la Ciencia Cognoscitiva se incluyeron disciplinas como la antropología, la 
inteligencia artificial, la lingüística, la neurociencia, la filosofía y la psicología, que, 
compartiendo marcos epistemológicos, apuntaron a trabajar interdisciplinariamente. 
Como puede apreciarse de lo hasta aquí planteado, un giro significativo tuvo lugar dentro 
de la comunidad investigadora: se produjo un desplazamiento desde el paradigma conductista 
de estímulo-respuesta, asociacionista y lineal, hacia una posición “cognitiva” o de 
“procesamiento de información”, en la que se enfatiza el papel de los procesos que median la 
entrada y salida de información. La psicología retornaba al estudio de la mente. Volveremos 
sobre este punto a lo largo de nuestra exposición. 
La palabra “cognoscitivo” es ambigua, y aunque puede denotar “funciones concientes, 
intelectuales”, no es éste el sentido principal en que la usan los científicos cognocitivos 
modernos (B. Baars, 1986). 
Genéricamente, el término es utilizado con el fin de delimitar un campo en la psicología 
humana caracterizado por la aplicación de la metáfora del procesamiento de información al 
funcionamiento humano. Es precisamente en este punto donde nos detendremos: ¿a qué se 
refiere la “metáfora computacional”, a partir de qué elementos surgió esta analogía, y qué 
consecuencias tuvo y tiene en el campo de la aplicación clínica en la psicología? 
La “metáfora computacional” hace referencia a la comparación entre el funcionamiento del 
cerebro humano y el de la computadora. Esta idea fue producto de los avances en el área de la 
inteligencia artificial y una consecuencia de las ideas implicadas en lo que hoy ya se considera 
un hito en la historia humana, la así llamada “máquina de Turing”, cuya intención era dar 
respuesta a la pregunta: “¿Las máquinas pueden pensar?” 
 Juego de imitación, o prueba o “máquina“ de Turing 
Se juega entre tres personas un varón (A), una mujer (B) y un interrogador (C). Este último 
permanece en una habitación aparte de los otros. El objeto del juego para el interrogador 
consiste en determinar cuál de los otros dos es el varón y cual es la mujer. Los conoce por las 
etiquetas X y Y y al final del juego dice “X es varón e Y es mujer” o bien “X es mujer e Y es 
varón” . Al interrogador (C) se le permite hacerles preguntas a ambos del tipo “Me podría decir, 
X, cuál es la longitud de su cabello?” Ahora supóngase que X de hecho es A, entonces A debe 
responder. El objetivo de A dentro del juego es intentar que C haga la identificación incorrecta. 
Su respuesta podría ser, por lo tanto: “Mi cabello está en capas y las partes más largas son de 
cerca de 23 cm de largo. 
Para que los tonos de voz no ayuden al interrogador, las preguntas deben ser por escrito, o 
mejor aún, a máquina. Lo ideal es una teleimpresora que comunique las dos habitaciones. 
Ahora se hace la pregunta “—¿Qué sucedería si una máquina tomara la parte de A en este 
juego?” El interrogador decidiría de manera incorrecta con la misma frecuencia cuando el 
juego se realiza de esa manera que cuando se juega con un varón y una mujer? Estas preguntas 
reemplazan la original “—¿Las máquinas pueden pensar?”. 
...Considero que en un tiempo de aproximadamente 50 años será posible programar 
computadoras, con una capacidad de almacenamiento de cerca de 10 x 9, para hacerles jugar 
tan bien el juego de imitación que, en promedio, el interrogador no tendrá más que el 70% de 
probabilidad de hacer la identificación correcta después de cinco minutos de preguntas... 
Cuando esto suceda, no existirá contradicción con la idea de máquinas pensantes (Turing, 
1950). 
El argumento dice que si pueden describirse con precisiónlos procesos de pensamiento o 
de conducta de un organismo, podría ser diseñada una computadora que funcionara en forma 
idéntica a él. Siguiendo el silogismo, tal vez podría probarse en la computadora la viabilidad de 
algunas ideas sobre el modo de operar de un ser humano. 
Como señala Gardner, si es posible sostener que una máquina construida por el hombre 
razona, tiene metas, revisa y corrige su conducta, transforma información, etc., los seres 
humanos merecen ser caracterizados de la misma manera. Como veremos con mayor detalle, 
esto tiene una importancia fundamental para apoyar y sostener el modelo cognoscitivo 
emergente. Este cuestiona los postulados defendidos por el paradigma conductista, e introduce 
conceptos antes descartados por “mentalistas”. 
La analogía entre el funcionamiento de la computadora y el del cerebro humano orientó 
esta nueva visión científica del hombre. 
Como podemos ver, los desarrollos asociados con la teoría de la computación llevaron a 
algunos psicólogos y neurofisiólogos a ver al sistema nervioso (SN) como una especie de 
procesador de información (B. Baars, 1986). 
En este sentido, los antes mencionados estudios de McCulloch y Pitts fueron muy 
esclarecedores sosteniendo dicha analogía al establecer que las operaciones de una célula 
nerviosa y sus conexiones con otras podían ser representadas mediante un modelo lógico: 
(...) los nervios eran equiparables a enunciados lógicos, y su propiedad de ser activados o no 
activados –“todo o nada”– era comparable a las operaciones de cálculo proposicional, donde 
un enunciado es o bien verdadero, o bien falso. Según este modelo, la neurona era activada, y a 
su vez activaba a otra neurona, del mismo modo que un elemento o proposición de una 
secuencia lógica puede implicar alguna otra proposición.(...) Era verosímil una analogía entre 
las neuronas y la lógica en términos de electricidad, vale decir, con referencia a señales que 
pueden pasar o no a través de un circuito (H. Gardner, 1987). 
Así, McCulloch y Pitts entendieron que había una “máquina” –el cerebro humano– cuyas 
operaciones podían ser concebidas por semejanza con los principios de la lógica: aquella era 
mutatis mutandi una poderosa computadora. 
Por supuesto, nadie sostuvo ni sostiene seriamente que los seres humanos se asemejen a 
las computadoras digitales. Sin embargo, el sistema nervioso tiene que solucionar muchos 
problemas similares a los que deben ser resueltos por las computadoras. 
La teoría computacional especifica principios matemáticos aplicables a una clase infinita 
de aparatos simbólicos. Los SN se encuentran especialmente adaptados para representar y 
transformar simbólicamente el mundo del organismo. Esto nos lleva a la idea de que los 
principios abstractos de la manipulación de símbolos también pueden aplicarse a él. 
Otro aspecto importante del funcionamiento del SN que debemos considerar aquí es que 
cuando procesa datos no es sensible a la energía física como tal, sino sólo a la información. Esto 
redunda en entender diferentes eventos físicos como iguales mientras sean simbólicamente 
(algorítmicamente) isomórficos. 
¿Qué se quiere decir con que “el SN es sólo sensible a la información”? 
En primera instancia, se dice que un mensaje aporta información cuando permite al 
receptor de la señal hacer una elección entre un conjunto de alternativas. 
En el caso del funcionamiento neuronal, el hecho de que una neurona sea “sensible a la 
información” se observa en cómo ésta responde. Si una neurona es estimulada por 
determinado pulso eléctrico, se adaptará a dicha frecuencia de estimulación y pronto dejará de 
responder al estímulo ingresante si éste es repetitivo en términos informativos, es decir, si es 
redundante. La falta de respuesta de la neurona no se debe a fatiga –como se creyó en algún 
momento– sino más bien a que el estímulo no transmite nueva información. Esto se demuestra 
claramente: si esta neurona es estimulada con una frecuencia eléctrica diferente, responderá 
nuevamente. 
Vemos entonces que el SN, lejos de ser un conjunto pasivo de conexiones entre estímulos y 
respuestas (tal como fue concebido por el modelo asociacionista postulado por el 
conductismo), se nos aparece como un enorme mecanismo, altamente sofisticado, activo, 
inteligente y flexible. 
Las funciones cognocitivas son, en sentido amplio, sinónimo de procesamiento de 
información. Este procesamiento puede ser tanto conciente como no conciente. Esto último 
quiere decir que puede tener lugar a nivel tácito; de hecho, la gran mayoría del procesamiento 
de información en el SN no es conciente. 
¿Cómo influyeron estas nuevas conceptualizaciones en el ámbito de la Psicología? 
En primer lugar, como expresamos sucintamente al definir lo que se entiende por 
“psicología cognoscitiva”, el énfasis se amplía desde la conducta observable (paradigma 
conductista) a la inferencia de los procesos que median entre la entrada y la salida de 
información. 
Estos procesos mediadores, para los conductistas, caían dentro del ámbito de la “caja 
negra”. No eran directamente observables, ni medibles. Difícilmente podían realizarse 
experimentos que dieran cuenta de éstos de manera repetible y verificable. Por este motivo, 
nadaban fuera de los límites de lo que se consideraba científicamente válido. 
Asimismo, una fuerte “ideología” ambientalista restaba importancia –cuando no 
descartaba totalmente– la posibilidad de considerar a la persona como teniendo un papel 
activo en su relación con el entorno. El sujeto era considerado como simple receptor de 
sensaciones, al compás de la herencia de la visión empirista. 
Como definiera J. Bruner (1983) en su autobiografía: 
(...) el mundo de la corriente central de la psicología... estaba dominado por el sensacionismo, 
el empirismo, el objetivismo y el fisicalismo. [...] la explicación en psicología debía ser, en 
última instancia, física y biológica... [...] lo opuesto era el mentalismo, que afirma la eficacia 
causal de la mente misma. En el mapa anglosajón estaba marcado con rojo: ‘Cuidado’... 
Decíamos entonces: el interés de los psicólogos cognitivos está puesto en los “procesos 
mediadores”. Nos referiremos a ello con más detalle. 
B. Baars (1986), desde una perspectiva similar, define como dominio de una psicología 
científica la observación de la conducta para realizar inferencias sobre factores subyacentes que 
permiten explicarla. 
Esto es algo con lo que todos estamos familiarizados desde la visión cotidiana del sentido 
común; para comprender o darle un sentido a la conducta de alguien buscamos una intención, 
un motivo, un propósito, un deseo, etc., que dé cuenta de su accionar, que lo explique: “hizo 
esto porque....”, “seguramente su intención fue/no fue....”, “tal vez quería demostrar...”. Es a 
esto a lo que se hace referencia cuando se habla de “procesos mediadores”. 
Desde la perspectiva cognitiva, pues, el objetivo de la psicología es generar teorías acerca 
de constructos inobservables, tales como “propósitos”, “ideas”, “imágenes”, “representación”, 
“significación”, etc., que puedan resumir, predecir y explicar los datos de la experiencia. 
Plantear esto de esta manera, y utilizando estos conceptos, hubiera sido imposible durante 
la hegemonía conductista. Para comprender de manera cabal lo que significa esto, veamos lo 
que dice al respecto alguien que trabajó en aquel contexto. Manifiesta George Miller (citado por 
J. Bruner en 1985): 
(...) Pero aún nuestra limitada victoria fue importante, pues sirvió para levantar la prohibición 
psicológica, de 30 años, a la terminología mentalista. Ha crecido ahora una nueva generación 
de psicólogos que sin temor a ser mal vistos manejan conceptos mentalistas como los de 
cognición, atención, las imágenes, memoria, intuición, expectación, planeación, intención, 
voluntad, etc., todo lo cual había sido prohibido por los conductistas como anticientífico... 
Que los psicólogos cognoscitivos se centren en los procesos mediadores

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